No había fin para el horror. Apenas acabábamos de matar al chamán de los hombres bestia y de haber hecho pedazos la piedra que podría haber destruido el Imperio cuando surgió una nueva amenaza, más terrorífica y horripilante que la anterior, un ejército de muertos vivientes de diez mil efectivos.
En los días que siguieron, cuando la demencia y la desesperación eran nuestras compañeras constantes, daba la impresión de que la muerte había encontrado al fin a Gotrek, aunque bajo una forma que ningún matador habría deseado jamás. Sin embargo, a pesar del peligro y las penurias, y de la amenaza de una muerte indigna, el más penoso reto de Gotrek no lo representaban los enemigos, sino su más viejo amigo. Por salvar el alma de Snorri Muerdenarices, el sagrado juramento que Gotrek le había hecho a Grimnir iba a ser puesto a prueba como nunca antes, y yo no tenía ni la más remota idea de qué se rompería primero, si la amistad o el juramento.
De Mis viajes con Gotrek, vol. VIII,
Por herr Félix Jaeger
(Altdorf Press, 2529)