CAPÍTULO DOCE

RODEADO DE SOLDADOS, Illu clavó el cartel indicador en el barro.

—¿Cómo sabes si apunta a donde corresponde? —preguntó alguien.

Illu se encogió de hombros.

—Da lo mismo, no te parece.

Tel se alejó junto con Ptorn. En el otro extremo del nuevo campamento, la barraca se veía distante y sombría.

—Es una gran cosa haber acampado nuevamente.

Tel miro a los hombres que tenía alrededor de él.

—Sí —dijo—. Te hace sentir como si hubieras puesto los pies sobre… —sacó la bota del barro—… tierra firme.

Ptorn rió.

—Sabes, he estado pensando, he estado pensando durante mucho tiempo.

—¿En qué? —pregunto el guardia.

—En el Vigía.

—Tú y mucha gente más —dijo Ptorn señalando a un grupo de soldados que se dividía alrededor del cartel—. ¿Cuál es tu pensamiento particular?

—Es éste: ¿Por qué?

—Puedo pensar en seis «por qué» a los cuales me gustaría responder —dijo Ptorn—. ¿Cuál es el tuyo?

—Por qué hizo lo que hizo: por qué aplastó ese tanque contra el refugio enemigo para salvarnos.

—Es un buen pensamiento. Quizá pensó que si no lo hacía alguien, todos arderíamos en llamas.

—Tal vez. —Tel encorvó los hombros—. Sabes, creo que podría entenderlo mejor si todo el regimiento estuviera formado por guardias. Pero no era así.

Ptorn se rió.

—Mira —dijo—. Todos somos del mismo sílum, del mismo gen, de la misma especie. Todos histosentientes. Eso no es motivo de interrogantes.

—Bueno, para mí sí —dijo Tel—. Ustedes, los guardias, viven de manera totalmente diferente del resto de Toromon. Pero están peleando aquí. ¿Qué ocurre con los neandertales? ¿Cómo se adaptaron tan rápidamente?

—¿Le has preguntado eso a algunos de los monos?

—Lo haré —dijo Tel. Después de haber caminado unos pocos pasos, dijo otra vez—: Pero sigo sin saber «por qué».

Alguien corría en dirección a ellos a través de la niebla. Casi los lleva por delante; se detuvo contra los hombros de Tel y gritó:

—¡Una tregua! ¿Escucharon? ¡Están coronando al nuevo rey y va a haber una tregua! ¡Vamos a volver todos a casa! ¡Vamos a volver todos a Toromon!

Se apartó en dirección a un grupo de soldados que estaban junto a la puerta de la barraca. Tel y Ptorn se miraron entre sí. El guardia del bosque sonrió.

—¡Regresaremos! —dijo—. ¡Regresaremos! —Se volvieron y miraron el cartel de Quorl.

Fueron citados más tarde y en medio de la niebla de la pequeña habitación, el altavoz les anunció:

—… no tiene efecto hasta las seis en punto de la tarde. Hasta ese momento todavía estamos en guerra. Estamos bastante cerca de varios campamentos enemigos. No habrá salidas fuera de la base. Hasta que la tregua se consume efectivamente, la defensa del enemigo será doblemente activa. Cualquiera que pase del otro lado de la línea divisoria del campamento será considerado culpable de una acción ofensiva. Cuando concluyan los requisitos de la tregua comenzaremos los preparativos para alzar el campamento.

Primero susurros, luego conversación, luego risas que se esparcían entre los hombres. Abandonaron la habitación e irrumpieron en el claro. Alguien se sacó la camisa, la anudó y la arrojó al aire. Otro se tiró al piso, riendo en forma histérica. Hubo corridas, risas, y algunos llantos. Tel vio a Lug que salía de las barracas.

—¿Qué es esto? —preguntó el neandertal—. ¿Eh? ¿Qué pasa?

—¿Qué quieres decir con qué pasa? —preguntó Tel a su vez.

Lug llegó frotándose los ojos.

—¿Por qué están todos gritando?

—¿Dónde estabas? —preguntó Tel—. No estabas allí cuando se hizo el anuncio.

—Estaba… —Lug se frotó nuevamente los ojos y se mostró, por el modo en que encorvó los hombros, un poco avergonzado—. Estaba dormido.

—¡Una tregua! —explicó Tel, sintiendo nuevamente gran excitación.

—¿Eh? —Lug apartó lentamente los puños de la cara. Sacudió la cabeza—. ¿Eh?

—¡Lug, firmaron la tregua! ¡La guerra ha terminado! —Le dio al neandertal un golpe juguetón—. ¿Mono, cómo has podido dormir en un momento como éste?

—Estaba cansado —dijo Lug. Alzó la vista para mirar a Tel y unió las cejas gruesas como sogas—. ¿La guerra ha terminado?

Tel asintió con vigor.

—Terminada, finalizada, acabada; ¿no ves que todo el mundo está alborotado?

Lug miró a los hombres alborozados.

—¿Eso quiere decir que podemos volver a casa?

—Así es. A casa.

Lug sonrió y bostezó.

—Eso es bueno —dijo, con los ojos todavía cerrados—. Eso es bueno.

—¿Lug, qué vas a hacer cuando vuelvas a tu casa?

Se encogió de hombros; luego, mientras comenzaba a bajarlos, una idea brotó súbitamente detrás de la cara ancha y desbordó en palabras.

—¡Ya sé! Voy a enseñar.

—¿Enseñar? —preguntó Tel.

—Así es —dijo Lug; la excitación le aligeraba los pesados rasgos—. Voy a enseñarles cosas.

—¿Te refieres a tu gente, la de las ruinas?

—Así es. Con sólo venir aquí aprendí un montón de cosas que ellos deberían saber. Como la forma de tomar nota hablando. Quorl me enseñó a hacer eso, antes que él… Bueno, me lo enseñó, y a leerlo también.

—¿El Vigía te enseñó a escribir? —preguntó Tel con gran sorpresa.

—Así es —dijo Lug—. Empecé a enseñarle a mi mujer y a mi hija y a los otros. Ahora puedo volver. Y podríamos plantar frutos de kharba en hileras donde la tierra sea limpia, en lugar de recogerlos silvestres. Así se los puede cuidar mejor y se puede tener muchos más. Estuve hablando con un individuo que vive en una de las granjas costeras y dijo que ellos lo hacen de esa manera. He aprendido muchas cosas. Algunas de ellas aquí. Y si enseño, entonces todo será mejor para nosotros. ¿Verdad?

—Seguro —dijo Tel.

—¿Eh —preguntó Lug, mirando la mascota emplumada y membranuda que a corta distancia daba aletazos a diestra y siniestra mientras piaba—, te dejarán llevar ese bicho contigo?

—No sé —dijo Tel—. No lo he pensado.

—¿Piensas que sería feliz en Toromon? Allí no hay demasiado barro, ¿no te parece?

—Así es. Sin embargo, me gustaría llevármelo. Me gusta.

Lug se puso en cuclillas y chasqueó los dedos. El flep-flep avanzó como un pato y se trepó a la mano. Lug le acarició las plumas y chasqueó la lengua.

—Quizá si tuvieras dos flip-flaps para que se hicieran compañía no sería tan malo. Pero uno solo puede sentirse solitario.

—Aunque no pueda llevármelo, me gustaría tenerlo aquí hasta que me vaya. Puede decirme algo así como adiós cuando deje este lugar.

—Eso sería lindo. Volver a casa —dijo Lug—. Tengo un bonito recuerdo —los dedos gruesos se detuvieron entre las plumas—. Cerca de donde yo vivía había una montaña y al pie de la ladera más alejada, un lago. Mucha gente llegó al lago y comenzó a construir casas, senderos, muelles.

—Parece muy bonito —dijo Tel. Se preguntaba por qué estaban construyendo.

—Cuando llovía —continuó Lug—, antes de la mañana, solía haber niebla (no como esta niebla), pero si uno se paraba en el arrecife y miraba al pie de la montaña, apenas si se podía ver el agua hasta que amanecía sobre el lago. La niebla ocultaba todo lo que estaban haciendo en la costa. Pero el centro del lago parecía fuego de oro —suspiró—. Era bonito.

—Supongo que sí.

—Una vez Quorl me acompañó hasta allí, cuando lo conocí en el bosque. Es raro el modo en que actuó aquí en el ejército.

—¿Tú también has estado pensando en el Vigía? —Tel decidió que su curiosidad con respecto a la construcción no sería satisfecha inmediatamente.

—Sí —asintió Lug—. Creo que sí.

—Todos creemos lo mismo —dijo Tel—. Oye, Lug. ¿Quieres cuidar un poquito al animal? Voy a revisar mis herramientas y a controlar si todo está listo para regresar. Me llevará alrededor de media hora revisar todo.

—Lo cuidaré —-dijo Lug. Tel se alejó en dirección a una de las barracas, gritando por encima del hombro—: Muchísimas gracias.

Tel había estado tanteando a ciegas debajo de lo que pensó que era su cama, durante cinco minutos, cuando cayó en la cuenta de que probablemente habría entrado en una cabina equivocada. La disposición de las barracas era un poco diferente de la del antiguo campamento y todavía no la conocía del todo bien. Cuando se incorporó, estuvo a punto de chocar con otro soldado que estaba por sentarse en la cama de al lado.

—Oh, lo siento —dijo.

—Está bien, amigo —dijo el otro soldado—. ¿Oye, no eres tú el que estaba en mi cabina en el otro campamento?

Entonces Tel reconoció la voz.

—Sí, así es. Me alegro de verte otra vez. Pensé que te habían trasladado a otra compañía. ¿Cómo te ha ido desde que nos mudamos?

La figura se encogió de hombros.

En la oscuridad de la cabina estaban sentados en camas enfrentadas. La niebla era más densa. Ante los ojos de Tel el soldado todavía era una sombra sin rostro.

—Bien, supongo —la sombra emitió un chasquido—. No ha sido demasiado malo.

—Supongo que si uno pudo pasar está condenada guerra no puede quejarse demasiado. ¿No te parece grandioso lo de la tregua? ¿Qué es lo primero que vas a hacer cuando regreses a Toromon?

El soldado suspiró.

—No sé si todo es tan grandioso. Quizá para ustedes lo sea. ¿Pero yo? Realmente no tengo nada que hacer cuando regrese. Estaba esperando que esto durara un poco más… Yo estaba en la compañía cuarenta y cuatro. Era una compañía grandiosa. Realmente lo era. Ahora estoy aquí. Después de esto iría a cualquier lugar y pelearía un poco más. No es una mala vida. Sólo un poco más arriesgada. Y creo que para mí el riesgo está a punto de terminar.

—Oh —dijo Tel sin entender del todo—. Bueno, ¿qué solías hacer en Toromon?

La cabeza en sombras se sacudió lentamente.

—Sabes, no recuerdo. Hace tanto que estoy lejos que no recuerdo.

Mientras la figura se tendía en la cama Tel frunció el ceño. Se puso de pie y salió, pisando los leños apagados del fuego de la noche anterior. Estaba por entrar en su cabina cuando alguien lo saludó:

—Hola, Ojos Verdes.

—¿Curly?

—En persona. ¿Todo listo para partir?

—Casi. Todavía tengo que controlar las herramientas. Eh, Curly, quería hacerte una pregunta sobre eso que me mostraste…

—Shhhh —el dedo de Curly saltó como un resorte a los labios—. Alguien podría oírte.

—Sólo quería. —Tel bajó la voz— saber cómo lo hiciste.

—¿Has tratado de hacerlo?

—No, pero…

—Bueno, entonces no me molestes. —Alguien interrumpió el fastidio de Curly al gritar desde el piso barroso.

—Eh, tú, regresa. —A la distancia se oía un doble flop-flup, flup-flop: uno pertenecía a las diminutas patas membranosas, otro a las botas de puntera descubierta del neandertal.

—¡Es Lug! —dijo Tel—. Debe estar persiguiendo a mi…

La forma era visible a nueve metros de distancia; continuó su camino con rapidez.

—¿A dónde piensa que va a perseguirlo? —dijo Curly.

—Oh, diablos —dijo Tel—. Me olvidé de avisarle de la línea divisoria. —Atravesó el barro gritando: ¡Ven aquí, mono estúpido! ¡Ven aquí!

Alcanzó a Lug a unos ciento veinte metros de la línea del campamento, lo tomó de un hombro y le hizo dar vuelta.

Lug parecía sorprendido.

—Se fue, y yo… —comenzó a explicar.

—Regresa lo más rápido que te permitan las piernas.

—Pero la tregua…

—No tiene efecto hasta las seis de la tarde y el enemigo redobló su vigilancia. Vamos. —Se pusieron en marcha al trote y Tel sintió que el pánico cedía y encontró alivio en una marea de amistoso abuso dirigido al neandertal—. Yo solía preguntarme porqué el Vigía se rompió el cuello por nosotros. Quizás ahora debería saberlo, pero que me condenen si lo sé. Vamos, muévete. —Lug se apresuró. Entonces Tel oyó a sus pies el sonido de las aletas. Se detuvo y se agachó—. ¡Bueno!, así que estás ahí —extendió la mano e hizo chasquear los dedos—. Vamos criatura —dijo Tel—. Cuando lleguemos te daré un buen pedazo de carbón.

Lug, que ya estaba del otro lado de la línea divisoria, se volvió y gritó:

—Eh, pensé que habías dicho que corriera.

—Vamos —le dijo Tel una vez más al flap-flop que abrió cuatro ojos pastel, de caracol pulido y lo miró parpadeando—. Vamos…

Fue el último sonido que emitió.

Lug retrocedió tambaleando al escuchar el trueno y cerró los párpados con fuerza ante la columna de fuego blanco que había brotado en el lugar en que Tel había estado agachado un momento antes.

—¿Qué demonios fue eso? —gritó alguien desde el otro lado de la planicie. Ptorn corrió y agarró al neandertal por un brazo—. ¿Lug, qué ocurrió?

—No sé… no sé —todavía tenía los ojos cerrados y sacudía la cabezota de derecha a izquierda. Uno de los oficiales gritaba:

—¡Maldito sea, esta guerra todavía no ha terminado! ¿Quién estaba del otro lado de la línea? ¿Quién era?

Junto a la pared de la barraca, Curly levantó la vista de la palma ahuecada donde bailaba una mujer flamígera y frunció el ceño.