Vidal cruzó los dos patios y llegó al fondo.
Mientras lavaba en una de las piletas, Nélida conversaba con Antonia y con el sobrino de Bogliolo. Antonia era una muchacha de escasa estatura, de pelo castaño, de cutis grueso, de brazos cortos; su voz, opaca y baja, correspondía a la de una persona que está despertándose. En el inquilinato era muy admirada. El sobrino de Bogliolo —alto, angosto, imberbe, de ojos redondos, con una camisa que trasparentaba la camiseta— estrechándola por la cintura exclamó:
—¡Esta Petiza!
Vidal se dijo: «No hay cómo la gente joven» y «Estos dos, probablemente, andan en algo».
—¿De qué hablaban? —preguntó.
—Váyase, váyase —dijo, riendo, Antonia.
—¿Me echan? —preguntó Vidal.
—No, cómo cree —aseguró Nélida.
Antonia insistió:
—Don Isidro no puede oír lo que estamos diciendo. Vidal notó que los ojos de Nélida eran verdosos.
—¿Por qué? —protestó el sobrino—. El señor Vidal es un espíritu joven.
—Abierto —añadió Nélida.
Vidal admitió:
—Así lo espero…
Pensó que a él le había tocado vivir una época de transición. En su juventud las mujeres no hablaban con la libertad de ahora.
—No solamente joven de espíritu —dijo Nélida con algún énfasis—. El señor está en la flor de la edad.
—Lástima que me llame «señor» —observó Vidal.
—¿En qué año nació? —preguntó Antonia.
Vidal recordó entonces la visita de un par de señoritas que hicieron una encuesta en el inquilinato, para un instituto psicológico o sociológico. Pensó: «Lo único que falta es que ésta ahora saque libreta y lápiz». También: «Qué a gusto me siento con los jóvenes». Contestó en tono de broma:
—Eso no se pregunta.
—Le doy la razón —convino el sobrino de Bogliolo—. No le haga caso a la Petiza. Le paso el dato: Faber no le contestó.
—No vas a comparar al señor con ese viejo —protestó Nélida con inesperado calor—. Apostaría que ese viejo ha llegado a los cincuenta.
Vidal pensó: «Yo lo pondría entre los sesenta y los setenta. Para estos chicos, a los cincuenta uno es viejo».
Como quien acomete, Nélida prosiguió:
—Si te descuidás, el señor es más joven que tu tío.
La conjetura no agradó al sobrino de Bogliolo: su rostro se ensombreció y por un instante perdió la trivialidad para mostrarse incuestionablemente avieso. Vidal reflexionó que ese afecto un poco pueril, por ese pariente un poco aborrecible, era meritorio. También se preguntó si él tendría coraje de entrar en el baño delante de esos muchachos. La vergüenza era tonta, porque al fin y al cabo… La calificó: Una vergüenza de chico.
Secretamente el hombre es un chico disfrazado de persona grande. ¿Eran así todos los demás? ¿El mismo Leandro Rey era un chico? Sin duda, Leandro lo engañaba a él, como él engañaba a los otros.