VEINTITRÉS
Max condujo a Félix a través de la puerta de borde rojo de la tienda enfermería, y luego se apartó a un lado. El Matador yacía sobre un camastro, contra la pared del fondo, con su único ojo cerrado y los brazos, piernas y torso cubiertos de magulladuras, vendajes y heridas suturadas. Snorri estaba de pie junto a él, con una pata de palo nueva, y lo miraba en silencio. A un lado, la hermana de Shallya ayudaba a un cirujano a recoger los escalpelos agujas y sutura.
—Hemos hecho todo lo que hemos podido, Félix —dijo Max—. Los cirujanos han limpiado y curado todas las heridas, mientras la abadesa le rezaba a Shallya para que curara el daño causado a los órganos internos de Gotrek. Yo he hecho todos los hechizos de purificación y curación que conozco, pero… no ha habido ningún cambio. Parece que hemos llegado demasiado tarde.
Félix asintió débilmente, y luego se acercó al camastro y se detuvo junto a Snorri. Gotrek yacía como si estuviera dormido, con las cejas fruncidas, pero su pecho no parecía subir y bajar. No había ningún movimiento en él.
—Aún vive —dijo Max—, pero no durará mucho. Es sólo cuestión de tiempo.
Félix se arrodilló junto al camastro y se inclinó.
—Gotrek —dijo—, por favor, no permitas que tu fin sean unas pocas esquirlas de cristal. Krell está vivo. Vuelve y acaba con él. Véngate y ayúdame a rescatar a Kat.
No se produjo ningún cambio en la cara del Matador. La verdad era que Félix no había esperado que se produjera, pero a pesar de eso, fue doloroso. Dejó caer la cabeza, y luego volvió a ponerse de píe, con los puños cerrados.
—Debería tener su hacha —dijo de repente—. No debería morir sin su hacha.
—Snorri irá a buscarla —dijo Snorri con lentitud, para luego dar media vuelta y salir de la tienda.
Max tosió, junto a la puerta.
—Si necesitas algo, Félix… —dijo.
Félix negó con la cabeza.
—Sólo…, sólo un poco de tiempo.
Max asintió con la cabeza, les hizo un gesto al cirujano y la abadesa, y se encaminó hacia la puerta cuando ellos salían.
—Me ocuparé de que no os molesten.
La furia hervía en el pecho de Félix cuando bajó la mirada hacia el Matador. No era así como debía acabar. El Matador no debía morir en la cama. No debía marcharse en silencio. Se suponía que debía caer luchando, sangrando por cien tajos y hecho pedazos por los golpes asestados durante los estertores de muerte de un enemigo monstruoso al que acabara de matar. Aquello era patético, la peor de las muertes que podía imaginar para la saga de Gotrek. Nunca la habría escrito así. ¡Nunca!
Más de veinte años viajando con el Matador, luchando junto a él, aguantándole el malhumor y compartiendo sus triunfos, todo eso le había dado la impresión de que era en preparación de algo importante. Había pensado que la obra épica tendría un final digno de los capítulos precedentes. ¡Maldito Krell! ¡Lo maldecía por tramposo y cobarde envenenador! Y maldito fuera también Rodi, por robarle a Gotrek una auténtica muerte de matador, cuando aún estaba lo bastante bien como para aprovecharla.
Félix apartó la mirada, gruñendo. Ahora todo estaba mal. ¡Todo! El Matador había tenido una muerte poco digna, y aunque Félix, debido a eso, había quedado ya libre del juramento que le había hecho, ¿qué prometía esa libertad? Nada. Debería haber sido un nuevo comienzo para él, una nueva vida con Kat, en la que habrían ido allá donde les apeteciera y habrían hecho lo que les viniera en gana, solos y juntos al fin; pero hacía al menos dos días desde que él, Snorri y Gotrek habían caído de las murallas del castillo Reikguard. No había posibilidad alguna de que Kat continuara con vida después de todo ese tiempo. Por supuesto que él iría con el general Uhland para averiguarlo por sí mismo, pero ya conocía la respuesta. Estaba muerta, y con la muerte de ella, también habían muerto los sueños de un futuro mejor que él había tenido.
Snorri volvió a entrar, cojeando, en la tienda, y le presentó el hacha rúnica de Gotrek.
—Aquí la tienes, joven Félix —dijo.
Félix se le acercó y aceptó el arma, y estuvo a punto de dejarla caer. Era inquietantemente pesada. Con un gruñido, la levantó y fue hasta el camastro de Gotrek, para depositarla sobre el barbudo pecho y cruzar las manos del Matador sobre ella.
—Ahí la tienes, Gotrek —dijo al mismo tiempo que se erguía—. Vas a necesitar eso en los Salones de Grimnir.
Snorri se situó al otro lado del camastro e inclinó la cabeza.
—Que Grimnir te dé la bienvenida, Gotrek, hijo de Gurni —dijo.
«Al menos esto está bien», pensó Félix, el hecho de que él y Snorri se encontraran allí, y que hubieran sido pronunciadas las frases apropiadas. Decidió que se quedaría a velar a Gotrek hasta que las hermanas le dijeran que había muerto. Le había jurado al Matador que sería testigo de su fin, y si éste tenía que ser aquel triste y silencioso fallecimiento, él no faltaría a la palabra empeñada. Si al menos no se sintiera como si estuviera a punto de caerse en cualquier momento…
Félix miró a su alrededor y vio una silla plegable apartada a un lado. La arrastró hasta el camastro y se sentó en ella. Permanecería en vela allí. Sería lo mismo.
* * *
Félix despertó con un sobresalto, y el pánico hizo presa en él. ¿Durante cuánto tiempo había dormido? Miró hacia la puerta. El rojo crepuscular entraba en la tienda. ¡No! No era ni mediodía cuando se había sentado en la silla. ¿Cómo había sucedido eso? ¿Cómo se había permitido quedarse dormido?
Miró el camastro de Gotrek.
Estaba vacío.
El pánico del pecho de Félix se transformó en pavor frío, y luego en demoledora culpabilidad. Gotrek había muerto. Snorri se lo había llevado para quemarlo, y Félix se había perdido todo el proceso. No había presenciado el fin del Matador. No había estado a su lado en los últimos momentos. Había fallado en el deber que había jurado cumplir durante veinte años. Y entonces, el enojo apareció para unirse a la culpabilidad. ¡Maldito Snorri! ¿Por qué no lo había despertado? ¿Por qué no le había advertido cuando se aproximaba el final?
Félix se levantó con torpeza de la silla y estuvo a punto de caer de cara. Estaba muy recuperado de las heridas y el brazo ya no le palpitaba, pero el mareo continuaba presente, y él tenía tanta hambre que apenas se sostenía en pie.
Se recuperó y salió con paso inseguro a un laberinto de tiendas de campaña. En el poco tiempo que habían pasado allí, los soldados de la fuerza de rescate habían transformado el pequeño poblado en un animado campamento, que, ademas, se preparaba para la guerra. Caballeros, escuderos y mozos pasaban apresuradamente llevando armaduras y sillas de montar, y los ásperos gritos de los sargentos resonaban en todas direcciones.
Félix giró a la derecha para dirigirse —así lo esperaba— hacia la calle principal que atravesaba la aldea. Tenía que encontrar a Max, a Snorri o a la hermana de Shallya, para preguntarles qué había sucedido; y les diría cuatro frescas por dejarlo dormir mientras moría su mas querido amigo.
Tras girar una vez mas, encontró la calle y miró en ambas direcciones. Más allá de la choza en la que él y Snorri se habían refugiado, se veía una tienda grande, sobre la cual se agitaba el estandarte de los caballeros de la Reiksguard. Esa sería la tienda de mando. Se encaminó hacia ella, pero antes de haber dado cinco pasos, un olor embriagador lo hizo detenerse en seco. Alguien estaba asando carne de cerdo, y también olía a salsa de carne.
Giró en dirección a los deliciosos aromas justo a tiempo de oír una voz conocida.
—A Snorri le gustaría comer mas carne, por favor.
El corazón de Félix dio un brinco, y continuó avanzando con paso tambaleante. El viejo matador parecía muy tranquilo. ¿No sabía qué le había sucedido a Gotrek? ¿O lo había olvidado ya? ¡Sigmar, eso sería algo terrible! La tienda comedor estaba justo ante él, a la izquierda. Félix se inclinó para pasar entre las solapas de la puerta y buscó al viejo matador con la mirada.
—Snorri —dijo—. Ahí estás. Te…
Calló al enfocar la escena del interior de la tienda. Snorri estaba sentado ante una larga mesa de comedor colectivo, situada en medio de la tienda, con un banquete de comida ante sí y una enorme jarra de cerveza en un puño, y delante de él, con la cabeza inclinada mientras con el tenedor se echaba comida a la boca como una máquina, estaba Gotrek.
—Hola, joven Félix —dijo Snorri, agitando un hueso pelado.
Gotrek alzó hacia Félix su único ojo, con el ceño fruncido.
—¿Por fin despierto, humano? —preguntó—. Este no es el momento para dormir. Tenemos trabajo que hacer.
—¡Gotrek! —dijo Félix.
Pero entonces se le hizo un nudo en la garganta y se encontró con que no podía decir nada mas, y era mejor así, en realidad. Sólo habría dicho algo sentimental, y Gotrek habría pensado que era débil.
—¿Sí? —replicó el Matador—. ¿Qué?
No era del todo el mismo de siempre. Parecía mas fuerte que nunca y comía con la fruición habitual, pero sus movimientos eran un poco rígidos, y estaba inusitadamente pálido, mientras que en su cara había arrugas y cicatrices que no había tenido antes de llegar al castillo Reikguard. Pero ¿cómo era posible que estuviera vivo? Max había dicho que ni plegarias, ni hechizos, ni operaciones habían dado resultado alguno. ¿Acaso sólo habían tardado un poco en hacer efecto? ¿Se habría recuperado el Matador por mera fuerza de voluntad? Pensó en preguntarlo, pero era probable que Gotrek respondiera también a eso con un resoplido.
—Nada —dijo Félix, al fin, obligando al nudo de la garganta a bajar—. Es…, es agradable verte, eso es todo.
—Herr Jaeger —llamó alguien—. Venid aquí. Comed mientras hablamos. Pronto tendremos que ponernos en marcha.
Al volver la cabeza, Félix vio al general Uhland. De hecho, ahora que había superado la sorpresa de encontrar a Gotrek con vida, veía que había una reunión muy numerosa en la tienda. El general von Uhland y Dominic Reiklander, aún vestidos para explorar, se encontraban sentados con un pequeño círculo de oficiales, mientras que Max Schreiber, el padre Marwalt y su gemelo, el magíster Marhalt, estaban sentados junto a ellos.
Félix se sentó y ensartó unas cuantas lonchas de jamón de la fuente, y luego untó de mantequilla una rebanada de pan. «Así que esto es lo que comen los generales», pensó. No era de extrañar que todos engordaran, por muchas campañas que hicieran. Bueno, pues ahora estaba completamente a favor de eso, y se llenó la boca a dos manos. ¡Sigmar, qué buena era la comida! El jugo del jamón le corría garganta abajo como un elixir de vida. No quería dejar de comer jamas.
—Tenemos un reto ante nosotros, herr Jaeger —dijo el general von Uhland mientras comía—. Los no muertos de Kemmler están desmantelando el castillo Reikguard. Ya han prendido fuego a todos los edificios y al patio de armas inferior, y las murallas exteriores han perdido la mayoría de las almenas. —Le dedicó una sonrisa torva—. Si esperáramos durante el tiempo suficiente, derruiría por completo las murallas y podríamos entrar a caballo y atacar. Pero no podemos esperar. No podemos permitir que el castillo Reikguard se convierta en algo imposible de defender. Tenemos que recuperarlo tan entero como sea posible.
—Pero ¿cómo vamos a entrar sin derribar las puertas o las murallas? —preguntó uno de los oficiales del general—. ¿Podemos trepar por ellas?
—Sería una carnicería —dijo otro hombre—. Los no muertos nos harían pedazos cuando llegáramos arriba.
—Con suerte, no llegaremos a eso —dijo von Uhland, y le hizo un gesto de asentimiento a Dominic—. El señor Reiklander conoce un pasadizo secreto de entrada en el castillo, que va a dar a las dependencias de Karl Franz. Un destacamento escogido de hombres…
—Kemmler conoce esa ruta —dijo Félix—. La usó. Estará vigilada.
Dominic levantó la cabeza.
—¿Cómo? ¿Cómo se ha enterado de su existencia? ¿Quién traicionó el secreto?
Félix vaciló. Estaba bastante seguro de que había sido la madre de Dominic quien le había revelado la posición del pasadizo a Kemmler, pensando que invitaba a entrar al bondadoso anciano que curaría a su marido.
—No…, no lo sé —dijo.
—No importa mucho cómo lo ha sabido —dijo von Uhland—. La pregunta es si la tendrán muy bien guardada.
Gotrek levantó la cabeza y tragó ruidosamente.
—Eso tampoco importa —dio—. Nada impedirá que vuelva a enfrentarme con Krell.
—¡Lo mismo va por Snorri! —dijo Snorri.
Gotrek le lanzó una mirada de enfado al viejo matador cuando dijo eso, pero Snorri no pareció darse cuenta.
—Abrigaba la esperanza de que dijerais eso, Matador Gurnisson —dijo von Uhland—. Alguien tiene que entrar y abrirnos las puertas. Alguien que conozca el castillo y tenga la capacidad de llegar al cuerpo de guardia inferior. Alguien que esté muy dispuesto a morir.
—Un matador está siempre dispuesto a morir —dijo Gotrek.
—¡Yo también iré! —declaró Dominic.
El general frunció los labios.
—Mi señor Reiklander, no puedo, por supuesto, prohibiros que lo hagáis, pero al haber muerto vuestro padre, sois el último heredero del castillo Reikguard. Sería mas prudente que os quedarais con la fuerza principal y lucharais durante el asalto.
—¡No! —dijo Dominic con los dientes apretados—. Reikguard es mi castillo. No aceptaré que me lo entregue la guardia de honor de mi tío. Lo tomaré yo. ¡Yo encabezaré infiltración!
Dio la impresión de que el general quería decir algo mas, pero al final se limitó a asentir con la cabeza.
—Como deseéis, mi señor.
—Yo también iré —dijo Max—. Necesitaréis a alguien que os proteja de la brujería de Kemmler, y de su visión bruja.
—Y nosotros —anunciaron el magíster y el sacerdote de Morr al unísono—. Estamos muy habituados a ocuparnos de los no muertos.
—Y yo —dijo Félix—. También voy.
Gotrek lo miró a él, y luego a Snorri con dureza.
—Tú me has hecho una promesa, humano. ¿Abjuras de ella?
Félix bajó los ojos, incapaz de sostenerle la mirada.
—Kat está ahí dentro, Gotrek. Si vive, tengo que salvarla. Si ha muerto, tengo que vengarla. Estoy dispuesto a morir por eso. Lo siento, pero…
—Olvídalo, humano —gruñó Gotrek—. No te lo impediré. —Volvió su ojo hacia Snorri—. Pero hay uno que no ira.
* * *
Mientras el general Uhland y sus capitanes se levantaban salían de la tienda comedor con el fin de prepararse para la marcha, Max se acercó a la mesa de Gotrek, y se sentó junto a Félix.
—Me alegro de ver que te has recuperado, Gotrek —dijo—. Parece un milagro.
Gotrek se encogió de hombros y siguió comiendo.
—Los enanos tenemos una constitución fuerte.
—Aun así —insistió Max— hace menos de tres horas te contaba entre los muertos, y ahora pareces haberte recobrado del todo.
—Todavía no —lo contradijo Gotrek—. Para eso harán falta unas cuantas cervezas mas.
Max rió; luego se quedó pensativo y miró a Snorri, a quien sonrió con expresión interrogativa.
—¿Sí, Snorri?
Félix se volvió a mirar y vio que Snorri miraba fijamente al magíster desde el otro lado de la mesa, con el ceño fruncido.
—A Snorri le resultas familiar —dijo el viejo matador—. ¿Te conoce Snorri?
Max alzó una ceja.
—Max Schreiber, Snorri. ¿No te acuerdas?
—Snorri recuerda a Max Schreiber —dijo Snorri—. ¿Lo conoces tú?
Max miró a Gotrek y Félix, confuso. Gotrek se limitó a gruñir y apartar la mirada.
Félix tragó saliva, y se inclinó para hablarle a Max al oído.
—Snorri tiene algunas… dificultades con la memoria.
Max miró a Snorri, y luego asintió con la cabeza, sombrío.
—Me había planteado si esto podía llegar a suceder —murmuró—. Ya había signos que lo anunciaban cuando lo vi por última vez, en Praag, hace veinte años. Había abrigado la esperanza de que encontrara su fin antes…
Gotrek se levantó con brusquedad, se alejó a grandes zancadas y salió precipitadamente de la tienda comedor a la noche.
Max lo observó, confuso.
—¿He dicho algo incorrecto?
Félix tosió, y luego se llevó a Max un poco mas lejos a lo largo de la mesa.
—Snorri ha olvidado su vergüenza —dijo Félix en voz baja—. Según Gotrek, no será recibido en los Salones de Grimnir mientras no la recuerde, lo cual significa que…
—Que no puede morir hasta que haya recuperado la memoria —lo interrumpió Max, al mismo tiempo que asentía tristemente con la cabeza—. No puede actuar como debe hacerlo un matador.
Snorri alzó la mirada hacia ellos, perplejo. Al parecer, no se habían alejado lo bastante como para escapar a su agudo oído de enano.
—Snorri no sabe de qué estáis hablando —dijo Snorri cuando Félix se sonrojó—. Snorri recuerda su vergüenza.
Félix parpadeó mientras el corazón se le aceleraba con repentina esperanza.
—¿La…, la recuerdas? —preguntó—. ¿De verdad?
—Por supuesto —replicó Snorri—. ¿Cómo podría olvidarla Snorri? Fue…
Félix y Max esperaron mientras la mirada del viejo matador se volvía introspectiva, y él se detenía con el tenedor a medio camino de la boca.
—Fue…
Una expresión de pánico comenzó a extenderse por la alegre cara fea de Snorri, y sus ojos fueron a toda velocidad de izquierda a derecha, como si su memoria pudiera estar oculta en algún rincón de la tienda.
—Fue…
La mano de Snorri bajó con lentitud, y volvió a dejar el tenedor cargado de carne sobre el plato. Ahora sus ojos estaban perdidos en alguna distancia inimaginable.
—Snorri ha olvidado su vergüenza —dijo en voz baja—. Eso es malo.
Félix hizo una mueca de dolor.
—Snorri, eso ya lo sabías —le dijo—. Nos lo contaste cuando íbamos hacia las Colinas Desoladas. Vas a ir a Karak-Kadrin a rezar en el santuario de Grimnir para pedir que la memoria te sea devuelta.
Snorri se metió la carne dentro de la boca y la masticó con enojo.
—Snorri lo recuerda —dijo—. Sólo ha olvidado por un momento que lo había olvidado.
Pero el dolor que se reflejaba en la cara del viejo matador le indicó a Félix que estaba mintiendo. La pérdida era tan viva como la primera vez que se dio cuenta de lo que sucedía.
Félix y Max intercambiaron otra mirada, y el primero tuvo que apartar los ojos. ¡Qué horrible tener que experimentar una y otra vez el dolor de enterarte de que has olvidado lo mas importante de tu vida, la clave de tu única posibilidad de redención!
—Hechicero, ven aquí.
Félix y Max se volvieron. Gotrek se encontraba de pie en la entrada de la tienda, y miraba a Snorri con rostro pétreo y hermético. Max se le acercó, y Félix se levantó y fue con él.
—¿Qué sucede, Gotrek? —preguntó Max.
—Snorri Muerdenarices va a necesitar un trago que lo haga dormir —dijo.
Max miró a Snorri por encima de un hombro.
—¿Ahora? Pero si falta menos de una hora para que nos pongamos en marcha hacia el castillo.
—Ahora —replicó Gotrek con los dientes apretados—. Snorri no irá con nosotros.
Max frunció el ceño, y luego asintió.
—¡Ah! Entiendo. Muy bien, Matador. Así se hará.
Gotrek gruñó y volvió a girar sobre sí mismo, para adentrarse en la oscuridad. El dolor que había detrás de su furia era casi mas duro de observar que la confusión de Snorri. Gotrek era la persona mas honrada que Félix había conocido en su vida —no la mas bondadosa, por nada del mundo, pero nunca mentía ni se entregaba a artimañas—, así que aquello de verse obligado a obrar a espaldas de Snorri y drogarlo para que se quedara atrás y no buscara su fin estaba matándolo, obviamente, aunque significara salvar la vida eterna de su viejo amigo.