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EL ANTEOJO DE LARGA VISTA ARISTOTÉLICO

Al día siguiente había vuelto a rezar en la catedral de San Evasio. Lo había hecho para encontrar refrigerio: aquella tarde de primeros de junio el sol pegaba sobre las calles semidesiertas; tal y como en aquel momento en el Daphne, él advertía el calor que estaba difundiéndose en la bahía, y que los costados del navío no conseguían contener, como si la madera estuviera incandescente. Y había sentido también la necesidad de confesar tanto su pecado como el paterno. Había parado a un eclesiástico en la nave y éste habíale dicho primeramente que no pertenecía a la parroquia, pero luego, ante la mirada del mancebo, había consentido, y habíase sentado en un confesionario, acogiéndole penitente.

El padre Emanuel no debía de ser muy anciano, quizá estaba en los cuarenta y era, en palabras de Roberto «jugoso y rosado en el semblante majestuoso y afable», y Roberto sintióse alentado a confiarle todas sus penas. Le dijo, ante todo, de la blasfemia paterna. ¿Era ésta razón suficiente por la cual su padre no reposara ahora entre los brazos del Padre, sino que estuviera gimiendo en el fondo del Infierno? El confesor hízole algunas preguntas e indujo a Roberto a que admitiera que, en cualquier momento en el que el viejo Pozzo hubiera muerto, había buenas posibilidades de que el caso aconteciera mientras él nombraba el nombre de Dios en vano: blasfemar era una mala costumbre que se toma de los campesinos, y los hidalgos de la campiña monferrina consideraban signo de descuido hablar, en presencia de sus propios pares, como sus villanos.

—Ves, muchacho —había concluido el confesor—, tu padre murió mientras cumplía una de aquellas grandes amp; nobles Facciones por las quales dizque éntrase en el Paraíso de los Héroes. Ahora bien, como no creo que un tal Paraíso exista, y considero que en el Reino de los Cielos conviven en santa harmonía Menesterosos amp; Soberanos, Héroes amp; Cobardes, sin duda, el buen Dios no habrále negado su Reino al padre tuyo sólo porque deslizósele un poco la Lengua en una ocasión en la que tenía una gran Empresa en que pensar, et me aventuraría a decir que, en tales momentos, incluso una tal Exclamación puede ser una suerte de llamar a Dios como Testigo amp; Juez de la propia bella Facción. Si con todo, aún te atormentas, reza por el Alma de tu Progenitor amp; haz que digan por él alguna Missa, no tanto para mover al Señor a mudar sus Sentencias, que no es una Veleta que voltee según soplen las beatas, sino para hazer el bien al Alma tuya.

Roberto díjole entonces de los discursos sediciosos que había escuchado de un amigo suyo, y el padre abrióse de brazos desconsolado:

—Hijo mío, poco sé de París, mas lo que oigo decir hame puesto en el hecho de todos los Descabellados, Ambiciosos, Renegados, Espías, Honbres de Intriga que existen en aquessa nueva Sodoma. Entre ellos hay Falsos Testigos, Ladrones de Sagrarios, Holladores de Crucifixos, amp; aquellos que dan dinero a los Vagamundos para hacerles abjurar de Dios, amp; incluso gente que por Escarnio ha baptizado a Perros… Y a esto llámanlo seguir la Moda del Tiempo. En las Iglesias ya no dicen Oraciones sino que pasean, ríen, assechan detrás de las columnas para insidiar a las Damas, y hay un continuo Tumulto incluso durante la Elevación. Pretenden filosofar amp; assáltante con maliciosos Porqués, por qué Dios ha dado Leyes al Mundo, por qué prohíbese la Fornicación, por qué el Hijo de Dios hase encarnado, amp; usan qualquier Respuesta tuya para transmutarla en una Prueba de Ateísmo. ¡Ahí tienes a los Ingenios del Tiempo: Epicúreos, Pirronianos, Diogenistas, amp; Libertinos! Pues sus, no prestes Oído a aquestas Seducciones, que vienen del Maligno.

Por lo normal, Roberto no hace ese abuso de mayúsculas en el que sobresalían los escritores de su tiempo: pero cuando adscribe dichos y sentencias al padre Emanuel muchas las registra, como si el padre no sólo escribiera sino también hablara haciendo oír la particular dignidad de las cosas que tenía que decir; signo de que era hombre de grande y atractiva elocuencia. Y en efecto, con sus palabras, Roberto se encontró tan sosegado, que salido del confesionario, quiso demorarse un poco con él. Supo que era un jesuíta saboyano y, sin duda, hombre no para poco, pues residía en Casal precisamente como observador por mandato del duque de Saboya; cosas que en aquellos tiempos podían acontecer durante un asedio.

El padre Emanuel desenvolvía de buena gana aquel encargo suyo: la lobreguez obsidional dábale espacio de conducir de manera distendida ciertos estudios suyos que no podían soportar las distracciones de una ciudad como Turín. E interrogado sobre qué lo ocupaba había dicho que también él, como los astrónomos, estaba construyendo un anteojo de larga vista.

—Habrás oído hablar de aquesse Astrónomo florentino que para explicar el Universo valióse del Anteojo de larga vista, hypérbole de los ojos, y con el Anteojo vio lo que los ojos sólo imaginaron. Yo mucho respeto aqueste uso de Instrumentos Mechánicos para entender, como hoy suele decírsele, la Cosa Extendida. Pero para entender la Cosa Pensante, es decir, nuestra manera de conocer el Mundo, nosotros no podemos sino valemos de otro Anteojo, el mismo del que valióse Aristóteles, y que no es ni tubo ni lente, sino Entramado de Palabras, Idea Perspicaz, porque es sólo el don de la Artificiosa Eloquencia el que nos permite entender este Universo.

Así diciendo, el padre Emanuel había conducido a Roberto fuera de la iglesia y, paseando, habían ascendido a los espaltes, un lugar tranquilo aquella tarde, mientras acolchados cañonazos llegaban de la parte opuesta de la ciudad. Tenían ante sí los reales imperiales; a lo lejos, pero por largos trechos, los campos estaban vacíos de tropas y carruajes, y los prados y las colinas resplandecían con el sol casi estival.

—¿Qué ves, hijo mío? —preguntóle el padre Emanuel.

Y Roberto, aún de poca elocuencia:

—Los prados.

—Desde luego, qualquiera es capaz de ver ahí abaxo unos Prados. Pero bien sabes que según la posición del Sol, del color del Cielo, de la hora del día amp; de la estación, los Prados pueden aparecérsete baxo formas distintas, inspirándote distintos Sentimientos. Al villano, fatigado por el trabajo, aparécensele como Prados, y nada más. Lo mismo acontécele al pescador montes atemorizado por algunas de aquellas nocturnas Imágenes de Fuego que alguna vez en el cielo resplandecen, pero tan pronto como los Metheóricos, que son también Poetas, osan llamarlos Cometas Crin, Barbarea, Cola, Cabras, Través, Escudos, Hachas, amp; Saetas, estas figuras del lenguaje te hazen patente por quáles Símbolos agudos tenía intención de hablar la Naturaleza, que se sirve de estas Imágenes como de Geroglíficos que, por un lado, remiten a los Signos del Zodiaco y, por el otro, a Acontecimientos passados o futuros. ¿Y los Prados? Observa lo que puedes decir de los Prados, amp; cómo al decir, tú ves mucho más amp; comprendes: espira Fabonio, la Tierra se abre, lloran los Ruyseflores, se pavonean los Árboles crinados de Frondas, amp; tú descubres el admirable ingenio de los Prados en la variedad de sus estirpes de Hierbas amamantadas por los Arroyos que juguetean en amena Puericia. Los Prados jubilosos se regocijan con lépida alegría, cuando aparece el Sol abren su semblante y en ellos ves el arco de una sonrisa amp; se alegran por el retorno del Astro, ebrios de los besos suaves del Austro, y la risa danza en la Tierra misma que se abre a muda Leticia, amp; la tibieza matutina tanto los colma de Gozo que se desbordan en lágrimas de Rocío. Coronados de Flores, los Prados se abandonan a su Genio amp; componen agudas Hypérboles de Arco Iris. Pero bien pronto su Mocedad sabe que se apresura a Muerte, su risa se turba de una palidez improvisa, destiñe el cielo amp; Zéfiro, demorándose, ya suspira sobre una Tierra desfalleciente, de suerte que a la llegada de los primeros despechos de los cielos invernales, se entristecen los Prados, amp; tornándose esqueletos se cubren de Escarcha. Ahí lo tienes, hijo mío: si tú hubieres dicho simplemente que los prados son amenos no me habrías representado otra cosa que lo verde de los Prados, del que ya sé, pero si tú dixeras que los Prados ríen, tú me harás ver que la tierra es un Hombre Animado, amp; recíprocamente aprenderé a observar en la cara humana todas las anotaciones que he cosechado en los prados… Y esto es oficio de la Figura excelsa entre todas, la Metáphora. Si el Ingenio, y así pues el Saber, consiste en aunar las remotas y separadas Nociones y hallar la Semejanza en cosas desemejantes, la Metáphora, entre las Figuras la más aguda y peregrina, es la única capaz de producir Maravilla, de la cual nace el Gusto, como de repentino trueque de la scena en el theatro. Y si el Gusto recopilado de las Figuras es el de aprender cosas nuevas sin fatiga y muchas cosas en pequeño volumen, he aquí que la Metáphora, llevando en vuelo nuestra mente de un Género a otro, nos hace ver en una sola Palabra más de un Objeto.

—Mas es preciso saber inventar metáforas, y no es cosa para un aldeano como yo, que en su vida en los prados sólo les ha disparado a los pajaritos…

—Tú eres un Gentil Hombre, y poco ha para que tú puedas convertirte en lo que en París llaman un Hombre de Bien, hábil en los lances verbales como en los de espada. Y saber formular Metáphoras, y por ende, ver el Mundo inmensamente más variado de lo que se les aparece a los incultos, es Arte que se aprende. Que si quieres saber, en este mundo en el que hoy todos pierden el juicio por muchas y maravillosas Machinas, y algunas vense, hayme, también en este Asedio, también yo construyo Machinas Aristotélicas, que permitan a quienquiera ver a través de las Palabras…

Los días siguientes, Roberto conoció al señor de la Saleta, que quejábase, le había oído, de los casaleses, en cuya fidelidad poco fiaba:

—¿No entienden —decía irritado— que incluso en tiempos de paz Casal se encuentra en la condición de no poder hacer pasar ni siquiera un simple infante o una canasta de provisiones sin pedirles el paso a los ministros españoles? ¿Que sólo con la protección francesa tiene la seguridad de ser respetada?

Pero ahora, por el señor de la Saleta venía a saber que Casal tampoco se había encontrado a gusto con los duques de Mantua. La política de los Gonzaga había sido siempre la de reducir la oposición casalesa, y desde hacía sesenta años la ciudad había padecido la reducción progresiva de muchos privilegios.

—¿Entiende señor de la Grive? —decía el de la Saleta—. Antes teníamos que lamentar demasiados impuestos, y agora soportamos nosotros los gastos para el mantenimiento de la guarnición. No amamos a los españoles en casa, ¿mas amamos de verdad a los franceses? ¿Estamos muriendo por nosotros o por ellos?

—Y entonces, ¿por quién ha muerto mi padre? —había preguntado Roberto.

Y el señor de la Saleta no habíale sabido contestar.

Disgustado de los discursos políticos, Roberto había vuelto a ver al padre Emanuel algunos días después, en el convento en el que vivía, donde le encaminaron no hacia una celda, sino hacia un cuartel que habíale sido reservado bajo las bóvedas de un claustro silencioso. Lo encontró mientras conversaba con dos gentileshombres, uno de los cuales lujosamente ataviado: iba vestido de grana de polvo con alamares de oro, capote cuajado de pasamanos de oro forrado en felpa corta, jubón bordado, banda roja atravesada y un cintillo de pequeñas piedras. El padre Emanuel lo presentó como el alférez don Gaspar de Salazar, y por otra parte, ya por el tono altanero, y por la guisa de los bigotes y del cabello, Roberto lo había identificado como un hidalgo del ejército enemigo. El otro era el señor de la Saleta. Le surgió por un instante la sospecha de haber caído en una madriguera de espías, luego dio en la cuenta de que, como aprendo también yo en esta ocasión, la etiqueta del sitio concedía que a un representante de los sitiadores se le consintiera el acceso a la ciudad cercada, para contactos y negociaciones, así como el señor de la Saleta tenía libre acceso al campo del Espínola.

El padre Emanuel dijo que disponíase precisamente a enseñar a sus visitantes su Máquina Aristotélica: y condujo a sus huéspedes a un aposento en el que se erguía el mueble más extraño del que se pueda decir; ni estoy seguro de poder reconstruir exactamente la forma por la descripción que Roberto da de él a la Señora, que sin duda tratábase de algo jamás visto ni antes ni después.

Conque estaba la base inferior formada por un cajón o alhacena en cuyo frente abríanse como en un tablero de ajedrez ochenta y una gavetas: nueve filas horizontales por nueve verticales, cada fila por sendas dimensiones caracterizada por una letra grabada (BCDEFGHIK). En la repisa de la alhacena levantábase a la izquierda un atril, sobre el que estaba posado un gran libro, manuscrito y con letras capitales de colores. A la derecha del atril había tres rodillos, de longitud decreciente y creciente amplitud (siendo el más corto el más capaz, apto para contener los dos más largos), tales que una cigüeña a un lado podía luego por inercia hacerlos girar el uno dentro del otro a velocidades diferentes según el peso. Cada rodillo llevaba grabadas en el borde izquierdo las mismas nueve letras que contramarcaban los cajones. Bastaba dar una vuelta de cigüeña para que los rodillos se movieran independientes el uno del otro, y cuando se detenían podíanse leer tríades de letras reunidas por el azar, ya fuere CBD, KFE o BGH.

El padre Emanuel dio en explicar el concepto que presidía a su Máquina.

—Como el Filósofo nos apercibió, no es otra cosa el Ingenio que una virtud de penetrar los objetos baxo diez Cathegorías, que son Substancia, Quantidad, Qualidad, Relación, Acción, Passión, Sitio, Tiempo, Lugar, amp; Hábito. Las substancias son el sugeto mismo de cualquier agudeza amp; de ellas habrá que predicar las ingeniosas Semejanzas. Quáles son las substancias, está anotado en este libro baxo la letra A, y acaso no baste ni siquiera mi vida para hacer el Elencho completo. De todos modos he reunido ya algunos Millares, sacándolas de los libros de los Poetas y de los sabios, y de ese admirable Regesto que es la Fábrica del Mundo del Alumno. Así entre las Substancias pondremos, por debajo del mismo Dios Sumo, las Divinas Personas, las Ideas, los Dioses Fabulosos, unos mayores, otros medianos amp; otros ínfimos, los Dioses Celestes, Aéreos, Marítimos, Terrenos amp; Infernales, los Héroes deificados, los Ángeles, los Demonios, los Foletos, el Cielo y las Estrellas errantes, los Signos celestes y las Constelaciones, el Zodiaco, los Círculos y las Esferas, los Elementos, los Vapores, las Exhalaciones, y otrosí, por no decirlo todo, los Fuegos Subterráneos, y las Centellas, los Metheores, los Mares, los Ríos, las Fuentes amp; Lagos et Escollos… Demás, las Substancias Artificiales con las obras de cada Arte, Libros, Plumas, Tinta, Globos, Compases, Esquadras, Palacios, Templos «fe Casas, Escudos, Espadas, Tambores, Quadros, Pinceles, Estatuas, Hachas amp; Sierras, y por fin las Substancias Metaphísicas como el Género, la Especie, el Propio y el Accidente, y semejantes Nociones.

Señalaba ahora los cajones de su mueble, y abriéndolos mostraba cómo cada uno contenía hojas cuadradas de pergamino muy grueso, del que se usa para encuadernar los libros, estibadas en orden alfabético:

—Como Vuesas Mercedes deberán de saber, cada fila vertical se refiere, de B a K, a una de las otras nueve Cathegorías, y por cada una de ellas, cada uno de los nueve caxones recoge familias de Miembros. Verbigracia, para la Quantidad se anota la familia de la Cantidad de Bulto, que como Miembros anota lo Pequeño, lo Grande, lo Largo o lo Corto; o la familia de la Quantidad Numeral, cuyos Miembros son Ninguno, Uno, Dos amp; c, o Muchos y Pocos. O baxo la Qualidad tendrás la familia de las qualidades pertenecientes a la Vista, como Visible, Invisible, Bello, Disforme, Claro, Obscuro; o al Olfato, como Olor Suave y Hediondo; o las qualidades de Passiones, como Alegría y Tristeza. Et así dígase por cada cathegoría. Et todas las hojas anotando un Miembro, de esse Miembro anoto todas las Cosas que de él dependen. ¿Está claro?

Todos asintieron admirados, y el padre siguió:

—Abramos agora al azar el gran Libro de las Substancias, y busquemos una qualquiera… Aquí está, un Enano. ¿Qué dixéremos, antes de hablar agudamente, de un Enano?

—Que es pequeño, picoletto, petit —auspicó don Gaspar de Salazar—, y que es feo, y infeliz y ridículo…

—Precisamente —concedió el padre Emanuel—, mas ya no sé qué elegir, ¿ amp; estoy completamente seguro de que si hubiere tenido que hablar no de un Enano, sino, digamos, de los Corales, habría yo hallado al punto rasgos tan notables? Y además, la Pequenez tiene que ver con la Quantidad, la Fealdad con la Qualidad, amp; ¿por dónde habría de empezar? No, mejor confiar en la Fortuna, cuyos Ministros son mis Cylindros. Agora hago que se muevan amp; obtengo, como por azar agora acontece, la tríade BBB. B en primera Posición es la Quantidad, B en segunda Posición, házeme ir a buscar, en la línea de la Quantidad, dentro del caxón del Bulto, amp; aquí, precisamente al principio de la sequencia de las Cosas B, encuentro Pequeño. Y en esta hoja dedicada a Pequeño encuentro que es pequeño el Ángel, que está en un punto, amp; el Polo, que es punto inmóvil de la Esfera, de entre las cosas elementares la Centella de Fuego, la Gota de agua, amp; el Escrúpulo de Piedra, amp; el Átomo del cual, según Demócrito, se componen todas las cosas; para las Cosas Humanas, he aquí el Embrión, la Niña del Ojo, el Astrágalo; para los Animales, la Hormiga amp; la Pulga, para las Plantas, la Frasca, la Semilla de Mostaza amp; la Miga de Pan; para las Ciencias Mathemáticas el Mínimum Quod Sic, la Letra Y, el Libro enquadernado en sextodécimo, o la Dragma de los Boticarios; para la Architectura, el Escritorio o el Gozne, o para las Fábulas, el Pisicarpax general de los Topos contra las Ranas amp; los Mirmidones nacidos de las Hormigas… Pero detengámonos aquí, que ya podría llamar a nuestro Enano, Escritorio de la Naturaleza, Muñeco de los Muchachos, Miga de Hombre. Y adviertan Vuesas Mercedes que si probáremos a girar otra vez los Cylindros y obtuviéremos en cambio, esso es, CBF, la letra C me remitiría a la Qualidad, la B me movería a buscar mis Miembros en el caxón de lo que afecta a la Vista, amp; aquí la letra F hádame encontrar como Miembro el ser Invisible. Y entre las Cosas Invisibles encontraría, admirable coyuntura, el Átomo, amp; el Punto, y ya me permitirían designar a mi Enano como Átomo de Hombre o Punto de Carne.

El padre Emanuel daba vueltas a sus cilindros y hojeaba en los cajones raudo como un malabarista, de modo que las metáforas parecían surgirle como por encanto sin que se advirtiera el jadear mecánico que las producía. Pero todavía no se daba por satisfecho.

—¡Señores! —continuó—, ¡la Metáphora Ingeniosa tiene que ser mucho más compleja! Qualquier Cosa que yo hubiere encontrado hasta agora tiene que analizarse a su vez baxo el perfil de las diez Cathegorías, amp; como explica mi Libro, si tuviéremos que considerar una Cosa que depende de la Qualidad, deberíamos ver si es visible, amp; quán lejos; qué Deformidad o Hermosura tiene, quánto Sonido, quánto Olor, quánto Sabor; si es sensible o palpable, si es rara, ó densa, caliente ó fría, amp; qué Figura, qual Passión, Amor, Arte, Saber, Sanidad, Enfermedad: amp; si acaso se pueda dar Noticia. Y llamo a estas preguntas Partículas. Aora bien,.yo sé que nuestro primer ensayo nanos conducido a trabajar sobre la Quantidad, que alberga entre sus Miembros a la Pequenez. Hago agora girar de nuevo los Cylindros, amp; obtengo la tríade BKD. La letra B, que ya hemos decidido referir a la Quantidad, si voy a ver en mi Libro, me dice que la primera Partícula adequada para expresar Cosa Pequeña es establecer Con Qué Se Mide. Si busco en el libro a qué se refiere la Medida, me remite aún al caxón de las Quantidades, baxo la Familia de las Quantidades en General. Recurro a la hoja de la Medida amp; elijo en ella la cosa K, que es la Medida del Dedo Geométrico. Y he aquí que ya estaría en condiciones de componer una Definición harto aguda, como por ejemplo, que a querer medir esse Muñeco de los Muchachos, esse Átomo de Hombre, un Dedo Geométrico sería una Medida muy Desmesurada, que mucho me dice, uniendo a la Metáphora también la Hypérbole, de la Desventura amp; Ridiculez del Enano.

—Cuál maravilla —dijo el señor de la Saleta—, pero de la segunda tríade obtenida todavía no ha usado Vuesa Merced la última letra, la D…

—No menos esperábame del espíritu de Vuestra Merced —dijo complacido el padre Emanuel—, ¡pues ha tocado el Punto Admirable de mi artilugio! ¡Es esta letra sobrante ( amp; que podría desechar si me hubiere tediado y considerare alcanzada mi meta) la que me permite volver a empezar de nuevo mi búsqueda! Aquesta D me permite tornar a iniciar el ciclo de las Partículas, recurriendo a la cathegoría del Hábito (exempli gratia, qué hábito le conviene, o si le puede servir de insignia a algo), amp; a partir de aquesta volver a empezar, como antes hize con la Quantidad, haziendo girar de nuevo los Cylindros, usando las dos primera letras amp; reservando la tercera para otro ensayo más, amp; así al infinito, por millones de Posibles Conjugaciones, puesto que algunas resultaren más agudas que otras, y estará en mi juicio distinguir las más adequadas para generar Estupor. Pero no quiero mentir a Vuestras Mercedes, no había elegido Enano al azar: precisamente esta noche habíame aplicado con gran escrupulosidad para extraer todo el partido posible de esta Substancia.

Agitó una hoja y empezó a leer la serie de definiciones con las que estaba sofocando a su pobre enano, hombrecillo más breve que su nombre, embrión, fragmento de hominicaco, tal que los corpúsculos que penetran con la luz por la ventana parecen bien mayores, cuerpo que con millones de sus semejantes podría marcar las horas en el cuello de una clepsidra, complexión en la cual el pie está contiguo a la cabeza, segmento cárneo que empieza donde acaba, línea que se coagula en un punto, punta de aguja, sujeto con el que es menester hablar con prudencia para que el aliento no se lo lleve volando, substancia tan pequeña que no es pasible de color, centella de mostaza, cuerpecillo que ya no tiene nada más y nada menos de lo que jamás tuvo, materia sin forma, forma sin materia, cuerpo sin cuerpo, puro ente de razón, invención del ingenio tan remendado en lo menudo que ningún golpe podría jamás hallarlo para herirlo, capaz de huir por cualquier hendidura y de alimentarse durante un año con un solo grano de cebada, ser epitomizado hasta tal grado que jamás sabes si se sienta, yace o está erguido, capaz de anegarse en una concha de caracol, semilla, granulo, florecilla de uva, punto de la i, individuo matemático, nada aritmético…

Y habría continuado, teniendo materia para ello, si los espectadores no le hubieran detenido con un aplauso.