CAPÍTULO SEIS

—DE ACUERDO —dijo Alter—. Ahora enséñame tú —abrió la caja donde guardaba su pequeña colección—. No es mucho, pero es todo lo que tengo. ¿Qué tengo que usar?

Jon echó una mirada al paño verde donde descansaban unos pocos alfileres, broches y collares.

—En primer lugar, lo menos posible —sonrió—. Es un asunto de estado y Toromon es un imperio relacionado con el mar. Eso significa que todas tus joyas deben tomar del océano su forma y sustancia. En una reunión menos formal podrías salir del paso con algún adorno de flores. Pero como es de gala, yo diría que nada más que el collar que usas la mayor parte del tiempo; además, los aros de perlas y la hebilla de perlas. Con eso es suficiente.

Alter los sacó de la caja y fue hasta la silla donde estaba la túnica de seda color beige.

—No puedo resistirme. Es hermoso. Nunca podré agradecerle a Petra que me haya hecho hacer este vestido. Usar un vestido que probablemente cueste la mitad de un sueldo del circo. —Lo alzó con una mano y con la otra lo desplegó como un abanico. Entonces frunció el ceño.

—¿Qué es esto?

—¿Dónde?

—Aquí —parecía desilusionada.

—Bolsillos —dijo Jon, sorprendido por la reacción de Alter.

—¡La ropa de mujer verdaderamente elegante nunca tiene bolsillos!

—¿Eh? —Jon se rió.

—¿Qué es lo divertido? Pensé que era…

—Mira —dijo Jon—, si vas a hacer tu entrada en sociedad, bien podrías hacerlo todo el tiempo y saber qué es lo que estás haciendo. —Se la veía cada vez más y más confundida—. Yo no nací en la aristocracia, pero me eduqué cerca de ella y tengo ciertas percepciones de ella que Petra en ningún momento pensaría mencionarte. La aristocracia de Toromon puede ser un grupo de gente sorprendentemente funcional; al menos era así cuando eran piratas, hace quinientos años. Y siempre han tenido bolsillos, aunque al cabo de un tiempo no los notaran. Los bolsillos de ese vestido están escondidos en un pliegue y nadie sabrá que los tienes a menos que te pasees con las manos en ellos. Ahora la gente que hace lo que tú llamas ropas costosas para mujeres —las que se ven en los negocios del centro— imitan lo que creen que ven: equiparan a la aristocracia con lo decorativo, lo inútil, lo no funcional. Por lo tanto, sin bolsillos. Probablemente a este vestido lo hizo la modista personal de la duquesa, y si los vestidos que tú has visto cuestan medio año de sueldo, este cuesta más de cuatro o cinco años. —La expresión confundida de Alter se transformó en agradable sorpresa—. Esto es resultado de no haber tenido más bailes formales que los dados por Petra: tienes que esperar hasta llegar aquí para poder aprenderlo —se sentó en el diván—. Me sorprenden las cosas que recuerdo.

—Me alegro de que lo recuerdes —dijo Alter—. Por lo menos siento que tengo la ocasión de pasar la noche sin enredarme el vestido en los tobillos. ¡No me dejes equivocarme! —Lo tomó de la muñeca—. Y si me equivoco, puedes darme tranquilamente un puntapié en el tobillo.

—¿Alguna vez me dejaste fallar en la barra alta?

—¡Imagínate —exclamó Alter—, no puedo, realmente yo… pensar en algo así, un baile en el palacio! Se supone que estas pequeñas tonterías no tienen que interesarme. ¡Pero me interesan, me interesan, me interesan!

—Compórtate bien —rió Jon, apretándole la mano—. Que la conversación sea amena y, recuerda, para esa gente la idea es más importante que la acción. Actúa con gracia; tu obligación es tomar la iniciativa en la amabilidad. Habla en voz baja, muévete lentamente, emplea por lo menos cinco veces la misma energía para hablar y para escuchar.

—Oh… —suspiró Alter—. ¿Crees que estaré bien?

Jon sonrió.

—Rápido. Vístete.

• • •

Amplios ventanales enmarcaban el salón; a través de los paneles superiores brillaba la luz de las estrellas. Los músicos entretejían viejas melodías con sus liras pulidas y con la ayuda de un theremin abrieron el baile con los himnos familiares de Toromon. «El señor Quelor Da y su comitiva», anunció el altavoz. Jon miró en dirección a la entrada en tanto que las figuras brillantemente ataviadas, miniaturizadas por la extensión del salón de baile, descendían de la entrada en arco. Se echó atrás la capa negra y pensó: «Qué familiar es todo esto». Pero había muchas cosas más que eran familiares. Recordaba la jerga de los malis que se hablaba en las minas, familiar, como las vueltas y reverencias de los bailes de la realeza, los carruajes y la etiqueta de un baile. Al observar la silueta alta reflejada en las paredes cubiertas de espejos, recordó al muchacho que había sido a los dieciocho años. Todavía quedaba algo: un vigor familiar detrás de la expresión más grave, de la cara más delgada. Sonrió y se volvió hacia el estrado en donde recibían el rey y la duquesa.

Jon le tocó el hombro a Alter y la muchacha se volvió, cejas de plata revoloteando encima de grandes ojos azules.

—Creo que tienen un momento. —Le tocó el brazo. Se encaminaron hacia la duquesa vestida de esmeralda. El blanco real resaltaba contra el resto del bronceado obtenido en el bosque. Los mechones de cabello más claro eran casi del color semialbino de las trenzas de Alter. Casi, pensó Jon, como si pertenecieran a la misma familia. La duquesa extendió la mano a modo de saludo.

—Jon, Alter —dijo cálidamente—. ¿Cómo están? ¿Mi rey? Ya se han conocido antes.

—A Jon lo recuerdo bien. Pero —el rey se volvió hacia Alter—, hace tiempo que no te veo tan de cerca.

Desde que me secuestraste sólo te he visto en el circo, brillando por los aires.

—Es un placer verlo nuevamente en el palacio, mi Rey —dijo Alter.

—Es un lugar aburrido —dijo el rey en tono de confidencia—. Pero tú eres algo hermoso de contemplar.

—¡Oh, gracias, mi Rey!

—¿Te gusta la fiesta, Alter? —preguntó la duquesa.

—¡Es simplemente… hermosa, Su Gracia!

La duquesa se inclinó ligeramente hacia ella.

—Petra, como de costumbre.

Alter enrojeció levemente y dijo:

—Ah, Petra, el vestido es adorable.

—Tú lo haces doblemente adorable.

—¿Petra, cuál es el objetivo de esta fiesta? —preguntó Jon mientras Alter resplandecía.

La duquesa bajó la voz.

—En primer lugar, tantear quien puede darnos ayuda económica. Eso no ha cambiado demasiado. La finalización de la guerra nos ha dejado en un buen aprieto.

—Esencialmente porque no ha terminado de verdad —comentó Jon.

Petra suspiró.

—Pero debemos hacer como si hubiera terminado.

Jon recordó la última fiesta a la que había asistido en el palacio.

—¿Petra, puedo iniciar el baile? —preguntó el rey. Petra miró a los invitados y asintió.

El Rey Let le ofreció su brazo a Alter.

—¿Te importaría iniciar el baile con un hombre lisiado?

—Mi Rey… —dijo Alter y echó una mirada a Jon, que la autorizó con un ligero movimiento de cabeza—. Por supuesto que no me importaría. Gracias. —Y se alejó junto al rey.

Jon y la duquesa observaban a los jóvenes beige y blanco, acercarse a los músicos.

—La renguera ha desaparecido casi por completo —dijo Jon.

—Se esfuerza por ocultarla —dijo Petra—. Cuando baile, casi nadie la advertirá… porque es el rey —la amargura repentina en el tono de voz lo sorprendió.

—Alter la advertirá —dijo Jon—. Su cuerpo es un instrumento entrenado, sensible.

Comenzó la música y las figuras en movimiento de la acróbata y del joven real abrieron un sendero entre los otros invitados, quienes, con la señal de la música, se dispersaron en parejas deslumbrantes, describiendo círculos sobre el piso de mosaicos blancos. La duquesa, sin embargo, tenía la mirada baja. Cuando alzó la vista Jon vio que los ojos le brillaban.

—Esta noche estamos disfrazando muy bien las heridas de Toromon —dijo suavemente.

Observó a las figuras danzantes florecer como un capullo. Cuando la música terminó, los pétalos retrocedieron hacia el borde del salón.

—¿Qué aspecto tenemos? —preguntó Let, un poco acalorado, cuando él y Alter llegaron al estrado.

—Encantador —dijo la duquesa. La gente se había reunido nuevamente en la pista y Alter se acercó a Jon rápidamente.

—Nos vamos, Petra. Espero que salga bien.

—Gracias, Jon.

—Buenas noches, mi Rey.

—Buenas noches. ¿Bailaremos una vez más antes de que termine la noche, Alter?

—Oh, sí, mi Rey.

Jon y Alter abandonaron el estrado.

—¿Cómo es bailar con un rey? —preguntó.

Alter lo había tomado del brazo y lo pellizcó suavemente.

—Es dulce. Pero practicar contigo esta tarde fue más divertido.

—Entonces baila conmigo —dijo Jon cuando comenzó la música que indicaba cambio de parejas. Jon la rodeó con un brazo; la mano derecha de Alter reposaba, pequeña y cálida, en la mano izquierda de Jon, y la uña rosada apenas le oprimía el nudillo del dedo índice.

—No te alejes tanto —susurró ella. Alrededor de ella se oía el murmullo de los largos trajes—, me gustará poder regresar a tu lado.

Una vuelta, reverencia, separarse, unirse otra vez: mientras recordaba los pasos Alter sonreía ampliamente. La música se elevó, ella se alejó de Jon y una muchacha vestida de azul la reemplazó. Jon movió la cabeza gentilmente y comenzó nuevamente la danza, mientras lanzaba una mirada a Alter: su nuevo compañero era un hombre de mediana edad, de cabello castaño y corto, labios gruesos, y cuyo pecho ostentaba la insignia real de la casa de B’rond. Jon intercambió con su compañera unas pocas palabras de cortesía, la música subió otra vez y un momento después Alter regresó a él con un giro.

—¿Con quién estabas bailando?

—Con la hija de un industrial. Su padre está en el transporte; en uno de los Tildón.

—¿Y yo con quién estaba bailando?

—Con el Conde B’rond.

—¿Te das cuenta de que en esos dos minutos me dijo que yo era hermosa, que tenía que verme otra vez, y que yo era la persona más deliciosa de toda la fiesta, y que al atardecer me esperaría en la entrada del castillo?

—¿Él y sus siete esposas? —pregunto Jon—. Tenía siete por lo menos antes que yo fuera a las minas. Creo que mató a un par de ellas, aunque… por accidente, por supuesto.

—¿Ése es? —exclamó Alter—. ¿No hubo un escándalo hace unos años atrás, durante esa exposé de la aristocracia? Quedó tapado por todo ese asunto de la emigración del continente. Todavía siguen hablando de un tal B’rond.

Jon asintió.

—Aparentemente él tampoco ha cambiado muchos sus hábitos.

Alter enderezó los hombros y se estremeció.

—La sangre azul de Toromon no es lo que era antes. Recuerda al Rey Uske. Y finalmente hubo que eliminar a la Reina Madre. Los dos estaban chiflados. Petra es una excepción.

—Eso creo —dijo Alter, alejándose con la música, regresando, desapareciendo en un giro. Jon recibió a su nueva pareja mientras el vestido de seda beige de Alter se abría como una rosa susurrante.

Entonces la pared del oeste se puso blanca: espadas de luz recorrieron el piso. Las mujeres gritaban; los hombres retrocedían, cubriéndose la cara con los brazos. Las caracolas dejaron de sonar y el theremin graznó. Un momento después, el rumor de un trueno reemplazó la música, creciendo, debilitándose, mientras la oscuridad llenaba una vez más los altos ventanales.

Jon fue el primero en acercarse corriendo. Alter estaba junto a él. Los demás se precipitaron para mirar.

Jon llegó a la ventana del medio y arrancó el pesado marco. Alter apretaba sus hombros contra los de Jon mientras los demás pasaban corriendo junto a ella.

A lo lejos, entre las torres de la ciudad, las llamas quebraban la línea del horizonte.

—¿Qué es lo…?

—¡Es el edificio del Servicio Médico…!

—No, no puede ser. ¿No es por allá…?

—¡Han bombardeado el edificio del Servicio Médico! ¿No ves? ¡Es donde estaba el edificio del Servicio Médico!

Jon se abrió paso entre la multitud. Alter iba detrás, sosteniéndose el ruedo del vestido.

—¿Jon, es el Servicio Médico? —Jon le indicó que sí por encima del hombro.

Petra les salió al encuentro desde la otra ventana.

—¡Jon! —lo tomó de un brazo—. ¡Viste eso! —Petra sacudió la cabeza, como una bestia confundida, mientras el cabello rojo saltaba de un costado al otro, más brillante que las llamas que atravesaban la noche—. No hay tiempo, Jon. Tenemos que ir a Telphar. Es lo único que nos queda. Yo iría contigo, pero alguien tiene que quedarse para ayudar a Let a mantener la ciudad. ¿Alter, irás con él?

Sorprendida, Alter asintió.

—Si puedes detener a ese enemigo, hazlo. Si puedes descubrir cómo se lo podría detener, dime y yo lo haré. Jon, hasta los informes han dejado de llegar. El ejército amenaza con retirarse.

—¿Podemos llevar a Arkor? —preguntó Jon—. Tal vez podamos usarlo.

Petra dudaba; se mordió el labio inferior y bajó la cabeza, pensativa. La levantó rápidamente.

—No, no puedo enviarlo con ustedes. No he querido hacerlo, pero tal vez tenga que usar sus poderes para obtener cosas del Concejo. Con más ataques como éstos tendremos que evacuar la ciudad. No puedo permitir que toda la población se haga añicos. El Concejo ya está aterrorizado y no se logrará nada a menos que yo use todos los métodos disponibles.

—Está bien —dijo Jon, respirando hondo. El salón de baile era un frenético alboroto—. Nos vamos.

—Adiós, Petra —dijo Alter.

La duquesa le tomó la mano con súbita urgencia.

—Adiós —dijo quedamente— y buena suerte.

Alter alcanzó a Jon en el arco de la puerta.

—El edificio del Centro Médico, Jon. ¿Eso no quiere decir que…? —dijo.

La conversación en el salón estaba llegando a la histeria.

—… quiere decir que la fuente más importante de reservas de medicamentos de la Ciudad se ha extinguido. Esperemos que no haya una plaga hasta que esté nuevamente en condiciones.

La hija del industrial vestida de azul había sido reclamada por el ex-compañero de Alter, el Conde B’rond.

—Es terrible —se lamentó Alter—. Me hace acordar algo que escribía una niñita en la pared, esta tarde, algo acerca de ser atrapado en un momento brillante… atrapado.

La voz grave del conde la interrumpió:

—Sigue siendo usted la mujer más hermosa que he visto en toda la noche —la mano enguantada era una mariposa sobre el hombro de Alter—. ¿Me permitiría verla otra vez?

Jon y Alter llegaron a la puerta y en primer lugar fueron a las habitaciones de la duquesa. Arkor les abrió la puerta.

—Sí, sé lo que pasó —dijo.

—Entonces, ¿cuál es la mejor manera de llegar a Telphar? —Jon dejó caer la capa negra a los pies de la silla.

—La cinta de paso no funciona, al menos hasta ahora. Esa conversión sin sentido ha dejado este lado inutilizable. —Mientras hablaba, sacó de un cuarto de vestir dos trajes de calle y se los dio—. Aquí no hay nada que yo pueda darles ¿no es cierto?

—Creo que no —dijo Alter, buscando entre los pliegues de seda de su falda. Todo lo que quería llevarme es lo que traje—. Sacó un manojo de papeles.

—¿Los poemas de Nonik? —Jon se sacó una bota calada primero y después la otra—. ¿Material de lectura para cuando las cosas se pongan aburridas?

Alter se desprendió la abotonadura de la espalda y el vestido la rodeó como un anillo de seda. Salió del círculo, se colocó una túnica verde y la ajustó a la cintura con un cinturón de cuero.

—Es mejor que deje estas cosas. —Se sacó los aros perlas, empezó a quitarse el collar de caracolas, luego se mordió el labio y se encogió de hombros—. Usaré esto. —Arkor les entregó unas sandalias y ellos comenzaron a atárselas.

Jon ajustó el cierre alrededor de la pantorrilla y metió los poemas en el bolsillo de la camisa, antes de calzarse las mangas tres cuartos sueltas.

—Te llevaré estas cosas.

—Extraño mis bolsillos —rió Alter.

El visófono zumbó y la duquesa anunció.

—Todos los yates reales están afuera. Les esperan dos lugares reservados en un vapor de tetrón que está en el muelle.

Poco después abandonaron las habitaciones de la duquesa.

Mientras salían apresuradamente del palacio, a pie, vehículos descubiertos transportaban a los invitados más elegantes de la fiesta. Hombro a hombro contra la noche indiferente, Jon y Alter se alejaron en dirección a la orilla de la ciudad.