DOCE

DOCE

—¡Sangre de Sigmar! —maldijo Félix—. ¿Cómo han entrado? ¡La habíamos cerrado!

Los zombies subían ya en masa a los muelles como cangrejos cubiertos de sedimentos que pasaran unos por encima de otros para escapar de una agitada olla de estofado. Las enormes formas de los hombres bestia muertos trepaban entre ellos, con el inmundo pelaje chorreando agua, y avanzaban con paso tambaleante hacia las puertas del cuerpo de guardia principal, mientras que los cadáveres humanos arrastraban los pies en dirección a las escaleras que subían hasta lo alto de las murallas, y trepaban con las garras por los laterales del barco en llamas, en tanto los guardias fluviales les asestaban tajos y los empujaban hacia atrás.

—Son tantos… —gimió Kat—. ¿Qué hacemos ahora?

Félix se volvió para formularle a Gotrek la misma pregunta. El Matador caminaba detrás de von Volgen, y Snorri lo seguía. Félix le dirigió a Snorri una mirada de inquietud, temeroso de que pudiera estar aún enfadado con Gotrek, pero el rostro del viejo matador era tan plácido como siempre; como si su mas viejo amigo no acabara de gritarle a la cara. Félix suspiró. Esa era una de las ventajas del problema de memoria de Snorri, según supuso. Olvidaba los insultos con la misma rapidez que olvidaba cualquier otra cosa.

Félix saludó al sargento de espadones cuando él y Kat se volvieron para seguir a los matadores.

—Gracias, sargento.

El hombre corpulento le dedicó una sonrisa tímida.

—Gracias a vos, mein herr —dijo—. Gracias por hacernos volver.

—¿Le estáis dando las gracias, sargento Leffler? —sonó una voz detrás de ellos—. ¿Por revocar una orden mía?

Al volverse, se encontraron con Bosendorfer que echaba fuego por los ojos.

—Si os digo que retrocedáis, vosotros retrocedéis —dijo al mismo tiempo que avanzaba—. Si os digo que defendáis las murallas, defendéis las murallas. ¿Está claro?

—Sí, capitán —replicó el sargento—. Muy claro.

—Bien —continuó Bosendorfer, y luego señaló las murallas, que entonces estaban desiertas—. ¡Defended las murallas!

Los hombres vacilaron, y Leffler miró a Félix como para pedirle permiso. Félix asintió de forma automática con la cabeza, y luego vio que Bosendorfer había presenciado aquella comunicación y se ponía rígido de furia.

El sargento se apresuró a saludar, y condujo a los otros de vuelta a las almenas.

Félix retrocedió un paso, con la sensación de que debería decir algo, pero luego dio media vuelta, junto con Kat, gruñendo. Sintió los ojos de Bosendorfer sobre él durante todo el camino que recorrió tras los matadores por la escalera que bajaba de las murallas.

—No creo que haya hecho un amigo de él —comentó.

—¿Y quién quiere un cobarde por amigo? —se burló Kat.

Encontraron a los matadores en lo alto de la torre situada mas al este, esperando con impaciencia mientras von Geldrecht daba órdenes a los oficiales, con von Volgen a su lado, susurrándole consejos.

—¡Uno de cada cinco de los hombres que ocupan la muralla debe bajar a defender el cuerpo de guardia! —gritó von Geldrecht, y luego se volvió a mirar a von Volgen, con el ceño fruncido—. ¿Uno de cada cinco? ¿Estáis seguro? ¿Podrán defender las murallas los que quedan?

—Al haber caído las torres de asedio —explicó von Volgen, con calma—, los zombies de las escalas pueden ser contenidos. La brecha del puerto es vuestra mayor amenaza, señor comisario. Hay que cerrarla y defender el cuerpo de guardia, porque si cae éste, vamos a tener que retirarnos a la torre del homenaje, y eso implicará una gran pérdida de vidas y tesoros.

—Pero ¿cómo vamos a cerrar el agujero? —preguntó von Geldrecht, y Félix se dio cuenta de que estaba al borde mismo del pánico—. Pensaba que ya habíamos bloqueado la puerta.

—Dejad eso en nuestras manos —dijo Gotrek, cuya respiración volvía a la normalidad con lentitud—. Vosotros mantened los cadáveres fuera del cuerpo de guardia, y nosotros os taparemos ese agujero.

Von Geldrecht dejó escapar un suspiro de alivio.

—Gracias, matadores. Tendréis toda la ayuda que os sea precisa.

—Cuerda, aceite de lámparas, cargas hechas con tubería y mecha lenta —gruñó Gotrek—. Y también un bote de remos, y algunos hombres que mantengan alejados a los zombies mientras trabajamos.

—Así se hará —prometió von Geldrecht—. Y vais a tener al espadón Bosendorfer para defenderos.

Félix tosió.

—Eh…, no hay necesidad de molestarlos —se apresuró a decir—. Tal vez con unos lanceros bastaría.

—Por supuesto, por supuesto —replicó von Geldrecht, y se volvió otra vez hacia von Volgen, mientras Félix, Kat y los matadores se encaminaban hacia la escalera—. ¿Y vos os ocuparéis de la defensa del cuerpo de guardia, mi señor?

Von Volgen hizo una reverencia.

—Por supuesto, señor comisario. Lo defenderemos hasta el último hombre.

Félix pensó que era notable lo bien que lograba que el desprecio no aflorara a su voz.

* * *

Unos minutos mas tarde, Félix, Kat y Snorri deambulaban arriba y abajo por el muro de contención del puerto, rechazando los murciélagos gigantes que descendían en barrena desde el cielo y cortando en pedazos a cualquier zombie que se atreviera a asomar la cabeza por encima de las olas, mientras Rodi ataba una cuerda alrededor de la cintura de Gotrek, y éste se sujetaba el hacha rúnica a una muñeca mediante una cadena. Estaban todos apiñados en el rincón mas recogido del puerto, detrás de la escalera por la que se subía a la torre del homenaje, junto a la puerta del río. Los lanceros solicitados por Gotrek estaban situados entre la escalera y el muro de contención, para bloquear a cualquier zombie que fuera hacia ellos desde el patio de armas. Sin embargo, no podían impedir el paso a los que intentaban salir del agua, y Félix, Kat y Snorri estaban muy atareados.

—¿Estás seguro de tener aliento suficiente? —preguntó Rodi mientras tensaba la cuerda.

—No tardaré mucho —replicó Gotrek.

Félix tragó saliva. No se le ocurría ninguna experiencia mas desagradable que la de saltar a las oscuras aguas de un puerto llenas de no muertos y hombres bestia, pero resultaría imposible cerrar el agujero mientras no supieran el tamaño que tenía, y la única manera de averiguar eso era sumergirse para mirar. Gotrek quería ver cómo lo habían hecho los zombies. ¿Habían apartado las piedras? ¿Habían cavado a través del lodo? ¿Cómo habían podido hacerlo en tan poco tiempo?

Rodi ató la cuerda, y luego se agachó y se apartó a un lado cuando una gran roca se estrelló junto a ellos, destrozó las losas de piedra del suelo, rebotó y se alejó; una demostración de que la batalla no se había detenido para que ellos pudieran realizar sus investigaciones. En realidad, había arreciado. En lo alto de las torres, los cañones de Volk continuaban disparando para intentar acabar con las catapultas y onagros de Kemmler, los cuales aún bombardeaban el patio de armas con inmundas piedras y muerte llameante. Sobre las murallas, los caballeros y lanceros de von Geldrecht seguían con la batalla interminable de empujar las escalas de los zombies lejos de las murallas. Y en el patio, von Volgen y su compañía de hombres escogidos guardaban las puertas del cuerpo de guardia contra la creciente manada de zombies que continuaba saliendo del puerto en infinita marea para atacarlos con mecánica concentración.

A menos que Gotrek hallara una manera de cerrar el agujero que había en la puerta del río, el resultado de la batalla sería inevitable. Los hombres de von Volgen resistían bien, pero enfrentados a una fuerza que no huía, ni se cansaba, ni disminuía, acabarían muriendo por agotamiento, y el cuerpo de guardia caería. Entonces, los zombies abrirían las puertas, y entraría en masa el resto de la horda. Se perdería el patio de armas inferior, y probablemente también la torre del homenaje. El castillo Reikguard quedaría en manos de Kemmler, y los refuerzos, cuando llegaran, tendrían que ponerle cerco en lugar de rescatar a la guarnición.

Gotrek avanzó hasta el muro de contención.

—Preparado, Muerdenarices —dijo—. Ya es hora.

Snorri se enfundó el martillo a la espalda, y se envolvió el extremo de la cuerda de Gotrek alrededor del enorme puño.

—Snorri está preparado.

—Preparado —anunció Rodi al mismo tiempo que recogía una jarra de aceite de lámpara y una antorcha.

Gotrek asintió con la cabeza y se zambulló en el agua, con el hacha en una mano. En cuanto desapareció debajo de las olas, Rodi rompió la jarra de aceite de lámpara contra el muro de contención de piedra, y dejó que el contenido se derramara sobre el agua, para luego acercar la antorcha al aceite que se extendía.

Una bola de fuego se alzó del aceite con una repentina y apagada detonación, y luego el oleoso líquido ardió con brillantez sobre las olas, serpenteando como si estuviera vivo entre las ondas y salpicones.

Un zombie salió a la superficie en medio de él e intentó trepar a la orilla, mientras las llamas se le adherían a la cabeza y los hombros. No pareció darse cuenta, y tendió una mano encendida hacia Kat. Ella retrocedió, luego le hendió el cráneo con un destral y le rebanó la garganta con el otro. El zombie cayó hacia atrás, manoteando débilmente, y se oyó un siseo al apagarse las llamas cuando se hundió bajo las olas.

Un segundo mas tarde, las llamas se apagaron al consumirse todo el aceite, y un segundo después de eso, la cuerda de Gotrek comenzó a tironear y agitarse en el agua.

—¡Tira, Snorri! —gritó Rodi—. ¡Tira!

El viejo matador tiró de la cuerda con todas sus fuerzas, y empezó a recogerla con un puño tras otro, pero ofrecía una resistencia enorme. Rodi sumó sus fuerzas a las de él y continuaron tirando juntos, mientras Félix y Kat se acercaban mas al borde, con las armas preparadas.

El agua se agitó con violencia a sus pies, y entonces una cabeza afeitada y unos anchos hombros salieron bruscamente del agua, hacia atrás, seguidos al instante por la cornuda cabeza de cabra de un hombre bestia muerto y las putrefactas extremidades de zombies humanos, agitándose. Gotrek estaba infestado de ellos. El cadáver del hombre bestia tenía los dientes cerrados sobre su hombro izquierdo, y los humanos se aferraban a sus piernas y torso, todos arañando y mordiendo, mientras él blandía el hacha rúnica y les rugía farfullados retos.

Félix le asestó al monstruo con cabeza de cabra un golpe de soslayo que bastó como distracción para que Gotrek le clavara el hacha debajo de la mandíbula, y el monstruo lo soltó y cayó. Kat cercenó la espina dorsal de uno de los hombres, y Gotrek se quitó de encima a los otros dos con el hacha, para luego desplomarse sobre el muro de contención, tosiendo violentamente, mientras Félix y Kat hundían al resto bajo las olas.

—¿Y bien? —preguntó Rodi a la vez que dejaba caer la cuerda.

Gotrek se sentó, sin parar de toser, y se echó la cresta hacia atrás para apartársela de los ojos.

—Lo bastante grande como para que pase un hombre bestia —informó—, pero no mas. Y atraviesa la puerta.

Abrió la mano izquierda para enseñarle un trozo de barra metálica. Félix y Kat lo miraron por encima del hombro. Era un trozo roto de la reja de hierro que conformaba las puertas de la entrada del río, pero tenía un curioso aspecto de fragilidad, y cuando Rodi lo tocó con un dedo, se desmenuzó como si fuera creta.

—El saboteador —gruñó—. Pensaba que el señor Tripa Mantecosa iba a «dar pasos».

Gotrek gruñó y se puso de pie. Tenía profundas marcas de mordisco en el hombro izquierdo y señales de garras por todas partes.

—Olvídate del saboteador. Tenemos que cerrar el agujero. —Su único ojo enfoco el templo de Sigmar que estaba al otro lado del puerto—. Y el parche es ése.

* * *

—¡No podéis llevaros mi puerta! —gritó el padre Ulfram mientras su acólito, Danniken, se encogía al fondo—. ¡Este es el templo de Sigmar! ¡Estáis cometiendo un sacrilegio!

Los matadores no le hicieron ni caso, y continuaron golpeando con sus martillos y cinceles los goznes de una enorme puerta reforzada con hierro.

—Lo siento padre —dijo Félix—, pero es la única manera. Es lo bastante fuerte y lo bastante grande, y…

—Vos habéis rezado a Sigmar para que nos proteja ¿no es cierto sacerdote? —lo interrumpió Kat con un ligero tono de urgencia en la voz.

—Por supuesto que lo he hecho —replicó Ulfram—. De manera constante.

—¿Y si ésta fuese la respuesta? —preguntó Kat.

El sacerdote abrió la boca para contestar; luego hizo una pausa, y sus cejas se fruncieron detrás del trapo que le ocultaba los ojos.

—Ya cae —dijo Rodi y retrocedió cuando la enorme puerta se soltó de repente de los goznes para luego irse hacia delante e impactar sobre los escalones del frontal del templo con un golpe ensordecedor.

Ulfram lanzó un lamento al oír aquel sonido, y se volvió hacia el altar del fondo del templo, mientras hacía la señal del martillo sobre su pecho hundido.

—¡Oh, Sigmar!, si ésta es tu voluntad, entonces concédeme…

—Volveremos a por el altar —dijo Gotrek.

—¡¿Qué?! —grito Ulfram—. ¡No! ¡Hasta ahí podíamos llegar! No podéis…

Pero los tres matadores ya habían recogido la pesada puerta y la transportaban hacia el bote requisado.

* * *

Para cuando los remeros hubieron apartado del embarcadero el bote con su pesada carga para comenzar a remar hacia la puerta del río con Gotrek, Félix, Snorri, Rodi y Kat acuclillados precariamente sobre la puerta y el altar, a Félix ya le resultaba evidente que Kemmler se había dado cuenta de lo que estaban haciendo e intentaba impedirlo.

Los zombies que salían de las aguas del puerto ya no iban hacia la asediada formación en cuadro de los defensores de von Volgen que se encontraban ante el cuerpo de guardia. Ahora salían a flote alrededor del bote, y tendían hacia los costados sus garras hinchadas por el agua mientras, al mismo tiempo, cada murciélago gigante que había en el cielo se lanzaba en picado e intentaba chocar contra ellos para derribarlos a todos al agua.

Era una pesadilla. Félix, Kat y Rodi gateaban de un lado a otro por la embarcación, asestando frenéticamente tajos a los zombies, mientras Gotrek y Snorri iban de un lado a otro con sus pesados pasos y rechazaban a los murciélagos que chillaban y aleteaban por encima de ellos. Los aterrados guardias fluviales le rezaban a Manann y dedicaban tanto tiempo a golpear a los zombies con los remos como a remar.

A cada segundo, Félix temía que el sobrecargado bote volcara y ellos se hundieran en el agitado caldo de zombies, pero, de algún modo —¿por la gracia de Sigmar?—, llegaron a la puerta del río con apenas treinta centímetros de agua en el fondo de la embarcación, y sólo dos de los guardias fluviales arrastrados a la muerte.

Gotrek amarró el bote lateralmente a las barras de hierro de las puertas, lo que permitió a los remeros abandonar los remos, empuñar los chafarotes y unirse a Kat, Félix y Snorri en la defensa, mientras Gotrek y Rodi se ponían al trabajo.

Félix nunca había estado en una lucha tan febril. Era una acometida constante desde el agua y el aire; una locura de brazos, alas, garras y dientes que chasqueaban, mientras el bote se mecía y chocaba bajo sus pies. Un murciélago le arañó la frente, y él continuó luchando, cegado por la sangre. Un zombie le mordió un tobillo, y sus mandíbulas permanecieron cerradas aun después de que le hubiera cortado la cabeza. Kat oscilaba como si estuviera borracha, con todo el costado izquierdo cubierto de fango negro. Los remeros luchaban como ratas acorraladas y gruñían con miedo rabioso.

En las pocas y breves miradas por encima del hombro que pudo echar, Félix vio que los dos matadores trabajaban febrilmente, sujetando la puerta a la reja con largas cadenas que habían pasado en torno a los quicios y luego atando cuerdas alrededor del enorme altar para hacer lo mismo con él.

Para entonces, el bote se mecía tan hundido en el agua que Félix temió que un solo zombie que pusiera las manos encima de la borda lo enviara al fondo.

—En cualquier momento, Gotrek —siseó con los dientes apretados—. En cualquier momento.

—Ya casi estamos humano —replico Gotrek.

El y Rodi se volvieron hacia la proa donde había dos de las cargas de pólvora de Volk, medio sumergidas. De los cinturones sacaron largos trozos de mecha para artillería que ardía lentamente sin llama y se volvieron a mirar a los remeros.

—La explosión aturdirá a los zombies que se encuentren en el agua y lanzara hacia atrás a cualquiera que este atravesando el agujero —dijo Gotrek—. También hundirá la embarcación.

—¡Hundirá la embarcación! —gritó uno de los remeros—. No habíais dicho…

—Deberíais tener tiempo de nadar hasta la orilla antes de que los zombies se recuperen —replico Rodi con una sonrisa burlona—. Pero si no, bueno, al menos moriréis salvando a vuestros compañeros.

Los remeros lanzaron un lamento al oír eso, pero había poco que pudieran hacer. Gotrek y Rodi encendieron las mechas lentas de las cargas de pólvora con las cuerdas cuyo extremo ardía sin llama, y las lanzaron hacia el centro del puerto, donde cayeron al agua, entre chapoteos. Félix había sentido un cierto escepticismo ante esa parte del plan, pero cambió de opinión al ver que las chisporroteantes llamas de las mechas continuaban ardiendo mientras se sumergían hacia el fondo.

Los zombies, puesto que eran zombies, no prestaron la mas mínima atención y continuaron atacando sin mas, al igual que los murciélagos, pero el corazón de Félix latía aceleradamente mientras esperaba la llegada de la detonación ¿Sería muy potente la explosión? ¿Y si los estrellaba contra la puerta?

Un golpe sordo, sentido mas que oído, impactó contra las plantas de los pies y sacudió el bote con violencia; a continuación, ascendió en el aire, en medio del puerto, un géiser de agua, humo y trozos de zombies que los regó a todos y creó una gran onda en forma de anillo que fue agrandándose en todas direcciones.

—¡Aquí llega! —gritó uno de los remeros, que dejó caer el chafarote.

La onda los elevó muy arriba y, como Félix había temido, estrelló el bote contra las puertas, pero luego el agua pasó entre los barrotes y el nivel volvió a bajar. La embarcación descendió, bamboleándose, y luego se deslizó de debajo de la puerta del templo encadenada y el altar atado con cuerdas, y se hundió en el agua.

Los remeros se pusieron a nadar como locos hacia el muro de contención a través de una muchedumbre de flotantes zombies inmóviles, pero Félix y Kat se quedaron aferrados a los barrotes de la reja, asestando tajos a los murciélagos que giraban en círculos sobre ellos, hasta que la última pieza del plan de Gotrek encajó literalmente en su sitio.

Al hundirse el bote, la pesada puerta del templo descendió, unida a la cadena, hasta desaparecer bajo el agua, y Félix sintió que golpeaba contra la reja del río y quedaba adherida a ella.

—Bueno —dijo Félix, que se agachó cuando un murciélago se estrelló contra la reja—, ¿eso sella el agujero?

—Sí —replicó Gotrek, y dio una palmada a la gruesa losa de piedra del altar, la cual aún colgaba de las cuerdas, medio sumergida contra la reja—. Y ésta es la cerradura. Ni siquiera un hombre bestia podrá mover la puerta cuando la apuntalemos con esto. —Levantó el hacha y se volvió a mirar a Rodi y Snorri—. ¿Preparados, Balkisson? ¿Muerdenarices?

—Snorri está preparado —declaró Snorri, que se impulsó para girar, de manera que pudiese sujetar el borde externo del altar.

—Sí, Gurnisson —dijo Rodi al mismo tiempo que enarbolaba su hacha.

Como si fueran uno solo, él y Gotrek cortaron las cuerdas que sujetaban la mesa de piedra, que se hundió con rapidez en el agua.

Los matadores se hundieron con ella, sujetándola por los costados para guiarla y desaparecieron bajo las oscuras aguas. Félix miro a su alrededor, los zombies flotantes comenzaban a hacer movimientos espasmódicos y gemir.

—Será mejor que nademos hacia la orilla —dijo a la vez que desenvainaba la espada.

Kat asintió con la cabeza y comenzaron a bracear hacia el muro de contención, situado a solo unos metros de distancia. Los remeros los ayudaron a salir del agua y luego volvieron a mirar hacia la reja.

—¿Lo han logrado? —pregunto uno.

—No parece posible —dijo otro.

Pero las cabezas de los matadores volvieron a romper la superficie, y cuando se pusieron a nadar hacia la orilla, Félix advirtió que todos los murciélagos viraban con un deslizamiento de ala para alejarse de ellos y comenzar a atacar o vez a los hombres de von Volgen, acosándolos desde el aire mientras ellos defendían el cuerpo de guardia contra la descomunal masa de zombies que lo rodeaba.

—Si —dijo Félix—. Lo han logrado. Kemmler ha renunciado a nosotros para atacar otro objetivo.

Los tres matadores se izaron fuera del agua, y se volvieron hacia la batalla que se libraba ante el cuerpo de guardia.

—Vamos —dijo Gotrek, resollando mientras echaba a andar con Rodi y Snorri—. Ya quedan sólo unos pocos.

Félix intercambio una mirada de cansancio con Kat. Tenía la sensación de que habían estado luchando desde el principio de los tiempos, pero el Matador estaba en lo cierto. Cerrar el agujero carecería de sentido si los zombies que ya habían entrado lograban abrir la puerta principal del castillo. Desenvainó la espada, y Kat saco sus destrales antes de echar a andar a paso trabajoso tras los matadores.

* * *

Cuando todo hubo acabado, cuando el último zombie atrapado fue decapitado y arrojado a la pira, cuando quedaron apagados los incendios de las residencias y los arcabuceros de las murallas hubieron robado las suficientes escalas de los zombies como para que el asalto no pudiera continuar, von Geldrecht y von Volgen se acercaron a los matadores con el capitán Hultz, el padre Ulfram y Danniken detrás. Todos inclinaron la cabeza con respeto.

—Gracias, matadores —dijo von Geldrecht—. Si no hubiera sido por vuestra rapidez mental, nos habrían derrotado. El castillo Reikguard tiene con vosotros una deuda de gratitud que no puede pagaros.

—Aunque nos haya costado una puerta de templo —añadió el padre Ulfram.

—Pero ¿cómo entraron? —preguntó von Volgen—. ¿Excavaron por debajo de las piedras? ¿No se habían apilado las suficientes?

Gotrek recobró el aliento, y luego habló.

—Rompieron la puerta. Al igual que el mecanismo de cierre. Al igual que las runas.

Von Geldrecht cerró los ojos y gimió.

—El saboteador.

Von Volgen volvió hacia él ojos de mirada sombría.

—¿No habéis averiguado nada mas de él, señor comisario?

—Mis capitanes me han asegurado que informarían de cualquier actividad sospechosa que observaran —replicó von Geldrecht, al mismo tiempo que negaba con la cabeza—. Pero no han informado de nada.

Félix vio que von Volgen apretaba los dientes con enojo reprimido.

—Mi señor, desenmascarar a un traidor tan poderoso como ése es de la máxima importancia. Debéis…, debéis hacer mas. —Se volvió a mirar al padre Ulfram—. ¿El buen padre no puede descubrir la identidad del brujo a través de plegarias?

Von Geldrecht tosió, y todos miraron al sacerdote.

—He preguntado —dijo—, pero…

»Pero ya no soy lo que era —replicó Ulfram, que alzó los ojos vendados hacia von Volgen—. La lucha con el paladín pestilente al que maté en Grimminhagen no quedó exenta de sacrificio por mi parte. Me privó de la vista, y…, y del poder que habían tenido mis plegarias. Danniken ha hecho todo lo que ha podido para contribuir a mi recuperación, pero me veo muy incapacitado, y Sigmar no ha considerado conveniente responderme en este asunto.

Von Volgen se inclinó, decepcionado.

—Perdonadme padre. No lo sabía.

Félix miró miro con expresión interrogativa a Ulfram, mientras el sacerdote asentía con la cabeza y volvía a bajar la vista. ¿El frágil sacerdote anciano había matado a un paladín de los Poderes Oscuros? ¿Quería decir que había sido un sacerdote guerrero durante la guerra? Apenas parecía posible cuando uno lo miraba ahora.

—A pesar de todo, ha sido una sugerencia digna de ser tenida en cuenta, señor von Volgen —dijo von Geldrecht—. Y tenéis razón. Debo hacer mas. Había…, había pensado mantener el sabotaje en secreto hasta que pudiéramos prender a ese malvado, pero…, pero ahora veo que es necesario tomar medidas drásticas. —Suspiro, se quedo mirando el suelo durante un largo rato y volvió a alzar la floja cara ojerosa—. Hultz, informad a los oficiales, y vos, von Volgen decídselo a vuestros hombres. Dirigiré la palabra a todo el castillo en el patio de armas mañana después del desayuno. Deben asistir todos los que no estén de guardia: caballeros, soldados de infantería, sirvientes y el resto del personal. Todos. Desenmascarare a ese villano ante ellos, de una vez y para siempre.

—Mi señor —dijo von Volgen, inquieto—, ¿qué pretendéis?

—Es mejor que nadie lo sepa de antemano —von Geldrecht se volvió hacia el padre Ulfram—. Padre, desearía veros en el templo.

—Por supuesto señor comisario —replico el sacerdote—. Venid conmigo.

Danniken tomo a Ulfram del brazo y lo condujo hacia el templo que carecía de puerta, con von Geldrecht cojeando junto a ellos y hablando en voz baja. Félix estaba asombrado ante el contraste existente entre sus recuerdos del alegre y robusto von Geldrecht que había conocido apenas unos días antes y el frágil anciano que ahora se alejaba de él arrastrando los pies.

Hultz les dedico un saludo a Félix, Kat y los matadores, y a continuación, dio media vuelta para echar a andar hacia sus hombres.

—Habéis obrado bien esta noche, amigos. Cuando volvamos a tener cerveza, pagaré la primera ronda.

—Hultz —dijo von Volgen para que volviera—. Un momento.

—Sí, mi señor.

Von Volgen le lanzó una mirada incómoda a von Geldrecht mientras se alejaba, y luego bajó la voz.

—No me corresponde a mí daros órdenes, pero tal vez alguien debería apostar guardias en la puerta del río, con el fin de que esto no vuelva a ocurrir.

Hultz también desvió la mirada hacia von Geldrecht, y después asintió con la cabeza.

—Sí, mi señor. Una sugerencia muy buena. Haré que alguien se ocupe de ello de inmediato.

Se puso en marcha de nuevo, y von Volgen se volvió hacia Félix, Kat y los matadores.

—Ya sé que vosotros y yo no comenzamos bien, y no espero que me ofrezcáis amistad ninguna después de haberos cargado de cadenas por algo que no habíais hecho. Pero deseo que sepáis que valoro vuestra presencia aquí tanto como valoro la de mis propios caballeros. Gracias.

Von Volgen hizo chocar los tacones y se inclinó, para luego dar media vuelta y alejarse, tieso como una vara y sin mirar atrás.

—Sigue siendo un necio ciego que no sabe diferenciar a su hijo de un cadáver —dijo Rodi con un bufido.

Gotrek escupió.

—No es él el necio que me preocupa —declaró, y se volvió a mirar a von Geldrecht, que en ese momento entraba en el templo con Ulfram y Danniken—. No se atrapan saboteadores con discursos. Se los atrapa con los actos.

—¿Una trampa? —preguntó Kat.

Gotrek recorrió el patio de armas con la mirada.

—Vigilancia sobre su próximo objetivo.

—¿Sabes dónde atacará a continuación? —pregunto Félix.

—Bueno, no será la puerta del río —intervino Kat—; no si Hultz pone guardia como ha dicho.

—Los matacanes —propuso Rodi—. Ya ha acabado con las protecciones mágicas y el foso, y ha atacado la puerta del río. ¿Qué otra cosa le queda?

Gotrek asintió con la cabeza, y luego se volvió para encaminarse hacia la escalera que subía a lo alto de las murallas.

—Buscad sitios en los que podáis ocultaros. Vigilaremos hasta que la rata salga de su agujero. Entonces, la atraparemos.

Félix gimió. No podía ni explicar lo cansado que estaba.

—¿Esta noche?

—Sí, humano —replicó Gotrek—. Mañana podría ser demasiado tarde. Y no le contéis a ningún otro lo que estáis haciendo. No me fío de nadie en este manicomio.

Mientras se desplegaban en busca de probables puntos de observación, Félix sintió que unos ojos lo observaban, y cuando se volvió, vio a Bosendorfer, que conducía a los espadones hacia el subterráneo de la torre del homenaje y lo miraba por encima del hombro. El odio que había en esos ojos casi chamuscó el pelo de Félix.

* * *

Kat encontró un sitio umbrío sobre el tejado del templo de Sigmar desde el que podía vigilar el patio de armas, mientras que Snorri y Rodi escogieron puestos dentro de los ruinosos establos y las residencias medio quemadas, respectivamente. Félix y Gotrek se decidieron por una sombría sección de muralla del lado del castillo que miraba al río, lejos de donde se habían colocado los matacanes, pero que ofrecía una vista de todos ellos.

Ahora que había dejado de pelear, correr, nadar y gritar, todo el cansancio, el hambre y el dolor de Félix se apoderaron de él, y se desplomó contra las murallas como un saco vacío. Tenía cortes y contusiones desde la cabeza hasta la punta de los pies, tenía un diente flojo y le faltaba la uña de un pulgar —sin que pudiera explicar la causa de ninguna de esas dos cosas—, y estaba cubierto por una mugrienta pátina de humo, sudor y agua del puerto.

¿Durante cuánto tiempo había estado luchando? ¿Cuánto hacía que no tomaba mas que un único sorbo de agua y una sola galleta en una comida? ¿Cuánto había pasado sin que pudiera dormir mas de unas pocas horas cada vez? Estaba demasiado cansado como para calcular cualquiera de las respuestas. Estaba demasiado cansado como para mantener la cabeza erguida, pero, al mismo tiempo, cuando podía cerrar los ojos, su mente daba vueltas de un lado a otro como una cucaracha nerviosa, y no lo dejaba dormir.

¿Quién era el saboteador? ¿Qué locura planeaba von Geldrecht para el día siguiente? ¿Qué sucedería con Bosendorfer? Pero la imagen que volvía a su mente mas que ninguna otra era la de Gotrek vociferándole a Snorri a la cara. La amistad entre los dos matadores había tenido sus mas y sus menos desde que Félix los conocía, pero nunca había sucedido nada como lo de ahora.

Snorri ya le había costado a Gotrek dos muertes seguras, al menos, y también lo había forzado a obligar a Rodi a apartarse de la muerte. El precio que Gotrek estaba pagando por haber jurado que Snorri llegaría a Karak-Kadrin se volvía insoportablemente elevado, y si las cosas continuaban como parecía seguro que lo harían, ese precio sólo podría seguir subiendo.

—No puedes reprochárselo, ya lo sabes —dijo, alzando la cabeza que tenía apoyada contra la pared.

—¿A quién? —tronó la voz del Matador, mientras su único ojo observaba los matacanes.

—A Snorri —dijo Félix—. No puedes reprocharle que no recuerde las cosas.

—¿Ah, no? —gruñó Gotrek—. Si Muerdenarices hubiera encontrado su muerte hace veinte años, como debe hacer un matador que se precie de tal, nada de esto sería necesario.

Félix miró al Matador con ferocidad por su hipocresía.

—¿Es ésa una sartén que le dice a un cazo que se aparte porque le tizna?

Gotrek escupió por encima de la muralla.

—Déjame en paz, humano.

Félix se encogió de hombros y volvió a recostar la cabeza contra la muralla.

—No sé por qué te molestas, de todos modos. Ninguno de nosotros va a salir de aquí con vida. Ni tú, ni yo, ni Snorri, ni Kat, ni Rodi. Ninguno de nosotros llegará a Karak-Kadrin.

Gotrek se encogió de hombros.

—Un juramento es un juramento —dijo—. Y un enano no renuncia a cumplir un juramento por el simple hecho de que sea imposible.