Charles Levine miró la carpeta azulada que tenía en la mano, llena de sellos y estampada en relieve, con una gran firma extendida sobre el sello. Empezó a abrirla y se detuvo. Ya sabía lo que contenía. Se volvió para echarla a la papelera pero se dio cuenta de que eso tampoco era necesario. Destruir el documento no contribuiría a hacer desaparecer su sustancia.

Miró por la puerta abierta, más allá de las cajas de cartón y de madera, hacia el vacío despacho exterior. Apenas una semana antes, Ray había estado sentado allí, ocupado en tamizar las llamadas y en mantener a raya a los exaltados. Ray le había sido leal hasta el final, a diferencia de muchos colegas y miembros de la fundación. ¿Cómo podía haberse visto tan comprometido el trabajo de toda una vida, eclipsado en tan corto espacio de tiempo?

Se sentó en la silla y miró sin ver el único objeto que aún quedaba en la mesa, su ordenador personal. Apenas unos días antes había tenido su línea conectada con las profundas y frías aguas de la red donde trataba de pescar y encontrar apoyo para su cruzada. Pero en su anzuelo había caído un leviatán, un loco asesino que había devastado lo que más le importaba.

Su mayor error había sido subestimar a Brent Scopes. O, quizá, haberlo sobrestimado. Los Scopes que conocía no habrían luchado contra él de aquel modo. Quizá, pensó Levine, él mismo había sido el culpable, culpable de haber llegado a conclusiones precipitadas, quizá incluso de conducta poco ética al haberse introducido en la red informática de GeneDyne. Había provocado a Scopes. Pero que Scopes hubiera mancillado premeditadamente el recuerdo de su padre asesinado… eso era inexcusable, enfermizo. Levine siempre había conservado el recuerdo de la amistad que hubo entre ambos, una amistad profunda e intelectualmente intensa que nunca podría sustituir. Nunca se había recuperado por completo de la pérdida y, de algún modo, estaba convencido de que Scopes sentía lo mismo.

Era evidente que se había equivocado.

La mirada de Levine se desplazó sobre las estanterías vacías, los archivadores abiertos, las motas de polvo que descendían perezosamente en el aire quieto. El hecho de haber perdido su fundación, su reputación y su cátedra titular lo cambiaba todo. Eso hacía que sus alternativas fueran muy simples; de hecho, una sola. Y a partir de esa única alternativa, en su mente empezó a cobrar forma un plan.

Después del anochecer, Monte Dragón se convertía en el hogar de miles de sombras. Las pasarelas cubiertas y los edificios de múltiples facetas brillaban con un pálido azulado a la luz de la luna menguante. Los pasos, el crujir de la gravilla sólo servían para destacar más el silencio y la extraordinaria soledad. Más allá del delgado cordón de luces que iluminaba la verja del perímetro, todo aparecía envuelto en una vasta oscuridad que se extendía a lo largo de cientos de kilómetros en todas las direcciones, sin verse interrumpida por ninguna luz o fuego de campamento.

Carson avanzó entre las sombras hacia el laboratorio de radiología. No había nadie en el exterior, y el complejo residencial estaba tranquilo, pero el silencio sólo contribuyó a aumentar su nerviosismo. Había elegido el laboratorio de radiología porque había sido sustituido por nuevas instalaciones en el interior del Tanque de la Fiebre y ahora apenas lo usaba nadie, y también porque era el único laboratorio de baja seguridad dotado de pleno acceso a la red. Ahora, sin embargo, no estaba tan seguro de que su elección hubiera sido la correcta. El laboratorio se hallaba en un lugar apartado, detrás de los talleres de maquinaria, y si se encontraba con alguien tendría dificultades para explicar su presencia allí.

Abrió con un crujido la puerta del laboratorio y se detuvo. Una luz pálida brillaba en el interior de la estancia, y oyó el rumor de movimiento.

—¡Jesús, Carson! Me ha asustado.

Era Susana, un fantasma pálido silueteado contra el brillo de la pantalla de un ordenador. Ella le hizo señas de que entrara.

—¿Qué está haciendo? —susurró él, tomando asiento junto a ella.

—He venido aquí temprano. Escuche. Se me ha ocurrido una forma de comprobar todo esto, de ver si tenemos razón acerca de la PurBlood. —Hablaba en susurros, al mismo tiempo que tecleaba con rapidez—. Disponemos de exámenes físicos semanales, ¿verdad?

—No me lo recuerde.

Ella se volvió a mirarle.

—¿No lo comprende? Podemos comprobar las muestras.

La comprensión se abrió paso en la mente de Carson. Los exámenes físicos incluían toma de muestras espinales. Podían comprobar el fluido cerebroespinal, en busca de elevados niveles de dopamina y serotonina.

—Pero no podemos acceder a esos registros —objetó.

—Anda usted muy retrasado, cabrón. Ya lo he hecho. Durante la primera semana que estuve aquí trabajé en el departamento médico, ¿recuerda? Nunca me han retirado los privilegios para el acceso por medio de la red a las fichas médicas. —Bajo la pálida luz del monitor sus pómulos eran como dos afilados riscos azulados—. Empecé por comprobar unas pocas fichas, pero hay mucho que investigar. Así que me he preparado un pequeño programa para investigar la información médica básica.

—¿Qué conseguirá? ¿Una lista de los niveles de dopamina y serotonina en el sistema de cada uno de ellos?

Ella negó con la cabeza.

—Los neurotransmisores no aparecen en una prueba espinal. Pero sí aparecerán sus productos de descomposición, sus principales metabolitos. El ácido homovanílico es el producto de descomposición de la dopamina, y el ácido hidroxindoleacético-5 es el producto de descomposición de la serotonina. Así que le he ordenado al programa que los busque, y que tabulara los valores de MHPG y VMA, que son los productos de descomposición de otro neurotransmisor, la norepinefrina. De ese modo podremos comparar los resultados.

—¿Y? —preguntó Carson.

—Bueno, no lo sé todavía. Aquí aparece la información.

La pantalla se llenó de texto y números.

Aaron: MHPG 1, HVA 6, VMA 1, HIAA-5 5

Alberts: MHPG 1, HVA 9, VMA 1, HIAA-5 10

Browman: MHPG 1, HVA 12, VMA 1, HIAA-5 9

Bunoz: MHPG 1, HVA 7, VMA 1, HIAA-5 6

Carson: MHPG 1, HVA 1, VMA 1, HIAA-5 1

Cristoferi: MHPG 1, HVA 8, VMA 1, HIAA-5 5

Davidoff: MHPG 1, HVA 8, VMA 1, HIAA-5 8

De Vaca: MHPG 1, HVA 1, VMA 1, HIAA-5 1

Donergan: MHPG 1, HVA 10, VMA 1, HIAA-5 8

Ducely: MHPG 1, HVA 7, VMA 1, HIAA-5 9

Engles: MHPG 1, HVA 7, VMA 1, HIAA-5 6

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—¡Dios mío! —murmuró Carson.

Ella asintió con una mueca.

—Fíjese en los valores de HVA y HIAA-5. En todos los casos los niveles de dopamina y serotonina en el cerebro son muy superiores a lo normal.

Carson descendió con el cursor y revistó el resto de la lista.

—¡Fíjese en Nye! —exclamó de repente, señalando la pantalla—. Metabolitos de la dopamina catorce veces superiores a lo normal; de la serotonina, doce veces.

—Con niveles como estos, peligrosamente paranoides, quizá se presente en forma de esquizofrenia —dijo ella—. Apuesto a que percibió a Teece como una amenaza para Monte Dragón, o quizá para sí mismo, y le tendió una trampa en el desierto. Me pregunto si ese bastardo de Marr estaba con él. Tenía usted razón al decir que matar a Teece era una locura.

Carson se volvió a mirarla.

—¿Cómo es que estas lecturas tan anormales no han sido aireadas antes?

—Porque en un lugar como Monte Dragón no se comprueban los niveles de los neurotransmisores. Lo que buscan son anticuerpos, contaminación viral, material de ese tipo.

Además, estamos hablando de nanogramos por milímetro. Estos metabolitos no se encuentran a menos que se los busque específicamente.

Carson meneó la cabeza con incredulidad.

—¿Podemos hacer algo para contrarrestar los efectos adversos?

—Eso es difícil de saber. Se podría probar a administrar un antagonista receptor de la dopamina, como la clorpromazina, o la imipramina, que bloquea el transporte de la serotonina. Pero con niveles tan altos cómo éstos dudo que se produzca una gran mejoría. Ni siquiera sabemos si se puede invertir el proceso. Y eso suponiendo que dispusiésemos de suficiente reserva de ambos medicamentos, y que encontráramos una forma de administrarlos a todos los afectados.

Carson siguió con la vista fija en la pantalla, sumido en una horrorizada fascinación. De repente, sus manos se movieron sobre el teclado y copiaron la información en un archivo local. Luego despejó la pantalla y borró el programa.

—¿Qué demonios está haciendo? —siseó Susana.

—Ya hemos visto suficiente —contestó Carson—. Scopes también fue un sujeto beta de la prueba, ¿recuerda? Si nos descubriera haciendo esto, estaríamos listos.

Apagó la conexión de Susana en la terminal e introdujo su propio código en la pantalla de seguridad de GeneDyne. Mientras esperaba a que pasaran los mensajes grabados, extrajo dos pequeños discos ópticos del bolsillo.

—Regresé antes a la biblioteca y copié la información más importante en estos discos ópticos, incluido el vídeo, los datos de filtración, mis conexiones en línea sobre la gripe X, las notas de Burt. Ahora añadiré estos datos que acabo de archivar…

Se interrumpió de pronto y miró la pantalla.

«Buenas noches, Guy Carson. Tiene usted un mensaje no leído».

Rápidamente, Carson abrió la ventana del correo electrónico.

«Ciao, Guy.

»No he podido evitar el observar el endemoniado tiempo de CPU que ha absorbido al llamar a primeras horas de esta mañana el programa de modelación. Me complace comprobar que se pasa la noche trabajando, pero a partir de las conexiones en línea no me ha quedado claro qué estaba haciendo con exactitud.

»Estoy seguro de que no se dedicaría a perder su tiempo, o el mío, sin tener una buena razón para ello. ¿Acaso ha conseguido un avance importante? Así lo espero por el bien de ambos. No necesito de bonitas imágenes, lo que necesito son resultados. El tiempo es cruelmente muy corto.

»Ah, sí, casi lo olvidaba: ¿por qué este repentino interés por la PurBlood?

»Espero su respuesta.

»Brent».

—¡Jesús, fíjese en eso! —exclamó Susana—. Casi puedo sentir su aliento en la nuca.

—El tiempo es cruelmente corto —murmuró Carson—. Si él supiera…

Deslizó un disco óptico en la ranura de la terminal y copió en él los resultados de los datos sobre el fluido cerebroespinal. Luego pulsó el modo de conferencia de la red.

—¿Se ha vuelto loco? —musitó ella—. ¿Con quién demonios se va a poner en contacto?

—Cierre el pico y observe —le dijo Carson mientras tecleaba.

«Objetivo charla: Guy Carson @ Biomed. Dragón. GeneDyne».

—Pues sí sé que se ha vuelto loco. ¿Solicita hablar consigo mismo?

—Levine me dijo que si alguna vez necesitaba hablar con él, sólo tenía que enviar una solicitud de conferencia conmigo mismo a través de la red, y usarme a mí mismo como receptor y emisor al mismo tiempo —explicó Carson—. Eso iniciará un subprograma de comunicaciones que él ha introducido en la red y que permite conectar con su terminal.

—¿Le va a enviar la información sobre PurBlood?

—En efecto. Él es la única persona que puede ayudarnos.

Carson esperó, esforzándose por mantener la calma. Se imaginó al pequeño demonio introduciéndose clandestinamente en la red de GeneDyne, para salir a un servicio de acceso público y conectar con el ordenador de Levine, que estaría recibiendo ahora un mensaje. Suponiendo que estuviera conectado a la red y que Levine estuviera cerca para oírlo.

«Hola. He estado esperando su llamada».

Carson tecleó frenéticamente.

«Doctor Levine, preste atención. Hay una crisis en Monte Dragón. Tenía usted razón con respecto al virus. Pero es más que eso, mucho más. Desde aquí no podemos hacer nada al respecto y necesitamos su ayuda. Es de la máxima importancia que actúe usted con rapidez. Voy a transmitirle un documento que he preparado y que explica la situación, junto con archivos de información de apoyo. Debo añadir otra cosa: por favor, haga todo lo posible por sacarnos de aquí cuanto antes. Nos encontramos en verdadero peligro. Y haga todo lo que tenga que hacer para arrebatar al personal de Monte Dragón todas las reservas de gripe X y ponerlas a buen recaudo. Como verá por la información que le transmito, todo el personal requiere inmediata atención médica. Comienzo ahora mismo la transmisión de datos utilizando protocolos estándar de la red».

Inició la transmisión de los archivos tras pulsar unas teclas y se encendió el piloto de acceso en la placa frontal de la terminal. Carson permaneció sentado, a la expectativa, mientras observaba la transmisión de datos. Incluso con la máxima compresión y la anchura de banda más amplia que permitiera la red, tardaría casi cuarenta minutos en pasarlo todo. Era muy probable que la próxima vez que Scopes asomara la nariz a la red, se diera cuenta del fuerte uso que se había hecho de los recursos. O que uno de sus lacayos de la red se lo indicara. ¿Cómo demonios iba a contestar entonces al correo electrónico de Scopes?

De repente, el flujo de información se interrumpió.

«¿Guy? ¿Está usted ahí?».

«Estamos aquí. ¿Qué ocurre?».

«¿Quiénes están? ¿Hay alguien más con usted?».

«Mi ayudante de laboratorio, que está al corriente de la situación».

«Muy bien. Ahora escuche. ¿Hay alguien ahí que pueda ayudarle?».

«No. Dependemos de nosotros mismos. Doctor Levine, permítame continuar con la transmisión».

«No hay tiempo para eso. Ya he recibido lo suficiente para comprender el problema, y lo que no tengo puedo conseguirlo de la red de GeneDyne. Gracias por haber confiado en mí. Me ocuparé de que las autoridades tomen cartas inmediatamente».

«Escuche, doctor Levine, necesitamos salir de aquí. Creemos que el inspector de la OSHA que vino aquí pudo ser asesinado».

«Sacarles de ahí será mi más alta prioridad. Usted y De Vaca continúen como hasta ahora y no hagan ningún intento por escapar. Sólo manténganse en calma. ¿De acuerdo?».

«De acuerdo».

«Guy, su trabajo ha sido brillante. Dígame cómo ha descubierto esto».

Cuando Carson se preparaba para teclear la respuesta, un escalofrío le recorrió la espalda. «Usted y De Vaca», decía el texto. Pero él nunca había mencionado ese nombre.

«¿Quién es usted?», tecleó.

De repente, la imagen de la pantalla empezó a disolverse en nieve. El altavoz de la terminal se puso en marcha con un quejido de estática. Susana abrió la boca, sorprendida. Carson, pegado a la silla, observó la pantalla con incredulidad, y sus extremidades parecieron pesarle como el plomo. ¿Era el sonido de una risa estridente, que se mezclaba con el chirrido de la estática? ¿Era un rostro lo que se formaba lentamente en la pantalla, un rostro de orejas puntiagudas, gruesas gafas y un impertinente mechón de cabello?

De repente, la pantalla quedó en blanco, y el siseo de la estática se interrumpió. La habitación quedó sumida en una silenciosa oscuridad. Y entonces Carson oyó el solitario ulular de la alarma general de Monte Dragón, que reverberaba a través del desierto.