CAPÍTULO I

Aparición de la civilización griega

En la historia entera no hay nada tan sorprendente o tan difícil de explicar como la repentina aparición de la civilización en Grecia. Mucho de lo que constituye la civilización ya había existido hacía miles de años en Egipto y Mesopotamia, y de allí se había extendido a los países vecinos. Pero faltaban algunos elementos que los griegos añadieron. Lo que éstos realizaron en arte y literatura es conocido por todo el mundo, pero lo que llevaron a cabo en el campo puramente intelectual es aún más excepcional. Inventaron las matemáticas,[1] la ciencia y la filosofía, fueron los primeros que escribieron historia en vez de meros anales, especularon libremente sobre la naturaleza del mundo y las finalidades de la vida, sin estar encadenados a ninguna ortodoxia heredada. Era tan asombroso lo que ocurría que hasta el día de hoy los hombres se maravillan y hablan místicamente del genio griego. Sin embargo, se puede comprender el desarrollo de Grecia en términos científicos, y bien vale la pena hacerlo.

La filosofía empieza con Tales, quien, afortunadamente, puede ser situado cronológicamente, porque predijo un eclipse que, según los astrónomos, ocurrió en el año 585 a. C. La filosofía y la ciencia —al principio unidas— nacieron, pues, juntas al comienzo del siglo VI. ¿Qué había pasado en Grecia y en los países vecinos antes de esta época? En parte sólo se pueden hacer conjeturas para responder a la pregunta, pero en nuestro siglo la arqueología nos ha proporcionado más conocimientos que los que poseían nuestros abuelos.

El arte de la escritura fue inventado en Egipto por el año 4000 a. C., y en Mesopotamia no mucho más tarde. En cada uno de los países, la escritura empezó con dibujos de los objetos que se querían designar. Estos cuadros adquirían pronto una forma convencional, de modo que las palabras fueron representadas por ideogramas, como todavía ocurre en China. En el transcurso de miles de años, tal sistema pesado evolucionó hacia la escritura alfabética.

El desarrollo temprano de la civilización en Egipto y Mesopotamia se debía al Nilo, al Tigris y Éufrates, que permitían una agricultura fácil y muy productiva. La civilización fue, en muchos aspectos, parecida a la que los españoles encontraron en México y Perú. Había un rey divinizado, con Poder despótico; en Egipto todo el territorio era suyo. Existía una religión politeísta con un dios supremo con el que el rey tenía una relación especialmente íntima. Había una aristocracia militar y otra sacerdotal. Esta última podía, frecuentemente, usurpar el Poder real, si el rey era débil o estaba empeñado en una guerra difícil. Los cultivadores del suelo eran siervos que pertenecían al rey, a la aristocracia o al clero.

Existía una diferencia considerable entre la teología egipcia y la babilónica. Los egipcios se preocuparon de la muerte, y creían que las almas de los muertos descendían a un infierno donde eran juzgadas por Osiris, según su modo de vivir en la Tierra. Creían que el alma volvería al final al cuerpo; esto indujo a la momificación y a la construcción de tumbas magníficas. Las pirámides fueron construidas por varios reyes al final del cuarto milenio a. C., y al comienzo del tercero. Después de este tiempo, la civilización egipcia se estereotipa cada vez más, y el conservadurismo religioso impidió el progreso. Alrededor de 1800 a. C., Egipto fue conquistado por los semitas llamados hicsos, que reinaron en este país, aproximadamente, dos siglos. No dejaron una huella duradera en él, pero probablemente han contribuido a que la civilización egipcia se extendiese por Siria y Palestina.

Babilonia tuvo un desarrollo más militar que Egipto. Al principio la raza dominadora no era la semítica, sino la sumeria, de origen desconocido. Inventaron la escritura cuneiforme que adoptaron los semitas. Hubo un período en que había varias ciudades independientes que lucharon unas con otras, pero al fin Babilonia logró la supremacía, fundando un imperio. Los dioses de las demás ciudades tuvieron que subordinarse, y Marduk, el dios de Babilonia, ocupó una posición parecida a la que más tarde tuvo Zeus en el panteón griego. Lo mismo había ocurrido en Egipto, pero en tiempos más remotos.

Las religiones de Egipto y Babilonia, como otras religiones antiguas, fueron en su principio cultos a la fertilidad. La Tierra era femenina; el Sol, masculino. El toro fue considerado como encarnación de la fertilidad viril, y fueron muy corrientes los dioses-toros. En Babilonia, Istar, la diosa de la Tierra, era la más alta entre las divinidades femeninas. Por todo el Asia occidental fue venerada la Gran Madre bajo distintos nombres. Cuando los colonizadores griegos de Asia Menor fundaron templos para ella, la llamaron Artemisa y adoptaron el culto existente. Éste es el origen de la Diana de los efesios.[2] El cristianismo la transformó en la Virgen María, y un concilio en Éfeso le dio el título legítimo de Madre de Dios, como el que aplicamos a Nuestra Señora.

Donde una religión estaba ligada al Gobierno de un imperio, motivos políticos contribuyeron mucho a transformar su carácter primitivo. Un dios o una diosa estaban unidos al Estado, y tenían que dar no solamente una cosecha abundante, sino también la victoria en las guerras. Una casta sacerdotal rica determinaba el rito y la teología, y combinaron en un panteón las diversas divinidades de las partes integrantes del Imperio.

Por su conexión con el Gobierno, los dioses tenían que ver también con la moral. Los legisladores recibían sus códigos de un dios; de esta manera, una infracción de la ley se consideraba como una impiedad. El código legal más antiguo que se conoce es el de Hammurabi, rey de Babilonia (2067-2025 a. C.). El rey aseguró haber recibido el código de Marduk mismo. La conexión entre la religión y la moral se hizo cada vez más estrecha en los tiempos antiguos.

La religión de Babilonia, a diferencia de la egipcia, se preocupó más de la prosperidad en este mundo que de la felicidad en el otro. La magia, la profecía y la astrología, aunque no típicamente babilónicas, se desarrollaron allí mejor que en ninguna otra parte, y fue principalmente por Babilonia como se transmitieron a la Antigüedad posterior. De Babilonia proceden algunos elementos que pertenecen a la ciencia: la división del día en veinticuatro horas, la del círculo en 360 grados; también el descubrimiento de un ciclo de eclipses, que permitió predecir los eclipses lunares con seguridad y los solares con cierta probabilidad. Esta ciencia babilónica fue recogida por Tales, como veremos.

Las civilizaciones de Egipto y Mesopotamia fueron agrícolas, y las de las naciones vecinas, al principio, pastoriles. Un nuevo elemento entró con el desarrollo comercial, que al comienzo fue casi completamente marítimo. Hasta aproximadamente el año 1000 a. C., las armas se hicieron de bronce, y los pueblos que no poseían el metal necesario en su propio territorio se vieron obligados a adquirirlo por el comercio o por la piratería. Esta última era un recurso pasajero, y donde las circunstancias sociales y políticas eran bastante estables, resultaba más provechoso el comercio. La isla de Creta parece haber sido la precursora. Porque aproximadamente durante once siglos, o sea, de 2500 a. C. hasta 1400 a. C., floreció en Creta una cultura artística avanzada: la minoica. Lo que sobrevive de este arte da una impresión de alegría y de un lujo casi decadente, muy distinto de la tristeza aterradora de los templos egipcios.

Apenas se supo nada de esta importante civilización hasta las excavaciones de sir Arthur Evans y otros. Fue una civilización marítima en estrecho contacto con Egipto (excepto durante el tiempo de los hicsos). Por los cuadros egipcios se ve que el comercio, muy considerable, entre Egipto y Creta fue llevado a cabo por los navegantes de Creta; este comercio alcanzó su punto culminante en 1500 a. C. La religión cretense parece haber tenido cierta afinidad con las de Siria y Asia Menor, pero en el arte existía más semejanza con Egipto, aunque el arte de Creta era muy original y asombrosamente lleno de vida. El centro de la civilización cretense era el llamado Palacio de Minos, en Cnosos, del cual quedaron recuerdos en las tradiciones de la Grecia clásica. Los palacios de Creta eran espléndidos, pero fueron destruidos al final del siglo XIV a. C., probablemente por los invasores griegos. La cronología de la historia de Creta se deduce de los objetos egipcios encontrados en la isla, y de objetos cretenses hallados en Egipto; nuestros conocimientos se basan enteramente en las pruebas arqueológicas.

Los cretenses adoraron una diosa, o acaso varias. La más segura era la Señora de los animales, cazadora y, probablemente, el origen de la clásica Artemisa.[3] Según parece era también madre; la única deidad masculina, aparte del Señor de los animales, es su hijito. Hay ciertas pruebas de una fe en una vida futura, en la que, como en la egipcia, los actos terrenales reciben recompensa o castigo. Pero en general, parece que los cretenses fueron gente alegre, no muy abrumados por las supersticiones fúnebres. Eran aficionados a las corridas de toros, en las que toreros de ambos sexos realizaron asombrosas faenas acrobáticas. Sir Arthur Evans cree que las corridas de toros eran fiestas religiosas, y que los participantes pertenecían a la más alta aristocracia, punto de vista no aceptado generalmente. Los cuadros que nos han quedado están llenos de movimiento y realismo.

Los cretenses poseían una escritura lineal, pero no ha sido descifrada. En su patria eran pacíficos y sus ciudades no tenían murallas; indudablemente estaban defendidas por la fuerza naval.

Antes de la destrucción de la cultura minoica, ésta se extendió, alrededor de 1600 a. C., al continente griego, donde perduró, a través de varias fases y modificaciones, hasta aproximadamente 900 a. C. Esta civilización del continente se llamó micena; se la conoce por las tumbas de los reyes y las fortalezas en las cumbres de los montes, que hacen suponer un temor a la guerra más fuerte que en los cretenses. Las tumbas y las fortalezas siguieron impresionando la imaginación de la Grecia clásica. Los productos artísticos más antiguos en los palacios son realmente artesanía cretense, o muy análogos a los de Creta. La civilización micena, vista por la bruma de la leyenda, es la que describió Homero.

Respecto a los micenos reina una gran inseguridad. ¿Debían su civilización al hecho de ser conquistados por los cretenses? ¿Hablaron griego o era una raza indígena anterior? No es posible dar una contestación definitiva a estas preguntas, si bien hay evidencia de que probablemente fueron conquistadores que hablaban el griego y que, por lo menos, la aristocracia consistía en invasores rubios del Norte, que trajeron consigo el idioma griego.[4] Los griegos llegaron a Grecia en tres olas sucesivas: primero los jonios, después los aqueos y por fin los dorios. Los jonios, aun siendo conquistadores, parecen haber adoptado la civilización cretense en su totalidad, así como, más tarde, los romanos adoptaron la civilización de Grecia. Pero los jonios fueron desbaratados y desposeídos de sus derechos en gran escala por sus sucesores, los aqueos. Por las tablillas hititas encontradas en Boghaz-Keui, se sabe que los aqueos tenían un gran imperio organizado en el siglo XIV a. C. La civilización micena, que se había debilitado por la guerra de los jonios y aqueos, fue prácticamente destruida por los dorios, los últimos invasores de Grecia. Mientras los invasores precedentes habían adoptado ampliamente la religión minoica, los dorios conservaron la religión original indoeuropea de sus antepasados. La religión de los tiempos micenos, sin embargo, perduraba especialmente en las clases inferiores, y la religión de la Grecia clásica fue una mezcla de las dos. Algunas de las diosas clásicas eran, ciertamente, de origen miceno.

Aunque parece probable lo arriba relatado, debemos tener presente que no sabemos si los micenos eran griegos o no. Lo que sí sabemos es que su civilización decayó, que en su último período, el hierro sustituyó al bronce, y que durante cierto tiempo la supremacía marítima pasó a los fenicios.

Tanto en la época tardía de la era micena como después, algunos invasores se establecieron, haciéndose agricultores, mientras que otros siguieron su camino, primero a las islas y Asia Menor, luego a Sicilia y el sur de Italia, donde fundaron ciudades que vivían del comercio marítimo. En estas ciudades los griegos realizaron primeramente hechos civilizadores nuevos; la supremacía de Atenas se dio más tarde, y también tuvo una estrecha conexión con el Poder naval.

El continente griego es montañoso y muy estéril. Sin embargo, hay muchos valles fértiles con fácil acceso al mar, pero las montañas impiden las comunicaciones por tierra con los demás. En estos valles se formaron pequeñas comunidades aisladas que vivían de la agricultura y se concentraron alrededor de una pequeña ciudad, generalmente cerca del mar. En tales circunstancias era natural que, tan pronto como la población de una comunidad aumentase más rápidamente que sus recursos internos, los que no podían subsistir en su tierra se dedicaran a la navegación. Las ciudades del continente fundaron colonias, frecuentemente en lugares donde era mucho más fácil encontrar subsistencia que en la tierra natal. Así, en el período histórico más remoto, los griegos de Asia Menor, Sicilia e Italia eran mucho más ricos que los del continente de Grecia.

El sistema social era muy diferente en las distintas regiones de Grecia. En Esparta, una pequeña aristocracia vivía de la labor de los siervos oprimidos de una raza distinta; en las regiones agrícolas más pobres, la población consistía principalmente en granjeros que cultivaban su propia tierra con ayuda de sus familias. Pero donde florecieron el comercio y la industria, los ciudadanos libres se enriquecieron, utilizando esclavos varones en las minas y mujeres en la industria textil. Estos esclavos, en Jonia procedían de la población bárbara vecina y, generalmente, se adquirían en las guerras. Con la riqueza creciente se aislaron más las mujeres respetables; en tiempos posteriores tuvieron poca parte en los aspectos civilizados de la vida griega, excepto en Esparta y en Lesbos.

Hubo una evolución muy general, primeramente de la monarquía a la aristocracia, después alternando la tiranía con la democracia. Los reyes no eran absolutos, como los de Egipto y Babilonia; eran asistidos por un Consejo de Ancianos y no podían quebrantar la costumbre impunemente. Tiranía no quería decir necesariamente mal gobierno, sino solamente gobierno de un hombre cuyo derecho al trono no era hereditario. Democracia significaba: un gobierno de todos los ciudadanos; los esclavos y esclavas no estaban incluidos. Los primeros tiranos, como los Médicis, obtuvieron su poder por ser los miembros más ricos de sus plutocracias respectivas. Con frecuencia, la fuente de su riqueza era la posesión de minas de oro y plata, que rindieron aún más provecho por la nueva institución de la moneda, que procedía del reino de Lidia, adyacente a Jonia.[5] La moneda parece haber sido inventada poco antes del año 700 a. C.

Uno de los resultados más importantes, para los griegos, del comercio o de la piratería —al principio casi no se diferenciaban— fue el arte de escribir. Aunque la escritura había existido durante miles de años en Egipto y Babilonia y los cretenses minoicos tuvieron una conocida ahora como modalidad del griego, no se sabe de cierto cuándo los griegos se hicieron con la escritura alfabética. Aprendieron este arte de los fenicios quienes, como otros habitantes de Siria, sufrieron la influencia de Egipto y Babilonia, y poseyeron la supremacía en el comercio marítimo hasta la aparición de las ciudades griegas de Jonia, Italia y Sicilia. En el siglo XIV a. C., al escribir a Ikhnaton (rey herético de Egipto), los sirios emplearon aún la escritura cuneiforme babilónica; pero Hiram de Tiro (969-936) se servía del alfabeto fenicio que se había derivado, probablemente, de la escritura egipcia. Los egipcios usaron al principio una escritura meramente de imágenes; poco a poco, las imágenes más convencionales llegaron a representar sílabas (las primeras sílabas de los nombres de los objetos pintados), y por fin letras aisladas, por el estilo de «A era un arquero que mató a una rana».[6] Este último paso, no dado por completo por los egipcios, sino por los fenicios, dotó al alfabeto de todas sus ventajas. Los griegos, tomándolo de los fenicios, modificaron el alfabeto para adaptarlo a su idioma, y realizaron la importante innovación de añadirle vocales en vez de emplear solamente consonantes. No hay duda de que la adquisición de este método práctico de escritura contribuyó mucho al rápido incremento de la civilización griega.

El primer producto notable de la civilización helénica fue Homero. Todo lo relacionado con él se basa en conjeturas, pero hay un punto de vista muy extendido de que se trata más bien de una serie de poetas que de uno solo. Según los que mantienen esta idea, la Ilíada y la Odisea tardaron aproximadamente doscientos años en terminarse; algunos afirman que fueron escritas entre 750 y 550 a. C.,[7] mientras que otros opinan que Homero estaba casi terminado hacia el final del siglo VIII.[8] Los poemas homéricos en su forma actual fueron llevados a Atenas por Pisístrato, quien reinó (con interrupciones) de 560 a 527 a. C. Desde este tiempo, la juventud ateniense aprendió de memoria Homero, lo que constituía la parte más importante de su educación. En algunas partes de Grecia, especialmente en Esparta, Homero no tuvo el mismo prestigio hasta fecha posterior.

Los poemas de Homero —como los romances cortesanos de la tardía Edad Media— representan el punto de vista de una aristocracia civilizada que no toma en cuenta, por ser plebeyas, varias supersticiones en que aún creía la plebe. En tiempos muy posteriores, muchas de estas supersticiones surgieron nuevamente. Guiados por la antropología, numerosos escritores modernos han llegado a la conclusión de que Homero, lejos de ser primitivo, era un expurgador, una especie de pensador racionalista del siglo XVIII, respecto a los mitos antiguos, manteniendo el ideal de la clase superior de ilustración urbana. Los dioses olímpicos que representan la religión en Homero, no fueron los únicos objetos de adoración entre los griegos en esta época, ni posteriormente. Existían elementos más oscuros y salvajes en la religión popular, tenidos a raya por lo mejor del intelecto griego, pero que estaban al acecho para dar el zarpazo en momentos de debilidad o de terror. En el tiempo de la decadencia las creencias que Homero había descartado resultaron aún persistentes, medio sepultadas durante el período clásico. Este hecho explica muchas cosas que de otro modo parecen contradictorias y sorprendentes.

En todas partes era la religión primitiva más de tipo tribual que personal. Se verificaron ciertos ritos que por magia simpatizante querían favorecer los intereses de la tribu, especialmente respecto a la fertilidad vegetal, animal y humana. El solsticio de invierno era el momento en que había que animar al sol para que no disminuyera en su vigor; la primavera y el otoño también exigían ceremonias adecuadas. Estas fiestas producían, frecuentemente, una gran excitación colectiva, en la que los individuos perdieron el sentido de su estado de separación, sintiéndose unidos a toda la tribu. En el mundo entero, en cierto estadio de la evolución religiosa, animales sagrados y seres humanos fueron sacrificados y comidos en ceremonias. En las distintas religiones, esto ocurrió en diferentes fechas. El sacrificio humano duró, generalmente, más tiempo que el comerse las víctimas humanas como sacrificio; en Grecia persistió aún al comienzo de los tiempos históricos. Los ritos de la fertilidad, sin estos aspectos crueles, eran corrientes en toda Grecia; los misterios de Eleusis, particularmente, fueron de modo esencial agrícolas en cuanto a su simbolismo.

Se debe admitir que la religión en Homero no es muy religiosa. Los dioses son completamente humanos, distinguiéndose de los hombres sólo en que eran inmortales y en que poseían poderes sobrehumanos. Moralmente nada se puede decir en favor de ellos, y es difícil comprender cómo han podido inspirar tanto temor. En algunos pasajes —se supone que son los tardíos— se los trata con una irreverencia volteriana. El sentimiento genuino religioso que se encuentra en Homero tiene menos que ver con los dioses del Olimpo que con creaciones borrosas, como el Hado, la Necesidad o el Destino, a los que Zeus mismo se tiene que someter. El Hado ejercía una gran influencia sobre toda la ideología griega, y acaso era una de las fuentes de las que la ciencia sacaba su fe en la ley de la naturaleza.

Los dioses homéricos eran los de una aristocracia conquistadora, no las deidades útiles de la fertilidad, de la gente que en realidad labraba los campos. Gilbert Murray observa:[9]

«Los dioses de la mayoría de las naciones pretenden haber creado el mundo. Los del Olimpo, no. Lo más que hicieron fue conquistarlo… Y en cuanto han conquistado sus reinos, ¿qué hacen? ¿Atienden al gobierno? ¿Fomentan la agricultura? ¿Practican el comercio o la industria? Nada en absoluto. ¿Por qué habían de trabajar honradamente? Encuentran más fácil vivir de los ingresos y atemorizar con truenos a la gente que no paga. Son caudillos conquistadores, bucaneros reales. Luchan y se divierten, juegan y hacen música; beben mucho y se ríen a carcajadas del pobre diablo que les sirve. Nunca temen nada, excepto a su propio rey. No mienten, a no ser en el amor y en la guerra».

Los héroes humanos de Homero tampoco se comportan muy bien. La familia principal es la casa de Pélope, pero no logra establecer el modelo de una vida familiar feliz.

«Tántalo, el fundador asiático de la dinastía, empezó su vida con una ofensa directa contra los dioses; según unos, intentando engañarlos para que comieran carne humana, la de su propio hijo Pélope. Éste, habiendo sido salvado milagrosamente, los injurió a su vez. Ganó su famosa carrera de carro contra Oinomaos, rey de Pisa, por el consentimiento de Myrtilos, el conductor mismo del rey, y después se libró de su conspirador, al que había prometido una recompensa, arrojándole al mar. La maldición cayó sobre sus hijos, Atreo y Tiestes, en la forma que llaman los griegos Ate, un impulso fuerte, y hasta realmente irresistible, al crimen. Tiestes sedujo a la esposa de su hermano, y consiguió así privar a la familia de la suerte, que era el famoso carnero del toisón de oro. Atreo, en cambio, logró que su hermano fuese desterrado, y volviendo a llamarle bajo el pretexto de una reconciliación, le dio un banquete, ofreciéndole la carne de sus propios hijos. La maldición fue heredada ahora por el hijo de Atreo, Agamenón, el cual ofendió a Artemisa matando un ciervo sagrado; sacrificó a su propia hija Ifigenia para aplacar a la diosa y obtener un paso seguro a Troya para su flota; fue asesinado por su infiel esposa Clitemnestra y el amante de ella, Egisto, un hijo superviviente de Tiestes. Orestes, hijo de Agamenón, a su vez, vengó a su padre, matando a su madre y a Egisto».[10]

Homero fue un producto perfecto de Jonia, o sea de una parte del Asia Menor helénica y de las islas adyacentes. En cierta época, durante el siglo VI, hacia el final, los poemas homéricos adquirieron su forma actual. En éste empezaron también la ciencia, la filosofía y las matemáticas griegas. Al propio tiempo ocurrieron acontecimientos de importancia fundamental en otras partes del mundo. Confucio, Buda y Zoroastro,[11] si existieron, pertenecen probablemente a dicho siglo. A mediados de él, el Imperio persa fue establecido por Ciro; hacia su final, las ciudades griegas de Jonia, a las que los persas habían concedido una autonomía limitada, iniciaron una rebelión, frustrada, que fue dominada por Darío, y los mejores de sus hombres fueron exiliados. Varios de los filósofos de este período eran refugiados que caminaron de ciudad en ciudad en las regiones aún no sometidas del mundo helénico, extendiendo la civilización, que hasta entonces había quedado principalmente confinada a Jonia. En sus viajes fueron tratados con benignidad. Jenófanes, que floreció en la última parte del siglo VI, y que era un exiliado, cuenta: «Esto es lo que debemos hablar al amor de la lumbre en el invierno, tumbados en blandos lechos, después de un buen banquete, bebiendo vino dulce y garbanzos tostados: ¿De qué país es usted y qué edad tiene, mi buen señor? ¿Y cuántos años tenía cuando llegaron los medos?». El resto de Grecia logró conservar su independencia en las batallas de Salamina y Platea, después de las cuales Jonia fue liberada por cierto tiempo.[12]

Grecia estaba dividida en gran número de pequeños Estados independientes, cada uno de los cuales consistía en una ciudad con una pequeña porción de territorio laborable alrededor. El nivel de la civilización era muy diferente en las distintas partes del mundo griego, y solamente una minoría de ciudades contribuyó al conjunto de la obra helénica. Esparta, de la cual tendré que hablar mucho —más adelante—, fue importante en el sentido militar, pero no en el cultural. Corinto era rico y próspero, un gran centro comercial, pero no prolífico en grandes hombres.

Además existían comunidades rurales puramente agrícolas, como la proverbial Arcadia, a la que los hombres de ciudad se figuraban, idílica, pero que en realidad estaba llena de antiguos horrores bárbaros.

Los habitantes adoraban a Hermes y a Pan, y tenían multitud de cultos a la fertilidad en los que frecuentemente una sencilla columna cuadrada hacía las veces de una estatua de la deidad. La cabra era el símbolo de la fertilidad, porque los aldeanos eran demasiado pobres para tener toros. Cuando el alimento era escaso, golpeaban la estatua de Pan (cosas análogas han ocurrido hasta hoy en remotas aldeas chinas). Hubo un clan de Lobos Feroces que realizó sacrificios humanos y, probablemente, canibalismo. Se creía que quienquiera que probase la carne de una víctima humana sacrificada se convertiría en Lobo Feroz. Tenían una cueva consagrada a Zeus Licos (Zeus-Lobo), en la que nadie tenía sombra, y el que entraba se moría dentro del año. Todas estas supersticiones florecían aún en los tiempos clásicos.[13]

Pan, cuyo nombre original era (según algunos) Paon, lo que significa pastor, adoptó su nombre mejor conocido, que se interpretaba como Dios Universal, cuando los atenienses le veneraron en el siglo V, después de la guerra de Persia.[14]

Sin embargo, en la Grecia antigua existió lo que nosotros entendemos por religión. Era lo relacionado con Dioniso, o Baco, no con los Olímpicos. A Baco lo consideramos naturalmente como el dios del vino y de la embriaguez, de fama dudosa. La forma en que surgió —aparte de su adoración—, un profundo misticismo que influyó en gran medida en muchos filósofos, e incluso tuvo su parte en la formación de la teología cristiana, es muy notable, y debe ser comprendida por toda persona que quiera estudiar el desarrollo de la ideología griega.

Dioniso o Baco era originalmente un dios de Tracia. Los tracios eran mucho menos civilizados que los griegos, que los consideraron como bárbaros. Como todos los agricultores primitivos, tenían cultos a la fertilidad y a un dios que la fomentaba. Su nombre era Baco. Nunca estuvo muy claro si Baco tenía la figura de hombre o de toro. Cuando se descubrió la fabricación de la cerveza creyeron que la embriaguez era divina, y rindieron honor a Baco. Cuando más tarde conocieron la vid y aprendieron a beber vino, le consideraron aún superior.

Su función como propulsor de la fertilidad en general queda subordinada a la que se relacionaba con la uva y la locura divina producida por el vino.

No se sabe en qué fecha llegó su culto desde Tracia a Grecia, pero parece haber sido justamente antes del comienzo de los tiempos históricos. El culto a Baco fue considerado con hostilidad por los ortodoxos, pero sin embargo echó raíces. Contiene muchos elementos bárbaros, por ejemplo, descuartizar a los animales salvajes y comerlos crudos. Tenía un extraño elemento de feminismo. Matronas respetables y doncellas, en grandes grupos, pasaban noches enteras en las colinas, en danzas extáticas y en un estado de embriaguez, quizá en parte alcohólico, pero ante todo místico. Los maridos no estaban conformes con estas prácticas, pero no se atrevieron a oponerse a la religión. La belleza y el salvajismo de este culto están descritos en Las bacantes, de Eurípides.

El éxito de Dioniso en Grecia no es sorprendente. Como todas las comunidades que se han civilizado rápidamente, los griegos —por lo menos una parte de ellos— desplegaron un amor a lo primitivo y el ansia de un modo de vivir más instintivo y pasional que el sancionado por la moral corriente. Para el hombre o la mujer que, por coerción, son más civilizados de conducta que de sentimiento, la razón les resulta molesta, y la virtud es como una carga y esclavitud. Esto conduce a una reacción de pensamiento, sentimiento y conducta. A nosotros nos interesa especialmente la reacción del pensamiento, pero antes hemos de decir algo sobre la reacción del sentimiento y de la conducta.

El hombre civilizado se distingue del salvaje principalmente por la prudencia o, para emplear un término más amplio, por la previsión. Está dispuesto a sufrir penas momentáneas para obtener placeres futuros, incluso aunque éstos sean muy lejanos. Esta moral adquirió importancia con la aparición de la agricultura; animales y hombres no solían trabajar en la primavera para tener alimento en el invierno próximo, salvo en algunas formas puramente instintivas, por ejemplo, las abejas preparando la miel, o las ardillas enterrando nueces. En estos casos no existe la previsión, hay un impulso directo para una acción que al espectador humano evidentemente le resultará útil más tarde. La verdadera previsión no sólo aparece cuando el hombre obra sin que ningún impulso lo dirija, sino porque su razón le aconseja que en el porvenir sacará más provecho así. La caza no requiere una determinada previsión porque es agradable, pero labrar el suelo significa trabajo y no se hace por impulso espontáneo.

La civilización contrarresta el impulso, no solamente por la previsión, que sería un freno voluntario, sino también por la ley, la moral y la religión. Hereda este freno del bárbaro, pero le reduce la parte instintiva y acrecienta la sistemática. Ciertos actos son denominados criminales y se castigan; otros, aunque no castigados por la ley, se consideran como malos, y los que los cometen sufren la reprobación social. La institución de la propiedad privada trae consigo la sujeción de la mujer, y generalmente la creación de una clase de esclavos. Por un lado, los fines de la comunidad se imponen al individuo, y por otro lado el individuo, habiéndose acostumbrado a considerar su vida como un conjunto, sacrifica cada vez el presente al porvenir.

Es evidente que este proceso puede ser llevado demasiado lejos, como, por ejemplo, en el caso del avaro. Pero aun sin llegar a estos extremos, la prudencia puede fácilmente traer consigo la pérdida de las mejores cosas de la vida. Los adoradores de Dioniso reaccionan contra la prudencia. En la embriaguez física o espiritual recobran una intensidad de sentimiento que la prudencia ha destruido. Encuentran el mundo lleno de delicia y belleza, y su fantasía se libera de repente de la prisión de las preocupaciones cotidianas. El rito báquico producía lo que se llamaba entusiasmo, lo cual quiere decir, etimológicamente, que el dios entraba en la persona que le vengaba, y que ésta entonces se creía una con el dios. Muchas cosas admirables de las obras humanas llevan en sí un elemento de embriaguez,[15] donde la prudencia es barrida por la pasión. Sin el elemento báquico la vida carecería de interés; con él, es peligrosa. La prudencia contra la pasión: este conflicto se extiende por toda la Historia. Es un conflicto en el cual no debíamos tomar parte por uno o por otro bando resueltamente.

En la esfera del pensamiento, la civilización sobria es, grosso modo, sinónimo de ciencia. Pero la ciencia pura no es satisfactoria; los hombres necesitan también la pasión, el arte y la religión. La ciencia puede poner límites al saber, pero no a la imaginación. Entre los filósofos griegos, como entre los de los tiempos posteriores, hubo quienes fueron principalmente científicos, y otros más religiosos; estos últimos debían, directa o indirectamente, mucho a la religión de Baco. Esto se aplica especialmente a Platón, y a través de él a las filosofías posteriores que últimamente desembocaron en la teología cristiana.

El culto a Dioniso, en su forma original, era salvaje y en muchos aspectos repulsivo. No fue en esta forma como influyó en los filósofos, sino en la forma espiritualizada atribuida a Orfeo, que era asceta, y sustituía la embriaguez física por la mental.

Orfeo es una figura oscura, pero interesante. Algunos autores creen que era un personaje real; otros que un dios o un héroe imaginario. Según la tradición, vino de Tracia, como Baco, pero parece más probable que viniera (él o el movimiento que se asocia a su nombre) de Creta. Es cierto que las doctrinas de Orfeo contienen muchas ideas que parecen tener su fuente original en Egipto, y fue principalmente a través de Creta como influyó Egipto en Grecia. Se dice que Orfeo era un reformador al que desgarraron las ménades frenéticas, alcohólicas, instigadas por la ortodoxia báquica. Su amor a la música no se destaca tanto en las versiones antiguas de la leyenda como posteriormente. En primer lugar era sacerdote y filósofo.

Como quiera que fuese la doctrina de Orfeo (si existió), la que se conoce bien es la de los órficos. Creían en la transmigración del alma; enseñaban que el alma puede tener en otro mundo un goce eterno, sufrir el tormento eterno o temporal, según la manera de vivir en la Tierra. Aspiraban a hacerse puros, en parte por ceremonias de purificación, en parte evitando cierto tipo de contaminación. Los más ortodoxos entre ellos se abstenían de tomar alimento animal, excepto en ocasiones rituales, cuando lo comían como sacramento. Sostenían que el hombre es mitad de tierra, mitad de cielo; con una vida pura, la parte celeste aumenta, disminuyendo la terrena. Al final, el hombre puede llegar a ser uno con Baco, y llamarse un Baco. Existía una teología desarrollada, según la cual Baco nació dos veces, una vez de su madre, Sémele, y otra del muslo de su padre, Zeus.

Hay muchas formas del mito de Dioniso. En una es hijo de Zeus y Perséfone; cuando era niño fue descuartizado por los titanes, que comieron su carne, menos el corazón. Hay quien dice que este corazón fue entregado a Sémele por Zeus, otros creían que Zeus lo comió; en ambos casos dio origen al segundo nacimiento de Dioniso. Desgarrar animales salvajes y devorar su carne cruda, para los báquicos significaba, probablemente, la repetición del desgarramiento y la devoración de Dioniso por los titanes, y el animal representaba, en cierto modo, una encarnación del dios. Los titanes eran nacidos de la tierra, pero después de devorar al dios poseían una chispa divina. Así el hombre está hecho en parte de tierra y en parte es divino, y los ritos báquicos tendían a hacerle casi completamente divino.

Eurípides pone en boca de un sacerdote órfico la siguiente significativa confesión:[16]

Señor del confín Tiriano de Europa,

hijo de Zeus, quien postras a tus pies

cien ciudadelas de Creta:

Te busco desde ese lugar oscuro.

Cubierto por la Viga dispuesta y labrada

por el acero de Chalib y la sangre del toro salvaje,

juntados por la intachable madera de cipreses

solidificados. En una corriente pura

han transcurrido mis días. Soy el ciervo,

iniciado del Júpiter de Ida[17]

donde mora Zagreus[18] de medianoche. Allí estoy,

he soportado este grito del trueno.

Cumplí sus fiestas rojas, sangrientas,

sostuve la llama de la montaña de la Gran Madre,

estoy liberado, se me llama un Baco,

son los sacerdotes cubiertos de cotas de mallas quienes me llaman así.

Vestido de blanco puro, me mantuve limpio

del vil nacimiento del hombre, y del barro del ataúd.

Y siempre desterré de mis labios

toda carne muerta que antes fuera de ser viviente.

Las tablillas órficas se han encontrado en las tumbas, dando instrucciones al alma del muerto, cómo ha de hallar el camino al otro mundo y lo que debía decir para ser digno de la salvación. Están rotas e incompletas; la más conservada (la de Petelia) dice:

A la izquierda de la casa del Hades encontrarás un manantial;

a su lado está un blanco ciprés.

No te acerques a este pozo-manantial.

Sino hallarás otra fuente junto al Lago de la Memoria.

Aguas frías manan de él, y hay guardianes delante.

Di: «Soy un hijo de la tierra y del cielo estrellado,

pero mi raza es del cielo (únicamente). Lo sabéis.

Y ¡ay!, sufro sed, y sucumbo. Dadme rápidamente

el agua fría que mana del Lago de la Memoria».

Y ellos mismos te darán de beber del sagrado manantial,

y después, entre los otros héroes tendrás tu dominio…

Otra tablilla dice:

Salve, tú que has soportado el sufrimiento…

de hombre te has convertido en dios.

Y otra reza así:

Dichoso y bendito Tú, serás dios en vez de mortal.

El manantial del que el alma no debe beber es el Leteo, pues es el del olvido; la otra fuente es Mnemósine, el recuerdo. El alma, en el otro mundo, si quiere salvarse, no debe olvidar, sino al contrario, adquirir una memoria sobrenatural.

Los órficos eran una secta de ascetas; para ellos el vino era sólo un símbolo, como más tarde en el sacramento cristiano. La embriaguez que buscaron era la del entusiasmo, la unión con el dios. Creían que así ellos mismos obtendrían el saber místico que, ordinariamente, nunca llegarían a conseguir. Este elemento místico entró en la filosofía griega con Pitágoras, que fue un reformador del orfismo, así como Orfeo había sido un reformador de la religión dionisiaca. Por Pitágoras entraron elementos órficos en la filosofía de Platón, y por Platón en la mayor parte de la filosofía posterior de índole religiosa.

Ciertos elementos típicamente báquicos sobrevivieron dondequiera que el orfismo tuvo influencia. Uno era el feminismo, del cual hay mucho en Pitágoras, y que en Platón llegó hasta el punto de aspirar a una igualdad política completa de la mujer. «Las mujeres, como sexo —dice Pitágoras—, tienen una afinidad más natural con la piedad». Otro elemento báquico consistía en el respeto de la emoción violenta. La tragedia griega nació de los ritos de Dioniso. Eurípides, especialmente, adoraba a los dioses principales del orfismo: Dioniso y Eros. No siente respeto por el hombre frío, pagado de sí mismo, y que siempre se comporta bien; en sus tragedias éste se vuelve loco o sufre otro castigo de los dioses, a causa de su actitud blasfema. La tradición convencional respecto a los griegos dice que manifestaron una serenidad admirable, lo que les permitía contemplar la pasión desde fuera, percibiendo toda su belleza, pero permaneciendo ellos tranquilos y olímpicos. Éste es un punto de vista muy unilateral. Quizá sea cierto en cuanto a Homero, Sófocles y Aristóteles, pero desde luego no respecto a los griegos que directa o indirectamente sucumbieron ante las influencias báquica u órfica. En Eleusis, donde los misterios del mismo nombre formaron la parte más sagrada de la religión ateniense, se cantaba el siguiente himno:

Alzando tu copa de vino

en tu revelación enloquecedora, al florido valle de Eleusis

llegas tú, ¡salve a ti, Baco, Pan!

En Las bacantes, de Eurípides, el coro de las ménades despliega una combinación de poesía y desenfreno, que es precisamente todo lo contrario de la serenidad. Celebran la delicia de rasgar miembro por miembro un animal salvaje, comiéndole crudo de vez en cuando.

¡Oh, qué alegría, vagar por los montes en desenfrenada carrera

cuando está el sagrado fauno,

y todo lo demás se desvanece!

Junto a la alegría de las rápidas fuentes rojas,

la sangre de la desgarrada cabra montés,

la gloria de las furias del animal salvaje

cuando en la cumbre aparece el día.

A los montes de Frigia y de Lidia

Bromios[19] señala el camino.

La danza de las ménades en las montañas no era solamente salvaje; era una evasión de la carga y de las preocupaciones de la civilización hacia el mundo de la belleza no humana y la libertad del viento y de las estrellas. En un estado de ánimo menos frenético, cantan:

¿Volverán alguna vez

las danzas largas, largas?

En la oscuridad hasta que palidezcan las estrellas,

¿sentiré el rocío en mi garganta, y la corriente

del viento en mi cabello? ¿Lucirán nuestros blancos pies

en los oscuros espacios?

¡Oh!, los veloces pies del fauno corren al bosque,

solos, en la hierba y la belleza;

el salto del perseguido, ya no en terror,

más allá de los lazos y de la trampa mortal.

Sin embargo, en la lejanía suena una voz,

una voz, y un temor, y el correr de la jauría.

¡Oh!, el salvaje vivir, la fuga silvestre,

adelante por ríos y cañadas.

¿Es alegría o terror, lo que a ti, veloz, impulsa la tempestad?

Hacia los campos solitarios queridos, no perturbados por los

hombres, donde no suenan voces, y entre el verde sombrío,

viven ignoradas las cosas pequeñas de los bosques.

Antes de repetir que los griegos eran serenos, trátese de imaginar a las mujeres de Filadelfia comportándose de esta manera, incluso en una obra de Eugene O’Neill.

El órfico no es más sereno que el adorador primitivo de Dioniso. Para un órfico, la vida en este mundo es pena y tristeza. Estamos atados a una rueda que gira en interminables vueltas de nacimiento y muerte. Nuestra vida verdadera está en las estrellas, pero estamos atados a la Tierra. Solamente por purificación y renuncia y por una vida ascética podemos escapar de esta rueda y alcanzar al fin el éxtasis de la unión con Dios. Esto no es el punto de vista de gente a quien la vida resulta fácil y placentera. Se parece más a la canción de los negros:

A Dios contaré todas mis penas

cuando llegue a casa.

No todos los griegos, pero sí muchos de ellos, eran apasionados, desgraciados, en conflicto consigo mismo, llevados a un lado por el intelecto y a otro por las pasiones, con bastante imaginación para concebir la idea del cielo y del infierno. Tenían la máxima «nada en exceso», pero en realidad eran exaltados en todo: en la idea pura, en la poesía, en la religión y en el pecado. Esta combinación de pasión e intelecto los hizo grandes, mientras lo fueron. Ninguno de los dos elementos solo hubiera transformado el mundo para todos los tiempos venideros como ellos lo hicieron. Su prototipo en mitología no es el Zeus Olímpico, sino Prometeo, que bajó el fuego del cielo y fue castigado con el tormento eterno.

Sin embargo, si tomásemos como característica de los griegos, en conjunto, lo antes dicho, pecaríamos también de unilaterales como cuando los llamábamos serenos. En realidad, había dos tendencias en Grecia: una apasionada, religiosa, mística, ultramundana, y otra alegre, empírica, racionalista y con afán de conocer diversidad de hechos. Heródoto representa esta última tendencia, lo mismo que los primeros filósofos jónicos y, hasta cierto punto, también Aristóteles. Beloch (op. cit., lib. I, pág. 434), después de describir el orfismo, dice:

«Pero el pueblo griego estaba demasiado lleno de vigor juvenil para que fuera aceptada, generalmente, una creencia que niega este mundo y traslada la verdadera vida al más allá. Por consiguiente, la doctrina quedó limitada al círculo relativamente estrecho de los iniciados, sin adquirir la menor influencia en la religión del Estado, ni siquiera en las comunidades que, como Atenas, habían introducido la celebración de los misterios en el rito oficial, colocándolos bajo la protección legal. Tenía que pasar un milenio entero hasta que estas ideas —en una forma teológica muy distinta— obtuvieran la victoria en el mundo griego».

Esto podría parecer una exageración, sobre todo en cuanto a los misterios de Eleusis, que estaban impregnados de orfismo. Hablando en términos generales, los que tenían un temperamento religioso se inclinaron al orfismo, mientras que los racionalistas lo despreciaron. Se puede establecer el paralelo con el metodismo en Inglaterra, en la segunda parte del siglo XVIII y la primera del XIX.

Sabemos más o menos lo que un griego culto aprendía de su padre, pero muy poco de lo que en su temprana edad le enseñaba su madre, que en alto grado era excluida de una civilización que tanto entusiasmó a los hombres. Es probable que los atenienses cultos, incluso en la época de su mayor florecimiento, por muy racionalistas que puedan haber sido en sus métodos mentales explícitamente conscientes, conservaran de la tradición y de la infancia una manera de pensar y de sentir más primitiva, que siempre resultaría victoriosa en tiempos de tensión. Por esto, ningún análisis simple de la ideología griega resulta adecuado.

La influencia de la religión, y en especial de la no olímpica, sobre la filosofía griega, no se reconoció debidamente hasta los tiempos modernos. Un libro revolucionario, Prolegómenos al estudio de la religión griega, de Jane Harrison, pone de relieve tanto los elementos primitivos como los dionisiacos en la religión de los griegos en general. De la religión a la filosofía, de F. M. Cornford, se propone enseñar a los estudiantes de filosofía griega la influencia de la religión sobre los filósofos, pero muchas de las interpretaciones no son del todo fieles, por ejemplo, en la antropología.[20] El juicio más equilibrado que conozco se encuentra en La filosofía griega primitiva, de John Burnet, especialmente en el capítulo «Ciencia y religión». El conflicto entre la ciencia y la religión surgió, dice, «del renacimiento religioso que se produjo en la Hélade en el siglo VI a. C.», y con el cambio de escenario desde Jonia hacia el Oeste. «La religión de la Hélade continental —prosigue— se había desarrollado de una manera muy distinta de la de Jonia. Especialmente la adoración a Dioniso —que vino de Tracia, y sólo se menciona en Homero—, contenía en germen una visión completamente nueva respecto a la relación del hombre con el mundo. Sería equivocado atribuir a los tracios mismos ideas muy exaltadas; pero, indudablemente, el fenómeno del éxtasis sugirió a los griegos que el alma era algo más que un doble débil del Yo, y que solamente fuera del cuerpo mostraba su verdadera naturaleza.

»Parecía como si la religión griega estuviese a punto de entrar en el mismo estadio que habían alcanzado ya las religiones de Oriente; y si no fuera por la aparición de la ciencia, difícilmente se comprendería qué es lo que podía haber detenido esa tendencia. Se suele decir que los griegos se salvaron de una religión de tipo oriental porque no tenían una casta sacerdotal; pero esto sería confundir el efecto con la causa. Los sacerdotes no crean dogmas, aunque los conservan, una vez existentes; y en los estadios tempranos de su evolución, los pueblos orientales no poseían una clase sacerdotal en este sentido. No era tanto la ausencia de una casta sacerdotal como la existencia de escuelas científicas lo que salvó a Grecia.

»La nueva religión —porque en un sentido era nueva, aunque en otro, tan vieja como la humanidad— alcanzó su punto culminante de desarrollo con la fundación de las comunidades órficas. Según sabemos, su país originario era el Ática; pero se extendieron con extraordinaria rapidez, especialmente en Italia del Sur y Sicilia. Principalmente eran congregaciones para la adoración de Dioniso; pero se distinguieron por dos características, nuevas entre los helenos: Consideraron la revelación como fuente de la autoridad religiosa y estaban organizadas como comunidades artificiales. Los poemas que contenían su teología se atribuyeron al Orfeo de Tracia, que personalmente había descendido al Hades, y, por lo tanto, era un guía seguro a través de los peligros que acechaban al alma desencarnada en el otro mundo».

Burnet sigue diciendo que existe una asombrosa analogía entre las creencias órficas y las que predominan en la India aproximadamente por la misma época, aunque afirma que no puede haber habido contacto ninguno. Después llega a la original interpretación de la palabra orgía, que los órficos emplearon para designar sacramento, cuyo fin era purificar el alma del creyente, poniéndole en condiciones de salvarse de la rueda del nacimiento. Los órficos, en contraposición a los sacerdotes de los cultos olímpicos, fundaron lo que nosotros llamaríamos iglesias, o sea comunidades a las que todo el mundo, sin distinción de raza o sexo, podía ser admitido por iniciación, y de su influencia surgió la concepción de la filosofía como modo de vida.