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Yo tengo razón, tú te equivocas

Muchas veces creemos que lo que percibe una persona durante una conversación es aquello que oímos que decimos y no aquello que sentimos mientras hablamos.

Voy a impartir un curso de comunicación para un grupo de ingenieros en un hotel en las afueras de Madrid. He llegado muy ilusionado porque sé que mejorar nuestra comunicación es algo imprescindible. A lo largo de los años me he dado cuenta de que la frase «las palabras se las lleva el viento» pocas veces es fiel reflejo de la realidad y que las palabras hieren y también sanan. Por otra parte, llevo muchos años muy interesado en la psiconeuroinmunología, que es la ciencia que estudia la manera en la que nuestros pensamientos pueden afectar a nuestro sistema inmunitario, favoreciendo su actuación o limitándola. Conozco los estudios de como pacientes con sida, que se creían capaces de hacer frente a su enfermedad y superarla, aumentaban su población de linfocitos CD4 y sobrevivían una media de tres años más respecto a aquéllos que no se sentían preparados y que eran incapaces de aumentar su población de linfocitos CD4, esenciales para luchar contra dicha enfermedad. Por otro lado, hace unos años fui invitado por el jefe del Departamento de Cirugía Oncológica del M. D. Anderson de Houston y me di cuenta de la importancia que le daban a la situación emocional de sus enfermos y a su actitud mental a la hora de enfrentarse a la enfermedad tumoral maligna que padecían. Sabemos que cuando una persona tiene una actitud positiva frente a la enfermedad, la constelación hormonal que tiene en su sangre es muy diferente a la que tiene si cree que no hay nada que hacer y que se va a morir. Se ha observado, por ejemplo, que un grupo de células de defensa llamadas «asesinos naturales» son muy influenciables por la situación emocional que experimenta una persona. Los «asesinos naturales» tienen en su interior unos gránulos que son como bolsitas llenas de un material tóxico y corrosivo. Cuando los «asesinos naturales» descubren una bacteria o una célula tumoral, empiezan a emitir unas prolongaciones parecidas de alguna manera a los brazos de un pulpo, se pegan a la bacteria o a la célula tumoral en cuestión y con sus gránulos tóxicos la destruyen.

Provisto de todos estos conocimientos y experiencias empiezo mi curso de comunicación con este grupo de personas. Empiezo hablándoles sobre la importancia que tiene comunicar de una forma tal que no solo transmitamos información, sino que también generemos cercanía, entendimiento y conexión. Parece que me escuchan con gran atención, sobre todo cuando comparto con ellos la importancia de que un médico hable a sus enfermos con claridad, cariño y cercanía. Por el momento todo va bien, hasta que digo algo que desata una gran reacción en uno de los asistentes. Lo que he dicho es simplemente que se ha demostrado a través de una ciencia llamada psiconeuroinmunología que la actitud de una persona afecta mucho a sus posibilidades de curación si su diagnostico es un cáncer.

—Eso es una tontería, si tienes un cáncer te mueres y no hay nada más que hablar, —me contesta esa persona en cuestión.

Noto como todo mi cuerpo se tensa y escuchó una vocecilla en mi interior que me susurra: «demuéstrale que está equivocado, pero hazlo con educación». Entonces, empiezo a soltarle todos mis conocimientos de psiconeuroinmunología en un intento de abrirle los ojos sobre lo equivocado que está.

El curso ha continuado muy bien con una excepción, el participante que hizo ese comentario no ha vuelto a abrir la boca.

Terminada la clase me voy a mi habitación y empiezo a reflexionar sobre la evolución del curso. Todo ha ido bien, excepto una cosa: si bien he logrado conectar con todos los asistentes, lo que para mí es la prueba de una buena comunicación, con aquel participante que hizo aquel comentario, en mi opinión tan poco acertado, yo no he sido capaz de conectar en absoluto. Es en este momento de reflexión cuando me doy cuenta de mi enorme ceguera.

Cuando él manifestó su desacuerdo, dos voces salieron de mi interior. Una de ellas, la única que a nivel consciente yo escuché, le informaba de los hallazgos que la medicina había hecho y que refrendaban mis comentarios sobre la importancia de una actitud positiva en la lucha contra el cáncer. Sin embargo, la otra voz, más sutil, no audible para mí y que, sin embargo, fue la que aquel participante mejor escuchó transmitía un mensaje bien contrario y que no era otro que el de «yo tengo razón y tú estas equivocado». Aunque nos pueda parecer sorprendente, esta segunda voz que se transmite a través de nuestro tono y de nuestros gestos, es la que afecta más profundamente a nuestro sentir. Lo importante no era en aquel momento si yo tenía razón o no. Lo importante era que yo estaba dando un curso de comunicación y había sido incapaz de conectar con alguien que tenía una opinión diferente a la mía. Para aquella persona eso era todo lo que necesitaba saber sobre mi capacidad de conectar con él, simplemente había sido nula. Esto nos pasa hasta con nuestros hijos, cuyas reacciones a veces nos exasperan. Si nuestras respuestas a algunas de sus provocaciones es dejar de hablarles o gritarles, tal vez los queramos mucho, no lo dudo, pero aun así creo que les falta solidez a nuestros vínculos.

Con aquel oyente de mi curso de comunicación fui incapaz de comprender que aquel comentario que había hecho, que aquella resistencia que había puesto, para mí carecía de sentido y, sin embargo, para él sin duda tenía todo el sentido del mundo. Tal vez había tenido un familiar muy querido que a pesar de tener la actitud más positiva del mundo, había muerto de un cáncer. No lo sé, lo que sí sé es que no le hice ni una simple pregunta para averiguarlo. No me molesté lo más mínimo en conocer las experiencias que le habían llevado a esa conclusión. En mi opinión, el verdadero problema para no conectar es presentar nuestro punto de vista como verdad irrefutable. Cuando uno hace esto, deja de tener humildad y se vuelve arrogante aunque intente disimularlo. Ni el mejor maquillaje del mundo puede disimular como nos sentimos y eso, queramos o no, se transmite. La otra persona lo capta y reacciona. Yo era consciente de que la ciencia me amparaba y también sabía que cuando un científico se comporta como un experto y no como un explorador, se va quedando progresivamente ciego y, en lugar de abrirse poco a poco a nuevas realidades posibles, se empeña en defender su pequeña realidad al precio que sea. Yo no fui capaz de quitarme el traje de «experto» y convertirme en un explorador que intentara adentrarse en la realidad de la otra persona para comprenderla y aprender. Para conectar no es necesario estar de acuerdo con la otra persona, lo que sí es necesario es intentar comprender desde que punto de vista, desde que perspectiva esa persona contempla la realidad. Animado por mi pequeño descubrimiento, me pregunté, ¿qué es lo que haría en el futuro si me volviera a ocurrir algo semejante? Me dije que la próxima vez en lugar de ponerme a la defensiva y contraatacar con mi argumentario científico, haría una pregunta para intentar honestamente comprender como aquella persona veía las cosas. No tuve que esperar mucho porque un mes más tarde me encontré, mientras daba una clase en una universidad, a una mujer que frente a un comentario mío sobre la relación entre la actitud mental y la salud reaccionaba de una forma parecida a como lo había hecho el participante en el curso anterior. De nuevo sentí como mi cuerpo se tensaba y empecé a buscar en mi mente argumentos para rebatir su opinión. Fue en aquel mismo momento cuando me acorde de la decisión que había tomado un mes antes en la habitación del hotel y entonces conseguí detener mi monologo antes de que saliese de mi boca y le pregunté, con verdadero interés, por la razón de su opinión. Es curioso lo que pasó a partir de aquel instante, ya que por un lado toda mí tensión muscular y emocional se desvaneció y, por otro, note como ella, que sin duda había captado mi tensión al recibir su comentario, también se relajaba y ambos conectamos inmediatamente, y nuestra percepción se abrió a una realidad más grande y valiosa.

La humildad no es una virtud glamorosa y, sin embargo, eso no la hace menos necesaria. Humildad viene de humus que es lo que fertiliza la tierra. La humildad simplemente nos dice que solo tenemos acceso a un punto de vista y no a la realidad en su conjunto, y menos a la que contempla otra persona, y que, por tanto, si queremos conectar y comprender, necesitamos preguntar y escuchar. Es de esta manera como podemos recibir nuevas perspectivas, nuevos descubrimientos y sorprendentes aprendizajes.

Por eso veo que es importante no entrar en un patrón de defensa acérrima de nuestra posición, por acertada que nos parezca. Es clave estar abiertos a que se nos presente alguna argumentación que pueda, tal vez, ayudarnos a ver las cosas desde otra perspectiva. Muchas veces lo esencial no es convencer, sino comprender. Cuando uno consigue comprender, es cuando se puede conectar y una vez que se ha producido el encuentro, todo resulta ya posible.

Gerald Edelman, premio Nobel de Medicina, precisamente por sus estudios sobre el sistema inmunitario, y que actualmente trabaja en el campo de la neurociencia, comentaba que el encuentro es lo que hace que dos gases distintos, como son el oxígeno y el hidrógeno, sean capaces de crear algo tan nuevo y sorprendente como es el agua, la fuente de la vida. El oxígeno es la base de la respiración y el hidrógeno es el gas principal de la atmósfera, que existía previamente a que hubiera vida en nuestro planeta. Sin este hidrógeno no hubieran aparecido las primeras bacterias que poblaron la tierra y que generaron el oxígeno que ahora respiramos. Igual nos pasa a las personas, unas alcanzan unos logros y otras consiguen cosas diferentes. Si sólo nos gusta la gente que piensa y actúa de igual modo que nosotros, seremos como oxígenos que sólo quieren hablar con oxígenos o hidrógenos que solo quieren hablar con hidrógenos. Al no haber encuentro entre ambos, no podrán manifestarse esas propiedades emergentes, que si se manifiestan cuando dos gases distintos «olvidan sus diferencias» y se encuentran para formar una molécula como el agua, que se convierte en la verdadera fuente de la vida. Es curioso que ninguna propiedad física ni química del agua puedan deducirse de los gases de partida.