35

Cuando se hizo de noche Tyrese me procuró una habitación en el apartamento de un primo de Latisha. Suponíamos que la policía no descubriría mi relación con Tyrese, pero valía la pena no arriesgarse.

Tyrese tenía un ordenador portátil. Lo abrí. Revisé mi correo electrónico a la espera de encontrar un mensaje de mi remitente misterioso. No había nada en mi cuenta profesional. Nada en mi cuenta particular. Probé con la nueva de bigfoot.com. Tampoco había nada.

Tyrese me observaba con aire intrigado desde que abandonamos el despacho de Flannery.

—¿Puedo preguntarle una cosa, doc?

—Adelante —dije.

—Cuando aquel picapleitos le ha hablado del tipo ese que había sido asesinado…

—Brandon Scope —añadí.

—Sí, ése. Usted se ha quedado de piedra.

Se había dado cuenta.

—¿Y te preguntas por qué?

Tyrese se encogió de hombros.

—Yo conocía a Brandon Scope. Él y mi mujer compartían un mismo despacho de una fundación benéfica de la ciudad. Y mi padre creció con su padre y trabajó para él. Es más, mi padre se encargó de informar a Brandon sobre los bienes de la familia.

—Ajá —dijo Tyrese—. ¿Qué más?

—¿No basta con esto?

Tyrese se quedó callado y volvió la cara hacia mí. Clavó en los míos sus ojos y por un momento tuve la impresión de que podía ver los rincones más oscuros de mi alma. Menos mal que fue un momento fugaz.

—Bien, ¿qué quiere hacer ahora? —me preguntó.

—Unas cuantas llamadas —dije—. ¿Estás seguro de que no te pueden localizar?

—No veo cómo. Pero vamos a hacer una cosa. Llamaremos por teleconferencia a otro móvil. Pone las cosas mucho más difíciles.

Asentí. Tyrese se ocupó de todo. Yo tenía que marcar otro número y decir a alguien que no sabía qué números marcar. Tyrese se dirigió a la puerta.

—Voy a ver cómo está TJ. Volveré dentro de una hora.

—¿Tyrese?

Se volvió y me miró. Habría querido darle las gracias, pero por alguna razón no me parecía propio. Tyrese me comprendió.

—Necesito que usted esté vivo, doc. Por mi hijo, ¿comprende?

Asentí y salió. Miré la hora antes de llamar al móvil de Shauna. Respondió a la primera llamada.

—¿Sí?

—¿Cómo está Chloe? —pregunté.

—Magnífica.

—¿Cuántos kilómetros caminasteis?

—Tres por lo menos. Pero a lo mejor cuatro o cinco. —Sentí que me invadía una sensación de alivio—. O sea que cuál es nuestro próximo…

Sonreí y desconecté el teléfono. Marqué el número de mi enlace y le di otro número. Farfulló no sé qué acerca de que él no era un jodido telefonista, pero hizo lo que le pedía.

Contestó Hester Crimstein como quien le pega una dentellada al teléfono.

—¿Qué?

—Soy Beck —dije apresuradamente—. ¿Me escucha alguien o gozamos de algún tipo de protección abogado-cliente?

Hubo un curioso momento de vacilación.

—No hay peligro —dijo.

—Tenía motivos para huir —comencé.

—¿La culpa, por ejemplo?

—¿Qué?

Otro titubeo.

—Lo siento, Beck, pero he tirado la toalla. Cuando huyó de aquella manera, me retiré del asunto. Primero dije una sarta de estupideces a Shauna y después abandoné su caso.

—Pues ella no me ha dicho nada —dije—. La necesito, Hester.

—No puedo ayudarle a escapar.

—Ya no quiero escapar. Lo que quiero es entregarme. Pero con unas condiciones.

—No está en situación de poner condiciones. Olvídese de fianzas. Van a encerrarlo bien encerrado.

—Suponga que presento pruebas que demuestran que no maté a Rebecca Schayes.

Un titubeo más.

—¿Puede hacerlo?

—Sí.

—¿Qué clase de pruebas?

—Una coartada sólida.

—¿Quién se la proporciona?

—Bueno —dije—, aquí está el detalle.

El agente especial Carlson cogió el móvil.

—¿Sí?

—Hay algo —dijo su compañero Stone.

—¿Qué?

—Hace unas horas que Beck ha visitado a un abogado de tres al cuarto de nombre Flannery. Iba acompañado de un negro, un tipo de la calle.

Carlson frunció el ceño.

—Creía que su abogado era Hester Crimstein.

—No buscaba un representante legal. Quería informarse de algunos datos sobre un caso antiguo.

—¿Qué caso?

—Hace ocho años detuvieron a un golfo llamado González al que se acusaba de haber matado a Brandon Scope. Elizabeth Beck ofreció una coartada al chico. Beck estaba interesado en conocer detalles.

Carlson sintió que la cabeza le daba vueltas. ¿Cómo demonios…?

—¿Algo más?

—Eso es todo —dijo Stone—. Oye, ¿dónde estás?

—Después hablamos, Tom. —Carlson colgó y marcó otro número.

Respondió una voz:

—National Tracing Center.

—Trabajas demasiado, Donna.

—Estoy intentando salir cuanto antes, Nick. ¿Qué quieres?

—Un favor realmente muy grande.

—¡No! —dijo ella, pero después añadió con un suspiro—. ¿Qué?

—¿Todavía tienes aquella treinta y ocho que encontramos en la caja de seguridad?

—¿Qué pasa con ella?

Le explicó lo que quería y, cuando terminó, ella dijo:

—Estás de guasa, ¿no?

—Ya me conoces, Donna. No tengo sentido del humor.

—Lo sé —dijo con un suspiro—. Haré la petición, pero dudo que la satisfagan esta noche.

—Gracias, Donna. Eres la mejor.

Cuando Shauna entró en el vestíbulo del edificio, oyó una voz que la llamaba.

—Disculpe, ¿señorita Shauna?

Miró al hombre de cabellos engominados y traje carísimo y dijo:

—¿Y usted es…?

—Soy el agente especial Nick Carlson.

—Pues que tenga muy buenas noches, señor agente especial.

—Sabemos que él le ha llamado.

Shauna se tapó la boca con la mano y fingió que bostezaba.

—Debe de estar orgulloso.

—¿Ha oído alguna vez los términos instrumentación, instigación y encubrimiento?

—Mire, no me asuste —dijo Shauna en tono exageradamente monocorde— o me hago pipí ahora mismo sobre la mierda de alfombra que tengo debajo.

—Usted se figura que se trata de un farol, ¿verdad?

Avanzó las manos juntando las muñecas.

—Ande, deténgame, guapo —y añadió mirando detrás de él—. ¿Sus chicos no suelen trabajar por parejas?

—He venido solo.

—Ya lo veo. ¿Puedo marcharme ya?

Carlson se caló las gafas.

—Yo creo que el doctor Beck no ha matado a nadie.

Aquella frase la dejó muda.

—No interprete mal mis palabras. Hay multitud de pruebas que demuestran de sobra que él es el autor y mis compañeros están convencidos de que es culpable. Continúa un gran despliegue de caza.

—Ajá —dijo Shauna con un marcado matiz de desconfianza en la voz—. Pero en cierto modo, usted va más allá.

—Creo que aquí hay algo más que lo que se ve.

—¿Como qué?

—Yo esperaba que usted me lo aclararía.

—¿Y si yo sospecho que todo eso es una artimaña?

—Sobre eso poco puedo hacer —dijo Carlson encogiéndose de hombros.

Shauna se quedó pensativa.

—No tiene importancia —dijo—, porque en realidad yo no sé nada.

—Sabe dónde se esconde.

—No.

—Y si lo supiera, ¿qué?

—Pues no se lo diría. Pero eso ya lo sabe usted de sobra.

—Lo sé —dijo Carlson— y por eso sé también que no me va a decir nada sobre la conversación acerca del paseo del perro.

Shauna negó con un gesto.

—De todos modos, usted no tardará en descubrirlo todo.

—Usted sabe que esto lo dejará tocado. Su amigo atacó a un policía. Esto hace que se abra la veda para darle caza.

Shauna lo miró sin parpadear.

—En eso podré ayudarle muy poco.

—Lo supongo.

—¿Puedo hacerle una pregunta?

—Dispare —dijo Carlson.

—¿Qué le hace pensar que no es culpable?

—No estoy seguro. Una multitud de cosas, supongo —Carlson inclinó la cabeza a un lado—. ¿Sabía que Beck había reservado un pasaje para Londres?

Shauna dejó pasear sus ojos por el vestíbulo tratando de ganar uno o dos segundos. Entró un hombre que le dedicó una sonrisa de admiración. Pero ella no le hizo el más mínimo caso.

—Macho —se limitó a comentar.

—Vengo del aeropuerto —prosiguió Carlson—. La reserva se hizo hace tres días. Pero él no apareció, como es natural. Lo realmente extraño del caso es que la tarjeta de crédito utilizada para pagar el pasaje estaba a nombre de una tal Laura Mills. ¿Significa algo para usted este nombre?

—¿Debería?

—No, probablemente no. Seguimos investigando, pero parece que es un seudónimo.

—¿De quién?

Carlson se encogió de hombros.

—¿Conoce usted a Lisa Sherman?

—No, ¿qué pinta en todo esto?

—Había hecho una reserva para el mismo vuelo a Londres. De hecho, iba a sentarse al lado de nuestro amigo.

—¿Tampoco apareció?

—No exactamente. Se registró y, cuando anunciaron el vuelo, no embarcó. Muy extraño, ¿no le parece?

—No sé qué pensar —dijo Shauna.

—Por desgracia no ha habido nadie que pudiera darnos ningún dato sobre la identidad de Lisa Sherman. No registró equipaje y utilizó una máquina electrónica para el pasaje. Esto nos dio pie para iniciar una investigación sobre sus antecedentes. ¿Sabe qué descubrimos?

Shauna movió negativamente la cabeza.

—Nada —replicó Carlson—. Parece que se trata de otro seudónimo. ¿Le suena el nombre de Brandon Scope?

Shauna se puso tensa.

—¿Quién demonios es?

—El doctor Beck, acompañado de un negro, ha visitado hoy a un abogado llamado Peter Flannery. Éste había defendido a un sospechoso del asesinato de Brandon Scope. El doctor Beck le ha hecho algunas preguntas en relación con este particular y con el papel de Elizabeth en la concesión de la libertad a dicha persona. ¿Sabe algo acerca de sus motivos?

Shauna comenzó a hurgar en el bolso.

—¿Busca algo?

—Un cigarrillo —dijo—. ¿Tiene usted?

—Lo siento, pero no.

—¡Pues vaya! —dejó de buscar y lo miró a los ojos—. ¿Por qué me pregunta todo esto?

—Porque tengo cuatro cadáveres y quiero saber qué pasa.

—¿Cuatro?

—Rebecca Schayes, Melvin Bartola, Robert Wolf, los dos hombres que encontramos en el lago, y Elizabeth Beck.

—A Elizabeth la mató KillRoy.

Carlson negó con un ademán de cabeza.

—¿Por qué está tan seguro?

Levantó el sobre de papel manila.

—En primer lugar, por esto.

—¿Qué es?

—El informe de su autopsia.

Shauna tragó saliva. Sintió una oleada de miedo que le recorría el cuerpo, le temblaron las manos. Era la prueba final, en cualquier caso. Hizo un esfuerzo para hablar sin que le temblara la voz.

—¿Puedo echarle un vistazo?

—¿Por qué?

Shauna no contestó.

—Y lo que es más importante, ¿por qué Beck tenía tanta curiosidad por el informe?

—No sé a qué se refiere —dijo ella, aunque las palabras sonaron falsas a sus oídos y estaba segura de que también a los de él.

—¿Sabe si Elizabeth Beck consumía drogas? —preguntó Carlson.

La pregunta la cogió por sorpresa.

—¿Elizabeth? No, nunca.

—¿Está segura?

—Completamente segura. Trabajaba con drogadictos. Estaba preparada para hacer ese trabajo.

—Sé de muchos polis que se ocupan de perseguir el vicio y que, sin embargo, frecuentan la compañía de prostitutas.

—No, Elizabeth no era de ésas. No era una santa, pero de ahí a tomar drogas… Ni hablar.

Volvió a agitar el sobre de papel manila.

—El informe de toxicología declara que había cocaína y heroína en su organismo.

—Entonces eso quiere decir que Kellerton la obligó.

—No —dijo Carlson.

—¿Por qué está tan seguro?

—Se hacen otras pruebas, Shauna. Le analizaron el tejido, el cabello. Y los análisis demuestran que existía un uso y que se remontaba por lo menos a varios meses.

Shauna sintió que le flaqueaban las piernas. Se apoyó en la pared.

—Mire, Carlson, déjese de tretas conmigo. ¿Me deja que vea el informe?

Carlson pareció considerarlo.

—¿Qué me dice de esto? —dijo—. Voy a dejar que vea todas y cada una de las hojas que hay aquí dentro. Todos los informes. ¿Qué me dice?

—¿Qué quiere decir, Carlson?

—Buenas noches, Shauna.

—Oiga, oiga, un momentito por favor.

Se pasó la lengua por los labios. Pensó en los extraños mensajes electrónicos. Pensó en Beck huyendo de los polis. Pensó en el asesinato de Rebecca Schayes y en aquel informe de toxicología que no podía ser verdad. Y de pronto, aquel convencimiento que tenía de que existía una manipulación digital de la imagen ya no le pareció tan convincente.

—Una fotografía —dijo—. Déjeme ver una fotografía de la víctima.

Carlson sonrió.

—Una cosa muy curiosa.

—¿Qué?

—Que aquí no hay ninguna.

—Pero yo me figuraba…

—Yo tampoco lo entiendo —la interrumpió Carlson—. He visto al doctor Harper, que fue el médico forense en este caso. Quiero ver si puede encontrar quién más firmó el informe. Está comprobándolo en estos momentos.

—¿Quiere decir que alguien robó las fotografías?

Carlson se encogió de hombros.

—Venga, Shauna. Dígame qué sabe.

Estuvo a punto de decírselo. A punto de contarle todo lo de los mensajes electrónicos y el vínculo de la imagen de una calle. Pero Beck había sido tajante. Aquel hombre, pese a su talante amable, podía ser el enemigo.

—¿Puedo ver el resto del informe?

El hombre se acercó lentamente a Shauna. «Al cuerno las vacilaciones», pensó Shauna. Dio un paso adelante y cogió el sobre. Lo abrió y echó una ojeada a la primera hoja. A medida que sus ojos recorrían la página, tuvo la sensación de que en el estómago se le endurecía una masa de hielo. Tras informarse del peso y talla del cadáver, ahogó un grito.

—¿Qué le pasa? —le preguntó Carlson.

No respondió.

Sonó un móvil. Carlson lo buscó en el bolsillo del pantalón.

—Carlson.

—Soy Tim Harper.

—¿Ha encontrado los papeles?

—Sí.

—¿Sabe si alguien más firmó la autopsia de Elizabeth Beck?

—Hace tres años —dijo Harper—. Inmediatamente después de poner el cadáver en el frigorífico. Una persona puso su firma.

—¿Quién?

—El padre de la difunta. También es policía. Se llama Hoyt Parker.