CAPÍTULO SEIS

ARRANQUE A UN HOMBRE DE UN UNIVERSO; arrójelo en otro.

Las suelas de las botas golpeaban el barro. Estaba en territorio enemigo, del otro lado de la barrera. Apretó con fuerza los brazos alrededor del pecho y luchó para liberar la excitación que se agitaba en las muñecas y en los hombros. Aquí el terreno era tan blando como el de las hoyas pantanosas producidas por el agua de rechazo del mar en aquellos parajes tortuosos. La bruma era tan húmeda y densa como la niebla de otoño que solía envolver su bote pesquero por las madrugadas. El aire cargaba el frío de octubre. Y el cielo, más allá de la bruma, brillaba débilmente como la superficie bien pulida de… ¿conchas marinas…?

No. Algo le impediría pensar en eso. No debes pensar en eso. Tel avanzaba, tratando de ver. Sentía un vago malestar, como cuando estuvo perdido durante seis horas en el bote, una mañana de niebla, cuando el remo se resbaló y cayó al mar. Por un momento la niebla cedió y pudo ver fugazmente las barracas en las cuales debía ahora presentarse de inmediato.

Avanzó agazapado, advirtiendo que el terreno era más firme, y finalmente traspuso la puerta de la cabaña.

—Hola —llamó. No había luces. Olfateó la niebla que flotaba en la oscuridad. Tenía el olor suave de las algas marinas. Las sensaciones familiares hacían todo más vívido, más real. Sin embargo él estaba en algún lugar de una ampolla semi-muerta de tierra irradiada, en alguna costra protegida sobre la tierra devastada—. Hola —llamó nuevamente.

—Hola —repitió una voz familiar. Apareció una cara, avanzó, mientras los rasgos se materializaban a través de la bruma—. Así que llegaste hasta aquí —dijo Ptorn. Los ojos negros le devolvían la sonrisa—. Me alegro por ti. ¿Qué viaje, eh?

—Sí —dijo Tel—. Puedes decirlo nuevamente.

—Creo que por allí está tu cama.

Tel entró. A lo largo de la pared distinguió una hilera de catres.

—¿Eh, dónde está el enemigo en relación a nosotros? —preguntó—. ¿Y dónde están todos los demás?

—Estamos muy bien detrás de la línea de fuego —dijo Ptorn— y los demás vendrán pronto.

—Por todos los diablos, no puedo ver a nadie en los alrededores —dijo Tel escudriñando nuevamente en dirección a la puerta—. Algunos de esos malditos hijos de puta pueden andar por acá; te agarran por sorpresa y te queman vivo. ¿Cómo puede saberlo uno?

Ptorn se encogió de hombros.

—Eh, muchacho —una sombra llenó el vano de la puerta.

—Hola —dijo Tel, no muy seguro de reconocer al recién llegado, aunque la voz era familiar.

—Me alegro de ver que tú también lo has logrado.

—No hay duda de que has llegado sin inconvenientes —dijo Tel, todavía no muy seguro de quién podía ser—… ¿Shrimp? Oh, pensé que eras tú. ¿Cómo te sientes?

—Mojado —dijo Shrimp—. Hay olor a olla de langostas viejas en este sucio lugar.

—Exactamente como en casa. —Tel devolvió la broma.

Otra sombra oscureció la puerta.

—Uff, aquí no se ve nada.

—No hay nada para ver, mono —espetó Shrimp por encima del hombro mientras se dirigía a su cama. Se dejó caer de espaldas sobre el colchón—. Seguro que esa cuestión del tránsito te ha dejado sin fuerzas —se estiró, arqueó la espalda y cayó otra vez sobre la cama. Los resortes chirriaron—. Como rocas —murmuró, cerrando los ojos—. Cuando venga el enemigo despiértenme, ¿oyen? Pero para otra cosa no.

—Eh, Tel —dijo Lug al entrar a la cabaña—. Te juego un partido de monedas.

—Te voy a ganar —advirtió Tel.

—No me importa —dijo el neandertal—. Sólo quiero jugar. Acá arriba.

—Está bien —dijo Tel—. Un par de vueltas.

Lug se puso en cuclillas en la puerta, donde había luz suficiente y desparramó sobre los tablones un puñado de monedas de centiunidades. Tel se apoyó contra el marco de la puerta, observándolo. Entonces él también se agachó y ayudó a disponer las monedas para formar el cuadrado del Erramat.

Una sombra se proyectó sobre sus manos y Tel y el neandertal alzaron la vista. Frente a ellos estaba un guardia del bosque. Tel bizqueó en medio de la bruma. No podía distinguir ningún rasgo con claridad, excepto los ojos amarillos.

—Muévanse. Quiero entrar —la voz era fría. Si el sonido hubiera podido tener color, pensó Tel, entonces la voz hubiera brillado como acero aceitado.

—No puedes pasar por arriba —preguntó Lug afablemente—. Acabamos de poner… —de pronto, ante el rostro de Lug se produjo un estallido de expresiones: eran de todos los tipos de placer—. Eh, Quorl, tú también estás aquí. Eres la primera persona conocida que encuentro. Me alegro de ver…

El pie con la bota golpeó con fuerza, Lug y Tel retiraron las manos a tiempo, y las monedas saltaron vigorosamente.

—Qué… —comenzó Lug—. Eh —gritó dentro de la cabina, detrás del guardia—. Quorl, ¿qué te pasa? Ésos no son modales, ¿sabes? Si fueras de mi tamaño te aplastaría.

—Tranquilo, Lug —dijo Tel. Algo en esa voz anticipaba una tensión que él no quería cortar. Recordando lo que había dicho acerca de la percepción, se preguntó si Lug también lo sentía.

—Yo conocí a este chico en el bosque —el neandertal estaba recogiendo las monedas—. Quorl, era amigo mío. Pero ahora se está portando como un mono al que habría que darle algunos sacudones —chasqueó la lengua con disgusto.

—¿Eh, ustedes son nuevos aquí, verdad?

Un neandertal rollizo y torpe traspuso la puerta. Lug parpadeó.

—¿Ustedes son nuevos?

—Así es —dijo Ptorn desde adentro.

—Entonces ven —dijo el neandertal—. Tengo que mostrarte algo.

Ptorn se unió a Lug y a Tel que se habían puesto en marcha detrás del otro hombre.

—Me llamo Illu —se presentó a sí mismo mientras los conducía fuera de la cabina por un terreno blando.

—¿Qué quieres mostrarnos? —preguntó Tel.

—Ya lo verán —dijo Illu—. Se lo mostramos a todos los que vienen aquí. Los hace sentir mejor. A algunos, en realidad.

—¿Qué es? —El que preguntaba ahora era Lug.

—Ya lo verán —repitió Illu.

Entraron en un claro que rodeaba a las cabinas. En medio del terreno estaba clavado un poste. Mientras se acercaban, Tel vio que era un letrero que señalaba en dirección a la niebla:

TOROMON - CAMINO DE REGRESO

—Lo puso el Vigía —dijo Illu.

—¿El Vigía? —preguntó Tel—. ¿Quién es?

—Un guardia del bosque llamado Quorl —dijo Illu—. Es el tipo que entró justo antes que yo —miró el letrero—: ¿No los hace sentir mejor?

Tel estaba confundido. Pero Lug apoyó sus manos de martillo sobre el poste y gruñó con satisfacción.

—Mmmmm —dijo, pasando la vista de Tel a Ptorn—. Ahora sabemos cuál es el camino de regreso. Eso quiere decir que sabemos dónde estamos. Eso me hace sentir mejor.

Illu sonrió.

—Les dije. Se lo mostramos a toda la gente nueva.

—¿Quorl puso esto? —preguntó Lug. Durante un momento pensó—. Esto es propio de Quorl. En el bosque me hizo sentir mejor un montón de veces. ¿Entonces por qué está actuando de manera tan extraña?

Illu se encogió de hombros.

—Mucha gente aquí actúa de manera extraña. Después de un tiempo terminas por aceptarlo, cuando ya has estado bastante tiempo.

—¿Cuánto hace que estás aquí? —preguntó Lug.

—Uf… demasiado tiempo —escupió al barro—. ¿Sabías que el Vigía vuelve a casa, no? Dime qué está pasando por allí.

—Están todos locos —dijo Lug—. De lo único que hablan es de la guerra. Nada más que de la guerra.

Illu asintió.

—Y ahora tú mismo estás en eso. El Vigía es un tipo muy importante aquí. Háblame de Quorl cuando lo conociste en el bosque.

Bueno —dijo Lug—, sin duda era muy diferente de lo que es ahora… —y los dos neandertales, tras haber iniciado una amistad, se alejaron juntos, dejando a Ptorn y a Tel.

—Me pregunto cómo lo descubrió —dijo Tel, mirando el letrero que estaba allí cerca.

—Debe conocer sus matemáticas —dijo Ptorn.

Las tablas hendidas que formaban el puesto estaban grises, envejecidas y el veteado se estaba abriendo. Los clavos se habían enmohecido rápidamente a causa de la humedad, dejando un anillo marrón alrededor de las cabezas, como la que había en las maderas castigados por el tiempo de la casilla de botes de su padre. Estaba a punto de decir algo, pero antes que las palabras se formaran en la boca, Ptorn asintió con la cabeza y dijo:

—Sí, así es.

Cuando regresaron a las barracas, la mayoría de las camas habían sido ocupadas por soldados que ya estaban en el regimiento. En la cabina sin luz, las figuras parecían sombras visibles a través de la niebla que colmaba también el interior. Tel fue hasta su cama. Cuando se sentó, la figura que estaba en la cama de al lado se dio vuelta súbitamente:

—¿Eh, tú eres uno de los que vinieron a llenar los agujeros?

—¿Qué agujeros? —preguntó Tel.

—Ya sabes: reemplazos.

Tel no podía distinguir la cara y por un instante recordó una de las voces sin rasgos que se había oído por el altavoz durante el entrenamiento básico.

—¿Qué pasó con los otros, los que estamos reemplazando? —preguntó Tel cautelosamente.

—¿Realmente quieres saberlo? —respondió la sombra.

—Realmente no. —Tel pasó la palma de la mano por la frazada para detectar la textura del tejido—. ¿En algún momento los ojos se acostumbran a toda esta niebla?

—No. Pero tú sí.

—¿Cómo?

—Después de un tiempo te acostumbras a estar casi ciego.

—Ah. ¿Qué hacen ustedes aquí exactamente? —quiso saber Tel.

—Bien —musitó el bulto en sombras—, depende de para qué hayas sido entrenado.

—Soy mecánico de mantenimiento de la 606-B. Y también conozco muy bien la 605.

—Oh, entonces no vas a tener ningún problema en encontrar algo para hacer.

Tel sonrió a través de la niebla y sintió un destello de utilidad, una cálida confianza en sí mismo.

—Voy a tratar de dormir —dijo la sombra.

—Sí, una pregunta más, nada más. —Tel bajó la voz—. ¿Qué hay con ese guardia grandote de ojos amarillos?

—Te refieres a Quorl, el Vigía —dijo la voz.

—Sí, el que puso el cartel indicador.

—¿Qué quieres decir con «qué hay con él»?

—Bueno —dijo Tel—. Actúa de una manera extraña.

—Seguro que sí —replicó la voz—. Él es el Vigía. Tú también serías extraño si tuvieras que hacer lo que hace él —los resortes chirriaron otra vez mientras la figura se daba vuelta hacia el otro lado—. Mira, hablemos de esto en otra ocasión, soldado. Tengo que dormir un poco.

—Oh, sí —dijo Tel—. Buenas noches —se sentó en su catre, solo, mirando para un lado y para otro en medio de la oscuridad de la cabina. Se preguntaba cuál era la función de Quorl. luego se preguntó a quién estaba reemplazando. Quizá tendría que haber preguntado qué le pasó a la persona a la que estaba reemplazando, pero… Estaba contento de que allí hubiera trabajo para un mecánico de la 606-B. Muy contento porque podía armarla, desarmarla, reponer alguna parte gastada, decir cuando las placas deslizantes tenían demasiado aceite o cuando los espirales de plomo estaban a punto de dañarse. Si pudiera saber… si supiera para qué era…

No. No debía pensar en eso. En cambio, pensó en lo bien que lo hacía sentir.

Pocas horas después, mientras Tel se paseaba por las barracas, se detuvo, se agachó y se miró las botas. Estaban cubiertas de barro hasta los tobillos. Cuando se incorporó, respirando a través de los dientes, alguien gritó:

—¿Quién es?

—Eh… Tel 211 BQ-T.

—Oh, hola. Soy yo Lug.

—Hola, mono. Pensé que eras un sargento o algo así.

—No, por todos los diablos —dijo Lug, solidificándose en la niebla a medida que avanzaba—. También me sorprendiste a mí. —Pasaba sólo apenas el hombro de Tel, pero mostró una sonrisa en medio de la bruma.

—¿Tu amigo Illu te dijo algo sobre lo que está ocurriendo?

Lug se rascó la cabeza y se puso junto a Tel.

—No sé si lo entiendo.

—¿Qué fue lo que dijo?

Lug unió las manos en un gesto de concentración y la cara se le llenó de arrugas.

—Lo primero que dice es que estamos enfrente de la línea principal de las fuerzas del enemigo. Somos parte de una hilera de bases que está a treinta millas enfrente de aquella línea. Pero lo que dijo Illu es que tienen miedo de que nos rodeen y nos ataquen desde atrás —alzó la mirada hacia Tel, confundido—. ¿Qué es lo que no entiendes?

—¿Cómo pueden atacarnos desde atrás si están frente a una línea, una hilera de bases?

—Simple —comenzó Tel. Luego hizo una pausa, recordando lo que Ptorn le había dicho sobre percepción—. Mira, Lug, ¿qué largo tiene una línea?

—¿En? No sé.

—¿Qué extensión tiene?

—De un extremo al otro —dijo Lug encogiéndose de hombros—. ¿Qué largo es eso?

—Es el largo necesario: de un extremo al otro. Entonces imagina que el enemigo rodea los extremos de la hilera ¿No van a estar detrás de nosotros?

Lug lo sopesó durante un momento.

—Oh, supongo que sí. No había pensado en la posibilidad de que nos rodearan. —Caminaron unos pasos más—. ¿Eso significa que estamos en peligro, o que lo estaremos, eh?

—Supongo que sí —dijo Tel, sintiendo al mismo tiempo aprensión y afable superioridad por haber resuelto el acertijo topológico. Quizá Ptorn sentía lo mismo por él, reflexionó. Al examinar sus propios sentimientos, se sintió aliviado al descubrir que no había nada que pudiera agraviar al mono—. Estamos en peligro, sólo por estar aquí, Lug.

—Sí, tenemos un enemigo del otro lado de la barrera —repitió Lug—. Sólo que ahora nosotros también estamos del otro lado de la barrera.

Estaban acercándose a una elevación del terreno.

—Eh, rocas —dijo Lug, acercándose para tocar la superficie agrietada—. Me hace pensar en… —no terminó la oración y Tel recordó sus propios pensamientos primeros sobre los colores que se veían detrás de la bruma, apartándolos de su mente tan rápido como antes. Se cruzó de brazos, apoyándose contra la pared rocosa y fijó la mirada en la niebla—. ¿Qué crees que estamos mirando?

—Nada —respondió Lug.

—Bruma, niebla, vapor… nada. Lug, ¿cómo es el lugar de dónde vienes?

—¿Quieres decir… —Tel podía sentir cómo las palabras surgían de las profundidades de la mente de Lug—… mi casa?

—Mi casa —musitó Lug—, era… el lugar donde vivía —se volvió hacia Tel y sonrió—. Sí —dijo—. Eso era lo mejor que tenía. ¡Era el lugar donde vivía!

Tel se rió y de nuevo le admiró ver cómo sus intuiciones se parecían a las de Ptorn.

—Y Mura —la voz de Lug era más calma—, y Porm, y Kuag. Ésta es la gente con la que yo vivía. Porm —explicó— era mi hija.

—Tienes una hija —deseó que la sorpresa no se hiciera visible a través de la bruma—. ¿Qué edad tiene? ¿Qué edad tienes tú?

—Ella tiene cuatro veranos —dijo Lug—. Yo tengo diecinueve inviernos.

Tel recordó que la edad promedio de los neoneandertales era cuarenta y cinco años. El pensar en una vida tan corta debe de hacer que las cosas parezcan muy diferentes. Incluso una hija, una familia. En algún lugar dentro de él, como un cristal fluorescente, sintió un respeto creciente por esa imagen ajena, condensada, de sí mismo.

—¿Cómo era tu casa? —preguntó nuevamente.

—Estaba en el bosque —dijo Lug.

—¿Qué más? —preguntó Tel.

—Estaba en un edificio de piedra deteriorado, una «ruina», lo llamaban ellos. Desde antes del Gran Fuego. Los árboles habían caído sobre la mayor parte de los edificios y había tramos de escaleras que conducían hacia lo alto y se detenían ante el espacio abierto. En las escaleras jugaban los niños, con piedras y ramitas, y a veces soplaba el viento y nos íbamos todos dentro del edificio y permanecíamos en un rincón, y algunas veces le cantábamos al viento; o cuando caía el agua del cielo, le cantábamos al agua. Cuando hacía mucho calor, le bailábamos al sol —retrocedió y comenzó a saltar primero sobre un pie y luego sobre el otro—. Así, sólo que con mucha más gente y más rápido, golpeando y gritando. Una vez por mes lo hacíamos para la luna, pero era diferente. Eso era porque la luna y el sol son diferentes, no como la lluvia y el viento ¿Entiendes?

—Entiendo —dijo Tel.

—A veces reparábamos el cuero sobre el hueco que estaba en la pared orientada hacia el sol. Pero entonces uno tenía que salir y agarrar un jabalí, o un eloterio… y afuera, ya no tengo más casa. Eso es… —hizo una pausa.

—El resto de un amplio universo —completó Tel.

—Sí —dijo Lug uniendo las cejas y asintiendo—. Y es muy, muy amplio, sabes. Muy amplio.

Ahora fue Tel quien asintió.

—El resto de un amplio universo —repitió Lug—. Es muy diferente de mi hogar. Es otra cosa, completamente. El hogar… —hizo una nueva pausa y finalmente se refugió en su revelación anterior—: El hogar es donde yo vivo. —Lug sonrió débilmente—. Todos ustedes, los hombres altos, los hombres muy inteligentes que pueden rodear los extremos de una hilera, todos ustedes deben pensar que esto es una tontería. Deben saber dónde está el hogar.

—¿Tú piensas que es una tontería?

—No —dijo Lug—, pero…

—Entonces, no te preocupes —dijo Tel—. Después de todo, puede no ser para nada una tontería.

Lug lo sopesó, luego pareció satisfecho. Se alejó nuevamente de la pared y ejecutó su pequeña danza. Se detuvo y alzó la vista.

—No hay sol —dijo—. No hay luna. El hogar es donde yo vivo y luego está el resto de un amplio mundo. ¿Pero dónde está? —Clavó la vista a través de la bruma—. En ninguna parte.

Tel miró las botas de Lug.

—¿No se te embarraron los pies? —preguntó—. Como los neandertales tenían el dedo mayor del pie comparativamente separado, se sentían incómodos con botas que les impidieran alzar cosas con los pies.

—Están muy embarrados —dijo Lug, retorciendo los dedos en la tierra blanda—. Yo los lavo.

—Me parece que sí. —Tel se encogió de hombros.

—¿Cómo es tu casa? —preguntó Lug—. ¿Es el lugar en donde vives?

—No —dijo Tel—. Al menos hace mucho tiempo que no vivo allí, casi tres años. La dejé cuando tenía catorce años y me fui a Toron.

—Alguna de mi gente va allá —dijo Lug—. No sé si les gusta mucho. Los que vuelven dicen que es muy complicado.

—Lo es —dijo Tel.

—¿Qué hiciste en la ciudad?

—Vagabundear —respondió Tel con una evasiva—. Un problema aquí, un problema allá, no pude conseguir un trabajo porque no había trabajo suficiente y finalmente terminé en el ejército —se apoyaron contra las rocas una vez más—. ¿Oye, Illu dijo algo sobre tu amigo Quorl?

—¿El guardia que puso el cartel indicador?

—Eso mismo. Y el que le dio un puntapié a nuestro juego.

—Oh, el que no tiene modales. Ya no es más mi amigo. Lo único que sé es que por aquí es una persona muy importante. Sin embargo, no sé lo que hace.

—Quizá sale a espiar al enemigo. Eso es lo que yo supondría por el nombre. Me pregunto si sabe qué aspecto tiene el enemigo.

—Sabes que tienes razón —dijo Lug arrugando la cara—. ¿Cómo vamos a luchar con ellos si ni siquiera podemos reconocer a uno que se acerque y nos diga hola?

—Lo reconoceríamos.

—Sí —dijo Lug al cabo de un momento—. Supongo que sí.