—… ENTONCES COMENZARON A DISPARAR sobre nosotros desde la izquierda. Nos trepamos para escondernos detrás de los refugios de rocas tan rápido como un molusco. Tuvimos que chapotear en el barro durante todo el camino a Toromon. Ellos tienen algo que echa llamas como el sol todopoderoso y que hace que la niebla parezca fuego empolvado. En un par de ocasiones visité pelotones de entrenamiento avanzado que habían tratado de establecer las bases de un campamento permanente, pero se equivocaron. Es realmente horrible lo que hacen, lo único que se ve por allí son pedazos de muchachos. Ellos no habían dicho que este ataque particular iba a ser tan fácil como cortar un fruto de kharba. Nos habían dicho que probablemente no se dispararía un solo tiro. Porque yo no quería terminar como uno de esos pelotones destripados y juro que estuve a punto de salir del refugio y acabar con eso lo más rápido posible. De pronto, sin embargo, hubo una retirada en la confusión de muchachos que estaban a unos seis metros por debajo de la línea. Recuerdo que oí caer un refugio, de modo que inspiré profundamente y pensé (cuánta tranquilidad, si uno piensa en lo que yo sudaba en ese momento): «Bueno, finalmente han entrado en la fortaleza y creo que puedo sentirme muerto en exactamente seis segundos». Pero estaba equivocado. Abajo, la excitación crecía. Aparentemente, alguien de nuestro lado había saltado por encima del muro. Entonces alguien prendió un lanza-rayos y por un instante pude ver una silueta alta recortada contra la niebla. ¡Quorl había regresado!
Bajé en menos de un segundo. Todos los demás también se habían arremolinado, tratando de escuchar lo que decía. Quorl se agachó en el barro y empujó al tipo del lanza-rayos junto a él.
—Echa luz por aquí —susurró. Todos nos amontonábamos para ver. Comenzó a hacer un esquema en el barro blando, y con la oscuridad y la bruma, uno sólo podía ver las cicatrices que dejaba el dedo sobre el terreno—. Éste es nuestro muro —dijo—. Aquí hay un nido. Acá también. De modo que pueden hacer fuego sobre nosotros a lo largo de todo el muro. Pero recuerden, hay solamente dos campamentos. Si toman el camino más corto de quince grados a partir de las doce horas, pasarán junto a los dos campamentos y allí nadie los buscará. Tienen diez minutos antes de la próxima cortina de fuego. De modo que en marcha —señaló por encima del muro—. En esa dirección. Los llevará directamente a la base. —Y antes que pudiéramos decir una palabra había desaparecido sobre el muro, envuelto en una niebla negra. De lo que pasó después, lo primero que sé es que me encontré sobre las rocas, siguiendo los pasos del tipo que estaba adelante.
—Ése era yo —gruñó Illu—. «Siguiendo los pasos» casi me pisan, diablos.
Los demás se rieron. Estaban sentados sobre una pila de maderas levantada fuera de las barracas, en el barro. Tel estaba con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra la pared de la cabaña. Entonces se arrodilló para escuchar el resto del relato.
El fuego casi había acabado con esa sensación inmediata de bruma, pero siguiendo la curva de las cabañas podía ver el estallido naranja de otros fuegos que se alejaban entre la niebla.
—Ese Vigía —concluyó el narrador desde la cima de su asiento instalado sobre la caja vacía de una máquina— es un tipo muy bueno. —Miró a Tel—. No te mezcles demasiado con él. Sí, es un poco raro, pero… —el soldado se encogió de hombros. Alguien más había hecho la pregunta y al oírla desde su cabina, Tel salió para escuchar.
Justo en ese momento una sombra pasó cerca del fuego. La luz del fuego rozó el cuello largo, las solapas abiertas, los pómulos salientes como cuchillos y los ojos amarillos. Quorl pasó la mirada por todos y entró directamente en la cabaña. Shrimp, que estaba parado en la puerta, se hizo a un lado en silencio. Un momento después se oyó un crujido de resortes.
—Es él —dijo el relator.
—¿Realmente ha visto un primer plano del enemigo? —pregunto alguien.
El cuentista se acercó para poder bajar la voz y respondió suavemente:
—Si alguien lo ha visto, ha sido él —dejó caer las manos sobre las rodillas, se echó hacia atrás en la oscuridad y bostezó—. Me voy a dormir —dijo—. Es tan difícil levantarse a la mañana aquí como en Toromon.
Tel observó cómo se desintegraba el grupo, en tanto que algunos de los hombres de las otras barracas que habían estado paseando regresaban en la oscuridad.
—Los oficiales van a obligarnos a entrar en un minuto —gruñó Illu junto a Tel.
—Creo que sí —respondió Tel, se estiró y se puso de pie.
Estaba a punto de entrar cuando oyó algo, un gorjeo o un chirrido, un canto de aves como fondo. Provenía del otro lado de las barracas.
Tel se detuvo, miró a su alrededor y contuvo la respiración. Algo estaba golpeando sobre el barro. Rápidamente Tel dio la vuelta, agazapado, y agarró el hombro de la primera persona que vio todavía fuera de la choza.
—¡Eh —susurró—, allí hay alguien! ¿Puedes oírlo?
—Probablemente un espía del enemigo —se sintió una risotada y el hombro se sacudió bajo la mano de Tel—. Olvídalo, soldado. No es más que uno de los flip-flops que vienen de tanto en tanto. —Tel reconoció la voz. Era el hombre que tenía el catre junto al suyo.
—¿Qué son?
—Quién sabe. Son animales, creo. Pero podrían ser plantas. No molestan al enemigo y, con excepción del ruido que hacen, no nos molestan a nosotros.
—Oh —dijo Tel—. ¿Estás seguro?
—Estoy seguro.
Se oyó otra vez lo mismo: un sonido distinguible, como de un aleteo, irregular, balbuceante, luego la melodía de gorjeos.
Tel entró en la barraca y se sacó la camisa fuera de los pantalones. Se bajó las mangas y se sentó en el borde de la cama. Los resortes vencidos se apretaban contra los muslos, el aire le humedecía la barbilla. Estaba casi acostumbrado al aroma vegetativo, pero si absorbía el aire profundamente, podía sentir durante mucho tiempo el olor rancio sobre la colcha.
Levantó la frazada y se deslizó dentro del envoltorio oscuro, tibio en la zona donde había estado sentado, y escuchó el ruido que hacía la tela del colchón al aflojarse; el sentimiento de familiaridad hizo reflotar en su mente una sensación de calidez. Con la mejilla apoyada sobre el antebrazo, entrecerró los ojos y escuchó. Nuevamente oyó el aleteo sobre el barro, un sonido parecido al de una vela suelta golpeando contra un mástil, como el golpeteo del telar de su madre cuando los listones de madera chocaban con los parantes de cuero y los hilos se enhebraban en todas direcciones, como la mano de su padre sacudiéndose el agua del impermeable cuando salía del bote con una zancada, como el cinturón de su padre castigando…
Flop-flip, flup-flep, flap-flep; abrió los ojos. Entre su propio cuerpo y el cielo raso de las barracas se veía una bruma azulada. Estaba tendido sobre la espalda. Era muy temprano. Flep-flap. El sonido venía justo del otro lado de la puerta.
Tel se incorporó de golpe, clavó los pies en las botas (estaban húmedas) y salió de la cama con la ropa interior solamente. La bruma era menos densa y las sombras que yacían en las camas estaban quietas. Fue hasta la puerta y entrecerró los ojos ante la mañana azul. Flip-flup. El fuego había muerto la noche anterior y las cenizas y los maderos a medio quemar yacían a corta distancia. Una codorniz neurótica se paseaba entre los restos. O quizás era un plumero extraordinariamente armado, que exploraba los residuos del fuego sobre tres pies grandes y membranosos. Removió un poco de carbón, describió tres círculos a su alrededor, luego permaneció en observación, se agachó y… ¡lo tragó!
Al principio Tel creyó haber visto una cabeza o una cola, pero no, el cuerpo era una pelota de plumas sin forma. Aleteó otro poco alrededor del carbón, luego cambió de idea y pio con el sonido característico. Tel se agachó junto a la puerta para mirar más de cerca. Tal vez la criatura lo advirtió, porque irguió la cabeza (¿cuerpo?), dio seis pasos, flip-flop, en dirección a Tel, luego inclinó el cuerpo (¿cabeza?) hacia el otro lado e hizo un par de demi-pliés.
Tel se rió y el flup-flip pio.
—¿Eh, qué es eso? —preguntó alguien desde arriba.
Tel alzó la vista y vio a Lug apoyado contra el quicio de la puerta, agarrándose con una mano el estómago peludo que la camiseta no llegaba a cubrirle. Tel se encogió de hombros.
—Es bastante lindo —dijo Lug. Luego tosió y con un puño se frotó primero un ojo y después el otro—. Maldita niebla —murmuró, y escupió al barro. El flip-flap retrocedió y luego se acercó a la puerta con pasitos cortos y cautelosos. Tel extendió la mano e hizo chasquear rápidamente los dedos.
—¿Muerde? —preguntó Lug.
—Lo sabré en un minuto.
Con el chasquido, el flep-flep dio un salto para atrás, estuvo a punto de perder el equilibrio y comenzó otra vez el plié.
—Todavía no tocaron diana. ¿Por qué están levantados?
Tanto Tel como Lug se volvieron rápidamente al oír la voz de acero que sonaba detrás de ellos. El Vigía estaba en la puerta. Cuando se adelantó, la luz azul definió lentamente sus rasgos equinos.
—Cállense o salgan —dijo Quorl—. Adentro están tratando de dormir, Lug. Uno o dos incluso trabajan lo suficiente como para merecerlo —cruzó la puerta y miró atrás por encima del hombro—. Vamos, si van a charlar salgan de ahí —entonces miró hacia abajo y vio el flip-flap.
Tel y Lug habían salido de la cabaña y estaban junto a la pared, incómodos, cuando Quorl los miró nuevamente, sonriendo. Tel intercambió con la sonrisa una expresión de desconcierto.
Quorl señaló al flop-flup que ahora hacía un arabesco con dos de las patas y que tal vez escuchaba.
—¿Es un amigo de ustedes?
—¿Eh?
—¿Quieren una mascota?
Tel se encogió de hombros.
Quorl se inclinó, levantó un trozo de carbón y se lo mostró al flup-flop. La criatura bajó las patas, corrió hasta la mano de Quorl, se puso a horcajadas sobre ella y se acurrucó. Luego plegó lentamente las aletas alrededor de la muñeca del Vigía. Cuando Quorl se puso de pie, el flap-flop se tambaleó y quedó colgado del antebrazo de Quorl como un libro de bolsillo hecho de plumas.
—Extiende tu brazo —dijo Quorl.
Tel extendió el brazo junto al de Quorl y el guardia del bosque comenzó a flexionar el puño. El flop-flip se puso súbitamente nervioso y, una aleta por vez, pasó al brazo de Tel.
—Le gusta el carbón y le gusta la tibieza —dijo Quorl—. Denle las dos cosas y se quedará con ustedes. —Se volvió y salió a través de la niebla abotonándose la camisa.
—Me pregunto si sale a echar un vistazo a algún campamento enemigo —dijo Lug—. ¿Qué vas a hacer con esta cosa?
Tel miró al flip-flep. Entonces el flop-flap hizo algo. Abrió un ojo y miró a Tel. El muchacho lanzó una carcajada.
El ojo tenía el tono lechoso de una caracola pulida, cruzada por venas doradas. Se abrió otro ojo y exhibió una madreperla. Luego un tercero (los otros dos se cerraron) brilló entre las plumas, con franjas, como el primero, pero con venas rojas.
—¿Quieres ver esto? —preguntó Tel.
El tercer ojo se cerró.
—¿Qué cosa?
—Uff, ya se acabó.
Lug bostezó.
—Déjame entrar y aprovechar mis últimos cinco minutos —dijo—. Me levanté nada más para ver qué estabas mirando. —Miró al Vigía con el ceño fruncido. Luego se dirigió a su cama.
Tel alzó al flop-flap y lo observó atentamente. Entre las plumas se veían siete ojos: sin pupilas, la superficie de plata opaca giraba con matices de pastel. Dentro de Tel se desplegó una sensación de calidez, en lucha contra el frío de la bruma. Estaba del otro lado de la barrera, mirándose en unos amistosos, familiares, tan familiares, ojos color pastel.
• • •
Esa tarde revisó otra vez la 606-B. La correa de amianto de una placa de embrague se había gastado, de modo que la arrancó con toda la prolijidad que le permitió la junta de goma y la llevó a la estación principal del cuartel. En menos de treinta segundos consiguió una nueva, lo cual fue un alivio después del tiempo que le llevó conseguir piezas de repuesto en la base de entrenamiento de Telphar. Una vez el flup-flup empujó la lata de lubricante y se derramó un aceite negro que le manchó todo el brazo y la mano; después de limpiarse en el grifo se resignó a tener las uñas con un borde negro.
Otra vez se acercó un tanque lo suficiente como para ver a Shrimp en medio de la burbuja abierta.
—¿Qué tal? —lo saludó Tel.
—Siempre puedo cambiarlo por una moneda de un décimo.
—Me alegro por ti —grito Tel.
—Eh, adivina dónde vi a Curly… —pero el tanque se desvió y la niebla se cerró por detrás.
Recién cuando sonó la sirena que indicaba el final de la tarea Tel descubrió que el flup-flup había abandonado su sitio sobre la plataforma de montaje. Buscó rápidamente por los alrededores.
El flap-flup venía de atrás. Se secó las manos en los pantalones y se dirigió hacia el barro. Metió un pie en un hoyo y estuvo a punto de caerse. Cuando recuperó el equilibrio acababa de salir del semicírculo de cabinas.
Prestó atención y oyó un gorjeo que venía de la izquierda. Se volvió y siguió en esa dirección. Había trepado una pared de aproximadamente un metro cuando se le ocurrió que quizá no era su flep-flop a quien estaba siguiendo. Se agachó y chasqueó los dedos. El gorjeo se reanudó inmediatamente, pero todavía demasiado lejos como para que Tel lo viera. Corrió algunos pasos y escuchó el sonido de unos pies acolchados que retrocedían.
—Eh, ven —gritó—. Vuelve y quédate conmigo. —Quizá debería haber llevado algo de carbón. Esa mañana había puesto un poco en el bolsillo, por si tenía que alimentar al animal toda la tarde. Pero cuando introdujo la mano en el bolsillo de atrás lo único que encontró fueron partículas arenosas—. Vuelve aquí —gritó otra vez.
Flep-flop, flip-flip, flop-flep.
Corrió diez, quince, veinte pasos. Cuando se detuvo el flup-flap se detuvo también y gorjeó.
—Oh, al diablo contigo —dijo Tel y dio la vuelta. Había caminado tal vez media docena de pasos largos sobre el barro más espeso cuando disminuyó la velocidad y frunció el entrecejo. Giró a la derecha, caminó cinco pasos y se detuvo ante un grupo de árboles sin hojas. Frunció nuevamente el ceño y caminó en la otra dirección. Cinco minutos después advirtió que el terreno que pisaba era extremadamente firme. No recordaba haber cruzado un terreno de esa consistencia.
Hacia la derecha la bruma era más azul. Trató de recordar: ¿De qué lado había anochecido en el campamento? Estaba la tarde gris, cuando se había encontrado en las barracas con todos los muchachos. Luego estaba la noche, cuando se sentaron alrededor del fuego para escuchar las historias que contaba el soldado. ¿Pero cómo se produjo el cambio de una a otra?
Había comenzado a caminar oirá vez cuando algo le rozó la mejilla. Pegó un salto y vio que se había metido a ciegas en otro bosquecillo de árboles espinosos. La ramita que le había rozado la mejilla no era puntiaguda ni raspaba sino que estaba húmeda: caía como caucho. Tel se frotó la mandíbula y estiró la mano para tocar otra vez la rama.
Recién entonces la idea de lo que significa estar perdido se le deslizó dentro del cerebro y le galvanizó la columna, como si le hubieran aplicado a las vértebras un alambre ardiente. Retiró la mano y en la parte de atrás de los muslos, en el cuello y en el dorso de la espalda sintió como si se apretara lentamente una serpentina de estaño. Se apartó de los árboles esqueléticos. Tenía las piernas flojas, las articulaciones a flor de piel. La bruma era espesa y muy próxima…
A la izquierda se oyó un gorgojeo. Giró violentamente a la derecha y corrió. Chapoteaba en el barro, y a la izquierda estaba más oscuro. Al principio el terreno era firme, luego blando. Corría. La bruma le apretaba con fuerza los pulmones y le hacía arder la nariz. Corría.
Adelantó las manos justo a tiempo para evitar estrellarse la cara contra una inesperada saliente rocosa. Con la mejilla apoyada contra la piedra veteada, mordiendo diminutas y aterrorizadas bocanadas de aire por espacio de tres minutos, descubrió que estaba al pie de un acantilado. Por encima de él la roca desaparecía y se hacía menos visible a izquierda y derecha. Finalmente se puso de espaldas contra el muro y trató de mantener los ojos cerrados y no pensar; pero seguían abiertos y mirando de una lado al otro sin control de su voluntad. La mirada trataba histéricamente de fijarse en alguna forma en medio de la niebla oscura. Hasta tenía miedo de apartar las manos de la roca que estaba detrás de él (donde casi se había destrozado la punta de los dedos) y mirarlas, por temor a que no las pudiera ver aun cuando las pusiera delante de los ojos.
Y algo se acercaba en dirección a él.
Arrojó el aire de los pulmones, y las costillas se estiraron como resortes aplastados. «Madre», pensó, esperando el fuego blanco; «oh, madre, padre…».
—Te tomas no sé cuanto tiempo para dar un paseo —dijo Quorl. Como Tel casi se cae del muro, el guardia del bosque le dio un golpe seco en el pecho—. Respira —le dijo en la oscuridad.
Tel comenzó a respirar. Tenía deseos de llorar, pero dejar pasar el aire húmedo y rancio era más importante. Se apartó de la roca con un esfuerzo. La parte de atrás de la camisa y el pantalón estaba empapada.
—No te caigas —dijo Quorl—, porque no voy a llevarte.
Tel no se cayó.
—Vamos. No tenemos toda la noche.
Las piernas de Tel no querían trabajar. Los primeros pasos fueron irregulares.
—¿Dónde… dónde estamos?
—A unos cuarenta metros de un nido enemigo —llegó la voz lenta, calculadora.
Tel se detuvo.
—Espera un minuto… —trató de respirar profunda-mente—. Pensé que estaban… que estaban a treinta millas. No pude haber llegado tan lejos.
—Ellos no esperan que nos acerquemos. Se mueven. En ningún lugar estamos a salvo.
—Espera un minuto —dudó nuevamente Tel—. Tú quieres decir que han acampado verdaderamente… sólo que… quiero decir, tú los has visto, los has mirado. Podrías acercarme lo suficiente para que yo pudiera mirar…
—Con esta luz y con esta niebla —se oyó la voz pulida del Vigía— tendrías que estar terriblemente cerca para ver algo. —Luego, con el mismo tono divertido que había usado cuando le mostró a Tel como conquistar al flap-flap, dijo—: ¿Quieres ir y echar un vistazo?
Tel tuvo que apretar las mandíbulas con fuerza para no lanzar el grito histérico que dolía y lo inundaba detrás de la prisión de los dientes. Todo lo que hizo fue sacudir la cabeza. Si Quorl percibió la respuesta o si realmente vio el movimiento de cabeza en medio de la oscuridad, sus únicas palabras fueron:
—Sigamos —luego, después de un minuto de silencio, añadió—: Yo tampoco los vi nunca.
Finalmente el resplandor del campo de batalla hirió la bruma que los envolvía. Tel todavía sentía en la espalda ráfagas de frío, pero dijo:
—Eh… gracias. ¿Por qué viniste a buscarme?
—Eres un buen mecánico. La 606-B es una máquina muy importante para la lucha con el enemigo.
—Sí —dijo Tel—. Eso creo.
Mientras pasaban el cartel indicador se oyó un gorjeo y luego un canto de pájaros. Algo hizo flep-flup junto a la bota izquierda de Tel.
—Ha estado dando vueltas por aquí toda la noche, tratando de imaginar dónde estabas —dijo Quorl—. Se sentía solo.
—¿Eh? —dijo Tel. Se quedó quieto y parpadeó. Luego dejó caer el cuerpo hacia adelante y estiró el brazo. Las extremidades acolchadas se treparon con confianza a su muñeca.
—¿Quieres decir que has estado esperando aquí durante todo este tiempo? ¿Quieres decir que vas a quedarte ahí colgado haciéndome guiños con esos ojos bonitos y que has estado aquí todo el tiempo, mientras yo andaba corriendo en ese…? ¡Tendrías que avergonzarte de ti mismo! ¡Claro que deberías avergonzarte!
Como alivio total, como el chorro que surge al aflojar la presión, se sintió invadido por el cariño. Y cuando alzó la vista las lágrimas le caían por las mejillas.
Quorl había desaparecido en la niebla, junto a las barracas.
Estaban en un intervalo de la partida nocturna de monedas en el cuadrado. Tel pescó un trozo de carbón tibio, alimentó al flop-flip y lo puso junto al rescoldo para que entrara en calor.
—Hombre —dijo Illu cuando lo vio a Tel—, pensamos que estabas listo. ¿Qué estabas haciendo afuera?
—Explorando, nada más —dijo Tel.
—No te conviene explorar solo en un campamento enemigo. Sabes que están más cerca.
—Sí —dijo Tel—. Lo oí.
Tel se metió en la cama, y estaba a punto de dormirse cuando el soldado que estaba junto a él se apoyó sobre un codo y susurró:
TU
—¿Estás vivo?
Tel se rió.
—Creo que sí.
La figura en sombras lanzó un silbido.
—Estoy sorprendido. Lo admito.
—¿Sabías que el enemigo se acerca?
—Sé que se ha desplazado.
—Tal vez haya una tormenta mayúscula.
—¿Quieres decir una batalla?
—No, quiero decir una partida de monedas. —Tel escuchó que dejaba caer la cabeza sobre la almohada—. Bueno, buenas noches, soldado. Y me alegro de verte otra vez, viejo.
—Gracias —le dijo Tel, y se dio vuelta. Antes de caer exhausto en un sueño oscuro oyó, afuera, el diminuto gorjeo.