DIECINUEVE
—¡Skavens! —gritó Félix, al tiempo que los señalaba.
—Tras ellos —rugió Gotrek.
Heshor y el comandante Tarlkhir les gritaban lo mismo a sus soldados, y las compañías de lanceros druchii echaron a correr a toda velocidad calle adelante, tras las sombras que brincaban.
Gotrek y Félix corrieron tras ellos, pero al cabo de poco quedó claro que era un imposible. Los skavens ya habían desaparecido de la vista, y había miles de lanceros druchii en el camino, todos intentando hacer lo mismo.
Gotrek se detuvo al llegar a la primera intersección, y observó cómo las fuerzas de Heshor y Tarlkhir desaparecían ante ellos.
—Esto no servirá de nada —gritó.
—No —gritó Félix.
Aunque el arpa ya no se encontraba cerca, las paredes y las calles que los rodeaban continuaban estremeciéndose con ensordecedoras vibraciones que iban en aumento. Era como encontrarse dentro de la nariz de un gigante que roncaba. En torno a ellos caían bloques de piedra y estalactitas afiladas como lanzas. El arpa sonaba cada vez con más fuerza, con resonancias cada vez más y más poderosas, hasta lograr que el mundo entero se hiciera pedazos. El arca sólo sería el principio, vio con claridad Félix. Cuando quedara destruida, el arpa caería hasta el fondo oceánico, donde continuaría vibrando y provocaría maremotos que ahogarían al Viejo Mundo, los territorios del norte y Ulthuan bajo las olas. Los altos elfos habían hecho bien al encerrar aquel vil instrumento dentro de una cámara. Tal vez incluso habían hundido la ciudad a propósito para ocultar aquel horrible objeto.
—Van a salir, así que nosotros saldremos —gritó el Matador—. Por aquí.
El Matador dio media vuelta y desanduvo sus pasos hacia la casa de placer, abriéndose paso a empujones entre las aglomeraciones de galanes y putas druchii, y oficiales a medio vestir que salían de las casas y se gritaban órdenes unos a otros y a los grupos de esclavos que se empujaban, todos ellos tan asustados que no les hicieron el menor caso a Gotrek y Félix.
Cuando regresaron al punto de partida, Max y Claudia se encontraban de pie dentro de la puerta de la casa de placer, y miraban con ojos asustados la lluvia de escombros. Gotrek los llamó con un gesto y continuó calle abajo, por el camino por el que habían llegado. El magíster y la vidente agacharon la cabeza y salieron cojeando tras ellos.
—Los skavens han robado el arpa —dijo Félix, cuando les dieron alcance—. Fuimos tras ellos, pero era imposible alcanzarlos. Vamos a salir.
—Admirable idea —replicó Max.
Félix cogió a Claudia por un brazo para hacerla avanzar más deprisa mientras el suelo continuaba vibrando bajo sus pies.
—¿Estáis bien, fraulein Pallenberger? —gritó para hacerse oír por encima del estruendo.
—Ya… ya no lo sé —repuso ella, con voz monótona—. Pero me alegro de que vos estéis vivo.
Félix la miró con preocupación. Su voz carecía completamente de toda vida o chispa. ¿Acaso las experiencias vividas le habían destruido la mente? Encarcelada y maltratada por los druchii, atacada por la más negra de las magias y expuesta a la presencia del demonio, que alteraba la realidad, no sería de extrañar que se hubiera desequilibrado.
Gotrek los condujo de vuelta a la escalera que ascendía hasta los barracones, pero antes de que hubieran recorrido dos manzanas, otra titánica detonación sacudió el arca y derribó el mundo cuando el arca se inclinó violentamente hacia la izquierda. Félix pilló a Claudia antes de que cayera, y luego estuvo a punto de caer él. Delante de ellos, la fachada de un edificio se inclinó y se desmoronó sobre la calle aplastando a docenas de druchii y sus esclavos.
—Bien —dijo Gotrek.
Comenzó a caer abundante agua desde el techo.
Todos miraron hacia arriba.
—¿Qué sucede? —preguntó Félix.
—Estamos debajo del puerto —explicó Gotrek—. Tiene una fisura. Continuad adelante.
—Otra vez no —murmuró Claudia, pero cuando Félix le pidió que repitiera lo que acababa de decir, ya había vuelto a hundirse en su aturdido silencio.
* * *
El agua les llegó a los tobillos con demasiada rapidez, y continuó subiendo sin parar. Columnas de agua caían de las oquedades del techo, y piedras del tamaño de carruajes se desprendían en torno a sus bordes y se precipitaban sobre las casas, a las que hacían pedazos.
Llegaron a la estrecha puerta que comunicaba con el corredor donde estaba la casa de fieras, y se encontraron con decenas de druchii y esclavos que salían huyendo por ella, gritando y gesticulando para llamar a otros. Gotrek y Félix se abrieron paso a contracorriente y arrastraron a Max y Claudia consigo.
En el atestado corredor resonaban rugidos de animales, y alaridos de druchii y humanos. En la umbría distancia cercana a la casa de fieras, unos druchii vestidos con pieles luchaban con una bestia enorme que Félix no podía distinguir muy bien. Vio que era algo corpulento y que se movía violentamente. Un elfo oscuro salió volando por el aire y se estrelló contra una pared, pero el corredor estaba demasiado oscuro y abarrotado de gente para ver qué lo había lanzado.
Félix se detuvo.
—¿Buscamos otro camino?
—Cualquier otro camino ya estará bajo el agua cuando lleguemos a él, humano —dijo Gotrek, y continuó adelante.
Félix bajó los ojos al suelo. El agua ya le llegaba hasta las rodillas. Siguió a Gotrek, junto con los demás.
Al aproximarse más, las formas se hicieron más claras. Druchii armados con látigos intentaban conducir a un par de enormes reptiles fuera de la casa de fieras para llevarlos hacia la escalera. Félix se descorazonó al ver a los monstruos. Nunca había visto nada parecido: lagartos que caminaban sobre las patas traseras, cuyos hombros llegaban a una altura superior a la de un ser humano. Las vigorosas patas delanteras estaban rematadas por garras cruelmente engarfiadas, y sus cabezas eran enormes cosas huesudas con babeantes bocas provistas de dientes como puntas de lanza, con las que rugían e intentaban morder a los cuidadores.
Gotrek rio peligrosamente entre dientes al verlos, y avanzó ansiosamente hacia ellos.
—Matador —dijo Félix, que lo seguía, descontento—. Tal vez éste no sea el momento.
—No te apures, humano —dijo Gotrek—. Poneos contra la pared y preparaos para correr.
Félix condujo a Claudia y Max hacia la pared de la derecha, por la que continuaron avanzando cautelosamente hacia el revuelo, mientras Gotrek chapoteaba abiertamente por el centro del corredor y empujaba fuera de su camino a asustados druchii y esclavos. Los señores de las bestias no se volvieron a mirarlo. Estaban demasiado ocupados intentando controlar a sus criaturas, que parecían haber enloquecido a causa del ruido, del agua que aumentaba de nivel y del suelo que se sacudía e inclinaba. Ya habían caído dos de los entrenadores; uno yacía como un amasijo roto al pie de la pared de la izquierda, medio sumergido, y el otro estaba arrodillado y se sujetaba un brazo aplastado contra el pecho.
Los otros tiraban de largas cuerdas unidas a las sillas de montar y las bridas de las bestias, mientras unas pocas almas valientes las azotaban y les gritaban órdenes para hacer que giraran hacia la escalera. Las bestias no hacían el menor caso, bramaban, volvían violentamente la cabeza a un lado y otro y lanzaban dentelladas a cualquiera que se les acercara.
Diez pasos por detrás de ellas, Gotrek flexionó las piernas, con el hacha a punto, y luego miró a Félix, Max y Claudia que continuaban avanzando precavidamente a lo largo de la pared, a la sombra de los señores de las bestias, que bregaban con las criaturas. Félix le hizo un gesto de asentimiento. Aún no sabía qué pretendía el Matador, pero estaban preparados para huir de ello, fuera lo que fuese.
Gotrek sonrió de modo preocupante, y luego se volvió y cargó en silencio. Los dos druchii más cercanos se volvieron al oír el chapoteo de pies, y murieron antes de poder abrir la boca para gritar. Cayeron en medio de una lluvia de sangre, y soltaron las cuerdas.
«¡Por Sigmar! —pensó Félix—. ¡Este lunático está poniendo en libertad a las bestias!».
Gotrek acometió a otros dos señores de las bestias cuyas armaduras de cuero acolchado atravesó como si no existieran, y se desplomaron en el agua, entre alaridos.
Los lagartos gigantes rugieron y se volvieron hacia el olor a sangre, arrastrando consigo a los domadores, que se pusieron a gritar. Un druchii intentó darle un latigazo en la cara al monstruo, pero la criatura respondió con un golpe que partió en dos al domador.
Gotrek pasó corriendo entre las bestias, se agachó para esquivar una cola enorme, y corrió hacia el fondo del corredor.
—¡Ahora, humano! ¡Ahora!
Félix cogió a Claudia por un brazo y la obligó a avanzar. Max corrió con ellos, rodeando la zona donde los señores de las bestias huían y caían ante los desbocados monstruos. Uno de los lagartos dio un salto aterrorizador y al caer aplastó a dos druchii, para luego buscar sus cadáveres con el hocico dentro del agua. Sus fauces emergieron con una cabeza.
Félix no se volvió para ver más; simplemente se adentró chapoteando con Max y Claudia en las sombras, mientras los rugidos de los monstruos y los alaridos de los devorados resonaban en sus oídos.
—Bien… bien hecho, Matador —dijo Max, mientras continuaban apresuradamente.
Gotrek soltó un bufido.
—Lo mismo desearía para toda la raza.
Para cuando llegaron a la escalera, ya tenían el agua por la cadera —a Gotrek le llegaba a las costillas—, y el nivel subía con mayor rapidez que antes.
—Parece que el agua está hundiendo el arca —dijo Max—. La magia druchii no puede aguantar el peso adicional.
—Entonces, daos prisa —gruñó Gotrek—. Esta escalera tiene doce tramos.
* * *
Ascendieron lo más rápido que pudieron; Félix, con un brazo de Claudia en torno a los hombros, casi la llevaba en volandas, mientras Gotrek hacía lo mismo con Max. A pesar de esto, el ascenso era lento. La escalera se sacudía y ondulaba como una tienda en un vendaval, las paredes y el techo crujían, rechinaban y se desmoronaban, convirtiendo cada escalón en un reto. Al llegar al cuarto rellano tuvieron que trepar por encima de los trozos de una pared que se había derrumbado y bloqueado la escalera casi hasta el techo; en el siguiente tramo oyeron un cavernoso retronar en lo alto, y se pegaron a la pared justo a tiempo de evitar que los aplastara una roca enorme que descendió rebotando por la escalera. Al momento oyeron que caía al agua pocos tramos más abajo.
Un poco más adelante, Félix sintió que Claudia lo miraba fijamente, y volvió la cabeza hacia ella mientras caminaban.
—¿Sí, fraulein?
Ella apartó los ojos, ruborizada, pero luego, tras unos pocos escalones más, habló.
—Herr Jaeger —dijo—. Tengo que haceros una confesión.
—¿Ah, sí? —replicó él, mientras la ayudaba a pasar por encima de un montón de rocas.
—Por mi culpa os atraparon los hombres rata —dijo, y le tembló el labio inferior.
Félix frunció el ceño.
—Pienso que podríais estar equivocada, fraulein. Nos habían estado siguiendo desde Altdorf. De hecho, podría decirse que nos han estado siguiendo durante veinte años.
—No lo entendéis —dijo ella, y dejó caer la cabeza—. Yo… yo lo vi. Vi el ataque antes de que se produjera. Os vi a vos luchando contra sombras en la cubierta del barco. Podría haberos advertido, pero… —De repente, sollozó—. Pero debido a que vos… a que vos me habíais desdeñado, yo… ¡yo estaba enfadada con vos y decidí no hablar!
Félix dejó de subir por la escalera y se volvió a mirarla.
—¿Vos… vos visteis que yo iba a caer en las garras de los skavens y no dijisteis nada? —El corazón le latía aceleradamente.
Por encima de ellos, Max y Gotrek se detuvieron y se volvieron a mirarlos.
—¡Eso no lo vi! —gimió ella—. ¡No vi tanto! ¡Sólo que lucharíais! Pensé… pensé que podríais sufrir alguna pequeña herida o… —Le falló la voz y sollozó otra vez—. ¡No pensé que se os llevarían! Sólo quería que os metierais en una pelea, una despreciable venganza por vuestra frialdad. ¡Ay, qué estúpida soy! Pensé que yo os había matado.
Félix apretó los puños y comenzó a subir otra vez la escalera, tirando de ella con más fuerza de la necesaria.
—A Aethenir sí que casi lo matasteis —le gruñó—. De hecho, muy probablemente él lo habría preferido. Esos demonios lo torturaron, le partieron los dedos de las manos, le abrieron tajos en los músculos del pecho y…
—¡Félix! —le espetó Max, cuando Claudia se puso blanca—. ¡Basta!
Félix lo miró.
—¿Basta? ¿Después de lo que ha hecho? ¡Debería ser acusada de colaboración con los enemigos de la humanidad! Tú no viste lo que esas alimañas le hicieron…
—Cometió un error terrible, Félix —replicó Max, y se interpuso en su camino—. Un error terrible. Eso, más que cualquier cosa que nos hayan hecho los druchii, le ha torturado la mente y la ha llevado a la desesperación.
—Se lo merece —gruñó Gotrek.
—Sí que se lo merece —asintió Max—, ya que su colegio enseña que los estudiantes no deben usar sus poderes para el beneficio personal, ni permitir que alguien sufra un mal por no avisarlo del peligro. Si escapamos de esta pesadilla y regresamos a Altdorf, me encargaré de que sea castigada por la Orden Celestial, y ella ha consentido en aceptar el castigo sin protestar.
—Todo eso está muy bien —replicó Félix, nada satisfecho—, pero…
—¿No me contaste, en una ocasión, que mataste a un hombre en un duelo, Félix? —preguntó Max, tranquilo.
—Sí, pero…
—La juventud es una época terrible, Félix —continuó Max—, como tal vez recuerdes. Una época en que nuestra fuerza y destreza a menudo superan nuestra capacidad para emplear la sensatez. Por la vehemencia de nuestro enojo podemos hacer cosas que luego lamentemos durante el resto de nuestra vida: tú, ese duelo; Aethenir, su Belryeth; Claudia, su silencio. Pero si se nos da una oportunidad, si se nos concede el regalo del perdón y las personas de más edad y prudencia nos dan una segunda oportunidad, puede que vivamos durante el tiempo suficiente como para aprender de esos errores y enmendarlos.
Félix apartó la mirada, incapaz de sofocar su indignación. Ciertamente, en su juventud había hecho cosas que lamentaba, pero eso… eso era irresponsabilidad criminal. La muchacha merecía algo más que un simple castigo. Debería entregársela a los skavens. Debería…
—Vamos, humano —dijo Gotrek—. Aún nos queda un largo camino.
Félix gruñó, enfadado, pero se encaró con la escalera y comenzó a subir otra vez, y ayudó a Claudia como antes, aunque tenía ganas de dejarla ahí abajo.
* * *
Al llegar al séptimo tramo se oyó una profunda detonación sorda procedente de las profundidades del arca. Fue seguida por truenos y retumbos que resonaron procedentes de arriba, abajo y los alrededores. Entonces la escalera se ladeó y los lanzó a todos contra la pared izquierda, momento en que crujió y se rajó la piedra que los rodeaba. Todos se inmovilizaron y miraron en torno, en espera de que llegara la muerte.
Las atronadoras reverberaciones que habían estado sacudiendo el arca disminuyeron ligeramente, como si se hubiera aliviado una enorme presión, y en el relativo silencio oyeron debajo de sí un ruido que hizo que a Félix se le helara la espina dorsal: el gorgoteo del agua que ascendía con rapidez.
Gotrek se levantó.
—Las grietas llegan ya hasta el fondo del arca —dijo—. Deprisa.
Gotrek comenzó a subir otra vez la escalera con Max, prácticamente cargando con el magíster. Félix puso a Claudia de pie y todos subieron a la carrera mientras el agua susurraba y reía detrás de ellos, acercándose más a cada escalón.
El agua era más rápida que ellos. Al llegar a lo alto del tramo, Félix se volvió a mirar atrás. La luz mortecina del globo creado por Max se reflejaba en las ondas de agua negra que había al pie del tramo. Podía apreciar cómo subía, centímetro a centímetro, por las polvorientas paredes.
Continuaron corriendo. El agua acortaba distancias. Al llegar al octavo rellano, estaba a medio tramo de distancia. Diez escalones más arriba ya les lamía los talones. Al llegar al noveno rellano ya chapoteaban en ella. A medio camino del décimo les llegaba a la cintura, y era muy fría. Tiraba de las piernas de Félix y hacía que avanzara con mayor lentitud, además de entumecerle el cuerpo.
Al girar y llegar al décimo primer rellano, Félix tenía que levantar el mentón, y alzaba a Claudia fuera del agua para que pudiese respirar. Gotrek pataleaba en el agua tanto como caminaba, y Max tropezaba.
—No vamos a lograrlo —dijo Claudia.
Félix esperaba que eso no fuera una profecía.
Ya iba de puntillas al llegar al último rellano, y vio, con gran alivio, que la puerta de lo alto estaba abierta de par en par y que los guardias la habían abandonado. Tanteó con las puntas de los pies en busca de los escalones sumergidos para continuar subiendo. Cuando llegaron a lo alto de la escalera iban cuello con cuello con el agua, y emergieron mientras ésta se derramaba a través de la puerta abierta al interior del corredor de los barracones, situado al otro lado.
Félix dejó a Claudia de pie y Gotrek ayudó a Max.
—Continuad avanzando —dijo el Matador—. Esto se llenará más lentamente que la escalera, pero se llenará.
Gotrek salió por la puerta y bajó por el muy inclinado corredor hacia los barracones, como si estuviera caminando por una de las vertientes de un tejado a dos aguas. Félix, Max y Claudia lo siguieron, gimiendo de cansancio. El agua los perseguía.
La zona de los barracones se encontraba desierta y destruida, y estaba posándose sobre ella una niebla de polvo de piedra. Se habían desplomado grandes zonas del techo, y la mayoría de los barracones, excavados en la roca viva, se habían hundido y la fachada había caído para dejar a la vista pisos y techos derrumbados, con camas y sillas caídas y aplastadas, todo mezclado con destrozados cadáveres de esclavos. Pero los daños realmente aterradores eran los de la zona de desfiles, que se inclinaba ante ellos. La atravesaba una grieta que corría en diagonal, y cuyos bordes se alzaban unos treinta centímetros más alto que el resto. Por la grieta ascendía, gorgoteando, más agua que bajaba corriendo por el suelo inclinado. Félix alzó la mirada y vio que otra grieta corría por el techo.
—Va a partirse en dos —murmuró, y tragó saliva.
—Puede que se hunda antes —apostilló Gotrek.
El Matador aceleró el paso, chapoteando hacia la puerta principal, en la que había tenido que pagar dos de sus brazaletes de oro para poder pasar unas horas antes. Se había derrumbado. Las enormes puertas de madera estaban rotas y torcidas entre las ruinas de la torre de guardia, con el techo de la cueva derrumbado sobre el conjunto, todo lo cual conformaba una sólida montaña de rocas. Toda el agua que entraba por la grieta estaba acumulándose allí, ocultando rápidamente las puertas que yacían en la base del montón de escombros.
—Otra vez atrapados —dijo Max.
—¡Bah! —exclamó Gotrek, que echó a andar hacia la torre de guardia de la derecha, que aún estaba medio entera. En la base había una puerta de madera medio sumergida en el agua. Probó con el picaporte, pero la puerta estaba atascada en el marco, que se había deformado a causa de la presión ejercida desde arriba.
—Quedaos atrás —dijo Gotrek, y luego estrelló el hacha contra la puerta. La curva hoja se clavó profundamente, y él continuó trabajando para arrancar grandes trozos de puerta. Félix no le quitaba ojo a la parte de la torre que estaba por encima, temeroso de que la puerta fuera lo único que la mantenía en pie. Finalmente, Gotrek abrió un agujero, pasó un brazo por él y tiró. La puerta se abrió con un rechinar penetrante.
Félix cerró los ojos porque esperaba que toda la estructura se derrumbara y sepultara al Matador. Debería haber sabido que eso no iba a suceder.
—Vamos —dijo el enano.
Félix, Max y Claudia lo siguieron. En la puerta, el agua le llegaba a Félix hasta la cintura, y aún era más alta en el interior de la torre. Gotrek estaba sumergido hasta el cuello. Félix miró en torno. No había ninguna otra puerta en la pequeña habitación. ¿Qué estaba haciendo el Matador?
—Arriba —dijo Gotrek, y comenzó a subir por una escalerilla de escalones de hierro empotrados en la pared. Félix lo siguió con precaución, atravesó un agujero del techo y llegó a otra diminuta habitación, ésta acribillada de estrechas saeteras y con un lado completamente derrumbado. Las paredes que aún se mantenían en pie estaban a punto de caer, ya que las piedras se apoyaban precariamente unas sobre otras.
Cuando Max y Claudia salieron por la abertura de la escalerilla, Gotrek fue hasta una de las saeteras y pateó el marco. Félix retrocedió por temor a que el techo se desplomara al moverse la estrecha ventana y derrumbase la pared en torno a ella, pero, una vez más, daba la impresión de que el Matador sabía lo que hacía. Unas pocas patadas más, y el marco de piedra cayó en una sola pieza. Lo siguió una avalancha de piedras con mortero, pero, para gran alivio de Félix, el techo se quedó donde estaba. Gotrek avanzó hasta el agujero en forma de «V» que había abierto y miró al exterior. Tras una leve vacilación, Félix se reunió con él.
La torre miraba a un lago situado donde antes había estado la amplia plaza que precedía a la zona de los barracones. Al otro lado había una arcada que daba a la enorme escalera central que conducía tanto a los niveles superiores como inferiores. La plaza estaba inclinada en el mismo ángulo que la zona de desfiles, e inundada de agua, cuyo nivel ascendía con rapidez, somera en el lado donde se encontraban Gotrek y Félix, y profunda cerca de la escalera, además de sembrada de cadáveres flotantes. Mientras Félix miraba, las dos luces brujas que flanqueaban la arcada quedaron sumergidas, brillando de modo extraño bajo la superficie.
—Échame a la vidente, y luego salta —dijo Gotrek. Trepó a la brecha y se arrojó al agua con un tremendo chapoteo.
Félix se volvió hacia Claudia y le hizo un gesto para que avanzara. Max la llevó hasta él, y Félix la ayudó a subir a la brecha. La joven se agarró débilmente a los bordes, temblorosa y mirando hacia abajo. Félix la empujó. Ella chilló y desapareció de la vista, y a continuación se oyó que caía en el agua.
Félix le dirigió a Max una mirada de culpabilidad.
—Lo siento —dijo.
Max se encogió de hombros.
—Había que hacerlo.
El magíster entró en la brecha y saltó por su propia cuenta. Félix saltó un segundo después. Gotrek ya nadaba al estilo perro hacia la escalera. Félix hizo que Claudia le rodeara los hombros con los brazos, y él y Max nadaron tras el enano.
Cuando comenzaron, sólo quedaban treinta centímetros de arcada fuera del agua, y se hundía con más rapidez de la que ellos nadaban. Gotrek era un nadador torpe y lento, Max resollaba como un fuelle, y Félix, con la cota de malla puesta y Claudia sobre la espalda, apenas si podía mantener la nariz fuera del agua. Habían recorrido no más de dos tercios de la distancia, apartando constantemente cadáveres flotantes de su camino, cuando la arcada desapareció bajo el agua.
—Tendremos que sumergirnos y salir por el otro lado —dijo Félix.
Al llegar a la pared, Gotrek inhaló y se sumergió. Félix tiró de los brazos de Claudia e hizo que se cogiera las manos en torno a su cuello.
—Llenaos los pulmones de aire y aguantadlo —dijo, volviendo el rostro.
Esperó hasta oír que inspiraba y luego se sumergió. El resplandor de las luces brujas le confería a la escena una extraña belleza. Incluso los desgreñados cadáveres que flotaban medio sumergidos en la corriente parecían gráciles. Félix pataleó con fuerza para descender hacia la arcada, y recordó, justo a tiempo, descender un poco más para que la parte superior no le arrancara a Claudia de la espalda al pasar por debajo. Con una última patada atravesó el arco y comenzó a patalear otra vez hacia la superficie. Pero en lugar de salir al aire se golpeó la cabeza contra un techo. Estuvo a punto de chillar de sorpresa y terror, y oyó que Claudia hacía precisamente eso, y comenzaba a debatirse y patalear de espanto.
Alzó la cabeza y vio qué había sucedido. Había ascendido justo al pie de la escalera, donde el techo era horizontal. Los escalones ascendían hacia su izquierda. Sujetó con fuerza los brazos de Claudia, que se agitaban enloquecidos, pateó hacia la izquierda con toda la fuerza de que fue capaz, y al fin salieron de debajo del techo a la superficie, ambos con náuseas y jadeando. Gotrek flotaba junto a ellos.
Félix se quitó el agua de los ojos con una mano y miró en torno.
—¿Dónde está Max?
Sin pronunciar palabra, Gotrek volvió a sumergirse y descendió hacia el pie de la escalera. No era buen nadador, pero tampoco le daba miedo estar bajo el agua.
Félix pataleó hacia el lugar en que los escalones emergían, y ayudó a Claudia a salir. Ella se sentó, cansada, en un escalón, con la cabeza afeitada sangrando por una docena de largos arañazos.
—Lo lamento, fraulein —dijo él—. No fue intencionado.
Ella se rodeó las rodillas con los brazos, sin alzar los ojos.
—Habéis hecho más de lo que deberíais —dijo—. Más de lo que merezco.
Un momento después, Gotrek reapareció, escupiendo agua, y arrastró a Max hasta la superficie. El hechicero salió tosiendo, y apenas pudo arrastrarse por los escalones cuando Gotrek lo remolcó hasta ellos.
Gotrek salió del agua y se apartó la cresta de los ojos.
—Vamos. No podemos detenernos.
Félix se levantó con cansancio y ayudó a Claudia a ponerse de pie. El lugar en que habían estado sentados ya se encontraba a medio metro por debajo del agua. Max se levantó trabajosamente, balanceándose como un borracho. Gotrek se situó a su lado, y volvió a ponerse un brazo del magíster en torno a los hombros.
—Adelante —dijo.
* * *
La escalera central era más ancha que la escalera de los barracones, y tenía el techo más alto, pero el agua parecía ascender a la misma velocidad. Una vez más se encontraron cojeando, maldiciendo y tropezando, perseguidos por el agua que ascendía tras ellos como una gigantesca serpiente silenciosa dispuesta a tragárselos, mientras el arca crujía y temblaba. Al llegar al nivel del puerto miraron en dirección a los muelles, preguntándose si podría haber una escapatoria por ese lado, pero el corredor se inclinaba en esa dirección y se llenaba rápidamente de agua negra. Esclavos y elfos oscuros trepaban por la pendiente hacia ellos.
Gotrek soltó un bufido.
—Sólo los elfos serían capaces de construir un puerto dentro de una roca flotante.
Continuaron apresuradamente, acompañados en la huida tanto por esclavos como por druchii, ninguno de los cuales, en su terror, les prestaba la más ligera atención. Del siguiente nivel salieron más habitantes del arca que huían, y al cabo de poco la escalera quedó abarrotada por una muchedumbre que ascendía.
Dos tramos de escalera más adelante, al entrar en un rellano en medio de la muchedumbre presa del pánico, Félix vio algo que no había esperado volver a ver nunca más: la luz del día. Brillaba al otro lado de una grandiosa arcada adornada con columnas; una cálida radiación dorada que hacía hermosos incluso los crueles rostros de los druchii y las demacradas caras de los esclavos que se volvían a mirarla. Félix pensó que no había visto nada tan maravilloso en toda su vida.
La muchedumbre corría hacia ella como niños perdidos que corrieran hacia su madre, y arrastraron consigo a Félix, Gotrek, Max y Claudia. Al llegar a lo alto de la escalera, salieron a una plaza cuadrada dominada por la estatua negra de una mujer con ropón y capucha, y rodeada de altos edificios puntiagudos. Al otro lado, Félix vio casas, templos y muros fortificados que ascendían por una colina central hacia una enorme fortaleza negra que se agazapaba en lo más alto del arca, todo esto ladeado vertiginosamente hacia la izquierda. De la plaza radiaban calles en ángulos irregulares, pero todos los druchii y los esclavos corrían hacia las zonas más altas de la ciudad en busca de terrenos elevados.
—¡Sigámoslos! —dijo Gotrek.
Él y Félix ayudaron a Max y Claudia a correr con la multitud, mientras el agua salía borboteando de la escalera, detrás de ellos, y comenzaba a derramarse por la plaza.
Pero después de unos pocos giros colina arriba, los primeros temores de Félix se hicieron realidad cuando llegaron a una verja cerrada con llave. Parecía ser una barrera entre los barrios de los comerciantes y los enclaves de los nobles. Una enorme masa de druchii y esclavos se pusieron a empujar la sólida puerta de reja de hierro y a rugir para que los dejaran entrar, mientras que desde el otro lado los guardias les disparaban con ballestas de repetición y les gritaban que retrocedieran. A causa del pánico, los guardias estaban matando incluso a nobles y oficiales.
Félix y Gotrek se detuvieron y miraron alrededor mientras Max y Claudia, jadeantes, se apoyaban en ellos para recuperar el aliento. Tenía que haber otro camino. Tal vez podrían subirse a los tejados. Mientras giraba en busca de una escapatoria, Félix bajó los ojos hacia los barrios inferiores que se extendían más abajo, y vio algo que lo detuvo en seco. Las olas estaban pasando por encima de la muralla de la ciudad y por el interior corría agua. Félix se quedó mirando fijamente. No había pensado que el arca ya se hubiese hundido tanto, pero el océano se colaba dentro de ella como el agua llena un cucharón al sumergirlo en un cubo.
—¡Gotrek! —exclamó, y señaló hacia abajo.
Justo cuando el Matador se volvía, la presión del agua del exterior se volvió excesiva y la muralla se combó y explotó hacia dentro en medio de una lluvia de piedra y una gigantesca avalancha de espuma. Esta primera rotura provocó otras con rapidez, y torres y lienzos de muralla se derrumbaron a lo largo de todo el lado oeste de la ciudad.
Los esclavos y druchii de la plaza chillaron al estremecerse e inclinarse el suelo, y luego los chillidos se transformaron en alaridos de desesperación al volverse y ver que el agua del océano corría libremente por la ciudad que tenían debajo, arrasando casas, derribando templos y ascendiendo con rapidez.
La muchedumbre redobló sus esfuerzos por abrir las rejas, que se combaron hacia dentro, pero Gotrek les volvió la espalda.
—Ya es demasiado tarde para eso —dijo, mientras echaba a andar por una calle lateral—. Venid.
Félix lo siguió, mudo. ¿Qué podría hacer el Matador? El agua ascendería y se los tragaría, con independencia de adonde fueran. No había escapatoria. Cualquier terreno alto que encontraran, estaría sumergido en cuestión de minutos. Una vez más, los descabellados planes de la suma hechicera Heshor los habían llevado a ahogarse en una ciudad hundida.
Pero el Matador avanzó a paso ligero por la calle inclinada, mirando en torno, mientras el atronar del agua que se acercaba se hacía cada vez más sonoro, y el suelo se inclinaba cada vez más bajo sus pies.
—¡Ja! —exclamó Gotrek, de pronto.
Félix alzó la mirada y vio un sólido carro de madera cargado de grandes barriles que arrastraba hacia atrás a dos aterrorizados caballos de tiro por la calle inclinada, mientras los animales se encabritaban y pateaban. El carro se deslizó de lado contra una casa y se detuvo mientras Gotrek corría hacia él.
—¡Aquí! —gritó.
Gotrek abrió la portezuela de atrás del carro y subió. Los barriles eran casi tan altos como él. A sus ojos afloró una mirada feroz cuando vio runas de enanos marcadas a fuego en la madera.
—Cochinos elfos ladrones…
Descargó el hacha sobre la parte superior de uno de ellos y lo tumbó de lado. La embriagadora bebida corrió por la calle en un torrente dorado.
—Dentro —dijo, al tiempo que hacía rodar el barril fuera del carro y lo ponía de pie—. Dos de vosotros.
—¿Estás seguro de que funcionará? —preguntó Félix, dubitativo.
—¡Métete dentro y calla! —le rugió el Matador.
Félix alzó a Claudia en brazos para meterla dentro del barril, y luego trepó torpemente para entrar mientras Gotrek rompía con el hacha la parte superior de un segundo barril, lo vaciaba y lo echaba sobre el adoquinado, para luego saltar dentro de él.
—¡Dentro, magíster! —El ruido del agua que se acercaba era tan fuerte ahora que tuvo que bramar. Félix miró calle abajo, y la vio subir a una velocidad superior a la que corre un hombre, tragándose casas y arrastrando consigo elfos oscuros, esclavos y escombros en su avance.
Max comenzó a trepar débilmente para entrar en el barril gigante.
Gotrek lo aferró por el cogote y lo metió dentro, de cabeza.
—¡Agáchate!
—¡No funcionará! —gritó Félix—. Nos estrellaremos y nos haremos pedazos.
La negra marea llegó hasta ellos.
* * *
Félix se dejó caer en el fondo del barril, junto a Claudia, mientras sentía cómo el agua los alzaba y arrastraba calle abajo. Los caballos de tiro relincharon cuando la corriente los arrastró junto con el carro. A Félix se le cerraron los dientes de golpe cuando el barril chocó contra algo y continuó a toda velocidad. Otro impacto, y otro más. Al barril le saltaron astillas y por encima del borde entró un poco de agua. Las rodillas de Claudia le golpearon la mandíbula. La abrazó y la sujetó con fuerza, tanto para protegerse a sí mismo como para protegerla a ella mientras rebotaban de un lado a otro como un dado dentro de un cubilete. Oía alaridos y lamentos por todas partes, además de fuertes colisiones, y el agua no dejaba de alzarlos y lanzarlos de un lado a otro.
Félix levantó la mirada hacia la abertura del barril y vio que uno de los descomunales muros del barrio de los nobles se alzaba sobre ellos y se acercaba cada vez más. El agua los arrastraba hacia él. Luego, una mano aferró el borde del barril. Apareció la cara de un elfo oscuro, con los ojos desorbitados de miedo. Intentó trepar. ¡Iba a hacerlos volcar!
Félix soltó a Claudia y le dio un puñetazo en la cara al druchii. El elfo oscuro gruñó y atrapó la muñeca de Félix, que entonces se puso de pie y le dio un puñetazo con la otra mano. El elfo oscuro se negaba a soltarlo.
Entonces, la negra muralla llenó de repente su campo visual y se estrellaron contra ella. Félix cayó hacia atrás mientras el elfo oscuro era aplastado y se le partían las costillas como ramitas secas. Se alejó, gritando, mientras la gran ola retrocedía y el barril era apartado otra vez del muro.
Félix se asomó por encima del borde cuando las corrientes comenzaron a llevarlos de un lado a otro, y vio las puntas de los tejados y las chimeneas del barrio de los comerciantes desaparecer bajo arrolladoras olas espumosas. Los remolinos hacían girar en gran confusión la basura de la ciudad, y también a ellos, de tal forma que se les revolvía el estómago. Félix creyó ver el barril donde iban Max y Gotrek, pero al girar volvió a perderlos.
En lo alto se oyó una detonación como un trueno, y Félix se volvió y levantó la cabeza. Una sección de la muralla de retención, grande como un castillo, se desprendió en bloque y cayó al agua, seguida por casas, gente y muebles. Una enorme ola se alzó al desvanecerse el negro acantilado, y el barril de Félix y Claudia se alejó aún más de la ciudad.
Félix no podía dejar de ver cómo se hundía el arca. Fue más lento de lo que él esperaba, como si la magia de los elfos oscuros que la había mantenido a flote durante cuatro mil años se esforzara aún por sostenerla, pero se hundió de todos modos, y se hizo pedazos. Torres afiladas como cuchillos se desmoronaron y cayeron, los muros se desplomaron. Se abrieron grietas en el suelo antes sólido, y partieron las mansiones y los palacios construidos encima con un estruendo parecido al de una interminable salva de cañones. Elfos oscuros y esclavos fueron aplastados por las piedras que caían, tragados por las simas que se abrían bajo sus pies, o lanzados al agua, entre alaridos. Félix sintió que el barril era arrastrado de vuelta hacia el arca por una poderosa resaca causada por el hundimiento del arca, y se le aceleró el corazón. Serían arrastrados hacia el cataclismo y tragados, y él no podía hacer nada para impedirlo.
Al desaparecer el nivel donde se hallaban los templos, por todas partes surgieron explosiones de fuego negro, y grandiosos arcos de energía púrpura saltaron de edificio en edificio e hicieron temblar toda piedra que tocaron hasta que se transformó en polvo. Félix habría jurado ver que un río de sangre manaba de las ruinas de un templo de muros de latón que habían hecho implosión, y teñía el agua. Un bramido ultraterreno ascendió hasta transformarse en un alarido escalofriante, y luego se interrumpió como si hubieran cerrado una puerta.
El barril fue golpeado por detrás, y luego otra vez por la izquierda y la derecha. Todos los deshechos flotantes de la ciudad que se hundía estaban convergiendo en el centro de succión, atestando el mar, y lanzaban a Félix y Claudia de aquí para allá.
Estaban lo bastante cerca como para ver los ojos de los dragones de piedra negra que había tallados en los aleros, cuando las olas alcanzaron finalmente la sólida fortaleza negra cuyas orgullosas, puntiagudas torres continuaban milagrosamente enteras, aunque de todas sus ventanas manaba humo en espirales. Entonces, con una detonación que Félix sintió más que oyó, El castillo se partió en dos y en sus flancos de basalto aparecieron dentadas fisuras anaranjadas al quedar a la vista el fuego interior.
La mitad que Félix tenía más cerca se hundió con mayor rapidez, y las torres cayeron de lado al deslizarse en el mar, dejando a la vista habitaciones y corredores en llamas, y frenéticas figuras silueteadas que ardían como muñecas de papel al saltar dentro del agua. La otra mitad la siguió de inmediato, y de repente el barril de Félix y Claudia descendió por una pronunciada pendiente de agua mientras la torre más alta de la fortaleza se deslizaba dentro del mar y desapareció en el centro de un vertiginoso remolino. Félix vio que un lustroso carruaje negro ascendía junto al barril y caía hacia ellos al absorberlos el vórtice, y en ese momento volvió a dejarse caer en el fondo del barril y abrazó a Claudia con toda su alma.
—¡Sujetaos, fraulein! —gritó.
Luego todo se convirtió en una aterrorizadora confusión de sonido, movimiento e impactos demoledores. El agua se tragó el barril, que hizo girar y estrelló contra una y otra cosa como un corcho bajo unas cascadas. Félix quedó cabeza abajo, luego cabeza arriba, se estrelló contra Claudia, luego ella se estrelló contra él, todo en el transcurso de segundos, incapaces de ver nada que no fueran girantes burbujas, agua que caía con violencia y fugaces imágenes de olas, deshechos y cielo, mientras el barril era arrastrado bajo las potentes olas. Pasaban volando cuerpos que estaban dentro del agua, de hombres, mujeres, druchii, caballos, ratas. Contra el barril se estrellaban cosas que lo zarandeaban de un lado a otro. Un niño humano se aferró al borde y miró a Félix a los ojos con expresión implorante, para desaparecer otra vez antes de que Félix pudiera reaccionar.
El barril se llenaba de agua a medida que descendía. A Félix le dolían los pulmones por falta de aire y el mundo comenzó a tornarse negro y borroso en la periferia de su campo visual. Se preguntó si serían arrastrados hasta el fondo mismo del mar, o si el barril sería destrozado y los dejaría indefensos para morir aplastados por los deshechos. Sintió que comenzaba a flotar y se apretó con fuerza contra los costados del barril para mantenerse dentro.
Luego, mucho después de que pareciera posible que aquello pudiera continuar, el agua comenzó a calmarse y sintió que el barril ascendía lentamente a través del agua turbia. Por un milagro, salieron a la superficie con la boca del barril hacia arriba y casi alineada con el agua. Félix se levantó e inspiró ansiosamente, y entonces se dio cuenta de que Claudia aún estaba dentro del barril, bajo el agua. Hundió una mano y tiró de ella, y la joven se aferró a él, atragantada, y le vomitó agua sobre el pecho, entre temblores y sacudidas.
Él recorrió con la mirada la escena de demencia que los rodeaba, con la esperanza de ver al Matador y a Max. En todas direcciones, el mar estaba cubierto de pecios: barriles, cajones, tablones, carros, cucharas de madera, piezas de ropa, papel, basura, algo que parecía ser una peluca, y cadáveres de todas las razas. A la izquierda, había tres pequeñas balandras druchii enredadas, reunidas por el enloquecido torbellino causado por el hundimiento del arca. Más allá, otras negras naves sacaban del agua a los druchii que se acercaban nadando, o disparaban con las ballestas hacia flotantes masas de esclavos implorantes mientras serpientes marinas, tanto con jinete como sin él, recorrían los restos y se alimentaban indiscriminadamente de todo y todos.
Félix oyó un chapoteo y una tos que le era familiar, y se volvió. ¡Otro barril flotaba cerca de ellos, pero éste boca abajo! ¿Era el que había estado buscando?
—¡Gotrek! —gritó—. ¡Max!
La cabeza de Gotrek salió a la superficie junto al barril, y sacó a Max, para luego ayudarlo a que se cogiera al tonel. El magíster estaba apenas consciente, pero vivía. Félix sacudió la cabeza, maravillado. Lo habían logrado. Habían sobrevivido. Por imposible que hubiese parecido, habían escapado del arca negra.
Entonces, por detrás de los gemidos, alaridos y gritos de los supervivientes, y el «hooogh» de los dragones marinos, Félix oyó un ruido que hizo que un escalofrío le recorriera la espalda: el clamoroso gemido del Arpa de Destrucción.