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—¡Llegas tarde! —exclamó el fotógrafo, un tipo bajísimo que hablaba con fingido acento francés y que gritó a Shauna—: Y con esa facha que… comment dit-on?… pareces salida de la cisterna del retrete.

—Tú tienes la palabra, Frédéric —le espetó Shauna, sin preocuparse de si aquél era o no su nombre—. ¿De dónde eres? ¿De Brooklyn?

El sujeto levantó las manos al cielo.

—En esas condiciones no puedo trabajar —exclamó.

Aretha Feldman, la agente de Shauna, se adelantó.

—No te preocupes, François. Nuestro maquillador hará maravillas. Siempre está así de horrible cuando llega. Enseguida volvemos.

Aretha agarró a Shauna por el codo sin dejar un momento de sonreír. Y le dijo sotto voce:

—¿Se puede saber qué coño te pasa?

—Estoy harta de toda esta mierda.

—Mira, no te hagas la prima donna conmigo, ¿quieres?

—No sé si sabes que he pasado muy mala noche, ¿está claro?

—No está claro. Siéntate en esa silla y que te maquillen.

El artista maquillador soltó un bufido de horror al ver a Shauna.

—¿Qué son esas bolsas que tienes bajo los ojos? —gritó—. ¿Es que vamos a hacer un rodaje para Samsonite?

—¡Ja, ja! —dijo Shauna acercándose a la silla.

—¡Ah! —dijo Aretha—. Ha llegado esto para ti —y le tendió un sobre.

Shauna lo miró de reojo.

—¿Qué es?

—Ni idea. Hace diez minutos que lo ha traído un mensajero. Ha dicho que era urgente.

Tendió el sobre a Shauna, que lo cogió y le dio la vuelta. Miró el garabato familiar en la parte delantera del sobre; simplemente la palabra «Shauna», y sintió que se le encogía el estómago.

Sin apartar los ojos de la caligrafía, Shauna dijo:

—Dame un segundo.

—No es el momento…

—Sólo un segundo.

El artista del maquillaje y la agente se hicieron a un lado. Shauna abrió el sobre. Salió del mismo una tarjeta sin otra indicación que la caligrafía familiar que figuraba en el exterior. Shauna la cogió. Era una nota breve:

«Ve al lavabo de señoras».

Shauna trató de que su respiración fuera normal. Se levantó.

—¿Pasa algo? —dijo Aretha.

—Tengo pis —dijo con una voz tan tranquila que hasta ella misma se sorprendió—. ¿Dónde está el sitio?

—Al final del pasillo a la izquierda.

—Vuelvo enseguida.

Dos minutos más tarde, Shauna empujó la puerta del cuarto de baño. Pero no cedió. Llamó con los nudillos.

—Soy yo —dijo, después esperó.

Unos segundos más tarde oyó que corrían el pestillo. Más silencio. Shauna hizo una inspiración profunda y volvió a empujar. La puerta se abrió de par en par. Entró y se quedó inmóvil. Allí, al otro lado de la habitación, de pie delante de sus ojos, había un fantasma.

Shauna ahogó un grito.

Llevaba una peluca morena, estaba más delgada, con gafas de montura metálica… nada podía enmascarar lo que era evidente.

—Elizabeth…

—Cierra la puerta por dentro, Shauna.

Shauna obedeció sin pararse a pensar. Dio media vuelta y se acercó más a su vieja amiga. Elizabeth retrocedió.

—Por favor, tenemos poco tiempo.

Tal vez por primera vez en su vida, Shauna no tenía palabras para expresarse.

—Tienes que convencer a Beck de que estoy muerta —dijo Elizabeth.

—Ya es un poco tarde.

Elizabeth recorrió el espacio con la mirada como quien busca una escapatoria.

—He cometido el error de volver. Un error estúpido. No puedo quedarme. Tienes que decírselo…

—Hemos visto la autopsia, Elizabeth —dijo Shauna—. No hay manera de volver a encerrar el genio en la botella.

Elizabeth cerró los ojos.

—¿Qué demonios ha ocurrido? —preguntó Shauna.

—Volver ha sido una equivocación.

—Sí, ya lo has dicho antes.

Elizabeth se mordió el labio inferior. Después dijo:

—Tengo que irme.

—No puedes —dijo Shauna.

—¿Qué?

—No puedes huir.

—Si me quedo, él morirá.

—Ya ha muerto —dijo Shauna.

—No lo entiendes.

—No es necesario entenderlo. Si lo dejas de nuevo, no sobrevivirá. He esperado ocho años a que superara tu ausencia. Se suponía que lo había conseguido. Las heridas se cierran. La vida continúa. Pero para Beck no es así —dio un paso hacia Elizabeth—. No puedo permitir que vuelvas a huir.

Había lágrimas en los ojos de las dos.

—No me interesa saber por qué te marchaste —dijo Shauna, acercándose un poco más—. Lo único importante es que has vuelto.

—No puedo quedarme —dijo con voz débil.

—Tienes que quedarte.

—¿Aunque esto suponga su muerte?

—Sí —dijo Shauna sin vacilar—, aunque suponga eso. Sabes que digo la verdad. Por eso estás aquí. Sabes que no puedes irte. Y también sabes que yo no lo permitiría.

Shauna avanzó otro paso.

—Estoy tan cansada de huir… —dijo Elizabeth en voz baja.

—Lo sé.

—No sé qué hacer.

—Yo tampoco, pero huir ahora no sería una solución. Cuéntaselo todo, Elizabeth. Haz que lo entienda.

Elizabeth levantó la cabeza.

—¿Sabes cuánto lo quiero?

—Sí —dijo Shauna—. Lo sé.

—No quiero hacerle daño.

Shauna dijo:

—Demasiado tarde.

Estaban frente a frente, a un palmo de distancia. Shauna habría querido acercársele y abrazarla, pero permaneció inmóvil en su sitio.

—¿Tienes algún número de teléfono para ponerme en contacto con él? —preguntó Elizabeth.

—Sí, tengo el de un móvil…

—Dile la palabra Dolphin. Dile que nos encontraremos en ese sitio esta noche.

—No entiendo qué diablos significa.

Elizabeth pasó rápidamente a su lado, sacó la cabeza por la puerta para atisbar y salió.

—Él lo entenderá —dijo.

Había desaparecido.