Cuando entró en su apartamento, Shauna se desplomó en su rincón favorito del sofá. Tenía a Linda a su lado, que le indicó su regazo con un gesto. Shauna reclinó la cabeza sobre sus muslos. Permaneció con los ojos cerrados mientras Linda le acariciaba los cabellos.
—¿Está bien Mark? —preguntó Shauna.
—Sí —contestó Linda—. ¿No me dirás dónde has estado?
—Es muy largo.
—Estaba aquí sentada por si oía algo sobre mi hermano.
—Me ha llamado —dijo Shauna.
—¿Qué?
—Está bien.
—¡Gracias a Dios!
—Él no ha matado a Rebecca.
—Lo sé.
Shauna levantó la cabeza para mirarla. Linda parpadeó.
—Todo irá bien —dijo Shauna.
Linda asintió y desvió los ojos hacia otro lado.
—¿Qué pasa?
—Fui yo quien sacó las fotos —dijo Linda.
Shauna se levantó.
—Elizabeth vino a mi despacho. Estaba cubierta de contusiones. Quise llevarla al hospital. No quiso. Lo único que quería era tener un testimonio de su estado.
—¿No fue un accidente de coche?
Linda negó con la cabeza.
—¿Quién le había dado la paliza?
—Me hizo prometer que no se lo diría a nadie.
—¡Hace ocho años! —dijo Shauna—. Dímelo.
—No es tan fácil.
—Nada es fácil —dijo Shauna, indecisa—. Pero ¿por qué quiso contártelo a ti? ¿Y cómo pensabas protegerla…? —se le apagó la voz y miró fijamente a Linda. Ésta no vaciló, pero Shauna se quedó un momento pensando en lo que Carlson le había dicho.
—Brandon Scope —dijo Shauna bajando la voz.
Linda no respondió.
—Sí, fue él. ¡Oh, Dios mío, no me extraña que acudiese a ti! Quería guardar el secreto. Tanto Rebecca como yo la habríamos obligado a ir a la policía. Tú, no.
—Me lo hizo prometer —dijo Linda.
—¿Y tú estuviste de acuerdo?
—¿Qué podía hacer?
—Pues llevarla a una comisaría aunque fuera a rastras.
—No todo el mundo es tan valiente ni tan fuerte como tú, Shauna.
—No me vengas con gilipolleces.
—No quería ir a la comisaría —insistió Linda—. Dijo que necesitaba tiempo, que todavía no tenía pruebas suficientes.
—¿Qué pruebas?
—Que demostraran que él la había atacado, supongo. Yo qué sé. No quiso escucharme. No podía obligarla.
—Bien, de acuerdo, eso está muy claro.
—¿Qué demonios quieres decir?
—Pues que estabais las dos involucradas en una obra benéfica financiada por su familia, que la dirigía —dijo Shauna—. ¿Qué habría pasado de saberse que el tío había pegado una paliza a una mujer?
—Elizabeth me lo hizo prometer.
—Y tú encantada de mantener cerrada la boca, ¿verdad? Querías proteger esa maldita obra benéfica.
—No está bien…
—Pusiste la empresa por encima del bienestar de Elizabeth.
—¿Estás al corriente de todo el bien que hacemos? —gritó Linda—. ¿Sabes a cuántas personas ayudamos?
—Sí, a costa de la sangre de Elizabeth Beck —dijo Shauna.
Linda dio un bofetón a Shauna. Un bofetón que le dolió. Se miraron fijamente, jadeantes las dos.
—Aunque hubiera querido decirlo —se explicó Linda—, ella no me habría dejado. Tal vez fui débil, no lo sé. Aun así, no te atrevas a decirme una cosa así.
—Y cuando secuestraron a Elizabeth en el lago, ¿qué pensaste? ¿Me lo quieres decir?
—Pensé que podía tener alguna relación con lo otro. Entonces fui a ver al padre de Elizabeth y se lo conté todo.
—¿Y él, qué dijo?
—Me dio las gracias y me dijo que ya estaba enterado. También me pidió que no dijera nada a nadie, ya que se trataba de un asunto muy delicado. Y después, cuando quedó aclarado que el asesino había sido KillRoy…
—Decidiste mantener cerrada la boca.
—Brandon Scope había muerto. ¿De qué habría servido arrastrar su nombre por el barro?
Sonó el teléfono y Linda lo cogió. Contestó, se quedó callada un momento y pasó el teléfono a Shauna.
—Es para ti.
Shauna no la miró al coger el aparato.
—¿Sí?
—Ven a mi despacho —le dijo Hester Crimstein.
—¿Para qué?
—Mira, eso de pedir perdón lo hago fatal, Shauna. O sea que mejor admitir que soy idiota rematada y pasar a la acción. Coges un taxi y te vienes para acá. Tenemos que salvar a un inocente.
Lance Fein, ayudante del fiscal del distrito, entró como una tromba en la sala de juntas de Crimstein con todo el aire de quien lleva noches sin dormir por culpa de un exceso de anfetaminas. Dimonte y Krinsky, los dos detectives del departamento de homicidios, entraron tras él. Los tres tenían la cara más tensa que las cuerdas de un piano.
Hester y Shauna estaban de pie al otro lado de la mesa.
—Señores —dijo Hester acompañando sus palabras con un gesto de la mano—, tengan la bondad de sentarse.
Fein le echó una ojeada y a continuación miró a Shauna con manifiesto desagrado.
—No estoy aquí para que me manosee a su antojo, ¿está claro?
—No, seguro que ya se manosea usted solito en casa —dijo Hester—. Siéntese.
—Si sabe dónde está…
—Siéntese, Lance, me está dando usted dolor de cabeza.
Se sentaron todos. Dimonte puso los pies sobre la mesa, calzados con sus botas de piel de reptil. Hester retiró inmediatamente las manos, pero sin dejar de sonreír un momento.
—Señores, estamos aquí con un único objetivo: salvar las carreras de ustedes. O sea que mejor que pongamos manos a la obra, ¿no les parece?
—Lo que yo quiero saber…
—Silencio, Lance. La que habla aquí soy yo. A usted le corresponde escuchar y en todo caso asentir con la cabeza o decir cosas como: «sí, señora» o «gracias, señora». Nada más.
Lance Fein, mirándola fijamente, dijo:
—Está ayudando a un fugitivo a escapar de la justicia, Hester.
—Está usted muy atractivo cuando se pone duro, Lance. Pero en realidad no lo es. Escúchenme con atención, ¿quieren?, no tengo ganas de repetir. Voy a hacerle un favor, Lance. No voy a dejar que en este asunto quede usted como un idiota total. Que uno sea idiota, pasa, es algo que no tiene remedio, pero si escucha con atención, por lo menos no llegará al extremo de la idiotez total. ¿De acuerdo? Pues bien. En primer lugar, supongo que a estas horas ya habrán establecido de forma definitiva la hora en que mataron a Rebecca Schayes. Eran las doce de la noche, media hora más o media hora menos. Esto ha quedado perfectamente claro, ¿no es así?
—Sí.
Hester miró a Shauna.
—¿Se lo dices tú?
—No, adelante.
—Pero tú has tenido que hacer el trabajo sucio.
—Corte la cháchara, Crimstein —intervino Fein.
Detrás de ellos se abrió una puerta. Entró la secretaria de Hester con unas hojas de papel, que tendió a su jefa junto con una pequeña cinta magnetofónica.
—Gracias, Cheryl.
—De nada.
—Ya puedes marcharte. Mañana vienes más tarde.
—Gracias.
Cheryl salió. Hester sacó sus gafas de lectura en forma de media luna. Se las caló y empezó a leer.
—Empiezo a cansarme, Hester.
—¿Le gustan los perros, Lance?
—¿Cómo?
—Los perros. No es que a mí me gusten mucho, la verdad. Pero es que ese perro… Shauna, ¿tienes la foto?
—Aquí está —Shauna mostró una fotografía grande de Chloe y dejó que todos la vieran—. Es un collie barbudo.
—¿No le parece una preciosidad, Lance?
Lance Fein se levantó. Krinsky hizo lo mismo. Dimonte no se movió siquiera.
—Hasta aquí podíamos llegar.
—Pues como se vaya —dijo Hester—, le aseguro que ese perro se meará en su carrera como si fuera un extintor.
—¿Se puede saber de qué demonios está hablando?
Hester tendió dos hojas a Fein.
—Ese perro demuestra que Beck no lo hizo. Anoche Beck estaba en Kinko. Entró con el perro. Armó la gorda, dicho sea de paso. Aquí tengo cuatro declaraciones de testigos presenciales aislados que han identificado a Beck de forma indiscutible. Alquiló un ordenador mientras estaba allí. Para ser más exactos, desde las doce de la noche y cuatro minutos hasta las doce y veintitrés, según registra el cupón de la máquina —y añadió con una sonrisa—: Ahí tienen, amigos, copias para todos.
—¿Y usted se figura que voy a aceptar una cosa así?
—En absoluto. De todos modos, tenga la bondad de seguirme.
Hester pasó una copia a Krinsky y otra a Dimonte. Krinsky la cogió y preguntó si podía llamar por teléfono.
—Naturalmente —dijo Crimstein—, pero si no es una llamada local, que la carguen a la cuenta de su departamento —y acompañó sus palabras con una amable sonrisa—. Muchas gracias.
Fein leyó la hoja y, a medida que lo hacía, el color de su rostro iba acercándose cada vez más a la gama de los grises ceniza.
—¿Qué? ¿Pensando en retrasar un poco la hora de la muerte? —preguntó Hester—. No se corte, pero escuche una cosa. Anoche había puentes en construcción. Está cubierto.
Fein estaba que trinaba y masculló por lo bajo una palabra que rima con Calcuta.
—Y ahora una cosa, Lance —añadió Hester Crimstein con sorna—, creo que tendría que darme las gracias.
—¿Qué?
—Piense solamente que yo habría podido machacarle. Usted allí en medio, rodeado de cámaras, el magnífico manto de los medios de comunicación, a punto de anunciar al mundo la sonada detención del peligroso asesino. Con su mejor corbata, soltaría su discursito sobre la necesidad de mantener limpias las calles, hablaría del enorme esfuerzo desplegado por el equipo para capturar a la bestia aunque de hecho todo el mérito fuera de usted, destellarían flashes, usted sonreiría al llamar a los periodistas por su nombre y para sus adentros iría pensando en la gran mesa de roble que sería suya el día que viviese en la mansión del gobernador… cuando de pronto, ¡pataplás!, yo lanzaría la bomba al revelar a los medios esta coartada, una coartada sin ninguna fisura. Imagine la situación, Lance. Reflexione, hombre, ¿está usted en deuda conmigo, sí o no?
Fein le lanzó unas cuantas flechas envenenadas con la mirada.
—Pero atacó a un agente de policía.
—No, Lance, no fue un ataque. Piense un poco, amigo. Vamos a los hechos: usted, Lance Fein, ayudante del fiscal del distrito, sacó una conclusión equivocada. Echó toda la caballería encima de un inocente… y no sólo un inocente, sino un médico que prefiere trabajar para los pobres a cambio de una paga mísera que enriquecerse trabajando en el lucrativo sector privado. —Hester se sentó de nuevo con una sonrisa en los labios—. Ésta es buena, déjeme que se lo diga. O sea que, además de lanzar a docenas de polis que cuestan un pastón a la comunidad, para perseguir a un inocente, todos ellos con el arma en la mano, un agente joven, un hombre como una mula y con ganas de comerse el mundo, lo acorrala en un callejón y empieza a aporrearlo. La escena no tiene ningún espectador o sea que el muchacho decide que él se encargará de pasar cuentas a ese hombre asustado. El pobre doctor Beck, sintiéndose perseguido, el pobre viudo, ya que debo añadir que lo es, no hizo otra cosa que defenderse.
—Esto no va a colar.
—Seguro que cuela, Lance. No quisiera parecer inmodesta, pero ¿quién carbura mejor, usted o yo? Y espere, porque todavía no sabe de mi elocuencia cuando me pongo a filosofar y a hacer comparaciones entre este caso y el de Richard Jewell o me explayo hablando del celo excesivo de la oficina del fiscal de distrito, cuyo personal estaba tan ávido de colgar el muerto al doctor David Beck, héroe de los parias, que llegó incluso a colocar falsas pruebas en casa de la víctima.
—¿Colocar? —Fein estaba al borde de la apoplejía—. ¿Está loca?
—Vamos, Lance, que todos sabemos que no fue el doctor Beck… Tenemos una coartada indiscutible y el testimonio de cuatro personas. Y antes de que esto termine, conseguiremos más. Son testimonios independientes, libres de prejuicios, que demuestran que no fue él. Entonces, ¿cómo fueron a parar allí aquellas pruebas? Fue usted, señor Fein, usted y su caballería. Cuando acabe con usted, Mark Fuhrman parecerá el Mahatma Gandhi.
Las manos de Fein se cerraron en puños. Hizo unas cuantas inspiraciones y se recostó en su asiento.
—Sí, claro —comenzó lentamente—, eso suponiendo que la coartada se pueda comprobar…
—Se comprobará, no lo dude.
—Pues suponiendo que se pueda comprobar, ¿qué quiere?
—Me parece una buena pregunta. Usted está metido en un atolladero, Lance. Si lo detiene, hace el papel de idiota. Si retira la orden de detención, también hace el papel de idiota. Me parece que no le veo salida. —Hester Crimstein se puso de pie y comenzó a pasearse de un lado a otro de la habitación como quien busca una solución—. He estudiado el asunto, he estado reflexionando y me parece que he encontrado una manera de minimizar los daños. ¿Le importa si se lo cuento?
Fein le dirigió otra mirada feroz.
—Escucho.
—En este asunto usted ha hecho una sola cosa acertada. Sólo una, aunque quizá baste. Por lo menos no se ha ido de la lengua con los periodistas, porque supongo que ahora tendría una buena papeleta entre manos si tuviera que explicarles cómo escapó ese médico a la emboscada policial. Esto es bueno. Ahora se puede atribuir todo lo dicho a filtraciones anónimas. O sea que ahora lo que tiene que hacer usted es lo siguiente. Convoca una conferencia de prensa, les anuncia que todas las filtraciones son falsas y que buscan al doctor Beck porque es el testigo material del caso, nada más que por eso. Usted no sospecha ni de lejos que él haya podido cometer el crimen (de hecho, está seguro de que no lo ha cometido), pero sabe que fue una de las últimas personas que vio a la víctima con vida y por eso quiere hablar con él.
—No va a colar.
—Sí, colará. Tal vez no al cien por cien, pero yo estaré al quite. La llave la tengo yo, Lance. Yo le debo una, Lance, porque mi chico se escapó. Y por eso yo, la enemiga de la oficina del fiscal de distrito, le sacará las castañas del fuego. Contaré a los medios que usted cooperó con nosotros, que quiso asegurarse de que no se atropellaban los derechos de mi cliente, que el doctor Beck y yo apoyamos incondicionalmente sus investigaciones y que nuestra intención es colaborar con usted.
Fein se quedó callado.
—Lo dicho, Fein, o trabajo para usted o trabajo contra usted.
—¿A cambio de qué?
—De que usted retire todas esas estúpidas acusaciones sobre que ha habido agresión y resistencia.
—Ni hablar.
Hester le indicó la puerta con un gesto.
—Pues ya le veré en las páginas de humor.
Fein dejó caer ligeramente los hombros. Cuando habló, lo hizo en voz baja.
—Si accedemos —dijo—, ¿su hombre colaborará con nosotros? ¿Contestará todas mis preguntas?
—Por favor, Lance, no haga como que está dispuesto a negociar en las condiciones que sea. Ya le he dicho cuál es el trato. O lo acepta o… usted verá lo que pasa con la prensa. Usted tiene la palabra. El reloj está en marcha —y al decir estas palabras movió el índice hacia delante y hacia atrás al tiempo que iba repitiendo tictac, tictac.
Fein miró a Dimonte. Dimonte masticó un poco más el palillo. Krinsky dejó el teléfono e hizo un ademán a Fein. Fein, a su vez, hizo un ademán a Hester.
—¿Cómo enfocamos la cosa?