OCTETO

ACERTIJO POP 4

Dos drogadictos en fase terminal estaban sentados con la espalda apoyada en la pared de un callejón sin nada que inyectarse, sin medios y sin ningún sitio al que ir o donde estar. Solamente uno de ellos llevaba abrigo. Hacía frío y a uno de los drogadictos terminales le castañeteaban los dientes y la fiebre le hacía sudar y temblar. Parecía gravemente enfermo. Olía muy mal. Estaba sentado con la espalda apoyada en la pared y la cabeza apoyada sobre las rodillas. Aquello tenía lugar en un callejón detrás del Centro de Reciclaje de Envases de Aluminio de la Commonwealth en Massachusetts Avenue en la madrugada del 12 de enero de 1993. El drogadicto terminal del abrigo se quitó el abrigo, se apretujó contra el drogadicto terminal gravemente enfermo y extendió el abrigo por encima de ambos intentando que los cubriera tanto como fuera posible, luego se apretujó más todavía, se apoyó en el otro, lo rodeó con el brazo, le dejó que le vomitara en el brazo y se quedaron así apoyados contra la pared los dos juntos toda la noche.

P.: ¿Cuál de los dos sobrevivió?

ACERTIJO POP 6

Dos hombres, X e Y, son amigos íntimos, pero entonces Y hace algo que perjudica, aliena y/o enfurece a X. Habían sido muy íntimos. En realidad la familia de X prácticamente había adoptado a Y cuando Y llegó solo a la ciudad y no tenía familia ni amigos y sin embargo obtuvo un puesto en el mismo departamento de la empresa para la que trabajaba X, de modo que X e Y trabajan hombro con hombro y se vuelven compadres íntimos, y no pasa mucho tiempo antes de que Y empiece a frecuentar la casa de X y a salir con la familia de X casi todas las noches después del trabajo, y esto se prolonga durante bastante tiempo. Pero entonces Y lleva a cabo alguna ofensa contra X, como, por ejemplo, escribir una Evaluación de Compañeros precisa pero negativa de X en su empresa, o no querer encubrir a X cuando X comete un error de apreciación grave y se mete en problemas por ello y necesita que Y le encubra de algún modo. La cuestión es que Y ha hecho algo recto/honorable que X ve como algo desleal/perjudicial, y ahora X está totalmente furioso con Y, y cuando Y va a casa de la familia de X todas las noches para salir un rato como de costumbre, X se muestra extremadamente frío con él, o mordazmente insidioso, o a veces incluso grita a Y delante de la mujer y los hijos de X. En respuesta a todo esto, sin embargo, Y se limita a continuar yendo a casa de la familia de X, salir con ellos y soportar los malos tratos de X, asintiendo con aire meditabundo cuando esto sucede pero sin decir nada ni reaccionar de ninguna otra forma a la hostilidad de X. En una ocasión X llega a gritarle a Y que «saque su culo» de la casa de su familia y medio-golpea-medio-abofetea a Y delante de uno de los niños de la familia, lo bastante fuerte como para que a Y se le caigan las gafas, y lo único que hace Y a modo de respuesta es llevarse la mano a la mejilla, asentir con aire meditabundo mirando en dirección al suelo, luego recoge sus gafas y trata de reparar con la mano una de las patillas que se ha torcido. Y después de eso todavía sigue yendo a casa de X como si fuera un miembro adoptivo de su familia y queda con ellos y soporta los malos tratos que X le dedica en represalia por lo que fuera que Y por lo visto le hizo. La razón por la que Y hace esto (es decir, sigue yendo a casa de los X y saliendo con ellos) no está clara. Quizá Y es básicamente un tipo patético y sin agallas y no tiene otro lugar adonde ir y a nadie más con quien salir. O quizá Y es uno de esos tipos silenciosos con voluntad de hierro que por dentro son lo bastante fuertes como para no permitir que ninguna clase de abuso o humillación les afecte, y puede ver (Y puede ver) a través del resentimiento actual de X el amigo generoso y de confianza que X siempre ha sido, y ha decidido (Y ha decidido, tal vez) que simplemente va a seguir yendo por allí, hacer de tripas corazón y permitir estoicamente que X se saque de dentro toda la bilis que necesite, y que eventualmente llegará un momento en que a X se le pase el cabreo siempre y cuando Y no responda, ni se rebote ni haga nada para agravar todavía más la situación. En otras palabras, no está claro si Y es patético y carece de agallas o si es increíblemente fuerte, compasivo y sabio. En una sola ocasión, cuando X lleva las cosas a una situación extrema e ineludible delante de toda la familia de X y le grita a Y que «coja [su] culo y [su] sombrero y se largue de una puta vez de [su, es decir, de X] casa y no vuelva», Y se marcha como resultado de lo que X dice, pero incluso después de ese episodio Y vuelve otra vez a casa de los X todas las noches después del trabajo. A lo mejor lo que pasa es que a Y le caen muy bien la mujer y los hijos de X y por eso cree que a pesar de todo vale la pena seguir yendo y soportando el vitriolo de X. A lo mejor Y de alguna forma es patético y fuerte… Aunque es difícil reconciliar el hecho de que Y sea patético o débil con la fortaleza obvia que debe hacer falta para escribir una Evaluación de Compañeros negativa pero cierta o para no querer mentir o lo que fuera que X no le ha perdonado que no hiciera. Además no está claro cómo termina la historia: es decir, si la persistencia pasiva de Y finalmente da fruto y X deja de estar furioso, «perdona» a Y y vuelve a ser su compadre, o si llega un punto en que Y ya no puede soportar las hostilidades y deja de ir a casa de X… O bien si toda esta situación increíblemente tensa y poco clara simplemente continúa de forma indefinida. Lo que hizo que el golpe de X fuera una media bofetada es el hecho de que tenía la mano medio abierta cuando se la propinó. También está el factor de cómo la hostilidad manifiesta de X hacia Y y la reacción pasiva de Y afectan a cierta dinámica interna en el seno de la familia de X, como, por ejemplo, si la mujer y los hijos de X están horrorizados por cómo X trata a Y o si están de acuerdo con X en que Y le puteó de alguna forma y por tanto simpatizan con X. Esto afectaría a cómo ven el hecho de que Y siga yendo a su casa todas las noches aunque X está dejando más claro que el agua que ya no es bienvenido, es decir, si admiran la fortaleza estoica de Y o la encuentran repulsiva y patética y desean que por fin entienda el mensaje y deje de actuar como si fuera miembro honorario de la familia o algo así. En realidad, tal como están las cosas, toda esta mise en scène parece demasiado llena de ambigüedades para constituir un buen Acertijo Pop.

ACERTIJO POP 7

Una mujer se casa con un hombre de familia muy rica, tienen una criatura juntos y los dos quieren mucho a la criatura, pero a medida que pasa el tiempo empiezan a gustarse cada vez menos el uno al otro, hasta que por fin la mujer presenta una solicitud de divorcio del hombre. Tanto la mujer como el hombre quieren la custodia principal de la criatura, pero la mujer da por sentado que será ella quien la consiga al final porque así es como suelen ir las cosas gracias a la ley de divorcio. Pero el hombre desea con todas sus fuerzas la custodia principal. No está claro si es que siente un impulso paternal muy fuerte y realmente quiere atender a la criatura o si más bien quiere vengarse porque le hayan presentado una solicitud de divorcio y pretende darle un buen palo a la mujer arrebatándole la custodia principal. Pero eso no importa, porque lo que está claro es que toda la familia rica y poderosa del hombre respalda al hombre en esta cuestión y cree que debe obtener la custodia principal (probablemente porque creen que debido a que es un vástago de la familia debe obtener todo lo que quiera; son de esa clase de familias). De manera que la familia del hombre se pone en contacto con la mujer y le comunica que si pugna con su vástago por la custodia principal del niño se vengarán retirando el espléndido Fondo Fiduciario que abrieron para el niño en el momento de su nacimiento, un Fondo Fiduciario lo bastante cuantioso como para hacer que el niño disfrute de una adecuada seguridad financiera durante el resto de su vida. Si no hay custodia principal, no hay Fondo Fiduciario, le dicen. De manera que la mujer (que, por cierto, ha firmado un acuerdo prenupcial y no puede obtener nada a modo de remuneración o pensión conyugal de los acuerdos de divorcio independientemente de cómo se resuelva el asunto de la custodia) se retira del litigio por la custodia y deja que el hombre y su repulsiva familia tengan la custodia de la criatura para que la criatura siga conservando el Fondo Fiduciario.

P.: a) ¿Es una buena madre?[1]

ACERTIJO POP 6 (A)

Intentémoslo otra vez. El mismo X del acertijo 6. Al anciano padre de la mujer de X le han diagnosticado un cáncer cerebral no operable. La extensa familia de la mujer de X está muy unida y sus miembros muy ligados y todos viven en la misma ciudad que X y su mujer y que los suegros de X, y desde que se emitió el diagnóstico se ha desencadenado una verdadera ópera wagneriana de alarma, preocupación y pena en la familia. Y si la cosa ya tocaba de cerca, resulta que la mujer y los hijos de X están adicionalmente consternados por el cáncer cerebral no operable del viejo porque la mujer de X siempre ha tenido una relación muy estrecha con su padre y los hijos de X quieren a su abuelito con locura y a cambio él les compra su cariño malcriándolos desvergonzadamente; y ahora el padre de la mujer de X está cada vez más débil y sufre y se está muriendo de cáncer cerebral; y toda la familia de X y su familia política parece que estén empezando a sufrir por adelantado la muerte del viejo y están todos increíblemente destrozados, histéricos y tristes todo el tiempo.

X en concreto está en una situación peliaguda debido al cáncer inoperable de su suegro. Él y su suegro nunca han tenido una relación muy íntima ni amistosa, y de hecho una vez el viejo había intentado convencer a la mujer de X para que se divorciara de X durante un período de incertidumbre varios años atrás en que las cosas en el matrimonio eran inciertas y X había cometido algunos errores lamentables de juicio y también algunas indiscreciones que una de las hermanas patológicamente entrometidas y charlatanas de la mujer de X le había contado al suegro y en relación a la cual el suegro había adoptado una actitud típicamente sentenciosa y santurrona y había comunicado en voz bien alta a todo el resto de la familia que la conducta de X le parecía repugnante y completamente infra-dignitater y había intentado convencer a la mujer de X para que lo dejara (a X), y pese al paso del tiempo X no ha olvidado nada de todo esto, ni por asomo, porque desde aquel período incierto y desde aquella condena santurrona del viejo, X se ha sentido en cierta medida superfluo, prescindible y persona non grata para toda la ingente familia tan unida y cohesionada de su mujer, que a estas alturas ya incluye a los cónyuges de las seis hermanas de su mujer y los hijos de estas, así como diversas tías arpías, tíos y primos ordinalmente dispares, de tal manera que cada verano había que alquilar un Centro de Conferencias local para la tradicional Reunión Familiar (las mayúsculas son de ellos) de la familia política de X, un evento anual en el que siempre conseguían que X se sintiera prescindible, objeto de sospechas y escrutinios constantes y más o menos como el típico intruso que está metiendo las narices.

La sensación de alienación que tiene X con la familia de su mujer se ha intensificado ahora también debido a que la muchedumbre de sus miembros parecen incapaces de pensar o de hablar sobre nada que no sea el cáncer cerebral del patriarca de mirada férrea, de sus siniestras opciones de tratamiento, de su rápido deterioro y de las escasas oportunidades que al parecer tiene de durar más que unos pocos meses como mucho, y parecen hablar de forma incesante pero solo entre ellos acerca de este tema, de forma que cuando X acompaña a su mujer durante uno de estos lúgubres consejos familiares siempre se siente marginado, inútil y sutilmente excluido, como si la familia excepcionalmente unida de su mujer se hubiera cohesionado todavía más y hubiera cerrado filas en estos momentos de crisis, empujando todavía más a X hacia el margen, o al menos así se siente él. Y los encuentros de X con su suegro, siempre que X acompaña ahora a su mujer en sus incesantes visitas a la habitación de enfermo del viejo en la opulenta casa neorrománica que él (es decir, el viejo) y su mujer tienen en la otra punta de la ciudad (en lo que parece una galaxia económica completamente distinta) respecto a la casa más bien modesta de los X, resultan especialmente atroces, por todas las razones antes mencionadas, a las que se añade el hecho de que el suegro de X —que, a pesar de que en esa fase de su enfermedad, está recluido en una cama de hospital ajustable especial de primerísima calidad que la familia ha llevado a la casa, y siempre que X va a verlo está postrado por la enfermedad en esa cama especial de alta tecnología y atendido por un técnico portorriqueño especialista en enfermos desahuciados, sin embargo siempre está inmaculadamente afeitado, acicalado y ataviado, con un doble nudo Windsor en su corbata del club y sus trifocales con montura de acero perfectamente limpias, como si se mantuviera preparado para saltar en cualquier momento, ordenarle al portorriqueño que le trajera su traje Signor Pucci y su toga de juez y regresar al Tribunal Fiscal del Distrito Séptimo para seguir tomando decisiones despiadadamente bien razonadas, un porte y una indumentaria que la familia consternada parece percibir de forma unánime como una señal más de la dignidad sobrecogedora, el dum spero joie de vivre y la fuerza de voluntad del viejo—, el hecho de que el suegro siempre parece mostrarse ostensiblemente frío y arrogante en sus modales hacia X durante estas visitas obligadas, mientras que a su vez X, de pie y sumamente incómodo detrás de su mujer mientras a esta le hacen un ademán suplicante para que se incline sobre la cama del enfermo igual que una cuchara o una vara de metal es conminada a doblarse hacia delante por la escalofriante fuerza de voluntad de un mentalista, normalmente se siente abrumado en primer lugar por la alienación, luego por el disgusto y el resentimiento y finalmente por una verdadera malevolencia hacia el viejo de mirada férrea que, la verdad sea dicha, X siempre ha creído secretamente que era un gilipollas de primera categoría, y ahora siente que un simple destello de las gafas trifocales del suegro le molesta, y no puede evitar sentir odio hacia él; y el suegro, a su vez, parece captar el odio involuntario de X y responde mostrando de forma inequívoca que no se siente en absoluto contento, animado o respaldado por la presencia de X y que desearía que X no estuviera allí en la habitación con la señora X y el flamante técnico en enfermos desahuciados, un deseo que X siente que comparte amargamente en su interior por mucho que se esfuerza en mostrar una sonrisa todavía más amplia, compasiva y generosa dirigida a la habitación en general, de forma que X siempre se siente confuso, asqueado y colérico en la habitación de enfermo del viejo con su mujer y siempre termina preguntándose qué demonios está haciendo allí.

Sin embargo, como es obvio, a X le produce unos remordimientos considerables el hecho de sentir ese disgusto y ese resentimiento en presencia de un humano semejante y un pariente legal que está deteriorándose de forma continuada e inoperable, y después de cada visita a la resplandeciente cabecera, mientras lleva en coche en silencio a su consternada esposa, X se castiga a sí mismo en secreto y se pregunta dónde están su decencia y su compasión fundamentales. Y localiza una fuente todavía más profunda de vergüenza en el hecho de que desde que se enteraron del diagnóstico terminal del suegro, él (es decir, X) ha pasado una cantidad asombrosa de tiempo pensando únicamente en sí mismo y en su propio resentimiento por ser excluido del Drang del clan familiar de su mujer cuando, después de todo, su suegro está sufriendo y se está muriendo ante sus ojos y la afectuosa mujer de X está prácticamente postrada por la angustia y la pena y los pobres hijos sensibles e inocentes de los X están sufriendo terriblemente. A X le preocupa secretamente el hecho de que la mezquindad obvia de sus sentimientos profundos en esta ocasión de crisis familiar en que su mujer e hijos merecen de forma tan clara su compasión y su apoyo pueda constituir la prueba de algún defecto horroroso en su composición humana, alguna especie de escalofriante bloque de hielo en el lugar donde deberían estar los nodos de empatía y generosidad de su corazón, y cada vez le atormentan más la vergüenza y las dudas, y asimismo le avergüenza y le preocupa doblemente el hecho de que la vergüenza y las dudas no tengan por objeto a ninguna otra persona más que a sí mismo, y por tanto puedan amenazar todavía más su capacidad para sentir preocupación genuina y apoyar a su mujer y sus hijos; de manera que se guarda completamente para sí mismo todos los sentimientos secretos de alienación, disgusto, resentimiento, vergüenza y resquemor que le causa la propia vergüenza, y no se siente capaz de irle a su mujer angustiada y atormentarla/horrorizarla más todavía con su propio y egoísta pons asinorum, y de hecho se siente tan disgustado y avergonzado acerca de lo que teme que puede haber descubierto sobre la composición de su corazón que se muestra inusualmente reservado, incomunicativo y apagado con toda la familia durante los primeros meses de la enfermedad de su padre y no dice nada a nadie sobre las tormentas que rugen de forma centrípeta en su interior.

Sin embargo, el angustioso proceso neoplástico degenerativo no operable del suegro avanza y avanza durante tanto tiempo —ya sea porque se trata de una forma inusualmente lenta de cáncer cerebral o porque el suegro es de esa clase de viejos duros, mezquinos y recalcitrantes que se aferran con desesperación a la vida tanto tiempo como les sea posible, uno de esos casos para los cuales X cree íntimamente que se pensó en un comienzo la eutanasia, a saber, un caso en que el paciente no para de degenerar, deteriorarse y sufrir horriblemente pero se niega a rendirse a lo inevitable y a dejar que su puñetero fantasma salga volando y no parece pensar en absoluto en el sufrimiento paralelo que su repugnante pertinacia degenerativa causa a quienes, por las razones incomprensibles que sea, le quieren, o bien por ambas cosas a la vez—, y el conflicto secreto y la vergüenza corrosiva de X finalmente lo dejan tan completamente agotado y le hacen sentirse tan triste en el trabajo y tan catatónico en casa que, por fin, se traga su orgullo, acude con el sombrero en la mano a su colega y amigo de confianza Y y le cuenta toda la situación ab initio ad mala, confiándole a Y todo el egoísmo y la frialdad de sus sentimientos más profundos (es decir, los de X) durante su crisis familiar y describiendo con detalle su vergüenza íntima por la antipatía que siente cuando permanece de pie detrás de la silla de su mujer junto a la cabecera completamente ajustable de aleación de acero de seis mil quinientos dólares de su suegro ahora grotescamente consumido e incontinente y al viejo se le traba la lengua y su cara se contorsiona en una serie de horripilantes espasmos clónicos y una espuma amarillenta se le acumula sin parar en las comisuras de la boca convulsa (al suegro) cuando intenta hablar y su cabeza ahora obscenamente abultada y llena de protuberancias asimétricas[1] gira sobre la funda de almohada italiana con urdimbre de trescientos hilos, y la mirada vidriosa pero todavía cruelmente férrea del viejo tras sus trifocales con montura de acero se desplaza de la cara angustiada de la señora X hasta la tensa y calurosa expresión de apoyo y compasión que X siempre pugna por formar cuando está en el coche y adopta durante esas visitas atroces y luego sus ojos —los ojos del suegro— giran en direcciones opuestas siempre acompañados de una exhalación entrecortada de disgusto, como si percibiera la hipocresía y la falsedad de la expresión de X y discerniera la antipatía y el egoísmo que hay detrás de ella y cuestionara de nuevo la decisión de su hija de permanecer unida a aquel jurado de cuentas insignificante y depravado; y X le confiesa a Y que ha empezado, en sus visitas a la cama de enfermo del viejo incontinente santurrón, a dar ánimos en silencio al tumor, a brindar mentalmente por su salud y a desear que continúe con su crecimiento metastásico y ha empezado también, X, a ver secretamente esas visitas como rituales de simpatía y apoyo hacia la tumescencia maligna que hay en el pons Varolii, el puente de Varolio del viejo, haciendo creer entretanto a su pobre mujer que X está ahí a su lado movido por la preocupación común y la conmiseración hacia el viejo… Y ahora X está vomitando por fin hasta la última gota de su conflicto interior de los últimos meses, de su alienación y su castigo autoinfligido, y está rogándole a Y que por favor entienda lo difícil que es para X contarle a cualquier persona su vergüenza secreta, que se sienta honrado y también comprometido por la confianza en él que X está demostrando, que encuentre en su corazón la compasión necesaria para renunciar a cualquier juicio santurrón de X y que, por el amor de Dios, no le hable a nadie del corazón criogenizado y perversamente egoísta que X teme que sus sentimientos más íntimos y secretos puedan haber revelado durante toda la crisis infernal.

Si esta conversación catártica tiene lugar antes de lo que fuera que Y hizo para que X estuviera tan furioso con él,[2] o bien la conversación tiene lugar después y esto significa que la pasividad estoica de Y al soportar los vituperios de X ha rendido su fruto y su amistad ha quedado restaurada —o incluso si tal vez esta conversación presente es lo que alguna manera ha engendrado la cólera de X por la supuesta «traición» de Y, es decir, si X más tarde ha podido pensar que Y tal vez le haya descubierto a la señora X parte del pastel relativo al egoísmo secreto de su marido durante el que probablemente sea el período más cataclísmico a nivel emocional de toda su vida—, nada de esto está claro, pero eso da igual ahora mismo, no tiene una relevancia central, porque lo que tiene una relevancia central es que X, debido a una combinación de angustia y pura fatiga, por fin se humilla a sí mismo y le desnuda su corazón necrótico a Y y le pregunta a Y qué es lo que Y piensa que tendría (X) que hacer tal vez para resolver su conflicto interior y extinguir su vergüenza secreta y ser capaz sinceramente de perdonar a su suegro agonizante por ser un gilipollas tan grande toda su vida y limitarse a dejar la historia de lado y obviar de alguna manera los juicios arrogantes del viejo gilipollas petulante y su desagrado evidente y la propia conciencia que tiene X de ser marginal y una persona non grata y limitarse de alguna forma a quedarse allí y tratar de apoyar al viejo y sentir empatía hacia la muchedumbre histérica de la familia de su mujer y hacerlo de corazón y apoyar a la señora X y a los pequeños X en esos momentos de crisis y pensar realmente en ellos para variar en lugar de permanecer volcado todo el tiempo en sus propios sentimientos secretos de exclusión, resentimiento, viva cancrosum, desprecio hacia sí mismo, resquemor y vergüenza espantosa.

Tal como probablemente ha quedado claro en el Acertijo 6 abortado, Y es naturalmente lacónico y modesto hasta el punto que uno tiene que practicarle una llave de cuello para conseguir que haga algo tan presuntuoso como dar un consejo. Pero X, mediante el recurso de organizar un experimento en el que Y finge ser X y cavila en voz alta sobre lo que él (es decir, Y haciendo de X) haría si se viera frente a semejante pons asinorum perverso y horripilante, consigue al final que Y asegure que lo mejor que él (es decir, Y haciendo de X, y por extensión el propio X) puede hacer probablemente en esa situación es simplemente permanecer ahí de forma pasiva, es decir, continuar Presente en las Visitas —aunque sea físicamente, si no puede ser de otra forma— al margen de los consejos familiares y al lado de la señora X en la habitación de enfermo de su padre. En otras palabras, dice Y, que su penitencia secreta y su regalo al viejo sean simplemente permanecer allí y sufrir en silencio los sentimientos de repulsión, hipocresía, egoísmo y repudio, pero no dejar de acompañar a su mujer ni de ir a visitar al viejo ni acechar tangencialmente en los consejos familiares; en otras palabras, que X simplemente se reduzca a sí mismo a las mínimas acciones y procesos físicos, que deje de obsesionarse con su propio corazón y de preocuparse por su composición y simplemente Comparezca…[3] Y cuando X replica que, por el amor de Dios, eso es lo que ha estado haciendo todo el tiempo, Y hace el ademán de darle unos golpecitos en el hombro (de X) y sugiere que X siempre le ha parecido (a Y) mucho más fuerte, sabio y compasivo de lo que él mismo, X, admite ser.

Todo esto hace que X se sienta un poco mejor —ya sea porque el consejo de Y es profundo y alentador o bien porque X ha obtenido alivio del hecho de vomitar finalmente los secretos perversos que le han estado corroyendo— y que las cosas continúen más o menos como antes, con el odioso deterioro del viejo, la pena de la mujer de X y el histrionismo interminable y las reuniones de su familia, y con X sintiéndose todavía lleno de odio, confusión y resquemor hacia sí mismo detrás de su sonrisa calurosa y tensa, pero ahora pugnando por percibir todo este torbellino séptico emocional como un regalo sincero hacia su querida mujer y —gesto de dolor— hacia su suegro, y durante los seis meses siguientes los únicos avances significativos son que la mujer de mirada vidriosa de X y una de sus hermanas empiezan a tomar el antidepresivo Paxil y que dos sobrinos políticos de X son detenidos por presuntos abusos sexuales a una chica mentalmente disminuida en el ala de Educación Especial de su instituto.

Y las cosas continúan de este modo —X sigue acudiendo periódicamente con el sombrero en la mano a Y en busca de alguien que le escuche con simpatía y para llevar a cabo ocasionales experimentos de reflexión y sigue siendo una presencia pasiva pero tan abrumadoramente constante en la cabecera patriarcal y en los dramáticos consejos familiares que el tío abuelo más bromista de la mujer de X empieza a decir en broma que van a tener que echarlo— hasta que por fin un día a primera hora de la mañana, casi un año después del primer diagnóstico, el viejo inoperablemente devastado, desesperado y aturdido por la enfermedad exhala por fin su último suspiro y expira con el estremecimiento poderoso de un sábalo muerto a garrotazos,[4] y lo embalsaman, lo maquillan y lo visten (como por codicilo) con su toga de juez y le dedican una misa de cuerpo presente durante la cual el féretro es alzado mediante unas andas por encima de las cabezas de todos los asistentes, ceremonia durante la cual los ojos de la pobre mujer de X parecen dos quemaduras de cigarrillo en una manta acrílica, y en la cual X, situado al lado de su mujer, llora durante más tiempo y de forma más estrepitosa que nadie —provocando primero la sospecha, pero luego la sorpresa conmovida de la muchedumbre de sus rigurosamente enlutados parientes políticos—, y su aflicción es tan sincera y tan extrema que a la salida de la sacristía episcopaliana es la propia suegra larguirucha quien le pone su pañuelo en la mano a X y lo consuela con una breve presión en el brazo izquierdo mientras la ayudan a entrar en la limusina, y esa misma tarde X recibe una llamada telefónica personal del mayor de los hijos de su suegro, que es también el de la mirada más férrea, invitándole a asistir, junto con la señora X, a una Reunión especialmente privada y exclusiva postinternamiento del círculo-interior-de-la-familia-de-luto en la biblioteca de la opulenta casa del difunto juez, un gesto de inclusión que arranca las primeras lágrimas de felicidad de la señora X desde mucho antes de empezar a tomar Paxil.

La Reunión exclusiva —que incluye, de acuerdo con el cálculo sobre el terreno de X, a algo menos del 38 por ciento del total de su familia política y en la cual se sirven copitas templadas de Remy Martin y cigarros puros cubanos ostentosamente frescos para los hombres— requiere la colocación de divanes de cuero, otomanas de anticuario, sillones de orejas y escalerillas de biblioteca de tres peldaños de Willis & Geiger en forma de círculo, alrededor del cual el 37,5 por ciento de los miembros que forman la élite y por lo que parece el grupo de los más allegados de la familia política de X tienen que sentarse y declarar brevemente y por turnos cuáles son los recuerdos y sentimientos que guardan hacia el suegro muerto y cuál fue la relación única e individual que tuvieron con él durante su larga y extraordinariamente distinguida vida. Y X —sentado incómodamente en una escalerilla de madera de roble junto al sillón de orejas de su mujer, designado en virtud de su posición en el círculo para ser el ante-antepenúltimo en hablar, apurando su quinta copa, intentando fumar un cigarro que por alguna razón misteriosa no para de apagarse y sufriendo calambres en la próstata moderados tirando a graves por culpa de la textura laminada del peldaño superior de la escalerilla— descubre, a medida que las anécdotas y los encomios sinceros y a menudo conmovedores van circunscribiendo el círculo interior, que cada vez tiene menos idea de lo que va a decir.

P.: a) Evidente.

b) A lo largo del año de la enfermedad terminal de su padre, la señora X no ha dado ninguna señal de saber nada acerca del conflicto interior de X ni del horror que experimenta hacia su propio interior séptico. Por tanto X ha conseguido mantener en secreto su estado interior, que es lo que supuestamente ha estado intentando durante todo el año. X, hay que hacerlo notar, le ha mantenido cosas en secreto a la señora X en numerosas ocasiones previas. Parte de la confusión interna y del estado de fluctuación durante todo este episodio premortuorio, sin embargo —tal como X le confiesa a Y después de que el viejo bastardo la diñe por fin—, se deben a que, por primera vez en su matrimonio, el hecho de que la mujer de X ignore algo sobre X que X no quiere que ella sepa no hace que X se sienta aliviado, seguro ni que se sienta bien, sino al contrario, que esté triste, alienado y afligido. El quid de la cuestión: X se descubre ahora, tras su expresión conmiserativa y sus gestos solícitos, secretamente enfadado con su mujer por una ignorancia que él se ha esforzado en cultivar y en mantener. Evalúese esto.

ACERTIJO POP 9

Eres, por desgracia, escritor de ficción. Estás tratando de escribir un ciclo de textos literarios muy cortos, textos que no son exactamente contes philosophiques ni tampoco viñetas, situaciones, alegorías o fábulas, pero que tampoco pueden denominarse «relatos» (ni siquiera a la manera de esas Ficciones Súbitas sobrevaloradas y preparadas en el microondas que se han vuelto tan populares en los últimos años, aunque estos textos literarios son realmente breves no funcionan como se supone que funcionan las Ficciones Súbitas). Es difícil explicar cómo funcionan exactamente los textos breves de este ciclo. Tal vez se puede decir que componen una especie de «interrogatorio» a la persona que los lee: es decir, son como cacheos, palpan los intersticios de la idea que pueda tener esa lectora de algo, etcétera. Aunque sigue siendo irritantemente difícil precisar qué es ese «algo», incluso para ti mismo que estás trabajando en los textos (textos que están tomándote una cantidad grotesca de tiempo, por cierto, mucho más tiempo de lo que deberían teniendo en cuenta su longitud y «peso» estético, etcétera; después de todo, eres como todo el mundo y tienes los mismos problemas de tiempo que todo el mundo y tienes que repartirlo de forma juiciosa, sobre todo cuando se trata de cosas relacionadas con tu carrera (sí: las cosas han llegado a una situación tal que incluso los escritores de ficción literaria consideran que tienen «carrera»)). Lo que sabes con certeza, en cambio, es que esos textos narrativos en realidad no son más que piezas, es decir, de que es la forma en que encajan en el ciclo más amplio que las comprende lo que resulta crucial para cualquier «algo» sobre lo cual quieras «interrogar» a alguien para conocer sus «ideas».

De manera que haces un ciclo en ocho partes de estos pequeños textos ensamblados en mortaja y espiga.[1] Y resulta un fiasco total. Cinco de los ocho textos no funcionan en absoluto —es decir, que no interrogan ni palpan lo que quieres que palpen y además resultan demasiado artificiosos, caricaturescos, inquietantes o las tres cosas a la vez— y tienes que descartarlos. El sexto solo funciona después de rehacerlo hasta que resulta intolerablemente largo y cargado de digresiones y, tal como temes, probablemente demasiado denso y tan lleno de recodos que nadie llegará siquiera a la parte final de los interrogatorios. Además, en la temible Fase de Revisión te das cuenta de que la reescritura del texto número 6 depende en tanta medida de la primera versión que tienes que volver a incorporar esa primera versión en el octociclo, aunque esa versión (es decir, la primera versión del texto número 6) se desploma por completo recorrido un 75 por ciento del camino. Decides intentar paliar el desastre estético que supone tener que encajar la primera versión del 6 haciendo que esa versión sea honesta y diga a las claras que no se sostiene y no funciona como «Acertijo Pop» y haciendo que la reescritura del texto 6 empiece con la admisión lacónica y no apologética de que se trata de otro «intento» de hacer la misma palpación o interrogación que la primera vez. Estas admisiones internas a la narración tienen la ventaja adicional de que diluyen ligeramente la pretenciosidad que supone estructurar los textos breves como «acertijos», pero también tienen la desventaja de que coquetean con la autorreferencia metanarrativa —a saber, el hecho de incluir en el argumento argumentos como «Este Acertijo Pop no funciona» y «He aquí otro intento del número 6»— que a finales de los noventa, cuando incluso Wes Craven está explotando la autorreferencialidad metanarrativa, puede parecer pobre, gastado y fácil, y también corre el riesgo de comprometer la extraña perentoriedad con que quieres que tus textos interroguen sobre lo que sea a quien los lea. Se trata de una perentoriedad que tú, el escritor de ficción, deseas de forma muy… bueno, perentoria, que el lector sienta también; lo cual quiere decir que de ninguna forma quieres que el lector acabe pensando que el ciclo no es más que un bonito ejercicio formal de estructuras interrogativas y metatextualidad estándar.[2]

Todo esto te coloca en un grave aprieto (que además requiere una cantidad horrible de tiempo). No solamente te queda la mitad del octeto que habías proyectado originalmente —y ciertamente la mitad que ha quedado resulta imperfecta e improvisada—,[3] sino que también está la cuestión de la perentoriedad y la necesidad con que planeaste que los ocho textos literarios originales tenían que estar conectados para formar un conjunto unificado por octuplicado, que terminara interrogando sutilmente a la lectora acerca de la cuestión proteica pero, sin embargo, única que todas las Pes manifiestamente poco sutiles que hay al final de cada Acertijo Pop —en el caso de que estas preguntas estuvieran integradas en el contexto orgánico del conjunto— terminan palpando. Esta extraña perentoriedad unívoca puede o no tener sentido para otras personas, pero ciertamente lo tiene para ti, y te ha parecido… pues bueno, perentorio y válido arriesgar la apariencia inicial de ejercicio formal y superficial de competencia pseudometaliteraria que implicaba la estructura no convencional de Acertijos Pop que tenían los textos. Confiabas en que la extraña y urgente perentoriedad del conjunto orgánicamente unificado de los textos repetidos dos y dos y dos veces (que tú habías concebido como una dualidad maniquea elevada al poder trino de una especie de síntesis hegeliana en relación a cuestiones sobre las que tanto personajes como lectores están obligados a «decidir») atenuara la apariencia inicial de chorrada metaformal y postinteligente y terminara (o eso esperas) cuestionando la inclinación inicial de la lectora a descartar los textos como meros «ejercicios formales superficiales» simplemente en base a los rasgos formales que comparten, obligando al lector a ver que dicho descarte estaría basado precisamente en las mismas inquietudes formalistas y superficiales de las que la lectora estaba (al menos al principio) inclinada a acusar al octeto.

Sin embargo —y aquí está el aprieto—, por mucho que hayas descartado, reescrito y reinsertado los textos de lo que ahora es un cuarteto[4] movido casi exclusivamente por la voluntad de unidad orgánica y la perentoriedad comunicativa de la misma, ya no estás seguro de que nadie más vaya a tener ni remota idea de cómo «encajan entre ellos» o qué «tienen en común» los cuatro[5] textos con los que ha terminado el octeto, es decir, de cómo integran un «ciclo» unificado bona fide cuya perentoriedad trascienda la mera perentoriedad acumulativa de las partes discretas que comprende. Por tanto, te encuentras en la posición desgraciada de intentar leer «objetivamente» ese semiocteto y de intentar adivinar si la extraña perentoriedad ambiental que aprecias en y entre las piezas supervivientes va a ser discernible o percibible por parte de alguien más, a saber, de un completo extraño que probablemente se va a sentar al final de una jornada de duro trabajo para relajarse leyendo esta especie de «Octeto» literario.[6] Eres consciente de que te has metido en un buen atolladero como escritor de ficción. Hay maneras correctas y fructíferas de intentar establecer una «empatía» con el lector, pero tener que imaginarte a ti mismo como el lector no es una de ellas; en realidad está peligrosamente cerca de la trampa temible de intentar anticipar si al lector le va a «gustar» algo en lo que estás trabajando, y tanto tú como los pocos escritores de ficción con los que tienes amistad sabéis que no existe manera más rápida de meterte en atolladeros y matar cualquier perentoriedad en tu trabajo que intentar calcular por anticipado si lo que estás haciendo va a «gustar». Es algo letal. Se podría establecer la siguiente analogía: imagínate que vas a una fiesta donde conoces a muy poca gente y luego, de camino a casa, te das cuenta de pronto de que has pasado toda la fiesta tan preocupado por si parecías caerle bien a la gente que ahora no tienes ni la más remota idea de si a ti te caía bien alguno de ellos. Cualquiera que haya vivido una experiencia de esa clase sabe que se trata de una actitud completamente letal con la que ir a una fiesta. (Además, por supuesto, casi siempre resulta que a la gente que había en la fiesta no les has caído bien, por la sencilla razón de que todo el tiempo parecías tan poco espontáneo y tan artificioso que la gente se ha llevado la impresión subliminal y desagradable de que estabas usando la fiesta como un simple escenario donde actuar y de que ni siquiera te has fijado en ellos y de que probablemente te hayas marchado sin tener ni idea de si te caían bien o no, lo cual hiere sus sentimientos y provoca que les caigas mal (después de todo, solamente son humanos y tienen la misma inseguridad que tú acerca del hecho de caer bien).)

Pero después del tiempo requerido de preocupación intensiva, miedo, indecisión, recurso a los kleenex y a mordisquearse los nudillos, de pronto te das cuenta de que es posible que la misma estructura formal «interrogativa/dialógica» del semiocteto —la misma estructura que al principio parecía perentoria porque era una manera de coquetear en apariencia con algo que podía ser una chorrada metatextual por razones que luego (o al menos eso esperabas) resultaban ser profundas y mucho más perentorias que el simple esquema de «mírame-cómo-miro-que-me-estás-mirando» de la vieja y gastada metanarrativa estándar, pero que luego te dejó sumido en un aprieto al requerirte que descartaras los Acertijos Pop que no funcionaban o que en última instancia resultaban estándar o coquetos en lugar de perentoriamente honestos y que reescribieras el Acertijo 6 de una forma que parecía peligrosamente meta-ística y dejarte con un medio octeto castrado y manifiestamente chapucero cuya perentoriedad original, ambiental pero unívoca, ya no estabas en absoluto seguro de que pudiera ser entendida por nadie más después de todos los cortes, nuevos intentos y devaneos en general, metiéndote en el atolladero literario letal de intentar anticipar el funcionamiento de la mente y el corazón de una lectora—, de que esa misma forma heurística vanguardista y potencialmente provista de una apariencia desastrosa puede proporcionarte una escapatoria del aprieto asfixiante, una oportunidad de resolver el fiasco potencial de notar que los 2+(2(1)) textos componen algo perentorio y humano, pero que a la lectora no le da esa impresión en absoluto. Porque ahora se te ocurre que simplemente puedes pedírselo. A la lectora. Puedes sacar la nariz por el agujero en la pared que ya han perforado expresiones como «El 6 ya no funciona como Acertijo Pop» y «He aquí otro intento», dirigirte directamente a la lectora y preguntarle si puede sentir algo de lo que tú sientes.

El truco para llevar a cabo esta solución es que hay que ser ciento por ciento honesto. Esto quiere decir no solamente ser honesto, sino mostrarte desnudo. Más que desnudo, mucho más indefenso. Sin defensas. «Esto que siento, no sé cómo se llama, pero me parece importante, ¿no te lo parece a ti también?», esta clase de pregunta directa no es para gente escrupulosa. En cierta manera está peligrosamente cerca de la pregunta: «¿Te caigo bien? Por favor, quiéreme», y sabes muy bien que el 99 por ciento de toda la manipulación y los jugueteos tramposos que tienen lugar entre las personas tienen lugar precisamente debido a la idea de que decir directamente este tipo de cosas se percibe como algo obsceno. De hecho, uno de los escasos tabúes interpersonales que todavía nos quedan son estas preguntas obscenamente directas y desnudas que se le hacen a otra persona. Resultan patéticas y desesperadas. Y así es como le van a resultar a la lectora. Tendrá que ser así. No hay manera de evitarlo. Si vas y le preguntas si está sintiendo algo y qué es lo que está sintiendo, hay que hacerlo sin ninguna timidez, teatralidad ni falsa-honestidad-encaminada-a-caerle-bien. Eso lo estropearía todo. ¿Lo entiendes? Cualquier cosa que no sea una sinceridad completamente desnuda, indefensa y patética te devuelve al aprieto pernicioso. Tienes que dirigirte a ella con el sombrero cien por cien en la mano.

En otras palabras, lo que puedes hacer es construir un Acertijo Pop adicional —que sería el noveno del recuento general pero en otro sentido solamente el quinto, o incluso el cuarto, y en realidad podría no ser ninguna de estas cosas porque no sería tanto un Acertijo como, glups, una especie de meta-Acertijo— en el que intentes de la forma más desnuda posible describir el aprieto y el fiasco potencial del semiocteto así como tu sensación de que todos los textos supervivientes y semifuncionales intentan demostrar[7] una especie de extraña semejanza ambiental entre distintas clases de relaciones[8] humanas, cierto precio inefable pero ineludible que todos los seres humanos están forzados a pagar en algún momento si es que quieren realmente «estar con»[9] otra persona en lugar de limitarse a usar a esa persona de alguna forma (como, por ejemplo, usar a la persona simplemente como público, o como instrumento para sus propios propósitos egoístas, o como alguna pieza del equipo de gimnasia moral con el que puedan demostrar que tienen un carácter virtuoso (como la gente que es generosa con los demás solo porque quieren ser considerados generosos y por tanto disfrutan secretamente cuando la gente que les rodea se derrumba o tiene problemas porque eso quiere decir que pueden llegar generosamente y fingir que prestan su ayuda), o como proyecciones narcisísticamente catécticas de sí mismos, etcétera),[10] un «precio» extraño e inefable pero aparentemente ineludible, que a veces puede equivaler a la muerte, o por lo menos equivale a renunciar a algo (ya sea una cosa o una persona o un «sentimiento»[11] precioso y arraigado, o alguna idea de ti mismo y de tu propia virtud/valor/identidad) cuya pérdida equivalga, de forma sincera y perentoria, a una especie de muerte, y afirmar que el hecho de que puede haber (en tu opinión) una semejanza abrumadora y fundamental entre situaciones, aprietos y mise en scènes totalmente distintas —es decir, que esta clase de «Acertijos Pop» en apariencia distintos y formalmente (admítelo) rebuscados y un tanto retorcidos puedan todos reducirse finalmente a una misma cuestión (sea cual sea exactamente esa cuestión)— te parece perentorio, verdaderamente perentorio, es algo que casi merece trepar por la chimenea y ponerse a gritar desde el tejado.[12]

Todo esto viene a decir nuevamente que vas a tener —tú, el desgraciado autor de ficción— que perforar la cuarta pared[13] y salir desnudo al escenario (salvo por el sombrero que lleves en la mano) y decirle todas estas cosas a una persona que no te conoce y a quien tampoco le importas demasiado y que probablemente lo único que quiera es llegar a su casa, poner los pies en alto y relajarse de una de las pocas maneras seguras e inocuas de relajarse que quedan.[14] Y luego vas a tener que preguntarle abiertamente a la lectora si percibe también esa extraña semejanza ambiental inefable y perentoria. Lo cual quiere decir que tendrás que preguntarle si cree que todo el semiocteto heurístico chapucero y mal acabado «funciona» como conjunto literario orgánicamente unificado o no. En el mismo momento en que lo esté leyendo. Te lo digo de nuevo: piénsatelo bien. No deberías aplicar esta táctica a menos que hayas considerado con sobriedad lo que te puede costar. Lo que ella pueda pensar de ti. Porque si lo haces sin más (es decir, si se lo preguntas abiertamente), todo este rollo del «cuestionario» ya no volverá a ser un artefacto formal literario inocuo. Será real. La estarás desasosegando de la misma manera que te desasosiega un abogado que llama por teléfono cuando acabas de sentarte para relajarte con una buena cena.[15] Y fíjate con qué clase de pregunta la estarás desasosegando: «¿Funciona esto? ¿Te gusta?», etcétera. Piensa qué opinión se puede formar ella de ti por el mero hecho de preguntar algo como esto. Es muy probable que quedes (es decir, tú, el escritor de ficción que estamos planteando) como esa clase de personas que no solamente acude a una fiesta obsesionado por saber si va a caer bien, sino que va por la fiesta dirigiéndose a extraños y preguntándoles si les cae bien. Y qué piensan de él, qué efecto tiene sobre ellos y si la imagen que tienen de él coincide con la compleja vibración que es la idea que él tiene de sí mismo, etcétera. Dirigirse a seres humanos inocentes que solamente quieren ir a una fiesta y relajarse un poco y tal vez conocer a alguna gente nueva en un escenario completamente informal y poco amenazador y entrar de pronto en su campo visual y quebrantar toda clase de reglas implícitas básicas de la etiqueta de las fiestas y de los primeros-encuentros-entre-extraños e interrogarlos de forma explícita sobre lo mismo que te hace sentirte cohibido y artificioso.[16] Tómate un momento para imaginar las caras de la gente si hicieras esto en una fiesta. Imagínate la expresión de esas caras en toda su magnitud, en 3-D y en colores brillantes, y luego imagina esa expresión dirigida a ti. Porque este es el riesgo que correrás, el precio posible de la táctica de la honestidad; y recuerda que puede ser en vano: no está claro en absoluto, si el cuarteto precedente de quart d’heures ensamblados en mortaja y espiga no ha logrado «interrogar» con éxito a la lectora ni transmitir esa «perentoriedad» y esa «semejanza» que tú percibes, que salir con el sombrero en la mano cuando falta tan poco para el final e intentar interrogarla directamente va a lograr alguna clase de revelación de semejanza perentoria que luego vaya de alguna manera a resonar en torno a los textos del ciclo y a hacer que ella los lea bajo una luz distinta. Puede ser muy bien que lo único que consiga es hacerte quedar como un capullo cohibido y artificioso o simplemente como un Artista de Pacotilla manipulador y posmoderno que intenta paliar un fiasco saltando a una metadimensión y haciendo comentarios sobre el propio fiasco.[17] Incluso bajo la interpretación más caritativa va a resultar desesperado. Quizá patético. De ninguna manera te va a hacer parecer sabio, seguro de ti mismo, hábil ni ninguna de las cosas que los lectores normalmente quieren fingir que creen que es el artista literario que ha escrito lo que están leyendo cuando se sientan para tratar de evadirse del flujo irresoluble de sí mismos y acceder a un mundo de significados establecidos de antemano. En cambio, te va a hacer parecer fundamentalmente perdido, confuso, asustado e inseguro acerca de si puedes confiar en tus intuiciones fundamentales sobre la perentoriedad y la semejanza y sobre si el resto de gente experimenta en su interior las cosas de alguna forma parecida a ti… Más como una lectora, en otras palabras, aquí abajo, en el barro de las trincheras con el resto de nosotros, que como un Escritor, de quien imaginamos[18] que está limpio, seco e irradia una presencia llena de autoridad y una convicción inquebrantable mientras coordina toda la campaña desde un cuartel olímpico resplandeciente y abstracto situado en la retaguardia.

Así pues, decide.