ALTER le había dejado un mensaje grabado en el departamento. Mientras él lo pasaba, los ojos grises de ella parpadeaban con insolencia; sonrió y dijo:
—Ven y dime cómo te fue con tu padre —y apagó el aparato. Jon apoyó un pie sobre el escritorio e hizo pasar el video de play-back a intra-ciudad y llamó al palacio real. La Duquesa de Petra lo miraba de frente. Ella también se sentó a su escritorio y se apartó el cabello rojo de la frente.
—¿Quieres oír algo interesante?
—¿Qué, Jon?
—Descubrí dónde están Clea y Catham.
—¿Dónde?
—Con el tipo que dijo por primera vez esa frase de la que hablábamos esta tarde: Usted está atrapado en ese brillante momento en el que conoció su sentencia. ¿Recuerdas?
La duquesa frunció el ceño.
—Era un tipo llamado Vol Nonik, una especie de poeta, también un líder de malis. —Entonces relató la historia que le había contado Kino.
—Vol Nonik —musitó Petra—. Clea, Catham y Nonik desaparecieron en un helicóptero ayer a la mañana. ¿No tienes idea de qué había entre ese tal Nonik y tu hermana y tu cuñado?
—Un vacío —dijo Jon.
—Me fijaré en los Archivos Generales —dijo Petra— y te llamaré si resulta algo.
—Si llamas esta noche estaré en lo de Alter.
—Quizá los dos puedan ir hasta la posada donde paraba Nonik para ver si pueden averiguar algo sobre él.
—Buena idea —dijo Jon.
• • •
El aire de la noche era tibio. El pequeño departamento en el que vivía la acróbata desde que dejara el circo, era el mismo en el que había vivido la hermana de él, Clea, durante los años que había intentado mantenerse alejada del mundo. Alter, pensó Jon; Alter, que había logrado hacer explotar el globo tembloroso que era el retiro de la científica y quien la había sacado del capullo de la culpa para devolverla a la realidad. Ahora su hermana había desaparecido otra vez. Jon sacudió la cabeza mientras golpeaba la puerta de Alter.
—Hola —dijo ella cuando la abrió—. Me alegra que hayas venido. ¿Has averiguado algo de Clea en casa de tu padre?
Él sonrió forzadamente.
—Sin duda haces preguntas capciosas.
La sonrisa se convirtió en aprehensión.
—Oh, Jon, salió todo bien con tu padre, ¿verdad? ¿Hablaste con él? ¿Todavía estaba muy enojado?
—Hablé con él —dijo—. Resultó mucho mejor de lo que yo había pensado. Todavía tengo un padre; y mi padre todavía tiene… un hijo.
—Me alegro —dijo ella y le apretó con fuerza una mano—. A veces pienso en mi tía, sin poder verla, sin saber si está viva o no. Sé cómo te debes sentir. O casi. —Se dirigieron a la mesa y Alter se sentó—. ¿Qué ocurrió con Clea? ¿A dónde fue?
—No se sabe —dijo Jon—. Pero aquí hay algo interesante. ¿Recuerdas esa frase que vimos en la fuente esta mañana?
Alter asintió.
—El autor era un poeta mali llamado Vol Nonik, y la última persona que lo vio, vio también a Clea y a Catham que se lo llevaban en un helicóptero —le proporcionó los detalles.
Alter silbó.
—Eso sí que es raro.
—Seguro. Petra dijo que iba a verificar y llamar si…
El videófono zumbó. Respondió Alter, y una vez más en esa tarde Jon vio la cara de la duquesa.
—¿Jon está allí? —preguntó.
—Aquí mismo —respondió él del otro lado de la habitación.
—Bueno, acabo de convertirme en enemiga de por vida del bibliotecario nocturno de los Archivos Centrales. Pero averigüé algo sobre el señor Nonik.
—Escúpelo.
—¿Qué? —preguntó la duquesa—. ¿Qué escupa qué?
Jon lanzó una carcajada.
—No es más que un lunfardo que he estado recordando. Quiere decir sigue.
—Oh —dijo Petra—. Bueno, primero Nonik era un muchacho brillante en la escuela, aunque un poco errático. Lo suficientemente brillante, sin embargo, como para obtener una beca para la Universidad, donde sacó el primer puntaje en lenguas y el segundo en sociología. Dos de las clases de sociología fueron con Rolth Catham.
—Probablemente —dijo Petra—. Fue designado para el seminario de Catham sobre la América del siglo veinte, que era un honorífico seminario restringido a seis estudiantes elegidos personalmente por Catham.
—¿Dijiste que fue designado para el seminario? —preguntó Alter—. ¿No lo cursó?
—No.
—¿Por qué no? —preguntó Jon.
—Lo expulsaron de la Universidad por «conducta inapropiada para un estudiante». No se especificaba exactamente qué.
—Probablemente escribir poemas obscenos sobre los profesores en las paredes del baño.
—¿También lo hacen en las universidades? —preguntó Alter.
—Al menos sabemos de dónde se conocen —dijo Jon—. Ahora tenemos que descubrir qué relación hay entre ellos.
—Tal vez también haya una respuesta para eso —dijo la duquesa—. Arkor me está averiguando algo en este mismo momento. Oh, aquí está. —Echó una mirada a algo que le habían entregado, luego levantó la vista—. Tenía un presentimiento y dio resultado —dijo ella—. Hay constancia de una compra hecha por Catham la semana en que Nonik fue expulsado. Un transceivículo.
—¿Un qué? —preguntó Alter.
—Un transceivículo —dijo Petra—. Es una radio pequeña, de dos ondas, que puede insertarse en la garganta por medio de la cirugía. El fin de semana que Nonik se fue los dos tenían un par dentro de ellos, colocados por el departamento médico de la Universidad.
—¿Quieres decir que los dos han estado en radio contacto desde que Nonik estaba en la facultad?
—Algo más de tres años —dijo Petra—. Así, así es.
—¿Para qué, por Dios? —preguntó Alter.
La imagen del visor se encogió de hombros.
—Eso no lo sé; pero en cuanto al helicóptero que lo sacaba de la calle, probablemente Catham y Clea estaban buscándolo y seguían las señales de radio.
—¿Qué pasó con Clea y Nonik? —preguntó Jon—. ¿Mi hermana y Nonik estuvieron en la Universidad al mismo tiempo?
—Sí, pero ella estaba en el departamento de graduados y él todavía estaba cursando. También me parece que ella se mantuvo muy unida a su departamento cuando volvió allí. Bueno, esto es todo lo que tengo.
—Es bastante —dijo Alter.
—Sólo que todavía no nos dice por qué estaban juntos o a dónde fueron. Petra, ¿hay algún registro en el aeroparque acerca del helicóptero o, para el caso, algo que podamos hacer para detener al enemigo… me refiero a nosotros mismos?
La duquesa empezó a decir algo. Luego, la expresión de firmeza que había mantenido en la cara, desapareció.
—Yo… yo no sé, Jon. No sé nada más. El Concejo está tratando de simular que no ocurre nada y está paralizado de pánico porque sabe que no es así. Quizá nosotros mismos tengamos que ir a Telphar. Pero aparte de eso, no sé.
—Los encontraremos —dijo Jon—. Si no lo hacemos nosotros, será Telphar.
La duquesa recobró su compostura.
—Prueben donde vivía Nonik. Quizás allí haya alguna pista. Esto es todo cuanto puedo pensar por ahora.
—Lo haremos —dijo Jon. De pronto la duquesa desapareció del video. Jon se volvió hacia Alter—. ¿Lista para dar un paseo?
—Hum-hum.
Jon se levantó de la silla y frunció el ceño mientras miraba a la acróbata.
—Está cansada —dijo.
—Lo sé, Jon —asintió Alter.
—Supongo que yo también lo estaría si estuviera tratando de gobernar un país con un puñado de viejos llenos de pánico, por un lado, y con un rey de diecisiete años que pasó los últimos tres años lejos de la corte por el otro. En medio de todo, lo único que uno puede decir de él, sinceramente, es que es brillante y responsable.
—Vayamos a la posada de Nonik.
—Vamos —dijo Jon, y salieron.
• • •
La noche era una costura oscura entre los tejados. Los mismos edificios, junto a los que pasaban Alter y Jon en dirección a la Olla del Diablo eran más bajos, estaban más juntos y más deteriorados. Tomaron por una de las callecitas de piedra que indicaban la zona más vieja de la ciudad. Aunque ya era de noche, había más gente caminando por esta parte de la ciudad que en el área central.
Cuando pasaron junto a dos hombres que discutían por un paquete, Alter sonrió. El atado estaba mal envuelto y bajo la luz del farol de la calle se podía ver que contenía ropas viejas.
—Otra vez en casa —rió Alter—. Apuesto a que lo robaron y ahora no pueden decidir quién se queda con qué. La posada debe de estar por allí —doblaron otra esquina—. Cuando pienso en todas las veces que corrí por estas calles me pongo realmente nostálgica. No sé por qué, sin embargo. Era una vida de hambre, y clavada aquí no podía esperar a irme con otra fiesta de carnaval.
En la esquina había un puesto de fruta protegido por un toldo azul. Debajo de la lona, las luces se proyectaban sobre un despliegue de frutos hidropónicos y en un refrigerador de vidrio, los pescados gordos y brillantes criados en el acuario yacían sobre hielo reluciente. El vendedor, de delantal blanco, estaba completando una venta.
Alter hecho una mirada para ver si estaba mirando y arrebató un melón. Cuando doblaron la esquina siguiente, lo abrió y le dio la mitad a Jon. Alter mordió la pulpa dulce, pero Jon siguió caminando.
Finalmente, Jon sonrió y sacudió la cabeza.
—¿Qué pasa? —preguntó Alter.
—Estaba pensando, nada más. Pasé cinco años en prisión y en mi vida robé algo como dinero o fruta.
Antes de ir a prisión tenía todo lo que quería, de modo que cuando entré allí la idea de tomar algo no se me ocurrió jamás. Ahora la duquesa me paga. ¿Y sabes algo? Cuando te vi sacar la fruta mi primera reacción fue de sorpresa y creo que lo que uno llamaría un poco de indignación moral.
Alter abrió los ojos. Luego frunció el ceño.
—Creo que fue una tontería… quiero decir, estaba recordando cómo solíamos robar fruta cuando era pequeña. Pero tienes razón, Jon. Robar no está bien…
—Bien o mal —dijo Jon—. Yo no dije nada de eso.
—Pero yo pensé…
—Y la segunda cosa que yo pensé es, ella viene de la Olla, yo del centro, y hay un amplio espectro de moral y costumbres que no podemos compartir el uno con el otro. Y pensé, ¿cómo resuelves todas esas cosas, y cuál es el resultado?
Alter empezó a decir algo pero se detuvo y simplemente lo observó.
—Bien o mal —dijo él—. Diablos, soy un asesino, ¿recuerdas? ¿Pero qué hacemos? Soy hijo de un hombre rico y tú eres una muchacha de circo de la Olla. Probablemente la puesta en escena de mi niñez provocó todo esto. Pero yo tengo una respuesta: nosotros ya nos hemos tocado, en todas las cosas que me has enseñado, diciéndome cuándo echar la cabeza hacia atrás, alzar la barbilla, rodar. Y todavía podemos tocarnos, simplemente así —le tomó la mano—, y me gusta —mordió la fruta dulce.
Alter le pellizcó la mano.
—Sí, también sé acerca de no tocarnos. ¿Recuerdas la época que pasamos en la propiedad de Petra, antes de regresar aquí a Toron? Durante mucho tiempo me sentí incómoda por pequeñas tonterías, como por ejemplo qué tenedor tomar primero, cuándo pararme y cuándo sentarme y con quién poder deslizar un «mierda» o un «carajo». Cuando uno está tratando de detener una guerra, pensar en esas cosas es una tontería. Pero yo pensaba en ellas. Sabes que yo solía pensar que uno puede sentarse y esperar que las cosas simplemente ocurran, y de lo único que uno tiene que preocuparse es de la próxima comida. Pero el estar junto a ti y a la duquesa creo que me enseñó esto: uno tiene que salir, y hacer y aprender; de otra manera uno se pasa demasiado tiempo sintiéndose incómoda —se encogió de hombros—. Probablemente es por eso que Tel y yo estuvimos tanto tiempo juntos. A pesar de que venía del continente se parecía mucho más a mí en ese sentido, podíamos correr juntos —durante un momento se acarició el collar de caracoles—. Pero ahora está muerto, lo mataron en la guerra. ¿Entonces qué hago?
—¿Lo amabas? —preguntó Jon.
Alter inclinó la cabeza hacia un costado.
—Me gustaba muchísimo —echó una mirada a Jon—. Pero está muerto.
Al cabo de un momento Jon preguntó:
—¿Entonces qué vas a hacer?
—Aprender —dijo ella—. Puede que tengas que enseñarme: llámalo un intercambio mutuo. —Entonces rieron juntos.
Un edificio muy poco sólido, de maderas desgarradas y chapas de metal enmohecidas se alzaba en la bruma. Cuando llegaron a la puerta, Alter dijo:
—Espero que este viaje no resulte ser…
Al entrar, se detuvo.
La mujer con la marca púrpura alzó la mirada desde detrás del mostrador, luego retrocedió y abrió la boca.
Alter se había agarrado del brazo de Jon. Lo soltó lentamente y susurró:
—¡Tía Rara!
La mujer dejó corriendo el mostrador, secándose las manos en el delantal. Se detuvo en la mitad del camino, todavía boquiabierta, sacudió la cabeza, tragó y siguió avanzando. Alter le salió al paso y rodeó con un fuerte abrazo los hombros de la anciana.
—¡Tía Rara!
—¡Oh, Alter! ¿Cómo… dónde…? —Sacudió otra vez la cabeza y la expresión del rostro se resolvió en una sonrisa. Pero en las mejillas había lágrimas—. Estás de nuevo conmigo —fue todo lo que dijo, pero en el timbre ronco de la voz había alivio.
La gente de la taberna, muchos de ellos vestidos de militar alzaron la vista.
Alter se apartó de su tía.
—Tía Rara, ¿no me digas que trabajas en este lugar?
—¿Si trabajo? Soy la dueña. Conseguí mi licencia. De verdad.
—¿La dueña?
—He estado haciendo toda clase de cosas y ahorrando toda clase de dinero, engañando y disimulando por aquí y por allí. Hay muy pocas cosas que no pueda hacer una mujer práctica si se lo propone. ¡Oh, Alter te busqué, pero no pude encontrarte!
—Yo también te busqué, pero la vieja pensión de Geryn está destruida.
—Lo sé. Durante un tiempo, trabajé como ayudante de enfermera en el Servicio Médico. Buscaba en cada circo y en cada espectáculo que venía a Toron.
—Recién empecé a trabajar hace pocos meses.
—¡Por supuesto! Fue cuando dejé de buscar. —Rara sacudió nuevamente la cabeza, parpadeando para evitar las lágrimas—. Estoy tan contenta de verte. ¡Tan contenta! —se abrazaron una vez más.
—Tía Rara —dijo Alter, restregándose los ojos con los nudillos—, me gustaría hablar contigo sobre algo. ¿Puedes ayudarme? Tengo que investigar algo acerca de alguien que vivió aquí.
—Por supuesto —dijo Rara—. Por supuesto. —Entonces vio a Jon por primera vez—. Joven —dijo—, ¿quiere recorrer el lugar mientras yo hablo un momento con mi sobrina, por favor?
—Oh, tía Rara —dijo Alter, recordando la presencia de Jon—, él es Jon Koshar, mi amigo.
—Me alegro de conocerlo —dijo Rara, asintiendo—. Vigile todo y asegúrese de que no ocurra ningún cataclismo —echó una mirada a las figuras que estaban en el lugar—. No deje que nadie se vaya sin pagar. Aunque parece que nadie está por irse. —Se dirigió hacia la habitación del fondo, sosteniendo a Alter de la mano—. Si quiere sírvase un trago —de pronto se puso la mano sobre el corazón y suspiró—. ¡Sírvanse todos un trago! —y desapareció arrastrando a Alter.
Todavía sonriendo, Jon fue al mostrador, se sirvió un trago y se sentó junto a un soldado que estaba en la barra. El hombre alzó la vista, movió vagamente la cabeza y miró nuevamente abajo. La reacción enfática que había experimentado ante el reencuentro de Alter con su tía lo hacía sentir expansivo.
—Parece que lo están pasando bien —le dijo al soldado—. ¿Cómo le va?
El soldado levantó nuevamente la vista.
—Indiscreto ¿no? —dijo—. ¿Qué cómo me va? Tendría que haberme preguntado qué estoy haciendo —hizo un gesto de ironía—. Ésa es la pregunta.
—Okey —dijo Jon—. ¿Qué está haciendo?
—Me estoy emborrachando. —El soldado levantó el vaso que contenía un líquido verde y pasó el dedo por el borde húmedo. Jon sintió inmediatamente que algo pasaba por la mente del soldado y trató de registrar el tono mientras el soldado seguía hablando—. Estoy haciendo el torpe intento de ocultarme, si no le molesta, dentro de un vaso. —Frente a él había varios vasos vacíos.
—¿Por qué? —preguntó Jon, tratando de conectar el cinismo con su propio bienestar.
El soldado se volvió, de modo que Jon pudo verle la insignia: un escudo de Capitán del Cuerpo de Psicología. Desde el Momento, muchos se habían quitado la insignia, así como muchos soldados habían dejado de lado sus uniformes.
—Ya ve —continuó el oficial, un poco borracho—, soy uno de los que estaban enterados de la guerra, uno de los que la planearon, de los que descubrieron el mejor modo para que se produjera. Cómo le va, ciudadano, me alegro de estrechar su mano. —Pero no ofreció su mano y regresó al vaso.
Habitualmente, Jon era suficientemente inteligente como para no indagar en un hombre envuelto en tal estado de ánimo. Pero el estado de ánimo de Jon no era habitual.
—Usted sabe… —comenzó.
El oficial alzó la mirada.
—Yo no estuve en el ejército, pero a veces tengo la sensación de que me perdí algo al no estar allí. Aunque más no sea, creo que es una experiencia que convierte a los muchachos en hombres.
—Sí, ya sé que piensa eso —dijo secamente el oficial.
—La disciplina física y la experiencia de la acción —continuó Jon— aunque haya sido un sueño hipnótico, deben haber significado algo, porque la muerte que los esperaba era real.
—Mire —dijo el oficial—. Nosotros hicimos mucho más que planear un combate. Controlamos toda la propaganda que también llegaba a los civiles. Le dije que sé lo que piensa…
Jon estaba sorprendido.
—¿No cree que la disciplina militar puede ser una buena experiencia?
—Una experiencia es lo que usted hace de ella —dijo el oficial—. Eso sí que es profundo, ¿eh? ¿Muchachos en hombres? Mire a los tipos a los que les gusta el ejército o que se desempeñan bien. Tipos que odian la inconsistencia de sus padres de tal manera que están dispuestos a desistir del amor para conseguir un padre que dé órdenes según un libro de reglas que uno puede verificar en una biblioteca, aunque la regla se debilite y muera. Uno obrará mucho mejor si se pone de acuerdo con el padre que ya tiene.
A pesar de la borrachera, el hombre mantenía un pensamiento lógico, de modo que Jon continuó:
—¿Pero el ejército no les da un microcosmos bastante riguroso como para resolver ciertos problemas de… bueno, honor y moral, al menos para ustedes mismos?
—Seguro —artículo lentamente el oficial—, un microcosmos totalmente seguro, completamente irreal, libre de mujeres y niños, donde Dios es el general y el Diablo es la muerte, y uno juega permanentemente… la excusa para conducir todo con suma seriedad. Estaba todo planeado para que las acciones humanas más destructivas e ilógicas aparecieran como lo más controladas posibles. En la época en que la situación psico-económica de Toromon había llegado al punto en que «la guerra era inevitable» teníamos que tener algún lugar para que cayeran las mentes enfermas, dañadas justamente por esa situación psico-económica. Ése es el ejército. Pero nuestro trabajo también era hacer que todos ustedes pensaran que era seguro, glorioso, bueno ¿Muchachos en hombres? Una disciplina que no es auto-disciplina no significa nada para un muchacho. Su mano…
Jon miró hacia abajo. Así como un acróbata da vueltas alrededor de una barra suspendida, los pulgares abrieron la marcha, los dedos los siguieron; Jon había adquirido la costumbre de extender las manos con las palmas hacia arriba, y eso era en él una segunda naturaleza. Los callos se hicieron rápidamente visibles.
—… aquellas manos pueden mover y hacer y crear. Usted habla como un hombre inteligente, de modo que probablemente lo que hace lo hace bien. Cuando usted aprendió a hacer eso que le sacó callos, eso era disciplina. ¿Puede usted construir, seguir las reglas de cualquier artesanía, puede someter esas manos a cierto orden, trabajando con alguien o solo? Yo no sé qué es lo que usted hace, pero sé que en educar esas manos ha necesitado más disciplina que la que necesita una docena de hombres que sólo saben cómo matar un sueño. Usted ya tiene esas manos, y nosotros tenemos que autoengañarnos para que ustedes piensen que el ejército podría dárselos. ¡Lo teníamos tan bien planeado! Las novelas, las historias, los artículos, todos respondían enfáticamente «¡Sí!» a las preguntas que usted acaba de hacer. El cuerpo de psicólogos tampoco las escribió. Ya habíamos hecho nuestro trabajo de propaganda, habíamos preparado el terreno para que todos los intelectuales inseguros y dubitativos hicieran el resto; «¡Sí, sí! La guerra es una experiencia real y válida», porque ellos, entre todos ustedes, podrían haber dudado lo suficiente como para descubrir que era una fantasía. ¿Convertirlo en un hombre? Mírelos, ¿por qué no lo hace? Mírelos, nada más —señaló con un gesto a los otros soldados que estaban en la taberna.
Uno estaba dormido sobre una mesa que había en un rincón. Dos más estaban por iniciar una discusión cerca de la puerta, mientras que un cuarto miraba ansiosamente, esperando una pelea. Un quinto se reía histéricamente por algo que le decía la muchacha de pelo castaño que estaba con él, se echaba atrás en la silla, sosteniéndose el estómago, y volvía a caer para atrás. Ahora la muchacha también se reía.
El psicólogo se agitó en su taburete y se apoyó nuevamente en la barra.
—O míreme a mí —dijo. Hablaba dentro del vaso que tenía ante él—. Míreme a mí.
—¿Usted cree que toda la cuestión, sin redención alguna, era insignificante? —pregunto Jon. Sus pensamientos fueron a Tel, que estaba muerto, el amigo de Alter, Tel—. ¿No significaba nada para todos ellos?
El psicólogo sacudió lentamente la cabeza.
—No ve. No puede ver. Usted conocía a uno que se carbonizó en uno de esos tanques de la muerte, ¿no es así? Usted quiere rabiosamente que eso signifique algo. Pero yo conocía a un montón de tipos que murieron. Yo los entrené. No había uno que no hubiera llegado a ser más que un hombre haciendo lo que usted hizo para conseguir esas manos. No me importa lo que es —el oficial hizo una mueca—. Porque la vida… vivir —extendió un dedo e hizo saltar una moneda sobre el mostrador contra el cuadrado de monedas que constituía su vuelto: del otro extremo de la matriz de discos de metal saltaron otras dos monedas…— es como esto. No siempre el enemigo es alguien a quien uno puede disparar por encima de un saco de guijarros. No siempre es alguien que le dice a uno cuándo disparar y cuándo cesar el fuego. No se ha dejado adecuadamente atrás a las mujeres y a los niños, y por esa razón uno está forzado a mirarlos y a ver que tienen sus problemas, que se parecen sorprendentemente a los de uno… un hecho difícil de aceptar para demasiados hombres «maduros». El ejército es demasiado fácil y demasiado simple: luchar hasta la muerte por una causa justa —el oficial miró a Jon—. Usted conocía a alguien que murió quemado. Bueno, comparado con lo que es el motivo de su vida, el tipo no murió por nada —hizo una pausa—. Eso es difícil de aceptar.
—¿Así es como lo acepta usted? —preguntó Jon. Una vez pronunciadas, las palabras resultaron crueles, pero las había dicho con algo de interrogación, con un comienzo de entendimiento.
El oficial chasqueó la lengua.
—Sí —dijo—. Así. —El chasquido murió como un guijarro que cae del techo. Frunció el ceño y sacudió la cabeza—. Ellos no me odian. Sabe, todavía no me odian. Vienen aquí, beben conmigo, me toman el pelo por no haber visto un verdadero combate, con benevolencia, aunque saben que yo era uno de los responsables. Oh, nosotros hicimos nuestro trabajo bien, bien, bien. Sin embargo, para ellos es más fácil seguir con los sentimientos que tanto trabajo nos dio instilar. Pero yo soy psicólogo, se da cuenta, y sé exactamente porqué estoy aquí sentado emborrachándome. Sé todo lo que está pasando por mi mente y lo que me hace hacer esto. Y sé por qué anoche fui y me emborraché. Y sé por qué me emborraché anteanoche. Yo lo sé, ellos lo saben, y no sirve para un cuerno.
Alter y su tía regresaban de la habitación del fondo y Jon se volvió hacia ellas.
—Bueno, aquí estamos —dijo Rara, secándose las manos en el delantal—. Regresa pronto —le dijo a su sobrina—. Ahora tu tía vieja es una mujer respetable.
—Lo haré —dijo Alter y la abrazó. Se volvió a Jon y le tomó la mano.
—¿Seguro que ninguno de los dos quiere comer algo? —preguntó Rara—. ¿O sino quedarse un rato y conversar algo?
—Es buena idea —dijo Alter—. Pero ahora no podemos. Volveremos pronto.
—Muy pronto —dijo Rara—. Por favor, vuelvan muy pronto.
Salieron lentamente de la posada.
—¿Averiguaste algo sobre Nonik?
—Um, um —asintió Alter En la mano tenía unos papeles doblados—. Algunos de sus poemas. Quedaron en su habitación después de… —se estremeció y se los entregó a Jon.
—¿De qué quería hablarte tu tía? —preguntó Jon.
Ella hizo un momento de silencio.
—Quería que me quedara aquí, a vivir con ella.
Jon asintió con la cabeza.
—Todo esto me llegó cuando no lo esperaba. Pienso que me habría gustado. Pero tengo mi propio departamento, y estoy acostumbrada a valerme por mí misma —con un gesto se echó atrás el cabello blanco—. Al mismo tiempo descubrí cuanto la amaba.
—Sabes —dijo Jon—, creo que tienen que golpearme en la cabeza con algo para darme cuenta.
—¿Qué quieres decir?
—Estaba pensando sobre lo que te dije acerca de las costumbres y de la moral que separa a la gente, haciéndola diferente una de otra. La gente es mucho más parecida que diferente. Mucho más.
Lentamente se alejaron del borde de la ciudad, a través de las medulosas contracciones de la noche, dispuestos a ver los poemas.