[1] b) (opcional) Expliquen si afectaría a su respuesta a la pregunta (a), y en qué sentido, recibir información adicional sobre el hecho de que la mujer ha crecido en un entorno de pobreza increíblemente desesperada. <<
[1] (es decir, la cabeza del suegro) <<
[2] Véase Acertijo 6 abortado. <<
[3] (La manera que tiene Y de decir cosas como «Estar Presente» y «Comparecer» hace que X de alguna forma se imagine esos tópicos en mayúsculas, un poco del mismo modo en que oye las conversaciones de la familia de su mujer sobre las insufribles «Reuniones Familiares» en el Ramada C. C.) <<
[4] (Esto según uno de los cuñados de X, un socio júnior de Big Six que no había cuidado al viejo más que X, y que se encontraba precisamente a pie de lecho con su esposa desbordada de serotonina cuando se produjo la muerte.) <<
[1] (Desde el principio te has imaginado la serie como un octeto u octociclo, aunque que te aspen ahora mismo si eres capaz de explicarle a nadie por qué.) <<
[2] (Pero todo se vuelve un poco complicado, porque parte de lo que quieres de estos Acertijos Pop es que rompan con la cuarta pared del texto y te permitan algo así como dirigirte (o «interrogar») directamente a la lectora, un deseo que en cierta forma está relacionado con el viejo deseo de los artificios «meta-» de perforar esa especie de cuarta pared que es la pretensión de realismo, aunque parece que no se trata tanto de la perforación de una pared real como de la perforación del velo de impersonalidad o de invisibilidad del propio escritor, es decir, con el ya gastado rollo «meta-» estándar lo más importante es que el escenógrafo en persona salga al escenario desde los bastidores y te recuerde que lo que estás viendo es un artificio y que el artífice es él (el escenógrafo) y que te tiene el bastante respeto como lector/público como para ser honesto acerca del hecho de que está escondido allí detrás moviendo los hilos, una «honestidad» que personalmente siempre te ha dado la sensación de que es una farsa de honestidad enormemente retórica diseñada para hacer que él (es decir, el escritor del tipo «meta-») te caiga bien y apruebes lo que hace y te sientas halagado porque en apariencia él piensa que eres lo bastante maduro como para aguantar que te estén recordando todo el tiempo que estás en medio de algo artificial (como si no lo supieras ya, como si te hiciera falta que te lo estuvieran recordando todo el tiempo, como si fueras un niño miope que no puede ver lo que tiene delante), y más que a nada esto se parece a esa clase de personas del mundo real que intentan manipularte para caerte bien insistiendo todo el tiempo en que son unos tíos muy sinceros, honestos y nada manipuladores, esos tipos que resultan más irritantes todavía que las personas que intentan manipularte simplemente diciéndote mentiras, porque al menos estos últimos no están felicitándose constantemente por no hacer precisamente lo que esas felicitaciones están haciendo a fin de cuentas, a saber, no interrogarte ni llevar a cabo ninguna clase de conversación ni siquiera hablarte, sino simplemente actuar* de una forma intensamente artificiosa y manipuladora.
Nada de todo esto ha quedado muy bien explicado y tal vez debería dejarse fuera. A lo mejor lo que pasa es que en realidad no se puede hablar de forma abierta de todo este rollo de honestidad-narrativa-verdadera contra honestidad-narrativa-mentirosa).
* [Kundera diría «bailar», y realmente él es un ejemplo perfecto de literato cuya honestidad al atravesar paredes es tan formalmente impecable como completamente autosuficiente: es un retórico posmoderno clásico.] <<
[3] Observa —con un espíritu de absoluta franqueza— que lo que te ha hecho tirar el 63 por ciento del texto original no es ningún elevado principio estético olímpico. Las cinco piezas fallidas simplemente no funcionaban. Una de ellas, por ejemplo, trataba de cierto psicofarmacólogo brillante que había patentado un antidepresivo post-Prozac y post-Zoloft increíblemente eficaz, tan eficaz de hecho que borraba por completo cualquier rastro de disforia/anhedonia/agorafobia/trastorno obsesivo-compulsivo/desesperación existencial en los pacientes y reemplazaba sus desajustes afectivos por una sensación enorme de confianza personal y joie de vivre, una capacidad ilimitada de establecer relaciones interpersonales vibrantes y una convicción casi mística de su unión sinecdóquica elemental con el universo y todo lo que hay en él, así como una gratitud efervescente y abrumadora por todos los sentimientos antes citados. Además, el nuevo antidepresivo carecía por completo de efectos secundarios, contraindicaciones o interacciones peligrosas con otros fármacos y pasó prácticamente volando los controles de la Administración de Sanidad; además, la sustancia era tan fácil y barata de sintetizar y manufacturar que el psicofarmacólogo podía prepararla en su casa y venderla a precio de coste por correo directo a psiquiatras profesionales con licencia, prescindiendo de los márgenes rapaces de beneficio de las grandes compañías farmacéuticas; y ese antidepresivo significaba un nuevo contrato de usufructo de la vida para quién sabe cuántos miles de americanos ciclotímicos, muchos de los cuales habían sido los pacientes más endógenos y obstinadamente infelices que sus psiquiatras habían tenido y ahora se encontraban ciertamente rezumando joie de vivre, energía productiva así como una conciencia afable y humilde de la enorme fortuna que habían tenido, y ahora habían descubierto la dirección de la casa del brillante psicofarmacólogo (es decir, algunos de esos pacientes; la cosa resultó fácil, debido a que el psicofarmacólogo enviaba por correo directo el antidepresivo y lo único que había que hacer era mirar la dirección del remitente en los sobres acolchados baratos que usaba para enviar el fármaco) y empezaron a aparecer en su casa, al principio uno cada vez, luego en pequeños grupos, y al cabo de poco empezaron a coincidir en grupos cada vez mayores en la modesta vivienda del psicofarmacólogo, deseosos únicamente de mirar al gran hombre cara a cara y fijamente, estrechar su mano y darle las gracias desde lo más hondo de sus corazones espiritualmente reavivados; y las multitudes de pacientes agradecidos que se agolpaban frente a la casa del psicofarmacólogo crecieron sin parar, y algunos de los miembros más decididamente agradecidos de la muchedumbre empezaron a plantar tiendas y a aparcar caravanas cuyas mangueras de desagüe tenían que conectarse con la boca de alcantarilla de la acera, y el timbre y el teléfono del psicofarmacólogo nunca paraban de sonar, y pisoteaban y aparcaban en los patios de los vecinos, y se quebrantaban incontables docenas de ordenanzas sanitarias municipales. Y llegó un momento en que el psicofarmacólogo encerrado en su casa se vio obligado a pedir por teléfono e instalar persianas especiales extraopacas en sus ventanas delanteras y mantenerlas bajadas todo el tiempo porque cada vez que la multitud bulliciosa lo vislumbraba en alguna parte de la casa una ovación estrepitosa de gratitud y de elogio se elevaba de los millares de personas reunidas y se producía una carga masiva casi amenazadora hacia el porche y el timbre de la modesta casita a medida que la masa de pacientes recientemente recuperados se sentían abrumados por el deseo sincero de estrechar la mano del psicofarmacólogo con las suyas y decirle que era un gran santo viviente, un ser desprendido y brillante, y que si había algo que ellos pudieran hacer, lo que fuera, para empezar a pagarle aunque fuera en parte por lo que él había hecho por ellos y por sus familias y por el conjunto de la humanidad, pues bueno, que lo dijera, fuera lo que fuera. De modo que el psicofarmacólogo terminó evidentemente siendo un prisionero en su propia casa, con sus persianas especiales bajadas y el teléfono descolgado y el timbre desenchufado y múltiples tapones de espuma expandible embutidos en las orejas todo el tiempo para amortiguar el ruido de la multitud, imposibilitado para abandonar la casa, obligado ya a alimentarse de los últimos restos de la comida enlatada cada vez menos apetecible que quedaba en el último rincón de su despensa y cada vez más cerca de cortarse las arterias radiales o bien de trepar por la chimenea hasta el tejado con un megáfono y decirle a la muchedumbre enloquecedoramente bulliciosa y agradecida de ciudadanos recién curados que se fueran a la puta mierda y le dejaran en paz de una puta vez, cojones, que no lo aguantaba ni un puto segundo más… Y después, guardando fidelidad al formato de los Acertijos Pop del ciclo había algunas preguntas bastante predecibles acerca de si el psicofarmacólogo se merecía lo que estaba pasando y por qué, y si era cierto que cualquier alteración pronunciada de la proporción total de felicidad/tristeza del mundo debía ir siempre compensada por alguna alteración igualmente radical del otro término de la ecuación, etcétera. Y todo se alargaba demasiado y resultaba al mismo tiempo demasiado obvio y demasiado oscuro (por ejemplo, la segunda parte de la sección «P» del Acertijo consistía en cinco líneas que trazaban una posible analogía entre la proporción de felicidad/tristeza del mundo y la ecuación cuadrática A=L+E, seminal en la contabilidad moderna, como si esto le importara una mierda a más de una persona en un millar), y además toda la mise en scène resultaba demasiado caricaturesca, de forma que parecía que estaba intentando ser grotescamente divertida y nada más en lugar de intentar resultar grotescamente divertida y grotescamente seria al mismo tiempo, de forma que toda perentoriedad humana real que pudiera haber en la situación planteada por el Acertijo y sus palpaciones quedaba oscurecida por lo que parecía simplemente más del mismo humor comercial cínico y divertido-hasta-la-muerte que ya ha desbaratado gran parte de la perentoriedad sincera de la vida contemporánea, defecto que irónicamente es casi lo contrario del que motivó el descarte de otro de los ocho textos breves originales, un Acertijo Pop acerca de un grupo de inmigrantes de principios del siglo XX procedentes de alguna parte exótica de Europa del Este que desembarcan en Ellis Island, son revisados y después de pasar su prueba de la tuberculosis tienen la mala suerte de que les toca un Funcionario de Admisión de Inmigrantes sádico y psicóticamente patriotero que en los documentos oficiales de admisión les cambia sus exóticos apellidos nativos de inmigrantes por toda clase de términos ingleses ridículos e insultantes que en nada se les parecen —cosas como Pavel Chupaculos, Milorad Follador, Djerdap Comemocos, te haces a la idea, ¿no?—, y por supuesto el hecho de que los inmigrantes ignoran el idioma de su nuevo país les impide plantear ninguna queja ni siquiera darse cuenta de nada, pero, claro está, muy pronto esto se convierte, y se mantiene hasta el balance final de sus vidas en Estados Unidos, en fuente infernal de ridículo, vergüenza y discriminación y en origen de un lacerante resentimiento tipo-vendetta-pero-a-la-Europa-del-Este que perdura hasta el asilo público de Brooklyn en donde una buena cantidad de esos inmigrantes onomásticamente agraviados terminan en su ancianidad; y entonces un día, una cara devastada por la edad pero extrañamente familiar aparece de pronto en el asilo y el dueño de esa cara es admitido, transportado en una silla de ruedas con bombona de oxígeno incorporada hasta la sala del televisor y colocado en medio de los ancianos inmigrantes, y primero el viejo Ephrosin Pichachiquita, que todavía conserva una vista aguda, y después el resto de forma gradual, reconocen finalmente al residente nuevo como la cáscara debilitada y senecta del malvado Funcionario de Admisión de Inmigrantes de Ellis Island, que ahora se encuentra paralítico, mudo, enfermo de enfisema y totalmente indefenso. Y esa docena aproximada de inmigrantes que han soportado el ridículo, la indignidad y el resentimiento casi a diario durante las últimas cinco décadas tienen que decidir si van a aprovechar esta oportunidad perfecta de cobrarse su venganza, de manera que se enzarzan en un largo debate acerca de si está justificado cortar el tubo de oxígeno del viejo paralítico o algo así y si puede ser accidental el hecho de que su Dios justo y compasivo de Europa del Este haya elegido aquel asilo y no otro para meter al antiguo funcionario sádico o si, por el contrario, vengar la ridiculez de sus nombres torturando/matando a un anciano discapacitado no convertirá a los inmigrantes en encarnaciones vivientes de la misma indignidad y disgusto que sus nombres ingleses denotaban, es decir, si al vengar el insulto de aquellos nombres no llegarán finalmente a merecer aquellos nombres… Todo esto (en tu opinión) mola bastante, y la situación y el debate muestran atisbos de esa extraña perentoriedad grotesca/redentora que querías que tuviera el octeto. El problema es que las mismas cuestiones espirituales/morales/humanas que las Preguntas de Acertijo de este texto (a, b y siguientes) plantearían a la lectora ya habían sido debatidas de forma descabelladamente extensa pero narrativamente necesaria en el debate entre los doce inmigrantes furiosos que constituía el clímax del texto, haciendo que la «P» situada al final de la situación fuera poco más que un referéndum del tipo Sí/No. Además, también resultó que este texto no encajaba con los textos más funcionales del octeto y no formaba con ellos la clase de conjunto plegado-sin-embargo-perentoriamente-unificado que había de convertir al ciclo en una verdadera obra de arte literario en lugar de en un simple ejercicio pseudo-vanguardista de moda lleno de guiños; y, por tanto, por muy imbuidas de trascendencia y perentoriedad que te resulten las cuestiones de los «nombres» de la historia y de la capacidad de esos nombres para «encajar» y no solamente para denotar o connotar, te aguantas y quitas el texto del octeto… Lo cual probablemente significa que tienes principios, tal vez no olímpicos pero sí principios y convicciones, y esto debería proporcionarte por lo menos algún pequeño consuelo, sin importar que el octeto resulte un enorme fiasco y una pérdida de tiempo. <<
[4] (o mejor dicho, «duo-más-intentos-duales-de-un-tercer-texto» o el cuantificador latino que se aplique a eso) <<
[5] (o los que sean) <<
[6] (Sigues determinado a llamar «Octeto» al ciclo. No importa si tiene o no sentido para nadie más. En esta cuestión eres intransigente. Si esta intransigencia es una especie de integridad o una simple chaladura es una cuestión en la que te niegas a gastar tiempo de trabajo. Lo has apostado todo al título «Octeto» y «Octeto» es como se va a llamar.) <<
[7] (Esa no sea tal vez la palabra adecuada, resulta demasiado pedante. Tal vez fuera mejor usar la palabra «transmitir» o «evocar» o «delinear» («palpar» ya se ha usado demasiado, y además es posible que nadie entienda el extraño sentido de tanteo psicoespiritual que quieres que connote mediante la analogía médica, y probablemente no pasa nada por ello, porque la lectora es capaz de pasar por alto las palabras individuales y no preocuparse de ellas, pero no tiene sentido forzar tu suerte y machacar una y otra vez la palabra «palpar»). Si «delinear» no termina resultando descomunalmente pretencioso, entonces yo pondría delinear). <<
[8] (Cuidado, porque el uso contemporáneo ha hecho que se vuelva casi nauseabundo este término, «relaciones»; se ha convertido en una palabra sensiblera por culpa de la misma clase de gente que usa «albergar» en el sentido de ‘creer’ y ‘sincerar’ en vez de ‘explicar’, y para una lectora de finales de los noventa va a rezumar toda clase de empalagosas asociaciones políticamente correctas y New Age; pero si decides usar la táctica del pseudometaacertijo y poner en juego la honestidad absoluta que hace falta para paliar el fiasco, entonces probablemente no te quede más remedio que tener que usar esa temida palabra que empieza por «R».) <<
[9] (Ídem acerca de usar el verbo «estar» de esta forma culturalmente emponzoñada, como en la expresión «Yo estaré cuando me necesites», que se ha convertido en una especie de lema acaramelado y superficial que no comunica nada salvo cierta ñoñería irreflexiva por parte del que habla. No seamos ingenuos acerca de lo que te va a costar esta táctica de llevar a cabo una pregunta 100% honesta al lector si la intentas. Vas a tener que comerte el gran marrón y usar términos de la calaña de «estar con» y «relaciones» y usarlos «con sinceridad» —es decir, sin comillas invisibles ni paliativos irónicos ni guiños de ninguna clase— si quieres ser verdaderamente honesto con el pseudometaacertijo en lugar de ir tironeando a la pobre lectora de un lado para otro (y ella se dará cuenta de cuál de las dos cosas estás haciendo; aunque no sepa explicarlo se dará cuenta de si lo único que haces es salvar tu pellejo literario manipulándola, confía en mí).) <<
[10] Puedes o no optar por dedicar un par de líneas a invitar al lector a que considere si es extraño que haya un billón más de maneras de «usar» a alguien que de «estar con» ese alguien honestamente. Depende de lo largo y/o profundo que quieres que sea este Acertijo 9. Yo personalmente me inclino por no hacerlo (probablemente más por miedo a parecer potencialmente beato, obvio o prolijo que por ninguna preocupación desinteresada por ser breve e ir al grano). <<
[11] Ídem a las notas 8 y 9 acerca de la palabra «sentimientos». Mira, nadie dijo que esto fuera a estar exento de costes o de molestias. Se trata de una operación de salvamento desesperada y de un último recurso. No carece de riesgos. Tener que usar palabras como «relaciones» o «sentimientos» puede empeorar las cosas. No hay garantías. Lo único que puedo hacer es ser honesto y enseñarte algunos de los costes y riesgos más espantosos que puede haber para ti y apremiarte a que los consideres de forma muy cuidadosa antes de decidir. Honestamente, no sé qué más puedo hacer. <<
[12] Sí: vas a parecer beato y melodramático. Te aguantas. <<
[13] (entre otras cosas que vas a tener que perforar) <<
[14] Sí: las cosas han llegado a un punto en que la ficción literaria se considera algo seguro e inocuo (el primero de estos predicados probablemente esté implicado o comprendido en el segundo, si uno lo piensa bien), pero yo que tú optaría por dejar la política cultural a un lado. <<
[15] (… Peor, en realidad, porque en este caso sería más como si te acabaras de comprar una cena para llevar realmente cara y opulenta en un restaurante y te la llevaras a casa y te estuvieras sentando para disfrutarla cuando suena el teléfono y resultara ser el chef o el restaurateur o el que sea a quien le acabas de comprar la comida, que te llama molestándote para preguntarte qué tal está la cena, si te está gustando y si «funciona» o no como cena. Imagina cómo te sentirías si un restaurateur te hiciera esto.) <<
[16] (… y, por supuesto, es muy probable también que sea lo que los hace sentirse cohibidos y artificiosos a ellos —en relación a sí mismos y a la cuestión de si le cae bien al resto de la gente de la fiesta— y por esta razón es un axioma implícito de la etiqueta de las fiestas el no hacer esa clase de preguntas directamente ni actuar de ninguna forma que deje una interacción entre personas sumidas en semejante torbellino de angustia interpersonal: porque en cuanto una sola de las conversaciones de la fiesta alcanzara este nivel de confesión-de-tus-pensamientos-más-íntimos perentoria y abierta, se extendería de forma casi metastásica, y muy pronto nadie en la fiesta estaría hablando de nada que no fueran sus esperanzas y sus miedos sobre lo que piensa de ellos el resto de la gente de la fiesta, lo cual querría decir que quedarían obliterados todos los rasgos distintivos de las personalidades superficiales de las distintas personas, que todo el mundo en la fiesta acabaría siendo más o menos exactamente igual y que la fiesta alcanzaría esa clase de homeostasis entrópica de identidad desnudamente narcisista y se volvería increíblemente aburrida,* a lo cual se le suma el hecho paradójico de que se desvanecerían las diferencias superficiales y de color que distinguen a las personas y en las que los demás basan su atracción o su rechazo de ellas, y por tanto la pregunta «¿Te caigo bien?» dejaría de admitir respuestas con significado, y toda la fiesta podría muy bien experimentar una especie de extraña implosión lógica o metafísica y ninguno de los asistentes a la fiesta volvería a ser capaz de funcionar de forma significativa en el mundo exterior.**
* [Tal vez sea interesante señalar que esto se corresponde con precisión con la idea del cielo que tienen la mayoría de los ateos, lo que a su vez explica la relativa popularidad del ateísmo.]
** [Yo que tú, probablemente dejaría todo esto implícito.] <<
[17] A veces se alude a esta táctica, en seminarios de ficción literaria y sitios de esos, como «carsonismo» o la «Maniobra Carson» en honor al hecho de que el antiguo presentador del programa Tonight Show, Johnny Carson, solía paliar un chiste malo afectando una expresión mortificada que hacía algo parecido a metacomentar la pobreza del chiste y mostraba al público que él sabía muy bien que era un chiste malo, estrategia que año tras año y década tras década iba produciendo en el público una risa todavía más grande y encantada de lo que habría producido el chiste original… y el hecho de que Carson estuviera llevando a cabo esta Maniobra en la televisión comercial ya a principios de la década de los sesenta demuestra que no se trata de un artificio exactamente original. Te recomiendo que consideres la posibilidad de incluir alguna de esta información en el Acertijo 9 a fin de mostrarle al lector que por lo menos te das cuenta de que hoy día el metacomentario está gastado y es un truco viejo y ya no puede paliar nada por sí mismo; esto puede darle credibilidad a tu afirmación de que lo que estás intentando hacer es realmente mucho más perentorio y real. De nuevo, esto es algo que has de decidir tú. Nadie te va a tender la mano. <<
[18] (por lo menos yo…) <<