ESA MAÑANA hubo toque de diana temprano. Tel revisó con sumo cuidado a la 606-B antes de que la arrojaran dentro del tanque. Aunque la niebla seguía siendo espesa, el tiempo era cálido.
—El rey ha muerto.
—¿Eh?
—El Rey Uske murió en el palacio de Toron. ¡El informe llegó esta mañana!
—¿Crees que fue asesinato político?
—No sé. No vi el informe.
El rumor inundó el campamento como una ola. Aunque nadie estaba seguro, se suponía que la muerte del Rey Uske tenía algo que ver con el súbito desplazamiento de las fuerzas. Y era reconfortante, aunque más no fuera porque era un motivo.
Tel venía de la cabina de abastecimientos con un espiral de plomo número tres para la 605 (nadie se lo había ordenado, pero él la había revisado por su cuenta y había encontrado que el número tres estaba casi completamente quemado) cuando vio a Illu que llevaba algo rectangular sobre el hombro.
—¿Qué es eso? —saludó al neandertal.
—Es el cartel indicador —dijo Illu—. Le pregunté a Quorl si iba a llevarlo con nosotros y dijo: «¿Para qué?» y se fue. Así que lo traigo yo.
—Me parece bien —dijo Tel.
Cuando volvió a la 605 tuvo que discutir con los individuos que estaban por llevársela y que no querían darle tiempo para arreglar el espiral. Pero entonces uno de ellos vio al flup-flap y dijo:
—Eh, tú debes ser el tipo que dicen que se consiguió una mascota —y mientras los otros perdían el tiempo jugando con el animal, Tel colocó el espiral en su sitio. Luego se fueron, empujando la 605 que habían colocado sobre una plataforma con ruedas.
En el camino de regreso a las barracas, pasó junto a Quorl y Ptorn que estaban en un rincón de la cabina.
—Quizás esta batalla sea la última —dijo Ptorn—. ¿Dijiste que se hablaba de una tregua?
—De una victoria o de una tregua —dijo el Vigía—, ahora que el rey ha muerto.
Adentro, Tel estaba buscando su mochila debajo de la cama cuando alguien dijo:
—Bueno, parece que aquí está.
—¿Eh? —dijo Tel, alzando la vista.
La bruma ocultaba al hombre que estaba sentado en la cama de al lado.
—Oh, ¿cómo estás? —Sonrió Tel—. Me parece que no hay forma de saber a dónde nos asignarán en nuestro próximo campamento. Ojalá podamos hablar un poco —hizo chasquear la lengua, confundido, y el compañero le respondió del mismo modo.
—¿Oíste hablar de una tregua? —preguntó el hombre.
—Sólo rumores. ¿Crees que terminarán la guerra?
El hombre se encogió de hombros.
—Bueno, tengo que ver a dónde he sido destacado. Espero que algún día volvamos a encontrarnos. —Levantó la mochila y salió caminando dificultosamente.
Podía oír el silbido áspero de los tanques que se alineaban en el otro extremo del campamento. Su discoordenador decía que debía presentarse en el tanque número tres.
Se preguntaba si habría algún problema en llevar consigo al flep-flop cuando oyó una voz familiar:
—Eh. —Shrimp se solidificó frente a él—. ¿Tel? Sí, pensé que eras tú. —Junto a él había alguien más—. Tel, aquí está Curly. Qué te parece.
—Oh, hola —dijo Tel mientras se estrechaban la mano.
—¿Cómo estás? —dijo Curly—. Estoy otra vez en el Campo D-2. ¿Han hecho algunos buenos partidos?
—No, por favor —interrumpió Shrimp—. En el campamento todos son honestos. —Apoyó el cuerpo sobre la otra pierna—. Eh, Tel, tuvimos una pequeña discusión sobre ti. Y nos preguntamos si nos ayudarías a aclarar el asunto, si no te importa.
—Seguro —dijo Tel—. ¿Qué es?
—¿Exactamente de qué color son tus ojos?
Tel juntó las cejas y se movió de un lado al otro, molesto.
—Verdes —dijo—. ¿Por qué? —y luego deseó no haberlo dicho.
—¿Podemos mirar?
—Creo… creo que sí.
Shrimp se le acercó mucho y Curly miró por encima del hombro.
—Ves, te dije —dijo Shrimp—. Son verdes, como los míos. Eso es porque los dos venimos de la costa. En la costa casi todos tienen los ojos verdes.
—No es eso lo que quiero decir —dijo Curly—. Lo que yo estoy diciendo ocurre sólo cuando está más oscuro y no hay tanta luz como ahora. Vamos, pongámonos a la sombra.
—Eh mira —dijo Tel—. Me tengo que ir. Se supone que tengo que estar en mi tanque y listo para partir.
—¿Qué tanque tienes?
—Bueno… el tres.
—Bien. Ése es el que manejo yo. Vamos.
Tel proyectó la mente en cinco direcciones diferentes en busca de una escapatoria, pero al final de cada una se daba contra la pared; de modo que caminó con ellos a través de la niebla en dirección a la oscura hilera de tanques.
—Aquí está mi bebé —dijo Shrimp golpeando la coraza de metal negro que sonó a hueco.
—Adentro veremos —dijo Curly, abriendo la puerta. Las ruedas de goma de la escalera hidráulica cayeron sobre el barro—. Ahora te mostraré lo que quiero decir.
Tel subió al tanque y se ubicó detrás de Shrimp y frente a Curly.
—No, no enciendas la luz. Ésa es la cuestión.
En la semipenumbra del tanque, cuya única iluminación era la que provenía de la cabina del piloto en el otro extremo, Tel se puso contra la pared mientras Shrimp y Curly le inspeccionaban los ojos. El corazón de Tel brincaba.
—Bueno —dijo Shrimp—. ¿Ahora de qué color los ves?
Curly frunció el ceño.
—No entiendo —dijo—. Cuando hacíamos el entrenamiento básico, cada vez que había media luz, parecía siempre como si no tuviera ojos.
—Pero… son verdes —dijo Tel. Algo daba vueltas en el interior de él, como un cristal ahumado lleno de recuerdos que no podía ver—. Tengo ojos verdes.
—Por supuesto que tiene los ojos verdes —dijo Shrimp—. ¿De qué otro color pueden ser los ojos de un pescador, o los ojos del hijo de un pescador?
—Sí, puede ser —dijo Curly. Miró otra vez—. Está bien, son verdes. Tal vez yo estoy loco.
«Sí», pensó Tel, «tengo ojos verdes, siempre lo han sido y siempre lo serán», y se preguntó por qué se había sentido tan nervioso cuando le pidieron mirarlos. ¿Por qué iban a ser de otro color?, se preguntó. ¿Por qué?
—¿El rey ha muerto verdaderamente?
—Sí, lo oí en la oficina de informaciones. ¿Crees que significa que la guerra terminará pronto?
—Quien sabe. Dicen que va a producirse la gran batalla. Tal vez eso decidirá.
—Espero que sí. Daría mis ojos por volver a Toron, diablos, sólo para volver a verla.
—Yo también.
Mientras el tanque gemía al atravesar el barro, ráfagas de bruma golpeaban contra las puertas ovales. Tel se sentó en un extremo. En el asiento de la cabina, enfrente, Shrimp se balanceaba de izquierda a derecha, la mano sobre la palanca de control, cabeza y hombros recortados contra la niebla. Habían andado por espacio de una hora cuando a la izquierda oyeron una especie de estallido, como de rocas aplastadas.
Los hombres se miraron entre sí.
—¿Qué fue eso? —preguntó alguien al conductor.
Shrimp se encogió de hombros.
El motor a tetrón se estremeció con un silbido. Tel apoyó nuevamente la cabeza contra la pared. Estaba casi dormido a causa de las vibraciones, cuando se oyó otro estallido. Se despertó y vio a través de la ventanilla de la derecha el resplandor de una luz.
—¿Qué diablos fue eso? —vociferó alguien—. ¿Nos están atacando?
—Cierren el pico —dijo Shrimp desde el asiento de conductor—. Cierren el pico.
Entonces, a través de un parlante de instrucción que estaba en una esquina, se oyó una voz:
—Estén en calma, alertas, recuerden el entrenamiento. Los conductores procedan según lo estipulado. Esperen órdenes.
Tel esperó, tratando de calmar los latidos de la sangre. El tanque siguió su marcha.
Media hora después alguien dijo:
—Es una mierda de camino para pelear, todo lleno de esas malditas conchas de moluscos.
—Cállate —le dijo el oficial que estaba con ellos.
El flep-flap estaba tranquilamente sentado bajo el banco. Tel se agachó y le dio un pedazo de carbón. Al inclinarse la manga se le corrió sobre el brazo y las plumas le rozaron la muñeca.
Cuando miró otra vez las ventanillas ovales estaba oscureciendo. Hacía mucho que estaban en marcha.
—Alto a todos los conductores —dijo el parlante.
Al apretar con fuerza el freno los hombros de Shrimp se sacudieron. El tanque hizo un viraje brusco. Tel se agachó y se colocó el manojo de plumas sobre las rodillas. El bicho tenía todos los ojos fuertemente cerrados.
Los hombres raspaban el piso con la suela de las botas. Los asientos crujían.
—Vamos, tranquilícense. Ya tendrán su oportunidad —dijo el oficial.
—Convoy, desembarcar —se oyó a través del parlante.
Los hombres se pusieron de pie, estiraron las piernas y lanzaron puñetazos al techo para estirar los brazos.
Se abrió la puerta con un ruido mecánico, cayó la escalera de mano y Tel bajó del tanque. De no ser porque la bruma era más oscura y espesa, podría haber sido el mismo lugar que habían dejado. Mientras crecía el grupo que estaba al pie de la escalera, advirtió que allí el terreno era algo más firme. Justo en ese momento se oyó un estallido en medio de la noche.
Los ojos saltaron hacia la izquierda; en la bruma, a quince metros de distancia, se alzaban las llamas encrespadas de un fuego blanco. La silueta momentánea de árboles espinosos…
De pronto, se vieron rodeados por órdenes que atravesaban el aire.
—«Tanque cuatro a su izquierda». «Convoy de despacho presentarse al Mayor Stanton». «Convoy del tanque tres, seguirme».
Tel lo siguió a media carrera mientras dejaban el tanque. Se le unieron dos hombres de otro pelotón. De pronto se vieron detenidos, el grupo se desintegró en dos y Tel fue arrastrado hacia la izquierda mientras los otros seguían hacia la derecha.
Acababan de pasar junto a un grupo de tanques cuando se sintió otro golpe, esta vez de la zona más alejada. Entrecerró los ojos. Las cabezas giraron mientras la noche azul ardía en llamas y luego se oscurecía.
—¡Libérense de las bolsas de rocas! —gritaba alguien—. ¡Libérense de las bolsas de rocas!
Tel se volvió a tiempo. Un pesado saco de arpillera le raspó la palma de las manos y le hizo sacudir los hombros violentamente. Casi lo tira al suelo. Un hombre estaba esperando el saco del otro lado y Tel se lo arrojó, regresó y tomó otro. Estaban haciendo una cadena de rocas de un extremo al otro del área.
—Usted y usted (Tel no era ninguno de ellos, pero la orden le hizo volver la cabeza y casi pierde un saco) suban aquella saliente y preséntense al pelotón D-T.
A la izquierda de Tel vibró algo metálico.
—¡Cuidado! ¡Pincha!
Tres hombres estaban colocando alambre de púas por encima de las bolsas de rocas. Sobre la arpillera se enroscaban los espirales. El flip-flup saltó justo a tiempo para evitar que lo pisaran y el cable se desenrolló a lo largo de la pared.
—¡Eh, usted! Lo necesitan allí abajo, a quince metros de la línea.
Tel salió a la carrera. Un puñado de hombres, que corrían con el mismo destino, se unieron a él en el momento en que se producía un trueno y otro destello. Apretó los ojos con fuerza y casi resbala por encima de otro. Alguien lo sostuvo y mientras alzaba la vista una voz dijo:
—Espera un momento, Ojos Verdes.
Curly era uno de los hombres.
Uno después de otro recibieron órdenes de colocarse en una nueva sección del muro. El ritmo se abría paso a través de los hombros de Tel, de su cuerpo: afirmarse, agarrar, girar, arrojar.
¡Plaf! Se había confiado demasiado. Cuando se inclinaba para recoger la bolsa alguien gritó:
—¡Agáchese! —Tel se puso de rodillas en el barro y agarró con fuerza el saco de arpillera. Los párpados se le pusieron de color naranja y sintió calor en el costado derecho del cuerpo. Cuando desapareció, se puso de pie, tambaleándose, y casi tropieza con Curly.
Éste lo tomó del brazo y juntos volvieron al muro tan rápido como pudieron. De pronto Curly lo arrojó en una depresión que había frente a las rocas. El flop-flop rodaba detrás de ellos y piaba. La niebla era azul profundo, pero a través de ella Tel pudo ver el sudor que cubría la cara de Curly. Los dos jadeaban.
Detrás de ellos se oía el gemido de un tanque que cambiaba de posición, una tos áspera, el silbido penetrante de las unidades de tetrón, luego, silencio. A seis metros de distancia unos hombres empujaban una máquina.
—¿Están preparando la 606-B? —preguntó Curly—. Me pareció oír el zumbido. ¿Ésa es tu máquina, no es cierto?
—Sí, es la mía —dijo Tel, tratando de recobrar el aliento—. Pero en este momento creo que no podría distinguir un tanque de una afeitadora eléctrica. —Los alcanzó otro golpe de la izquierda. Se agazaparon y Curly levantó la cabeza para espiar a su alrededor—. Parece que no nos van a tratar muy bien —susurró.
—Así parece. ¿Qué estás buscando? —preguntó Tel—. No veo nada.
Curly se tiró nuevamente en el pozo.
—Quiero ver si hay alguien cerca, nada más —la voz de pronto se hizo grave—: Eh, quiero… quiero explicar algo, bueno, quiero contarte algo sobre mí. A ti.
—¿Eh? —dijo Tel.
—La cuestión de tus ojos me pareció algo bastante extraño. De manera que seguí pensando. Y pensé que podría decirte algo sobre mí: como disculpa.
Tel recibió la sorpresa en el estómago y, aunque inseguro de lo que había del otro lado, dijo:
—Sí, ya veo.
Curly se pasó por la frente una mano embarrada.
—Maldito sea —dijo con una risa desconcertada—. Ese tipo, el que estaba en esa pandilla de malis conmigo, en Toron. Escribía poemas extraños. Se llamaba Vol Nonik, un tipo extraño. De todos modos, ojalá pudiera mostrarle esto, porque le hubiera servido para hacer un poema. Pero no pudo entrar en el ejército porque tenía algo raro en la espalda. De modo que creo que tú tendrás que ver… —se rió nuevamente y se miró las manos—. ¿Nunca viste a alguien hacer esto, no es cierto?
—¿Hacer qué?
—Mira —dijo Curly—. Las manos. Mira.
—No entien…
—Podemos no salir de ésta con vida —dijo Curly—. ¡Así que mírame las manos!
Tel observó detenidamente las palmas flexionadas del soldado.
Comenzaron a echar una luz.
Al principio era azulada, pero luego el azul se convirtió en rojo, un fuego rojo que ardía en las manos, una pelota de fuego rojo que relucía justo por encima de las palmas, atravesada por el verde, súbitamente por el amarillo.
—Mira —resolló Curly—. Ves…
La pelota de luz se alargaba, se hacía más fina, bifurcándose en ambos extremos. Se estrechaba la cintura, alzaba la cabeza, los dedos se articulaban en los extremos de manos diminutas, llameantes. Ella se inclinó, convertida en una miniatura, y se balanceó en puntas de pie, ondulando sobre las pahuas de Curly. Llamas azules, bronce, doradas, del tamaño de una cabeza de alfiler, corrían vertiginosamente sobre su cuerpo. Un aura (Tel la sintió en la nuca) y el cabello de ella, una bola de chispas, resplandeció por detrás. Levantó los brazos y susurró (la voz como el susurro del agua sobre la arena):
—Curly, te amo. Te amo, Curly. Te amo…
—¿No es hermosa…? —susurró ásperamente Curly por encima de la voz de la homúncula diminuta. Curly respiraba profundamente ahora y ella se desvaneció.
Cuando Tel levantó la vista de los dedos embarrados, Curly estaba mirándolo.
—¿Has visto hacer esto a alguien alguna vez?
Tel sacudió la cabeza.
—¿Cómo… cómo lo haces?
—No sé —dijo Curly—. Simplemente… lo hago. Antes de entrar en el ejército solía soñar con ella. Pero una vez pensé: qué ocurriría si la hago surgir. Y allí estaba, como la viste, en mis manos. Nunca se lo mostré a nadie. Pero con todo esto… —hizo un movimiento alrededor de ellos—… pensé que debería hacerlo. Eso es todo. —Parecía súbitamente avergonzado—. Bueno —gruñó.
Tel echó una mirada a su mascota; los ojos pulidos del flup-flip estaban abiertos y Tel se preguntó si él también habría visto a la muchacha de las llamas, tan vívida, tan real, tan luminosa.
A su espalda crecía el gemido del motor de un tanque. Se volvió rápidamente y vio la silueta desdibujada de la máquina.
—¡Sal de ahí! —le gritó a Curly, que miró confundido y luego se arrojó a la derecha. Tel se precipitó a la izquierda. El tanque avanzaba de costado en dirección a ellos, les pasó a pocos centímetros. Tel quiso mirar el costado del tanque y se retiró tambaleando; por un momento estuvo suficientemente cerca como para ver en la cúpula de la cabina la figura alta, de ojos amarillos: Quorl estaba ante la palanca de control. El tanque pasó junto a Tel y se estrelló contra la roca del muro. La niebla se cerró detrás del tanque y formó un torbellino en el boquete del muro.
—¿Qué diablos está pasando? —se preguntó Tel. Un montón de gente corría en dirección a ellos. La voz de un oficial los detuvo.
—¡Vayan tras la línea! ¿Están esperando que vengan a buscarlos?
Tel corría nuevamente cuando llegó el próximo golpe, no muy cerca como para cegarlo pero no muy lejos como para ignorarlo. Se detuvo bruscamente, conteniendo la respiración. Bajo la luz hiriente, enganchado entre los alambres de púa, vio a Shrimp. Tenía el lado izquierdo carbonizado. El barro había impedido que el resto del uniforme se le quemara. De la pierna izquierda quedaba muy poco, del brazo izquierdo nada más que una astilla ardida y una mejilla parecía papel carbónico arrugado. El resto de la cara podía reconocerse nítidamente. Envuelto en llamas y aterrorizado por un golpe anterior, debió intentar trepar el muro, olvidando a dónde iba y cayendo nuevamente entre los alambres…
Entonces la luz desapareció y Tel siguió corriendo. No respiraba; quizás el corazón se le había detenido; pero los pies seguían golpeando sobre el barro. Estaba demasiado oscuro como para ver algo, pero en la pantalla que la noche desplegaba ante él, haciendo guiños, se veía la imagen de los flecos brillantes de un uniforme quemado… el rojo de la sangre reseca… una red de cables de hierro.
Después de eso hubo muchos combates. Durante un intervalo de descanso, comenzaron a fluir las primeras historias.
—¿Oíste lo que pasó con el Vigía?
—¿Qué?
—Estaba en ese tanque.
—¿El que se volvió loco y aplastó al maldito cerco?
—Sí. Y ellos lo encontraron. Había atravesado el muro para entrar en un refugio enemigo. Destrozó toda la instalación.
—¿Qué pasó con él?
—Dicen que el tanque explotó al estrellarse. Él sabía que el refugio estaba allí y que si no se destruía ellos nos atacarían. Salvó a toda la compañía.
—¡Qué modo infernal de liquidarlos! ¿Dónde está Quorl?
—¿Estás bromeando? Encontraron piezas de ese tanque en un radio de media milla.
En la oscuridad, Tel apretó la mejilla contra la arpillera húmeda, mientras sentía los guijarros a través de la tela y escuchaba a los hombres que hablaban junto a él. Enredó los dedos entre las plumas del flap-flip, que le hacían cosquillas en la parte de atrás de los nudillos. Pensó en Shrimp, en Quorl, y se preguntó por qué…