Francis Bacon
Francis Bacon (1561-1626), aunque su filosofía es en muchos aspectos insatisfactoria, es siempre importante como fundador del moderno método inductivo y como precursor del intento de sistematización del procedimiento científico.
Era hijo de Nicolas Bacon, lord guardasellos del rey, y su tía era la mujer de William Cecil, luego lord Burghley, educándose, por tanto, en la atmósfera de los asuntos de Estado. Entró en el Parlamento a los veintitrés años y fue consejero de Essex. A pesar de esto, cuando Essex perdió el favor, colaboró en su persecución. Por ello ha sido severamente censurado; Lytton Strachey, por ejemplo, en su Isabel y Essex, representa a Bacon como un monstruo de traición e ingratitud. Esto es completamente injusto. Trabajó con Essex mientras éste fue leal, pero lo abandonó cuando continuar siendo leal a él hubiera sido una traición; en esto no hubo nada que ni aun el más rígido moralista de la época pudiera condenar.
A pesar de su abandono de Essex, nunca adquirió el favor por completo durante la vida de Isabel. Con el advenimiento de Jacobo mejoraron sus perspectivas. En 1617 obtuvo el cargo de su padre como guardasellos del rey, y en 1618 fue lord canciller. Pero después de haber ocupado este gran puesto sólo dos años, fue perseguido por aceptar presentes de los litigantes. Reconoció la veracidad de la acusación, alegando en su defensa solamente que los obsequios nunca influyeron en sus decisiones. En esto cada uno puede formar su criterio, pues no puede haber pruebas sobre las decisiones que Bacon hubiera adoptado en otras circunstancias. Fue condenado a una multa de 40.000 libras esterlinas, a ser encarcelado en la Torre durante el tiempo que el rey quisiera, a perpetuo destierro de la corte y a inhabilitación para desempeñar cargos. Esta sentencia sólo se ejecutó muy parcialmente. No se le obligó a pagar la multa y sólo estuvo preso en la Torre cuatro días. Pero se le forzó a abandonar la vida pública y pasó el resto de sus días escribiendo obras importantes.
La ética de la profesión jurídica, en aquellos tiempos, era algo laxa. Casi todos los jueces aceptaban presentes, habitualmente de las dos partes. Ahora consideramos horrendo que un juez acepte regalos, pero todavía consideramos más horrendo que, después de aceptarlos, sentencie contra los donantes. En aquellos tiempos, los obsequios eran una cosa natural, y un juez mostraba su virtud en no dejarse influir por ellos. Bacon fue condenado por un incidente en un pleito reñido, no porque fuera excepcionalmente culpable. No fue hombre de moral notable, como su precursor Tomás Moro. Pero tampoco excepcionalmente malvado. Moralmente, fue un hombre del montón, ni mejor ni peor que la mayoría de sus contemporáneos.
Después de cinco años de retiro, murió de un resfriado, que cogió mientras hacía un experimento sobre refrigeración, cuando rellenaba un pollo de nieve.
La obra más importante de Bacon, Progreso del saber, es en muchos aspectos notablemente moderna. Generalmente se le considera como creador de la frase «saber es poder», y aunque puede haber tenido predecesores que dijeran lo mismo, él lo dijo con nuevo acento. La base de su filosofía era práctica: dar a la humanidad el dominio sobre las fuerzas de la Naturaleza por medio de descubrimientos e inventos científicos. Sostenía que la filosofía debía separarse de la teología y no estar íntimamente ligada con ella, como en el escolasticismo. Aceptaba la religión ortodoxa: no era hombre que se fuera a pelear con el Gobierno por tal cuestión. Pero mientras pensaba que la razón podía demostrar la existencia de Dios, consideraba que todo lo demás de la teología sólo se conocía por medio de la revelación. Efectivamente sostuvo que el triunfo de la fe es mayor cuando un dogma parece más absurdo a la razón sin apoyo. La filosofía, no obstante, debía basarse solamente en la razón. De esta suerte, fue un defensor de la doctrina de la «doble verdad», la de la razón y la de la revelación. Esta doctrina había sido predicada por ciertos averroístas en el siglo XIII, pero había sido condenada por la Iglesia. El «triunfo de la fe» era, para el ortodoxo, un expediente peligroso. Bayle, a finales del siglo XVII, hizo un uso irónico de él, exponiendo con gran detalle cuanto la razón podía decir contra alguna creencia ortodoxa y concluyendo luego: «tanto mayor es el triunfo de la fe creyendo, a pesar de todo». Es imposible saber hasta qué punto era sincera la ortodoxia de Bacon.
Bacon fue el primero de la larga serie de filósofos de espíritu científico que subrayó la importancia de la inducción como cosa opuesta a la deducción. Como la mayoría de sus sucesores, trató de encontrar algún tipo de inducción mejor que la llamada «inducción por simple enumeración». La inducción por simple enumeración puede representarse por medio de una parábola. Había una vez un empleado del censo que tenía que registrar los nombres de todos los cabezas de familia de cierta aldea de Gales. El primero a quien preguntó se llamaba William Williams; lo mismo el segundo, el tercero, el cuarto… Por último, se dijo para sí: «Esto es una pesadez; evidentemente, todos se llaman William Williams. Así los apuntaré a todos y me tomare un día de vacaciones». Pero estaba equivocado; había uno cuyo nombre era John Jones. Esto indica que nos podemos extraviar si confiamos demasiado implícitamente en la inducción por simple enumeración.
Bacon creyó que tenía un método por medio del cual la inducción podía hacerse algo mejor que en la parábola. Deseaba, por ejemplo, descubrir la naturaleza del calor, que suponía (de modo acertado) consistente en rápidos movimientos irregulares de las partículas de los cuerpos. Su método consistía en hacer listas de cuerpos calientes, listas de cuerpos fríos y listas de cuerpos con diversos grados de calor. Él esperaba que estas listas mostrarían alguna característica siempre presente en los cuerpos calientes y ausente en los fríos, y presente en diversos grados en los cuerpos de diferentes grados de calor. Por este método esperaba llegar a leyes generales, teniendo, en primera instancia, el grado más bajo de generalización. De cierto número de leyes de este tipo esperaba llegar a leyes del segundo grado de generalización, y así sucesivamente. Una ley sugerida debía ser comprobada por medio de su aplicación a nuevas circunstancias; si operaba en estas circunstancias, quedaba confirmada hasta ese límite. Algunos ejemplos son especialmente valiosos, porque nos permiten decidir entre dos teorías, posible cada una hasta el punto en que se extienden las observaciones previas; tales ejemplos se llaman ejemplos privilegiados.
Bacon no sólo despreciaba el silogismo, sino que subestimaba las matemáticas, de modo probable como insuficientemente experimentales. Era ásperamente hostil a Aristóteles, pero estimaba muchísimo a Demócrito. Aunque no negaba que el curso de la naturaleza revela una finalidad divina, se oponía a toda mezcla de explicación teológica en la verdadera investigación de los fenómenos; «todo —sostenía él— debe explicarse como procedente de modo necesario de causas eficientes».
Valoró su método mostrando de qué modo deben ordenarse los datos obtenidos por la observación, en los cuales debe basarse la ciencia. «No debemos ser —nos dice— como las arañas, que hilan cosas sacadas de su propio interior, ni como las hormigas, que se limitan a reunir cosas, sino como las abejas, que a la par reúnen y ordenan». Esto es algo injusto para las hormigas, pero ilustra el pensamiento de Bacon.
Una de las partes más famosas de la filosofía de Bacon es su enumeración de lo que él llama ídolos, con lo cual da a entender los malos hábitos mentales que hacen que la gente caiga en el error. Enumera cinco clases. «Ídolos de la tribu» son los inherentes a la naturaleza humana; menciona en particular el hábito de esperar más orden en los fenómenos naturales del que realmente ha de encontrarse. «Ídolos de la caverna» son los prejuicios personales, característicos del investigador particular. «Ídolos de la plaza del mercado» son los que se relacionan con la tiranía de las palabras, y con la dificultad de librarse de su influencia en las mentes. «Ídolos del teatro» son los que tienen que ver con los sistemas de pensamientos recibidos; de éstos, naturalmente, proporcionan los ejemplos más notables Aristóteles y la escolástica. Por último vienen los «ídolos de las escuelas», que consisten en creer que alguna regla ciega (tal como el silogismo) puede ocupar el lugar del juicio en la investigación.
Aunque la ciencia era lo que le interesaba a Bacon, y aunque su actitud general fue científica, pasó por alto la mayor parte de lo que se estaba haciendo en este campo en su tiempo. Rechazó la teoría copernicana, lo que era excusable en lo que se refiere al propio Copérnico, puesto que no presentó ningún argumento verdaderamente sólido. Pero Bacon debió haber sido convencido por Kepler, cuya Nueva Astronomía apareció en 1609. Bacon parece no haber conocido la obra de Vesalio, el precursor de la anatomía moderna, ni la de Gilbert, cuya obra sobre magnetismo ilustraba brillantemente el método inductivo. Lo que todavía es más sorprendente, parecía no darse cuenta de la obra de Harvey, aunque éste fue su médico. Es verdad que Harvey no publicó su descubrimiento de la circulación de la sangre hasta después de la muerte de Bacon, pero era de suponer que Bacon estuviera al tanto de sus investigaciones. Harvey no tenía muy alta opinión de él, al afirmar: «escribe filosofía como un lord canciller». Sin duda Bacon lo hubiera hecho mejor de no preocuparse tanto por el éxito mundano.
El método inductivo de Bacon tiene el defecto de no dar suficiente importancia a la hipótesis. Él esperaba que la simple disposición ordenada de los datos haría obvia la hipótesis adecuada, pero esto ocurría pocas veces. En general la formación de hipótesis es la parte más difícil de la obra científica y en la que es indispensable una gran habilidad.
Hasta ahora no se ha hallado ningún método que haga posible la invención de hipótesis por medio de reglas. Habitualmente, una hipótesis es un preliminar necesario para la colección de hechos, puesto que la selección de éstos requiere algo previo que determine su importancia. Sin algo de esta clase, la mera multiplicidad de hechos es desconcertante.
El papel desempeñado por la deducción en la ciencia es mayor de lo que Bacon suponía. A menudo, cuando es preciso comprobar una hipótesis, hay un largo camino deductivo desde la hipótesis hasta alguna consecuencia que pueda ser comprobada por medio de la observación. Ordinariamente, la deducción es matemática, y a este respecto Bacon subestimó la importancia de las matemáticas en la investigación científica.
El problema de la inducción por simple enumeración sigue sin resolver hasta ahora. Bacon estaba totalmente en lo cierto al rechazar la simple enumeración en lo referente a los detalles de la investigación científica, pues al tratarse de detalles, podemos suponer leyes generales sobre cuya base —en la medida en que son considerados válidos— pueden elaborarse métodos más o menos convincentes. John Stuart Mill ideó cuatro normas del método inductivo, que pueden emplearse útilmente siempre que se dé por sentada la ley de causalidad; pero esta misma ley, según él tuvo que confesar, ha de aceptarse únicamente sobre la base de la inducción por simple enumeración. Lo que se ha logrado con la organización teórica de la ciencia es la reunión de todas las inducciones subordinadas en unas cuantas que son muy amplias —quizá en sólo una—. Tales amplias, o comprensivas, inducciones son confirmadas por tantos ejemplos que se considera legítimo aceptar, en lo que a ellas respecta, una inducción por simple enumeración. Esta situación es profundamente insatisfactoria, pero ni Bacon ni ninguno de sus sucesores ha encontrado modo de salir de ella.