AL DÍA SIGUIENTE, Tel empezó el entrenamiento básico:
—Está bien, muchachos. Ubíquense en sus grupos respectivos y preséntense a los cuarteles de instrucción.
Tel entró en una gran aula cuya pared más distante estaba cubierta con gráficos de maquinarias. En los gráficos no había carteles. A lo ancho de la pared del frente se veía un mapa a todo color de un pantano cubierto de bruma y salpicado por una vegetación serpenteante y desprovista de hojas. Un altavoz en la pared del frente anunció de pronto con voz amistosa (amistosa, aunque extrañamente ambigua en cuanto al sexo, advirtió Tel):
—Tomen asiento. Comenzamos el entrenamiento básico.
Los reclutas se dirigieron a sus escritorios de metal arrastrando los pies.
—Se sentó en un lugar equivocado, soldado Rogers —dijo el altavoz con afabilidad—. Dos a su izquierda.
Un rubio perplejo alzó la vista y luego, con movimientos de duda, se corrió dos asientos.
—Voy a leer una lista de nombres en voz alta —continuó el altavoz—. Todos los que nombre deben abandonar esta habitación y presentarse a la habitación 46-A. Está dos pisos arriba, a la derecha del corredor. Entonces: Malcom 831 BQ-N, Motlon 601 R-F, Orley 015 CT-F… —todos tenían un aspecto ligeramente sorprendido, pero los reclutas nombrados se pusieron de pie y salieron de la habitación.
Cuando estaba vacía casi la mitad de la habitación, el altavoz dijo:
—Ahora, los que han quedado, tomen sus auriculares y colóquenselos. Ahora miren en sus visores.
Tel se colocó los auriculares y apoyó la frente sobre el soporte que estaba sobre la mesa, por encima de la pantalla enmascarada. La pantalla ampliada se iluminó con una bruma indistinta, en su mayoría luces azules y verdes, débiles rosados por una y otra parte, mientras la corriente se impulsaba con lentitud, con demasiada lentitud.
A través de los teléfonos llegaba música. Luego una voz masculina, áspera pero agradable, comenzó:
—Tenemos un enemigo del otro lado de la barrera. Hace muy pocos años que hemos podido pasar al otro lado de la barrera de radiación, pero ya hemos descubierto la amenaza de un plan tan inhumano y maligno…
La voz se hizo grave y monótona y los colores se unieron, formando finalmente una playa reconocible. La arena se extendía en un arco en dirección al horizonte y olas azules rompían sobre la costa en medio de una espuma blanca. Una muchacha con una figura muy llamativa y un escueto traje de baño se acercó a la orilla, tocó la espuma con el dedo del pie, luego se volvió, pareció ver a Tel, y comenzó a correr hacia él, riendo. La brisa le sacudía el cabello castaño. Movió los labios y Tel pudo oír el ruido de las olas.
¡Dr-r-r-r-r-r-r-r…!
Tel se alejó de un salto de la pantalla, golpeándose la columna en el respaldo de la silla. Se arrancó los auriculares de la cabeza. El alivio que sintió cuando cayeron ruidosamente sobre el escritorio fue como si le hubieran sacado dos agujas de los oídos. En los ojos todavía tenía la imagen de una enceguecedora luz blanca que de pronto inundó la pantalla.
A su alrededor todo era confusión y en algún lugar de la habitación se oía la risa de una mujer. La risa se articuló en una voz.
—Está bien, está bien, vuelvan a sus asientos en forma ordenada. Vuelvan a sus asientos. —Muchos soldados habían saltado de sus sillas. Por el altavoz continuó la voz femenina—: La reacción que tuvieron ante el último problema no es la que esperamos que tengan al cabo del curso de seis semanas. Los que acaban de entrar (entonces Tel se dio cuenta de que un grupo de reclutas totalmente azorados acababa de entrar y estaba de pie junto a la puerta)… ¿a alguno de ustedes le pareció que estaban en condiciones de luchar con el enemigo que está del otro lado de la barrera?
Tel se sentía confundido e incómodo.
—Durante todo el entrenamiento básico —continuó la voz de contralto—, se les presentarán problemas de esta naturaleza. Deseamos calma, atención y reacciones rápidas. Los reclutas que acaban de llegar, por favor tomen asiento. Observen nuevamente cada una de las pantallas y colóquense los auriculares.
Mientras se inclinaba hacia adelante Tel observó que la mitad de la clase que había estado en la habitación durante todo el tiempo se colocaba mucho más lentamente los auriculares que los recién llegados.
Sobre la pantalla se desarrollaba una explicación concerniente a un equipo llamado 606-B. Se mostraba en detalle la forma de armarlo, desarmarlo y de mantener en un orden armonioso sus numerosas partes, mecánicas y electrónicas. Pero por algún motivo (quizá se perdió durante los veinte segundos de vacilación del comienzo cuando se puso los auriculares), por más que se concentrara, no tenía la menor idea de cuál era la aplicación del 606-B. Pero cuando pasaron cuarenta minutos de película, estuvo seguro de que hubiera podido poner una de esas condenadas cosas en orden durante su sueño.
Una campanilla suave indicó el fin de la clase y todos alzaron la cabeza: Tel observó la tarjeta con el programa para la próxima clase y se puso de pie para ir. Aparentemente, a todos los recién llegados se les había asignado permanecer en la misma habitación.
—Eh —susurró alguien y Tel se volvió hacia la puerta. Sentado en un rincón, entre los reclutas que quedaban, estaba Shrimp. Tel lo saludó con la cabeza, pero Shrimp parecía perplejo—. Eh —susurró nuevamente.
Entonces Tel se acercó.
—¿Qué diablos les hicieron cuando entraron? Parecían…
—¡Aquí no se habla! —La voz que provenía del altavoz era decididamente masculina—. ¡Los que están allá atrás, muévanse! En silencio y rápidamente a la próxima clase.
Tel abandonó la habitación.
Dos pisos, más arriba, entró en una habitación casi idéntica a la que había dejado. Nuevamente las paredes estaban cubiertas con dibujos de maquinarias sin nombre. El paisaje del pantano se extendía sobre la pared del frente. Estaba buscando el número 606-B cuando una voz paternal, de mediana edad, anunció desde el altavoz:
—Siéntense todos. Voy a leer una lista de nombres en voz alta. Todos los que nombro, por favor presentarse en la habitación 51-D. Entonces: Ritter 67 N-T, Ptorn 047-F, Tynan 811 NA-T…
Tel no se había dado cuenta de que Ptorn estaba en la misma habitación que él.
• • •
Cuando las luces se apagaron, conversaron un rato en la oscuridad.
Shrimp: —¿Eh, Lug, qué aprendiste hoy?
Lug (gruñendo desde la cucheta de abajo): —Ponerlo junto, separarlo, mantener el eje central vertical… Uff… duérmete.
Tel: —¿Eh, era el 606-B?
Lug: —Siete treinta o algo así. Duérmete. Estoy cansado.
Shrimp (llamando a Ptorn que estaba arriba): —Y ustedes, grandotes, ¿qué aprendieron hoy?
Ptorn: —No lo suficiente como para hablarlo ahora. Mañana tenemos que levantarnos a las seis. Tenemos un enemigo del otro lado de la barrera, ¿recuerdan?
Shrimp: —Sí, recuerdo. Buenas noches.
Ptorn: —Buenas noches.
Tel: —Eh, Lug ¿para qué se usa el siete treinta o algo así, eh?
Lug: (un bostezo desde la cama más baja: luego ronquidos.) Se oye el sonido suave de la respiración. Uno tose.
Alguien se da vuelta y el ronquido cesa. Luego el silencio, mientras los oídos de Tel se llenan de sueño.
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Al día siguiente se le mostró al pelotón una película documental. Los hombres entraron al auditorio en fila y tomaron asiento. Unos pocos apoyaron los pies en el respaldo de la silla que estaba adelante, otros echaban humo de los cigarrillos de plancton que les habían entregado. A Tel este sabor nunca le había parecido particularmente agradable. Los cigarrillos contenían una droga tranquilizante bastante suave que le provocaba nada más que mareos. Se apagaron las luces, la pantalla se agitó y comenzó la película sin títulos.
En el primer cuadro Tel reconoció un pantano cubierto de bruma, similar a los gráficos que presidían tantas aulas. Un barro verdoso burbujeaba alrededor de los tallos de las plantas enmarañadas. La niebla se enroscaba alrededor del fango y se trenzaba por encima de las ramas. La escena pasó a ser una franja de tierra más sólida, luego siguió un peñasco, una depresión en el terreno, un fragmento de maquinaria (¿era la 606-B? La cámara se movía demasiado rápido como para que Tel estuviera seguro) y finalmente se detuvo frente a las ruinas de las barracas de un ejército. Una de las paredes había sido destrozada por el fuego y el techo estaba vencido. La cámara pasó a través de la abertura carbonizada y entró en la cabaña.
Un hombre está sentado en una silla. Los intestinos le caen sobre el brazo. No tiene cabeza. En un rincón hay varias cuchetas dadas vuelta. Sobre una pila arrugada de ropas de cama hay un pila de, aproximadamente, dos cadáveres. La cámara sale de la choza. Apoyado contra la pared de afuera, con las piernas en ángulos enloquecidos, hay un soldado sonriente. Los ojos son agujeros oscuros. Un insecto se pasea por el labio y baja hasta el mentón.
La cámara sigue y pasa una pared compuesta de sacos de arpillera con cascotes. A través de la niebla cada vez más espesa Tel pudo descubrir que la pared está rodeada de alambres de púa. La niebla obstruye la lente de la cámara. Entonces la escena se corta.
A través de la bruma Tel podía ver una hilera de chozas similares a la que aparecía destrozada en la escena anterior. Unos pocos hombres caminaban por los alrededores.
Toma en primer plano de un joven soldado que necesita afeitarse. Sonríe a la cámara, parpadea y se frota la barbilla con dedos grasientos. Plano total del mismo soldado. Está de pie junto a una máquina de aspecto complicado (sin duda no era la 606-B, pensó Tel. ¿O sí?). Se rasca el pecho, parece confundido, luego retrocede para arreglar la máquina.
Corte para enfocar el edificio de las barracas. Un grupo de hombres ha colocado tablones por encima del terreno embarrado. Se sientan en cuclillas o con las piernas cruzadas sobre los tablones en un círculo irregular. Toma en primer plano del centro del círculo: alguien está formando un cuadrado irregular con quince monedas de centiunidades al cual le falta un extremo. (En el auditorio se oye una carcajada. «Dos y seis», grita alguien. Tel también se ríe). A cierta señal que la audiencia no puede oír, los hombres levantan la vista del juego. Alguien se frota las palmas con las monedas, y desaparecen. Toma de los hombres que corren por el claro que precede a las chozas. Toma de hombres subiendo a tanques de oruga. Tomas de la observación de la burbuja de plástico del tanque mientras el conductor toma asiento adentro. Toma de cuatro tanques que parten uno tras otro. Toma de tanques que se alejan en medio de la bruma, que se cierra detrás de ellos.
Alrededor de las plantas entrelazadas, las burbujas del barro verdoso. Las chozas de las barracas están vacías. El claro está desierto.
Corte a:
Un tanque se ha detenido en medio de un pantano cubierto por un espeso follaje, con una punta hundida en el barro. A seis metros de distancia, hay otro tanque volcado. La cámara se aproxima al primer tanque. La cúpula de observación ha sido aplastada. Una plancha lateral ha sido retorcida como una hoja de estaño. La cámara entra en la finca para inspeccionar el interior destrozado donde rotos y desgarrados…
La pantalla titiló. Las luces se encendieron. No habían visto nada a través del corte negro, pero Tel descubrió, cuando quitó las manos de los brazos del asiento de la butaca del auditorio, que tenía las palmas húmedas. A la altura de los muslos, por la parte de atrás, tenía los pantalones empapados.
—Muy bien —llegó la voz desde el altavoz—, preséntense a las tareas que les han sido asignadas.
Diez minutos más tarde Tel estaba desarmando una máquina muy parecida a la que el joven soldado estaba arreglando en la película. Sacó una placa aceitosa, la secó en su delantal y la miró contra la luz azulada que venía del cielo raso. En el extremo derecho, prolijamente escrito, decía: 605-B.
Tel miró la máquina, luego alzó la vista, tosió y dijo:
—Eh… creo que ha habido un error. —Se sintió incómodo habiéndole al aire. Cuando los otros preguntaban, recibían la respuesta en menos de la mitad del tiempo.
Pero en el altavoz se oyó un «click» y una voz preguntó:
—¿Qué es eso, soldado Tel 211 BQ-T?
—¿No era que yo debía trabajar en la 606?
Hubo un largo silencio. Luego la voz femenina de contralto dijo:
—La corrección se hará cuando sea necesario.
De pronto se sintió confundido y trató de poner en orden una docena de ideas anudadas como líneas de pescar enredadas. La confusión se convirtió en rabia, que inmediatamente retrocedió al miedo. ¿Qué estaban tratando de hacerle? ¿Para qué se usaba esa máquina condenada? Y si no lo sabía, ¿cómo podía luchar con el enemigo que estaba detrás de…?
¡Dr-r-r-r-r-r-r-r…!
Se cubrieron rápidamente los ojos con las manos para protegerlos de la luz enceguecedora que llegaba desde las instalaciones azules. Antes de que cesara el zumbido las palabras habían saltado dentro de su mente con tanta claridad que al principio pensó que provenían de los altavoces: calma, atención, reacciones rápidas. Sintió un escalofrío y trató de expulsar las preguntas que pretendían penetrarle la mente.
Lentamente se tranquilizó. Estaba en calma. Estaba atento. Dos o tres personas en el negocio ya habían vuelto a sus trabajos, entonces alzó una varilla conectiva de las partes acumuladas sobre la mesa. Por un instante deseó arrojarla contra algo. En cambio, la colocó con sumo cuidado entre las placas zumbadoras y volvió el perno helicoidal a su sitio.
• • •
Esa tarde algunos soldados salieron a la rampa y comenzaron a jugar con las monedas.
Shrimp: —Okey, grandote. Voy a probar suerte contigo. Vamos, arrodíllate y juguemos un partido.
Ptorn: (sacudiendo la cabeza): —Estoy mirando, nada más.
Shrimp: —Díganme, grandotes, ¿cómo han estado tan tranquilos en estos dos últimos días? ¿Qué les ha pasado en esos cerebros superiores?
Ptorn: —Miraré, nada más.
Waggon: —Vamos. Tengo dinero para perder.
Curly: —Juega con él, Shrimp. El mono ha mejorado. Ayer me ganó quince unidades… antes yo le había ganado veinte.
Tel: —Eh, Ptorn, ¿por qué han estado tan tranquilos?
Ptorn (encogiéndose de hombros): —No sé (hace una pausa). ¿A qué crees que se parece el enemigo que está del otro lado de la barrera?
Lug (apoyándose contra la baranda, alza la vista y se rasca la cabeza: —Sabes, nunca pensé en esto antes.
Tel observa al guardia y al neandertal que miran a la Ciudad desde la baranda. A lo lejos, las luces insignificantes parpadean en sus diseños azarosos.
• • •
A la tercera semana lo pusieron en una habitación oscura.
—¿Cuál es su nombre y número?
—Tel 211 BQ-T.
¡Dr-r-r-r-r-r-r-r…!
Retrocedió tambaleando y se cubrió los ojos. Pero un momento después se dio cuenta de que no había habido resplandor. Calma, atención, reacciones rápidas.
—Dé la vuelta.
Tel se volvió.
—Camine.
Caminó. Caminó largo tiempo, suponiendo al final que debía de haber entrado en un túnel.
¡Dr-r-r-r-r-r-r-r…!
Calma, atención, reacciones rápidas: siguió caminando, aunque la tensión le hacía doler la espalda y los hombros. Y esta vez había habido un resplandor. Pero era verde y no tan brillante. Había visto fugazmente la bruma y plantas duras y sin hojas, y el barro borboteaba en algún lugar… No. Era en el frente de la habitación donde él tenía sus clases. O era en algún otro lugar, con la máquina extraña…
—¿Cuál es su nombre y número?
—Eh… Tel 211 B… eh… BQ-T.
—Describa lo que ve.
—Eh… dónde…
—Describa lo que ve frente a usted. Siga caminando.
Hubo otro resplandor verde.
—Creo… ¿el mar? —dijo Tel—. Sí, el mar, y hay olas que rompen sobre la arena, y el botecito…
¡Dr-r-r-r-r-r-r-r…!
—Describa lo que ve —la luz brilló otra vez.
—No, quiero decir la 605-B, o tal vez la 606-B, no estoy seguro… tengo que unirlo. Puedo unir a los dos… así es… a cualquiera. Son casi lo mismo, pero abajo, en la caja de transmisión, son diferentes. Las arreglo de modo… —y un repentino pensamiento se refugió cálida y cómodamente en su cerebro, y con él el sorprendente alivio que comenzó en los hombros y se derramó hasta los pies—… que podamos luchar con el enemigo del otro lado de la barrera. Para eso sirve. Debe ser. Es la 606-B, y puedo separarla y unirla, separarla y unirla…
Hubo otra luz verde.
—Sí, el barro, y las plantas que no tienen hojas, todo el barro, y hay neblina. Y aquéllos son guijarros. No, no son guijarros. No, son conchas marinas, muy bonitas, rojas y marrones y lechosas, como si alguien las hubiera lustrado durante mucho…
¡Dr-r-r-r-r-r-r-r…!
—… durante mucho…
¡Dr-r-r-r-r-r-r-r…!
—… mucho…
¡Dr-r-r-r-r-r-r-r…!
—… guijarros…
El pánico que creció en su espalda, muslos, brazos, casi lo hace desfallecer antes de saber que estaba allí. Dejó de hablar, retrocedió tambaleando y se cubrió los ojos con las manos, aunque esta vez tampoco hubo resplandor.
—¿Cuál es su nombre y número?
—Eh… Te… Mi nombre es Tel 60… 5… 6… Tel…
—¿Cuál es su nombre y su número?
Algo que le apretaba la parte de atrás de la lengua se soltó repentinamente y liberó un grito que había estado alojado en algún lugar del estómago.
—¡606-B…! ¡605-B!… ¡No sé!… ¡No sé!… ¡No van a decirme cuál…! ¡No van a decirme!
—¿Cuál es su nombre y número?
—Eh… eh… Tel 211 BQ-T.
—Describa lo que ve.
—Veo… veo el barro, las plantas y las chozas donde están los soldados, jugando con las monedas. Tengo que arreglarla mientras ellos juegan porque… el enemigo… sí, el… —y más allá de la bruma, algo pasaba por el barro, algo apartaba a golpes las plantas; al principio pensó que sería alguno de los tanques que regresaba, sólo que no… —¡No! ¡No! —gritó—. ¡Todavía no está arreglada! A la 606-B, todavía no la arreglé y ya viene. Oh, Dios, es…
¡Dr-r-r-r-r-r-r-r…!
• • •
Más tarde, cuando lo sacaron de la habitación, el altavoz le dijo (una apaciguadora voz femenina):
—Estuvo bien. Realmente muy bien. Será una garantía contra el enemigo del otro lado de la barrera.
Tel no estaba seguro de lo que había ocurrido en la habitación. Pero había estado bien, y eso lo hacía sentirse bien.
• • •
Esa tarde, los monos jugaron una partida de Erramat entre ellos mismos. Todos los demás se sentaron en sus cuchetas y observaron los juegos torpes de los neandertales, hablando muy poco.