VEINTICINCO
Kemmler se volvió e interrumpió el encantamiento cuando el cuerpo de Rodi y su cabeza sin mandíbula inferior cayeron al suelo, detrás de él, con golpes sordos.
—Has faltado al honor de los muertos de los enanos, nigromante —declaró Gotrek, al mismo tiempo que se lanzaba hacia él—. Morirás por ello.
Kemmler retrocedió de un salto, gritando de miedo, y desapareció dentro de una nube de oscuridad que emanó de su capa.
El Matador derrapó al detenerse, y miró a su alrededor con ferocidad, y luego rugió, cargó hacia la derecha y desapareció de la vista.
—¡Apártate, espectro! ¡El profanador morirá primero! —bramó.
—El enano está loco —susurraron el padre Marwalt y el magíster Marhalt, mientras Félix y Max corrían hacia la puerta.
—Es un Matador —respondió Max por encima de un hombro—. La cordura no entra en la ecuación.
—Entonces, también yo soy un matador —gritó Dominic, y cargó tras ellos, al mismo tiempo que desenvainaba la espada—. ¡Mi madre y mi padre deben ser vengados!
—¡Pero, mi señor, las puertas! —lo llamó el capitán Hoetker—. ¡Debemos abrir las puertas!
El joven señor no lo escuchó. Pasó entre Félix y Max cuando llegaban a la puerta, y continuó a la carga en la dirección que había seguido Gotrek.
Félix se quedó blanco al ver hacia qué corría el muchacho.
—¡Señor Dominic! ¡Volved!
El extremo derecho del gran salón era una plataforma elevada, el lugar que deberían haber ocupado los tronos del graf y la grafina. Por encima había una galería para músicos, provista de cortinas, y detrás se veía una pintura mural del joven Sigmar matando a Colmillo Negro el Jabalí. Ahora esa plataforma estaba desprovista de todo mobiliario, y atestada de esqueletos. Kemmler se encontraba de pie en el centro de una formación en cuadro de inmóviles esqueletos de guerreros, y salmodiaba otro encantamiento, mientras que por debajo de él, en la amplia escalera de la plataforma, Gotrek luchaba con Krell, el Señor de los No Muertos.
Félix echó a correr para intentar atrapar a Dominic, pero llegó demasiado tarde. El joven señor se situó hombro con hombro con el Matador, y comenzó a dirigir tajos contra el rey muerto como un leñador contra un árbol. Por desgracia, los golpes de espada eran descontrolados, desatinados y no lograron nada. Parecía un terrier que intentara ayudar a un bulldog a pelear contra un oso, y no tardó en correr la suerte del terrier. Cuando Krell dirigió un tajo hacia Gotrek, Dominic se interpuso en el camino y fue derribado de espaldas sobre las ofrendas de comida podrida que había al pie del trono de su padre, con la espada cortada por la mitad y la armadura abollada en un hombro.
Félix corrió hacia él cuando los caballeros de la Reiksguard entraron como una tromba. Estaba aturdido y gemía de dolor, pero, por fortuna, el hacha de Krell no parecía haberle hecho corte ninguno.
—¿Está vivo? —preguntó el capitán Hoetker al pasar apresuradamente.
—Sí —dijo Félix.
—Bien; mantenedlo apartado de la lucha.
Los caballeros cargaron para atacar a Krell, y una marea de zombies y necrófagos los siguió al interior de la sala.
—¡Padre! —gritó Max—. ¡Magíster!
Los gemelos se volvieron, y el magíster Marhalt retrocedió de la puerta, murmurando hechizos al mismo tiempo que se sacaba algo de las mangas, mientras el padre Marhalt extraía una barra de carbón de dentro de sus ropones y comenzaba a recitar una plegaria dirigida a Morr.
Al pie de la plataforma, Krell hizo girar su hacha en un amplio arco cuando los caballeros de la Reiksguard formaron junto a Gotrek, para atacarlo. Dos de los caballeros intentaron desviar el golpe con el escudo, y cayeron con éste partido en dos, y los brazos mutilados y salpicados de negras esquirlas.
—¡Retroceded, estúpidos! —gruñó Gotrek, y Max recogió la orden.
—¡Caballeros! —gritó—. ¡Dejadle Krell al Matador! ¡Matad a los esqueletos! ¡Atacad a Kemmler!
En la puerta, el magíster Marhalt tendió un cráneo humano tallado en oro hacia los no muertos que entraban en la habitación arrastrando los pies, y gritó una frase arcana. Los enjoyados ojos del cráneo emitieron una luz violeta que los atravesó como una onda expansiva. Fueron lanzados de vuelta al vestíbulo de entrada, derribando a los que tenían detrás y desintegrándose al caer, cuando brazos, piernas y torsos se partieron en pedazos putrefactos.
Con la puerta momentáneamente despejada, el padre Marwalt corrió hasta ella y trazó una gruesa línea negra sobre el umbral con la barra de carbón, y luego retrocedió. Los zombies y necrófagos volvieron a avanzar, pero cuando intentaron pasar por encima de la línea, la carne se les ennegreció y resquebrajó como si los hubieran consumido unas llamas invisibles. No podían cruzar.
Félix se volvió a mirar hacia la plataforma. Los caballeros de la Reiksguard habían obedecido la orden de Max y estaban atacando la formación de esqueletos que protegían a Kemmler, tras dejar a Gotrek luchando en solitario contra Krell.
El Matador se deleitaba con el combate, y descargaba una lluvia de golpes sobre el rey de los muertos, mientras una sonrisa maníaca le contorsionaba la cara. Este, al fin, era el combate que Gotrek había estado buscando desde que había cruzado hachas con Krell sobre las murallas del castillo, siete días antes. Ahora no había distracciones de ninguna clase; ni serpiente alada no muerta que se interpusiera ni permitiera a Krell escapar, ni rivales que interfirieran, ni preocupaciones por mantener a Snorri con vida. Sólo había una lucha hasta el final con un enemigo que merecía la pena.
El enano y el guerrero no muerto estaban tan igualados que parecía que ninguno de ellos lograría jamas sacarle ventaja al otro. Por muy velozmente que se moviera el hacha de Gotrek, la de Krell estaba allí para parar el golpe. Por potentes que fueran los golpes de Krell, Gotrek los devolvía con igual fuerza, y el aire vibraba con el estruendo de la obsidiana contra el acero.
Félix apartó del camino a Dominic, que continuaba medio inconsciente, cuando Gotrek lanzó a Krell hacia el círculo ritual de Kemmler, donde se estrelló, y saltó tras él.
—Mi señor —dijo Félix cuando Krell volvió a ponerse en pie de un salto y la batalla continuó hacia ellos—. ¿Podéis levantaros?
El muchacho sólo gimió, y Félix lo arrastró un poco mas lejos.
Detrás de su protectora muralla de esqueletos, el encantamiento de Kemmler llegaba a un crescendo, pero Max, el magíster Marhalt y el padre Marwalt estaban haciendo hechizos propios para contrarrestarlo. El magíster Marhalt dirigió las enjoyadas cuencas oculares del cráneo de oro hacia el nigromante y lo bañó con su abrasadora mirada violeta. Max trazó palabras relumbrantes en el aire con una mano, mientras agitaba un redondo espejo metálico con la otra. Del disco manó una luz blanca dorada, como si reflejara el sol, y el haz abrasó los ojos de Kemmler. El padre Marwalt sostuvo en alto una parpadeante vela negra y recitó las tradicionales plegarias de enterramiento del culto de Morr, destinadas a poner los muertos a descansar y mantenerlos así, y dio la impresión de que estaban funcionando, porque las hachas cubiertas de cardenillo de los esqueletos de Kemmler parecían moverse con mas lentitud, y las espadas de los caballeros de la Reiksguard atravesaban sus defensas y cortaban bronce y hueso.
Pero aunque la luz de Max lo cegaba y el fuego del magíster Marhalt lo quemaba, Kemmler logró declamar las últimas palabras del encantamiento, y adelantó con violencia su báculo rematado por un cráneo.
Del báculo salió disparada una onda de sombras, que hizo que Max y los gemelos lanzaran una exclamación ahogada y se tambalearan. Lo mismo le sucedió a Félix, al doblársele las rodillas a causa de una ola de debilidad que le causó mareo. Los caballeros de la Reiksguard también se vieron afectados, y de repente, eran sus espadas las que vacilaban, y los esqueletos los hacían retroceder a ellos. Félix gimió. Le temblaban los brazos y el corazón le latía con rapidez, pero débilmente. Era como si todos los días de sed y hambre que había vivido durante el asedio se repitieran ahora concentrados en un minuto.
Luego, justo cuando sentía que iba a desplomarse junto al señor Dominic, lo atravesó un resplandor dorado y el debilitante mareo disminuyó, aunque no desapareció del todo. Volvió la cabeza. Max estaba de pie ante la plataforma, inclinado como si luchara contra un vendaval, con los brazos extendidos y temblorosos, empujando las paredes de una esfera de luz dorada hacia ellos para rodearlos a todos.
Protegidos por el hechizo de Max, los gemelos renovaron sus plegarias y encantamientos, aunque sus manos realizaban los movimientos rituales como si estuvieran sumergidos hasta el cuello en arenas movedizas. Kemmler también había levantado un escudo, un torbellino de formas espectrales y caras vistas a medias que giraban en torno a él, gritando y muriendo al bloquear la luz púrpura.
Los únicos que no parecían afectados por todas las plegarias, hechizos y contrahechizos eran Gotrek y Krell, que continuaban luchando, sin reparar en nada que no fuera su combate cuerpo a cuerpo. Krell lanzó a Gotrek de espaldas contra un montón de mesas que redujo a astillas, y luego cargó al mismo tiempo que el Matador rodaba para salir del desastre, y dirigía un tajo hacia atrás con el hacha. El golpe le arrancó a Krell una greba y una bota, y lo dejó cojeando con un pie de hueso desnudo, pero a pesar de eso cargó, y su siguiente golpe lanzó a Gotrek contra los braseros que rodeaban el círculo, lo que provocó que salieran volando hacia todas partes manos, pies y cabezas en llamas.
Félix volvió a apartar a Dominic del camino, y el muchacho se levantó por fin, tambaleante.
—Por aquí, mi señor —dijo Félix—. Quedaos atrás.
Pero cuando se llevaba a Dominic, chocó contra algo que tenía a la espalda, y al volverse se encontró con el sargento Leffler, que lo acometía con su espadón.
Félix lanzó un grito ahogado y se agachó, y la hoja pasó zumbando a menos de tres centímetros por encima de su cabeza…, y le abrió un tajo a Dominic en un hombro. Por la izquierda se lanzó hacia ellos el cadáver del cirujano Tauber, con las manos extendidas, y por la derecha les dirigió una estocada el señor von Volgen, con su larga espada.
Dominic la esquivó y le hizo un tajo a von Volgen con la espada rota, pero la herida no restó rapidez en lo mas mínimo al cadáver, que lo atacó otra vez.
Félix paró el tajo e hizo retroceder a von Volgen de una patada, y luego embistió a Dominic para apartarlo del camino del espadón de Leffler.
—Quedaos detrás de mí —gritó.
Félix le cortó la cabeza a Tauber, mientras los zombies los acometían, y con un golpe le arrancó de las manos el espadón al sargento, para luego atravesarle el cuello. Eso dejó sólo a von Volgen. El cadáver del señor lo acometió, pero cuando Félix levantaba a Karaghul para descargar un tajo sobre él, el brazo con que el zombie sujetaba la espada cayó, y en su rostro apareció una expresión triste.
Félix vaciló, pero el instinto impulsó el golpe y le cortó la cabeza a von Volgen. Su corazón latía con fuerza cuando cayó el cadáver. La impresión era que el zombie había permitido que lo matara, casi como si se lo hubiera estado implorando. Pero eso no era posible, ¿verdad? ¿Acaso una parte del alma de von Volgen había permanecido atrapada en el cuerpo no muerto?
Un movimiento le hizo volver la cabeza y desterró ese pensamiento. Dominic avanzaba otra vez con paso tambaleante hacia la batalla entre Gotrek y Krell, e intentaba alzar la espada rota con el brazo herido. Félix fue tras él.
—Mi señor —le dijo—, dejádselo al Matador.
El joven señor lo rechazó agitando un brazo.
—¡Tengo que hacer algo! ¡Debo participar de alguna manera en…!
Se detuvo al encontrarse cara a cara con su madre y su padre. Los cadáveres se retorcían en los tronos, y Félix vio que los habían atado a ellos. Luchaban contra las cuerdas, lanzándoles dentelladas a Félix y su hijo, con hambre mecánica.
Dominic se quedó mirándolos, y luego reprimió un sollozo.
—Esto es lo que tengo que hacer. Debo hacer como hizo el Matador, y liberarlos como él liberó a su amigo.
El muchacho arrojó a un lado la espada rota y sacó de la vaina la espada que su padre tenía sujeta al costado. El cadáver intentó arañarlo, pero la cuerda que lo retenía le impidió llegar hasta él.
Envejecida por la magia de muerte de Kemmler, la hoja estaba manchada de herrumbre, pero aún lo bastante entera como para hacer su trabajo. Dominic la levantó por encima de la cabeza y miró a la grafina, con los ojos llenos de lágrimas.
—Ve a reunirte con Sigmar, madre —dijo, y a continuación separó la cabeza marchita del cuello.
Ella no hizo el mas mínimo ruido al morir, pero detrás de su muralla de esqueletos, Kemmler chilló como si la espada lo hubiera herido a él.
—¡Muchacho estúpido! ¡Lo estás estropeando!
El grito de furia se convirtió en alarido de dolor cuando los hechizos de Max y el magíster Marhalt pasaron a través de su perdida concentración, pero casi al instante, sus sombras volvieron a adelantarse, ondulantes, haciéndose mas fuertes que nunca.
—¡Aguafiestas! —chilló—. ¡Vándalo!
—¡Acabadlo, mi señor! —gritó Félix, al mismo tiempo que se interponía entre el muchacho y la oscuridad que se extendía—. ¡Golpead mientras podéis!
Dominic alzó la espada por encima de su padre.
—Ve con Sigmar, padre.
También ese tajo fue certero, y la cabeza del graf cayó de encima de los hombros.
Kemmler aulló, y con una detonación silenciosa, la hirviente bola de oscuridad que lo rodeaba estalló hacia fuera en todas direcciones, y el enervante poder hizo caer de rodillas a Félix, Dominic y el resto de los hombres vivos.
Toda la debilidad que la esfera de protección de Max había mitigado momentáneamente, volvió multiplicada por diez. Las piernas de Félix se negaban a soportar su peso. El corazón le latía con tal rapidez que tuvo la sensación de que podría explotarle, pero parecía estar bombeando bilis, no sangre. Tenía la visión distorsionada y ennegrecida en la periferia. Dominic dejó caer la espada de su padre. Max, el padre Marwalt y el magíster Marhalt estaban igual, con los brazos temblorosos y batallando para levantarse. Los caballeros que habían estado luchando contra los esqueletos también se habían desplomado, y los guerreros antiguos estaban haciéndolos pedazos. Y en la puerta, la negra línea de carbón estaba tomándose gris, y los zombis empezaban a atravesarla.
Incluso Gotrek parecía haber sido golpeado por el hechizo. Retrocedió ante Krell con paso tambaleante, como si estuviera en las últimas, con el torso convertido en una masa de contusiones y el hacha rúnica colgando pesadamente de las manos. El paladín no muerto lanzó un aullido de triunfo y fue tras él, al mismo tiempo que levantaba el hacha negra para asestarle un tajo salvaje. Pero cuando descendía, dejando su estela de polvo sofocante, Gotrek saltó hacia delante y dirigió un tajo potente al mango del arma de obsidiana, para luego retorcer con fuerza salvaje y levantar.
Krell bramó de sorpresa cuando la negra hacha voló de sus manos enfundadas en guanteletes, y ascendió por el aire girando sobre los extremos para clavarse en una de las doradas vigas del techo del regio salón. Se quedó allí atascada, vibrando, a seis metros por encima de su cabeza.
Gotrek rió y saltó al mismo tiempo que dirigía un tajo a las piernas del enorme esqueleto acorazado, que retrocedió con paso tambaleante.
—¡Dos mil años de agravios —gruñó el Matador— tachados con un solo golpe!
Gotrek asestó un tajo al hueso de la pierna desprotegida del paladín y la atravesó como si fuera leña seca. Krell cayó al suelo con estruendo ensordecedor, y el Matador se situó sobre él con las piernas separadas, para descargar un golpe con el hacha rúnica que ardía con luz roja.
—¡No! —gritó Kemmler, desde la plataforma, y comenzó a salmodiar un nuevo hechizo.
Pero no había manera de detener la mortífera trayectoria del hacha. Hendió el peto del paladín y se clavó en el costillar. Krell luchó para levantarse, pero Gotrek le dio una patada en los dientes y le arrancó el hacha, mientras sonreía con expresión salvaje.
—¡Un sólo golpe, carnicero!
Alzó el hacha por encima de la cabeza para asestar el tajo definitivo dirigido al cuello, pero detrás de él, sobre la plataforma, Kemmler adelantó con brusquedad el báculo, y el cráneo que lo remataba abrió la boca para vomitar un torrente de hirviente energía negra.
Gotrek gruñó y se puso rígido al golpearlo la negrura en la espalda; su sonrisa se transformó en un rictus de dolor cuando se tensaron todos los músculos de su cuerpo. Félix se quedó mirándolo. Era algo raro ver al Matador afectado lo mas mínimo por la magia, mucho mas paralizado por ella, pero, por asombroso que resultara, eso no era lo único que estaba haciéndole. Mientras Félix observaba, las arrugas de la cara del Matador se ahondaron, y las mejillas se le hundieron. También su cuerpo estaba haciéndose mas delgado, y cada detalle de sus músculos y venas resaltaba a través de la piel como si lo hubieran desollado.
Tampoco era el único afectado por el hechizo. La carne de los dedos de Félix estaba encogiéndose, y los huesos de los nudillos se destacaban a través de la piel cada vez mas tensa, como los puntales de una tienda. Max y los gemelos estaban igual. El pelo plateado de Max se blanqueaba en las raíces, y el magíster y el padre envejecían ante los ojos de Félix, mientras sus hechizos y encantamientos se debilitaban y extinguían. El ataque fulminante de Kemmler estaba empujándolos a todos hacia la sepultura —como si fuera la mano del tiempo mismo que los aplastara con el peso de los años—, y cada vez mas zombies atravesaban la protección de Marwalt y entraban en el salón arrastrando los pies.
El Matador se volvió penosamente, centímetro a centímetro, como si estuviera atrapado en el hielo, y levantó el hacha rúnica con una mano temblorosa, pero no pudo girar con la rapidez suficiente. Se debilitaba con cada medio paso. Jamas podría llegar hasta el nigromante antes de que el hechizo lo convirtiera a él en un esqueleto ambulante.
Félix se puso trabajosamente de pie, tan débil como una caña rota, y sacó la daga, pero cuando la alzaba para lanzársela a Kemmler, algo descendió destellando desde lo alto y golpeó al nigromante en un hombro.
Kemmler lanzó un grito de sorpresa y cayó hacia atrás, y el torrente de negra energía hirvió hasta desaparecer, mientras él giraba en busca del origen del ataque. Tenía una flecha clavada en un hombro, y mientras Félix lo miraba con ojos fijos, una segunda descendió para clavarse en una pierna del nigromante, que volvió a gritar y cayó.
¿Una flecha?
El corazón de Félix dio un salto como si intentara escapársele del pecho. ¡Una flecha!
Al otro lado de la estancia, Gotrek se libró de la parálisis y corrió hacia el nigromante con un aullido de furia que helaba la sangre. Kemmler lo vio venir y alzó el báculo con mano temblorosa, mientras escupía el principio de otro encantamiento; pero antes de que pudiera pronunciar mas de unas pocas sílabas, el Matador saltó sobre la plataforma, se abrió paso a hachazos a través de los restantes esqueletos del nigromante y descargó un tajo sobre él con todas sus fuerzas.
Kemmler bloqueó con el báculo, y el hacha rúnica de Gotrek lo cortó en dos, haciendo que el sonriente cráneo saliera volando hacia un lado, girando sobre sí mismo, mientras un coro de alaridos, como de un millón de almas que murieran, hacía temblar la estancia, y extrañas entidades visibles sólo a medias salían disparadas y desaparecían en las sombras. Luego, el hacha encontró carne, y Kemmler también gritó, mientras una gran mancha de sangre se extendía por su abdomen y le oscurecía el ropón gris.
—Y ahora, nigromante —rugió el Matador, en tanto volvía a levantar el hacha—, ¡mueres por la profanación!
Pero cuando Gotrek descargaba el golpe, una niebla de sombras ascendió de la capa de Kemmler y los envolvió a ambos en una arremolinada oscuridad, que, cuando se disipó, dejó a la vista a Gotrek solo, con el hacha clavada en las partidas tablas de la plataforma, y su único ojo ardiendo de frustrada furia.
—¡Cobarde! —le gritó al aire—. ¡Profanador!
Giró con un gruñido hacia el lugar en que había derribado a Krell, y volvió a cruzar la estancia a la carga hacia el esqueleto que aún yacía postrado; pero cuando ya atravesaba la basura putrefacta que rodeaba los tronos de Reikland, en torno al paladín caído se formaron sombras, y cuando el Matador llegó al sitio, también Krell había desaparecido —incluso su hacha de obsidiana se había desvanecido del techo—, y la voz de Kemmler resonó en el comedor, procedente de todas partes y de ninguna al mismo tiempo.
—No me habéis derrotado, estúpidos —siseó—; sólo me habéis retrasado. Dispongo de todo el tiempo del mundo.
Gotrek maldijo mientras la demente risa del nigromante se desvanecía, y él hendió el aire a su alrededor sin dar en nada.
—¡Maldito! —rugió—. ¡Maldito!
Félix le volvió la espalda cuando oyó gemidos y arrastrar de pies detrás de sí, y se encontró con que tenía casi pegada a la espalda la horda de zombies que estaba entrando por la puerta. Asió al señor Dominic por un brazo para levantarlo, y ambos recularon con paso tambaleante ante los muertos, a la vez que alzaban la espada. Gotrek se situó junto a ellos, aún gruñendo de cólera, y Max, el padre Marwalt y el magíster Marhalt se levantaron detrás, delgados como cadáveres y temblando a causa del encantamiento de Kemmler, pero preparando hechizos a pesar de todo.
No obstante, mientras los zombies avanzaban hacia ellos arrastrando los pies, con armas oxidadas en alto y garras extendidas, sus pasos comenzaron a vacilar y sus brazos a caer. Uno grande que llevaba un mandil de carnicero tropezó y cayó de bruces. Una mujer ataviada con los restos de un rico vestido perdió un brazo, luego la mandíbula inferior, y por último, se deshizo del todo al pudrirse su piel ante los ojos del grupo. El cadáver de un hombre bestia se desplomó y se llevó consigo a varios zombies mas pequeños. Algunos de los otros continuaron adelante con resolución, pero no duraron mucho. Estaban cayendo como moscas, y también los que estaban fuera de la entrada del salón. Al fin, el último de ellos se desplomó de rodillas ante Félix, y sus dedos de largas garras arañaron débilmente la punta de una bota de Jaeger, antes de quedar inmóviles para siempre.
—Kemmler se ha marchado —susurró el padre Marwalt, dejándose caer en una silla rota.
—Y su influencia se aleja con él —añadió el magíster Marhalt mientras descendía hasta el suelo—. Se ha acabado.
—Por ahora —matizó Max, que dejó caer las manos a los lados—. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que vuelva?
Nadie tenía una respuesta para esa pregunta. Los gemelos no hacían mas que temblar en el sitio en que se habían dejado caer, mientras Dominic Reiklander avanzaba con paso tambaleante para arrodillarse ante los cadáveres decapitados de su madre y su padre, y Gotrek limpiaba el hacha.
Félix no podía descansar aún. La esperanza no se lo permitía. Miró hacia la plataforma sobre la que Kemmler había sido herido por las flechas, y luego giró sobre sí mismo para intentar determinar de dónde habían partido. Las saetas habían descendido hacia Kemmler. Desde algún sitio elevado. La galería para músicos de encima de la plataforma. Se encaminó hacia ella con paso tambaleante, mientras el corazón comenzaba a acelerársele.
—¡Kat! —llamó—. Kat, ¿has sido tú?
No hubo respuesta.
—¡Kat!
Todavía nada.
Había una puerta en la pared de debajo de la galería. La abrió. Era un retrete. Maldijo y se encaminó hacia la puerta que salía al corredor, tropezando con los montones de cuerpos putrefactos que la bloqueaban. La puerta de la galería tenía que estar en el piso de arriba. Fue cojeando por el pasillo hacia la escalera, sintiéndose frágil y ligero como un esqueleto de pájaro a causa del hechizo de Kemmler.
La escalera fue casi demasiado para él, pero acabó de subir a gatas los últimos escalones, y luego bajó por el corredor. Había una puerta pequeña en la pared de la izquierda. Fue hasta ella dando traspiés y tiró del picaporte. Estaba cerrada con llave. Se puso a aporrearla, ahora desesperado.
—¡Kat! Kat, ¿estás ahí dentro?
Nada. Tironeó de la puerta; luego la pateó, pero fue inútil. Estaba demasiado débil. No podía moverla. No podía romperla. Se le escapó un sollozo.
—Apártate, humano —dijo Gotrek.
Félix levantó la mirada. No había oído acercarse al Matador; no se había dado cuenta de que lo seguía.
Gotrek le asestó un tajo a la puerta, en la que abrió un gran agujero por el que metió una mano para hacer girar el pasador del otro lado. Tiró de ella para abrirla y se apartó a un lado.
—Adelante, humano —dijo.