ENTREVISTAS BREVES CON HOMBRES REPULSIVOS

E. B. n.º 40, VI-1997

BENTON RIDGE, OHIO

—Es el brazo. Nunca se te ocurriría que podría resultar un anzuelo en ese sentido, ¿verdad? Pero es el brazo. ¿Quieres verlo? ¿No te dará asco? Pues aquí está. Este es el brazo. Esta es la razón por la que me llaman Johnny el Brazo. Me lo inventé yo, no es que nadie intentara ser cruel conmigo; fui yo. Veo que estás intentando ser educada y no mirarlo. Míralo, venga. No me preocupa. Para mis adentros no lo llamo el brazo, sino el Anzuelo. ¿Cómo lo describirías? Vamos. ¿Crees que vas a herir mis sentimientos? ¿Quieres oír cómo lo describo yo? Parece un brazo que hubiera cambiado de opinión nada más empezar la partida, mientras estaba en la tripa de mi mamá junto con el resto de mí. Parece más bien una especie de aleta diminuta, es pequeño y tiene un aspecto húmedo y más oscuro que el resto de mí. Tiene un aspecto húmedo incluso cuando está seco. No es una visión agradable. Normalmente lo tengo escondido dentro de la manga hasta que llega el momento de sacarlo y usarlo a modo de Anzuelo. Fíjate en que el hombro es normal, es igual que el otro. Lo único es el brazo. Cambia y se convierte en algo parecido al pezón que tengo en el pecho. Es un cabroncete. No es agradable. Se mueve sin problemas, lo puedo mover bien. Si miras de cerca aquí en el extremo puedes ver que hay estas cositas que se nota que empezaron queriendo ser dedos pero no terminaron de formarse. Mientras estaba en la tripa. El otro brazo, ¿ves? Es un brazo normal, un poco musculoso de usarlo todo el tiempo. Es normal, largo y está bien de color. Es el brazo que enseño todo el tiempo. La mayor parte del tiempo tengo la otra manga doblada y cogida con un imperdible de manera que ni siquiera parece que haya brazo. Pero es fuerte. El brazo. Es feo de aspecto, pero es fuerte. A veces intento echarles un pulso con él para que vean lo fuerte que es. Es un cabroncete en forma de aleta diminuta. Eso si se atreven a tocarlo. Siempre les digo que si no se atreven a tocarlo no pasa nada, no hieren mis sentimientos. ¿Quieres tocarlo tú?

P.

—No pasa nada, no pasa nada.

P.

—Pues se trata de… Bueno, en primer lugar siempre hay chicas alrededor. ¿Me entiendes? Allí en la fundición y en la bolera. Hay un bar justo al lado de la parada del autobús. Jackpot (así se llama mi mejor amigo), Jackpot y Kenny Kirk… Kenny Kirk es su primo, el primo de Jackpot, los dos están delante de mí en la fundición porque terminé la escuela y no entré en el sindicato hasta después… Los dos son atractivos y normales y Se Les Dan Bien Las Mujeres, ¿entiendes?, así que siempre hay chicas alrededor. Es como un grupo, somos como un grupo, siempre salimos juntos, vamos a beber unas cervezas. Jackpot y Kenny siempre están saliendo con alguna de ellas y esas a su vez tienen amigas. Ya sabes. Somos como un grupo de gente. ¿Me sigues hasta el momento? Pues yo empiezo a salir con alguna de ellas, y al poco empieza la primera fase, que es cuando les digo de dónde viene el nombre de Johnny el Brazo y les hablo del brazo. Esa es la primera fase. Conseguir que alguna tía muerda el Anzuelo. Les describo el brazo mientras todavía está dentro de la manga y hago que se lo imaginen como la cosa más fea que uno haya visto en toda la vida. Y ellas ponen una cara como diciendo: «Oh, Pobre Tío, No Seas Tan Duro Contigo Mismo, No Debes Avergonzarte De Tu Brazo». Y todo eso. Como si yo fuera un tío tan majo que les rompiera el corazón oírme hablar de mí mismo de esa forma porque en el fondo no es culpa mía haber nacido con ese brazo. Y en ese momento, mientras están en esa fase, empieza la fase siguiente, que es cuando les pregunto si quieren verlo. Les confieso que me avergüenza mi brazo, pero confío en ellas y me parecen buenas chicas, así que si quieren me quito el imperdible de la manga, saco el brazo y se lo dejo mirar, si les parece que van a poder soportarlo. Y continúo hablando del brazo hasta que ya no pueden soportar oír más del tema. A veces es alguna ex de Jackpot la que va conmigo al Frame Eleven o a la bolera y me dice que yo sí que sé escuchar y que soy un tío sensible, no como Jackpot o Kenny, y que no se puede creer en absoluto que el brazo sea tan desagradable como yo lo estoy pintando. O a lo mejor estamos en casa de ella, en la cocina o algún sitio parecido y les digo: «Hace Un Calor De Narices Y Ojalá Me Pudiera Quitar La Camisa Pero No Quiero Hacerlo Porque Me Da Vergüenza El Brazo». Algo así. Hay numerosas fases, por decirlo así. Nunca lo llamo el Anzuelo en voz alta. No te cortes y tócalo cuando te apetezca. Una de las fases es cuando al cabo de un rato me doy cuenta de que estoy empezando a darle asco a la chica, lo noto, porque solamente sé hablar del brazo y explicar que aunque tenga un aspecto húmedo y parezca una aleta es fuerte, pero que me moriría en el acto si una chica tan guapa, agradable y perfecta como ella lo viera y se sintiera horrorizada, y me doy cuenta de que todo ese rollo empieza a darles asco por dentro y empiezan a pensar para sus adentros que soy un perdedor, pero no pueden mandarme a paseo porque llevan todo el rato soltándome esos rollos amables sobre que soy un tío muy sensible y asegurándome que no tengo que sentir vergüenza y que el brazo no puede ser tan desagradable de ninguna forma. En esa fase es como si estuvieran contra las cuerdas porque si dejaran de salir conmigo entonces yo podría decir que es por culpa del brazo.

P.

—Normalmente unas dos semanas o algo así. La siguiente fase es la más crítica, que es cuando les enseño el brazo. Espero hasta que estamos ella y yo solos en algún sitio y saco al cabroncete. Hago que parezca que han sido ellas las que me han convencido para que lo haga y que ahora confío en ellas y por eso las he elegido a ellas por fin para sacarlo de la manga y enseñárselo. Y se lo enseño igual que te lo estoy enseñando a ti. Puedo hacer más cosas con él para que tenga peor aspecto todavía, puedo hacer que… ¿Ves esto? Fíjate en esto. Es porque como no hay ningún hueso que forme el codo, ¿ves?…

P.

—O puedo untarlo con alguna pomada o vaselina para que tenga un aspecto todavía más húmedo y brillante. El brazo no resulta una visión agradable cuando lo saco para enseñárselo, te lo aseguro. Cuando lo ven tal como se lo enseño, casi se ponen a vomitar. Oh, hubo un par que salieron corriendo, que cogieron la puerta sin más. Pero la mayoría, no. La mayoría tragan saliva un par de veces y empiezan: «Oh, Pero Si No Es Tan Feo Después De Todo», pero están mirando a otra parte y no me miran a la cara, y yo pongo cara de timidez y de miedo y de confiar en ellas y hago esta cosa así, hago que me tiemble un poquito el labio. ¿Eh? ¿Oh, eh? Y siempre, tarde o temprano, al cabo de unos cinco minutos o algo así se echan a llorar. Es superior a sus fuerzas. Están arrinconadas y obligadas a decir que no puede ser tan feo y que no tengo que sentir vergüenza, y entonces lo ven y yo me encargo de que sea completa y absolutamente requetefeo, ¿y entonces qué pueden hacer? ¿Fingir? Joder, tía, la mayoría de las chicas de las que te estoy hablando creen que Elvis está vivo en alguna parte. No son fenómenos intelectuales. Se derrumban siempre. Y se ponen peor todavía cuando les pregunto: «Oh, Mierda. ¿Qué Pasa? ¿Por Qué Estás Llorando? ¿Es Por El Brazo?», y ellas tienen que contestar que no es por el brazo, tienen que hacerlo, tienen que fingir que no es el brazo y que lo que pasa es que les da mucha pena que yo me sienta tan avergonzado por algo que no es tan desagradable al fin y al cabo. A menudo se tapan la cara con las manos para llorar. Y la fase culminante llega cuando voy con ellas, me siento a su lado y soy yo el que se pone a consolarlas. Un factor importante que descubrí por las malas es que cuando voy a consolarlas las tengo que coger con el brazo bueno. Ya no les enseño más el Anzuelo. El Anzuelo vuelve a estar guardado en la manga y fuera de la vista. Ellas están destrozadas llorando y soy yo el que las coge con el brazo bueno y les dice: «No Pasa Nada, No Llores, No Estés Triste, Para Mí Significa Mucho Poder Confiar En Ti Para Enseñarte El Brazo Sin Que Te Dé Asco, ¿No Lo Ves? Me Has Liberado De La Vergüenza Que Me Daba Mi Brazo, Gracias, Un Millón De Gracias», y rollos por el estilo, y mientras tanto me ponen la cara en el hombro y lloran sin parar. A veces me hacen llorar a mí también. ¿Me sigues?

P.: …

—Veo más chochos que un retrete, tía. No me estoy quedando contigo. Ve a preguntarles a Jackpot y a Kenny si quieres. Kenny Kirk es el que se inventó lo del Anzuelo. Ve, anda.

E. B. n.º 42, VI-1997

PEORIA HEIGHTS, ILLINOIS

—Ese ruido de algo blando que cae. El susurro suave del papel. Los pequeños gruñidos involuntarios. La imagen singular de un anciano ante el inodoro de pared, la manera en que se coloca allí, asienta los pies, apunta y deja escapar un suspiro intemporal del que uno sabe que no es consciente.

»Aquel era su ambiente. Estaba allí seis días por semana. Los sábados doblaba el turno. Esa sensación irritante que produce la orina mezclada con el agua. El susurro invisible de los periódicos sobre los muslos desnudos. Los olores.

P.

—En un hotel histórico de los más lujosos de todo el estado. Con el vestíbulo más opulento y los lavabos de caballeros más lujosos que había de costa a costa, eso seguro. Y llevaba en ese puesto desde mil novecientos sesenta y nueve. Con mobiliario rococó y pilas festoneadas. Un sitio opulento y lleno de ecos. Un lavabo opulento y lleno de ecos para hombres de negocios, hombres importantes, de esos que van a sitios y se reúnen con gente. Y los olores. No preguntes por los olores. Lo distintos que son los olores de algunos hombres y la semejanza entre los olores de todos los hombres. Todos los sonidos amplificados por los azulejos y la piedra florentina. Los gemidos de los enfermos de próstata. El susurro de las pilas. Los esputos rugientes de flema profunda, el chapoteo al chocar con la porcelana. El ruido de los zapatos caros sobre el suelo de dolomita. Los ruidos de tripas a la altura de las ingles. Los reventones infernales de gases y el ruido de la materia al caer en el agua. Medio atomizada por las presiones ejercidas sobre ella. En estado sólido, líquido y gaseoso. Todos los olores. Los olores como entorno. Todo el día. Nueve horas al día. Pasar todo el día allí de pie, de buen talante y vestido de blanco. Todos los ruidos amplificados, reverberando ligeramente. Hombres entrando y saliendo. Ocho retretes, seis inodoros de pared y dieciséis pilas. Haz cuentas. ¿En qué estaban pensando?

P.: …

—Allí estaba él de pie. En el centro de todos los ruidos. Donde antes estaba el puesto del limpiabotas. En el espacio artesonado entre el final de los lavamanos y el principio de los retretes. Aquel era el espacio pensado para que él permaneciera de pie. El vórtice. Justo al lado del marco alargado del espejo, junto a las pilas: un lavamanos continuo de mármol florentino, con dieciséis pilas festoneadas, hojas de oro laminado alrededor del mobiliario y espejo de espléndido cristal danés. Frente al cual los hombres de buena posición se sacaban cuerpos extraños del rabillo y de los lagrimales de los ojos, se apretaban los poros infectados, se sonaban las narices sobre las pilas y se marchaban sin lavarse las manos. Ahí estaba él todo el día con sus toallas y sus estuches de material de aseo de tamaño unipersonal. Un vago aroma balsámico en el susurro de los tres conductos de ventilación. La trinodia de los tres respiraderos solamente se oía cuando los lavabos estaban vacíos. Cuando estaban vacíos, él también estaba allí. Aquella era su ocupación, su carrera. Iba todo vestido de blanco, como un masajista. Llevaba una camiseta blanca y lisa marca Hanes, unos pantalones y unas zapatillas de tenis que tenía que tirar en cuanto tenían una sola manchita. Les cogía las maletas y los abrigos, se los guardaba y recordaba de quién eran sin preguntar. Había que hablar lo menos posible con aquella acústica. Había que aparecer junto al brazo de los hombres para pasarles toallas. Esa impasividad que permite pasar inadvertido. Aquel era el oficio de mi padre.

P.: …

—Las puertas de los retretes terminaban a treinta centímetros del suelo. ¿A qué se debe esto? ¿Esta tradición? ¿Viene de los compartimientos de los establos? ¿Tiene algo que ver con los establos de los animales? Unos compartimientos, unos retretes de lujo que garantizan cierta privacidad visual y nada más. El aroma balsámico empeoraba los olores porque los endulzaba. Las punteras de los zapatos de vestir se desplegaban tras la fila de huecos de debajo de las puertas. Los retretes siempre estaban llenos después de la comida. Eran como una caja alargada y rectangular de zapatos. Algunos de ellos daban golpecitos en el suelo. Algunos canturreaban o hablaban solos en voz alta, olvidando que no estaban solos. Las flatulencias, las toses y el chapoteo sordo al caer la materia. La defecación, la excreción, la extrusión, la deyección, el vaciado, la purgación. El ruido inconfundible de los rollos de papel higiénico. El clic ocasional de los cortaúñas o las tijeritas depilatorias. Los vertidos. Las emisiones. La emisión, la micción, la secreción, la evacuación, la deposición, la catarsis. ¿Por qué tantos sinónimos? ¿Qué intentamos decirnos a nosotros mismos de tantas maneras?

P.: …

—El choque olfativo de las distintas colonias de hombre, desodorantes, tónicos capilares, ceras para el bigote. El olor intenso de los extranjeros y de los que no se habían bañado. Algunos de los zapatos de los retretes tocaban a su pareja en actitud dubitativa, tentativa, como si la estuvieran husmeando. El pulso minúsculo del agua de las distintas tazas. Las manchitas que sobreviven al agua de la cisterna. El goteo y el borboteo incesante de los inodoros de pared. El olor a indol de la comida putrefacta, el hedor glandular en las chaquetas, la brisa urémica que sigue a cada vaciado de la cisterna. Hombres que apretaban el botón de la cisterna con el pie. Hombres que solamente tocaban el mobiliario con pañuelos de papel. Hombres que salían del retrete con el papel pegado, formando una cola como la de una cometa a sus espaldas, con el papel alojado en su ano. Ano. La palabra ano. Los anos de los hombres pudientes desfilando sobre el agua de las tazas, flexionándose, arrugándose, distendiéndose. Las caras flácidas fruncidas por el esfuerzo. Viejos que necesitaban toda clase de ayuda repulsiva: agacharse y limpiar las espinillas de otro hombre, limpiar a otro hombre. Silencioso, callado, impasible. Cepillar los hombros de otro hombre, sacudirle las gotas, quitarle un pelo púbico del pliegue de sus pantalones. Por una moneda. El letrero lo decía todo. Hombres que dejaban propina y hombres que no dejaban. No podía pasar completamente inadvertido porque se olvidaban de él a la hora de la propina. El truco a la hora de comportarse era parecer que solamente estaba de forma provisional, que solamente existía cuando lo necesitaban. Ayudar sin estorbar. Servir sin ser un sirviente. Ningún hombre quiere saber que otro hombre le está oliendo. Millonarios que no dejaban propina. Hombres peripuestos que salpicaban la taza y dejaban cinco centavos de propina. Magnates que se hurgaban la nariz con el pulgar. Filántropos que tiraban colillas de cigarrillo en el suelo. Hombres hechos a sí mismos que escupían en el lavamanos. Hombres increíblemente ricos que no tiraban de la cadena y sin pensarlo dejaban que tirara el que venía detrás porque era literalmente lo que estaban acostumbrados a hacer: el viejo dicho «¿Harías esto en tu casa?».

»Se blanqueaba él mismo su ropa de trabajo con lejía y la planchaba. Nunca le oímos una palabra de queja. Era impasible. La clase de hombre que permanece todo el día en el mismo sitio. A veces solamente se veían las suelas de los zapatos ahí abajo, en los retretes, de hombres que vomitaban. La palabra “vómito”. La simple palabra. Hombres vomitando en una sala con aquella acústica. Los ruidos mortales que debía de soportar a diario. Intenta imaginarlo. Las palabrotas masculladas por los hombres estreñidos, los hombres con colitis, íleo, intestinos irritables, lientería, dispepsia, diverticulitis, úlceras, flujo sangrante. Hombres con colostomía que le daban la bolsa con sus heces para que se encargara de ella. Un secretario privado de la humanidad. Oír sin oír. Ver solamente la necesidad. El ligero asentimiento que en los lavabos de hombres significaba reconocimiento y deferencia al mismo tiempo. Los olores repugnantes metastatizados de los desayunos europeos y las comidas de negocios. Y siempre que podía, doblaba el turno. Comida en la mesa, un techo y niños que alimentar. Las plantas de los pies le dolían de tanto estar de pie. Sus pies descalzos eran como crema de maicena. Se duchaba tres veces al día y se frotaba hasta irritarse la piel, pero el trabajo nunca le abandonaba. Nunca dijo una palabra.

»El letrero de la puerta lo decía todo: HOMBRES. No le he visto desde mil novecientos setenta y ocho, pero sé que sigue allí, todo de blanco, de pie. Apartando los ojos para preservar la dignidad de aquellos hombres. Pero ¿y la suya? ¿Y sus cinco sentidos? ¿Cómo se llamaban aquellos tres monos?[*] Su tarea era permanecer allí como si no estuviera allí. Como si no estuviera en realidad. Había un truco. Una manera especial de no mirar nada.

P.

—No lo descubrí en un lavabo de hombres, eso te lo aseguro.

P.: …

—Imagínate no existir hasta que un hombre te necesita. Estar ahí pero sin estar. Ser traslúcido de forma voluntaria. Estar de forma provisional, de forma contingente. El viejo dicho «Vive para servir». Era su carrera. Se ganaba el pan. Todas las mañanas se levantaba a las seis, nos daba un beso de despedida y se llevaba una tostada para comerla en el autobús. La comida propiamente dicha la hacía en su descanso. Uno de los conserjes iba a una tienda de comida preparada. La presión producida por la presión. Los eructos bienestantes de comidas caras. Los restos de grasa y pus y estornudos en los espejos. El gesto grave de asentimiento con que recogía las propinas. El gracias inaudible que murmuraba a los habituales. A veces decía un nombre. Todos aquellos residuos sólidos cayendo de aquellos anos blancos, calientes, blandos, gordos, húmedos y flexionados. Imagínatelo. Encargarse de semejante desfile. Ver hombres importantes en sus actos más elementales. Era su carrera. Un hombre de carrera.

P.

—Porque se traía el trabajo a casa. Aquella cara que ponía en el lavabo de hombres. No se la podía quitar. Su cráneo se deformó para ajustarse a aquella cara. A aquella expresión o, mejor dicho, a aquella falta de expresión. El encargado y nada más. Alerta pero ausente. Más que reservado. Como si siempre se estuviera reservando para alguna prueba dura por venir.

P.: …

—Nunca llevo nada blanco. Ni una sola cosa de color blanco, te lo aseguro. Evito hacer ruido en los lavabos o no voy. Dejo propina. Nunca me olvido de que hay alguien al lado.

»¿Admiro acaso la fortaleza de esos humildes trabajadores? ¿Su estoicismo? ¿Aquellas agallas de antaño? ¿El permanecer ahí todos esos años, sin un solo día de enfermedad, sirviendo? ¿O más bien le desprecio, te estás preguntando, siento asco y repugnancia por cualquier persona que pueda permanecer inadvertida en medio de esa miasma y dando toallas a cambio de una moneda?

P.

—…

P.

—¿Puedes volver a repetir las dos opciones?

E. B. n.º 2, X-1994

CAPITOLA, CALIFORNIA

—Cariño, tenemos que hablar. Hace tiempo que tenemos que hacerlo. Al menos yo, me apetece. ¿Puedes sentarte?

P.

—Bueno, a mí me apetece menos todavía, pero tú me importas y lo último que me apetece es que sufras. Me preocupa mucho, créeme.

P.

—Porque me importas. Porque te quiero. Lo bastante como para ser realmente honesto.

P.

—Es que a veces me preocupa que puedas sufrir. Y no te lo mereces. Quiero decir que no te mereces sufrir.

PP.

—Porque, para ser honesto, mi historial no es muy bueno. Casi todas las relaciones íntimas que he tenido con mujeres terminan con ellas sufriendo de alguna manera. Para ser honesto, a veces me preocupa la posibilidad de ser uno de esos tíos que usan a la gente, a las mujeres. Me preocupa a vec… No, joder. Voy a ser honesto contigo porque me preocupas y porque te lo mereces. Cariño, mi historial de relaciones es el de un tipo más bien indeseable. Y cada vez más a menudo últimamente tengo miedo de que sufras, de que yo pueda hacerte daño del mismo modo que al parecer he hecho daño a otras que…

P.

—Que tengo un expediente, unas pautas, por decirlo de alguna manera; por ejemplo, suelo ir muy rápido y muy fuerte al principio de una relación y persigo a la otra persona con mucha intensidad y soy muy cariñoso y me enamoro perdidamente desde el mismo principio, y digo «Te quiero» desde los inicios de la relación, y empiezo a hablar en futuro desde el principio, y no pongo nunca límite a la hora de decir o hacer para demostrar lo mucho que me importa, lo cual por supuesto tiene el efecto natural de hacerles creer a ellas que estoy realmente enamorado (y lo estoy), y eso luego, creo yo, parece que las hace sentirse lo bastante queridas y por decirlo de alguna forma seguras como para empezar a decir que ellas también me quieren y a admitir que también están enamoradas de mí. Y no es (déjame hacer hincapié en esto porque es una verdad como un templo), no es que no esté diciendo la verdad cuando lo digo.

P.

—Bueno, no digo que no sea razonable preguntarme a cuántas se lo he dicho antes ni preocuparse por esa cuestión, pero si no te molesta, la verdad es que no es de eso de lo que estoy intentando hablarte, de manera que si no te molesta quiero mantenerme apartado de cosas como las cifras y los nombres propios e intentar limitarme a ser totalmente honesto contigo acerca de cuáles son mis preocupaciones, porque me importas. Me importas mucho, cariño. Muchísimo. Ya sé que resulta inquietante, pero es muy importante para mí que creas esto y te fíes de mí mientras tenemos esta conversación, de que el hecho de que lo que digo o lo que temo que vaya a acabar haciendo te vayan a hacer daño no significa de ninguna forma que no me importes o que no haya hablado absolutamente en serio todas las veces que te he dicho que te quería. Todas las veces. Espero que te lo creas. Te lo mereces. Y además es verdad.

P.: …

—Pero lo que quiero decir es que desde hace tiempo todo lo que hago y digo tiene el efecto de provocar que ellas piensen que se trata de una… De una relación muy seria, y uno casi diría que es como si las estuviera alentando para que pensaran en términos de futuro.

P.

—Porque entonces esas pautas, por llamarlas de alguna forma, parecen dictar que una vez la he conseguido, por decirlo de alguna forma, y ella está tan entregada a la relación como yo, entonces parece que se adueñe de mí una incapacidad fundamental para continuar avanzando y llegar hasta el final y establecer un… ¿cuál es la palabra adecuada?

P.

—Sí, vale, esa es la palabra, aunque tengo que confesarte que la manera en que la dices me llena de miedo de que ya estés sufriendo y no te estés tomando lo que estoy diciendo con el espíritu con que te estoy hablando del asunto, y para ser honestos me importas lo bastante como para confesar ciertas preocupaciones honestas que me han estado rondando acerca de la posibilidad de que puedas sufrir, lo cual, créeme, es la última cosa que quiero.

P.

—Pues que, examinando mi historial y tratando de entenderlo, me da la impresión de que hay algo en mí que me hace acelerar demasiado en la fase inicial de intensidad y me lleva a una situación de compromiso, pero entonces no parece capaz de seguir empujando todo el tiempo y establecer realmente el compromiso de crear algo verdaderamente serio, orientado al futuro y firme con ellas. Como diría el señor Chitwin, no soy una persona íntima. ¿Me estoy explicando? Me da la impresión de que no me estoy expresando muy bien. Lo que provoca por lo visto el sufrimiento es que esta incapacidad solamente aparece después de haber hecho, dicho y de haberme comportado de una forma que a cierto nivel estoy seguro de que les hace pensar que quiero algo tan comprometido y orientado al futuro como ellas. De forma que, para ser honesto, este es mi historial en relación a estas cosas, y por lo que sé este historial parece indicar que soy un individuo indeseable para las mujeres, algo que me preocupa. Mucho. Que yo a lo mejor les pueda parecer un tío completamente ideal a las mujeres hasta llegado un punto de la relación en que abandonan toda resistencia, bajan las defensas y se entregan al amor, y por supuesto eso mismo parece ser lo que yo he querido desde el mismo principio y la razón por la que he trabajado tanto y las he agasajado con tanta intensidad y, tal como soy perfectamente consciente de haber hecho contigo, por eso me he puesto tan serio y he pensado en términos de futuro y he usado la palabra «compromiso» y entonces (y créeme, cariño, esto es difícil de explicar porque yo mismo no lo entiendo del todo), llegado este punto, históricamente, la mejor explicación que encuentro es que parece que algo en mí, por decirlo de alguna forma, da marcha atrás y acelera al máximo pero ahora en la dirección contraria.

P.

—Lo único que sé es que me entra el pánico y siento que he de dar marcha atrás y salir de ahí, pero por lo general no estoy completamente seguro, no sé si realmente quiero salir o si simplemente estoy sufriendo un ataque de pánico, y aun cuando soy presa del pánico y quiero largarme sigo sin querer perderlas, por lo visto, de forma que tiendo a dar un montón de señales ambiguas y a decir y hacer un montón de cosas que parecen confundirlas y desorientarlas y causarles dolor, y créeme que todo eso siempre termina haciéndome sentir horrible, incluso mientras lo estoy haciendo. Y tengo que decirte con total honestidad que es lo que temo que pase con nosotros dos, porque desorientarte o causarte dolor es absolutamente la última cosa en…

PP.

—La verdad absoluta es que no lo sé. No lo sé. No he logrado averiguarlo. Creo que lo único que intento al sentarme ahora y hablar de esto es preocuparme de verdad por ti y ser honesto conmigo mismo y con mi historial de relaciones y hacerlo en medio de algo en lugar de hacerlo al final. Porque de acuerdo con mi historial solo al final de mis relaciones parezco ser capaz de exponer abiertamente algunos de mis miedos sobre mí mismo y mi historial de causar dolor a las mujeres que me quieren. Lo cual, por supuesto, les causa dolor a ellas, esa honestidad repentina, y les sirve para expulsarme de la relación, y después me preocupa la posibilidad de que eso mismo fuera mi plan inconsciente en el momento de sacar el tema y sincerarme por fin con ellas, tal vez. No estoy seguro.

P.: …

—Así que de todas formas la verdad es que no estoy seguro de nada. Solamente estoy intentando contemplar con honestidad mi historial y ver con honestidad lo que parece ser su conjunto de pautas y saber si es probable que estas pautas aparezcan también contigo, lo cual créeme que no me apetece en absoluto. Por favor, créeme que infligirte cualquier dolor es lo último que quiero, cariño. Este rollo de dar marcha atrás y como diría el señor Chitwin «cerrar el negocio», eso es lo que quiero intentar explicarte con total honestidad.

P.: …

—Y cuanto más rápidamente e intensamente las he perseguido al principio, agasajándolas y yendo detrás de ellas y sintiéndome completamente enamorado, la intensidad de esa atracción parece ser directamente proporcional a la intensidad y la urgencia con la que después parezco encontrar vías de dar marcha atrás y retroceder. El historial indica que esa especie de retroceso repentino sucede justo cuando tengo la sensación de que las he conseguido. Sea lo que sea lo que quiera decir conseguido: honestamente no sé lo que quiere decir. Parece significar que por fin sé con certeza que ahora están tan entregadas a la relación e interesadas en el futuro como yo. Como yo lo he estado. Hasta ese momento. Sucede así de rápido. Y cuando sucede es terrorífico. A veces ni siquiera me entero de qué ha sucedido hasta que se ha terminado y entonces miro atrás e intento entender cómo ella ha podido sufrir tanto, si es que ella estaba loca y dependía de mí hasta un extremo antinatural o si soy un indeseable en lo que respecta a las relaciones. Sucede con una rapidez increíble. Parece al mismo tiempo rápido y lento, como un accidente de coche, donde casi parece que lo estás viendo desde fuera en lugar de estar participando en él. ¿Me estoy explicando?

P.

—Por lo visto tengo que estar todo el tiempo admitiendo que me aterra que no me vayas a entender. La posibilidad de no explicarme lo bastante bien o de que por alguna razón, y sin ser culpa tuya, puedas malinterpretar lo que estoy diciendo y darle la vuelta de alguna forma y acabar sufriendo. Siento un terror increíble, te lo aseguro.

P.

—De acuerdo. Eso es lo malo. Docenas de veces. Por lo menos. Unas cuarenta o tal vez cuarenta y cinco. Para ser honestos, tal vez más. Bastantes más, me temo. Supongo que ya no estoy seguro.

P.: …

—En la superficie, y en relación a los detalles, muchas de ellas eran bastante distintas, las relaciones y lo que terminó pasando. Pero, cariño, de alguna forma he empezado a ver que por debajo de la superficie todas eran más o menos lo mismo. Las mismas pautas básicas. En cierta forma, cariño, el hecho de ver esto me da bastantes esperanzas, porque tal vez quiere decir que me estoy volviendo más capaz de entenderme y de ser honesto conmigo mismo. Parece que estoy desarrollando cada vez más conciencia en este sentido. A una parte de mí le aterra todo esto, para ser honestos. Los inicios tan intensos, casi demasiado acelerados, y el sentirme como si todo dependiera de conseguir que bajen las defensas y se entreguen y me quieran de forma tan total como yo las quiero a ellas, luego me entra el pánico y doy marcha atrás. Admito que me produce cierto miedo la idea de ser consciente de todo esto, como si por lo visto me fuera a hacer falta todo el espacio para maniobrar. Y es extraño, lo sé, porque al principio de las pautas no quiero espacio para maniobrar, lo último que quiero es espacio para maniobrar, lo que quiero es entregarme y que ellas se entreguen conmigo y crean en mí y que estemos juntos en ello para siempre. Lo juro, prácticamente todas las veces he creído que era eso lo que quería. Por esa razón no me parece que yo fuera perverso ni nada parecido, ni que yo les estuviera mintiendo ni nada parecido… Aunque al final, cuando por lo visto yo ya he dado marcha atrás y me he alejado del todo, ellas sienten casi siempre que yo les he mentido, como si en caso de haberles hablado en serio fuera imposible haber cambiado de opinión y dado marcha atrás de esa forma. Y todavía, para ser honestos, no creo que yo haya hecho nunca eso: mentir. A menos que simplemente esté racionalizando. A menos que yo sea una especie de psicópata capaz de racionalizar cualquier cosa y ni siquiera sea capaz de ver las manifestaciones del mal que están teniendo lugar de la forma más obvia, o tal vez no me importa nada y lo único que quiero es engañarme a mí mismo y creer que me preocupo por los demás para continuar viéndome a mí mismo como un tipo decente. Todo es increíblemente confuso, y esa es una de las razones por las que he dudado tanto antes de explicártelo, por miedo a no ser capaz de plantearlo con claridad y a que tú no me vayas a entender y acabes sufriendo, pero he decidido que si me importas tengo que tener el valor para actuar realmente en consecuencia, anteponer mi preocupación por ti a mis preocupaciones y confusiones egoístas.

P.

—Cariño, estoy encantado. Confío en que no estés siendo sarcástica. Estoy tan confuso y aterrado en estos momentos que probablemente no me daría cuenta.

P.

—Ya sé que tendría que haberte contado algo de todo esto antes, y también haberte hablado de las pautas. Antes de que vinieras aquí a vivir conmigo, y créeme que significó mucho para mí… Me hizo sentir que realmente te importaba esto, lo nuestro, el estar conmigo, y quiero ser tan cariñoso y honesto contigo como tú lo has sido conmigo. Sobre todo porque sé que el venirte aquí fue algo para lo que te presioné mucho. La facultad, tu apartamento, tener que librarte de tu gato… por favor, no me malinterpretes, el hecho de que dejaras todas estas cosas para estar conmigo significa mucho para mí, y es una parte muy importante de por qué creo que te quiero y me importas tanto, demasiado como para que no me aterre llegar de alguna forma a desorientarte y hacerte sufrir, y créeme, tendría que ser un psicópata total para no tener en cuenta esa posibilidad dado mi historial en estas cuestiones. Eso es lo que quiero ser capaz de decir con bastante claridad como para que me entiendas. ¿Estoy consiguiendo explicarme aunque sea un poco?

P.

—No es tan simple como eso. Al menos no tal como yo lo veo. Y créeme que no es que yo vea todo esto como si yo fuera un tío totalmente decente que nunca hace nada mal. Alguien que fuera mejor tipo probablemente te habría hablado de las pautas y te habría advertido de antemano antes de empezar a acostarnos, para ser honestos. Porque te aseguro que me sentí culpable después de hacerlo. De acostarnos. A pesar de lo increíblemente mágico y extático y de lo bien que estuvo y que estuviste tú. Probablemente me sentí culpable porque era yo el que había estado presionando tanto para que nos acostáramos tan pronto, y aunque me dijiste con toda honestidad que te hacía sentir incómoda el hecho de acostarnos tan pronto y yo ya entonces te respeté y me preocupé mucho por ti y quise respetar tus sentimientos pero aun con todo seguía sintiéndome increíblemente atraído por ti, fue una de esas descargas irresistibles de atracción, y me sentí tan abrumado por ella que incluso sin quererlo necesariamente sé que me entregué demasiado pronto y probablemente te presioné y te apremié para que te entregaras y nos acostáramos juntos, aunque ahora creo que a cierto nivel probablemente ya sabía lo culpable e incómodo que me iba a sentir después.

P.

—No me estoy explicando lo bastante bien. No estoy llegando al fondo. Muy bien, ahora me está entrando pánico de que empieces a sufrir. Por favor, créeme. Mi única razón para querer que habláramos de mi historial y para tener miedo de lo que pueda ocurrir es que no quiero que ocurra, ¿entiendes? No quiero dar marcha atrás de pronto y empezar a intentar escabullirme después de que tú me hayas dado tanto y hayas venido aquí y ahora que… Ahora que estamos tan unidos. Rezo para que seas capaz de ver que el hecho de que yo te cuente lo que siempre ocurre es una especie de prueba de que no quiero que ocurra contigo. Que no quiero ponerme irritable ni hipercrítico ni largarme y pasarme varios días seguidos lejos ni ser descaradamente infiel de una forma que seguro que acabas descubriendo ni ninguna de esas formas repulsivamente cobardes que he usado antes para salir de algo que he pasado meses persiguiendo intensamente y esforzándome para conseguir que la otra persona se entregara igual que yo. ¿Me estoy explicando? ¿Te puedes creer que estoy intentando honestamente respetarte advirtiéndote acerca de mí, en cierto modo? ¿Que estoy intentando ser honesto y no deshonesto? Que he decidido que la mejor manera de escapar de esas pautas que harían que sufrieras y te sintieras abandonada y como una mierda es intentar ser honesto por una vez. Aunque debería haberlo hecho antes. Aunque admito que tal vez sea posible que puedas interpretar lo que estoy diciendo ahora como algo deshonesto, como si de alguna forma intentara asustarte para que te echaras atrás y yo pudiera escabullirme de esto. Y no creo que sea eso lo que estoy haciendo, pero siendo totalmente honesto no puedo estar ciento por ciento seguro. No puedo aventurar eso contigo. ¿Lo entiendes? ¿Que estoy intentando quererte con todas mis fuerzas? ¿Que me aterra el no poder amar? ¿Que tengo miedo de ser fundamentalmente incapaz de hacer otra cosa que perseguir y seducir y luego echar a correr, entregarme y luego dar media vuelta, no ser nunca honesto con nadie? ¿De no ser nunca un tipo íntimo? ¿De ser tal vez un psicópata? ¿Te imaginas lo que me cuesta contarte esto? Y me aterra que después de contarte todo esto me vaya a sentir tan culpable y avergonzado que no sea capaz ni siquiera de mirarte ni pueda soportar el estar contigo, saber que sabes todo esto de mí y en adelante tener miedo todo el tiempo de lo que estás pensando. Que incluso es posible que el hecho de que ahora esté intentando honestamente eludir las pautas de enviar señales ambiguas y escabullirme sea otra forma de escabullirme. O de hacer que seas tú quien te marches, ahora que te he conseguido, y tal vez en el fondo soy un capullo tan cobarde que ni siquiera tengo agallas para ser yo el que se marcha, sino que quiero que seas tú la que se marche.

PP.

—Esas preguntas son válidas y totalmente comprensibles, cariño, y te juro que haré absolutamente todo lo que pueda para contestarte lo antes posible.

P.: …

—Solo hay una cosa más que creo que tengo que decirte primero. Para que la pizarra quede limpia por una vez y todo salga a la luz. Me aterroriza decírtelo pero voy a hacerlo. Luego será tu turno. Pero, escucha: no es nada bueno. Me temo que va a hacerte daño. ¿Puedes hacerme un favor y contenerte y prometerme que intentarás no reaccionar durante un par de segundos cuando te lo diga? ¿Podemos hablar de ello antes de que reacciones? ¿Me lo puedes prometer?

E. B. n.º 48, VIII-1997

APPLETON, WISCONSIN

—Es en la tercera cita cuando las invito al apartamento. Es importante entender que, para que exista una tercera cita, tiene que haber una afinidad palpable entre nosotros, algo que me haga sentir que ellas participan. Tal vez participar [flexión de los dedos levantados para indicar comillas] no sea una expresión fortuita. Tal vez lo que quiero decir es [flexión de los dedos levantados para indicar comillas] cooperar. Es decir, unirse a mí en el contrato y la actividad subsiguiente.

P.

—No sé explicar cómo noto esa misteriosa afinidad. Es una sensación de que cierta voluntad de participación por parte de ellas no sería del todo imposible. Alguien me habló de cierta profesión australiana conocida como [flexión de los dedos levantados] sexar pollos, en la que…

P.

—Ten un poco de paciencia, por favor. Sexar pollos. Dado que las gallinas tienen un valor comercial mucho mayor que los machos, o sea, los gallos, al parecer es vital determinar el sexo de un pollo salido de la incubadora. Para saber si hay que invertir dinero en criarlo o no, ¿entiendes? Por lo visto, los gallos no tienen prácticamente ningún valor en el mercado. Sin embargo, las características sexuales de los pollos salidos de la incubadora son totalmente internas, y es imposible a simple vista saber si un determinado pollo será gallo o gallina. Por lo menos esto es lo que me han contado. Un sexador de pollos profesional, en cambio, lo puede distinguir. El sexo. Puede revisar toda una camada de pollos salidos de la incubadora y decirle al criador qué pollos puede quedarse y cuáles son gallos. Los gallos son sacrificados. «Gallina, gallina, gallo, gallo, gallina…», etcétera. Por lo visto se da en Australia. La profesión. Y casi siempre aciertan. No se equivocan. Lo único que no puede hacer el sexador de pollos, sin embargo, es explicar cómo lo distingue. El sexo. Por lo visto suele ser una profesión patriarcal, que se transmite del padre al hijo varón. En Australia y en Nueva Zelanda. Dale un pollo salido de la incubadora, digamos un gallo, pregúntale al sexador de pollos profesional cómo puede saber que es un gallo, y él se encogerá de hombros y dirá: «A mí me parece un gallo». Y sin duda añadirá «colega», del mismo modo que tú o yo añadiríamos «amigo» o «señor».

P.: …

—Es la analogía más adecuada que se me ocurre para explicarlo. Tal vez sea algún misterioso sexto sentido. No es que esté ciento por ciento seguro todo el tiempo. Pero te sorprenderías. Estamos en la otomana, tomando una copa, escuchando música y charlando de forma agradable. Es nuestra tercera cita, por la noche, después de cenar y tal vez de ver una película o bailar un rato. Me encanta bailar. No estamos sentados muy juntos en la otomana. Normalmente yo estoy en un extremo y ella en el otro. Y eso que solo es una otomana de metro treinta. No es que sea un mueble tremendamente grande. El caso es que no estamos en una posición que denote una especial intimidad. Todo es muy espontáneo y tal. Hay todo un rollo muy complejo de lenguaje corporal y lo ha habido todo el tiempo que hemos pasado juntos hasta entonces, pero no te aburriré contándote esto. Cuando noto que es el momento adecuado (sentados en la otomana, cómodos, con bebidas, a lo mejor escuchando algo de Ligeti en el equipo de música) le digo, sin ningún preámbulo discernible y aparentemente sin venir a cuento: «¿Te apetece que te ate?». Esas cinco palabras. Sin más. Algunas me rechazan en ese momento. Pero son un porcentaje pequeño. Muy pequeño. A lo mejor asombrosamente pequeño. Siempre sé lo que va a pasar en el momento de preguntarlo. Casi siempre lo puedo distinguir. No sabría explicar cómo. Siempre hay un momento de silencio total, tenso. Ya sabes, por supuesto, que los silencios sociales tienen texturas distintas, y que esas texturas comunican muchas cosas. Ese silencio tiene lugar con independencia del hecho de que vaya a ser rechazado o no, de que me haya equivocado o no sobre la [flexión de los dedos levantados para indicar comillas] gallina. Tanto ese silencio como la tensión son una reacción perfectamente natural ante un cambio semejante en la textura de una conversación hasta entonces casual. Y hace que de golpe lleguen a su ápice todas las tensiones románticas, las señales y el lenguaje corporal de las tres primeras citas. Las citas iniciales siempre son fantásticamente ricas desde un punto de vista psicológico. Sin duda lo sabes. Están llenas de ritos de cortejo, de calibraciones mutuas, de tanteos. Después de que yo les haga la pregunta siempre hay ese silencio de ocho pasos. Tienen que [flexión de dedos] asimilar la pregunta. Esta expresión la usaba mi madre, por cierto. Eso de [flexión de dedos] asimilar, y resulta ser una descripción casi perfecta de lo que ocurre.

P.

—Vivita y coleando. Vive con mi hermana, el marido de esta y sus dos niños. Rebosante de vitalidad. Y no… Puedes estar segura de que no me engaño a mí mismo pensando que el porcentaje tan pequeño de rechazos se debe a ningún encanto irresistible que yo tenga. Esa clase de actividades no funcionan así. De hecho, esa es una de las razones por las que planteo la invitación de una forma tan aventurada y en apariencia tosca. Renuncio a todo intento de seducción o de persuasión. Porque sé perfectamente que su reacción a la propuesta depende de factores internos a ellas. Algunas quieren cooperar y unas pocas no quieren. Y se acabó. El único [flexión de dedos] talento real que tengo es la capacidad de tantearlas, de separarlas, de forma que… De forma que para cuando llega la tercera cita la mayoría son, por decirlo así [flexión de dedos] gallinas y no [flexión de dedos] gallos. Uso estas figuras retóricas del mundo avícola como metáforas, de ningún modo para caracterizar a los sujetos, sino más bien para hacer énfasis en mi capacidad inexplicable para saber, de forma intuitiva, ya en la tercera cita, si ellas están, por decirlo de algún modo [f.d.] maduras para mi proposición. De atarlas. Y se lo digo tal cual. No lo disfrazo ni intento que parezca en absoluto más [f.d. prolongada] romántico ni exótico de lo que es. Y en cuanto a las que me rechazan… las que me rechazan casi nunca son hostiles, casi nunca, y solamente lo son cuando el sujeto en cuestión realmente desea cooperar en el juego pero sufre un conflicto o no está emocionalmente equipado para aceptar su deseo, de forma que tiene que usar la hostilidad hacia la proposición como un medio de asegurarse a sí misma de que no existe semejante deseo ni semejante afinidad. Esto se conoce a veces como [f.d.] código de aversión. Es muy fácil de distinguir y de descifrar, y por eso resulta casi imposible tomarse la hostilidad de forma personal. Los escasos sujetos con los cuales simplemente me he equivocado, por otro lado, suelen mostrarse divertidos, o a veces curiosos y por tanto inquisitivos, pero al final siempre acaban declinando la proposición en términos claros y directos. Son los gallos que he confundido con gallinas. Según mis últimos cálculos, he sido rechazado aproximadamente un quince por ciento de las veces. En la tercera cita. La cifra es un poco alta porque incluye los rechazos hostiles, histéricos u ofendidos, que no proceden, al menos en mi opinión, que no proceden de mi confusión con [f.d.] gallos.

P.

—Date cuenta de nuevo de que no poseo ni pretendo poseer un conocimiento especializado de la industria avícola ni de la crianza profesional. Solamente uso estas metáforas para explicar la inefabilidad aparente de mi intuición sobre las participantes potenciales del [f.d.] juego que yo propongo. Ni tampoco, date cuenta, las toco nunca ni flirteo con ellas antes de la tercera cita. Ni tampoco, en esa tercera cita, me tiro sobre ellas ni me acerco a ellas de ninguna forma mientras les hago la proposición. Se lo propongo de forma tosca pero no amenazante desde mi extremo de una otomana de metro treinta. Nunca intento forzarlas de ninguna forma. No soy ningún Lotario. Conozco muy bien el contrato y no tiene nada que ver con la seducción, la conquista, la consumación o la algolagnia. De lo que se trata es de mi deseo simbólico de resolver ciertos complejos internos relacionados con la relación más bien irregular que tuve de niño con mi madre y mi hermana gemela. No se trata de [f.d.] sadomasoquismo ni soy un [f.d.] sádico, y no me interesan los sujetos que quieren que les hagan [f.d.] daño. Mi hermana y yo somos gemelos bivitelinos, por cierto, y de adultos ya no nos parecemos de aspecto. Lo que pretendo, cuando de repente les propongo, sin venir a cuento, llevarlas a la otra habitación y atarlas, se puede describir, al menos en parte, usando la expresión tomada de la teoría de Marchesani y Van Slyke del simbolismo masoquista, como «proponer un escenario contractual» [sin f.d.]. El factor crucial es que el contrato me interesa tanto como el escenario. De ahí la tosquedad en las formas, la mezcla de agresión y decoro en mi proposición. La tuvieron que acoger después de que sufriera una serie de ataques, crisis cerebrales, que aunque no pusieron en peligro su vida no le permitieron seguir cuidando de sí misma lo bastante bien como para vivir sola. No quiso ni siquiera oír hablar de ir a una institución. Por lo que a ella respectaba no era una posibilidad. Por supuesto, mi hermana acudió enseguida al rescate. Ahora mamá tiene una habitación para ella sola, mientras que los dos niños de mi hermana comparten otra. Su habitación está en el primer piso para que no tenga que subir y bajar la escalera, que es muy empinada y no tiene alfombra. Te lo aseguro, sé con precisión qué es lo que está ocurriendo.

P.

—Es fácil saber, cuando estamos en la otomana, lo que va a ocurrir. Que he captado correctamente la afinidad. Ligeti, cuya obra, supongo que lo sabes, es abstracta casi hasta el extremo de la atonalidad, proporciona la atmósfera ideal para proponer el escenario contractual. En un ochenta y cinco por ciento de ocasiones el sujeto acepta. No hay una [f.d.] excitación depredadora por la [f.d.] aceptación del sujeto, porque no se trata en absoluto de una cuestión de aceptación. En absoluto. Yo les pregunto si les apetece mi idea de atarlas. Hay un silencio condensado y muy tenso, una concentración de electricidad en el aire alrededor de la otomana. La pregunta flota en esa electricidad hasta que, comme on dit, [f.d.] es asimilada. En la mayoría de los casos, ellas cambian de postura en la otomana y de pronto se ponen mucho más erguidas [f.d.], enderezan la espalda: se trata de un gesto inconsciente destinado a transmitir fuerza y autonomía, a afirmar que solo ellas tienen el poder de decidir cómo responden a la proposición. Nace de la inseguridad y del miedo a que una actitud ostensiblemente débil o flexible pueda hacer que yo las vea como candidatas para la [f.d. prolongada] dominación o la servidumbre. La dinámica psicológica de la gente es fascinante, el hecho de que la primera preocupación inconsciente de un sujeto sea qué puede haber en ella que pueda haber provocado semejante proposición, que pueda haber llevado a un hombre a pensar en semejante posibilidad. En otras palabras, las invade una preocupación autorreflexiva sobre la manera en que se presentan a sí mismas. Tendrías que estar allí en la habitación con nosotros para apreciar la dinámica totalmente compleja y fascinante que acompaña a ese silencio tenso. En realidad, tras su afirmación evidente de poder personal, el repentino cambio de postura transmite un claro deseo de sometimiento. De aceptar. De cooperar. En otras palabras, toda afirmación de [f.d.] poder significa, en ese contexto de tensión, una gallina. En la formalidad intensamente estilizada del [f.d.] juego masoquista, el ritual se pacta y se organiza de tal manera que la desigualdad aparente de poder resulta, de hecho, absolutamente potenciada y autónoma.

P.

—Gracias. Eso me demuestra que realmente me estás prestando atención. Que eres una interlocutora aguda y enérgica. Tampoco me he explicado de forma muy sutil. Lo que determinaría que tú y yo, por ejemplo, fuéramos a mi apartamento e iniciáramos una actividad contractual que incluyera mi [f.d.] juego propiamente dicho de atarte es que eso sería completamente distinto al hecho de atraerte hasta mi casa y allí abalanzarme sobre ti, someterte y atarte. No existiría ningún juego entonces. El juego consiste en tu sometimiento libre y autónomo al hecho de ser atada. El propósito de la naturaleza contractual del juego masoquista o [f.d.] de las ataduras (yo propongo y ella acepta, yo propongo algo más y ella también acepta) es formalizar la estructura de poder. Ritualizarla. El [f.d.] juego es el sometimiento a las ataduras, la renuncia al propio poder en beneficio de otro, pero el [f.d.] contrato (las [f.d.] reglas del juego, por llamarlas de algún modo) asegura que toda abdicación de poder es elegida libremente. En otras palabras, la afirmación de que estás lo bastante segura en la idea que tienes de tu propio poder personal como para renunciar de forma ritual a ese poder en beneficio de otra persona (en este ejemplo, yo), que a continuación procederé a quitarte los pantalones, el jersey y la ropa interior y a atarte las muñecas y los tobillos a los postes de mi cama de anticuario con cintas de satén. Por supuesto, en el contexto de esta conversación solamente estoy usándote como ejemplo. No creas que estoy proponiéndote ninguna posibilidad contractual. Apenas te conozco. Te garantizo… No es así como yo opero. [Risa.] No, querida, no tienes nada que temer de mí.

P.

—Pues claro que lo eres. Mi propia madre era, a decir de todos, un individuo magnífico, aunque mostraba un temperamento un poco desigual, por decirlo de algún modo. Se comportaba de forma errática y desigual en sus asuntos domésticos y cotidianos. Era errática en su trato con sus dos hijos gemelos, pero especialmente conmigo. Esto me ha legado ciertos complejos psicológicos relacionados con el poder y, tal vez, con la confianza. La frecuencia de la aceptación es prácticamente desconcertante. Cuando sus hombros se enderezan y su postura general se vuelve más erecta, la cabeza también se proyecta hacia atrás, de forma que ella queda sentada muy erguida y casi parece retirarse del espacio de la conversación, continúa en la otomana pero se retira tanto como puede dentro de la misma estructura espacial. Esa retirada aparente, aunque destinada a transmitir shock y sorpresa y por tanto que ella no es decididamente la clase de persona a quien se le hubiera ocurrido nunca la posibilidad de ser invitada a permitir que alguien la ate, realmente entraña una profunda ambivalencia. Un [f.d.] conflicto. Con esto quiero decir que una posibilidad que hasta entonces solo había existido internamente, potencialmente, en abstracto, como parte de las fantasías inconscientes y los deseos reprimidos del sujeto, de pronto acaba de ser exteriorizada y se le ha otorgado una entidad consciente, se ha convertido en una posibilidad [f.d.] real. De ahí la ironía fascinante de que un lenguaje corporal destinado a transmitir asombro en realidad sí que lo transmita, pero de una clase muy distinta. Concretamente el pasmo catártico que producen los deseos reprimidos al romper sus restricciones y penetrar en la conciencia, pero procedentes de una fuente externa, de un otro concreto que es también un varón y una pareja en el ritual de apareamiento y por lo tanto siempre apto para la transferencia. Por tanto, la expresión [sin f.d.] asimilar es mucho más apropiada de lo que en principio pudieras haber imaginado. Dicha penetración, por supuesto, solamente requiere tiempo cuando hay [f.d.] resistencia. Por ejemplo, sin duda conoces ese tópico rancio [f.d.]: No puedo creer lo que estoy oyendo. Considera su importancia.

P.: …

—Mi propia experiencia indica que el tópico no significa [f.d. prolongada]: No me puedo creer que esta posibilidad exista ahora en mi conciencia, sino más bien algo del tipo [f.d. prolongada y cada vez más molesta]: No me puedo creer que esta posibilidad se esté originando ahora en un punto externo a mi conciencia. Es la misma clase de asombro, esa misma demora de unos segundos antes de interiorizar o procesar que tiene lugar cuando a uno le dan una mala noticia de repente o es traicionado de pronto y de forma inexplicable por una figura de autoridad en la que hasta entonces confiaba, y en situaciones por el estilo. Durante ese intervalo de silencio asombrado todos los mapas psicológicos se redibujan, y cualquier gesto o ademán por parte del sujeto revela mucho más sobre ella que cualquier conversación banal o toda la experimentación clínica que se quiera llevar a cabo. Mucho más.

P.

—Estoy hablando de mujeres o de mujeres jóvenes, no de [f.d.] sujetos per se.

P.

—Los verdaderos gallos, esos casos raros en los que me he equivocado, mantienen una pausa más breve que el resto. Sonríen con educación, o incluso se ríen, y luego declinan la proposición en términos muy claros y directos. Sin problemas y sin sentirse ofendidas. Los mapas psicológicos internos de esos sujetos dejan espacio de sobra para la posibilidad de ser atadas, lo consideran libremente y lo rechazan también libremente. Simplemente no les interesa. No tengo ningún problema con eso, con descubrir que he confundido a un gallo con una gallina. Repito, no estoy interesado en forzar ni engatusar ni persuadir a nadie en contra de su voluntad. Y ciertamente no voy a suplicar. No se trata de eso. Las demás (las de la pausa larga, tensa y cargada de electricidad, el cambio de postura y los ademanes de asombro), no importa si aceptan o se muestran ofendidas y afrentadas, esas son las que importan, las que cooperan, con ellas no me he equivocado en absoluto. Cuando proyectan la cabeza hacia atrás… Pero siguen mirándome, observándome [f.d.] fijamente y todo eso, con toda la intensidad que uno asocia con alguien que está intentando decidir si pueden o no [f.d.] confiar en ti. Y en este momento [f.d.] confiar tiene un montón de connotaciones posibles: si les estás tomando el pelo, si vas en serio pero finges que les estás tomando el pelo a fin de evitar la vergüenza por adelantado si ellas se muestran afrentadas o disgustadas, o si estás siendo honesto pero has hecho la proposición de forma puramente abstracta, como uno hace esas preguntas hipotéticas del tipo [f.d.]: ¿Qué harías con un millón de dólares?, destinadas a obtener información sobre la personalidad de alguien de cara a deliberar sobre una posible cuarta cita. Etcétera. O si más bien se trata de una proposición seria. Incluso mientras… Se te quedan mirando porque quieren adivinar tus intenciones. Calibrarte, igual que tú por lo visto las has calibrado a ellas, tal como parece implicar la proposición. Quiero comunicarles lo mejor que pueda que la proposición es seria y específica. Que estoy dejando al descubierto mi conciencia ante ellas y abriéndome a la posibilidad de su rechazo o incluso de su asco. Por esta razón respondo a su mirada intensa con una mirada anodina y no digo nada para embellecer, complicar, matizar o interrumpir el procesamiento de sus propias reacciones psíquicas internas. Las obligo a admitir ante ellas mismas que tanto yo como la proposición vamos muy en serio.

P.: …

—Pero fíjate de nuevo en que no enfoco la cuestión de ninguna forma agresiva ni amenazante. A eso me refiero cuando hablo de [f.d.] mirada anodina. No lo propongo de ninguna forma repugnante o lasciva, y no parezco de ninguna forma ansioso, inseguro ni presa de un conflicto. Tampoco agresivo ni amenazador. Esto es crucial. Sin duda sabes, por tu propia experiencia, que la reacción natural e inconsciente de uno, cuando el lenguaje corporal de otra persona sugiere una retirada o un alejamiento de él, es inclinarse automáticamente hacia delante, o acercarse, como forma de compensar y preservar la relación espacial original. Yo evito este reflejo de forma consciente. Es extremadamente importante. No hay que cambiar de postura llevado por los nervios, inclinarse, relamerse ni enderezarse la corbata mientras ella está asimilando una propuesta como esta. Una vez, en una tercera cita, me encontré con uno de esos tics o reflejos musculares aislados en la frente que estuvo palpitando durante toda la velada y, una vez en la otomana, hizo que pareciera que yo estaba levantando y bajando una ceja en gesto rápido y lascivo, lo cual en los instantes psíquicamente tensos posteriores a la repentina proposición simplemente torpedeó toda la situación. Y aquel sujeto no era ni por asomo un gallo (era una gallina o yo no he inspeccionado nunca a una gallina) y, sin embargo, un solo tic involuntario en la ceja decapitó todas mis posibilidades, de forma que el sujeto no solo se marchó presa de un frenesí de horror y conflictos internos, sino que se olvidó el bolso, jamás regresó a por él e incluso se negó a responder a los mensajes telefónicos en los que yo le ofrecía simplemente devolverle el bolso en algún lugar público y neutral. Sin embargo, aquella decepción me proporcionó una valiosa lección acerca de los delicados lapsos de procesamiento y cartografía interiores que son esos momentos posteriores a la proposición. El problema de mi madre era que sus instintos maternales hacia mí (yo era, significativamente, el mayor de los gemelos y por tanto su hijo mayor), iban de forma errática a los extremos, iban del [f.d.] frío al calor. En un momento dado podía ser muy, pero que muy cariñosa y maternal, y al instante siguiente podía ponerse furiosa conmigo por cualquier nimiedad real o imaginaria y retirarme por completo su afecto. Se volvía fría hacia mí y me rechazaba abiertamente, rechazaba todos mis intentos infantiles de obtener de ella confianza y afecto, y a veces me enviaba solo a mi habitación y no me dejaba salir durante un período de tiempo especificado con rigidez, mientras mi hermana gemela seguía disfrutando de una libertad de movimientos total por toda la casa y seguía recibiendo su calor y su afecto maternal. Luego, cuando se terminaba el período de encierro estricto (es decir, en el preciso instante en que se terminaba mi [f.d.] tiempo muerto), mamá abría la puerta y me abrazaba con ternura y me secaba las lágrimas con la manga y me aseguraba que todo estaba perdonado y que todo volvía a ir bien. Aquella oleada de confianza y de cariño me persuadía de nuevo para que [f.d.] confiara en ella y volviera a venerarla y a cederle poder emocional, haciéndome de nuevo vulnerable al desastre que sobrevenía cada vez que ella decidía nuevamente volverse fría conmigo y mirarme como si yo fuera algún espécimen de laboratorio que nunca hubiera inspeccionado antes. Me temo que ese ciclo se fue repitiendo de forma incesante durante toda la relación que tuve con ella durante mi infancia.

P.

—Sí, acentuado por el hecho de que ella se dedicaba profesionalmente a la terapia clínica, era asistenta social y llevaba a cabo tests psiquiátricos y ejercicios de diagnóstico en un sanatorio de la ciudad. Una carrera a la que se reintegró en cuanto mi hermana y yo entramos en el sistema escolar siendo todavía unos mocosos. La imago de mi madre rige por completo mi vida psicológica adulta, me doy cuenta, y me obliga todo el tiempo a proponer y negociar rituales contractuales en los que se intercambia y se acepta libremente el poder, se ritualiza la sumisión y el control se cede y se reintegra en virtud de mi libre albedrío. [Risa.] Bueno, del sujeto. De su libre albedrío. También es legado de mi madre el que yo sepa con precisión en qué consiste, de dónde deriva y de dónde procede mi interés por tantear cuidadosamente a un sujeto y de pronto en nuestra tercera cita proponerle que me permita inmovilizarla con cintas de satén. Gran parte de la jerga irritante y pedante que uso para describir los rituales también procede de mi madre, que, mucho más que nuestro amable pero reprimido y ligeramente castrado padre, modeló nuestra habla y nuestra conducta en la infancia. La mía y la de mi hermana. Mi madre tenía un [f.d. prolongada] Máster en Trabajo Social Clínico, uno de los primeros que se concedieron a una mujer en la zona norte del Medio Oeste. Mi hermana es ama de casa y madre y no aspira a nada más, no al menos de forma consciente. Por ejemplo, [f.d.] otomana es el término que usaba mi madre tanto para el sofá como para los dos confidentes que había en nuestra sala de estar. El sofá que tengo en mi apartamento tiene respaldo y brazos y es por supuesto, técnicamente, un sofá o sillón, pero de forma inconsciente persisto en llamarlo otomana. Es un hábito inconsciente que parece que soy incapaz de modificar. La verdad es que he dejado de intentarlo. Algunos complejos es mejor aceptarlos y limitarse a adoptarlos en vez de luchar contra la imago con toda tu fuerza de voluntad. Mamá (que después de todo era, como debes de entender, alguien cuya profesión exigía mantener a personas encerradas, hacerles pruebas, tests, doblegar su voluntad y conformarlos al criterio de lo que las autoridades estatales llamaban enfermedad mental) doblegó mi voluntad de forma irrevocable ya en mi temprana infancia. He aceptado esto y he llegado a un acuerdo y he levantado estructuras complejas para amoldarme simbólicamente a ello y redimirlo. Se trata de eso. Ni el marido de mi hermana ni mi padre se dedicaron nunca a la crianza avícola. Mi padre, hasta que tuvo el infarto, era un ejecutivo de bajo nivel del ramo de los seguros. Por supuesto, el término [f.d.] gallina se usaba a menudo en nuestra clase (por parte de los niños con quienes yo jugaba y llevaba a cabo nuestros diversos rituales primitivos de socialización) para describir a un individuo débil y cobarde, un individuo cuya voluntad se podía doblegar con facilidad para acomodarse a los propósitos de los demás. Tal vez empleo de forma inconsciente metáforas avícolas para describir los rituales contractuales como forma simbólica de afirmar mi poder sobre quienes, paradójicamente, aceptan someterse. Sin apenas más fanfarria nos vamos a la otra habitación, donde está la cama. Estoy muy excitado. Mis modales han cambiado, se han vuelto más autoritarios e imperiosos. Pero no resultan amenazadores ni dan miedo. Algunos sujetos han afirmado que les resultaban [f.d.] inquietantes, pero te aseguro que no pretendo inquietar a nadie. Lo que transmito en esos momentos no es más que cierta imperiosidad autoritaria basada únicamente en la experiencia contractual en el momento en que informo al sujeto de que voy a [f.d.] instruirla. Irradio una experiencia que admito que puede parecer inquietante a alguien con una configuración psicológica concreta. Todas salvo las gallinas más curtidas empiezan preguntándome qué voy a hacerles. Yo, por mi parte, excluyo la palabra [f.d.] querer y todos sus equivalentes de mis instrucciones. No estoy expresando deseos ni pidiendo ni suplicando ni persuadiendo, solamente las informo. No se trata de eso. Luego vamos a mi dormitorio, que es pequeño y está dominado por una cama gigantesca de estilo eduardiano con cuatro postes. La cama en sí, que es enorme y tiene un aspecto decepcionantemente macizo, puede comunicar cierta amenaza, no es inconcebible, teniendo en cuenta el contrato que hemos estipulado. Siempre les hablo con expresiones del tipo [sin f.d.]: Esto es lo que vas a hacer, Tienes que hacer esto y aquello. Les digo cómo tienen que ponerse, cuándo han de darse la vuelta y cuándo han de mirarme. Las piezas de ropa tienen que quitarse en un orden muy concreto.

P.

—Sí, pero el orden no es tan importante como el hecho de que existe un orden, y que ellas se sometan al mismo. La ropa interior siempre va lo último. Me siento excitado de forma intensa pero poco convencional. Mis modales son bruscos y autoritarios pero no amenazadores. No estoy para tonterías. Algunas parecen nerviosas, otras fingen que están nerviosas. Unas cuantas ponen los ojos en blanco o hacen bromitas mordaces para convencerse a sí mismas de que solamente están [f.d.] jugando. Tienen que doblar su ropa, colocarla al pie de la cama, acostarse, tenderse boca arriba y eliminar todo vestigio de expresión o gesto de su cara mientras me quito la ropa.

P.

—A veces sí y a veces no. La excitación es intensa pero no específicamente genital. Yo me desnudo de forma simplemente práctica. Ni ceremoniosa ni apresurada. Irradio autoridad. Unas cuantas pollitas se rajan por el camino, pero muy, muy pocas. Las que se quieren ir, se van. El encierro es muy abstracto. Las cintas son de satén negro, compradas por catálogo. A medida que se someten a cada orden y a cada petición yo respondo con frases de reafirmación positiva, como, por ejemplo, Bien y Buena chica. Les digo que los nudos son lazos dobles y que se apretarán automáticamente si intentan resistirse o forcejear. En realidad no lo son. En realidad no existe nada que se llame lazos dobles. El momento crucial llega cuando yacen desnudas delante de mí, fuertemente atadas de las muñecas y los tobillos a los cuatro postes de la cama. Aunque ellas no lo saben, los cuatro postes son decorativos y no son macizos en absoluto y sin duda se romperían si ellas forcejearan para liberarse. Les digo: Ahora estás totalmente en mi poder. Las recuerdo allí desnudas y atadas a los postes de la cama, abiertas de brazos y piernas. Yo estoy de pie, desnudo, a los pies de la cama. Luego cambio deliberadamente la expresión de la cara y pregunto: ¿Tienes miedo? Dependiendo de cuál sea su actitud en esos momentos, a veces cambio la pregunta: ¿No tienes miedo? Ese es el momento crucial. Es el momento de la verdad. Todo el ritual… Tal vez sería mejor decir ceremonia, es más evocador, porque nosotros… Por supuesto, todo lo que sucede a partir de la proposición es una ceremonia… Y el clímax es la reacción del sujeto a esta frase. Al ¿Tienes miedo? Lo que hace falta es un reconocimiento doble. Ella tiene que reconocer que en esos momentos está totalmente en mi poder. Y también tiene que decirme que confía en mí. Tiene que reconocer que no tiene miedo de que yo la traicione o abuse del poder que ella me ha cedido. La excitación alcanza su cota máxima durante esta conversación y entra en un clímax prolongado que dura exactamente todo el tiempo que a mí me cuesta hacerle admitir todas esas cosas.

P.

—¿Perdón?

P.

—Ya te lo he dicho. Lloro. Es entonces cuando lloro. ¿Es que no has estado prestando la menor atención todo este tiempo que llevas ahí repantigada? Me acuesto al lado de ellas y lloro y les explico los orígenes psicológicos del juego y las necesidades que satisface en mí. Les abro el interior más profundo de mi psique y les pido compasión. Es muy raro el sujeto que no se queda muy, pero que muy conmovido. Me reconfortan lo mejor que pueden, teniendo en cuenta que están limitadas por las ataduras que yo les he aplicado.

P.

—Si termina en un acto sexual o no es algo que depende. Es impredecible. No hay manera de saberlo.

P.: …

—A veces hay que dejarse llevar por la atmósfera.

E. B. n.º 51, XI-1997

FORT DODGE, IOWA

—Siempre pienso: «¿Y si no puedo?». Luego pienso: «Mierda, no pienses en eso». Porque pensar en ello puede provocar que suceda. No es que me haya pasado muchas veces. Pero me da miedo. A todos nos da miedo. Cualquiera que te diga que no le da miedo es un embustero. Todo el mundo tiene miedo de que le pase. Luego siempre pienso: «No estaría preocupado si ella no estuviera aquí». Entonces me cabreo. Me da la impresión, no sé, de que ella está esperando algo. Que si ella no estuviera ahí tumbada esperando y preguntándose y, no sé, evaluando, ni siquiera se me habría ocurrido la idea. Entonces me entra una especie de cabreo. Me cabreo tanto que deja de importarme una mierda si puedo o no. Es como si me entraran ganas de darle una lección. Es como si le dijera: «Vale, puta, tú te lo has buscado». Luego todo va bien.

E. B. n.º 19, X-1996

NEWPORT, OREGON

—¿Por qué? Vaya. Bueno, no es solamente que seas guapa. Aunque lo eres. Es que eres rematadamente lista. Por eso. Esa es la razón. Chicas guapas las hay a patadas, pero no… Bueno, afrontémoslo, la gente verdaderamente lista cuesta de encontrar. De ambos sexos. Ya lo sabes. Creo que a mí me pone tu inteligencia más que ninguna otra cosa.

P.

—Ja. Es posible, supongo, desde tu perspectiva. Supongo que puede ser. Pero piensa en ello un minuto: ¿se le habría ocurrido esa posibilidad a una chica que no fuera tan rematadamente lista? ¿Habría tenido una chica tonta bastante sentido común como para sospechar eso?

P.

—Pues me has dado la razón. Así que puedes creer que lo digo en serio y no pensar que simplemente te estoy dando coba, ¿verdad?

P.: …

—Pues ven aquí…

E. B. n.º 46, VII-1997

NUTLEY, NUEVA JERSEY

—Lo único que… O piensa en el Holocausto. ¿Acaso el Holocausto fue bueno? De ninguna manera. ¿Acaso piensa alguien que fue bueno que ocurriera? De ninguna manera. Pero ¿has leído a Victor Frankl? ¿Has leído El hombre en busca de sentido de Victor Frankl? Es un libro increíble. Frankl estuvo en un campo de concentración en el Holocausto y el libro procede de esa experiencia, es sobre su experiencia en el Lado Oscuro de la humanidad y sobre cómo preservó su identidad humana en medio de la degradación del campo, la violencia y el sufrimiento total que estaban desgarrando su identidad. Es un libro increíble, pero piensa en ello: si no hubiera habido Holocausto ahora no existiría El hombre en busca de sentido.

P.

—Lo único que intento decirte es que hay que tener cuidado a la hora de rechazar de forma visceral la violencia y la degradación, también en el caso de las mujeres. Rechazar cualquier cosa de forma visceral es un error absoluto, eso es lo que estoy diciendo. Pero sobre todo en el caso de las mujeres, donde todo se limita a ese rollo tan condicionado y condescendiente de decir que son cosas frágiles y quebradizas y que pueden ser destruidas con facilidad. Es como si tuviéramos que envolverlas en algodones y protegerlas más que al resto de la gente. Eso me parece visceral y condescendiente. Estoy hablando de dignidad y de respeto, no de tratarlas como si fueran muñequitas de porcelana o algo así. Todo el mundo se siente a veces herido, vulnerado y roto. ¿Qué tienen de especial las mujeres?

P.

—Solamente digo que quiénes somos nosotros para decir que tener una relación incestuosa o ser agredido o violado no puede tener también sus aspectos positivos para los seres humanos a largo plazo. No que los tenga de forma necesaria todo el tiempo, pero ¿quiénes somos nosotros para decir de forma tan visceral que nunca los tienen? No digo que todo el mundo tenga que sufrir agresiones o violaciones, no digo que no sea totalmente terrible y negativo mientras está teniendo lugar, eso no lo cuestiono. Nadie podría decir eso. Pero eso es mientras está teniendo lugar. ¿Y qué pasa después? ¿Qué pasa al cabo del tiempo, qué pasa cuando la mujer tiene oportunidad de contar con una perspectiva más serena de la forma en que su mente reacciona? ¿Se adapta a lo que ha pasado, la forma en que lo que ha pasado se convierte en una parte de lo que ella es? Lo único que estoy diciendo es que no es imposible que haya casos en que todo eso pueda hacer crecer a la mujer. Te puede hacer más grande de lo que eras antes. Un ser humano más completo. Como Victor Frankl. O como ese refrán que dice que todo lo que no te mata te hace más fuerte. ¿Crees que el que dijo eso estaba a favor de que violaran a las mujeres? De ninguna manera. Lo que pasa es que no estaba siendo visceral.

P.: …

—No estoy diciendo que no existan las víctimas. Lo único que estoy diciendo es que a veces tendemos a ser estrechos de miras sobre los miles de cosas distintas que ayudan a la gente a convertirse en quienes son. Estoy diciendo que tenemos una perspectiva tan visceral y condescendiente sobre los derechos y la justicia perfecta y proteger a la gente que no nos paramos a considerar que nadie es solamente una víctima y que nada es solamente negativo y solamente injusto: casi nada es así. Lo único que… Es posible que incluso las peores cosas que te puedan pasar puedan terminar siendo factores positivos de tu persona. De lo que eres, porque eres una persona humana completa y no… Piensa en ser violada en grupo, degradada y atacada hasta quedar reducida a un fragmento minúsculo de tu vida, por ejemplo. Nadie va a decir que eso es bueno, no estoy diciendo eso, nadie va a decir que los cabrones que lo hicieron no tengan que ir a la cárcel. Nadie está sugiriendo que a la mujer le gustara mientras estaba ocurriendo o que tuviera que pasarle. Pero miremos dos cosas desde la perspectiva correcta. Una es que después ella sabe algo de sí misma que no sabía antes.

P.

—Lo que sabe es que la cosa más absolutamente terrible y degradante que podía imaginar que le pasara le ha pasado de verdad. Y ha sobrevivido. Todavía vive para contarlo. No estoy diciendo que se alegre, que se alegre de lo que ha pasado o que ahora esté en buena forma y entrechocando los talones de alegría por lo que le ha pasado, pero sigue viva y lo sabe, y ahora sabe algo. Quiero decir que lo sabe de verdad. Ahora su idea de ella misma y de lo que puede experimentar y aun así sobrevivir es más grande. Ha aumentado, se ha profundizado. Ahora es más fuerte de lo que hubiera imaginado nunca y lo sabe, sabe que es fuerte de una forma completamente distinta que si lo supiera porque se lo han dicho sus amigas o porque un orador en una reunión de estudiantes le haga repetir una y otra vez que es Alguien y que es Fuerte. Lo único que estoy diciendo es que ya no es la misma y que alguna de las maneras en que no es la misma… Por ejemplo, aunque todavía tiene miedo de ir andando hasta su coche a medianoche en un aparcamiento o de que la asalten y sufrir una violación en grupo, ahora tiene miedo de una forma distinta. No es que quiera que le pase de nuevo, ser violada en grupo, de ninguna forma. Pero ahora sabe que eso no la va a matar, podrá sobrevivir, no acabará con ella ni la convertirá en algo, no sé, infrahumano.

P.: …

—Y además ahora conoce mejor la condición humana, el sufrimiento, el terror y la degradación. Quiero decir que todos admitimos que el sufrimiento y el horror son parte de estar vivo y de la existencia, o al menos nos jactamos de que lo sabemos, de que así es la condición humana. Pero ahora ella lo sabe de verdad. No digo que se alegre. Pero piensa en cuánto se ha ampliado su perspectiva del mundo, piensa en lo amplia y profunda que se ha hecho su perspectiva mental. Puede entender el sufrimiento de una forma totalmente distinta. Es más de lo que era antes. Eso es lo que estoy diciendo. Ha crecido como ser humano. Ahora conoce algo que tú no conoces.

P.

—Esa es una reacción visceral, de eso estoy hablando, de coger todo lo que yo digo y filtrarlo a través de tu propia perspectiva estrecha y decir que lo que yo digo es: «Oh, pero si los tíos que la violaron le hicieron un favor». Eso no es lo que estoy diciendo. No estoy diciendo que fuera bueno ni justo ni que tuviera que haber pasado ni que ella no esté completamente hecha polvo y destrozada ni que tuviera que haber sucedido alguna vez. En cualquier situación en que una mujer estuviera siendo violada en grupo o atacada o algo así, si yo estuviera allí y tuviera el poder de decir «Adelante» o «Deteneos», les diría que se detuvieran. Pero yo no puedo hacer eso. Nadie puede hacerlo. Suceden cosas completamente horribles. La existencia y la vida destrozan todo el tiempo a la gente de toda clase de maneras espantosas. Lo sé bien, créeme, he pasado por ello.

P.

—Y yo creo que esa es la diferencia verdadera. Entre tú y yo. Porque no es una cuestión de política ni de feminismo ni de nada por el estilo. Para ti todo esto no son más que ideas, crees que estamos hablando de ideas. No has pasado por ello. No estoy diciendo que nunca te haya pasado nada malo en la vida, eres atractiva y apuesto a que te ha tocado padecer alguna clase de degradación en tu vida. No estoy hablando de eso. Estamos hablando de un terror, un sufrimiento y una violación totales, como lo que se cuenta sobre el Holocausto en El hombre en busca de sentido de Frankl. Del verdadero Lado Oscuro. Y chica, me doy cuenta simplemente mirándote de que nunca lo has vivido. Ni siquiera irías vestida de esa manera, créeme.

P.

—Puede que sí que admitas que crees que sí, que vale, que la condición humana está llena de un sufrimiento humano atroz y que uno puede sobrevivir a cualquier cosa. Y puede que lo creas realmente. Te lo crees, muy bien, pero ¿qué pasaría si te dijera que yo no lo creo, que yo lo ? ¿Cambiaría eso algo de lo que estoy diciendo? ¿Y si te dijera que mi mujer sufrió una violación en grupo? ¿Y si te contara una historia sobre una chica de dieciséis años que fue a la fiesta equivocada con el tío equivocado y sus amigotes y terminara… y le hicieran prácticamente todo lo que cuatro tíos te pueden hacer en términos de violaciones? Estuvo seis semanas en el hospital. ¿Y si te contara que todavía hoy tiene que ir a diálisis dos veces por semana, de lo mal que quedó?

P.

—Te podría decir que ella nunca diría que se lo buscó de ninguna forma ni le gustó ni le gusta tener solamente medio riñón, y si ella pudiera de alguna forma volver atrás y encontrar una forma de pararlo lo habría parado, y sin embargo, pregúntale si querría meterse en su propia cabeza y olvidarlo todo, no sé, borrar de su memoria la cinta de lo que pasó; ¿qué crees que diría ella? ¿Puedes estar completamente segura de lo que te diría? ¿Crees que desearía, no sé, no haber tenido nunca que estructurar su mente para amoldarse a lo que le pasó o para saber de pronto que el mundo te puede destrozar con tanta facilidad? Para saber que otros seres humanos, aquellos tíos, pueden mirarte mientras estás ahí tirada y verte por completo como una cosa, no como a una persona, sino como una cosa, como una muñeca hinchable o un saco de arena o un agujero, como un simple agujero en el que meten una botella de Jack Daniels tan adentro que te destrozan los riñones… Tal vez ella te diría que después de todo, por mucho que todo aquello fuera totalmente negativo, ahora por fin ella entiende que es posible, que la gente puede hacer esas cosas.

P.

—Verte como una cosa, que puedan verte como una cosa. ¿Sabes lo que eso significa? Es terrible, sabemos que como idea es terrible, y que está mal, y creemos que sabemos todas esas cosas sobre los derechos humanos y la dignidad humana y lo terrible que es arrebatarle la humanidad a alguien, lo que llamamos su humanidad, pero entonces te ocurre a ti, ¿lo ves?, y entonces lo sabes de verdad. Ya no es una simple idea que te hace reaccionar de forma visceral. Cuando te pasa es cuando pruebas en tus propias carnes el Lado Oscuro. No la simple idea de la oscuridad, sino el verdadero Lado Oscuro. Y ahora conoces su poder. El poder total. Porque si realmente uno puede ver a alguien como una cosa entonces le puede hacer cualquier cosa, no hay límites, la humanidad, la dignidad, los derechos, la justicia… Ya no hay límites. Lo único que… ¿Y si ella te dijera que es como hacer una gira breve y carísima por un lado de la condición humana del que todo el mundo habla como si lo conociera, pero en realidad ni siquiera se lo pueden imaginar, no de verdad, no a menos que uno lo haya vivido en sus carnes? De forma que si a fin de cuentas lo que ha pasado es que su visión del mundo se ha ampliado, ¿qué pasaría si yo te dijera eso? ¿Qué dirías tú? Y la visión que ella tiene de sí misma, su manera de percibirse. Ahora entiende que puede ser vista como una cosa. ¿No entiendes que eso puede cambiarlo todo…? ¿Que puede derrumbarlo todo? Tu visión de ti misma, lo que piensas acerca de ti misma. Puede derrumbar todo eso. ¿Y qué queda entonces? ¿Te parece que te lo puedes imaginar? Es como cuando Victor Frankl en su libro dice que en los peores momentos en el campo de concentración durante el Holocausto, cuando te han arrebatado la libertad, la intimidad y la dignidad porque estás desnudo en un campo atestado y tienes que ir al lavabo delante de todo el mundo porque ya no queda nada parecido a la intimidad y tu mujer ha muerto y tus hijos se mueren de hambre y tú tienes que verlo y no tienes comida ni calor ni mantas y os tratan como a ratas porque para ellos realmente sois ratas y no seres humanos y os llaman y os meten en un sitio y os torturan con aparatos científicos a fin de mostraros que pueden arrebataros también vuestros cuerpos, que vuestro cuerpo ya no sois vosotros, sino que es vuestro enemigo, es lo que ellos usan para torturaros porque para ellos es una cosa y con ella hacen experimentos de laboratorio, ni siquiera lo hacen por sadismo, no están siendo sádicos porque para ellos lo que están torturando no es un ser humano; que cuando se derrumba todo lo que tiene alguna relación con el individuo que crees ser, entonces lo que queda, ¿qué es? ¿Qué es lo que queda, si es que queda algo? ¿Sigues vivo y por tanto lo que queda eres tú? ¿Y eso qué es? ¿Qué quiere decir «tú» ahora? Ha llegado el momento crucial, ahora es cuando descubres lo que eres de verdad para ti misma. Lo que la mayoría de la gente con dignidad, humanidad, derechos y todo eso nunca llega a saber. Lo que es posible. Que nada es sagrado de forma automática. De eso está hablando Frankl. Está diciendo que es mediante el sufrimiento, el terror y el Lado Oscuro como se revela lo que queda, y solamente entonces lo sabes.

P.

—¿Y si te dijera que ella dijo que lo peor no fue la violación ni el terror ni el dolor ni nada de eso, sino…? ¿Que lo más fuerte, después, al intentar estructurar su mente en relación a lo ocurrido, al encajar lo ocurrido en su mundo, que lo peor y lo más duro de todo fue descubrir que ella también podía pensar en sí misma de ese modo si quería? En sí misma como una cosa. Que es totalmente posible pensar en ti misma no como en ti, ni siquiera como una persona, sino como una cosa, como hicieron aquellos tíos. Y qué fácil y poderoso resultó pensar de ese modo, incluso mientras la violación estaba teniendo lugar, qué sencillo fue desdoblarse y subir flotando hacia el techo y desde allí quedarse mirando hacia abajo y ver que la cosa estaba cada vez peor y le iban haciendo cosas peores y la cosa eras tú pero no significaba nada, no tenía ningún significado automático, y aquello producía una sensación intensa de libertad y poder en muchos sentidos, el hecho de que ya no hubiera límites y todo estuviera sobre la mesa y pudieras hacerle cualquier cosa a alguien, incluso a ti misma si querías, porque a nadie le importaba y porque nada importaba porque qué eras tú en el fondo si no una cosa donde meter una botella de Jack Daniels, y a quién le importaba si era una botella y qué más daba si era una polla, un puño, un desatascador o este bastón… ¿Cómo debe de ser ser capaz de hacer eso? ¿Crees que puedes imaginártelo? Crees que sí, pero no puedes. ¿Y si te dijera que ella sí que puede ahora? ¿Y si te dijera que ella sí que puede porque le ha pasado todo eso y ahora sabe con certeza que es posible no ser más que una cosa pero que, igual que Victor Frankl, en adelante durante cada minuto de la vida uno puede elegir ser más si quiere, puede elegir ser un ser humano y que eso signifique algo? ¿Qué dirías entonces?

P.

—Estoy tranquilo, no te preocupes por mí. Es como cuando Frankl descubrió que no es algo automático, que uno tiene que decidir ser un ser humano con derechos sagrados en lugar de una cosa o una rata, y la mayoría de la gente es tan petulante y visceral y va por la vida tan sonámbula que no saben ni siquiera que es algo que uno tiene que decidir por sí mismo y que solamente tiene significado cuando todos los decorados y los accesorios del escenario que te permitían ir por la vida con tanta petulancia asumiendo que no eres una cosa se derrumban y se rompen porque de pronto el mundo te ve como a una cosa, todo el mundo cree que eres una rata o una cosa y ahora depende de ti, eres la única persona que puede decidir si eres más. ¿Y si te dijera que ni siquiera he estado casado? ¿Entonces qué? Entonces es la hora de la verdad, créeme, chica, y créeme que cualquiera que haya sufrido esa clase de asalto total y de violación en la que todo lo que creían que tenían de forma automática cuando nacieron, y que les permite ir por el mundo con tanta petulancia asumiendo de forma automática que son más que una cosa, se derrumba y se junta todo dentro de una botella de Jack Daniels que te meten por el culo cuatro tíos borrachos para quienes tu violación y tu sufrimiento es su idea de la diversión, una forma de matar un par de horas, nada importante, probablemente ninguno de ellos se acuerda, créeme que nadie que haya sufrido esta clase de cosas llega a tener una perspectiva tan amplia después, a saber con total seguridad que siempre es una decisión, que eres tú el que te construyes a ti mismo a cada segundo a partir de ahora, que el único que piensa que eres una persona todo el tiempo eres tú y que puedes dejar de hacerlo en cualquier instante y que siempre que quieras puedes volver a ser una simple cosa que come, folla, caga, intenta dormir, va a diálisis, una cosa a la que le meten una botella cuadrada por el culo, tan adentro que se rompe, cuatro tíos borrachos que se ponen a darle patadas en los huevos para que se doble hacia delante, cuatro tíos a los que ni siquiera conocías ni habías visto en tu vida y a quienes nunca hiciste nada que le diera algún sentido al hecho de que quisieran darte de patadas o violarte o desear aquella clase de degradación total. Que ni siquiera sabían tu nombre, que te hicieron aquello y ni siquiera sabían cómo te llamabas, no sabían que tenías nombre. Uno no tiene nombre de forma automática, no es algo que todo el mundo tenga, ¿sabes? Un día descubres que tienes que decidir incluso el mero hecho de tener nombre o ser algo más que una máquina programada con reacciones distintas cuando te hacen cosas distintas, cuando se les ocurren cosas para matar el rato hasta que se cansan y que después te toca a ti decidir durante todo el tiempo de tu vida, ¿y si te dijera que me pasó a mí? ¿Cambiaría eso algo? ¿Todas esas ideas políticas viscerales tuyas acerca de las víctimas? ¿Es que hay que ser una mujer? Te crees, a lo mejor te crees que te lo podrías imaginar mejor si se tratara de una mujer porque sus rasgos exteriores se parecen más a los tuyos, de forma que es más fácil verla como a un ser humano que está siendo violado, pero si es alguien con polla y sin tetas ya no te parece tan real. Pero si en el Holocausto no hubiera habido judíos sino únicamente yo, ¿a quién crees que le importaría? ¿Crees que a alguien le importó Victor Frankl o que alguien admiró su humanidad hasta que escribió El hombre en busca de sentido? No estoy diciendo que me sucediera a mí ni a él ni a mi mujer, ni siquiera que haya sucedido, pero ¿y si hubiera sucedido? ¿Y si yo te lo hiciera a ti? Aquí mismo. ¿Y si te violara con una botella? ¿Acaso cambiaría algo? ¿Por qué? ¿Qué eres tú? ¿Tú qué sabes? No tienes ni puta idea.