CAPÍTULO UNO

GRABADO EN UNA TARJETA de cuatro por cinco con graciosas letras que se inclinaban como bailarines:

A su Gracia la Duquesa de Petra

Está usted invitada a asistir a un baile al amanecer

dado por su Alteza Real

el Rey Uske para honrar los

patrióticos esfuerzos de los

Acuarios Tildón

«Tenemos un enemigo detrás de la barrera»

Dos cosas de la invitación llamaban la atención, primero, «Acuarios Tildón» había sido impreso con un tipo de letra ligeramente inclinado, una fracción diferente del resto. Segundo, en el extremo inferior derecho había una espiral de alambre de diez pulgadas.

La duquesa soltó el espiral con el mensaje y lo puso en la máquina. En la pantalla los puntos de color se convirtieron en la cara de un joven rubio con expresión de poca salud.

—Bueno, ahí estás, querida prima —habló con lánguida insolencia—. Ya ves, estoy uniendo este pedido personal con tu invitación. Abandona tu pequeña isla y ven a la mía que es grande. Siempre fuiste mi prima favorita y la vida ha sido tremendamente opaca desde que tú entraste —de qué otro modo puedo llamarlo— en reclusión. Por favor, queridísima Petra, ven a mi fiesta y ayúdanos a celebrar nuestra futura victoria. Han ocurrido tantas cosas… han ocurrido tantas cosas… han ocurrido tantas cosas…

La duquesa hizo un sonido de disgusto, golpeó el botón de cierre y la cara se desintegró.

—Una muesca en el cable —dijo y alzó la vista—. ¿Tildón es subsidiario de la compañía de tu padre, Jon?

—Es uno de los pocos que no lo es todavía.

—Me preguntó cuánto le dio Tildón. Mi pobre primo piensa que realmente puedo obtener el dinero que necesita para sostener la guerra con la seductora promesa de fiestas oficiales en el palacio.

—El patronazgo real sigue siendo mágico, Petra. Tu familia ha ejercido el poder en Toromon durante siglos, pero mis tatarabuelos —y los de Tildón— eran granjeros que araban la tierra a mano o que cargaban el pescado sobre el borde de los botes de remo. Cuando el concejo decidió que debían ofrecerse esas fiestas, sabía lo que estaba haciendo.

Deslizó los dedos sobre las incrustaciones de madreperla del escritorio.

—Somos un territorio disparatado. En el continente todavía hay gente que vive como en las cavernas; sin embargo, tenemos aviones, científicos como tu hermana. —Sacudió la cabeza—. La gente como tu padre, como Tildón y los otros no se da cuenta de que son ellos los que tienen ahora el verdadero poder. Aquí en la isla yo tengo lo necesario como para vivir suntuosamente, pero no podría hacer más que una contribución de muestra a la causa de la guerra comparada con las que pueden esas familias de industriales, suponiendo en primer lugar que yo quisiera contribuir con la guerra.

—Sin embargo. —Jon sonrió—, quieren que los duques y los barones inclinen la cabeza cuando contribuyen. Sin mencionar al rey.

La duquesa miró otra vez la invitación. La expresión le cambió de pronto.

—Las imprimen por millares y simplemente las completan con el nombre del próximo ricacho a ser honrado, justo sobre la línea de puntos. Me temo que lo que todavía me molesta por encima de todas las cosas es la vulgaridad.

—Pero tu familia es un modelo de buen gusto, Petra. Esto es lo que nos han enseñado al resto de nosotros durante toda la vida —en la voz había un ligero tono de burla.

Ella lo aceptó.

—Sí —y dejó la tarjeta—. A nosotros nos han enseñado lo mismo. Pero debe haber algunos modelos… aún durante una guerra.

—¿Por qué? Ellos están aprendiendo, Petra; mi padre y los otros, están comenzando a aprender recién ahora cuánto poder tienen realmente. Después de todo, la guerra se libra por ellos. Mientras en la guerra se usen sus productos, mientras esos descontentos de la vida y de Toromon puedan ser enviados a la guerra como por un tubo, todos se quedarán contentos y en sus lugares. Si la guerra cesa, entonces la familia real… tú turno.

Petra respondió brevemente:

—Mientras sean tan ciegos como para buscar el favor real, no serán capaces de conducir algo tan complejo como Toromon. Es por eso que llevé clandestinamente al Príncipe Let al continente, para que hubiera alguien con un panorama de este país que pudiera estar a salvo para gobernar después de estas intrigas, trabajando alrededor de nosotros, cerrando el círculo.

La expresión de Jon perdió algo de su cinismo.

—Con el apoyo del concejo y del gobierno, Petra, el rey puede ocultar todavía buena parte de su poder. Mientras esté oculto, nadie puede juzgar qué es. ¿Es un loco? ¿O es muy, muy inteligente?

—Es mi primo. Tú fuiste su compañero de escuela ¿Qué piensas?

—En esta guerra hay grandes secretos. Pero los grandes secretos han mantenido el poder en la familia real desde que se estableció y se colocó a la cabeza de este caótico fragmento del mundo.

La duquesa unió los dedos, asintiendo.

—Mis tatara, cuántos tatarabuelos, saquearon las costas con sus barcos, Jon Koshar, despojaron a los vecinos de estas islas usando los restos fragmentados de la tecnología que sobrevivió al Gran Fuego. La radiación en el continente detuvo su expansión hacia el interior y lo mismo ocurrió con las corrientes calientes de la costa. Pero cuando se los detuvo, decidieron que un gobierno organizado podía llevar a cabo con más eficiencia lo que la piratería había llevado a cabo hasta ese momento. Hay una gran variación en la tierra de Toromon, pero está limitada. Aprendieron a no agotar lo que hay entre aquellos límites y se convirtieron en una sucesión de reyes y reinas. Ahora el poder está a punto de cambiar de mano, pero estos otros deben aprender lo mismo.

—Aunque tus ancestros lo hayan aprendido, Petra, hoy la gente como Tildón y mi padre pagará exhorbitancias por tu aprobación. Quizá porque sospechan lo que tú sabes. —Jon levantó la tarjeta—. O quizá porque son necios e ignorantes. Mi padre —repitió, dando vuelta a la tarjeta—; su mayor desgracia fue que yo pudiera ofender al rey e ir al penal de las minas por eso. Su mayor triunfo fue que el propio rey honrara a mi hermana con su presencia real en el baile cuando ella regresó de la universidad. En tanto esos sean los límites de su felicidad, el rey puede conseguir dinero para su guerra y completar los nombres sobre la línea de puntos.

—Ojalá pudiera permitirme a mí misma semejante torpeza intelectual —apoyó la barbilla sobre la punta de los dedos.

Jon parecía sorprendido.

—Llamas a tu asesinato histérico simplemente ofensa.

Jon apretó la mandíbula.

—Y no has hablado con tu padre desde la «ofensa» para descubrir exactamente qué es lo que siente.

La mandíbula de Jon se aflojó y en la garganta comenzaron a formarse palabras.

—Y es demasiado fácil para ti llamar a tu padre, que fue suficientemente astuto como para amasar una fortuna por medio de una brillante, aunque inescrupulosa explotación económica, títere de esas pequeñas vanidades. No, atacar el problema de esa manera deja muchos interrogantes.

—¡Petra!

La duquesa alzó la vista, sorprendida. Se pasó una mano por el cabello color cobre, sostenido hacia atrás, por una peineta de oro barnizado con la forma de serpientes marinas.

—Lo siento, Jon —y con su mano tocó la de él—. Hemos estado aquí juntos demasiado tiempo. Pero cuando veo cómo se engaña a mi familia, mi gente, me duele. Hay una sensación de decencia que es como un barómetro para la salud de un hombre o de un país. No sé. Quizás estoy demasiado enamorada de algunas ideas de la aristocracia: nací en ella. Me aparté de ella cuando era joven. Ahora me encuentro nuevamente en ella. Creo que aceptaremos esa invitación, Jon Koshar.

—Ya veo —dijo Jon—. ¿Arkor también?

—Sí, nos necesitaran nuevamente a los tres —vaciló—. Ustedes estuvieron en contacto con… también ellos, ¿no es así? ¿El Señor de las Llamas…?

Jon se apartó el cabello oscuro de la frente.

—Sí.

Se volvieron al oír un ruido detrás de ellos. Las puertas con forma de moluscos dobles se abrieron de par en par. En el vano estaba de pie el gigante de dos metros y varios centímetros de altura. Sobre el costado izquierdo de la cara tres cicatrices dentadas le recorrían la mejilla y el cuello, surcos paralelos más oscuros que la piel oscura.

—¿Cuándo nos vamos? —pregunto Arkor. Las tres cicatrices eran el sello con que se marcaba a los frecuentes telépatas que había entre la gente alta del bosque.

—Esta noche —dijo Petra.

—Van a ir a buscar a Tel y a Alter —dijo Arkor. Era una afirmación, no una pregunta.

Jon frunció el ceño.

—¿Vas a ir, Petra?

—Todos vamos a ir a devolverle la visita a mi primo el rey —les dijo—. Ya hemos sido advertidos. El Señor de las Llamas está suelto una vez más en algún lugar de la Tierra.

—Tres años atrás lo guiamos a través del universo —dijo Jon.

—Quizá tengamos que hacerlo otra vez.

• • •

En el atardecer nubes color salmón se extendían como una cabellera flotante. La luz roja capturaba los bronces pulidos que rodeaban la cubierta del yate. El agua daba golpecitos a los costados de la embarcación.

—Están todos a bordo —le dijo Jon a la duquesa.

—Entonces podemos partir —se volvió y dio una orden. Los motores sonaron como las cuerdas pulsadas de un instrumento musical. El barco se alzó, luego se hundió en la noche. Mientras la negrura se extendía por el cielo y las estrellas se clavaban en la noche como alfileres con diminutas cabezas de diamantes, Jon y Petra se paseaban por cubierta.

—En algún lugar de por allí está la guerra. ¿En qué dirección? —preguntó ella.

—¿Quién sabe? —Jon señaló el horizonte—. En algún lugar detrás de la barrera de radiación, en algún lugar bajo la bruma de nuestro planeta.

—¡Toron a la vista! —gritó uno de los maquinistas desde el puente del yate.

—Estamos casi allí —dijo Petra. Observaron la proa del barco que cruzaba el agua.

Imagine una mano negra enguantada, con anillos llenos de miríadas de diamantes, amatistas, turquesas, rubíes. Ahora imagine esa mano resplandeciente elevándose lentamente por encima del horizonte de media noche, cada joya con su llama interna. Así la isla de Toron se alzaba sobre la orilla del mar.

• • •

Las ventanas con forma de ataúd del Gran Salón de Baile del palacio real de Toron se alzaban dos pisos hacia el cielorraso. Cuando los paneles se iluminaron, los músicos tocaron sus afinados instrumentos de conchas marinas, y por encima de las cuerdas acuáticas, la voz ondulante de un teremin subía y bajaba. De los brazos de las mujeres se desprendían torbellinos de gasa coral y esmeralda; sobre las chaquetas de los hombres púrpuras y carmesí.

Del otro lado de las amplias ventanas, contra la noche que terminaba, la banda oscura de la cinta de paso se alejaba de un salto de la torre del laboratorio del palacio y desaparecía entre las otras torres de la ciudad hasta que finalmente se alzaba sobre el mar, sobre la playa del continente, sobre el bosque lozano de palmeras gigantescas, sobre los descendientes de árboles de roble de una tierra de quinientos años, sobre el penal de las minas, donde hombres y mujeres prisioneros extraían penosamente el tetrón de tubos hundidos en la piedra retorcida, sobre planicies arboladas en las cuales la vegetación había osado crecer en los últimos tres años, y finalmente penetraba en la ciudad de Telphar. ¡Telphar!… en los últimos tres años se había convertido en el establecimiento militar más fuerte que la tierra había visto jamás, o así se jactaban al menos sus generales.

—¡Un baile al amanecer! —exclamó la joven vestida con seda rubí. En el hombro del vestido tenía como broche una langosta de cobre, cuya cola se curvaba sobre el seno derecho—. ¿No crees que un baile al amanecer sea una idea maravillosa?

La mujer mayor que estaba junto a ella apretó los labios.

—Qué ridículo —dijo suavemente—. Recuerdo cuando los bailes eran asuntos de buen gusto y alcurnia. —Pasó un mozo ofreciendo hors d’oeuvres—. No tienes más que mirar —continuó la mujer. Usaba una peluca plateada sostenida con hilos de perlas—. ¡Mira eso! —Sobre las rodajas tostadas estaban ensartadas tiras de filetes—. ¡Ese pescado vino de los acuarios! ¡Pescado de los acuarios servido en una reunión oficial! Cómo no recordar cuando a nadie se le ocurría pensar en servir otra cosa que no fueran productos traídos del continente. ¡Pescado criado en los acuarios! ¡Qué idea! ¿A dónde ha ido a para el mundo?

—Yo nunca pude notar la diferencia entre uno y otro —replicó la joven del vestido rubí, devorando un paté de huevas de pescado y cebolleta cortada.

La mujer de la peluca plateada lanzó un bufido.

• • •

Jon Koshar se alejó y comenzó a pasearse por la sala, sobre la piedra blanca lustrada que resplandecía débilmente con los reflejos de fabulosos trajes de gala. Aislados en un costado de la habitación y envueltos en pieles estaban dos representantes de los guardias del bosque, los gigantes solitarios del magnífico bosque de Toromon. A unos pocos metros de distancia, había tres rollizos embajadores de las tribus de neo-neandertales. En las muñecas llevaban bandas de bronce y polleras de cuero. La gente se arremolinaba por todas partes en torno de los honrados representantes del acuario Tildón. Sí, tres años atrás hubiera sido diferente. Pero ahora…

Alguien lanzó un grito.

Jon se volvió mientras el grito cruzaba nuevamente el salón de baile. Todas las cabezas giraron, la gente se adelantó en multitud, luego retrocedieron. A Jon lo empujaban de un costado al otro y alguien le puso un codo en el pecho. Más gente gritaba, apartándose de lo que tambaleaba sobre el piso del salón de baile.

Algo interior, que siempre le hacía ir contra la multitud, lo llevó a adelantarse y de pronto se encontró en el borde del claro. Un hombre mayor, con un traje rojo brillante, vacilaba sobre el piso, las manos sobre los ojos. Detrás de él, una capa escarlata se hinchaba como una ola, se doblaba a la altura de los tobillos, luego se hinchaba una vez más mientras el hombre caía para adelante.

Un carmesí pegajoso le recorría los dedos y le chorreaba por las palmas de las manos, manchando de un tono más oscuro los puños escarlata. Gritó una vez más y de pronto el grito se convirtió en un gorgojeo líquido.

El hombre cayó sobre una rodilla. Cuando se incorporó, sobre la piedra quedó una mancha pegajosa y la rodilla del pantalón era púrpura oscuro.

Otra figura se había apartado de la multitud, delgada, rubia, vestida de blanco. Jon reconoció al rey.

La figura escarlata se arrojó al suelo a los pies de Su Majestad y rodó, quitándose las manos de la cara.

Entonces gritó más gente y el propio Jon se ahogó en un jadeo que tragó como si hubiera sido metal.

La sangre chorreaba de los dos puños y de la pierna de los pantalones. Una sustancia viscosa y roja se deslizaba de lo que había sido una cara. De pronto, la barrera del pecho se derrumbó y la tela roja que había cubierto la carne cedió hasta no cubrir más que las puntas de las costillas sin carne. Una mano se alzó unos pocos centímetros de donde yacía sobre la capa sangrienta y cayó otra vez, tarsos y metatarsos separados, huesos diminutos esparcidos por todas partes, mientras el tendón radial se disolvía. Al mismo tiempo, el cráneo se separó del cuello: pómulo, cartílago nasal y mentón chocaron contra el piso.

A través de la multitud que estaba frente a él Jon vio la figura pelirroja de la duquesa que se acercaba al arco de entrada del salón de baile. Jon se volvió inmediatamente, se dirigió hacia un costado de la sala, y en tres minutos llegó a la entrada donde la duquesa estaba esperando. Ella le apretó el hombro.

—Jon —susurró—. ¿Sabes quién era eso? ¿Lo sabes?

—Sé cómo se hizo —se animó—, pero no sé quién era la víctima.

—Era el Primer Ministro Chargill, la cabeza del Concejo —inspiró—. De acuerdo. Ahora dime cómo.

—Cuando estaba en la prisión de las minas —dijo Jon— había un toxólogo experto, no muy amigo mío, y a veces solía hablar demasiado. Era terenide. Una enzima paralizante de la acción celular.

—¿Quieres decir que las células del cuerpo llegan a tal grado de quietud que ni siquiera pueden sostenerse entre sí?

—Algo así —dijo Jon—. Los resultados son lo que le ocurrió a Chargill.

La música, que había cesado, recomenzó, y por encima de las melodías entrelazadas se oyó una voz inesperada por el sistema de altavoces: «Señoras y señores, lamento que este acontecimiento desagradable haya interrumpido mi fiesta del amanecer, lo lamento muchísimo. Debo pedirles a todos, sin embargo, que regresen a sus hogares. Nuestra orquesta tocará ahora para nosotros el Himno de Victoria de Toromon». La melodía del teremin se detuvo abruptamente, luego cayó en el tema quejumbroso del Himno de Victoria.

—Ven a mi suite inmediatamente —le susurró a Jon la duquesa—. Hay algo que quería que vieras antes de esto. Ahora es imperativo.

Del otro lado del salón, la primera luz manchaba los paneles de las inmensas ventanas con forma de ataúd. Como navajas violetas, la luz cortaba la habitación en forma oblicua, sobre las cabezas de los invitados que escapaban evitando el horror escarlata que se secaba sobre la pista de baile.

Jon y Petra atravesaron de prisa el arco de la entrada.

La Duquesa de Petra se había asegurado una suite familiar entre las recámaras personales del palacio. Pocos minutos después de abandonar el salón de baile condujo a Jon a través de la puerta triple y lo introdujo en la habitación alfombrada y suavemente iluminada.

—Jon —le dijo mientras esperaban—, éste es Rolth Catham. Rolth Catham, éste es Jon Koshar, de quien te hablé.

Jon se había detenido en la puerta, la mano a medio extender, mirando al… al hombre que estaba sentado en la silla. Quiso cerrar los ojos y frotárselos, pero lo que estaba viendo no iba a desaparecer. La mitad de la cara de Catham era transparente. Parte del cráneo había sido reemplazado por una cápsula de plástico. A través de la cápsula Jon podía ver la sangre que circulaba por la red de capilares artificiales: dientes de metal tachonaban una mandíbula de plástico y por encima de esto el globo de un ojo pendía ante las fantasmagóricas circunvoluciones grises del cerebro, a medias ocultas por una malla de vasos.

La mente de Jon se descongeló después de la primera sorpresa y dijo en voz alta:

—Catham: Catham el de la Historia Revisada de Toromon —con el primer pensamiento familiar sintió el placer de combatir la sorpresa—. En la escuela usábamos su libro.

Los tres cuartos de la boca de Catham que eran carne sonrieron.

—¿Y su nombre es Koshar? ¿Hay alguna conexión entre usted y los Acuarios Koshar o los Hidropónicos Koshar? ¿O con la doctora Koshar que descubrió las funciones sub-trigonométricas inversas y las aplicó al sistema de coordenadas espaciales, lo cual es más o menos la razón tecnológica que está por detrás del actual conflicto en el que se ha visto envuelta Toromon?

—Los Acuarios Koshar y los Hidropónicos son de mi padre. La doctora Koshar es mi hermana.

La ceja móvil de Catham subió.

—Antes les dije a los dos que tendría sorpresas para ambos —dijo la duquesa—. Profesor Catham, esta noche vamos a intercambiar historias. Un momento. ¡Arkor! —llamó la duquesa.

En el silencio que siguió, el Profesor Catham descubrió a Jon que le observaba el rostro resplandeciente. Se produjeron nuevamente los tres cuartos de sonrisa.

—Siempre explico inmediatamente cuando me presentan a una persona que hace quince años tuve un accidente, una explosión absurda en la isla University. Soy uno de los experimentos más exitosos, aunque un poco grotesco, del Servicio Médico.

—Supuse que era algo así —dijo Jon—. Estaba recordando precisamente una vez cuando estaba en la prisión de las minas. Hubo un accidente y a un compañero le aplastaron un costado de la cara. Pero el Servicio Médico estaba lejos y las instalaciones médicas de allí nunca fueron particularmente famosas. Murió.

—Ya veo —dijo el profesor Catham—. Tiene que haber sido el desastre minero del 79. ¿Después de eso hicieron algo por las condiciones de seguridad?

—No mientras yo estuve allí —dijo Jon—. Entré en la prisión cuando tenía dieciocho años y la explosión de tetrón se produjo en el primer año. Cinco años más tarde, cuando salí, ni siquiera habían cambiado las máquinas cortadoras que andaban mal.

Se abrió una puerta del costado de la habitación y entró Arkor.

Al ver las tres cicatrices que marcaban el cuello del gigante, el historiador alzó nuevamente la ceja.

—¿Siempre tiene un telépata a su servicio, Su Gracia?

—Arkor no está a mi servicio —dijo la duquesa—. Tampoco estamos nosotros al de él. Profesor, esto es muy importante. No hace veinte minutos fue asesinado el Primer Ministro Chargill. Me gustaría que revisara lo que me dijo antes cuando hablé con usted.

—¿Chargill…? —comenzó el historiador. La ceja descendió hasta el punto donde se hubiera encontrado con la otra para formar el ceño—. ¿Asesinado? —La media cara se relajó otra vez—. Bueno, tal vez los responsables sean los malis, o quizás el propio concejo quiso sacarlo del camino…

—Por favor, profesor —dijo la duquesa—. Por favor repita lo que me dijo antes. Luego agregaremos lo que podamos.

—Oh, sí —dijo Catham—. Oh, sí. Bien, le estaba diciendo a Su Gracia cuando me llamó por primera vez a la Universidad, o mejor me sacó información… Bueno, de todos modos… —paseó la vista de Jon a Arkor, y de Arkor a Petra, y luego al revés—… de todos modos —continuó—, Toromon es tal vez el imperio más extraño en la historia de la Tierra. Ustedes han vivido en él todas sus vidas, de modo que sus propiedades exclusivas no les sorprenden, pero para uno que ha estudiado el desarrollo del mundo antes del Gran Fuego, quinientos años atrás, esa exclusividad se hace visible. El imperio de Toromon consiste en la isla de Toron, el puñado de islas dispersas alrededor y las mil quinientas millas cuadradas de tierra enfrentada a las islas, de una franja de playa, seguido de tierras de cultivo, seguido de bosques, seguido de un inhabitable semicírculo rocoso que separa esas mil quinientas millas cuadradas del resto del continente, que desdichadamente sigue siendo radiactivo. Después del Gran Fuego, esa zona que he delimitado estaba completamente aislada del resto del mundo por tierras radioactivas y en el mar por corrientes radioactivas. Hasta hace muy poco, nunca pensamos que quedara sobre la tierra nada que pudiera ser separado del resto. Sobrevivieron varias bibliotecas muy buenas, y algunos de nuestros ancestros fueron afortunadamente gente culta, letrada, de modo que tenemos un retrato bastante acertado de lo que era el mundo antes del Gran Fuego. Y aunque al comienzo hubo un retroceso económico y social, cuando finalmente se logró un equilibrio, la tecnología comenzó a progresar una vez más y en un período comparativamente corto, ha igualado a aquella anterior al Gran Fuego, y en muchas áreas no destructivas, las ha sobrepasado. Muy en los comienzos de nuestra historia, descubrimos al tetrón como una fuente de energía, el factor más importante, al que nuestros antecesores anteriores al Gran Fuego parecían ignorar totalmente, según los testimonios que tenemos.

»Lo que es exclusivo en Toron es esto. Ningún imperio conocido antes del Gran Fuego sobrevivió por casi cien años en completo aislamiento de cualquier fuerza desgarradora. Y ningún imperio, país o tribu en aislamiento se desarrolló jamás luego de haber sido aislado.

»Con todo, a pesar del extraño conjunto de circunstancias que he señalado —las bibliotecas sobrevivientes, la inteligencia de nuestros antecesores, la diversidad geográfica de nuestra tierra que permite el intercambio entre modelos culturales rurales y urbanos— Toromon ha existido durante quinientos años pudiendo preservar incluso una tecnología en constante desarrollo. Los detalles de este proceso son fascinantes y le he dedicado a su estudio la mayor parte de mi vida, pero esto no es lo que quiero explorar ahora.

»El efecto de esta situación, sin embargo, es como una reacción termita en el interior de una botella sellada. No importa el tiempo que tarde, en algún momento la botella explotará. Y cuanto más tiempo permanezca sellada la botella, más lejos se proyectarán los fragmentos. Y esta explosión ha ocurrido. —Catham se adelantó en la silla y unió los dedos como los dientes de un tenedor—. Sesenta y cinco años atrás los científicos de Toromon llevaban a cabo los primeros experimentos en cuestiones de transmisión. Se construyó la cinta de paso que unía Telphar, nuestra principal ciudad del continente, y Toron, nuestra isla Capitolio. Luego un aumento en la barrera de radiación nos separó de Telphar… casi como si el área del imperio de Toromon estuviera disminuyendo para apresurar la explosión final. Tres años atrás supimos que un grupo de gente del bosque, probablemente controlado por el enemigo, habla logrado incrementar la radiación de manera artificial usando algún equipo de la propia Telphar. —Catham se dirigió a Jon—. También tres años atrás, su hermana, la doctora Klea Koshar, descubrió las funciones sub-trigonométricas inversas y su aplicación al sistema de coordenadas espaciales. En seis meses la vieja cinta de paso se convirtió en una antena que podía transmitir material al lugar que deseáramos, y Telphar, otra vez inhabitable, se convirtió en un establecimiento militar para enviar miles de hombres a cualquier lugar del globo. —Catham se llevó una mano a la mejilla transparente—. Y la guerra continúa. ¿Por qué una guerra? ¿Por qué no la paz? Toromon ha sido controlada durante demasiado tiempo. Eso es todo cuanto sé.

—Pensé que mencionaría lo que yo vi como lo más obvio de todo esto —dijo la duquesa—. Dr. Catham ¿usted recuerda el incidente que provocó que la guerra fuese declarada hace tres años?

—Sí, el hermano menor del rey, el Príncipe Let, fue secuestrado. Eso tiene que haber sido hecho por alguno de los primeros grupos de agitadores. Los malis han retrocedido un buen tramo, pero nunca fueron tan fuertes como ahora. Todo lo que hacen ahora es provocar problemas. Algunos piensan que están conectados con el enemigo. Y no hay nadie, así oí, que se anime a caminar por la Olla del Diablo una vez que oscurece.

—Nunca fue una zona particularmente sabrosa —replicó la duquesa—. Profesor Catham, ahora voy a contarle mi historia. Es bastante más breve que la suya y más increíble. Pero es verdad. Durante tres años Toromon ha tenido acceso a la transmisión en una gran escala. En el universo hay por lo menos otras dos razas que han tenido acceso a ella durante billones de años. La usaban para viajar entre las estrellas. Estas razas ni siquiera se componen de individuos, sino que son casi conciencias colectivas. El método de viaje interestelar que poseen es más psíquico que físico. Uno resulta ser una especie de experimentador amoral. La otra raza, mucho más antigua, es benevolente, y se compone de tres centros de conciencia, en lugar de uno, que se controlan y equilibran entre sí. A cada uno de ellos lo llamamos el Ser Triple.

—Usted habló de lo que es exclusivo de Toromon, su combinación de aislamiento y progreso. El experimentador, a quien llamamos el Señor de las Llamas, también se dio cuenta de la exclusividad de Toromon y desde afuera comenzó a interferir para mantenerla aislada el mayor tiempo posible. ¿Usted se pregunta dónde consiguieron los rebeldes equipo y conocimientos para cerrar la barrera de radiación? Fue del Señor de las Llamas.

—Yo mismo, Jon y Arkor estuvimos en contacto con El Ser Triple tres años atrás. Con su ayuda extirpamos al agente del Señor de las Llamas, aunque demasiado tarde para detener la mayor explosión. Pero él está otra vez, profesor Catham. Cuáles serán los resultados de su presencia esta vez, no lo sabemos. El secuestro del Príncipe Let fue obra nuestra. Durante los últimos tres años ha estado a salvo con la gente del bosque. Esperamos que en algún momento termine esta guerra histérica y entonces el Príncipe Let pueda regresar y quizá poner en orden lo que quede de Toromon, si es que queda algo. Mientras estaba en el palacio con la madre y el hermano, corrían peligro su vida y su salud. Fue todo lo que pudimos hacer.

—Ya veo —dijo Catham—. ¿Y va a probar todo esto? ¿Por qué contármelo a mí en primer lugar?

—Porque necesitamos a alguien con orientación histórica para ayudarnos y aconsejarnos. El Ser Triple sólo ayudará como para no interferir en nuestra cultura introduciendo elementos extraños y perturbadores. El primer consejo que necesitamos es qué hacer con dos jovencitos que nos ayudaron en nuestro primer trabajo, un muchacho y una chica. El muchacho, Tel, había huido de una villa pesquera en dirección a Toron cuando se mezcló con nosotros. La chica es acróbata. En ese momento fueron muy útiles, pero ya no los necesitamos más, y nos parece una vergüenza tenerlos alejados de la sociedad durante tanto tiempo. Pero ellos poseen una cantidad de información que podría ser peligrosa, especialmente para ellos mismos. Y hay un problema más. —Se volvió hacia Arkor—. Trae a los chicos, ¿quieres?

Arkor se alejó de la puerta. Regresó seguido por un muchacho de unos diecisiete años con pelo oscuro y ojos verde mar. Detrás del muchacho venía una joven quizás un año mayor y unos centímetros más alta. Tenía la piel bronceada igual que el muchacho, pero el cabello tenía el color y la textura de una seda blanqueada. Los dos se mostraron sorprendidos ante la aparición que era Catham, pero se mantuvieron en silencio.

—El problema especial es éste —le dijo la duquesa y tocó un botón que había en el brazo de su sillón. Las luces de la habitación se redujeron a la mitad de su brillo original.

Rolth Catham comenzó a avanzar en su asiento. Estaba solo, sentado en la habitación alfombrada de púrpura… con cinco trajes, vacíos pero animados, una mujer sentada en la silla de la duquesa, dos hombres de pie junto a ella y las escasas vestiduras de los dos jovencitos que pendían junto a la puerta. Pero aunque estaban en penumbras, las luces eran suficientemente brillantes como para ver que los cuerpos que las habitaban habían desaparecido.

Desde el asiento, la voz de la duquesa prosiguió, natural y calma:

—En la primera etapa en que nos vimos mezclados en este asunto, el Ser Triple logró hacernos inmunes a ciertas frecuencias de la radiación por medio de la reestructuración de nuestra matriz de cristalización. El efecto colateral, sin embargo, fue que el índice de refracción de la sustancia de nuestros cuerpos bajó en picada. Lo cual significa que cuando las luces llegan a un punto por debajo de cierta intensidad, desaparecemos… —Las luces subieron, y las cinco personas regresaron a la habitación—. De modo que usted ve el problema. Esta demostración, además, es nuestra única prueba valedera.

—Estoy impresionado —dijo Catham—. No, no le creo. Pero lo tomaré como un problema teórico, sobre el cual sería divertido trabajar. ¿Quieren saber qué hacer con los jovencitos? Rocíenlos con espuma-viva pigmentada; el Servicio Médico la creó para mí, pero no soy suficientemente necio como para usarla. Devuélvanlos al mundo y déjenlos librados a sus propios designios. Los tres que quedan concéntrense en el Señor de las Llamas. —Catham se levantó—. Pueden encontrarme en la Universidad. Debo decir que todo es muy interesante. Pero creo seriamente que no es más que una fantasía psicótica por parte de ustedes —sonrió con los tres cuartos de sonrisa—. Y eso es una vergüenza, Su Gracia, porque usted tiene una imaginación terriblemente vívida. Pero les aconsejaré con lo mejor de mi capacidad, si es que puedo. —Hizo una pausa—. Consideren esto antes que me vaya. ¿Dicen que son responsables del secuestro del Príncipe Let llevado a cabo tres años detrás? El gobierno finalmente resolvió que eran malis. Los malis probablemente sean los responsables de la muerte de Chargill… si es que está muerto. En su mundo de fantasía, ¿no son tal vez responsables de esto? —Catham se dirigió a la puerta, la abrió, pareció sorprendido al no encontrarla con llave, y salió.

Arkor, Jon y la duquesa se miraron entre sí.

—Bueno —dijo Arkor—, nos aconseja con seriedad pero no lo cree.

—Eso es mejor que nada —dijo Jon.

—Arkor, averigua que diablos es espuma-viva y trae algo lo más pronto posible —dijo la duquesa.