CAPÍTULO ONCE

—¡SEÑORITA RAHSOK! ¿Dónde estuvo metida? —La mujer con el pañuelo en la cabeza dejó el recipiente con la basura junto a la entrada del edificio—. Estoy tan contenta de verla. ¿No le parece que todo es terriblemente excitante, la coronación y todas esas cosas? Nunca sabrá las que he pasado. Estoy tan disgustada que no sé qué hacer. Usted sabe lo preocupada que estoy por mi hija Renna. Ni siquiera sé cómo empezar a contarle…

—Discúlpeme —dijo Clea—. Estoy terriblemente apurada…

—¿Qué pasó? Yo me las arreglé para conseguir una entrada al baile de la pre-victoria que dio la semana pasada el Concejo en memoria de Su Majestad. Eso fue antes de que encontraran al Príncipe Leí. Tuve que ponerme firme con esa mujer atroz del comité para ver por qué no le habían enviado a mi hija la entrada para su presentación en sociedad por los canales comunes. Pero la conseguí e hicimos el vestido más hermoso, todo blanco y plata. Era grandioso. Bueno, por lo atontada que andaba usted hubiera podido pensar que iba a un entierro. Renna dibuja un poco, nada extraordinario, pero de pronto sus dibujos se volvieron mórbidos, calaveras entre las ramas de los árboles, pájaros muertos y un muchacho espantoso, arrodillado en la arena y a punto de ser barrido por una ola. En ese momento tendría que haberme dado cuenta de que algo pasaba. Seguía diciendo que de verdad no quería ir al baile, que no tenía interés. Ve por tu madre, le dije. Puedes conocer a algún duque, o barón, y quién sabe… Bueno, ella pensó que era una tontería y se rió. Pero, de todos modos, a las cuatro de la mañana, partió con su hermoso vestido blanco y plata. Oh, estaba tan hermosa, señorita Rahsok, que estuve a punto de llorar. En realidad lloré, después que se fue Renna. No volvió más a casa. Esa noche recibí una carta en la que decía que se había casado con ese muchacho espantoso, Vol Nonik, del que yo le hablé, que escribe poemas y vive en la Olla del Diablo. ¿Sabe que hasta lo expulsaron de la universidad? Ella me invitó a visitarlos, pero no pude ir. Me dijo que me contaría lo del baile, y que después de todo no había sido tan malo. Imagínese, un baile de pre-victoria, no tan malo: ¿no es espantoso? ¿No es terrible? —La mujer cuadró los hombros.

—Discúlpeme —dijo Clea—. Lo siento, pero tengo que subir a buscar algunas cosas. Discúlpeme —pasó rápidamente junto a la mujer y entró en la casa; luego disminuyó la velocidad; estaba tratando de recordar algo con respecto a los nombres Vol Nonik y Renna. ¡Entonces recordó cuándo había oído hablar del poeta! Recordaba su poema, recordaba el dibujo de Renna. Sin llegar a ninguna conclusión, porque el recuerdo era anterior a aquellos tres descubrimientos, continuó deprisa.

Abrió la puerta y entró en el departamento. Los postigos estaban cerrados.

«Parece una cueva», pensó, «donde paso demasiado tiempo. No hay lugar para que una acróbata dé una vuelta a una rueda de carro, está demasiado oscuro para ver la pintura grasosa de la cara de un payaso, aun cuando estuviera del otro lado de la habitación, y uno no puede oír… la música de un calliope».

Había regresado a buscar el anotador con esas extrañas fórmulas, a las cuales nunca había pensado mirar otra vez. Pero entonces nunca pensé que querría mirar algo nuevamente, reflexionó. Se acercó al escritorio, pensando en el señor Tritón, en Alter, y en todo lo rojo y dorado que era el circo. Mientras abría el cajón, apoyó la otra mano sobre el escritorio y con los dedos rozó un pedazo de papel arrugado. Frunció el ceño, se incorporó y desplegó la hoja. Sobre el verde brillaban letras amarillas:

TENEMOS UN ENEMIGO DEL OTRO LADO DE LA BARRERA

Indignada, rompió el papel una y otra vez. Arrojó los pedazos en el cesto de la basura, sacó de un tirón el anotador que estaba en el cajón del escritorio y abandonó el departamento. Desde un rincón del corredor se oyó un ruido de algo que golpeaba contra el piso; Clea salió del pozo de la furia no expresada y corrió para ver de qué se trataba.

—Oh… oh… buenos días, señorita Rahsok.

—¡Doctor Wental, son las tres de la mañana! —exclamó Clea—. ¿No es un poco temprano para estar… en estas condiciones?

El doctor se llevó un dedo a los labios.

—Shhh… No quiero que mi esposa se entere. Estoy celebrando.

—¿Y se puede saber qué está celebrando?

—La coronación del joven rey. ¿Qué otra cosa? —Mientras trataba de ponerse de pie, Clea lo tomó de un brazo—. ¡Oh, los bares están llenos a reven—(hip)—tar. Todo el mundo está celebrando! ¡La guerra va a terminar! La guerra va a terminar y regresarán nuestros muchachos. Espere un minuto, ¿quiere? —El doctor sacudió la cabeza y se sostuvo contra la pared—. Un nuevo rey y una nueva era. Yo se lo digo. Usted no tiene idea de lo buena que será una nueva era. Pero tampoco tiene idea de lo que ha sido una era. Quién sabe a dónde iré, que alturas habré escalado…

—¿De qué está hablando?

—El ejercicio de la medicina —dijo el doctor, chasqueando la lengua—. Todos los días consigo nuevas recomendaciones, todos los días.

—¿El paciente de la verruga eritematosa se mejoró?

—¿Eh… cuál?

—El primero, ése que necesitaba una medicina difícil de conseguir.

—¿Él? Oh, él. Murió. Hubo un pequeño escándalo por esa cuestión, cuando alguien me acusó de no usar la medicina adecuada, o algo así. Pero no pudieron probar nada. En el Concejo yo tenía gente conocida; no pudieron probar nada. Lo importante es que la gente oye hablar de las recomendaciones, y todos los días, todos los días…

—Creo que ahora puede hacer el resto del camino solo, doctor Wental —dijo Clea.

—Oh, sí. Pero cuando las cosas van tan bien, a veces uno tiene que interrumpir y celebrar…

—Esa puerta no —dijo Clea—. La próxima.

—Oh, gracias —se dirigió con paso inseguro hacia el otro departamento—. Sí, muchísimas gracias. Pero ahora quédese quieta porque no quiero que mi esposa…

Clea lo dejó que manoteara la cerradura.

• • •

Los animadores, proporcionados por el señor Tritón, estaban esperando en el jardín del palacio el comienzo de las festividades. Clea paseaba entre los bancos de granito, dispuestos sobre el césped recortado por senderos de piedra. Las carpas tenían toldos multicolores, y la gente del circo se paseaba con sus trajes de lentejuelas, conversando.

—¿Doctora Koshar?

Clea se volvió y vio al gigante Arkor.

—¿Qué pasa?

—Necesitamos su ayuda.

—¿Qué quieren?

—Cierta información. —Hizo una pausa—. ¿Me acompaña?

Asintió con cautela.

—No quiero atemorizaría —dijo Arkor—. Y algo de lo que quiero decirle puede atemorizarla. —Entraron en el palacio—. ¿Nos ayudará?

—¿Para qué quieren la información? Hasta este momento no tengo la menor idea de lo que está diciendo.

—Usted tiene alguna idea —la corrigió Arkor—. ¿Por qué sino abandonó hace tres meses el trabajo con el gobierno y desapareció del mundo?

—Porque me sentía desgraciada y confundida.

—Sé por qué se sentía desgraciada —dijo Arkor—. ¿Qué la confundía?

—Creo que no entiendo su distinción.

—La distinción fue suya —dijo Arkor—. Usted tiene una mente muy exacta y generalmente sabe de lo que está hablando. Le preguntó otra vez. ¿Por qué estaba confundida?

—No ha respondido a mi pregunta —dijo Clea—. ¿Por qué quiere esa información?

—Tiene razón —dijo Arkor—. Es una información que tiene cierto número de personas, entre ellos, casi todos los del Concejo y el último Rey Uske. También la tiene mucha gente del bosque. Aunque la han protegido muy bien. Usted es la única persona que hemos encontrado que posee esa información y que no cae dentro de esa protección.

—Está siendo muy poco preciso —dijo Clea—. Si quiere mi ayuda va a tener que ser honesto conmigo.

—Le dije que podría atemorizarla.

—Siga.

—Primero de todo, puedo leerle la mente. —Esperó un momento y luego continuó—. Entre los guardias del bosque hay muchos telépatas. Tienen una red mental constante que se extiende por todo Toromon. A pesar de que yo puedo leer la mente, he sido excluido de esa red. Supongo que porque de alguna manera era un apóstata; mis intereses no eran los de ellos y entre los telépatas hay un poco de… supongo que uno podría llamarlo gusto por el chisme. La información que busco se refiere a la guerra, es tal vez la más importante, quizás el secreto para que la guerra finalice, ganándola o perdiéndola. Lo primero que hace que la mayoría de las mentes la oculten es una dosis increíble de culpa. Yo debería haber sido capaz de superarla, pero no puedo. Está bajo la protección de la red telepática de la que le hablé. Traté de obtener alguna información de mi gente, en el bosque, pero aunque no me sentía desanimado por seguir investigando según mis propios métodos, no recibí ninguna pista. Usted es la única persona en la cual puedo detectar esa información por no estar bajo la protección de la red. Eso es porque usted la descubrió por sí misma en tanto que los otros la han recibido el uno del otro y tuvieron que manejarse con ella en un nivel casi oficial. En usted la culpa es mucho más fuerte, pero lo que yo quiero está todavía allí, resplandeciendo bajo la superficie de su mente. —Arkor hizo una pausa por última vez—. La última persona a la cual tratamos de explicarle esto insistió en que era una fantasía psicótica. Pero accedió a ayudarnos como si se tratara de un problema hipotético. De modo que usted tiene un precedente positivo, aun cuando no me crea.

Bajaron a la galería.

—Si no estoy protegida —dijo Clea—, ¿por qué todavía no pudo obtener esa información de mi mente?

—Usted está trabajando en una teoría sobre el campo unificado —dijo Arkor— que usted cree que podría ser un gran descubrimiento; yo tengo mucho respeto por sus opiniones, doctora Koshar. Si yo le sacara esa información, su mente quedaría terriblemente conmocionada y algunas de sus facultades creativas podrían verse disminuidas. Usted tendrá que lograrla por sus propios medios, quizá con un pequeño empujón de mi parte, tal vez también con cierta asistencia verbal.

—Como problema hipotético —dijo Clea—… y no, no sé si es real o no… —sonrió—. Soy valiente.

—Bien —dijo Arkor—. Entonces, como le dije antes, no se asuste. Pero hace una hora más o menos usted hizo pedazos un trozo de papel y lo tiró a la basura, muy enojada. ¿Por qué?

—¿Cómo supo…? Yo no lo rompí —la confusión y la sorpresa se apoderaron de ella por completo—. Oh, usted quiere decir…, bueno, era un afiche estúpido sobre la guerra y supongo… —¿Por qué se sentía tan molesta?

—¿Por qué está molesta en este momento?

—No estoy… quiero decir, me preguntaba cómo supo que rompí el papel, el afiche. Estaba en mi departamento con la puerta cerrada con llave…

—Eso no es lo que la molesta. En primer lugar, ¿por qué llevó el afiche a su casa?

—Porque… porque no me gusta todo este asunto de la guerra, en primer lugar. No me gusta la idea de que nuestra gente esté muriendo del otro lado de la barrera sin… —se detuvo.

—¿Sin motivos?

—No —respiró hondo dos veces—. Por algo que yo hice, por algo que yo descubrí.

—Ya veo —dijo Arkor—. ¿Y es por eso que abandonó su trabajo?

—Yo… Sí. Me sentía responsable.

—¿Entonces por qué llevó el afiche a su casa? ¿Y por qué esperó todo este tiempo, hasta que estuvo a punto de abandonar esa casa definitivamente, para romperlo?

—No sé. Estaba…

—… confundida, sí. Bueno, ¿qué la confundía?

—Estaba confundida porque me sentía culpable. Me sentía de alguna manera responsable por… —en algún lugar se iniciaba la cólera. ¿Qué derecho tenía él…?

—Por la guerra. Pero tenemos un enemigo del otro lado de la barrera, doctora Koshar. ¿Usted quiere decir que se sentía culpable por todo ese flujo gubernamental y económico que provocó la guerra? Debe saber que había muchos factores más que su simple descubrimiento.

—¡Por razones personales!

—¿Usted se refiere a la muerte de su novio, el Mayor Tomar?

—¡Me refiero a la muerte de mi novio el Mayor Tomar en la guerra!

Arkor esperó un momento. Entonces dijo:

—No le creo.

Clea alzó la vista para mirarlo.

—Está en su derecho.

—¿Puedo decirle por qué?

—No sé si quiero escuchar o no.

—¿Cuándo murió el Mayor Tomar?

—¡No quiero hablar de eso!

—Murió en la primavera de hace tres años en una misión para destruir los generadores de radiación del otro lado de Telphar. Usted recién hizo su descubrimiento acerca de las funciones subtrigonométricas inversas y su aplicación a coordenadas espaciales aleatorias, tres meses después de esa muerte. El Mayor Tomar no murió del otro lado de la barrera. Murió prestando servicio aquí, en Toromon. Entonces, ¿qué relación pudo tener su descubrimiento con la muerte del mayor?

—Pero yo estaba trabajando para el gobierno…

—Doctora Koshar, si usted fuera como media docena de otras personas, media docena de otras personas brillantes, podría ser capaz de caer en ese tipo de sentimentalismos. Pero usted tiene una mente dura, resistente, extremadamente lógica. Usted sabe que no es por eso que se siente culpable.

—¡Entonces no sé por qué me siento culpable!

—Entonces responda a esto: ¿por qué llevó el afiche a su casa si usted no quería que le recordaran la guerra? ¿Y si usted estaba furiosa, si no estaba de acuerdo con «ese asunto de la guerra», por qué no rompió el afiche el día que lo sacó del cerco con tanto cuidado? ¿Por qué lo dejó todo arrugado sobre su escritorio durante casi un año y medio? ¿Qué estaba tratando de recordarse a usted misma, algo que había descubierto pero que no podía, no quería recordar? Algo que hoy pensó que ya no tendría que recordarse nuevamente; romperlo, arrojarlo al cesto de la basura, expulsarlo de la mente…

—Pero ahora no va a haber guerra —lo interrumpió Clea—. ¡Recordarme a mi misma! ¡Ahora hay un nuevo rey! Se va a declarar una guerra, regresarán todos y no habrá ninguna… —hablaba en voz muy alta, muy rápido, y ya casi habían llegado al recinto del trono. En la galería del palacio no había nadie.

A través de una ventana giratoria llegaba una luz que llamó la atención de Arkor durante un segundo.

Clea parecía conmocionada; algo había estado acechando en su mente; ella se había resistido, tratando de alejarlo. Cuando la presión cedió por un momento, se tranquilizó.

Ocurrió. Surgió del fondo de su cerebro como un manantial, un géiser, como un volcán submarino que entró en erupción en su conciencia, arrojando barro, arena, vapor. Cayó contra la pared y susurró:

—La guerra…

Pero Arkor había avanzado un paso. Había recibido el golpe casi con la misma violencia que ella. Trató de alejarse de él.

—¡Pero ganaremos la guerra! Tenemos un enemigo detrás de la barrera. Pero podemos… —giró a derecha e izquierda, aturdido, confundido.

Desde la pared, Clea le gritó:

—¡Qué guerra! ¡Oh, no ve! ¡Qué guerra!