CAPÍTULO NUEVE

FLAP-FLAP, flap-flap, flap-flap; la cubierta de lona que había quitado del órgano de viento golpeaba contra la parte de atrás del teclado, agitada por la brisa. El anotador estaba abierto sobre el atril y un gráfico extraño de múltiples líneas entretejidas cubría la página, cortado aquí y allá por rayas únicas, dobles y triples. Imprimió una cuarta, añadió una quinta. En el ángulo inferior derecho de la página un lápiz meticuloso dibujaba una hoja. El modelo del dibujo había volado por el campo y se había posado encima de la tarima del calliope durante los ocho minutos que había necesitado para trazar el borde dentado y las nervaduras finas; luego había desaparecido con otra ráfaga.

Dibujó una tercera curva.

—¿Qué está garabateando?

Clea se volvió, sonriendo.

—Hola, señor Tritón.

El sólido caballero de barbas se apoyó contra la consola y observó las carpas, vagones, rutas aéreas y las pistas de metal que corrían entre ellos.

—Esta tarde no es buena para el negocio. Recuerdo cuando recorríamos las granjas y teníamos afuera más campesinos que los que uno puede figurarse. Cuando llegaba el momento del Gran Show había que alejarlos. —Hizo rechinar los dientes—. Esta guerra es un mal negocio. Y además, tenemos un enemigo detrás de la barrera. ¿Qué son todos esos garabatos?

—Un método nuevo y totalmente inútil para escribir música. Es demasiado complicado para leerlo, aunque puede encontrar muchos más matices en la música que el sistema actual.

—Ya veo —dijo el señor Tritón enterrando una mano en la barba. Con la otra inició un arpegio sobre las notas diminutas—. Yo empecé a tocar una de esas cosas hace veintisiete años. —Apartó la mano de las teclas y con un gesto amplio abarcó todo el parque—. Ahora soy el dueño de todo. —Dejó caer el brazo y una mirada desilusionada oscureció-las arrugas que ya habían aparecido—. Sin embargo, el negocio está flojo; hemos tenido temporadas flojas, pero nunca como ésta. Antes del fin de semana enfilaremos otra vez hacia Toron. Al menos allí estaremos seguros de que habrá muchísima gente. La guerra ha dejado a la gente sin humor para ir al circo. Y todos han emigrado a la ciudad.

En ese momento Clea miró por encima del vagón del calliope en dirección a la pradera cubierta de césped. Se puso de pie.

—¿Qué es eso? —preguntó el señor Tritón—. ¿Quiénes son ellos?

Clea se deslizó del banco, saltó la plataforma y comenzó a correr por el campo. Los tallos tibios le rozaron las piernas. Atravesó corriendo un claro y entre el rastrojo amarillo saltaron ante ella veinte langostas.

—¡Jon! —gritó. Los tallos le pinchaban los antebrazos.

—¡Clea! —Tomó a su hermana en brazos y la hizo girar.

—¿Jon, qué haces tú aquí?

La hizo sentar entre ellos. Arkor y Let se alejaron.

—Vinimos a hacerte una visita. ¿Qué estás haciendo?

—Tantas cosas que no sé por dónde empezar. He descubierto un nuevo sobretono en la serie de vibraciones del tetrón. ¿Sabías que la densidad de los filamentos de las hojas es constante a medida que se alejan del tallo y que cada hoja tiene una constante diferente? Puedes poner esto en tu fichero de informaciones inútiles. Además estoy trabajando en algo más importante que todo esto, pero todavía no pude compenetrarme. Oh, y por la mañana llevo la contabilidad. —Cuando empezaron a caminar de regreso hacia el vagón del calliope, Clea preguntó:

—¿Quiénes son tus amigos?

—Arkor, ésta es mi hermana, la doctora Koshar. Y éste es…

—Perdón —interrumpió Clea—. Viajo con un seudónimo. Me conocen como Clea Rahsok.

Jon rió.

—Nosotros también tenemos un secreto, Clea. Él es Su Alteza Real, el Príncipe Let. Lo llevamos de regreso a Toron para su coronación.

Clea se detuvo y miró a Let fijamente.

—¿Es posible? —dijo—. Estaba muerto. Al menos ésa es la información oficial que dio el Servicio Informativo cuando lo secuestraron. ¿Todavía trabajas con la Duquesa de Petra?

—Así es.

—Oh —dijo Clea—. Bueno, vamos y les presentaré al señor Tritón.

—¿Qué clase de espectáculo conseguiste?

—Uno bueno —dijo Clea—. Pero no es negocio. —Recién cuando pasaron junto a la sombra del vagón del calliope, Clea se detuvo nuevamente y miró a Jon y a Arkor—. Tus ojos —dijo—. ¿Jon, puedo hablar contigo más tarde y hacerte algunas preguntas? —Cuando alzó la vista hacia la plataforma la voz creció—. Señor Tritón, éste es mi hermano Jon y ellos son dos amigos.

—¿De verdad? —preguntó el señor Tritón—. No habías dicho nada.

—Viajamos de regreso a Toron y pasamos por su ruta. Vimos el cartel que hizo poner en la villa pesquera y decidimos venir —se animó Arkor—. Es un lindo cartel, además. Realmente llama la atención. ¿Quién lo dibujó?

El señor Tritón cruzó los brazos sobre el vientre, rió con satisfacción y dijo:

—Lo hice yo mismo. ¿Le gusta? También diseñé el mástil para los vagones que están aquí. Es mi circo de cabo a rabo.

—¿Podría mostrarnos cómo es? —sugirió Arkor.

—Bien —dijo el señor Tritón—. Bien. Creo que lo haré. Vamos. Eso es exactamente lo que haré. —El adulado empresario descendió los escalones del vagón y los condujo hasta las carpas, pasando varios puestos y bordeando los caminos de metal que serpenteaban entre los puestos.

• • •

Entre las faldillas de las carpas caía una lengua de sol. Jon entró, respirando el olor tibio del aserrín. Clea se apoyó contra el tocador.

—¿Todas esas cosas son tuyas, hermanita? —Señaló el guardarropas abierto.

—Comparto este cuarto de vestir con una amiga de ustedes —le dijo Clea—. ¿Y ahora qué pasa, hermano mío?

—Te mostraré —dijo Jon, agarrándose la piel del cuello. Retorció el pellizco y súbitamente la piel se soltó. Tiró para arriba y la mandíbula, la mitad del cuello y la mejilla se separaron—. Te refieres a la acróbata. Es una buena chica, Clea. —Se tironeó nuevamente la piel, de modo que esta vez sólo quedó la boca y la cuenca de un ojo. Debajo no había nada.

—Ya sé que lo es —dijo Clea—. Yo no estaría aquí si no fuera por ella. Una vez le pedí que me dijera qué estaba ocurriendo, pero dijo que cuanto más gente supiera, más gente estaría en peligro. De modo que la dejo mentir. Pero todavía siento curiosidad. —El resto de la cara de Jon desapareció.

—Ella estaba en un grupo, Clea, al que hoy se le daría el nombre de malis. Se podría decir que yo también fui miembro de ese grupo. Desafortunadamente, estábamos marcados, como los guardias del bosque que has visto con la cicatriz triple. Nuestra marca, sin embargo, consistía en que desaparecemos en la penumbra, como criaturas de la imaginación, si quieres —se pasó los dedos por el pelo, que desapareció como si lo hubiera desplazado una peluca colgante—. Como fantasías psicóticas —la voz sin cabeza llegaba desde un saco vacío.

Luego puso la mano en el bolsillo, sacó una cápsula diminuta y la sostuvo a la altura de donde debía haber estado la cara. Con el pulgar apretó una tachuela minúscula que había en un extremo y se desplegó un abanico de rocío que tomó la forma del cráneo, una cara transparente y otra vez rápidamente opaca.

—Pero para todo hay solución. —La cara de Jon, aunque todavía húmeda, estaba casi completa nuevamente—. Ahora la cuestión es devolver a un rey a su trono lo antes posible y terminar con esta guerra. —El otro extremo de la cápsula produjo un rocío negro que le cubrió el pelo—. ¿Nos ayudarás, Clea?

—Estoy impresionada. Pero Alter ya me lo mostró —dijo—. Quizá puedan hacer un número en el espectáculo. ¿Esa cosa no les tapa los poros?

—No —explicó Jon—. Cuando se seca, se perfora y permite que pasen el aire y el sudor. Pero tenemos que devolver a Let.

—¿Para qué facción estás trabajando? —preguntó Clea—. ¿O la duquesa ha metido la mano para obtener el trono para ella?

Jon sacudió la cabeza.

—Clea, esto es algo más que una lucha política. Es incluso algo más que nuestro enemigo del otro lado de la barrera; porque podemos tener un aliado entre las estrellas.

• • •

Gargantillas de luz pendían entre carpas y puestos de juegos. Las parejas paseaban y comían pescado frito en bolsitas de papel. Una ruleta rusa pone un anillo a la oscuridad y los niños juguetean pasando de un lado a otro de las barandas que bordean los senderos. Al pie del acuario de cristal, el pulpo se estira sobre las rocas verdosas. El calliope lanza sus notas a la noche de neón.

• • •

Alter apareció en la puerta de atrás de la carpa grande, recogiéndose el cabello blanco sobre la nuca con ambas manos. Sintió el frío de la brisa en el cuello y bajo los brazos. Estaba un poco mareada por el salto de trampolín, que había hecho aplaudir al público. Atravesó corriendo el pasillo, lleno de payasos y de aserrín.

Se detuvo cuando vio al gigante de las cicatrices.

—¿Arkor? —Sonrió—. ¿Cómo estás? ¿Cómo está la duquesa y Jon? ¿Hay algún mensaje de Tel?

—Ninguno —dijo él—. Pero todos están vivitos y coleando. Jon está aquí, conmigo. Igual que el Príncipe Let.

—¿Lo llevas de regreso para reclamar el trono? Bien —frunció el ceño—: ¿Qué miras con tanta seriedad?

—Estoy escuchando. —Habían empezado a caminar junto a la carpa, Alter agachándose por debajo de las sogas colgadas, Arkor pasándolas por encima—. Alter, en la mente de Clea hay algo que no puedo entender completamente. Es lo que se guardaba para sí misma. Es lo que tú, de alguna manera, ayudaste a atravesar. Pero no puedo ver lo suficiente como para entenderlo.

—Es Tomar —dijo Alter—. El soldado con el que estaba comprometida cuando empezó la guerra. Él murió. Me habló de esto justo antes de ponerse a trabajar en este nuevo proyecto que tiene. Dice que éste debería ser aún más importante que el planeamiento de la transmisión de materia.

Arkor sacudió la cabeza.

—No es eso, Alter. Es algo mucho más profundo. Es algo que ella descubrió alguna vez y era tan terrible que usa la muerte de Tomar para evitar recordar la otra cosa. También tiene algo que ver con el Señor de las Llamas.

—¿Clea? —preguntó Alter sorprendida.

—Como te dije, todavía no sé exactamente qué es. Pero, por una parte, todos los guardias telépatas del bosque también saben de qué se trata y están usando sus fuerzas combinadas para que yo no lo sepa. Aparentemente ellos conocen mi contacto con el Ser Triple y no están seguros de lo que tienen que hacer. La información está en los cerebros de todos los consejeros importantes, pero los guardias la protegen en sus cerebros. Parece que Clea descubrió todo por sí misma y luego lo rechazó como demasiado increíble. Alter, presta atención a cualquier cosa que ella te diga para ver si en algún momento surge algo.

—Pensé que me había retirado de estas intrigas —dijo Alter—. Pero prestaré atención. —Se llevó la mano a la garganta para tocar el collar de cuero enhebrado con caracolas pulidas.

• • •

Cadenas de luz penden entre las carpas y los puestos de juegos. Las parejas pasean, estrujando las bolsitas grasientas. Una calesita arroja luz sobre los pellejos de caballos de mar y marsopas y los niños se escabullen por debajo de las carpas y regresan a los senderos de paso. Los delfines olfatean los rincones del acuario y el calliope toca más rápido.

—¿Te gusta, hijo? —El señor Tritón apareció detrás del muchacho rubio, vestido con la ropa del bosque, apoyado contra una soga gruesa, mirando el brillante número del trapecio.

Es bonito —dijo Let—. Nunca había visto algo así.

—¿Nunca? —El señor Tritón recorrió con los ojos la figura erguida del muchacho. Por la altura, ciertamente no era un guardia—. Bueno, entonces supongo que debe ser un gran espectáculo para ti. —Junto a ellos, la audiencia aplaudía.

—Debe de ser difícil hacer esas cosas allí arriba —dijo Let.

—Sin duda lo es. ¿Pero sabes qué es lo más difícil de todo? Es manejar a toda esa gente, cada una con su número individual.

—¿Qué quiere decir?

—Bueno, en este negocio yo he hecho de todo, desde tocar al maldito calliope hasta adiestrar tiburones salvajes —hizo una pausa y miró las figuras que giraban en lo alto bajo la luz de los reflectores—. Piensa en esto: nunca hice nada para estar tanto tiempo en el aire —los aplausos inundaron una vez más la carpa oscura—, pero lo más difícil que hice en mi vida fue tratar de unirlos para que trabajaran juntos. Se escuchar lo que dice cada uno y tratar de que todos estén felices y vivos al mismo tiempo.

—¿Cómo lo hace?

—No lo haces. Al menos nunca tan bien como desearías —dijo el señor Tritón—. A veces, haces una votación; a veces, miras adelante y pisas fuerte para imponerte si hay desacuerdo. Y cuando estás equivocado, lo admites lo más rápido posible y si puedes haces lo correcto.

—¿Y luego qué? —preguntó Let.

—Luego esperas que todo marche bien y que la próxima temporada puedas mantener tu espectáculo.

El príncipe miró a los artistas que daban vueltas en lo alto.

—Son hermosos —dijo—. Toda fuerza y delicadeza al mismo tiempo. Vale la pena tratar de conservarlos, ¿no es así?

—Sí —dijo el señor Tritón, cruzando los brazos sobre el estómago—. Sí, sin duda que sí. Tú serías una buena persona para el circo, hijo.

• • •

Algunas de las luces de las carpas se han apagado. El vagón del pescado frito y el puesto de juegos, sin embargo, todavía están abiertos. Las parejas se pasean tomadas del brazo, de la mano, con la cabeza en el hombro del compañero. En la pista de madera los rompecoches todavía chocan en medio de risas. Los niños se refriegan los ojos y bostezan.

La manta raya hace ondular la arena del fondo del tanque del acuario y el organillero ha bajado al vagón a buscar su chowder.

Clea decidió recorrer una vez más las instalaciones del circo antes de irse a dormir. Pasó junto a la carpa a oscuras y se dirigía hacia la ruleta rusa cuando percibió una mirada, o una sensación, no estaba segura. Volvió la cabeza y vio que el gigante de las cicatrices que había venido con su hermano la miraba desde unos dos metros de distancia.

«Parece que estuviera tratando de ver dentro de mi cabeza», pensó Clea. Apartó el pensamiento. Por debajo de todo lo que había estado pensando recientemente, estaba su nuevo proyecto: una teoría del campo unificado sorprendentemente hermosa, sutil y profunda. Era por lejos más rigurosa que todas las que conocía… o lo sería cuando la terminara. Tenía una lógica monolítica, arrojaba océanos de armónicos reverberantes en medio de ritmos silogísticos y abarcaba todo su trabajo previo sobre coordenadas espaciales aleatorias; «… caballeros, ya ha dejado de ser una ilusión que convirtiendo la ya existente cinta de paso podamos enviar entre doscientas y trescientas libras de materia a cualquier lugar del globo con una precisión micrométrica».

No, no pensar en eso. Descartas ese pensamiento junto con el otro. Pero hace tanto que no piensas en eso, tanto…

Entonces Clea recordó la sonrisa, el cuerpo de toro, el pelo rojo, la sonrisa inesperada y la risa profunda como la de un oso. Y en ese momento se sintió atónita, sorprendida, porque ahora el recuerdo era mucho más claro, de modo que hizo lo que nunca se había permitido hacer antes, y musitó el nombre, «Tomar»… y esperó el dolor que debía venir… pero que no lo hizo. En algún momento de los últimos meses la herida había cicatrizado, y con la cicatrización Tomar no había desaparecido sino que estaba más cerca, sólo porque ella vivía en el mundo de los vivos donde él había estado en vez del retirado mundo de los muertos que era su propia proyección.

Mientras permanecía inmovilizada por el descubrimiento, algo comenzó a bullir en las profundidades de su mente, a fluir hasta la conciencia, como una trama que se hacía más clara, como una convulsión caleidoscópica que se resolvía en un pensamiento reconocible y con sentido…

¡No! Se abalanzó sobre él, luchó, se debatió para alejarlo de la mente. ¡No! ¡No! Oh, por favor, ayúdenme. ¡No!

Y… y… el olvido nuevamente la acogió.

Clea jadeaba, y la ruleta rusa, bordeada de luces, dibujaba un círculo en la oscuridad. El calliope sonaba otra vez. Parpadeó y miró a Arkor. Vio que fruncía el ceño, movía ligeramente la cabeza y se alejaba.

• • •

Las bombitas que colgaban de los alambres que unían las carpas con el puesto de juegos eran negras. La pareja arrojó una bolsita de papel arrugada dentro de un tacho de basura. La luna era una luz de gálibo en el campo, entre la ruleta rusa y la calesita. El pulpo, las marsopas y la manta raya se habían instalado al pie de los tanques. El calliope estaba silencioso.

Se encontraron junto a la ruleta rusa en sombras y la luna tardía tino de plata el cabello de Alter. Los ojos de ambos eran oscuridades huecas.

Jon sonrió.

—¿Qué te parece la vida normal ahora que de nuevo la vives un poquito?

—¿Llamas normal a la vida de circo? —Le devolvió la sonrisa—. ¿Qué está pasando con la guerra? ¿La detendrán?

—Hemos hecho otro intento. Apartamos al Señor de Las Llamas del Rey Uske.

—¿Qué hizo esta vez?

—Todavía no lo sabemos —dijo Jon—. Clea lo sabe. Al menos Arkor piensa que ella lo sabe. Pero está demasiado oculto en su mente.

—Eso debe de ser lo que quiso decirme cuando habló conmigo antes —dijo Alter—. ¿Cómo es que Clea sabe, Jon?

Él se encogió de hombros.

—No es «saber» exactamente; ocurre que ella tiene cierta información oscura que coincide con la que estaba en la mente del Rey Uske cuando el Señor de las Llamas lo dejó.

—Ya veo —dijo Alter—. Sabes, es divertido, me refiero a Tel y a mí. Somos las únicas personas de Toromon que sabemos realmente lo que ustedes están haciendo. Y los dos acabamos de apartarnos de todo eso. Él está en el ejército y yo estoy en el circo. Él está peleando la guerra que ustedes tratan de acabar y yo… bueno, yo estoy aquí —dejó caer la cabeza y la levantó otra vez—. Ojalá regrese pronto. Me gustaría verlo otra vez. ¿Jon, has arreglado tu propio asunto, esa búsqueda de libertad de la que solías hablar?

—No la tendré hasta que termine la guerra y me libere del Ser Triple. O eso es lo que me digo. En la prisión aprendí a esperar. Eso es lo que estoy haciendo ahora. Y ser capaz de dar algunas vueltas hace la espera mucho más fácil. Todavía estoy aprendiendo cosas que me serán de utilidad cuando todo esto termine. Pero a veces los envidio, chicos, realmente los envidio. Espero que ustedes dos tengan muchísima suerte.

—Gracias, Jon.

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Las luces se encendieron antes del amanecer. El nuevo sol brillaba sobre las carpas aéreas, que caían, eran dobladas y luego apiladas al costado del puesto de juegos desmantelado. Unos pocos niños habían ido a mirar cómo levantaban la ruleta rusa, la calesita y la pista de los rompecoches. Hacia las seis y treinta, los carromatos del circo rodaban en dirección a la costa y los muelles donde el barco rojo y dorado del circo los llevaría de regreso a Toron.

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