INTRODUCCIÓN

Bertrand Russell nació el 18 de mayo de 1872 en el seno de una familia aristocrática de tradición política liberal y progresista. Su abuelo paterno, lord John Russell, había sido dos veces primer ministro y jefe del Partido Liberal, habiendo introducido importantes reformas sociales y políticas. La madre de Bertrand murió en 1874, y su padre dos años después. Ambos eran ateos y racionalistas, amigos y discípulos de John Stuart Mill, y dispusieron que sus hijos fueran educados por tutores de sus mismas ideas. Sin embargo, esta última voluntad suya no fue respetada. La educación de Bertrand y su hermano Frank fue confiada a su abuela paterna, mujer religiosa y puritana, aunque de ideas políticas avanzadas.

La infancia y adolescencia de Bertrand Russell fueron muy solitarias. Al contrario que su hermano Frank, Bertrand no fue enviado a la escuela, sino que fue educado en casa de su abuela por preceptores particulares. Pronto abandonó las ideas religiosas de la abuela, aunque no tenía con quien hablar de sus dudas y problemas. Escribía sus reflexiones en un diario con letras griegas, a fin de evitar inspecciones indiscretas. Por otro lado, el ambiente serio y exigente de la casa de la abuela y la falta de contacto con otros infantes de su edad contribuían a su melancolía. De todos modos, su infancia no fue del todo triste. Entre sus alegrías destaca su primer contacto con las matemáticas, a las que más tarde se dedicaría con éxito y ardor.

«A la edad de once años —escribe Russell en su autobiografía— empecé a estudiar geometría, teniendo por preceptor a mi hermano. Fue uno de los grandes acontecimientos de mi vida, tan deslumbrante como el primer amor. Jamás había imaginado que pudiera haber algo tan delicioso en el mundo… Desde aquel momento hasta que Whitehead y yo concluimos Principia Mathematica, cuando yo tenía treinta y ocho años, las matemáticas acapararon mi principal interés y constituyeron mi principal fuente de felicidad. Como toda felicidad, sin embargo, no era completa. Se me había dicho que Euclides demostraba las cosas, y me sentí profundamente decepcionado al ver que empezaba con axiomas. Al principio me negué a admitirlos, a menos que mi hermano me ofreciera algún razonamiento para que lo hiciera… La duda que me asaltó en aquel momento respecto a las premisas de las matemáticas ya no me abandonó y determinó el curso de mi labor subsiguiente». En efecto, esa negativa del niño Russell a aceptar los axiomas como algo indemostrado se convertiría más adelante en el empeño de demostrar también los axiomas matemáticos a partir de la mera lógica.

A los diecisiete años se trasladó a Old Southgate para preparar los exámenes de ingreso en la Universidad de Cambridge. Allí encontró compañeros, pero no los que esperaba, pues resultaron ser demasiado brutos y groseros para el carácter delicado y sutil del joven Bertrand. «Me sentía profundamente desdichado —escribe Russell—. Había un sendero que llevaba a New Southgate a través de los campos, y solía ir allí solo para contemplar la puesta de sol y pensar en el suicidio. No me suicidé, sin embargo, porque deseaba saber más matemáticas».

Algo más tarde, en 1890, ingresó Russell en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. A partir de ese momento, todo cambió y sus años universitarios fueron felices. A. N. Whitehead, que lo había examinado de ingreso, se percató de su gran inteligencia y lo puso en contacto con los alumnos más brillantes. Pronto fue admitido en el círculo exclusivo de «los Apóstoles», grupo de estudiantes y profesores especialmente inteligentes y curiosos, que se reunían todos los sábados a discutir con rigor y sin prejuicios sobre todo lo divino y lo humano. También G. E. Moore, McTaggart y el mismo A. N. Whitehead —que más tarde colaboraría con Russell en la redacción de Principia Mathematica— formaban parte del grupo.

Russell se graduó en matemáticas en 1893 y en filosofía en 1894. Ese mismo año se casó con Alys (la hija menor de una familia de cuáqueros americanos, que desde el principio lo fascinó con su belleza e inteligencia, a pesar de ser cinco años mayor que él), la primera de sus cuatro esposas. Poco después marchó a Berlín, a fin de estudiar política y economía. En 1896 publicó su primer libro, German Social Democracy (Socialdemocracia alemana), y al año siguiente el segundo, An Essay on the Foundations of Geometry (Ensayo sobre los fundamentos de la geometría). Ese doble interés por la política y por la ciencia —sobre todo la matemática— lo mantendría Russell a lo largo de toda su vida.

REBELIÓN CONTRA EL IDEALISMO

Cuando Russell inició sus estudios en Cambridge, el idealismo dominaba la filosofía europea. Russell comenzó aceptando la filosofía vigente en Gran Bretaña en aquella época, una versión del idealismo debida a Bradley y McTaggart. Según esta doctrina, en realidad hay una sola cosa, que lo es todo y que es la conciencia. Y los únicos enunciados realmente verdaderos son los que se refieren al todo (o absoluto, o conciencia absoluta). A esta peregrina doctrina se llega por la llamada teoría de las relaciones internas. En efecto, la lógica tradicional no conocía más atributos que los predicados monádicos (que designan propiedades). Los relatores o predicados poliádicos («… ama a…», «… está situado entre… y …») habían sido ignorados por Aristóteles. Esta insuficiencia del análisis lógico conducía a la curiosa doctrina metafísica del idealismo absoluto. Puesto que en lógica se ignoraban los relatores, en ontología se negaban las relaciones reales o «externas». Las relaciones eran, pues, concebidas como «internas», como siendo en realidad propiedades de los objetos relacionados. Si un libro está encima de la mesa, entonces el estar encima de la mesa es una propiedad del libro, y la mesa forma parte de la naturaleza del libro. Pero el estar debajo del libro es, a su vez, una propiedad de la mesa y, por tanto, el libro forma parte de la naturaleza de la mesa. Y como cada cosa está relacionada de alguna manera con todas las demás, cada cosa forma parte de la naturaleza de las demás. En definitiva resulta que no hay más que una cosa, que es la totalidad o el absoluto. Por otro lado, cualquier cosa que consideremos está relacionada con nuestra conciencia que la considera, y forma parte —por la teoría de las «relaciones internas»— de esta conciencia. No hay, pues, más que una cosa, y esa cosa es la conciencia. La conciencia es el absoluto. Además, cualquier enunciado particular (como que el libro que está encima de la mesa tiene cien páginas), al aislar artificialmente un hecho que en realidad está relacionado internamente con todas las cosas, presenta una visión deformada y parcial de la realidad, es falso o, a lo sumo, sólo relativa y parcialmente verdadero. Para ser verdadero sin más, el enunciado habría de referirse a todas las cosas implicadas en el asunto, es decir, a todas las cosas, al todo o absoluto. Los únicos enunciados verdaderos son los enunciados sobre el absoluto.

Russell no acababa de estar satisfecho con esta teoría, que chocaba con lo que él gustaba en llamar su «robusto sentido de la realidad». Buscando solución a las dificultades que encontraba en Bradley, Russell acudió a la lectura directa de Hegel. El contacto con las obras del maestro del idealismo acabó de convencer a Russell de lo absurdo de la doctrina. Junto con su compañero, G. E. Moore, se rebeló contra ella, desarrollando la teoría de las relaciones externas y estableciendo las bases de su «atomismo»: en el mundo hay una multitud de cosas, distintas unas de otras y de la conciencia, aunque relacionadas entre sí por relaciones externas. Los enunciados particulares («el Sena pasa por París», «me he comprado un sombrero») pueden ser verdaderos (en el pleno sentido de la palabra) con completa independencia del resto del universo.

En un primer momento la euforia causada por el rechazo del encantamiento idealista llevó a Russell al extremo contrario, a aceptar como real e independiente todo lo que el idealismo había condenado como aparente: los objetos físicos observables, las entidades teóricas, los puntos espacio-temporales, los números, las proposiciones, etc. Pero esta etapa no había de durar mucho.

EL LOGICISMO

Según el idealismo hegeliano resulta imposible entender ninguna parte del todo sin comprender cuál es el papel que esa parte desempeña en el todo, cuáles son sus relaciones con el resto del todo, sin entender, previamente, el todo entero. El análisis sería, pues, imposible. Pero una vez rechazado el idealismo, el camino quedaba abierto para utilizar el análisis, pues resulta posible el conocimiento de hechos y relaciones particulares mientras todavía se ignora «la totalidad».

Si el rechazo del idealismo era la condición negativa de la viabilidad del método analítico, su condición positiva era el desarrollo de una lógica suficientemente precisa y compleja como para dar cuenta de la estructura de todos los enunciados que hayan de ser analizados y, en primer lugar, de todos los enunciados científicos.

«El año más importante de mi vida intelectual —escribe Russell— fue el año 1900, y el acontecimiento más importante de ese año fue mi visita al Congreso Internacional de Filosofía de París… en el que quedé profundamente impresionado por el hecho de que en todas las discusiones, las intervenciones de Peano y sus discípulos tenían una precisión de la que carecían todos los demás». Durante el congreso, celebrado en julio, Russell se puso en contacto con Peano, cuyo simbolismo dominó rápidamente. «A últimos de agosto —cuenta Russell— ya me había familiarizado por completo con toda la obra de su escuela. Empleé el mes de septiembre en extender sus métodos a la lógica de las relaciones… Fue una época de embriaguez intelectual. Mis sensaciones se asemejaban a las que se experimentan tras escalar una montaña en medio de la niebla cuando, al llegar a la cima, la niebla se disipa súbitamente y el panorama se hace visible en cuarenta millas a la redonda». A principios de octubre Russell se puso a escribir The Principles of Mathematics (Los principios de las matemáticas), desarrollando su filosofía de la matemática y redactando los cientos de páginas de la obra en los tres meses siguientes.

La filosofía russelliana de la matemática, conocida como «logicismo», se basa en la tesis de que la matemática es enteramente reducible a la lógica. Esta tesis se articula en dos partes: 1) todos los conceptos matemáticos son definibles a partir de conceptos puramente lógicos, y 2) todos los teoremas matemáticos son deducibles a partir de principios lógicos. El programa logicista consistía precisamente en llevar a cabo esa tarea.

Los matemáticos del siglo XIX —Weierstrass, Dedekind, etc.— habían llevado a cabo la llamada aritmetización del análisis, reduciendo los números complejos, reales y racionales a clases de números naturales. Por tanto, el primer paso del programa logicista tenía que consistir en definir los números naturales en términos lógicos. Dos clases son biyectables si se puede establecer una biyección o correspondencia biunívoca entre sus elementos. Para ello no es necesario numerarlos: el camarero que coloca un tenedor al lado de cada plato está estableciendo una biyección entre los platos y los tenedores de la mesa sin necesidad de contarlos. Pues bien, Russell identificó el número de (elementos de) un conjunto con la clase de todas las clases biyectables con ese conjunto. Así, por ejemplo, el número de páginas de un libro sería la clase de todas las clases biyectables con el conjunto de sus páginas (si el libro tuviera 230 páginas, sería la clase de todas las clases con 230 elementos). En especial, el 2 sería la clase de todos los pares, el 3 la clase de todos los tríos, etc. Habiendo definido lo que es el número de una clase, se puede definir número natural, en general, como aquello que es número de alguna clase: x es un número natural si y sólo si hay una clase y tal que x es el número de y. Esta definición no es circular, pues el concepto de número de está previamente definido con total independencia del concepto de número natural. Una teoría parecida ya había sido anteriormente expuesta por Frege, pero Russell sólo descubrió sus obras después de haber llegado por sí mismo a ideas similares.

El programa logicista enunciado en Los principios de la matemática habría de ser llevado a cabo posteriormente, deduciendo los principales teoremas matemáticos a partir de principios lógicos explícitos mediante las reglas de la lógica formal. Russell estudió y asimiló rápidamente tanto la lógica de Frege como el simbolismo de Peano, desarrolló la lógica de las relaciones y dispuso pronto del instrumento formal flexible y potente que necesitaba. Había llegado el momento de ponerse manos a la obra.

LAS PARADOJAS

En la primavera de 1901 Russell se puso a deducir las matemáticas a partir de la lógica. De pronto se dio cuenta de que su trabajo había sido en vano. Las ideas intuitivas de clase o conjunto que había venido utilizando hasta entonces resultaban ser contradictorias. Estudiando la paradoja descubierta por Cantor, y referente a la cardinalidad (el número de elementos) de la clase universal, descubrió una contradicción mucho más simple y básica: la famosa «paradoja de Russell».

Según la idea intuitiva, a cada propiedad corresponde una clase: la clase de todas las cosas que tienen esa propiedad. Pensemos en la clase de todas las clases que no son miembros de sí mismas, es decir, en la clase de todas las cosas que tienen la propiedad de no ser miembros de sí mismas. Llamémosla r = {x | x∉x}. ¿Es r miembro de sí misma? ¿Es r∈r? Si lo es, no lo es. Si no lo es, lo es. En efecto, si r es miembro de sí misma, entonces no es una de las clases que no son miembros de sí mismas, y por tanto no es miembro de r (es decir, de sí misma). Y si r no es miembro de sí misma, entonces es una de las clases que no son miembros de sí mismas, y por tanto es miembro de r (es decir, de sí misma). En cualquier caso, se obtiene una contradicción (r es miembro de r si y sólo si r no es miembro de r):

r∈r ⇔ r∉r

«Al principio —escribe Russell— supuse que podría superar con facilidad la contradicción, y que probablemente habría un error trivial en el razonamiento… Durante la segunda mitad de 1901 seguía pensando que la solución sería fácil, pero al término de ese tiempo había llegado a la conclusión de que se trataba de una tarea enorme». Mientras la difusión de la paradoja de Russell producía conmoción en toda la Europa académica y daba lugar a la llamada crisis de los fundamentos de las matemáticas, Russell seguía esforzándose infructuosamente en resolver las contradicciones. «Todas las mañanas —escribe— me sentaba ante una hoja de papel en blanco. Durante todo el día, salvo un breve intervalo para comer, miraba fijamente la hoja en blanco. A menudo, cuando llegaba la noche, la hoja seguía intacta… Los dos veranos de 1903 y 1904 están grabados en mi mente como un período de absoluto estancamiento intelectual».

LA TEORÍA DE LOS TIPOS

En 1905 desarrolló Russell su teoría de las descripciones, que ayuda a entender el status lógico de expresiones —como «el actual rey de Francia» o «el mayor número primo»— que, si bien parecen, por su forma, referirse a algo, no hay nada a lo que puedan referirse.

La solución definitiva a las paradojas la encontró Russell en 1906 con la invención de la teoría de los tipos. Según esta teoría —en su versión más simple y sin entrar en detalles— todas las clases se dividen en tipos: las clases de individuos o cosas concretas son clases del primer tipo; las clases de clases del primer tipo son clases del segundo tipo; las clases de clases del segundo tipo son clases del tercer tipo, etc. En la teoría de tipos sólo puede afirmarse o negarse la pertenencia de una clase de tipo determinado n a otra clase de tipo inmediatamente superior n + 1. Expresiones tales como «clase que es miembro de sí misma» (x∈x) no son verdaderas ni falsas, sino que están mal formadas, carecen de sentido, y no son formulables en la teoría de los tipos, con lo que las contradicciones por ellas generadas desaparecen.

«Después de esto —anota Russell— sólo quedaba escribir el libro… Trabajé en ello de diez a doce horas diarias durante unos ocho meses al año, desde 1907 hasta 1910». El resultado constituye los tres gruesos volúmenes de Principia Mathematica, publicados entre 1910 y 1913, y que pretenden llevar a cabo de modo completo y detallado el programa logicista, reduciendo la matemática entera —y en especial la aritmética— a los principios de la lógica.

Dificultades surgidas en el desarrollo de los Principia hacen dudoso que la tesis logicista quedara en ellos probada (por ejemplo, resulta difícil pensar que el axioma de infinitud o el de reducibilidad sean principios lógicos). Y actualmente pocos filósofos de la matemática aceptan esa tesis. En efecto, las famosas investigaciones de Kurt Gödel culminaron en el llamado teorema de incompletitud, que afirma la imposibilidad de formalizar completamente la aritmética en un sistema consistente de axiomas y reglas de inferencia. Con ello, la tesis logicista quedaba arruinada. Pero eso no es óbice para que la obra gigantesca Principia Mathematica sea un pilar fundamental y un punto de referencia obligado de toda la lógica y la filosofía de la matemática posteriores. El mismo trabajo de Gödel antes aludido tomó los Principia de Russell y Whitehead como punto de partida, como indica su propio título: «Sobre sentencias formalmente indecidibles en Principia Mathematica y sistemas afines» (1931).

Entre 1902 y 1910 la tensión combinada de un esfuerzo intelectual agotador y de una serie de desdichas privadas hizo muy difícil para Russell desarrollar su tarea hasta el final. «Pero persistí —nos cuenta— y, al final, el trabajo quedó concluido, aunque mi intelecto jamás se recuperó por completo de aquella tensión. Y desde entonces, siempre me he sentido menos capaz que antes de abordar abstracciones difíciles».

EL FENOMENALISMO

En 1911 Bertrand Russell pasó a aplicar el método del análisis lógico al dominio de las ciencias empíricas y de los objetos físicos. Expuso sus resultados durante la primavera de 1914 en la Universidad de Harvard y en una serie de conferencias públicas en Boston, y los publicó ese mismo año en el libro titulado Our Knowledge of the External World (Nuestro conocimiento del mundo exterior).

En nuestro conocimiento empírico (es decir, no puramente formal, como el lógico o el matemático), Russell distingue elementos primordiales, creídos por sí mismos, sin justificación alguna, y elementos derivados, inferidos en algún sentido (aunque sea inconscientemente) de los anteriores. Los elementos primordiales, inmediatamente evidentes, de nuestro conocimiento empírico son los datos sensibles —sense data— directamente percibidos por la vista, el tacto o el oído. Nuestros conocimientos referentes tanto a los objetos físicos de la experiencia cotidiana (árboles, sillas, etc.) como a los objetos teóricos de la ciencia física (campos electromagnéticos, partículas elementales, etc.) constituyen elementos derivados o inferidos de los datos sensibles.

Así como al tratar del conocimiento formal Russell había tratado de reducir la matemática a la lógica, redefiniendo todos los conceptos matemáticos en función de conceptos puramente lógicos, así también al tratar del conocimiento empírico Russell intentaba reducirlo a sus elementos más evidentes y seguros, es decir, a los datos sensibles inmediatos. No se trata de que no podamos seguir hablando de los objetos físicos tanto observables como teóricos. Los primeros son necesarios para nuestra vida cotidiana; los segundos, para la formulación de las teorías científicas que nos permiten explicar y predecir las variaciones y regularidades en la ocurrencia de los datos sensibles. De lo que se trata (aplicando la navaja de Ockham, de que no hay que multiplicar las entidades admitidas sin necesidad) es de hallar la manera de definir los objetos físicos observables y teóricos como estructuras complejas de datos sensibles, de tal modo que los enunciados físicos (tanto cotidianos como teóricos) usuales puedan ser interpretados como abreviaturas de otros enunciados más largos en los que sólo se habla de datos sensibles, y de clases de datos sensibles (y de clases de clases de datos sensibles, etc.). Cuando hablamos de los objetos físicos, estaríamos, pues, hablando en último término de lo dado en la percepción sensible. Esto no implica que los objetos físicos sean meros manojos de datos sensibles, sino únicamente que los datos sensibles proporcionan una base suficiente para la interpretación y justificación de nuestras afirmaciones físicas, o (usando una famosa distinción russelliana) que nuestro conocimiento por descripción es reducible a nuestro conocimiento directo.

Nuestro conocimiento del mundo exterior se limita a indicar a grandes rasgos este programa fenomenista de reconstrucción del aparato conceptual de la física a partir de los datos sensibles, pero no lleva a cabo el desarrollo detallado del mismo. El libro acaba diciendo: «El estudio de la lógica constituye el estudio central de la filosofía: proporciona a la filosofía su método de investigación, al igual que la matemática proporciona a la física el suyo… Todo el supuesto conocimiento de los sistemas tradicionales debe ser barrido y hay que efectuar un nuevo comienzo. A los hombres comprometidos en el desarrollo de la ciencia; que hasta ahora, y no sin justificación, se han desviado de la filosofía con cierto desprecio, este nuevo método, exitoso ya en problemas tan antiguos como el del número, el infinito, la continuidad, el espacio y el tiempo, ofrece un atractivo que los métodos más antiguos han dejado por completo de ofrecer… La primera y única condición que es necesaria para asegurar a la filosofía en el próximo futuro unos resultados que superen con mucho todo cuanto hasta ahora ha sido realizado por los filósofos, es la creación de una escuela de hombres con entrenamiento científico e intereses filosóficos, libres de las tradiciones del pasado y no desviados por los métodos literarios de los que imitan a los antiguos en todo excepto en sus méritos».

En 1921 el joven Rudolf Carnap leyó estas palabras. «Sentí —escribe Carnap— como si ese llamamiento me hubiera sido dirigido a mí personalmente». Carnap, que acababa de concluir sus estudios de física y filosofía, se puso a estudiar febrilmente las obras de Russell. No teniendo dinero para comprar los Principia, escribió al autor, preguntándole dónde podría comprar un ejemplar de segunda mano. Russell no se lo pudo decir, pero le contestó enviándole las definiciones más importantes de los Principia, en treinta y cinco páginas escritas a mano por él mismo. A partir de entonces Carnap, recogiendo el guante lanzado por Russell, se dedicaría al desarrollo del programa fenomenista de reducción de nuestros conceptos físicos a los datos sensibles. Sin embargo, más bien que los datos sensibles aislados, Carnap —influido por la Gestalttheorie— eligió como base de la reducción las vivencias elementales (o totalidades de la percepción sensible en un instante determinado) y la relación de reconocimiento de analogía entre dos vivencias elementales. A partir de esta base fenomenista (y solipsista) Carnap construyó —mediante definiciones formales que sólo hacían uso del aparato lógico de Russell— el mundo de la sensación, el mundo de los objetos físicos, etc. Las investigaciones de Carnap aparecieron en 1928 en su libro La construcción lógica del mundo.

En definitiva, lo que Russell había propuesto y Carnap había (al menos en parte) realizado no era sino el análisis lógico y la precisión técnicamente actualizada de la tradicional tesis empirista de que nuestro conocimiento no formal es reducible a los datos de la experiencia sensible inmediata. El programa fenomenista tropezó con muchas dificultades, puestas de manifiesto precisamente por su tratamiento formal. Russell pasó de tomar como base los datos sensibles de un solo individuo a tomar los de todos los humanos, e incluso todos los datos sensibles posibles, para acabar finalmente abandonando los datos sensibles en favor de un sistema en que se toman como base las cualidades simples y la relación de compresencia (en sus obras An Inquiry into Meaning and Truth (Investigación sobre el significado y la verdad), 1940, y Human Knowledge: Its Scope and Limits (El conocimiento humano: su alcance y sus límites), 1948. El mismo Carnap abandonó también pronto sus investigaciones sobre el programa fenomenista, pensando que una base fisicalista (o materialista) era más adecuada para el desarrollo del lenguaje científico y la comprobación intersubjetiva de los resultados. Sin embargo, el programa fenomenista, abandonado por sus fundadores, seguiría abriéndose camino. La estructura de la apariencia (1951), de Nelson Goodman, representa el más refinado tratamiento que la tesis fenomenista haya recibido hasta hoy. Y el primer libro de Ulises Moulines, La estructura del mundo sensible, constituyó un paso más en la misma dirección.

Tanto la tesis logicista (la matemática es reducible a la lógica) como la tesis fenomenista (la física es reducible a los datos sensibles inmediatos) no han podido ser convincentemente establecidas. En cierto modo han fracasado, pues casi ningún filósofo actual de la ciencia las aceptaría. Sin embargo, los métodos usados en su desarrollo —los métodos del análisis lógico y la reconstrucción formal— han resultado ser extraordinariamente fecundos.

La filosofía de Russell abarca todos los problemas de la filosofía y aporta soluciones originales a muchos de ellos que aquí no podemos mencionar siquiera.

Durante los años anteriores y posteriores a la primera guerra mundial Ludwig Wittgenstein estuvo estudiando filosofía con Russell y colaborando con él en la formulación de la filosofía que luego aparecería en la Filosofía del atomismo lógico (1919) de Russell y en el Tractatus Logico-Philosophicus (1921) de Wittgenstein.

La distinción entre lo falso y lo sin sentido, introducida por Russell a propósito de la teoría de los tipos, ejerció un notable influjo en el Círculo de Viena. Russell anticipó las ideas más tarde desarrolladas por Tarski para evitar las paradojas semánticas mediante la distinción de una jerarquía de metalenguajes. La teoría de las descripciones de Russell permitió a Quine la formulación de su famoso criterio ontológico. Hacer la lista de las influencias de Russell equivaldría a contar toda la historia de la filosofía contemporánea.

FILÓSOFO PRÁCTICO

Bertrand Russell se ha ganado un puesto de primer plano en la historia del pensamiento, sobre todo gracias a sus aportaciones a la lógica y a la filosofía. Sin embargo, esta actividad filosófica y científica no fue sino una faceta de su rica personalidad, que también se manifestó con lucidez y apasionamiento en los más variados dominios de la praxis. Hombre que sentía aguda e intensamente el dolor y la opresión de los otros humanos, Russell dedicó una considerable parte de sus energías a la lucha contra la brutalidad, la irracionalidad, el dogmatismo y la injusticia.

En 1903-1904 Russell estuvo haciendo campaña a favor del libre comercio internacional, en contra de la postura entonces defendida por el gobierno británico.

Russell siempre fue un ardiente partidario de la igualdad de derechos de las mujeres. En 1907 fue candidato al Parlamento por la unión pro sufragio femenino, que defendía el derecho al voto de las mujeres. A pesar del apoyo entusiasta de Alys y del movimiento feminista, no resultó elegido, y tuvo que aguantar insultos, mofas y violencias sin cuento.

Apenas vuelto a Inglaterra de su viaje a Estados Unidos en 1914, estalló la Primera Guerra Mundial, contra la que Russell se manifestó desde el primer momento. A principios de 1916 se introdujo el servicio militar obligatorio en Gran Bretaña. Cuando seis activistas fueron detenidos por repartir un panfleto en contra, Russell publicó en el diario The Times una carta, declarándose autor del panfleto, a consecuencia de lo cual fue expulsado del Trinity College de la Universidad de Cambridge, del que había sido nombrado profesor cuatro años antes. La Universidad de Harvard lo volvió a invitar a impartir allí sus clases, pero el gobierno británico le negó el pasaporte. Russell siguió escribiendo contra la guerra e incluso hizo llegar de contrabando una carta pública al presidente Woodrow Wilson, pidiéndole que Estados Unidos no entrase en la guerra. A finales de 1917 publicó un artículo sobre la oferta de paz alemana, como consecuencia del cual fue condenado a seis meses de cárcel, de los que sirvió cuatro en la prisión de Brixton. Aprovechó su encarcelamiento para escribir en la celda la Introduction to Mathematical Philosophy (Introducción a la filosofía matemática) (1921), brillante exposición divulgadora de los resultados de sus investigaciones anteriores.

Después de la guerra Russell tuvo dos infantes con su segunda esposa, Dora, y se interesó vivamente por la pedagogía. En 1926 publicó su libro On Education (Sobre la educación). Insatisfecho de la educación autoritaria de las escuelas de su tiempo, Russell creó y dirigió él mismo una escuela experimental de carácter avanzado, a la que asistían sus propios hijos, Kate y John. Durante este tiempo dio varios ciclos de conferencias en Estados Unidos a fin de recaudar fondos para su escuela. En 1931, tras la ruptura con Dora, dejó la escuela en manos de ella.

Russell siempre se opuso a la moral tradicional cristiana en cuestiones de sexualidad y reproducción, que él consideraba hipócrita, cruel e irracional. Abogó por la destabuización de la sexualidad, por el matrimonio a prueba entre jóvenes y por el control de la natalidad, además de quitar importancia a la infidelidad conyugal. En 1929 publicó su libro Marriage and Morals (Matrimonio y moral), en el que exponía sus opiniones al respecto.

Desde septiembre de 1938 hasta mayo de 1944 Russell permaneció en Estados Unidos, en compañía de su tercera esposa, Patricia, y su hijo común, Conrad. Durante el primer invierno dio un curso en la Universidad de Chicago (al que asistían Rudolf Carnap y Charles Morris). En 1939 trasladó su actividad académica a la Universidad de California en Los Angeles. Fruto de sus clases en Chicago y Los Angeles fue su libro An Inquiry into Meaning and Truth (Investigación sobre el significado y la verdad).

Finalmente, en 1940 fue nombrado profesor del City College de New York, lo cual dio lugar a una tempestad de protestas (debidas a su libro Matrimonio y moral) de los cristianos fundamentalistas, como el obispo Manning, que acusaba a Russell de sentar cátedra de indecencia y corromper a la juventud. Una histérica campaña llevó el asunto a los tribunales, y un juez católico irlandés fanático, McGeehan, lo expulsó de su cátedra de lógica y filosofía en un juicio bochornoso que recordaba al de Sócrates.

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

Aislado de Inglaterra por la Segunda Guerra Mundial, y teniendo que proveer a su familia (su mujer Patricia y los tres infantes, John, Kate y Conrad), Russell se encontró de pronto sin trabajo, pues tras el escándalo del New York City College nadie se atrevía a emplearlo. De esta difícil situación vino a salvarlo el millonario Albert Barnes, que en 1940 le ofreció un generoso contrato de cinco años en la Fundación Barnes, en Philadelphia. Allí pasó Russell dos años y medio tranquilos, que dedicó a trabajar en la historia de la filosofía. A finales de 1942 el irascible Barnes se enfadó con Patricia y rompió su contrato con Bertrand Russell, que continuó trabajando en su historia en la biblioteca del cercano Bryn Mawr College. El resultado de esos cuatro años de trabajo fue su obra A History of Western Philosophy (Historia de la filosofía occidental) publicada en 1945. La mayor parte de sus capítulos corresponden a las conferencias de Russell en la Fundación Barnes.

El adelanto que recibió del editor (Simon and Schuster) le permitió a Russell pagar sus deudas y mantener a su familia hasta su vuelta a Inglaterra. Su Historia de la filosofía occidental resultó un gran éxito de ventas. «La obra —escribe Russell— se convirtió en mi principal fuente de ingresos durante muchos años e incluso, durante un tiempo, logró escalar la lista americana de bestsellers».

En el prefacio Bertrand Russell reconoce que él no es un especialista de ninguno de los temas históricos que trata, con una sola excepción: Leibniz. En efecto, ya en 1900 había publicado un libro sobre The Philosophy of Leibniz (La filosofía de Leibniz), y fue uno de los primeros tratadistas en tomarse en serio los documentos inéditos de Leibniz publicados por Couturat y que presentaban una imagen muy distinta —mucho más rigurosa y coherente, a la vez que más heterodoxa— del pensamiento leibniziano. En cualquier caso, y como él mismo señala, es imposible que el autor de una historia general de la filosofía sea un especialista en los temas tratados. Su aportación consiste más bien en abordar los temas con espíritu fresco y establecer conexiones y comparaciones inesperadas entre los diversos pensadores y períodos, cosas que Russell hace con indudable brillantez. El estilo claro, gracioso, irreverente e incisivo de Russell es sin duda la principal causa del inmenso éxito de esta obra, a pesar de sus defectos y desproporciones. La desproporción más extraña consiste en que la obra dedica mucho espacio a la filosofía antigua y medieval, poco a la moderna y casi nada a la contemporánea, es decir, a la del siglo XX, que es la que Russell mejor conocía. Ello se debe sin duda a las circunstancias de su composición. Russell pensaba haber trabajado cinco años en el proyecto en la Fundación Barnes, pero su trabajo se vio interrumpido a la mitad, por lo que las partes posteriores de la obra recibieron un tratamiento comparativamente mucho más sumario que las anteriores.

Preocupado por el riesgo de una nueva guerra mundial, Russell pasó gran parte de los años cincuenta organizando campañas a favor del desarme, y en especial contra el armamento atómico y las pruebas nucleares. Crítico implacable de todas las opresiones, lo mismo denunció desde el principio la total supresión de las libertades en la Unión Soviética que criticó severamente la intervención norteamericana en la guerra del Vietnam.

En 1944 P. A. Schilpp publicó dos volúmenes de homenaje a Bertrand Russell. Entre los autores que analizaban su pensamiento se encontraban figuras de la talla de Albert Einstein, Kurt Gödel y G. E. Moore. Un cuarto de siglo después aparecía un nuevo volumen de homenaje, titulado esta vez Bertrand Russell, filósofo del siglo. En efecto, ningún otro filósofo de este siglo —con la posible excepción de Wittgenstein— podría compararse con Russell en cuanto a su decisiva influencia en los más diversos campos. Sin embargo, Russell no fue el fundador de ninguna escuela filosófica: el «russellismo» no existe. Ni siquiera mantuvo sus propias ideas estables a lo largo de su vida, sino que las sometió todas a un inacabable proceso de constante (y a veces radical) revisión.

En su larga vida —vivió noventa y ocho años— Russell vio triunfar muchas de las ideas y causas que había defendido, recibió innumerables honores —desde la Orden del Mérito hasta el premio Nobel de Literatura— y fue ampliamente leído y admirado. Su vida, tanto pública como privada, fue rica y variada. Sin embargo, su aguda sensibilidad lo hizo sufrir mucho y compadecerse intensamente de las desdichas que azotaban a la humanidad y que él sufría como propias. Pero nunca perdió la esperanza, ni la inteligencia, ni el sentido del humor. Murió el 2 de febrero de 1970.

JESÚS MOSTERÍN