La cultura y la filosofía mahometanas
Los asaltos al Imperio de Oriente, África y España fueron distintos de los ataques de los bárbaros del Norte al Occidente, en dos aspectos: primero, el Imperio de Oriente perduró hasta 1453, cerca de mil años más que el de Occidente; segundo, los principales ataques al Imperio oriental se hicieron por los mahometanos, que no se convirtieron al cristianismo después de la conquista, sino que desarrollaron una importante civilización propia.
La hégira[19] con la que comienza la era de Mahoma, ocurre el 15 de julio de 622 d. C. Mahoma murió diez años después. Inmediatamente después de su muerte comenzaron las conquistas árabes, que se extendieron con extraordinaria rapidez. En el Este, Siria fue invadida en 634 y completamente sometida en el transcurso de dos años. En 637, Persia fue invadida; en el año 650 su conquista se puede dar por terminada. La India fue invadida en 664; Constantinopla, asediada en 669 (y nuevamente en 716-717). El movimiento hacia Occidente no se produjo tan de repente. Egipto fue conquistado alrededor de 642; Cartago no lo fue hasta 697. España, excepto un pequeño rincón del Noroeste, fue conquistada en 711-712. La expansión hacia el Oeste (excepto Sicilia y el sur de Italia) fue detenida por la derrota de los mahometanos en la batalla de Tours, en 732, justamente cien años después de la muerte del profeta. (Los turcos otomanos, que finalmente habían conquistado Constantinopla, pertenecen a un período posterior al que ahora tratamos).
Varias circunstancias facilitaban esta expansión. Persia y el Imperio oriental estaban agotadas por largas guerras. Los sirios, en gran parte nestorianos, sufrieron la persecución de los católicos, mientras que los mahometanos toleraron todas las sectas de los cristianos a cambio del pago de tributos. Análogamente, en Egipto, los monofisitas, que eran la mayoría de la población, recibieron bien a los invasores. En África los árabes se unieron a los bereberes, a los que los romanos nunca habían subyugado completamente. Árabes y bereberes invadieron juntos España, donde los judíos, perseguidos por los visigodos, los apoyaron.
La religión del Profeta era un simple monoteísmo, sin complicaciones con la intrincada teología de la Trinidad y de la Encarnación. El Profeta no alegó ser divino, ni sus partidarios se lo atribuyeron. Resucitó la prohibición de los judíos respecto a hacer imágenes, y prohibió el vino. El deber de los fieles era conquistar la más grande porción del mundo posible para el Islam, pero sin perseguir a los cristianos, judíos o zoroastrianos —el «pueblo del Libro», como los llama el Corán—, esto es, aquellos que obedecieron las enseñanzas de una Escritura.
Arabia era, en su mayor parte, desierto, y cada vez menos capaz de alimentar su población. Las primeras conquistas de los árabes empezaron como meras incursiones de saqueo, que sólo se convirtieron en ocupaciones permanentes cuando la experiencia les hizo ver la debilidad del enemigo. De repente, en el transcurso de veinte años, los hombres acostumbrados a la dureza de una mísera existencia al borde del desierto se hicieron los amos de una de las más ricas regiones del mundo, capaces de disfrutar de todo lujo y de adquirir todos los refinamientos de una antigua civilización. Resistieron las tentaciones de su transformación mejor que la mayor parte de los bárbaros del Norte. Como habían conquistado su imperio sin graves luchas, había pocas cosas destruidas, y la administración civil apenas fue alterada. Tanto en Persia como en el Imperio bizantino el Gobierno civil había estado bien organizado. Las tribus árabes, al principio, no entendían nada de sus complicaciones, y a la fuerza aceptaron los servicios de los hombres que estaban ocupando tales puestos. Éstos, en su mayor parte, no se oponían a servir bajo sus nuevos amos. En efecto, el cambio facilitó su obra, puesto que los impuestos eran menores. La población, sin embargo, para eludir el tributo, cambió el cristianismo por el Islam.
El Imperio árabe era una monarquía absoluta bajo el califa, sucesor del Profeta, y heredó gran parte de su carácter sagrado. El califato era nominalmente electivo, pero pronto se hizo hereditario. La primera dinastía, la de los omeyas, que duró hasta 750, fue fundada por hombres que habían aceptado el mahometismo por conveniencia política, y siempre se opuso a los fieles fanáticos. Los árabes, aunque conquistaron gran parte del mundo en nombre de una nueva religión, no eran una raza muy religiosa; el motivo de sus conquistas era el saqueo y el deseo de riquezas más que la religión. Sólo por su falta de fanatismo le fue posible a un puñado de guerreros gobernar sin grandes dificultades gran cantidad de pueblos de civilización más elevada y de distinta religión.
Los persas, por el contrario, habían sido, desde tiempos muy anteriores, profundamente religiosos y altamente especulativos. Después de su conversión, hicieron del Islam algo mucho más interesante, religioso y filosófico de lo que había sido ideado por el Profeta y sus amigos mismos. Desde la muerte del yerno de Mahoma, Alí, en 661, los mahometanos se habían dividido en dos sectas, los sunni y los shiah. La primera es la más grande, la segunda es partidaria de Alí y considera a la dinastía omeya como usurpadora. Los persas siempre han pertenecido a la secta de shiah. En gran parte debido a la influencia de los persas, la dinastía omeya fue por fin arrojada, reemplazada por los abasidas que representaron los intereses persas. El cambio se hizo manifiesto por el traslado de la capital de Damasco a Bagdad.
Los abasidas eran políticamente más favorables a los fanáticos que los omeyas. Sin embargo, no tuvieron todo el Imperio. Un miembro de la familia omeya se salvó de la matanza general, huyó a España y fue reconocido allí como soberano legítimo. Desde esta época España fue independiente del resto del mundo mahometano.
Bajo los primeros abasidas, el califato alcanzó su mayor esplendor. El más conocido es Harun al Raschid (muerto en 809), que era contemporáneo de Carlomagno y de la emperatriz Irene, y todo el mundo le conoce por las leyendas de Las mil y una noches. Su corte fue un brillante centro de lujo, poesía y sabiduría; sus ingresos eran enormes, su imperio se extendió desde el estrecho de Gibraltar hasta el Indo. Su voluntad era absoluta; generalmente salía acompañado por el verdugo, que cumplía con su oficio a un signo del califa. Este esplendor, sin embargo, tuvo corta duración. Su sucesor cometió el error de componer su ejército principalmente de turcos, que eran desobedientes, y pronto redujeron a los califas a la nada, cegándolos o asesinándolos cuando la soldadesca se cansaba de ellos. Sin embargo, el califato siguió existiendo; el último califa de los abasidas fue muerto por los mongoles en 1256, junto con 800.000 habitantes de Bagdad.
El sistema político y social de los árabes tenía defectos parecidos a los del Imperio romano, y otros más. La monarquía absoluta y la poligamia condujeron, como de costumbre, a guerras dinásticas cada vez que moría un soberano, terminando con la victoria de uno de los hijos del soberano y con la muerte de los demás; a veces hubo insurrecciones peligrosas. El comercio florecía tanto más cuanto que el califato ocupaba una posición central entre el Este y el Oeste. «No solamente la posesión de enormes riquezas creó la demanda de artículos costosos, como las sedas de China y las pieles del norte de Europa, sino que también el comercio lo fomentaron debido a ciertas condiciones especiales como, por ejemplo, la vasta extensión del Imperio musulmán, la expansión del árabe como idioma mundial y la posición predominante asignada al comerciante en el sistema ético musulmán; se recordaba que el mismo Profeta había sido comerciante y había recomendado el comercio en la peregrinación a la Meca».[20] Este comercio, como la cohesión militar, dependía de las grandes carreteras que los árabes heredaron de romanos y persas, y que, a diferencia de los conquistadores nórdicos, no dejaron en mal estado. Poco a poco, sin embargo, el Imperio se dividió en fracciones; España, Persia, África del Norte y Egipto, sucesivamente, se separaron y adquirieron la independencia completa o casi total.
Una de las características mejores de la economía árabe era la agricultura, particularmente el hábil empleo del regadío, que aprendieron debido a la carencia de agua en los lugares donde antes habían vivido. Hasta hoy, la agricultura española se aprovecha de las obras de regadío de los árabes.
La gran cultura del mundo muslime, aunque empezó en Siria, pronto floreció más en el Este y Oeste, en Persia y España. Los sirios, en la época de la conquista, eran admiradores de Aristóteles, al que los nestorianos preferían a Platón, el filósofo favorito de los católicos. Los árabes adquirieron su primer conocimiento de la filosofía griega de los sirios, y así, desde el comienzo consideraron a Aristóteles más importante que Platón. Sin embargo, su Aristóteles llevaba un traje neoplatónico. Kindi (muerto aproximadamente en 873), el primero que escribió filosofía en árabe y el único filósofo notable, era árabe; tradujo partes de las Eneadas de Plotino, y publicó su traducción con el título La teología de Aristóteles. Esto sembró gran confusión entre las ideas árabes sobre Aristóteles, confusión que duró algunos siglos.
Mientras tanto, en Persia, los muslimes entraron en contacto con la India. Por los escritos sánscritos, durante el siglo VIII, adquirieron su primer conocimiento de la astronomía. Aproximadamente en 830, Mohamed ben Musa al-Jwãrizmí, traductor de libros matemáticos y astronómicos del sánscrito, publicó un libro que se tradujo al latín en el siglo XII con el título de Algoritmi de numero Indorum. De esta obra aprendió el Occidente lo que llamamos números arábigos que, en realidad, se debían denominar indios. El mismo autor escribió un libro sobre álgebra que fue empleado en Occidente como libro de texto hasta el siglo XVI.
La civilización persa era intelectual y artísticamente admirable hasta la invasión de los mongoles en el siglo XIII, de la cual nunca se recobró. Omar Kheyyam, el único, al mismo tiempo, matemático y poeta, reformó el calendario en 1079. Su mejor amigo, aunque parezca extraño, fue el fundador de la secta de los Asesinos, el «Hombre viejo de la montaña», de fama legendaria. Los persas eran grandes poetas: Firdusi (hacia el 941), autor de Shahnama, debe de haber sido tan grande como Homero, en opinión de sus lectores. También eran notables místicos, mientras los otros mahometanos carecían de ese don. La secta sufí, que aún existe, tenía gran amplitud en la interpretación mística y alegórica del dogma ortodoxo; era más o menos neoplatónica.
Los nestorianos, por los cuales primeramente llegaron las influencias griegas al mundo muslime, no eran, de ningún modo, puramente griegos en sus ideas. Su escuela de Edesa había sido cerrada por el emperador Zenón en 481; sus eruditos emigraron después a Persia, donde continuaron su labor, pero no sin sufrir la influencia de ésta. Los nestorianos apreciaron a Aristóteles solamente por su lógica, y fue, sobre todo, por su lógica por lo que los filósofos árabes comprendieron su importancia. Más tarde, sin embargo, estudiaron también su Metafísica y su De Anima. Los filósofos árabes, en general, eran enciclopédicos: se interesaron por la alquimia, la astrología, la astronomía y la zoología tanto como por lo que llamamos filosofía. El pueblo los miró con cierta suspicacia, pues era fanático y beato; debieron su seguridad a la protección de los príncipes relativamente librepensadores.
Dos filósofos mahometanos, uno de Persia y otro de España, merecen mención especial: Avicena y Averroes. De éstos, el primero es más famoso entre los mahometanos, el segundo entre los cristianos.
Avicena (Ibn Sina) (980-1037) vivía en lugares que parecen existir solamente en la poesía. Nació en la provincia de Bokhara; a la edad de veinticuatro años se marchó a Khiva —«solitaria Khiva en el desierto»—, después a Khorassan —«la solitaria costa corasmiana»—. Durante una temporada enseñó medicina y filosofía en Ispahán; después se fue a vivir a Teherán. Era aún más famoso en medicina que en filosofía, aunque añadió poco a Galeno. Desde el siglo XII al XVII, estuvo actuando en Europa como guía en la medicina. No tenía carácter de santo, sino que amaba el vino y las mujeres. Se sospechaba que no era ortodoxo, pero lo protegieron los príncipes por su ciencia médica. A veces sufría molestias de parte de los turcos mercenarios que le eran hostiles; unas veces se ocultó, otras fue encarcelado. Fue el autor de una enciclopedia, casi desconocida en el Oriente por la hostilidad de los teólogos, pero influyó en el Occidente a través de traducciones latinas. Su psicología tiene tendencia empírica.
Su filosofía se aproxima más a Aristóteles y menos al neoplatonismo que la de sus predecesores muslimes. Como los escolásticos cristianos, más tarde se ocupa del problema de los universales. Platón había dicho que eran anteriores a las cosas. Aristóteles tiene dos ideas: una cuando piensa, otra cuando combate a Platón. Esto le hace materia ideal para un comentarista.
Avicena inventó una frase que fue repetida por Averroes y Alberto Magno: «El pensamiento da la generalidad en formas». De ahí hay que deducir que no creía en los universales fuera del pensamiento. Sin embargo, esto sería un concepto extremadamente simple. Los géneros —esto es: los universales— están, dice, a la vez antes, dentro y después de las cosas.
Lo explica de la manera siguiente: están antes de las cosas en el entendimiento de Dios. (Dios decide, por ejemplo, crear gatos. Esto requiere que tenga la idea gato que, por lo tanto, es anterior a los gatos particulares). Los géneros están en las cosas en objetos naturales. (Cuando los gatos han sido creados, todos poseen calidad de felino). Los géneros están después de las cosas en nuestro pensamiento. (Cuando hemos visto muchos gatos notamos su parecido entre sí, y llegamos a la idea general gato). Esta idea se propone, evidentemente, reconciliar las distintas teorías.
Averroes (Ibn Rushd) (1126-1198) vivió en el extremo opuesto del mundo muslime de Avicena. Nació en Córdoba, donde su padre y su abuelo habían sido cadíes. Él mismo lo fue, primero en Sevilla, después en Córdoba. Primeramente estudió teología y jurisprudencia, después medicina, matemáticas y filosofía. Fue recomendado al califa Abu Yakub Yusuf como hombre capaz de hacer el análisis de las obras de Aristóteles. (Parece, sin embargo, que no sabía griego). Este soberano le favoreció; en 1184 le nombró médico de cabecera, pero, desgraciadamente, el paciente se murió dos años después. Su sucesor, Almanzor, continuó durante once años la protección iniciada por su padre; después, alarmado por la oposición que los ortodoxos hicieron al filósofo, le quitó su puesto, le desterró primero a un lugar pequeño cerca de Córdoba, y después a Marruecos. Se le acusó de cultivar la filosofía de los antiguos a expensas de la fe verdadera. Almanzor publicó un edicto en el sentido de que Dios había decretado el fuego del infierno para quienes pensaban que la verdad se pudiese hallar por la sola razón. Todos los libros que pudo hallar sobre lógica y metafísica fueron entregados a las llamas.[21]
Poco después, el territorio moro en España fue considerablemente reducido por las conquistas cristianas. La filosofía musulmana en España terminó con Averroes; y en el resto del mundo mahometano una rígida ortodoxia puso fin a la especulación.
Ueberweg emprende —con bastante ingenio— la defensa de Averroes contra la acusación de la heterodoxia; algo que debían resolver los muslimes. Ueberweg señala que, según los místicos, todos los textos del Corán tenían siete, setenta o setecientas maneras de interpretación; la significación literal sólo era para el hombre ignorante y vulgar. Parece inferirse de ello que la enseñanza de un filósofo no podía estar en desacuerdo con el Corán; porque entre setecientas interpretaciones había al menos una que vendría bien a la idea del filósofo. En el mundo mahometano, sin embargo, los ignorantes parecen haberse opuesto a todo saber que fuera más allá del conocimiento del Libro Sagrado; era peligroso, incluso cuando no se podía señalar una determinada herejía. La idea de los místicos de que el pueblo debía comprender literalmente el Corán, pero que la gente culta no, no conquistaría probablemente la aprobación popular en general.
Averroes se afanó en corregir la interpretación árabe de Aristóteles, que había sido influida equivocadamente por el neoplatonismo. Dedicó a Aristóteles la veneración que se da a un fundador de religión, mucho más que la prestada por Avicena. Creía que la existencia de Dios podía ser probada por la razón, independientemente de la revelación, y también Tomás de Aquino sostuvo este punto de vista. En cuanto a la inmortalidad, parece que se unió estrechamente a Aristóteles, sosteniendo que el alma no es inmortal, pero sí el intelecto (nous). Sin embargo, esto no afirma la inmortalidad personal, puesto que el intelecto es uno y el mismo cuando se manifiesta en distintas personas. Naturalmente, esta opinión fue combatida por los filósofos cristianos.
Averroes, como la mayoría de los filósofos ulteriores mahometanos, aunque creyente, no era rígidamente ortodoxo. Hubo una secta de teólogos muy ortodoxos que se oponían a toda la filosofía como perniciosa para la fe. Uno de ellos, llamado Algazel, escribió un libro: Destrucción de los filósofos, donde manifiesta que, pues toda la verdad necesaria está en el Corán, no hay necesidad de especulación independiente de la revelación. Averroes replicó con un libro que se llamaba Destrucción de la destrucción. Los dogmas religiosos que Algazel sostuvo, especialmente contra los filósofos, eran la creación del mundo de la nada en el tiempo, la realidad de los atributos divinos y la resurrección del cuerpo. Averroes cree que la religión contiene la verdad filosófica en forma alegórica. En especial lo aplica a la creación, que él, como filósofo, interpreta de un modo aristotélico.
Averroes es más importante en la filosofía cristiana que en la mahometana. En esta última era un punto muerto: en la primera, en cambio, marcó un comienzo. Fue traducido al latín en la primera parte del siglo XIII por Miguel Escoto; como sus obras pertenecen a la segunda parte del siglo XII, es sorprendente. Su influencia en Europa fue muy grande, no solamente entre los escolásticos, sino también en muchos librepensadores no profesionales que negaron la inmortalidad y fueron llamados averroístas. Entre los filósofos profesionales, sus admiradores se contaron primero y particularmente entre los franciscanos y en la Universidad de París. Pero sobre este tema hablaremos en un capítulo posterior.
La filosofía árabe no es importante como pensamiento original. Hombres como Avicena y Averroes son esencialmente comentaristas. Hablando en términos generales, la ideología de los filósofos más científicos procede de Aristóteles y los neoplatónicos en lógica y metafísica, de Galeno en medicina, de fuentes indias y griegas en matemática y astronomía, y entre los místicos la filosofía religiosa era también una mezcla de antiguas creencias persas. Los escritores árabes mostraron cierta originalidad en matemáticas y química, y en esta última, como resultado casual de las investigaciones alquimistas. La civilización mahometana en sus días cumbre fue admirable en el arte y en ciertas clases de técnica, pero no manifestó capacidad para la especulación independiente en asuntos teóricos. Su importancia, que no se debe menospreciar, reside en su cualidad de transmisora. Entre la civilización antigua y moderna de Europa se halla la Edad Oscura. Los mahometanos y bizantinos, aunque carecían de la energía intelectual necesaria para crear algo nuevo, conservaron la civilización, la educación, los libros y la manera culta del ocio. Estimularon al Occidente cuando resurgió de la barbarie; los mahometanos, sobre todo, en el siglo XII; los bizantinos, en el siglo XV. En ambos casos, el estímulo produjo nuevas ideas que eran mejores que las de los transmisores; en un caso, la escolástica; en otro, el Renacimiento. (Éste, sin embargo, también obedeció a otras causas).
Entre los moros españoles y los cristianos, los judíos formaron una unión útil. Había en España muchos judíos que permanecieron allí cuando el país fue reconquistado por los cristianos. Como sabían el árabe, y a la fuerza aprendieron el idioma de los cristianos, podían hacer traducciones. Otro medio de transfusión se debió a la persecución mahometana de los aristotélicos en el siglo XIII, que fue causa de que los filósofos moros buscaran refugio entre los judíos, especialmente en la Provenza.
Los judíos españoles tuvieron un filósofo de importancia: Maimónides. Nació en Córdoba en 1135, pero se fue a El Cairo cuando tenía treinta años, y permaneció allí durante toda su vida. Escribió en árabe, pero se le tradujo pronto al hebreo. Unas cuantas décadas después de su muerte fue traducido al latín, probablemente a petición del emperador Federico II. Escribió un libro llamado Guía de los indecisos dirigido a los filósofos que habían perdido su fe. Su finalidad era reconciliar a Aristóteles con la teología judaica. Aristóteles es la autoridad en el mundo sublunar; la revelación en el celeste.
Pero la filosofía y la revelación se unen en el conocimiento de Dios. Perseguir la verdad es un deber religioso. La astrología es rechazada. El Pentateuco no se debe tomar siempre al pie de la letra; cuando el sentido literal no concuerda con la razón debemos buscar una interpretación alegórica. Contra Aristóteles, sostiene que Dios creó de la nada, no solamente la forma, sino también la materia. Da un sumario del Timeo (que conocía en árabe), prefiriéndole en algunos puntos a Aristóteles. La esencia de Dios no se puede conocer, por estar por encima de todas las perfecciones predicadas. Los judíos le consideraron como hereje, y hasta invocaron las autoridades cristianas eclesiásticas en contra de él. Algunos creen que tuvo influencia sobre Spinoza, pero esto es problemático.