—¿Y USTED QUÉ ESTÁ HACIENDO? —gritó Alter desde el otro lado del camino.
Jon la siguió con un más poderoso:
—¿Quién es usted? —pero en la voz ya había señales de reconocimiento.
—Nonik —dijo el hombre—. Vol Nonik. Y tú ya conoces a estos dos.
Ahora Jon reconoció a su hermana. Junto a ella, la luz del atardecer penetraba en el interior de la cara de plástico de Catham.
Lentamente, Jon y Alter retrocedieron juntos.
—La computadora —dijo Jon—, vinimos por la computadora…
—Suban con nosotros —dijo Rolth—. Los llevaremos hasta la computadora.
Mientras subían al tanque intercambiaron saludos silenciosos. Cuando la puerta se cerró, Clea apretó la mano de Alter.
—Me siento tan contenta de verte. —La expectativa terminó de metamorfosearse en acción—. Hay una cantidad incalculable de datos astronómicos y atómicos que deben ser procesados y reprocesados antes de que Clea pueda saber si su teoría es correcta y para hacerlo aquí está la computadora más grande del mundo.
—¿Y ustedes? —preguntó Alter—. ¿Por qué están aquí?
—¡El transceivículo! —exclamación de Jon—. Los comunicadores que tienen injertados en la garganta, ¿qué pasa con ellos, para qué sirven? Se los injertaron inmediatamente después que dejaron la Universidad.
Nonik rió suavemente.
—Me salvó la vida, ¿no es cierto? —con la mano sana levantó la que le colgaba y la dejó caer sobre la falda—. Después de que me hicieron esto, después de lo que le hicieron a ella… —se le quebró la voz y tanto Clea como Catham se volvieron y lo miraron con expresiones apenadas, pero de pronto la voz se recuperó—. Catham seguía trabajando en su teoría, pero estaba en la Universidad, lo que significaba que estaba fuera de contacto con una buena parte de Toromon. Ha ocurrido otras veces: uno crea una hermosa teoría acerca de la sociedad y de la psicología; entonces viene un tipo de la calle que no sabe nada y dice: «Eh, se olvidó de tal y tal cosa», y así sale el trabajo. Para Catham yo fui el tipo de la calle. —Se rió nuevamente y le gritó a Catham—. Tenía que asegurar que no dijeras algo demasiado estúpido en esa abstracción, ¿eh, Rolth?
—Más o menos —respondió Rolth—. Lo que yo quería era la visión de alguien definitivamente al margen de la sociedad —como por ejemplo un brillante jefe malí, un observador lo suficientemente sagaz como para ser un poeta— para comparar mis puntos de vista. Ayudaste muchísimo, Vol.
El poeta emitió un nuevo chasquido, pero una vez más el sonido terminó en una media nota, sin resolución y tensa.
—¿Conociste a Clea en la Universidad? —preguntó Alter.
—¿Qué? Oh, no. Solamente su trabajo —dijo Vol—. Ella publicó algunos artículos en la revista de matemática, creo que era sobre la distribución aleatoria de los números primos, ¿verdad, Clea?
—Así es, Vol.
—Fascinante —dijo Nonik—. Maravilloso. No es divertido, podemos decir exactamente qué porcentaje de números primos habrá entre dos números dados aunque no podamos todavía llegar a una fórmula para predecir exactamente cuáles son, a no ser por el ensayo y el error. Impredecible y predecible. El producto de los primeros N primos más uno a veces es otro primo. Pero entre el primo enésimo y el primo llegamos a la conclusión de que siempre hay otros acechando, los números reales. Como las irregularidades de un poema, los recovecos en significado y sintaxis e imaginación que atrapan lo violento, lo muy bello. —Luego, susurrando débilmente— …ella era muy bella…
Clea y Rolth miraron hacia atrás de nuevo.
—Creo que podríamos decir que nos conocemos —dijo Clea—. Él ha leído mis artículos, yo he visto algunos de sus poemas. Algunos habían sido publicados y se distribuyeron copias en la Universidad. Eran muy lúcidos, muy claros —enfatizó las palabras claros y lúcidos, como si hubieran podido arrebatarlo de sus ensoñaciones, pero Nonik seguía mirando el piso fijamente— y lograban reunir lo disperso y caótico en un orden que puede percibir muy de cerca.
—Ya estamos por llegar —dijo Rolth.
Una pared de la habitación estaba cuajada de cuadrantes, altavoces, cintas de grabación. Distribuidas en el piso, había algunas consolas con teclado.
—Ésta es una de las habitaciones de control de la computadora —dijo Rolth—. Fue instalada para mí. La de Clea está abajo. La máquina en sí misma ocupa varios edificios sobre el oeste. Cuando sale la luna se los puede ver por esa ventana. Los militares han abandonado Telphar definitivamente. Nosotros somos los únicos que quedamos.
—¿Cómo se defiende la computadora? —preguntó Alter.
—Bastante bien —dijo Rolth. De una cabina que estaba contra la pared sacó una llave inglesa—. Esto tiene fines puramente demostrativos —dijo—, ¿entiendes?
Jon pensó que se dirigía a él, pero de uno de los altavoces llegó una voz: Entiendo.
A lo largo de la pared había varias pantallas visoras, y de pronto Rolth arrojó la llave inglesa a la cara de la pantalla. La llave no llegó. Se detuvo en medio del aire, se puso roja primero, blanca después y finalmente desapareció con un ¡puf!
—Ya ven, la computadora ha logrado tomar el control de toda la ciudad, la ha cubierto con una red de campos de inducción; dentro de sus límites, uno está en observación constante en cualquier lugar. Se repara a sí misma e incluso tiene en sus circuitos un potencial de crecimiento. Con lo que ellos no contaron fue con una de las cosas que la computadora pudo aprender por esos modelos mentales que almacenaba: el hombre tiene en su cerebro un circuito de supervivencia. Creo que ésta es la mejor manera de describirlo. Es algo bastante importante y nunca nadie trató de duplicarlo en una máquina. Pero esta máquina lo incorporó a sí misma mientras «crecía». Está programada para ignorar cualquier programa que se le dé para dejar de funcionar…
—Más o menos como uno ignora a alguien que le ordena caer muerto —agregó Vol.
—Pero cuando trataron de desconectarla por la fuerza comenzó a reaccionar en consecuencia.
—Supongamos que la persona que le ordena a uno caer muerto luego usa una espada flamígera cuando no lo hace —añadió Vol.
—Al principio era una cuestión defensiva, desgraciados intentos para desmantelarla, ocasionalmente con resultados drásticos. Pero otra cosa que había aprendido de esas mentes guerreras es que estar a la ofensiva una vez a menudo evita el problema de estar a la defensiva repetidas veces. Y los expulsó con considerable método y frecuencia. Ahora va a repeler cualquier cosa que interprete como una acción ofensiva, y después de tres o cuatro acciones ofensivas de la misma fuente, tratará de destruir a esa fuente.
—¿Y qué pasa con ustedes? —preguntó Jon—. ¿Por qué están aquí, entonces?
—Llegamos justo antes de que se fuera el último de los militares. Estaban tan desesperados que nos permitieron dirigir el asunto con total libertad.
—¿Pero por qué la máquina no los rechazó a ustedes también?
—Es una manera bastante imprecisa de explicarlo —dijo Clea—, pero está terriblemente sola. Éramos los únicos que le dábamos algo en que «pensar», algo que su capacidad pudiera manejar. Está construida para trabajar a cierto nivel para un rendimiento óptimo y sus circuitos de supervivencia quieren que se mantenga trabajando a ese nivel. Ahora tiene algo para hacer.
—Si ustedes le gustaron, ¿no pudieron decirle que interrumpiera el bombardeo?
—No es así de simple —continuó Rolth—. Toda la información que tiene sobre Toromon la obtuvo de los modelos mentales de los soldados que ella guiaba durante la guerra. A todos ellos los neurotizó Toromon y el programa de entrenamiento los arrojó a la psicosis. La computadora no ha tenido ninguna necesidad de catalogar y cotejar toda esa información, y reacciona ante ella como un trauma subconciente. Funciona como una psicótica.
—Si mantenemos la analogía —dijo Clea—, los problemas que Rolth y yo le damos, son los más próximos a la psicoterapia que puede tener. Al cotejar los modelos mentales puede observar las inconsistencias psicóticas y de acuerdo con mis cálculos está ganando una gran habilidad. Simplemente al ocuparla hemos logrado disminuir su acción destructiva más de lo que lo hicieron los militares cuando estuvieron aquí.
—¿Entonces la respuesta es encontrar problemas para que ella los resuelva? —preguntó Jon.
—Nuevamente, no es así de simple. Clea y yo hemos estado trabajando durante años para formular esos dos problemas. Lo que a uno le lleva una semana o un mes, la máquina probablemente pueda resolverlo en un máximo de unos pocos minutos. Tendríamos que haber terminado hoy, y después de esto no sé qué pasará.
Nonik lanzó una carcajada.
—Yo simplemente tendré que seguir enloqueciéndome por ella.
—Ésa es otra cosa que parece que la ocupa —dijo Clea—. Escuchar a Vol. Está dedicada a hacer un completo análisis acústico y sintáctico de todo lo que él dice para luego imprimirlo y cotejarlo con todas las experiencias acumuladas.
—Pero yo no me quedaré quieto —dijo Vol—. Ése es el único problema, ¿no es así, Clea? —se dirigió a la ventana que se abría sobre una de las carreteras—. Ya ven —continuó—, a veces tengo que salir de la ciudad apenas, otras alejarme del todo, volver a Ciudad de los Mil Soles, o incluso más lejos, buscando… no puedo evitarlo —súbitamente salió y desapareció.
—Está pasando por algo terrible —dijo Rolth al cabo de un momento.
—¿Clea? —dijo Alter—. Una vez perdiste a alguien que amabas, como le ocurrió a Vol. Te sobrepusiste.
—Una vez perdí a alguien —repitió Clea—. Es por eso que sé lo terrible que es. Me llevó tres años estar en condiciones para algo medianamente humano. En este sentido, a él le está yendo mucho mejor que a mí. Sigue haciendo poemas. Pero está atrapado por un mundo confuso, caótico, sin sentido, totalmente —hizo una pausa— errático.
—Una vez —le dijo Jon—, tú le dijiste algo a un muchachito neandertal: si uno puede percibir todos los factores, entonces el elemento errático desaparece.
—¿No crees que hemos tratado de decirle eso? —dijo Rolth.
—Él nos habla de predecir el próximo número primo y se ríe —dijo Clea.
—¿Y sus poemas? —preguntó Alter—. ¿Son mejores o peores que antes?
Hicieron silencio una vez más.
—No puedo decirlo —dijo finalmente Rolth—. Supongo que estoy demasiado cerca de él como para poder juzgarlo.
—Son mucho más difíciles de entender —dijo Clea—. Y en algunos aspectos mucho más simples. Contienen información mucho más objetiva, pero el significado de la yuxtaposición o de las imágenes, del tono emocional, está tan implícito que no sé si está magníficamente controlado o…
—… o loco —concluyó Rolth; ella se había apartado del pensamiento.
• • •
Después de haber practicado juntos ejercicios en barra durante una hora, Jon y Alter comenzaron a caminar por la calzada oscura y llegaron a un tramo de escalera que llevaba de un camino a una espira más alta. Cuando salieron, vieron que estaban por encima de todos los demás edificios, con excepción del palacio central. Esta calle daba una vuelta alrededor de la torre oscura y desaparecía en la noche; desde la baranda, podían echar una mirada a los edificios más pequeños de Telphar.
Abajo, la Ciudad se extendía hacia el llano, y el llano hacia las montañas, que todavía resplandecían con el débil brillo de la barrera de radiación a lo largo de se encendieron y barrieron las sombras. Al levantar la vista, vieron una figura a unos veinte metros de distancia, apoyada contra la baranda y mirando la ciudad.
—¿Estaban buscándome? —preguntó Nonik.
Jon sacudió la cabeza.
—A veces el «enemigo» me busca —dijo Nonik—. Salgo a caminar, pensando que he escapado, cuando de pronto escucho una voz, de cualquier lugar, que me habla, que me dice que me necesita… —la risa aguda se le escapó de la boca—. Les parece una locura, ¿no es así? Pero estoy hablando de algo real. —Se alejó y dijo en voz alta—. ¿Cómo te sientes en el día de hoy, niño viejo de insectos de metal y de cristales de selenio?
Una resonante voz surgió de la noche:
—Me siento bien, Vol Nonik. Pero es de noche, no de día. ¿Es algo significativo?
Nonik se volvió hacia ellos.
—Uno siempre duda. ¿Irritante, eh? Toda esa maldita ciudad está controlada. Abajo, a un kilómetro más o menos, hay un campo de inducción que convierte a la baranda de metal en vibraciones de lenguaje, de modo que todo esto se transforma en un altavoz.
—¿Y eso te habla? —preguntó Alter.
—¿Eso? —repitió Nonik—. Me hablan miles de miles de hombres muertos, comprimidos en millones de transistores, pulidos y aplanados para ser una única voz. Es difícil no responder. Pero a veces —se miró el puño que tenía apoyado en la baranda— quisiera irme, a donde no tenga que hablar.
—¿Y hay alguien más —dijo Jon—, alguien más que también te llama?
Nonik alzó la vista, confundido, y a través de la máscara de la confusión irrumpió la risa, pero esta vez lenta y serena. Sacudió la cabeza.
—No, ya ven que estoy un paso adelante de Clea y de Rolth, exactamente sobre un punto. Los números primos, o el último teorema de Formáis, o el problema del mapa de cuatro colores, o la ley de Godle, nada de eso importa: sí, cuando uno conoce todo el azar desaparece, pero cuando uno está investigando no puede dejar de tenerlo en cuenta de alguna manera. De modo que la idea de lo aleatorio es una herramienta filosófica, como Dios, o El absurdo, o Das Umbermench, Existencia, Muerte, Masculino, Femenino, o Moral: no son cosas, son los nombres que les damos arbitrariamente a áreas enteras de cosas; instrumentos para afilar la navaja de percepción con la que cortamos a la realidad.
—¿Y tú poesía? —preguntó Jon—. Clea y Rolth dicen que ya no pueden decir si es buena o mala.
—Yo puedo —dijo Nonik—. Es lo mejor que he escrito, es lo mejor que pude haber escrito. Y con todo es la cosa más… terrible sobre la que he tenido que pensar —miraba hacia abajo, pero nuevamente alzó la vista para mirar a Jon y a Alter—. La poesía, o cualquier cosa que haga el hombre, incluso para esta ciudad, se opone a la muerte. ¿Han observado alguna vez a un animal que muere lentamente? En algún punto del proceso de muerte, cuando se da cuenta al mismo tiempo de que su destrucción es inevitable y de que todavía está vivo, su grito se eleva, el alcance es diferente, unas octavas más alto, agudizado por una energía no imaginada. Allí es donde están ahora mis poemas. Si Rolth y Clea no los comprenden es porque han escuchado muy poca música con esa melodía… —hizo una nueva pausa y la sonrisa regresó—… o puede ser porque, después de todo, estoy loco. Sería más fácil estar loco, creo, sólo para poder pedir ayuda, como mi amigo —indicó la ciudad—, más fácil que tener que responder. Por lo tanto, tal vez pensar que la locura es más fácil es en sí mismo loco. —Sacudió la cabeza—. ¿No saben lo que ocurrió con mi esposa, verdad? Quiero decir, aparte de que la mataron. No saben quién era, qué clase de persona era, lo que podría haber sido.
Negaron con la cabeza.
—Era una artista —dijo Vol—. Dibujaba y pintaba e íbamos juntos a los depósitos de arcilla de la isla Carsin y traía arcilla roja que se endurecía, se ponía más pálida y tomaba formas realmente hermosas. A propósito, había mucha gente que pensaba que sus cuadros eran mejores que mis poemas, y viceversa, de modo que los dos podíamos reírnos y usar el filo de los celos para hacer más hondo aún nuestro amor. Ella enseñaba en una escuela, yo era el jefe de una pandilla de malis. Nos enamoramos y yo iba a leer a su clase y ella se escapaba conmigo en ruidosas correrías nocturnas, y los dos vimos rápidamente que, bajo el cúmulo de mentiras y de hipocresía, ella estaba obligada a ser tan destructiva en su clase —una prisión para apartar ideas que podían «herir las mentes de los pequeños» y hacerle perder su trabajo— como yo lo estaba en las calles corruptas; que exclusivamente a través de la molestia que yo causaba en los lugares adecuados, era tan constructivo en mi violencia como ella estaba autorizada a ser «creativa» en la escuela. Los dos teníamos una visión clara de nosotros mismos, al menos en nuestro arte. Nuestros padres se negaban a admitir que existía, de modo que tuvimos que crearnos nuestros propios valores, valiéndonos de la simple palabra y del toque del pincel. Nuestros padres nos veían casados, establecidos, pero ciertamente no el uno con el otro. El Museo de Toron había comprado una carpeta con sus dibujos —habían excluido siete por obscenos— y mi primer libro había obtenido una Beca Real —siempre que le quitara cinco poemas «que enfatizaban indebidamente ciertos lamentables aspectos de la sociedad que implicaban un relajamiento de las autoridades»— y nosotros oímos hablar de una nueva Ciudad en el continente; decidimos irnos. Tuvimos que irnos al mediodía, porque un amigo que trabajaba en una oficina de gobierno había retenido todo el tiempo que pudo una orden de arresto contra mi persona que me hubiera confinado a tareas forzadas en el penal de las minas por un período ilimitado; esos «lamentables aspectos de la sociedad que implicaban un relajamiento de las autoridades» que yo había criticado me habían alcanzado.
»Pero al mediodía ella… —las palabras murieron bajo la brisa que les acariciaba el cabello—. Y yo… entonces enloquecí. Pero volví a la cordura, llevando voces mudas durante siglos. Sabía las alturas que yo podía alcanzar porque había observado el nadir de los cimientos. Sabía qué hueco era todo lo que había escrito hasta entonces; sabía que hasta ese momento ni siquiera había escrito poesía, no sabía lo suficiente como para escribir poesía. También vi que los cuadros de ella eran tan huecos como mis poemas.
Alter frunció el ceño. Jon le rodeó los hombros con su brazo.
—Ya ven, a un poeta lo hieren hasta hacerlo hablar, y él examina esas heridas, meticulosamente, para descubrir el modo de curarlas. El mal poeta arenga al dolor y aúlla a las armas que lo laceran; el poeta genial explora los labios inflamados de la carne destruida con dedos congelados, minuciosos y precisos; pero en última instancia su poema es el eco, la voz dual que da cuenta del daño. Ninguno de nosotros ha sido suficientemente herido, no ha recibido una herida tan profunda como la destrucción del otro. Sus dibujos y esculturas eran tan insignificantes como mis expresiones rimadas anteriores. Sólo si yo hubiera sido el muerto, el trabajo de ella podría haber contenido todo lo que el mío puede contener ahora —respiró hondo, atragantándose—. Es por eso que deseo estar loco. Es por eso que deseo que lo que estoy haciendo ahora sea la charla sin sentido de un cerebro lunático. Digo que ahora mis poemas son más exquisitos que nunca; sólo espero que ese sea el juicio de una mente destruida, con las facultades conmocionadas y fragmentadas por la pena; porque si los poemas son grandiosos —aquí susurró y miró por encima de los edificios—, ¡cuestan demasiado! Alimentarse de la destrucción, hinchándose hasta la grandiosidad… ¡no vale la pena! —las últimas palabras fueron un silbido.
Jon sintió un golpe rápido y seco. Lo sintió irse y vio que Alter lo sintió cuando él le apretó con fuerza el brazo. Dejó caer la mano, azorado por lo que estaba surgiendo en su mente, como un recuerdo que venía a la superficie de una espuma enturbiada. Retrocedió, sin saber si debía luchar o si debía aceptarlo. Comenzó a correr. Ya había comenzado a formarse algo en las frías bóvedas de su cerebro, reluciente como una espada flamígera que se arroja al aire desde la oscuridad.
Alter le gritó, luego se dirigió a Vol.
—Nonik, por favor… —Lo siguieron.
Cuando irrumpió en la habitación de control, Clea y Rolth levantaron la vista, sorprendidos.
—Yo… —comenzó Jon.
Alter y Nonik llegaron a la habitación segundos más tarde.
—¿Estás bien, Jon? —gritó Alter, pero él se volvió, la tomó por los hombros y la hizo dar vueltas lentamente alrededor de él. Nonik, azorado, dio un paso atrás junto con Clea y con Rolth.
—Quiero que tú —las palabras salían entrecortadas, el pensamiento pugnaba con su articulación— me digas algo. Saben, había un plan, un plan para detener la guerra. ¡Sólo… sólo que la gente que hizo las dos cosas, la guerra y el plan ahora está muerta! Alter, tú y yo, nosotros éramos parte del plan. Y cuando ellos murieron, tú y yo, nosotros, tratamos de detenerla, pero no pudimos, tuvimos que seguir adelante, hasta llegar a Telphar, a pesar de que ellos estaban muertos, así como nosotros éramos esclavos —aspiró otra bocanada de aire—, ¡prisioneros! Nosotros éramos parte del plan para detener la guerra, pero ustedes, Clea y Rolth, ustedes eran parte de la guerra: no, ya sé que los engañaron, pero a pesar de todo eran parte de ella. Clea, tu ayudaste a construir la computadora, y tú, Rolth, sabías en qué estado estaba el imperio. Podrías haberlo dicho, podrías haber dado la misma clase de ayuda que diste a Ciudad de los Mil Soles cuando pasaste por allí. No, no digan nada. Ahora no tiene importancia —soltó los hombros de Alter—. No sé qué eras, Vol: un punto gratuito y quieto en un mundo azaroso o el observador por azar de un mundo cuyo orden es auto-destructivo; eso tampoco importa. ¿Pero yo? Para mí, saber qué soy importa: un chico torpe, un prisionero que ahora está libre, y un hombre, y no tan torpe. Bueno, tengo que preguntarte a ti —se volvió hacia Alter y nuevamente le tocó los hombros—, porque tú me enseñaste y te amo —se volvió hacia Clea, Catham y Nonik—, a ustedes porque me enseñaron y los respeto… —súbitamente giró y gritó a los cuadrantes de la pared—… ¡y a ustedes también, porque me enseñaron y los odio! —Hizo una pausa, tembloroso e irritado, esperando que la máquina lo destruyera, como había destruido la «agresiva» llave inglesa que le había arrojado Catham: simplemente ocurrió que tres luces azules se pusieron rojas. Jon prosiguió—: En este mundo azaroso, caótico, lleno de monos y semidioses, donde el asesinato en masa y el crimen político son el pasatiempo de la hora, donde cualquier estructura que uno alza se derrumba en un momento, donde una Ciudad de los Mil Soles puede ser destruida por una máquina gobernada por la psicosis de un imperio y donde la belleza duda de sí misma y la locura se harta de muerte y yo soy libre —retuvo otra vez la respiración— ¿para hacer qué soy libre? ¡Quieren decirme para hacer qué soy libre!
• • •
Y a un universo de distancia una ciudad en el desierto, bajo un doble sol, vivía en confusión:
—¿Llegarán los agentes de la Tierra?
—Pero uno de ellos está muerto. Acaban de matar a la duquesa…
—De los otros tres, dos están juntos en un extremo de la cinta de paso, el otro está escondido entre las ruinas del palacio en el otro extremo…
—Esta guerra, la ganaremos o la perderemos…
—¡¿Dónde está el Señor de las Llamas?! Dijeron que estaría constantemente en uno de los cuatro…
—El Señor de las Llamas; dijiste que traicionaría a uno y a otro. ¿Cómo les ha hecho daño, en cuál de ellos está?…
—¿El Señor de las Llamas, vendrá a nosotros, podremos derrotarlo, seremos capaces de ganar?…
El Ser Triple hizo un gesto apaciguador. Se aquietaron.
Todavía tenemos tiempo antes de que lleguen los agentes de la Tierra. Es verdad, mataron a uno, y el telépata, Arkor, todavía está en Toron.
—Dijiste —interrumpió una voz— que el Señor de las Llamas pasaría de uno a otro, saboteándolos. ¿En cuál de ellos está ahora? ¿Cómo ha hecho esto?
—¿Está en Jon? —preguntó otro—. ¿Es por eso que hace esta pregunta absurda?
El Ser Triple se rió. Primero atacó a Jon, después estuvo en Alter: habitó a la duquesa inmediatamente antes de su muerte; ahora está agazapado con Arkor entre las ruinas del palacio.
—¿Pero por qué?
—¿Qué les hizo hacer?
—¿Cómo se traicionaron?
Así como el Señor de las Llamas ha estado observando esta guerra, respondió el Ser Triple, así nosotros hemos estado observándolo a él, y hemos descubierto muchas cosas sobre él. ¿Recuerdan que dijimos que era una forma de vida completamente extraña, de modo tal que ideas como asesinato, compasión, inteligencia le eran desconocidas? Bien, ahora estamos muy cerca de comprender por qué es así y cuál es exactamente la diferencia básica entre él y todos nosotros. El factor esencial de nuestras creaciones es que somos individuos y, como individuos, estamos solos. Incluso los que tenemos poderes telepáticos estamos solos, porque todavía ellos siguen trabajando nada más que con imágenes. Hasta seres ligados tan de cerca como los tres lóbulos de nuestra inteligencia, son básicamente individuos y están solos. Es al mismo tiempo nuestra salvación y nuestra condena, y opuesto a todo esto está el deseo inherente a nuestra soledad de acercarnos a otro individuo, o individuos, para percibir con ellos, a través de ellos, para unirnos de alguna manera. Muchas de las especies de ustedes bi o multisexuales han internalizado esto en los ritos de procreación. Hasta las criaturas monosexuales lo preservan en sizigia. En cada una de vuestras culturas la última soledad es la muerte. Muchos de ustedes tienen relaciones simbióticas en las que, cuando se separa totalmente a un individuo de los demás, el individuo físicamente muere.
En el Señor de las Llamas, sin embargo, esta polaridad entre el aislamiento del individuo y su deseo de unirse con otros individuos está invertida. Vuelve a la misma naturaleza de su creación física y sus ramificaciones son tan sutiles como lo son a través de las especies de este universo. Primero de todo, está compuesto por energías creadas por plasma de materia y antimateria mantenidas en estasis. Es una conciencia colectiva en la cual los individuos no están solos, ni siquiera físicamente, porque sus energías están en constante movimiento e intercambio. La materia y la antimateria, como lo saben ustedes que han llegado a la física atómica, se aniquilan entre sí al ponerse en contacto. Así como igualamos a la soledad y al aislamiento con la muerte, así él iguala el unir individuos —individuos que ya están en un unísono energético— con la muerte, porque cuando ocurre esto sus seres físicos reales explotan. A la inversa, la reproducción tiene lugar no por la unión de individuos sino por su separación, de modo que se recrean a sí mismos sobre la base a través de la cual se propagan la materia y la antimateria cuando la energía se desplaza a través de un campo gravitatorio. Las ramificaciones de esta polaridad inversa en sus actitudes hacia la vida y la conducta son infinitas.
—¿Y este ser está preparándose para hacernos la guerra? —preguntó un delegado de la Ciudad.
Aparentemente. Pero todavía falta bastante. No ha descubierto que el proceso de nuestra vida no tiene nada que ver con la estasis de materia y de antimateria; la antimateria es tan rara en este universo que las posibilidades de que la vida dependa de ella son increíblemente bajas. Una de las razones por las que el Señor de las Llamas está concentrándose en Toromon con tanta intensidad es que la fuente básica de energía es el tetrón, un cristal de uranio radioactivo en conjunción con yodo radiactivo. La fusión sólo puede ocurrir bajo temperaturas atómicas, como a las que fue expuesta una gran parte de Toromon en la época que ellos llaman el Gran Fuego. El equilibrio de los dos elementos crea un material radioactivo mucho más controlable y la cantidad de antimateria fugitiva en el proceso es enorme comparada con el positrón o antiprotón ocasional que resulta del bombardeo con rayos cósmicos. El Señor de las Llamas está seguro de que va a encontrar el secreto de nuestra forma de vida en la civilización usando la mayor cantidad de antimateria. Ésa es su química. En un nivel más alto también está tratando de descubrir de qué manera, ante un ataque, nuestro comportamiento difiere del de él: en otras palabras, qué es una guerra para nosotros.
—¿Esa polaridad que mencionas afecta a nuestro modo de combatir?
Ciertamente que sí.
—Más importante, ¿cómo afecta esa polaridad al comportamiento en batalla del Señor de las Llamas?
Últimamente, los traumas sociales que provocan una guerra son aquellos que promueven el mayor aislamiento del mayor número de individuos que todavía se mantienen en proximidad física. Calamidades, hambre, insoportable distribución de reservas, explotación, aumentaron la población hasta el punto en que a los individuos se les niega la oportunidad de estar juntos, colmando sus anhelos de unicidad con todos los otros individuos. En la mayoría de las culturas de ustedes, aun en las más igualitarias, hay separación de sexos durante la batalla.
—Compensado por una inmensa suba de copulación/población inmediatamente después —comentó un delegado.
Como precaución, afirmó el Ser Triple. Pero la estrategia de guerra tal como la conocemos saca ventaja de la soledad del hombre: golpee al enemigo en sus fuerzas más dispersas; aísle a una tropa y podrá destruirla. Bien, en la lucha con el Señor de las Llamas todos esos factores están completamente revertidos. Si se puede llegar a unir la mayor parte posible de sus elementos, se aniquilarán a sí mismos, en tanto que el verdadero aislamiento hace que se reproduzcan físicamente; separar a un componente individual del Señor de las Llamas del resto significaría que uno está colocado contra una fuerza que se multiplicaría mientras uno ataca, que uno sería abatido antes de poder hacerle daño. Así como nosotros estamos solos, anhelando unirnos, así todos sus componentes son partes unos de otros, anhelando estar solos. Así como el trauma que nos lleva a luchar es el trauma que provoca que estemos solos, así la idea de un acto destructivo es una…
—… ¡qué reúne a los individuos! —uno de los delegados estaba en éxtasis—. ¡Ahora, ahora veo lo que ha estado haciendo en el Tierra, con Toromon!
Por favor, permítanme continuar…
—Ahora entiendo…
Por favor. El primer intento del Señor de las Llamas para reunir a los individuos fue cuando se produjo un incremento de la barrera de radiación, lo cual impulsó a los habitantes originarios de Telphar hacia la costa y hacia Toron. Pero los elementos de la guerra ya habían empezado a fermentar en la cultura. El segundo intento fue cuando estalló la guerra; en lugar de dejar que Toromon descubriera un enemigo externo, fomentó la idea de la computadora, que mantendría físicamente juntos a los habitantes mientras estuvieran bajo la ilusión de que combatían en campos de batallas alejados. Cuando nuestros agentes en la Tierra consiguieron exponer esto a la gente, el resultado fue ese momento de contacto telepático que cubrió como un manto a todo el imperio. En ese momento cada uno de los individuos de Toromon aprendió algo, y lo mismo ocurrió con el Señor de las Llamas. Lo que aprendieron fue exactamente qué solos estaban. Unas pocas mentes pudieron hacer frente a eso, sacar provecho, aprender de qué modo podrían unirse. Pero para la mayoría el resultado fue el terror y el caos. Y el Señor de las Llamas comenzó a tener ciertos indicios de cómo la humanidad, y en última instancia la vida en nuestro universo, funcionan. Por esa época, para darles a todos nuestros agentes la oportunidad de que ellos también aprendieran, los pusimos a ustedes varias veces en un contacto empático lo más estrecho que pudimos simular. Luego trajimos a cada uno de ustedes a la Ciudad, individualmente, e incluso les dimos una visión penta-dimensional de lo que-hubieran-sido-si. Esperábamos que este contacto los podría ayudar para reclutar otra vez las fuerzas cuando y si es que se produce el conflicto final. Pero ahora el Señor de las Llamas está examinando la Tierra, y Toromon en particular, con un microscopio. Ha centrado directamente sus observaciones en nuestros cuatro agentes, y en lugar de actos, que llevarían a la sociedad hacia sí misma, se ha concentrado en impulsar a los individuos a que se unan y ha observado los resultados. Primero atacó a Jon, lo obligó a volver a su padre.
—¿Luego hizo que Alter encontrara a su tía? —sugirió uno de los delegados que había estado siguiendo la discusión meticulosamente.
No, respondió el Ser Triple. En un mundo donde los individuos están solos no hay dos que aborden una misma experiencia desde una misma dirección. La reconciliación de Alter con su tía no fue en absoluto lo mismo para ella que la de Jon para su padre. El Señor de las Llamas la obligó a hablar con la reina enloquecida, que estaba a punto de matarlos: eso es lo que le hizo a ella. Luego pasó a la Duquesa de Petra. A ella no sólo la hizo ir con el joven rey sino aceptar durante un tiempo sus ideas, que eran tan disparatadas como las propias: aunque murieron momentos más tarde, quizás aprendió lo máximo de ella. Ahora ha pasado a la mente de Arkor, aunque no lo sabe, y espera dentro de él en las ruinas del palacio. Todavía tiene que ser forzado a su encuentro.
—¿Qué aprendió de cada uno de ellos el Señor de las Llamas?
Hasta este momento sabe que el hecho de unirse los hace más capaces de soportar la soledad, más capaces de unirse a los demás. De todos modos, todavía no entiende cabalmente por qué es objetable la soledad, cuando para él es lo único deseado.
—¿Pero los poemas…?
—¿La teoría del campo unificado…?
—¿La historia…?
—¿Dijiste que si ellos pueden obtener esas cosas para nosotros antes que el Señor de las Llamas se apodere de ellos, entonces podremos saber el resultado de esta guerra más grande?
Bien, respondió el Ser Triple, Jon y Alter están sólo a minutos de la posesión de los tres, y el Señor de las Llamas está en el otro extremo del imperio.
—Todavía tienen que llegar aquí —recordó un delegado cínico— y un imperio no es una distancia muy larga para una criatura que puede atravesar galaxias en microsegundos.
Eso es muy cierto, dijo el Ser Triple, haciéndose eco a sí mismo con la tríada de la voz. A medida que la noche se acercaba lentamente hacia el mundo blanco y las sombras dobles se alargaban, la arena del desierto cambiaba de forma. Observemos.
• • •
A un universo de distancia, Rolth Catham frunció el ceño y dijo:
—Bueno, Jon, supongo… —hizo una pausa—, supongo que cada persona tiene que responder a esa pregunta por sí misma.
—¡No! —dijo Alter—. Tú tienes que decirle a él… a nosotros… a mí… algo. ¡Debes hacerlo! De otra manera, ¿para qué sirves? ¡No lo ves, tienes que poder decirnos algo!
Rolth sacudió la cabeza.
—No puedo.
—Bueno, trata —ése fue Nonik, y siguió una risa fuerte que hacía colgar a las palabras ambiguamente, entre una urgencia imperativa y una orden insana.
—¿Clea? —dijo Alter—. Recuerdas que una vez me dijiste, cuando trabajábamos juntas en el circo, que poder justificarse con los demás era lo más importante del mundo cuando uno estaba demasiado enfermo para justificarse con uno mismo. Bueno, no sé, pero si eso es cierto, pero… bien, ¿ahora no puedes decir nada?
Clea parecía confundida; había contraído las cejas oscuras.
—Todo cuanto puedo pensar es… uno es libre para ser lo que quiera ser, un matemático, un historiador, un poeta. —Vol nuevamente rió—, somos libres para hacer cualquier cosa.
Jon sacudió la cabeza.
—Eso no alcanza. No soy un estúpido, tengo cierta cantidad de fuerza física, cierta cantidad de disciplina mental y física, pero no soy ni un artista ni un economista, ni un científico, y hablar de ser libre para ser uno de ellos es como hablar de trepar a una carroza tirada por una mariposa nocturna y volar hacia el sol.
Detrás de las paredes de cuadrantes se oyó un sonido metálico y varias luces cambiaron de color.
—Bueno, bebé transistorizado con lombriz solitaria electrónica, ¿tienes alguna respuesta para él? —preguntó Vol.
La respuesta fue lacónica:
—No.
Pero el sonido metálico continuó. Se abrió un panel de la pared y aparecieron tres pilas de papel.
—Rolth —dijo Clea sorprendida—. Debe haber terminado con el cotejamiento de datos.
Rolth tomó una de las pilas de papel:
—Vislumbres del Mar —leyó—. Revisión final de la Historia de Toromon, creo que es un título terriblemente bueno. Espero simplemente que la teoría esté a tono —levantó la segunda pila—. Aquí está tu teoría del campo unificado, Clea.
Clea tomó el manojo de hojas.
—¿La tercera pila, qué es? —preguntó.
—Le pedí a la computadora que hiciera una copia de todos los poemas de Vol a los que tenía acceso. Yo quería una copia —levantó el manojo de poemas. El cerebro desnudo y brillante era gris detrás del plástico. Frunció el ceño y se volvió a Jon—. Si fueras un artista, o un científico, entonces tal vez yo podría ayudarte a decidir qué hacer con tu libertad.
—Ése es un comienzo —dijo Vol—. Estoy escuchando.
—Básicamente, serías libre para dedicarte a hacer tu trabajo, o para no hacerlo; y luego, para dedicar tu trabajo al hombre, o para no hacerlo… no, no a un hombre, sino a un concepto de lo que el hombre debería ser.
—Está bien —dijo Vol—. Ahora estás hablando con Clea y conmigo. Tienes que explicar eso.
—Lo que quiero decir es esto. Cuando escribes un poema, Vol, lo escribes para un lector ideal, uno que escuchará todas las sutilezas rítmicas, que reaccionará ante todas las imágenes, reverberará ante todas las referencias, incluso será capaz de descubrir si cometes algún error; para este lector es para el que trabajas cuando pasas horas para asegurarte de que cada línea es perfecta. Puedes estar seguro de que en el mundo no hay muchos lectores así, pero tú tienes que creer que podría existir; más aún, que cualquier hombre de la calle con un entrenamiento adecuado podría ser educado para ser ese lector ideal. Si no creyeras en él no tratarías de escribir poemas perfectos. Cuando Clea propone una teoría trata de hacerla lo más clara y rigurosa posible. Sabe que una buena cantidad de personas no van a poder entenderla ni sacar alguna conclusión, pero ella la prueba y la prueba otra vez para la persona que podrá extraer de ella todo el significado. Del mismo modo en que yo pruebo y pruebo otra vez mi teoría histórica del prejuicio cultural, sexual, emocional, para ese hombre ideal que, idealmente, no tiene prejuicios. Consagrarte a este concepto no significa que con tu trabajo trates de enseñar a la gente cómo ser ideal. Eso es propaganda, y puesto que la mayoría de los artistas y científicos están ellos mismos bastante lejos del ideal, están más o menos derrotados al comienzo si siguen esa táctica. Es como si llegar a conocer a ese hombre, con todo su caos, aun así, puede ser ideal, y hacer tu trabajo merecedor de él.
Ahora Vol se dirigió a Jon.
—¿Dónde te deja esto?
—En ser libre para tratar de lograr ese ideal o para no hacerlo —dijo Jon—. Pero conseguimos nuestros modelos de ustedes tres.
Vol se rió una vez más.
—¿La máquina les hará copias de esas cosas?
—Por supuesto —dijo Clea—, ¿por qué?
—Me gustaría copias de todos ellos —dijo Jon— para saber simplemente qué cerca estoy del lector ideal.
Confundida, Clea apretó un botón de la consola y la cabina se llenó nuevamente de páginas.
—¿La cinta de paso está abierta desde este extremo, Clea? —preguntó él.
—En el palacio estaba cerrada —le recordó Alter.
—Puede ser —dijo Clea.
—Quiero leer algo, y quizá pueda llegar a convertirme en ese lector ideal —se dirigió a Alter—. Y quiero encontrar a Arkor.
—¿El telépata? —preguntó Catham.
—Así es —dijo Jon.
—¿Para qué?
—Por un asunto de percepción —dijo Jon. Tomó el peso de las hojas—. Quiero darle esto… quiero darle la ocasión de que se ejercite en la lectura ideal y además ver si puede resolver… un problema.
—¿Problema? —preguntó Catham.
Jon asintió.
—Cuál tendrá que ser el problema que siga a éste. Y cuando yo —nosotros— sepamos, regresaremos con él y se lo daremos a la computadora.
Mientras Clea examinaba la cinta de paso, Jon y Alter le contaban del viaje a Nonik. Nonik estaba apoyado en la baranda; sacudió la cabeza.
—¿Pero algo de eso es real? —dijo—. ¿No les extraña?
Jon y Alter parecían confundidos.
—Según un antiguo pensamiento, todos nosotros existimos únicamente en la mente de Dios. ¿Quizá somos las bromas psicóticas de una mente cósmica perturbada? ¿Quizás una mente altamente neurótica, un poco suicida, tendiente a un ciclo maníaco-depresivo; no es eso lo que define mi existencia? —Rió—. ¡Rayos de una percepción divina! —escupió por encima de la baranda—. ¿O puede ser que existamos en la mente de los otros? ¿Realmente eres algo que vale la pena considerar, Jon Koshar? ¿O eres únicamente la historia que recuerdan un grupo de prisioneros acerca de un muchacho que nunca conocieron? ¿Tú cabello blanco, tu piel oscura, tus ojos grises como el amanecer encierran tu verdadero yo, Alter Koshar? ¿O eres la proyección de unos niños boquiabiertos ante el cartel de un circo donde alguien te ha dibujado con lentejuelas y en medio de un salto en el trapecio?
—Creo que es hora de que regresemos —dijo Jon, un poco molesto.
—Hora de regresar. —Nonik hizo de eco—. Oh, sí, hora de regresar.
En el laboratorio, Clea dijo:
—Sigue funcionando; a pesar de todo, con todas esas bombas, la cinta todavía está conectada. No sé qué van a encontrar en el otro extremo, pero suban. —Ascendieron por la escalera de metal y se instalaron debajo del cristal; Jon tenía los papeles bajo el brazo y la mano de Alter descansaba en la de él.
Clea se dirigió a una unidad de tetrón, hizo girar una perilla; en algún lugar zumbó un solenoide y la primera hilera de perillas escarlatas en un total de cuarenta y nueve, viró de «apagado» a «encendido».
—¡Yo también quiero ir! —dijo súbitamente Vol Nonik.
—Ahora no puedes ir —dijo Clea—. No está preparada para llevar tanto.
La hilera siguiente de perillas viró a «encendido».
—¡Tengo que salir de este asilo de acero inoxidable! —dijo Nonik, sacudiendo la cabeza. La mirada se detuvo fijamente en las formas que habían empezado a brillar en la plataforma.
—Si quieres te enviaremos enseguida que terminemos de enviarlos a ellos —dijo Catham—. Por encima de un cierto peso no se puede determinar el destino molecular…
Sin avisar, Nonik lanzó un aullido y dio un salto hacia adelante. Apoyado en la mano sana, saltó por encima del borde de la plataforma y trastabilló bajo el cristal.
—¡Vol…!
Entonces dentro del bulbo se encendió una luz blanca. Se oyó como un beso pequeño, un estallido y una lluvia de chispas.
—¡Qué pasó! —preguntó Rolth.
—El estúpido… —comenzó Clea—. Ahora no sé qué pasó. Está construida para llevar a cierto peso por vez. No sé si llegarán allá o en dónde terminarán. ¡O si llegarán de una sola vez!
La plataforma estaba vacía.