JON KOSHAR descendió por una de las calles radiales de Toron, dejó atrás las mansiones de los comerciantes, las casas con techos de colmena, entró en el borde zigzagueante de la Olla del Diablo, pasó el lote donde el Tritón Extravaganza desplegaba sus tiendas para iniciar la gira por el continente, y dejó atrás los muelles donde el Bote Transbordador estaba llegando con su carga de trabajadores provenientes de los jardines Hidropónicos. Una brisa le alborotó el cabello negro. Los ojos negros y tranquilos observaban al pasar la irrupción de hombres y mujeres que surgían de la lancha. Más abajo estaban los yates particulares. Se dirigió al muelle real. Sobre el agua, el sol chocaba contra las cadenas lustrosas. La doble conchilla de un molusco, insignia de la Duquesa de Petra, se hundía y desaparecía en el agua. Una larga sombra cruzó la cubierta cuando Arkor apareció junto a la baranda.
—Hola —dijo Jon—. ¿qué novedades hay en la Universidad? —Pasó por encima de la cadena y se dirigió hacia el final del pasamanos.
—He hablado con Catham —dijo Arkor, bajando para encontrarse con él—. Creo que le sorprendió un poco verme. Tú me das las noticias de aquí y yo te daré las mías.
—Aparentemente, Alter está con mi hermana, asilo dice la duquesa. Y Tel, finalmente, entró en el ejército para luchar con el enemigo del otro lado de la barrera.
—Catham simplemente habla de buscar al Señor de las Llamas y de expulsarlo tan pronto como sea posible. Luego hacer preguntas.
—¿Por qué?
—Dice que es necesidad histórica. Si Chargill no hubiera sido asesinado, podríamos posiblemente pasar más tiempo tratando de entender esto.
—Parece razonable.
Abandonaron el muelle y subieron por la calle que bordeaba el agua.
Después de unos minutos de silencio, Jon preguntó:
—¿Arkor?
—¿Sí?
—¿Qué oyes?
—¿Con la mente?
—Sí.
—¿Dentro de ti?
—Alrededor, y dentro de mí también.
Arkor sonrió.
—Tú debes pensar que es muy importante, tú que no puedes ver lo que yo veo, escuchar lo que yo escucho. Sin embargo no lo es —hizo una pausa—. Puedo sentir (es una palabra más adecuada que oír) una especie de bloque en todas las direcciones, al menos con claridad. —Dieron vuelta una esquina—. Hay un trabajador que está recordando de qué manera murió su hermano por comer pescado envenenado. En ese edificio de allí un neandertal llamado Jeof que dirige una pandilla de malis está sufriendo una pesadilla por alguien a quien golpeó hace algunas noches… ahora está soñando con comida y se ha dado vuelta y ha apretado los dientes sobre la almohada. Por allí un hombre llamado Vol Nonik está sentado a una mesa destartalada en la habitación del rincón del último piso. El sol de la tarde entra por la ventana y le golpea el pecho desnudo. Está tratando de escribir un poema sobre una muchacha y hace correr los dedos sobre el papel. Echa una mirada a un bosquejo suyo que le ha hecho la muchacha con tiza roja y que cuelga sobre la pared que está detrás de él. Entonces escribe: Renna, sus ojos castaños se abren sobre un océano de luz… En algún lugar del circo siento a una mujer con una mente de acero que revisa los libros contables de Tritón Extravaganza… —de pronto se sonríe—. Es tu hermana, Jon —con la misma rapidez frunce el ceño—. Algo anda mal.
—¿Qué es? —preguntó Jon—. ¿Ella está bien?
—Sí, pero hay algo… en su mente. Es muy profundo. —Arkor frunció aún más la frente. Luego sacudió la cabeza—. No, no puedo sentirlo. Es casi como si ella estuviera ocultándolo detrás de algo más. Puedo ver el dibujo, oír el sonido, pero el sentido es demasiado profundo como para percibirlo.
—¿Qué percibes en mi mente? —preguntó Jon cuando habían adelantado algunos pasos más.
—Un grito —dijo Arkor—, filoso como una cuchilla que surge de una piscina de aguas oscuras.
—¿Un grito de qué?
—De… de reconocimiento. De reconocimiento de lo que tú llamas libertad.
Jon sonrió.
—Me alegró de que todavía esté allí. Sabes, Arkor, estoy dedicado a hacer todo lo posible para poner fin a esta guerra. Pero no elegí exactamente convertirme en un agente del Ser Triple. La elección era morir en los campos de radiación luego de mi huida, o unirme a ellos. Eso no fue elegir, y no seré libre hasta que ellos nos dejen.
—Otra cosa que oigo tanto en tu mente como en tu voz es lo mucho que deseas que yo te crea…
—Pero es la verdad. Sigue adelante, léeme la mente.
—Ya lo he hecho —dijo Arkor—. Ojalá pudieras entenderlo, Jon. Tú crees que la diferencia principal entre tú y yo es que yo sé lo que tú piensas en tanto que tú no sabes lo que pienso yo. Y no es eso. Es mucho más que una diferencia de percepción la que existe entre ustedes los hombres y nosotros los guardias. La diferencia entre los guardias que pueden leer la mente y los guardias que no pueden leerla es la diferencia que existe entre un ojo normal y un ojo que no ve los colores…
—¿Lo cual quiere decir…?
Arkor suspiró.
—Lo cual quiere decir que lo que yo oigo no es importante. Y cómo lo interpreto —lo cual es importante—, eso no puedes entenderlo.
Caminaban entre los edificios de departamentos en el anillo central de la Ciudad. La parte oriental del cielo estaba en sombras. En una ocasión se detuvieron.
—El Señor de las Llamas —dijo Jon.
—Incluso tú puedes sentirlo.
Jon asintió.
—¿Puedes ubicar exactamente donde está o a quién está habitando?
—Todavía no.
Siguieron avanzando en medio de edificios cada vez más altos.
—¿Ahora qué oyes? —dijo Jon.
—Oigo a un Supervisor Ejecutivo de una de las plantas de tu padre preguntándose si el asesinato político de Chargill afectará de alguna manera su salario. Está hablando de eso con su esposa. En el sótano de la casa hay una mujer vieja y borracha que ha entrado por la puerta de la bodega que había quedado abierta por accidente. Está en un rincón, escondiéndose de lo que llama «tirones», que en realidad son recuerdos de las palizas que le daba su madre cuando era una niña y vivía en el continente. Ni el supervisor ni la vieja tienen conciencia de la existencia del otro. Y aun cuando él entrara en el sótano, la encontrara y la llevara afuera, o si ella sacara el caño de metal que está en el rincón, subiera las escaleras, se deslizara dentro de la sala de estar y les deshiciera a golpes el cerebro al hombre y a su esposa —ya ha matado a dos personas en su vida— ni aun así tendrían conciencia el uno del otro.
—El Señor de las Llamas —dijo Jon nuevamente.
—Estamos muy cerca de un buen acuerdo.
—¿Puedes ver lo que está haciendo ahora?
—Todavía no —dijo Arkor—. Pero enfrente del ministerio de guerra hay un policía de pie, esperando a su pelotón y a la oscuridad. Van a hacer un procedimiento en un bar de la Olla del Diablo donde se supone que se aloja una banda de malis. —Pasaron por una mansión que a Jon le resultó familiar—. Allí está tu padre —dijo Arkor—. Está pensando en llamar a su secretaria y escribir una carta al comandante suplente de Telphar expresando sus buenos anhelos por la causa de la guerra con una contribución de medio millón de unidades. ¿Cuál será el valor publicitario de esto?, se pregunta.
—¿Piensa en mí o en mi hermana?
Arkor sacudió la cabeza. Se acercaban cada vez más al Palacio Real de Toron.
—El Señor de las Llamas —dijo Arkor.
• • •
Cuando finalmente se hizo noche cerrada entre las torres del palacio bajaron por la desierta avenida de Oysture. Al final del camino pasaron bajo un arco de piedra y Jon abrió la cerradura con una de las llaves pasadas de moda que todavía se usaban en el palacio. En el corredor pasaron junto a una estatua empotrada del último Rey Alsen, y subieron por una amplia escalinata de mármol. Llegaron al quinto piso de la torre donde estaban las habitaciones y se detuvieron ante las puertas de las suite de la duquesa. Las puertas se abrieron sobre un piso alfombrado.
Petra estaba de pie junto al cortinado de la ventana, jugueteando con una piedra de cristal ahumado que colgaba de una cadena de plata que le rodeaba el cuello, contemplando la ciudad que anochecía. Cuando ellos entraron se volvió.
—Están de regreso —dijo, sin sonreír—. El Señor de las Llamas, puedo sentirlo como si estuviera en la habitación.
—Está en el palacio —dijo Arkor.
—¿Tan cerca? —preguntó la duquesa—. ¿Arkor, puedes decirme qué ha hecho esta vez? He estado haciendo una disección de los informes del gobierno durante una semana y no puedo ver lugar alguno donde el haya podido meter los dedos.
—Todavía no se ve nada con tanta claridad. ¿Quizá tuvo algo que ver con el asesinato de Chargill?
—Es posible —dijo Petra—. Sobre esto tampoco puedo arrojar nada de luz.
—Dijiste que él está en el palacio —dijo Jon—. ¿En qué dirección?
Arkor hizo una nueva pausa.
—Allí —señaló.
Se acercaron a la puerta, bajaron a la sala y pasaron por las habitaciones ahora desocupadas de la Reina Madre y por las otras recámaras para los huéspedes reales. Finalmente subieron una corta escalinata que daba a un corredor a cuyos costados había un hilera de estatuas inundadas de luz.
—Vamos en camino al recinto del trono —dijo Petra.
—Así es —asintió Arkor.
El corredor se abría en una de las alcobas del recinto del trono. Espesos cortinados caían en pliegues superpuestos sobre las ventanas de cuatro metros y medio de alto. La luz que se filtraba entre los pliegues dibujaba gráciles triángulos isósceles sobre el piso lustrado.
—Esperen —susurró Arkor. En la oscuridad del cuarto creciente Jon y la duquesa vieron que la frente de Arkor se plegaba. Señaló en diagonal, en dirección a una de las tantas alcobas en sombras.
—Nos separaremos —susurró la duquesa—. Recuerden que tenemos que verlo en su totalidad.
Petra se desplazó hacia las columnas de la izquierda y Jon hacia la derecha. Manteniéndose a la sombra de los tapices con paisajes de mar atravesaron el corredor en dirección al recinto vacío del trono.
Entonces se oyó una voz, hueca, desde el otro lado del piso.
—¡Qué es esto! ¿Quién está ahí…?
Dirigió a la alcoba una mirada congelada.
—¿Quién está allí? Llamaré a los guardias… —una figura blanca atravesó una de las saetas de luz, mientras se volvía vacilante y decía—: ¿Quién está allí?
¡El rey! Jon sintió un dolor agudo de reconocimiento y se apartó de los tapices. Al mismo tiempo Arkor y la duquesa salieron de sus escondites. Al principio el rey sólo vio a la duquesa y dijo:
—Petra. Me diste un buen susto. Por un momento pensé que tú…
Luego:
El verde de las alas de los escarabajos… el rojo del carbunclo pulido… una red de fuego de plata. La luz hirió los ojos de Jon que se hundió en un humo azul. Su mente se lanzó entre los parsecs.
Vio gris, grandes franjas de gris, pero con un tinte lavanda, algunas con rojo, otras con amarillo pálido, anaranjado. Le llevó un momento reconocer que estaba en un desierto, opalescente bajo un cielo gris plomizo. Sopló viento y los matices cambiaron de posición: el naranja iluminaba al verde, el rojo al amarillo, el color azulado que se veía a la izquierda se hizo más profundo, y el gris cubrió todo como un velo de gasa, ondulado e interminable.
Los tentáculos le treparon por el tronco. Las raíces se expandieron en esta arena hasta encontrar una corriente de puro ácido fluorhídrico nutritivo y fresco. Pero en la superficie la atmósfera enrarecida era fría, seca y gris.
En la corteza tenía tres tajos sensibles al calor que registraron la presencia de otros dos cactus en las cercanías. Los tentáculos se replegaron y desplegaron una vez más.
Cuidado, susurró un cactus (ése era Arkor). Allí está esta él…
Otro cactus (éste era Petra) se inclinó hacia un costado, en tanto que los tentáculos ceceaban sobre la arena.
Detrás de una duna próxima, alguien levantó la cabeza. Tres ojos parpadearon y retrocedieron.
Jon dejó que sus antenas reposaran.
Entonces la cabeza, ónix oscuro, apareció una vez más, y una vez más los tres ojos parpadearon. El lagarto silbó; dientes como agujas ribeteaban una encía porosa. Silbó nuevamente, y ante la boca se alzaron espirales de arena resplandeciente. Subió por la duna apoyado sobre seis patas negras, en dirección a Jon.
De pronto Jon atacó violentamente a la bestia, sujetándola por el cuello. Irritado, el lagarto tironeó, pero la planta alta en que se había convertido Arkor se inclinó hacia adelante y tres hojas longilíneas hicieron un círculo alrededor del cuerpo del reptil. La duquesa enredó dos patas furiosas y mientras todos tiraban hacia atrás, el silbido se convirtió en un grito lanzado al aire enrarecido. La piel negra se desgarró y los miembros rotos se cubrieron de un líquido azul que oscureció la arena.
Se oyó un nuevo gritó, que cesó cuando la garganta sucumbió bajo tentáculos crujientes.
Allí…
• • •
Estaba oscuro. La piel áspera de Jon resbalaba sobre el terreno húmedo mientras su cuerpo sin huesos se abría paso a través de la tierra. Hacia un costado y arriba se produjo una vibración. (Sí, era la de Petra).
Jon presionó en el hueco hasta que atravesó la tierra que lo separaba de Petra y se encontró junto a ella, con los flancos en contacto.
¿Dónde está Arkor?, preguntó Jon.
Se adelantó para ir al templo.
¿Tiene otra vez la gracia de la sacerdotisa?
Aparentemente. Hace un ciclo de calor atrás le envió amonestaciones.
La ofensa fue muy grande y quizás ella todavía no lo ha perdonado. Me pregunto si sospecha qué papel desempeñamos en el esquema.
El inmenso gusano que estaba junto a él se estremeció.
Espero que no, vibró ella nerviosamente. Si no, estamos perdidos. Todo cuanto podremos hacer es escuchar atentamente a las plegarias de fin-de-ciclo y esperar que ella no haga denuncias.
Ahora, excepto por las vibraciones de identificación, permanecían en silencio, en tanto se dirigían hacia el templo y hacia la ceremonia de fin-de-ciclo.
Era una bolsa de barro suave que mantenía la humedad gracias a perfumados líquidos que emanaban de todos los rincones del mundo subterráneo. Jon pudo percibir los olores exóticos aún antes que la textura de la tierra cambiara y él apareciera súbitamente en el fango lujurioso.
Formaron un círculo en la parte de atrás, esperando, mientras los otros gusanos se unían a ellos, antes que comenzaran las plegarias.
Finalmente, cuando el terreno fangoso estuvo repleto, las conocidas vibraciones de la sacerdotisa atravesaron el templo. La sacerdotisa se comunicaba con su congregación por medio de un ingenioso sistema de amplificación compuesto por un par de anillos metálicos que rodeaban al agujero de barro y que, cuando daba vueltas en derredor y hablaba, transmitían sus palabras con todo el volumen.
Salve, oh Diosa Tierra, en cuyo surco nutricio residimos, comenzó la invocación. Que el barro siempre sea propicio.
Que nadie que esté bajo su protección se bifurque antes que él elija, respondió la congregación y comenzaron las plegarias.
Finalmente, concluyeron los rituales y la sacerdotisa comenzó con los anuncios.
Tengo buenas noticias para vosotros, hermanos míos. Un miembro de nuestro rebaño, que nos había causado un disgusto, está con nosotros una vez más.
Jon sintió entre las vibraciones un modelo nuevo, pero familiar. (Arkor, pensó, tiene que haber entrado recién en el templo). Pero al mismo tiempo descubrió que había algo más, algo que hacía mucho tiempo que estaba allí, pero que de pronto estaba presionando sobre su conciencia. Con un estremecimiento de su tramo intestinal descubrió que se trataba del Señor de las Llamas. Junto a él la duquesa se retorcía con aprensión.
El Señor de las Llamas, susurró, apretando su flanco contra el de Jon. ¡Es la sacerdotisa!
Lo sé, le respondió Jon con otro susurro, mientras la sacerdotisa seguía hablando.
Este apóstata que está nuevamente con nosotros se comprometió en una conspiración para hacer terminar la costumbre de nuestro sacrificio cíclico a la diosa tierra de once criaturas recién bifurcadas, aduciendo que hundirías en la tierra hasta que el Gran Calor Central marchitara sus cuerpos no correspondía a nuestra dignidad de gusanos. Pero él ha regresado, dijo la sacerdotisa con ardor, y por su crimen de subversión ha accedido a sacrificarse cuando comience el próximo ciclo de calor, y con él serán sacrificados los otros dos conspiradores…
Ni siquiera esperaron que las vibraciones identificativas resonaran en el amplificador de metal. Ambos dieron un salto, deslizándose entre los otros adoradores, resbalando sobre el barro del templo. Cuando llegaron junto a la sacerdotisa, el templo era una masacre. Jon golpeó contra un cuerpo flojo que estaba propagando las vibraciones identificativas de Arkor, pero la forma era fláccida. Por supuesto, seguro que lo habían arrastrado hasta allí contra su voluntad. Pero el Señor de las Llamas… Jon se abalanzó sobre la sacerdotisa y se enroscó alrededor de ella, pero resultó que la sacerdotisa y la duquesa ya estaban peleando. Con la extremidad inferior Jon arrastró a Arkor hacia ellos. Con el movimiento el gusano revivió un poco, pero alguien estaba aferrado a los anillos de metal y gritaba:
¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Están matando a la sacerdotisa!
En la lucha cayeron otras porciones de músculos, pero el Señor de las Llamas: Allí…
• • •
Desde las rocas fluían cataratas de azul. El cielo gris era azotado por manantiales naranja que estallaban desde las piedras ardientes. El fuego era magnífico y la única luz restante provenía de las tres lunas que formaban en la noche un triángulo cambiante.
Jon se elevó por encima del fuego y la exaltación le provocó contracciones en los músculos del pecho. El aire le sacudía las plumas enceradas. Mientras se remontaba, las alas silbadoras formaban en la noche un semicírculo luminoso. Los plumones se desplegaban en abanico por el calor. Abrió el pico y por encima de la laringe se formaron algunas notas.
¿Arkor?, llamó. ¿Petra, por dónde están volando…?
Antes de que completara la pregunta, se oyó la voz musical de Petra:
Vuelo por encima de las llamas verdes donde arde el cobre, ahora hacía el amarillo donde las llamas de sodio…
Desde lo lejos, una tercera voz se unió a la de ellos.
Una extensión de hidrocarbono atraviesa flujos color naranja…
De los cientos de pájaros que lo rodeaban dos se unieron a él y juntos se elevaron por el humo que se hacía más denso hasta que el aire les enfrió las alas, palpitantes como corazones, sin detenerse, sin descansar. Las melodías se fundían y entremezclaban las unas con las otras.
Entonces el graznido cortó el aire lleno de humo.
Alas oscuras se agitaban entre el oro. Malignamente, un pico color púrpura desgarró los suaves plumones y una garra escarlata golpeó en vuelo descendente un ojo dado vuelta. Mientras golpeaba entre la nube de pájaros, caían plumas doradas, las capturaba una brisa y luego caían nuevamente, chamuscadas, carbonizadas, para arder finalmente en el fuego.
Sigamos, gritó Petra.
Seguimos, gritaron Jon y Arkor.
Jon giró y se arrojó como una flecha en dirección al enemigo. El pico se hundió entre plumas negras. Otras garras se mezclaban con las propias. Jon lo cercaba desde arriba y los golpes terribles de las alas de Petra martillaban desde abajo. Entonces el pico de Arkor pinchó un ojo resplandeciente y las grandiosas alas se estremecieron, para luego relajarse. Estaban tan entrelazados que al principio fueron arrastrados casi trescientos metros abajo antes que el aleteo frenético alcanzara al aire. Por un instante mantuvieron el cuerpo en el calor polvoriento. Un ala todavía temblaba inútilmente. Entonces Jon soltó su presa al mismo tiempo que Petra y Arkor y, mientras ellos ascendían, el cuerpo caía girando como un huso. Observaron como la sombra estallaba en el fuego lívido.
El Señor de las llamas, cantaron. Allí. El cadáver que humeaba sobre las rocas despidió un fuego final. Jon percibió rápidamente un movimiento, que se alzaba desde las cenizas, y oyó un claro estallido de melodías mientras esta nueva bestia ascendía en dirección a la bandada de pájaros, todo antes que un humo azul le inundara los ojos, que sólo pudo despejar la luz. Estaba atrapado en una red de fuego de plata, estaba perdido en el rojo del carbunclo pulido, y ante sus ojos se agitaban las empalidecidas alas verdes de los escarabajos.
• • •
Jon entró en el recinto del trono, parpadeando. A la izquierda, en la penumbra, vio a Petra y a Arkor. A la derecha, al pie del trono, una mano agarrada de la cola del molusco dorado, se veía la figura del rey envuelta en una capa blanca que se desplegaba sobre los escalones lustrados. La otra mano todavía se movía sobre el mosaico. Jon corrió hacia él y se detuvo al lado.
—Está vivo —dijo a sus acompañantes.
Hubo un revuelo de pasos. Alzó la vista y vio a los guardias que lo rodeaban, espadas flamígeras en ristre. Alguien encendió las luces del recinto del trono. Arkor y Petra permanecían entre los guardias.
—Muy bien, ¿qué le ha ocurrido a Su Majestad?
Jon estaba confundido, pero la duquesa dijo rápidamente:
—No estamos seguros. Lo oímos gritar mientras veníamos hacia el recinto del trono, de pronto atravesó la habitación corriendo y se desplomó.
—Está vivo —repitió Jon—. Pero sería mejor que lo viera un médico.
—Apártense —dijo el guardia y Jon dio un paso atrás—. ¿Quién es usted? —preguntó el guardia.
—Soy la prima del Rey —dijo la duquesa—. Y éstos son mis huéspedes.
El guardia frunció el ceño.
—Es mejor que vuelva a su suite, Su Gracia. Y quédense allí hasta que hayamos aclarado esto —añadió.
—Bien —dijo el jefe de los guardias. Miraba alternativamente a Petra, a Jon y a Arkor—. Este lugar está lleno de cámaras, a las que se puede llegar desde una docena de sitios. —Esperaba alguna reacción. No hubo ninguna—. Trabajaremos con esto y veremos qué pasa. Por favor, vayan a sus habitaciones.
Jon, Arkor y la duquesa dejaron el recinto del trono. Cuando llegaron a la sala Jon dejó escapar un suspiro que había estado conteniendo desde su último: está vivo.
En su suite, la duquesa se dejó caer sobre la cama con respaldo de madera trabajada como una concha marina y se pasó los dedos por el pelo.
—Supongo que donde tienen cámaras, tienen micrófonos —dijo, echando una mirada por toda la habitación. Arkor se dirigió hacia una pared sobre la cual había un paisaje submarino en tonos de naranja y siena. Apoyó la mano contra el ojo derecho de un pulpo estilizado en lucha con una ballena.
—Ahora no los tienen —dijo—. O al menos no pueden oír nada con ellos. En realidad, ni siquiera han puesto un monitor todavía.
—Esas cámaras estuvieron a punto de impedir el secuestro del Príncipe Let. Gracias a Dios que esta vez no tienen nada para ver —se volvió hacia el gigante—. ¿Arkor, tuviste ocasión de ver qué hizo en esta visita el Señor de las Llamas?
—Esta vez fue más difícil —dijo Arkor—. Las mentes de los seres humanos son más difíciles de explorar que las de los neandertales, donde se escondía antes.
—Bien, ¿podrías decirnos algo?
—Puedo decir quién asesinó a Chargill.
—¿Quién?
—Su Majestad.
—¿Sabes por qué?
—De eso no estoy seguro. Pero en la mente tenía algo más, algo que… —de pronto se volvió—. Jon, ¿recuerdas que cuando veníamos para acá percibí los pensamientos de tu hermana y dije que me parecía que ocurría algo? Y que dije que había una especie de imagen caleidoscópica de la cual podía sacar el diseño pero no el significado. Bueno, ¡ese mismo diseño, esa misma imagen también estaba en la mente del rey Uske!
Hubo un momento de silencio. Luego Jon preguntó:
—¿Qué significa exactamente la similitud?
—Significa que los dos saben algo, lo mismo, y que incluso sienten lo mismo respecto de ese algo. Pero está oculto, como algo que uno aprende y que luego trata de olvidar inmediatamente. En la mente de Uske era mucho más fuerte, pero estaba en ambas. Y puede tener algo que ver con el Señor de las Llamas.
—¿Entonces qué está haciendo en la mente de ambos? —preguntó la duquesa.
—Es una buena pregunta —dijo Arkor.
—Lo probaremos en Catham para ver qué resulta… y con no sé cuántos más.
Alguien golpeó la puerta. Jon la abrió con el consentimiento de la duquesa. Entró el jefe de guardias.
—Su Gracia, caballeros, el film ha sido proyectado. Están en libertad y pueden ir a donde quieran, pero más adelante pueden ser interrogados.
—¿Su Majestad ya ha dicho algo? —preguntó Petra.
El guardia miraba desde debajo de cejas fruncidas.
—Su Majestad está muerto. —Se volvió bruscamente y Jon cerró la puerta a sus espaldas, con lentitud.
—Supongo —dijo Petra— que desalojar al Señor de las Llamas fue una sacudida mayor que la que podía soportar. —Permanecieron en silencio.
—Es todo cuanto puede soportar un hombre sano —dijo Arkor—. Y el rey estuvo enfermo durante toda su vida.
Petra unió sus largos dedos.
—Chargill muerto por instigación del rey. Ahora muerto el rey por… —no terminó—. Con toda esta cuestión de la guerra, el gobierno va a pasar una verdadera convulsión. Todos los pequeños funcionarios van a empezar a retorcerse y a escapar.
—¿Crees que alguien va a tratar de usar a la Reina Madre como grito de batalla? —preguntó Jon.
—Lo dudo —dijo Petra—. Ella está a salvo en su habitación acolchada en la guardia para enfermos mentales del Servicio Médico. Espero que también esté feliz. Es una vergüenza que el año pasado se haya descompuesto. La recuerdo como una personalidad vigorosa que podría haberle hecho mucho bien al imperio.
Fue Arkor el que dijo:
—Eso quiere decir que es el momento para que regrese el Príncipe Let.
La duquesa asintió.
—¿Quién está en la sucesión del trono, quiero decir después de Let? —quiso saber Jon.
—Yo —dijo Petra brevemente—. Esta noche tú y Arkor deben ponerse en camino hacia los bosques del continente y traerlo de regreso lo más rápido posible.
—Si podemos encontrarlo en el bosque. Lo encontraremos —dijo Arkor.
Jon corrió las cortinas de la ventana y miró las luces de la ciudad, hacia donde el mar se extendía como un lienzo negro en dirección a un horizonte iluminado por la luz de la luna. La cinta de tránsito pasaba por el palacio, la luna le ponía franjas de plata y la sostenían torres inmensas. La antena de doscientas veinticinco millas arrojaba rayos por todo el mundo.
—No sé —dijo—. Me pregunto si esto va a empezar a descontrolarse. Nadie tuvo intención de matar, o al menos yo no tuve ninguna intención de matar al rey.
—¿Estás sugiriendo que yo sí la tuve? —preguntó Petra tranquilamente—. Pregúntale a Arkor si ésa fue mi intención.
—No, no lo preguntaré —dijo Jon—. Cuando estuve en la prisión, yo quería… —se detuvo.
—¿Jon, de quién fue la responsabilidad de que fueras a la cárcel?
—Tres años atrás hubiera dicho que del Rey Uske. Pero cuando eso ocurrió los dos éramos niños que iban a la escuela. Sí, algo muy retorcido y sádico hizo que él me desafiara a entrar por la fuerza en el palacio y que robara el Heraldo Real. Pero algo igualmente tonto y descontrolado me hizo seguir con el asunto y asustarme tanto que realmente di muerte al guardia que trataba de detenerme. Pero cuando recién descubrí que el rey estaba muerto, esperé para ver qué sentimientos había dentro de mí, ya sea de venganza concretada, o de alivio, o de libertad. Y no había nada. Todavía no soy libre, no sólo del Ser Triple, sino de algo en mí mismo.
—Todos lo tienen —comenzó Petra. Luego agregó con más suavidad—: Quizá tú lo tienes más que la mayoría, Jon Koshar.
Sin dejar de mirar por la ventana, Jon preguntó:
—Está bien, Arkor, tú puedes percibirlo. Dime qué es.
La voz de Arkor, aunque no era triste, llegó con una emoción grave que Jon no había escuchado antes:
—No puedo, Jon Koshar. Es otra máscara que no puedo penetrar. Es el diseño más familiar que veo en la mente de ustedes, los hombres, casi el sello de identificación del ser humano.
Jon se apartó de la ventana y dijo secamente:
—¿Culpa? Eso es lo que te parece. Ahora yo percibo algo con mucha claridad y no es culpa, Arkor. Es algo… más.
Los ojos del gigante se achicaron en una momentánea concentración, y cuando habló otra vez, en su voz había una incertidumbre tan nueva como la grave emoción anterior:
—No… no es culpa.
Jon se dirigió una vez más a la ventana.
—No entiendo —dijo—. Quizá Catham tenía razón. Cada vez que exorcizamos al Señor de las Llamas y recorremos el universo saltando en una pata, me pregunto…
—¿Qué te preguntas? —preguntó la duquesa.
—Me pregunto si después de todo esta cuestión íntegra no es una fantasía psicótica.
La duquesa suspiró, dándole tiempo a la mente para desengancharse de las palabras de Jon.
—Lo único que sé —dijo— es que cualquiera sea el significado de esto, sólo podemos actuar según lo que vemos. Y debemos devolver al Príncipe Let a Toron lo antes posible.
Jon regresó a la habitación.
—Está bien. Entonces iremos al bosque y lo traeremos de regreso.
—¿Salimos esta noche? —preguntó Arkor.
—Sí —dijo la duquesa—. Voy a tratar de conseguir ayuda del concejo y de ver si puedo salirle al paso a la confusión que se va a producir.
Jon y Arkor se dirigieron a la puerta. Un momento antes de cerrarla Jon repitió, con voz desconcertada:
—Una fantasía psicótica.
La duquesa alzó la vista del informe que había iniciado.
—No tienes tiempo para preocuparte por eso —dijo Arkor vigorosamente—. Sólo tienes tiempo para pensar una vez, quizá dos, en convencerte de que no se trata de eso.