ST. DAVIDS, PENSILVANIA
—Me ha costado todas las relaciones sexuales que he tenido. No sé por qué lo hago. No me considero una persona politizada. No soy uno de esos tipos que claman por América, leen los periódicos y se preocupan por si se aprueban las leyes de Buchanan. Lo estoy haciendo con alguna chica, no importa con quién. Es cuando empiezo a correrme. Entonces me pasa. No soy demócrata. Ni siquiera voto. Una vez me asusté mucho y llamé a un programa de la radio, a un médico de la radio, sin decir mi nombre, y me diagnosticó la vociferación incontrolada y estridente de palabras o expresiones involuntarias, a menudo insultantes o escatológicas, cuyo nombre técnico es coprolalia. Pero cuando empiezo a correrme y me pongo a gritar, lo que digo no es insultante ni obsceno. Es siempre lo mismo y es muy raro, pero no lo consideraría insultante. Me parece simplemente raro. E incontrolable. Me sale igual que le sale a uno el semen, produce la misma sensación. No sé por qué pasa y no puedo evitarlo.
P.
—«¡Victoria para las fuerzas de la libertad democrática!». Pero mucho más fuerte. Como si lo gritara. De forma incontrolable. Ni siquiera pienso en ello hasta que se me escapa y lo oigo. «¡Victoria para las fuerzas de la libertad democrática!». Pero mucho más fuerte: «¡VICTORIA…!».
P.
—Bueno, se asustan mucho, ¿usted qué cree? Y yo me muero de vergüenza. No sé ni qué decir. ¿Qué diría usted si gritara «Victoria para las fuerzas de la libertad democrática» en el momento de correrse?
P.
—No me daría tanta vergüenza si no fuera tan raro, joder. Si tuviera alguna idea de por qué pasa. ¿Me entiende?
P.: …
—Joder, ahora mismo estoy avergonzado.
P.
—Pero solamente pasa una vez. A eso me refiero cuando digo lo que me ha costado. Me doy cuenta de que se asustan mucho y me entra vergüenza y no las vuelvo a llamar. Por mucho que intente explicárselo. Y las que más me avergüenzan son las que se muestran comprensivas, como si no les importara y no pasara nada y lo entendieran y no les molestara, porque gritar «¡Victoria para las fuerzas de la libertad democrática!» cuando estás eyaculando es tan raro, joder, que siempre me doy cuenta de que están alucinando y simplemente se muestran condescendientes conmigo y fingen que lo entienden. Y son esas las que de verdad me hacen cabrearme y no me da vergüenza no llamarlas o evitarlas por completo, las que dicen: «Creo que podría quererte a pesar de todo».
INSTITUTO DE OBSERVACIÓN Y ASESORAMIENTO
MCI-BRIDGEWATER
BRIDGEWATER, MASSACHUSETTS
—Es una propensión, y dado que la coerción es mínima y no se produce un daño real, resulta esencialmente benigna, creo que tiene que estar usted de acuerdo. Y sorprendentemente son muy pocos los que necesitan alguna coerción, se lo aseguro.
P.
—Desde un punto de vista psicológico el origen resulta obvio. Distintos psicoanalistas coinciden, añadiría yo, en este sentido y en todos los demás. De manera que está todo muy claro.
P.
—Bueno, mi propio padre era, por decirlo de algún modo, un hombre cuya propensión natural no era portarse bien, pero a pesar de todo intentaba con diligencia ser un buen hombre. Perdía los estribos y todo eso.
P.
—Bueno, no es lo mismo que si las torturara o las quemara.
P.
—La propensión de mi padre a la furia, sobre todo [ininteligible o distorsionado] a Urgencias por enésima vez, porque tenía miedo de su propia cólera y de su propensión a la violencia doméstica, que se fraguó durante un período de tiempo, y eventualmente recurrió, tras ese período de tiempo y varios períodos de asistencia psicológica fallida, a la práctica de esposarse las muñecas detrás de la espalda siempre que perdía los estribos con alguno de nosotros. En casa. Cosas domésticas. Pequeños accidentes domésticos que van socavando la paciencia de uno y todo eso. Aquella contención de sí mismo fue progresando durante cierto tiempo de manera que cuanto más furioso se ponía con nosotros se contenía de forma más coercitiva. A menudo el pobre hombre terminaba el día atado de pies y manos en el suelo de la sala de estar, gritándonos con furia que le pusiéramos su maldita mordaza. No sé si esa historia puede interesar a alguien que no tuviera el privilegio de estar allí. Intentando ponerle la mordaza sin ser mordido. Pero, por supuesto, aquello nos permite explicar mi propensión y rastrear su origen y tenerlo todo bien claro y ordenado para explicárselo, ¿no es cierto?
VIENNA, VIRGINIA
—De acuerdo, lo soy, vale, sí, pero espera un segundo, ¿vale? Necesito que intentes entender esto, ¿de acuerdo? Ya sé que soy huraño. Ya sé que a veces soy un poco retraído. Ya sé que es difícil estar conmigo, ¿vale? ¿De acuerdo? Pero eso de que cada vez que me muestro huraño o retraído tú pienses que me voy a marchar o que me estoy preparando para dejarte, eso no lo soporto. Eso de que me tengas miedo todo el tiempo. Me agota. Me hace sentir como si tuviera, no sé, que esconder mi estado de ánimo porque enseguida vas a pensar que estoy así por ti y que me estoy preparando para largarme y dejarte tirada. No confías en mí. No. No estoy diciendo que después de toda nuestra historia me merezca un montón de confianza por las buenas. Pero es que tú no confías en mí para nada. Hay confianza cero haga lo que haga. ¿Sí o no? Te prometí que no me iba a largar y tú me dijiste que te creías que por fin me había entregado realmente, pero no era verdad. ¿Sí o no? Admítelo, ¿vale? No confías en mí. Todo el tiempo estoy pisando huevos. ¿No lo ves? No puedo estar todo el tiempo intentando transmitirte confianza.
P.
—No, no digo que esto haya de transmitir confianza. Esto solamente pretende hacerte ver… De acuerdo, mira, las cosas tienen momentos buenos y malos, ¿sí o no? A veces la gente está más entregada y a veces menos. Así son las cosas. Pero tú no aguantas las malas rachas. Parece como si las malas rachas no estuvieran permitidas. Y ya sé que en parte es culpa mía, ¿sí o no? Ya sé que lo que pasó las otras veces no te ha infundido confianza precisamente. Pero eso no lo puedo cambiar, ¿vale? Estamos en el presente. Y ahora me da la impresión de que cada vez que no tengo ganas de hablar o me siento abatido o retraído tú crees que estoy planeando darte plantón. Y eso me rompe el corazón. ¿Vale? Me rompe el corazón. A lo mejor si te quisiera un poco menos o me importaras un poco menos podría soportarlo. Pero no puedo. De manera que sí, así es como están las cosas, me largo.
P.
—Y lo estaba. Así es justamente como me temía que te lo tomaras. Yo ya sabía que tú ibas a pensar que esto quiere decir que tenías razón al tener miedo y al no sentirte nunca segura ni confiar en mí. Sabía que ibas a decir: «¿Ves?, al fin y al cabo te marchas, que es lo que me prometiste que no ibas a hacer». Ya lo sabía, pero voy a intentar explicarme de todos modos, ¿vale? Y ya sé que probablemente tampoco vas a entender esto, pero… espera… intenta escucharme a ver si puedes asimilar esto, ¿vale? ¿Estás lista? El que yo me vaya no es la confirmación de todos tus miedos sobre mí. No lo es. Es por culpa de esos miedos. ¿Vale? ¿Lo entiendes? Es tu miedo lo que no aguanto. Es contra tu desconfianza y tu miedo que he estado luchando. Y ya no puedo luchar más. Me he quedado sin energía para seguir. Si te quisiera un poco menos a lo mejor podría soportarlo. Pero esto me está matando, esta sensación constante de que te estoy asustando y de que nunca te transmito confianza. ¿Es que no lo entiendes?
P.
—Desde tu punto de vista sí que es irónico, lo entiendo. Vale. Y entiendo que ahora me odies con todas tus fuerzas. Y he pasado mucho tiempo intentando llegar a este momento en que estoy preparado para enfrentarme al hecho de que me odies y a esa mirada que tienes como si se hubieran confirmado todos tus miedos y sospechas, porque tendrías que verla, ¿vale? Te juro que cualquiera que pudiera verte la cara ahora mismo entendería por qué me voy.
P.
—Lo siento. No quiero echarte toda la culpa. Lo siento. No es culpa tuya, ¿vale? O sea, tiene que ser cosa mía si no puedes confiar en mí después de todas estas semanas ni soportar unas cuantas idas y venidas normales sin estar pensando todo el tiempo que estoy planeando marcharme. No sé qué es, pero tiene que ser cosa mía. Vale, ya sé que lo nuestro no ha sido una maravilla, pero te juro que todo lo que dije lo dije de verdad, y lo he intentado al ciento por ciento. Te lo juro por Dios. Lo siento muchísimo. Daría lo que fuera por no hacerte daño. Te quiero. Te querré siempre. Espero que me creas, pero renuncio a seguir intentando que me creas. Por favor, créeme que lo he intentado. Y no creas que esto tiene que ver con ningún defecto tuyo. No te hagas eso a ti misma. Es por nosotros, es por nosotros que me voy, ¿de acuerdo? ¿No lo entiendes? ¿Entiendes que no es lo que tú siempre estabas temiendo? ¿Lo entiendes? ¿Admites que tal vez podrías haberte equivocado, solamente tal vez? ¿No podrías admitir al menos eso? Porque esto tampoco es precisamente agradable para mí, ¿sabes? Marcharme de esta manera y quedarme con esa cara que estás poniendo como imagen final de ti. ¿Es que no ves que yo también estoy hecho polvo? ¿No lo ves? ¿Que no eres la única?
TRENTON, NUEVA JERSEY [CAZADA AL VUELO]
R.: O sea, que me quedé sentado el último como hago siempre y todo ese rollo.
A.: Sí, hay que quedarse sentado, relajarse y ser el último en levantarse. ¿Por qué todo el mundo tiene que levantarse siempre en cuanto el trasto se para y abalanzarse al pasillo si lo único que se consigue así es quedarse uno cinco minutos de pie cargado con todas las bolsas y sudando a mares solamente para poder…?
R.: Esperé hasta el final y salí por fin al tubo ese que sale del avión y llegué a esa zona, ya sabes, la de las llegadas y los recibimientos esperando poder coger un taxi para…
A.: Qué deprimentes son siempre los comunicados por megafonía para que te dirijas a la zona de llegadas y recibimientos, y allí tienes que ver cómo a todo el mundo van a recibirlo y la gente chilla de alegría y se abraza, y luego están los tíos de los coches de alquiler con los nombres de sus pasajeros escritos en cartones, y tu nombre siempre está mal escrito y el l…
R.: Calla un segundo, joder, y escúchame, lo que pasó es que cuando salí ya se había marchado casi todo el mundo.
A.: Quieres decir que en ese momento la gente ya se había dispersado.
R.: Y la única persona que quedaba era una chica apoyada en la cuerda asomándose al tubo que salía del avión y por fin la chica me vio y yo también me la quedé mirando al salir porque ya se había marchado todo el mundo menos ella, ¿y sabes qué hizo? Pues cogió y se puso de rodillas y se echó a llorar como una Magdalena y empezó a aporrear la alfombra y a arañarla y a arrancar trozos de ese producto barato con que las hacen y que por culpa del pegamento bajo en polímeros que usan se despega enseguida, con lo que se acaban triplicando los costes de mantenimiento, no hace falta que te lo explique, y allí seguía ella, aporreando y arrancando el producto con las uñas, inclinada hacia delante de tal manera que se le veían las tetas. Totalmente histérica y llorando como una Magdalena allí en medio.
A.: Otra cálida bienvenida a Dayton, como dice el puto sistema de megafonía: «Nos alegra darle la bienve…».
R.: No, pero la historia sigue, escucha, yo fui a preguntarle si estaba bien, qué le pasaba y todo eso y así pude verle más de cerca las tetas, porque te juro que tenía unas tetas increíbles debajo de un top ajustado que era como una especie de leotardo en forma de top que llevaba debajo del abrigo, y la tía seguía arrodillada y dándose mamporros en la cabeza y haciendo pruebas de resistencia manual con el producto de la alfombra de la zona de llegadas, y entonces fue y me explicó que había un tío del que estaba enamorada y todo ese rollo, y el tío le había dicho que él también estaba enamorado de ella, pero por lo visto ya estaba comprometido cuando se conocieron y se enamoraron locamente, de manera que tuvieron todo un rollo de tira y afloja y un drama de aquí te espero, y yo la escuché con amabilidad allí de pie y ella me explicó que por fin el tipo se había bajado del burro y le había dicho que se rendía ante el amor de la tía de las tetas y se había comprometido con ella y le había dicho que se marchaba a Tulsa, que era donde el tío vivía, para decirle a la otra tía que se había comprometido con esta y para romper en Tulsa y así poder por fin rendirse ante la tía histérica de las tetas que le había dicho que le quería más que a nada en el mundo y que sentía una «afinidad» entre sus almas y todos esos rollos con música de fondo de violines y que había sentido que por fin, joder, después de todos los cagones e hijoputas que le habían dado mala vida por fin había conocido a un tipo en el que podía confiar y al que podía amar y con cuya alma sentía una afinidad y todo ese rollo de los violines y los corazones y las flo…
A.: Y bla, bla, bla.
R.: Bla, bla, y me contó que el tío se había largado con el avión a Tulsa para romper de una vez por todas su compromiso con la chica de antes, tal como se había comprometido a hacer, para luego volver a los brazos de esta tía de Dayton que estaba ahí de pie con sus pañuelos de papel y sus tetas en la zona de llegadas llorando como una Magdalena delante de este servidor.
A.: Anda que no se ve venir el resto.
R.: Vete a la mierda, pues resulta que el tipo se había puesto la mano en el corazón y todo ese rollo y le había jurado que iba a volver con ella y que iba a llegar precisamente en aquel avión y le había dado el número de vuelo y la hora y ella le había jurado que estaría allí para recibirlo con sus tetas, y resulta que le había contado a todas sus amigas que por fin se había enamorado del hombre correcto y que él iba a romper con su novia y a venirse con ella, y la tía había limpiado su casa para que él se instalara cuando volviera y se había hecho un peinado de esos enormes con laca que se hacen y se había puesto perfume en sus partes, ya sabes, y todo ese rollo tan típico y se había puesto sus mejores vaqueros de color rosa, ¿te he mencionado que la tía llevaba unos vaqueros de color rosa y unos tacones que estaban diciendo «fóllame» en varios millones de idiomas de todo el mundo…?
A.: Je, je.
R.: Llegado aquel punto estábamos en esa especie de cafetería diminuta que hay justo saliendo de las puertas de USAir, ese sitio de mierda que no tiene sillas y en donde te tienes que quedar de pie en las mesas con tu café asqueroso de dos dólares, con la maleta de las muestras y la bolsa y todas tus cosas en esos azulejos de mierda que tienen en el suelo, que ni siquiera son Thermoset y con las piezas que ya se están empezando a despegar, y yo le iba pasando los pañuelos de papel y la seguía escuchando y todo ese rollo, y ella me contó que había pasado el aspirador por el coche y hasta había cambiado el ambientador ese que cuelga del retrovisor y había tenido que correr para llegar a tiempo al aeropuerto y poder recibir el vuelo en el que ese tipo supuestamente de confianza había jurado por su madre que vendría.
A.: El tío era un hijoputa de la vieja escuela.
R.: Calla, y resulta que la tía me contó que el tío la había llamado y que ella había recibido la llamada justo cuando se estaba echando las últimas gotas de perfume en sus partes y cardándose el pelo en todas direcciones, así como hacen ellas, antes de salir pitando para el aeropuerto, y entonces había sonado el teléfono y se había oído un montón de crujidos y de electricidad estática y ella me contó que el tío le había dicho que la estaba llamando desde el cielo, fíjate qué romántico él, o sea, que la estaba llamando desde el vuelo con uno de esos telefonillos que tienen los aviones donde se supone que tienes que pasar tu tarjeta de lado por el respaldo del asiento de delante, y le dice que…
A.: El precio de esas llamadas asciende a seis dólares por minuto, son una estafa y además están los recargos que añade la región que estás sobrevolando, con un gravamen doble si te dicen que la región colinda en el mapa con…
R.: No te estoy hablando de eso, ¿quieres escuchar? Lo que te estaba contando es que la chica había llegado antes de tiempo a la zona de las llegadas y los recibimientos y ya estaba llorando como una Magdalena por culpa del amor y los violines del compromiso y la confianza que llegaban por fin y me contó que se había quedado allí, toda alegre y confiada como una patética idiota, dice, y entonces había llegado el vuelo y los pasajeros habíamos empezado a salir todos y el rebaño de los que tenían prisa había salido pitando por el tubo del avión, pero el tipo no estaba en el primer grupo ni tampoco en el segundo y la gente había ido saliendo en pequeños grupos de personas como si el trasto los fuera cagando, ya sabes.
A.: Joder, tendría que saberlo con todo el tiempo que paso saliendo de los av…
R.: Y me contó que se había quedado allí como una patética idiota y sin que su fe le flaqueara en absoluto había seguido observando por encima de la cuerda de ocho hebras de color marrón, ya sabes, esa cuerda de ocho hebras que rodea la zona, con ese remate tan bonito que imita al terciopelo, y se había quedado a un lado mientras todo el mundo se abrazaba y se reunía o se iba a la zona de equipajes y había estado todo el tiempo esperando a que el tipo saliera con el siguiente grupo, el siguiente zurullo de gente, y luego con el siguiente, y el siguiente, todo el tiempo esperando.
A.: Pobre atontolinada.
R.: Hasta que al final había salido yo el último como siempre y ya no quedaba nadie más salvo quizá la tripulación, que ya salía con sus bolsas idénticas, esas bolsas exactamente idénticas que por alguna razón siempre me han dado mala espina, y ya estaba, yo era el último, y ella…
A.: O sea, que me estás diciendo que no era por ti que la tía estaba gritando y aporreando el suelo, lo único que pasaba era que tú eras el último y no eras el hijoputa aquel. El muy cabrón debió de falsificar el crujido de la electricidad estática, es fácil, si enciendes la maquinilla de afeitar eléctrica cerca del teléfono se oye un ruido como de electricidad estática que se parece a…
R.: Te juro que nunca has visto a nadie de la manera en que estaba aquella tía, y por eso piensas que la expresión «corazón roto» no son más que palabras y bla, bla, pero cuando uno veía a aquella chica dándose porrazos en la cabeza con la mano por haber sido tan estúpida y llorando tanto que apenas podía respirar y todo ese rollo, abrazándose y balanceándose, dando unas palmadas tan fuertes en la mesa que uno tenía que levantar la taza del café para que no se volcara, y diciendo que todas sus amigas le habían dicho que los hombres eran unos cabrones y que no había que fiarse de ellos y de pronto había encontrado uno en el que por fin podía confiar para que se comprometiera e hiciera lo debido, pero al final ellas tenían razón, era una estúpida, los hombres son unos cabrones.
A.: Los hombres casi siempre son unos cabrones, tienes razón, je, je.
R.: Y yo, yo estaba allí aguantando un café que ni siquiera me apetecía, era muy tarde y ya ni siquiera me apetecía un descafeinado, escuchándola, y tengo que admitir que me conmovió un poquito la chavala aquella con su desengaño amoroso. Te lo juro, tío, tú nunca has visto nada parecido al desengaño de la tía aquella de las tetas, y yo fui y le empecé a decir que tenía razón, que el tío era un cabrón y que no se la merecía, y que era verdad, que los hombres son unos cabrones, y que estaba conmovido y todo ese rollo.
A.: Je, je. ¿Y qué pasó después?
R.: Je, je.
A.: Je, je, je.
R.: ¿Hace falta preguntarlo?
A.: Hijoputa, cabronazo.
R.: Bueno, ya sabes cómo son las cosas. ¿Qué va a hacer uno?
A.: Hijoputa.
R.: Bueno, ya sabes.
DRURY, UTAH
—Tengo que admitir que fue una razón de peso para casarme con ella, el pensar que probablemente no iba a encontrar nada mejor porque a ella le había quedado un buen cuerpo incluso después de haber tenido un hijo. Esbelto, bien formado y con buenas piernas. Había tenido un hijo, pero no tenía el cuerpo todo inflado y lleno de venas y colgajos. Probablemente suena superficial, pero es la verdad. Siempre he tenido miedo a casarme con una mujer atractiva, luego tener un hijo y que se le estropee el cuerpo y a pesar de ello seguir obligado a tener relaciones sexuales con ella porque he firmado para acostarme con ella el resto de mi vida. Probablemente esto suena espantoso, pero es como si en su caso estuviera probada de antemano. El chaval no le había estropeado el cuerpo, de modo que era una buena candidata para firmar con ella, tener hijos y seguir teniendo relaciones sexuales. ¿Acaso suena superficial? Dime qué te parece. ¿No será que la verdad auténtica sobre este tipo de cuestiones siempre suena superficial, ya sabes, las razones verdaderas? ¿Qué te parece? ¿Cómo suena eso?
ROSWELL, GEORGIA
—Pero ¿quieres saber cómo hacerlo realmente bien? ¿Cómo un Gran Amante complace a una mujer? Todos los típicos listillos de tres al cuarto te dirán que lo saben, que son una autoridad y todo eso. No es un pitillo, cariño, tienes que retener el humo dentro. La mayoría de esos tíos no tienen ni puñetera idea de cómo dar placer a una mujer. La verdad es que no. A muchos ni siquiera les interesa, esa es la verdad. Esos son la primera clase: el tío tosco, Joe el Cervecero, ya sabes, el típico cerdo. Esos tipos apenas son del todo conscientes de la vida, y en lo tocante a hacer el amor son puro egoísmo. Quieren conseguir todo lo que puedan y, en la medida en que puedan conseguirlo, eso es lo único que les interesa. Son esos tíos que se arrastran encima de la mujer, la agarran y en cuanto se corren se arrastran en la dirección contraria y empiezan a roncar. Con cuidado. Supongo que son el típico estereotipo masculino de los de antes, un tío mayor, de esos que llevan veinte años casados y ni siquiera saben si su mujer se corre alguna vez. Ni siquiera se le ocurre preguntárselo. Él se corre y eso es lo único que le importa.
P.
—Esos no son los tipos de los que te hablo. Esos son más bien como animales, entran y salen y se acabó lo que se daba. Agárralo más cerca de la punta y no inhales tanto como con un cigarrillo normal. Tienes que quedarte con el humo dentro e irlo absorbiendo. Es mía, yo la cultivo, tengo una habitación entera forrada de película de Mylar e iluminada, cariño, no te ibas a creer lo que tengo. Esos tíos son como animales, ni siquiera entran en el juego del que te estoy hablando. No, porque los tíos de que estamos hablando son la segunda clase básica de hombre, el tío que se cree que es un Gran Amante. Y para esos tíos es realmente importante creer que lo hacen bien. Eso les preocupa durante una gran parte de su tiempo: el creer que lo hacen bien y que saben cómo complacerlas. Estoy hablando de los listillos que van de hombres sensibles. A primera vista parecen lo contrario de la escoria a los que todo les importa una mierda. Así mejor, pero despacio. No creas que esos tipos son mejores que los cerdos toscos. El hecho de que se vean a sí mismos como Grandes Amantes no quiere decir que les importe más la mujer que a los cerdos, y en el fondo no son ni una pizca menos egoístas en la cama. A esta clase de tíos lo que los excita en la cama es la propia idea que tienen de sí mismos como Grandes Amantes capaces de hacer que las chicas pierdan la cabeza cuando están en la cama. Lo que les da morbo es el placer de las mujeres y darles placer. Eso es lo que les mola a esa clase de tíos.
P.
—Oh, pues como yo digo, pasarse horas enteras entrando y saliendo del chichi, aguantándose las ganas de correrse para poder resistir durante horas enteras, conocer el punto G y la Postura del Éxtasis y esas cosas. Ir a Barnes & Noble a comprar las últimas novedades en libros sobre sexualidad femenina para poder mantener al día sus conocimientos. A juzgar por tu cara adivino que te has encontrado con alguno de estos listillos una vez o dos, con su aftershave con feromonas, su aceite corporal de fresa, sus lociones, sus masajes de experto, sus conocimientos sobre el lóbulo de la oreja y lo que quiere decir cada manera de ruborizarse y la aureola y la parte posterior de la rodilla y ese nuevo puntito ultrasensible que dicen que han descubierto justo detrás del punto G, esta clase de tíos saben todas estas cosas, y puedes estar puñeteramente segura de que te explicarán que lo saben. Aquí, cógelo por aquí. Yo te enseño cómo. Ah, cariño, y puedes estar segura de que esa clase de tíos quieren saber si ella se ha corrido y cuántas veces y si es la mejor experiencia que ella ha tenido y esas cosas. ¿Ves esto? Cuando lo apagues es mejor que no puedas ver nada. Eso significa que lo tienes todo dentro. Pensaba que habías hecho esto antes. No estoy hablando del típico memo tosco. Cada vez que pueden hacer que ella se corra es como una muesca en su pistola. Así es como ellos lo ven. Es demasiado bueno para tirar la mitad al apagarlo, es como si tienes un Porsche y solamente lo usas para ir a la iglesia. No, esos tipos siempre están haciendo muescas. Es una buena manera de compararlas. Las dos clases de tíos. Los cerdos hacen una muesca por cada tía que se tiran, esas son sus muescas, les importa un pito. En cambio, los que se llaman Grandes Amantes hacen una muesca cada vez que ella se corre. Pero todos hacen muescas. En el fondo son la misma clase de tíos. Les molan cosas distintas, pero en la cama lo único que les importa es ir a la suya, y la pobre tía que tengan debajo se va a sentir utilizada de la misma manera. Eso si la tía tiene algún criterio, pero esa es otra cuestión. Ahora, cariño, cuando se consuma un poco más lo coges y no lo aplastas con la bota como haces con un cigarrillo normal. Es mejor que te humedezcas un dedo, des unos golpecitos suaves en la punta para apagarlo y lo guardes. Tengo una cosa en donde guardarlos. Lo que yo tengo es un poquito especial, pero lo más corriente es guardarlos en esos botecitos que se usan para llevar a revelar los carretes fotográficos, por eso la gente nunca tira las colillas. Mira a ver si tienes uno de esos botecitos en la papelera o en algún sitio.
P.
—No, pero uno de los síntomas clásicos para saber si es uno de esos tíos que van de Grandes Amantes es que se pasan una auténtica eternidad en la cama entrando y saliendo del chichi de ella y haciendo que se corra diecisiete veces seguidas y todo ese rollo, pero después fíjate a ver si hay alguna manera humana de conseguir que dejen que ella a su vez se ponga encima de su preciosa minga. Ah, no, entonces él va y dice: Oh, no, nena, déjame que te lo haga yo a ti, quiero ver cómo te corres otra vez, nena, oh, nena, quédate ahí y déjame que sea yo quien te haga mi magia, y rollos por el estilo. O sacará todos sus conocimientos especiales sobre masajes coreanos y mierdas por el estilo y le hará un masaje profundo en la espalda o bien sacará el aceite especial de cerezas negras y le dará un masaje en los pies y las manos… y cariño, tengo que admitir que si nunca has recibido un masaje manual de calidad entonces todavía no has vivido, créeme. Pero ¿dejará él que la mujer haga lo mismo y le dé un simple masaje en la espalda? No, señor, nada de eso. Porque lo que le mola a esa clase de tíos es ser ellos siempre los que dan placer, ah, aquí está, gracias, señorita. ¿Ves?, es distinto. Tiene una tapa con un cierre hermético para que no te apeste todo el bolsillo, estas cosas apestan lo suyo, y luego se meten dentro de este sobre, y ¿ves? Podría ser cualquier cosa. Y por eso son estúpidos esa clase de listillos. Eso es lo que hace que me den asco esos tíos que van por ahí pensando que son un regalo del Señor a la especie femenina. Porque al menos los tipos toscos son honestos en parte, quieren tirarse a la tía y luego darse media vuelta y se acabó lo que se daba. En cambio, los listillos creen que son sensibles y que saben dar placer a una mujer porque saben practicar la succión de clítoris y el shiatsu, y verlos en la cama es como ver a uno de esos mecánicos imbéciles con sus guardapolvos blancos trabajando en un Porsche e inflándose de orgullo por lo expertos que son y todo ese rollo. Creen que son Grandes Amantes. Creen que son generosos en la cama. Pero la trampa es que son generosos de una forma egoísta. No son mejores que los cerdos, simplemente disimulan mejor. Ahora te va a entrar la sed, tómate un poco de Evian. Esta mierda te seca la boca que es una mala cosa. Llevo estos botellines portátiles de Evian aquí en la parte de dentro, ¿ves? Hechos a medida. Coge uno, te irá bien. Vamos.
P.
—No hay problema, cariño, quédatela. Dentro de medio minuto te volverá a hacer falta. Habría jurado que habías hecho esto antes. Espero no estar corrompiendo a una mormona de Utah, ¿verdad? El Mylar es mejor que el papel de aluminio, refleja más luz y así toda va a parar a la planta. Ahora tienen unas semillas especiales que hacen que la planta no crezca más que esto, pero es letal, es la muerte en forma comprimida. Parece que sobre todo Atlanta está llena de esas cosas. Lo que no entienden es que los tíos como ellos son un coñazo más grande para las mujeres que tienen un poco de criterio que cualquier cerdo que te puedas encontrar. Porque, ¿cómo te va a gustar quedarte ahí tirada y que trabajen en ti como si fueras un Porsche y nunca tener la oportunidad de sentir que tú también eres generosa y sexy y buena en la cama y una Gran Amante? ¿Eh? ¿Eh? Por eso todos esos listillos pierden la partida. Se olvidan de que las mujeres también tienen sentimientos. ¿Quién quiere estar ahí tumbada sintiéndose egoísta y codiciosa mientras un yuppie con un Porsche exhibe contigo sus Nubes Tántricas y su Medio Loto de la Lluvia y va haciendo muescas mentalmente cada vez que te corres? Si la haces girar un poquito podrás tener la boca húmeda más tiempo, el agua Evian va realmente bien. A quién le importa que sea una marca de agua para yuppies idiotas si es buena, ¿me entiendes? Lo que hay que hacer es vigilar al tío y ver si cuando se pone encima de ti deja una mano en la parte baja de tu vientre para asegurarse de que te corres, así es como te enteras. Quiere asegurarse. Ese hijo de puta no es un amante, simplemente está representando una farsa. No le importas una mierda. ¿Quieres mi opinión? ¿Quieres saber cómo hacerlo realmente si uno quiere complacer a una mujer, algo que no sabe un solo tío de cada mil?
P.: …
—¿Quieres saberlo?
P.
—El secreto es que tienes que darle placer a ella y también ser capaz de recibirlo, usando la misma técnica para las dos cosas y obteniendo el mismo placer. O al menos tienes que conseguir que ella crea eso. No hay que olvidar que lo importante es ella. Cómele el chichi hasta que se deshaga en súplicas, muy bien, pero también deja que te toque la minga, y aunque no le salga de maravilla tienes que hacerle creer que sí. Aunque la idea que ella tenga de darte un masaje en la espalda sea como esa especie de golpecitos suaves de kárate en la columna, da igual, tú deja que te los dé y finge que nunca habías creído que un golpe de kárate pudiera ser así. Eso si un tío quiere ser un Gran Amante de verdad y pensar en ella por una puñetera vez.
P.
—No, yo no, cariño. Normalmente sí, pero me temo que ya los he probado. Donde la cagan esos tíos que se las dan de Grandes Amantes es al creer que las mujeres, a la hora de la verdad, son tontas. Como si lo único que quisiera una mujer es tumbarse y correrse. El verdadero secreto es: da por sentado que ella quiere lo mismo que tú. Que quiere verse a sí misma como una Gran Amante capaz de volver loco a un tío en la cama. Deja que se lo crea. Deja de lado la imagen que tienes de ti mismo por una vez en tu vida. Los listillos creen que si vuelven loca a una tía se la han ganado. Chorradas.
P.
—Pero no has de tomarte solamente una, cariño, confía en mí. Hay un supermercado a dos manzanas en caso de que… Hey, cuidado…
P.
—No, lo que hay que hacer es hacerles creer a ellas que te vuelven loco a ti. Eso es lo que ellas quieren. Entonces es cuando te la ganas, cuando consigues que ella crea que nunca la vas a olvidar. Nunca jamás. ¿Me sigues?
ANEXO PARA LA VIOLENCIA DOMÉSTICA DEL CENTRO DE SERVICIOS, ORIENTACIÓN PSICOLÓGICA Y AYUDA A LA COMUNIDAD
AURORA, ILLINOIS
—De manera que decidí buscar ayuda. Asumí el hecho de que el problema real no tenía nada que ver con ella. Comprendí que ella siempre jugaría a ser la víctima y yo el villano. No tenía poder para cambiarla. Ella no era la parte del problema en la que yo podía aplicarme, ya sabes. De manera que tomé una decisión. Buscar ayuda para mí. Ahora sé que es lo mejor que he hecho nunca y la decisión más difícil. No ha sido fácil, pero mi autoestima es mucho más alta ahora. He aprendido a perdonar. Me caigo bien a mí mismo.
P.
—¿Quién?