DECLARACIÓN MAGISTRAL SOBRE LOS EMBLEMAS
Durante tres días, Roberto había permanecido con el ojo pegado al anteojo de larga vista de a bordo (reconveníase que el otro, más potente, fuera ya inservible), fijando la cima de los árboles en la ribera. Esperaba divisar la Paloma Naranjada.
El tercer día se conturbó. Había perdido a su único amigo, estaba extraviado en el más alejado de los meridianos, ¡y habríase sentido consolado si hubiera divisado un pájaro que quizá sólo había pasado por la cabeza del padre Caspar!
Decidió volver a explorar su refugio para entender cuánto habría podido sobrevivir a bordo. Las gallinas seguían poniendo huevos, y había nacido una nidada de polluelos. De los vegetales recogidos no quedaban muchos, estaban ya demasiado secos, y habrían debido usarse como pienso para los volátiles. Había aún pocos barriles de agua, pero recogiendo la lluvia habría sido posible incluso no usarlos. Y, por fin, los peces no faltaban.
Luego reflexionó que, no comiendo vegetales frescos, se moría de escorbuto. Estaban los del invernadero, pero éste habría sido regado por vías naturales sólo si hubiera descendido la lluvia: si sobrevenía una larga sequía, habría tenido que regar las plantas con el agua para beber. Y si hubiere habido borrasca durante días y días, habría tenido agua, pero no habría podido pescar.
Para sosegar sus angustias había vuelto al camarote del órgano de agua, que el padre Caspar le había enseñado a poner en marcha: escuchaba siempre y sólo «Daphne», porque no había aprendido cómo se substituía el cilindro; pero no le disgustaba volver a escuchar durante horas y horas la misma melodía. Un día había identificado Daphne, el navío, con el cuerpo de la mujer amada. ¿No era acaso Dafne una criatura que se había transformado en laurel, en substancia arbórea, pues, afín a aquélla de la que había sido extraída la nave? La melodía le cantaba pues de Lilia. Como se ve, la cadena de pensamientos era completamente inconsiderada; ahora bien, así pensaba Roberto.
Reprochábase haberse dejado distraer por la llegada del padre Caspar, haberlo seguido en sus antojos mecánicos, y haber olvidado el propio voto amoroso. Aquella única canción, cuya letra ignoraba, si alguna vez había existido, estaba transformándose en la oración que él proyectaba hacer murmurar cada día a la máquina, «Daphne» tocada por el agua y por el viento en los rincones del Daphne, memoria de la transformación antigua de una Dafne divina. Todas las noches, mirando al cielo, solfeaba aquella melodía en voz baja, como una letanía.
Luego volvía al camarote y volvía a escribir a Lilia.
Al hacer esto había dado en la cuenta de que había pasado los días precedentes al aire libre, y de día, y que volvía a refugiarse en aquella semiobscuridad que, en realidad, había sido su estado natural no solamente en el Daphne, antes de encontrar al padre Caspar, sino durante más de diez años, desde los tiempos de la herida de Casal.
A la verdad, no creo que durante todo ese tiempo Roberto hubiera vivido, como deja creer repetidamente, sólo de noche. Que haya evitado los excesos de la canícula, es probable, pero cuando seguía a Lilia lo hacía de día. Considero que aquella enfermedad era más efecto de humor negro que de verdadera aflicción de la visión: Roberto reparaba que sufría la luz sólo en los momentos más atrabiliarios, pero cuando su mente estaba distraída por pensamientos más risueños, no le prestaba atención.
Comoquiera que fuere y hubiere sido, aquella noche habíase descubierto reflexionando por vez primera sobre los embelesos de la sombra. Mientras escribía, o levantaba la pluma para mojarla en el tintero, veía la luz o como halón dorado sobre el papel, o como ribete céreo y casi translúcido, que definía el contorno de sus dedos obscuros. Como si habitara dentro de la propia mano y se manifestara sólo en las márgenes. Todo en torno, estaba envuelto por el sayo afectuoso de un capuchino, es decir, de un no sé qué de color avellana que, tocando la sombra, en ella moría.
Miraba la llama del candil y entreveía nacer en ella dos fuegos: una llama roja, que se incorporaba a la materia corruptible, y otra que, elevándose en un blanco cegador, hacía que esfumara en el ápice su raíz de cárdeno lirio. Así, decíase, su amor alimentado por un cuerpo que moría daba vida a la representación celestial de la amada.
Quiso celebrar, después de algunos días de traición, aquella reconciliación suya con la sombra y volvió a subir a la puente mientras las sombras dilatábanse por doquier, sobre el navío, sobre el mar, sobre la Isla, donde se entreveía ya sólo el rápido anochecer de las colinas. Intentó, memorioso de sus campiñas, divisar en la ribera la presencia de las luciérnagas, vivas centellas aladas brujuleando por la obscuridad de los setos. No las vio, meditó sobre los oxímoros de las antípodas, donde quizá las luciérnagas lucen sólo a la hora sexta.
Luego se echó en el alcázar, y se puso a mirar la luna, dejándose acunar por la cubierta, mientras de la Isla provenía el ruido de la resaca, mezclado con un canto de grillos, o de sus afines de aquel hemisferio.
Meditaba que la belleza del día es como una belleza rubia, mientras que la belleza de la noche es una belleza morena. Saboreó el contraste de su amor por una diosa rubia consumado en noche morena. Recordando aquella madeja de trigo maduro que aniquilaba cualquier otra luz en el salón de Arthénice, quiso bella a la luna porque disolvía en su extenuación los rayos de un sol latente. Se prometió hacer del día reconquistado nueva ocasión para leer en los reflejos de las ondas el encomio del oro de aquellos cabellos y el azul de aquellos ojos.
Ahora saboreaba las bellezas de la noche, cuando parece que todo descansa, las estrellas se mueven más silenciosamente que el sol; y nos sentimos movidos a creer que somos la única persona en toda la naturaleza absorta en soñar.
Aquella noche estaba a punto de decidir que se habría quedado durante todos los días por venir en el navío. Pero levantando los ojos al cielo había visto un grupo de estrellas que, de repente, parecieron mostrarle el perfil de una paloma con las ajas extendidas, que llevaba en la boca una rama de olivo. Ahora bien, es verdad que en el cielo austral, poco alejada del Can Mayor, había sido localizada ya, desde hacía por lo menos cuarenta años, una constelación de la Paloma. No estoy muy seguro de que Roberto, desde donde estaba, a aquella hora y en aquella estación, hubiera podido divisar precisamente aquellas estrellas. De todos modos, como el que había visto una paloma (como Johannes Bayer en su Uranometria Nova, y luego bastante más tarde, Coronelli en su Libro dei Globi) demostraba más fantasía aún que la que no tuviera Roberto, diría que cualquier disposición de astros, en aquel momento, podía parecerle a Roberto un pichón, una paloma silvestre o zurita, una tórtola, lo que vosotros queráis: aunque por la mañana hubiera dudado de su existencia, la Paloma Naranjada habíale penetrado en las entrañas como un clavo; o, como veremos mejor, un dardo de oro largo.
Tenemos que preguntarnos en efecto por qué, a la primera alusión del padre Caspar, entre las muchas maravillas que la Isla podía prometerle, Roberto se hubiera interesado tanto por la Paloma.
Veremos, a medida que vayamos siguiendo esta historia, que en la mente de Roberto (que el estar en soledad habría hecho cada día más férvida) aquella paloma, sugerida apenas por un relato, habríase vuelto tanto más viva cuanto menos hubiera conseguido verla, compendio invisible de todas las pasiones de su alma amante, admiración, estima, veneración, esperanza, celos, envidia, estupor y regocijo. No le quedaba claro (ni puede quedárnoslo a nosotros) si se había convertido en la Isla, o en Lilia, o en ambas, o en el ayer en el que las tres estaban relegadas, para aquel exilado en un hoy sin término, cuyo futuro estaba sólo en el llegar, algún mañana, al día de antes.
Podríamos decir que Caspar habíale evocado el Cántico de Salomón que, mirad por dónde, su carmelita habíale leído tantas y tantas veces que él casi lo había aprendido de memoria: y desde la mocedad, él disfrutaba de melifluas agonías por un ser con los ojos de paloma, por una paloma cuyo semblante y voz espiaría entre las hendiduras de las peñas… Pero esto me satisface hasta un cierto punto. Creo que es necesario empeñarnos en una «Explicación de la Paloma», redactar algún que otro apunte para un tratadillo por hacerse que podría titularse Columba Patefacta, y el proyecto no me parece completamente ocioso, si otros han empleado todo un capítulo para interrogarse sobre el Sentido de la Ballena; que luego son animalejos o negros o grises (y a lo sumo, blanca hay una sola), mientras nosotros tenemos que vérnoslas con una rara avis de un color aún más raro, y sobre la cual la humanidad ha reflexionado mucho más que sobre las ballenas.
Éste es, en efecto, el punto. Que hubiera hablado de ello con el carmelita, o discutido con el padre Emanuel, que hubiera hojeado un montón de libros que en sus tiempos se tenían en gran aprecio, que en París hubiera escuchado disertaciones sobre las que ahí abajo llamaban Divisas o Imágenes Enigmáticas, Roberto de las palomas habría debido de saber algo.
Recordemos que aquél era un tiempo en el que se inventaban o reinventaban imágenes de cualquier tipo para descubrir en ellas sentidos recónditos y reveladores. Bastaba con ver, no digo una bella flor o un cocodrilo, sino un canastillo, una escalera, un cedazo o un crisol para intentar construirle en torno una red de cosas que, a primera vista, nadie habría observado en ellos. No quiero ponerme aquí a distinguir entre Empresa o Emblema, y sobre cómo, de diferentes maneras, a estas imágenes podían aplicarse versos o lemas (si no es indicando que el Emblema, de la descripción de un hecho particular, no necesariamente expresado por figuras, extraía un concepto universal; mientras que la Empresa iba de la imagen concreta de un objeto particular a una cualidad o propósito de un individuo único, como decir «yo seré más cándido que la nieve», o «más astuto que la serpiente», o aun, «antes morir que traicionar», hasta llegar a los celebérrimos Frangar non Flectar y Spiritus durissima coquii). La gente de aquella edad conceptuaba indispensable traducir el mundo entero en una selva de Símbolos, Señas, Juegos Ecuestres, Máscaras, Pinturas, Armas Gentilescas, Trofeos, Insignias de Honor, Figuras Ingeniosas, Reversos esculpidos en las monedas, Fábulas, Alegorías, Apólogos, Epigramas, Sentencias, Schommas, Proverbios, Téseras, Epístolas Lacónicas, Epitafios, Parerga, Inscripciones Lapidarias, Escudos, Glifos, Clípeos y, si me lo permitís, aquí me detengo yo; pero no se detenían ellos. Y cualquier buena Empresa debía ser metafórica, poética, compuesta sí por un alma toda por descubrir pero, en primer lugar, por un cuerpo sensible que remitiera a un objeto del mundo, y debía ser noble, admirable, nueva pero conocible, aparente pero actuosa, singular, proporcionada al espacio, aguda y breve, equívoca y escueta, popularmente enigmática, apropiada, ingeniosa, única y heroica.
En definitiva, una Empresa era una ponderación misteriosa, la expresión de una correspondencia; una poesía que no cantaba, sino que estaba compuesta de una figura muda y de un mote que hablaba a la vista por ella; preciosa sólo en cuanto imperceptible, su esplendor se escondía en las perlas y en los diamantes que no enseñaba sino gota a gota. Decía más haciendo menos ruido, y allá donde el Poema Épico requería de fábulas y episodios, o la Historia de deliberaciones y arengas, bastaban a la Empresa sólo dos rasgos y una sílaba: sus perfumes se destilaban sólo en gotas no palpables, y sólo entonces podían verse los objetos bajo un vestido sorprendente, como acaece con los Forasteros y con las Máscaras. La Empresa ocultaba más de lo que descubría. No cargaba el espíritu de materia sino que lo alimentaba de esencias. Tenía que ser (con un término que entonces usábase muchísimo y que ya hemos usado) peregrina, pero peregrino quería decir extranjero, y extranjero quería decir extraño.
¿Hay nada más forastero que una Paloma Naranjada? Es más, ¿hay nada más peregrino que una paloma? Ya, la paloma era imagen rica de significados, tanto más sutiles en cuanto cada uno en conflicto con los demás.
Los primeros en hablar de la paloma habían sido, como es natural, los Egipcios, desde los antiquísimos Hieroglyphica de Horus Apolo. Y con otras muchísimas cosas, este animal era considerado purísimo entre todos, tanto que, si había una pestilencia que atosigara hombres y cosas, permanecían mondos los que comieran sólo palomas. Lo que debería resultar evidente, visto que este animal es el único que carece de hiel (es decir, el veneno que los demás animales tienen pegado al hígado), y ya decía Plinio que si una paloma cae enferma, coge una hoja de laurel y recobra la salud. Y si el laurel es el lauro y el lauro es Dafne, nos hemos entendido.
Puras como son, las palomas son también un símbolo harto malicioso, porque se consumen por la gran lujuria: nótese que, mientras todos los demás animales tienen una estación para los amores, no hay estación del año en la cual el palomo no monte a la paloma. Y pasan el día besándose (redoblando los besos para hacerse callar mutuamente) y entrelazando las lenguas.
Permítaseme ahora que diga lo que digo a continuación: ya se sabe que interpretar los símbolos es como mirar los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, están llenas de hilos que las escurecen, y no se ven con la lisura y la tez de la haz. Por ello, quizá nos arroje cierta luz el saber que, en la lengua toscana, de la sensualidad de las palomas derívanse muchas expresiones deleitosas como colombar con le labbra y baci colombini, para decirla como los casuistas. Y colombeggiare le decían los poetas a hacer el amor como las palomas, y tanto como ellas. Ni tampoco olvidemos que Roberto habría debido conocer aquellos versos del célebre caballero italiano que decían:
«Quando nel letto, ove i primieri ardori, / sfogar giá de’ desir caldi e vivaci / colombeggiando i dúo lascivi cori / si raccolser tra lor tra baci e baci», que habrían de inspirar estos sublimes y cultos versos: «reclinados, al mirto más lozano / una y otra lasciva, si ligera, / paloma se caló, cuyos gemidos / (trompas de amor) alteran sus oídos».
Para seguir con este tema, las palomas vienen de Chipre, isla consagrada a Venus. Apuleyo, también otros antes que él, contaba que el carro de Venus está tirado por candidísimas palomas, llamadas precisamente pájaros de Venus por su descomedida lascivia. Otros recuerdan que los griegos llamaban peristera a la paloma porque en paloma transformó Eros envidioso a la ninfa Peristera, amadísima por Venus, que la había ayudado a derrotarlo en un certamen entre quién recogía más flores. ¿Pero qué quiere decir que Venus «amaba» a Peristera?
Eliano dice que las palomas fueron consagradas a Venus porque en el monte Eryx, en Sicilia, se celebraba una fiesta cuando la diosa pasaba hacia Libia; aquel día, en toda Sicilia, ya no se veían palomas, porque todas habían cruzado el mar para ir a formar cortejo a la diosa. Nueve días después, desde las costas de Libia llegaba a Trinacria una paloma roja como el fuego, como dice Anacreonte (y os ruego que pongáis mientes en este color); y era Venus misma, que precisamente llamábase Purpúrea, y detrás de ella venía la turba de las demás palomas. Siempre Eliano nos cuenta de una muchacha llamada Phytia que Júpiter amó y transformó en paloma.
Los Asidos representaban a Semíramis en forma de paloma, y Semíramis fue criada por las palomas, y luego convertida en una de ellas. Sabemos todos que era mujer de hábitos no irreprensibles, pero tan bella que Escaurobates, rey de los Indios, habíase prendado de amor desesperado por ella, que era concubina del rey de Asiria, y que no pasaba un solo día sin cometer adulterio, y el historiador Juba dijo que habíase enamorado incluso de un caballo.
Pero a un símbolo amoroso se le perdonan muchas cosas, sin que cese de atraer a los poetas: por lo cual (y figurémonos si Roberto no lo sabía) Petrarca se preguntaba «¿qué gracia, qué amor o qué destino / me dará plumas en guisa de paloma?», o Bandello: «Este palomo par a mí en ardor / arde en crudo fuego ferviente Amor, / por doquier va buscando adonde fuere / su palomica, y de deseo muere».
Ahora bien, las palomas son algo más y mejor que una Semíramis, y nos enamoramos de ellas porque tienen esta otra tiernísima característica, que lloran, o gimen, en lugar de cantar, como si tanta pasión satisfecha no las dejara jamás saciadas. ídem cantus gemitusque, decía un emblema del Camerarius; Gemitibus Gaudet, decía otro aún más eróticamente intrigante. Como para perder la cabeza.
Sin embargo, el hecho de que estos pájaros se besen y de que sean tan lascivos, y ésta es una bella contradicción que señala a la paloma, es también prueba de que son aves fidelísimas, y por ello son, al mismo tiempo, el símbolo de la castidad, al menos en el sentido de la fidelidad conyugal. Y lo decía ya Plinio: aunque amorosísimas, tienen un gran sentido del pudor y no conocen el adulterio. De su fidelidad conyugal sean testigos tanto Propercio pagano como Tertuliano. Se dice, sí, que en los casos raros en los que sospechan el adulterio, los machos se vuelven despóticos, su voz está llena de plañido y crueles son los golpes que dan con el pico. Pero inmediatamente después, para reparar su agravio, el macho corteja a la hembra, y la adula dando frecuentes vueltas en torno suyo. Idea ésta, que los celos desbocados fomenten el amor, y éste una nueva fidelidad, y así seguir besándose al infinito y en cada estación, que me parece harto bella y, como veremos, bellísima para Roberto.
¿Cómo no amar una imagen que te promete fidelidad? Fidelidad incluso después de la muerte, porque una vez perdido el compañero, estos pájaros ya no se unen a otro («en soledad vivía y en soledad ha puesto su vida»). La tórtola había sido elevada, por lo tanto, a símbolo de la casta viudez, aunque Ferro recuerda la historia de una viuda que, tristísima por la muerte del marido, tenía consigo a una tórtola blanca y por ella fue reprochada, a lo cual ella respondió Dolor non color, cuenta el dolor no el color.
En fin, lascivas o no, esta devoción al amor hace decir a Orígenes que las palomas son símbolo de la caridad. Y por eso, dice San Cipriano, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros en forma de paloma, porque no sólo este animal carece de hiel, sino que no araña con sus garras, no muerde, le es natural amar las estancias de los hombres, no conoce sino una sola casa, alimenta a sus propios pequeños y pasa la vida en común conversación, entreteniéndose con el compañero en la concordia, en este caso honestísima, del beso. Donde se ve que el besarse puede ser también signo de gran amor hacia el prójimo, y la Iglesia usa el rito del beso de paz. Era costumbre entre los Romanos acogerse y encontrarse con besos, también entre hombre y mujer. Escoliastas malignos dicen que lo hacían porque estábales prohibido a las mujeres beber vino, y besándolas controlaban su aliento, pero en fin, se juzgaban groseros a los Númidas que no besaban sino a sus pequeños.
Pues todos los pueblos han juzgado nobilísimo el aire, así han honrado a la paloma, que vuela más alto que los demás pájaros, y no obstante, vuelve siempre fiel al propio nido. Algo que desde luego hace también la golondrina, pero nadie ha conseguido jamás hacerla amiga de nuestra especie y domesticarla, mientras la paloma sí. Refiere, por ejemplo, San Basilio que los columbarios rociaban una paloma con bálsamo odorífero, y las demás palomas, atraídas, aquélla seguían en gran formación. Odore trahit. Que no sé si tiene mucho que ver con lo que he dicho antes, pero me toca esta perfumada benevolencia, esta odoratísima pureza, esta seductora castidad.
A pesar de todo, la paloma no es sólo casta y fiel, sino también simple (Columbina simplicitas: sed prudentes como la serpiente y simples como la paloma, dice la Biblia), y por ello es, a veces, símbolo de la vida monacal y apartada; y qué tiene que ver esto con todos esos besos, no me lo hagáis decir, por favor.
Otro motivo de fascinación es la trepiditas de la paloma: su nombre griego treron procede sin duda de treo, «huyo temblando». De ello hablan Hornero, Ovidio y Virgilio («Temerosos como pichones durante una negra tempestad»), y no olvidemos que las palomas viven siempre en el terror del águila o, peor, del buitre. Léase en Valeriano cómo, justamente por eso, nidifican en lugares impracticables para protegerse (de donde la empresa Secura nidificat); y ya lo recordaba Jeremías, mientras el Salmo 55 invoca «¡Oh, si tuviera alas como la paloma… Cómo huiría lejos, lejos!».
Los Judíos decían que las palomas y tórtolas son los pájaros más perseguidos y, por eso, dignos del altar, porque mejor es ser perseguidos que perseguidores. Para Aretino, en cambio, que no era manso como los Hebreos, quien paloma se vuelve, halcón se lo come. Pero Epifanio dice que la paloma no se protege jamás de las asechanzas, y Agustín repite que no sólo no lo hace con los animales grandísimos a los que no se puede oponer, sino incluso en relación con los gorriones.
Quiere una leyenda que haya en la India un árbol frondoso y verdegueante que se llama en griego Paradision. En la parte derecha moran las palomas y no se apartan jamás de la sombra que propaga; si se alejaran del árbol serían presa de un dragón que es su enemigo. Pero a éste le es enemiga la sombra del árbol, y cuando la sombra está a la derecha él está al acecho a la izquierda, y viceversa.
Sin embargo, por trémula que sea, la paloma tiene algo de la prudencia de la serpiente, y si en la Isla había un dragón, la Paloma Naranjada bien sabía cuidarse: en efecto, se quiere que la paloma vuele siempre sobre el agua porque, si el gavilán se le echa encima, ella ve su imagen reflejada. En definitiva, ¿se defiende o no se defiende de las asechanzas?
Con todas estas variadas y harto discordes cualidades, le ha tocado a la paloma convertirse también en símbolo místico, y no tengo absolutamente necesidad de tediar al lector con la historia del Diluvio, y del papel desempeñado por este pájaro al anunciar la paz y la bonanza, y las nuevas tierras surgidas. Mas para muchos autores sagrados la paloma es también emblema de la Mater Dolorosa y de sus inermes gemidos. Y de ella se dice Indus et extra, porque es candida tanto dentro como fuera. A veces se la representa mientras rompe la soga que la mantenía prisionera, Effracto libera vinculo, y se convierte en figura de Cristo resucitado de la muerte. Además, parece seguro, llega al atardecer, para no ser sorprendida por la noche, y por lo tanto, para no ser detenida por la muerte antes de haber enjugado las manchas del pecado. Por no hablar, y ya lo hemos dicho, de lo que se sabe por Juan: «He visto los cielos abiertos y al Espíritu Santo bajar como una paloma de los cielos».
En cuanto a otras hermosas Empresas Colombinas, quién sabe cuántas conocía Roberto como Mollius ut cubant, porque la paloma se quita las plumas para hacerles más mullido el nido a sus pequeños; Luce lucidior, porque reluce cuando se levanta hacia el sol; Quiescit in motu, porque vuela siempre con un ala recogida para no hacer demasiado esfuerzo. Había habido incluso un soldado que, para excusar sus intemperancias amorosas, había escogido como insignia una celada en la que habían hecho el nido dos tortolillas, con el mote Árnica Venus.
Le parecerá a quien lee que la paloma significados tenía incluso demasiados. Pero si se ha de elegir un símbolo o un jeroglífico, y morir por él, que sus sentidos sean muchos, si no, más vale llamar pan al pan y vino al vino, o átomo al átomo y vacío al vacío. Cosa que podía encontrar el gusto de los filósofos naturales que Roberto trataba en la casa de los Dupuy, pero no el del padre Emanuel; y sabemos que nuestro náufrago se inclinaba ahora a la una, ahora a la otra sugestión. Por fin, lo hermoso de la paloma, por lo menos (considero) para Roberto, era que ella no era sólo, como cualquier Empresa o Emblema, un Mensaje, sino un mensaje cuyo mensaje era la insondabilidad de los mensajes agudos.
Cuando Eneas tiene que descender al Averno —y encontrar también él la sombra del padre, y, en cierto sentido, el día o los días ya pasados— ¿qué hace la Sibila? Le dice, sí, que vaya a enterrar a Miseno, y que haga varios sacrificios de toros y otro ganado, pero si de verdad quiere llevar a cabo una empresa que nadie jamás ha tenido o la valentía, o la fortuna de intentar, deberá encontrar un árbol umbroso y frondoso en el cual haya una rama de oro. El bosque lo esconde y lo cierran oscuros convalles, y sin embargo, sin esa rama «auricomus», no se penetran los secretos de la tierra. ¿Y quién es el que permite a Eneas descubrir la rama? Dos palomas, por lo demás, ya deberíamos saberlo, pájaros maternales. El resto es cosa consabida a legañosos y barberos. En fin, Virgilio no sabía nada de Noé, pero la paloma lleva una noticia, indica algo.
Se quería, por otra parte, que las palomas hicieran oficio de oráculo en el templo de Júpiter, donde él contestaba por su boca. Posteriormente, una de estas palomas había volado hasta el templo de Amón y la otra al de Delfos, por lo que se comprende cómo tanto los Egipcios como los Griegos contaban las mismas verdades, aunque bajo oscuros velos. Sin paloma, ninguna revelación.
Y nosotros estamos aquí, todavía hoy, preguntándonos qué quería significar la Rama Dorada. Signo de que las palomas traen mensajes, pero que son mensajes en cifra.
No sé lo que sabía Roberto de las cábalas de los Hebreos que, con todo y eso, estaban muy de moda en aquel retazo de tiempo, pero, si trataba al señor Gaffarel, algo debía de haber oído: el caso es que los Hebreos sobre la paloma habían construido enteros castillos. Lo hemos recordado, es decir, lo había recordado el padre Caspar: en el Salmo 68 se habla de alas de la paloma que se cubren de plata, y de sus plumas que tienen destellos de oro. ¿Por qué? ¿Y por qué en los Proverbios vuelve una imagen harto similar de «manzanas de oro en una red cincelada en plata», con el comentario «ésta es la palabra pronunciada a propósito»? ¿Y por qué en el Cántico de Salomón, dirigiéndose a la muchacha («Tus ojos de paloma»), se le dice «Oh hermosa entre las mujeres, tortolicas de oro te haremos esmaltadas de plata»?
Los Hebreos comentaban que el oro es el de la escritura, la plata los espacios blancos entre las letras o las palabras. Y uno de ellos, que quizá Roberto no conocía, pero que aún estaba inspirando a muchos rabinos, había dicho que las manzanas de oro que están en la red de plata finamente cincelada significan que en cualquier frase de las Escrituras (y sin duda en cualquier objeto o acontecimiento del mundo) hay dos caras, la manifiesta y la escondida, y la manifiesta es plata, pero más preciosa, porque de oro, es la escondida. Y quien mira la red de lejos, con las manzanas envueltas por sus hilos de plata, cree que las manzanas son de plata, mas cuando mire mejor descubrirá el esplendor del oro.
Todo lo que contienen las Sagradas Escrituras de prima facie reluce como plata, su sentido oculto brilla como el oro. La inviolable castidad de la palabra de Dios, escondida a los ojos de los profanos, está como cubierta por un velo de pudor, y está en la sombra del misterio. Dice la palabra de Dios que no se han de echar perlas a los cerdos. Tener ojos de paloma significa no detenerse en el sentido literal de las palabras sino saber penetrar su sentido místico.
Y sin embargo, este secreto, como la paloma, es esquivo y no se sabe nunca dónde se halla. La paloma significa que el mundo habla por jeroglíficos y, por lo tanto, es ella misma el jeroglífico que significa los jeroglíficos. Y un jeroglífico no dice y no esconde, sólo muestra.
Y otros Hebreos habían dicho que la paloma es un oráculo, y no es una casualidad el que en hebreo tórtola se diga tore, que evoca la Tora, que es luego su Biblia, libro sagrado, origen de toda revelación.
La paloma mientras vuela en el sol parece sólo centellear como plata, pero sólo quien habrá sabido esperar largo tiempo para descubrir su cara oculta, verá su oro verdadero, es decir, el color de naranja resplandeciente.
Del venerable Isidoro en adelante también los cristianos habían recordado que la paloma, reflejando en su vuelo los rayos del sol que la ilumina, se nos aparece con colores diferentes. La paloma depende del sol, y son empresas suyas De TU luz Mis Prendas, o Por ti me adorno y reluzco. Su cuello se reviste a la luz de varios colores, y no obstante, permanece siempre el mismo. Y por ello es aviso a no fiar en las apariencias, mas también a encontrar la verdadera apariencia bajo las engañosas.
¿Cuántos colores tiene la paloma? Como dice un antiguo bestiario:
Uncor m’estuet que vos devis
des columps, qui sunt blans et bis:
li un ont color aierine,
et li autre l’ont stephanine;
li un sont neir, li autre rous,
li un vermel, l’autre cendrous,
et des columps i a plusors
qui ont trestotes les colors.
¿Y qué será entonces una Paloma Naranjada?
Para concluir, admitiendo que Roberto supiera algo, encuentro en el Talmud que los poderosos de Edom habían decretado contra Israel que habrían arrancado el cerebro a quien llevara el filacterio. Ahora bien, Elíseo se lo había puesto y había salido a la calle. Un tutor de la ley lo había visto y lo había perseguido mientras huía. Cuando Elíseo fue alcanzado, se quitó el filacterio y lo escondió entre las manos. El enemigo le dijo: «¿Qué tienes en las manos?» Y aquél contestó: «Las alas de una paloma». El otro le había abierto las manos. Y eran las alas de una paloma.
Yo no sé lo que significa esta historia, pero la encuentro muy hermosa. Así debería haberla encontrado Roberto.
Amabilis columba,
unde, unde ades volando?
Quid est rei, quod altum
coelum cito secando
tam copia benigna
spires liquentem odorem?
Tam copia benigna
ungüenta grata stilles?
Quiero decir, la paloma es un signo importante, y podemos entender por qué un hombre perdido en las antípodas decidiera que tenía que apuntar bien los ojos para entender qué significaba para él.
Inaccesible la Isla, perdida Lilia, flagelada toda esperanza, ¿por qué no debía la invisible Paloma Naranjada convertirse en la médula áurea, en la piedra filosofal, en el fin de los fines, volátil como toda cosa que apasionadamente se desea? Aspirar a algo que no tendrás jamas, ¿es ésta la agudeza del más generoso entre los deseos?
La cosa me parece tan clara (luce lucidior) que decido no seguir adelante con mi Explicación de la Paloma.
Vuélvete paloma, que al aire de tu vuelo, el ciervo por el otero asoma y nosotros regresamos a nuestra historia.