ESCARABAJOS… CARBUNCLO… PLATA… Jon sorbió la acritud del ozono. Alter lo tomó de la mano mientras miraba fijamente la arena blanca. Con el súbito cambio de gravedad, Jon estuvo a punto de dejar caer los papeles, pero Alter lo ayudó a recogerlos. Miraron nuevamente hacia la ciudad, donde:
El humo caía como escalas de plata a través del casco del palacio real de Toron. Los muñones de las torres de la ciudad apuntaban al cielo. La gente todavía se apretujaba en las calles, pero muchos ya se habían puesto en camino en dirección a la costa. Otros se ayudaban entre sí para pasar sobre los listones de madera y la mampostería caída que bloqueaba las calles. Algunos se movían por sus propios medios. Pero se movían.
Alter se apretó contra él; Jon le rodeó los hombros con la mano libre y comenzaron a bajar a las dunas. A través de los cuerpos golpeaba la luz. Se movían como en una esfera de vidrio.
—Trajeron la historia…
—… la teoría del campo unificado…
—¿… los poemas? —los delegados de la ciudad los inundaban con preguntas:
—¿Han llegado?
—¿Ganaremos la guerra?
—¿Dónde está el Señor de las Llamas?
Y la respuesta triple: ¡No hay guerra!
Jon y Alter, tomados de la mano, hicieron una pausa, escuchando, en el límite de la Ciudad.
El Señor de las Llamas, continuó el Ser Triple, ha observado lo suficiente como para saber que la guerra sería inútil y que si se llega a ella los dos lados resultarían aniquilados.
—¿Nos destruiríamos entre nosotros? —preguntó Jon.
—Primero nos destruiríamos a nosotros mismos, corrigió el Ser Triple.
—¿A nosotros mismos? —preguntó Alter—. ¿Pero cómo? —el interrogante creció entre ellos como desiertos que reverdecen bajo una lluvia repentina y largamente anhelada.
Más allá de cierta dosis de daño, la vida no puede existir. Desear una destrucción de la magnitud de una guerra sería demasiado daño. Y si el daño es demasiado grande la autodestrucción puede ser necesaria. El suicidio es la válvula de seguridad para que la enfermedad disponga de sí misma.
Interrogante, Jon y Alter se acercaron a la ciudad, y ante ellos vieron…
Una planicie rocosa en la que Vol Nonik se tambaleaba, se arrodillaba, caía hacia adelante y yacía inmóvil, los ojos hundidos y negros, el cuello inflamado, la cara distendida. Sobre el horizonte, detrás de él, se veía la silueta de Telphar, y mientras la observaban se inflamó, iluminándose, y desde las torres destruidas se alzaron ondas de humo.
Y el Ser Triple dijo: Eso era la Tierra. Lo mismo ha ocurrido en todo el universo.
—¿Pero qué es? —preguntó Jon.
Lo mismo que arrastró a Nonik al suicidio provocó que la computadora se bombardeara a sí misma. Finalmente la herida ha sido cauterizada, y ahora pueden regresar a sus casas e intentar curarla.
—¿Y el Señor de las Llamas?
Se ha observado al último factor aleatorio y se lo ha puesto en su lugar. Hubo una risa triple. Uno podría decir que ahora se da cuenta de que tan diferente como es de nosotros, así es de parecido a nosotros, y que también tiene la salida de la muerte, de la cual reconoce su reinado. Ahora seguirá buscando, y no habrá guerra.
—¿Entonces podemos regresar? —preguntaron todos los delegados de la ciudad.
Jon susurró:
—Para llegar a las estrellas —y el cabello de Alter le rozó la cara cuando ella se inclinó sonriendo.
Ante ellos estaba Ciudad de los Mil Soles, hermosa sobre la orilla del lago, y mientras observaban, podría llegar la familia del neandertal Lug, y Clea y Catham podrían llegar fatigosamente bordeando el lago, en dirección a la ciudad, y desde el otro lado, una pareja de ancianos, harapientos y exhaustos, también llegarían a la Ciudad: quizá Rara y el Viejo Koshar, y la alta figura de Arkor se desplazaría hacia los edificios bajos, en tanto que la figura de una mujer del bosque, también con la cicatriz triple de los telépatas, podría llegar desde el otro lado; las mentes de todos ellos ya se habrían puesto en contacto, sopesando y comparando experiencia y percepción, la música que liberaban en el sonido doble de sus nombres, Arkor, Larta, cantándose unos a otros, todos, algunos, o ninguno, la elección aleatoria y sólo dejando una oportunidad para ti.
Libres para construir o destruir ellos, también, se aproximaron a Ciudad de los Mil Soles, donde los golpeó un humo azul, que se dispersó por una súbita iluminación que caía de una red de fuego de plata… el rojo del carbunclo pulido… el verde de las alas de los escarabajos…
Nueva York
28 de Febrero, 1964