ONCE
Félix se volvió a mirar cuando gritaron los camaradas de Abelung. El zombi contra el que luchaba el joven era el cadáver del capitán Zeismann, aún reconocible a pesar de que su sonrisa fácil se había convertido en una mueca carente de labios, y que de sus ojos bondadosos nacían gusanos. Y había llevado consigo a sus hombres. Estaban abriéndose paso hasta la primera línea, e intentaban alancear erráticamente a los matadores. Algún instinto, tal vez grabado en sus tendones por el entrenamiento, los había mantenido juntos y los había hecho seguir a su jefe, incluso en la muerte.
—Capitán —gimoteó Abelung mientras retrocedía con cautela—. Por favor, capitán, no…
El zombi que había sido Zeismann acometió con la laza, y Abelung, paralizado por la conmoción y la congoja, no bloqueó el ataque a tiempo. La punta de la lanza choco contra el peto, pero luego resbaló hacia arriba y le atravesó la garganta. Se desplomó, con los ojos desorbitados, aferrado a la lanza del Zeismann mientras la sangre manaba a borbotones de su cuello.
—¡Maldito seáis, sargento! —gritó Félix, y saltó hacia Zeismann mientras los otros lanceros retrocedían.
El capitán zombi dirigió un lanzazo directo al corazón de Félix, pero aunque su puntería había sobrevivido a la muerte, no había sucedido lo mismo con su rapidez, así que Félix pudo apartar la punta del arma con un golpe latera, y luego córtale la cabeza a Zeismann. Los lanceros vivos gimieron cuando el cuerpo de su anterior capitán se desplomó, y continuaron reculando cuando mas camaradas muertos atravesaban el frente de los muy atareados matadores.
—¡No seáis estúpidos! —gritó Félix, intentando contener él sólo a todos los lanceros muertos—. ¡Tenéis que matarlos para liberarlos! ¡Acabad con ellos! ¡Haced que mueran de verdad!
Pero los lanceros continuaban vacilando, en la línea divisoria entre la lucha y la huida, y Félix decapitó a otro lancero zombi y esquivó los ataques de otros tres.
—¡Adelante! —gritó, desesperado—. ¡Por Abelung! ¡Por Zeismann! ¡Adelante!
Los nombres lograron hacerlos reaccionar. Con lágrimas en los ojos, y mientras escapaban sollozos por sus labios, los lanceros formaron junto a él.
—¡Por Abelung! —gritaron—. ¡Por Zeismann! ¡Por Zeismann!
Las lanzas destellaron al atacar y clavarse en el pecho de sus camaradas muertos, y pasados unos momentos vertiginosos, la brecha quedó cerrada y la línea restablecida, momento en que Félix pudo volver con paso tambaleante a su posición detrás de Gotrek, jadeando y sin aliento.
Pero al llegar se dio cuenta de que la suya no era la única respiración que oía. Aunque Gotrek continuaba luchando junto a sus compañeros matadores, tan incansable como siempre, y por lo que Félix podía ver no había perdido fuerza ni velocidad, su respiración era otra vez un resuello trabajoso, como si tuviera los pulmones llenos de líquido. Y aunque no parecía en modo alguno afectado por el constante jadeo, su cara estaba aún mas roja de lo normal, y su único ojo tenía una expresión mas colérica, como si estuviera furioso con aquel repentino acto de traición por parte de su cuerpo.
Una vez mas, la imagen de las negras esquirlas atravesando los órganos del Matador se abrió paso hasta la mente de Félix, y ya no logró desterrarla. De repente, temió que el siguiente hachazo o bloqueo de Gotrek fuera el que haría que las esquirlas le atravesaran el corazón y lo mataran. Tenía ganas de decirle al Matador que retrocediera, que por una vez lo dejara luchar a él en primera línea. Pero Gotrek jamas permitiría eso. Ni le importarían las esquirlas. Si lo mataban en medio de la batalla, que así fuera. Habría tenido la muerte de un matador, y todo estaría bien.
Félix miró hacia delante y gruñó de alivio al ver que la boca del túnel estaba a apenas unos pasos de distancia. Ya casi habían llegado. Le lanzó una mirada interrogativa a Kat, que estaba al otro lado del túnel. Ella le dedicó un cansado asentimiento de cabeza, y avanzó un paso mas por el fétido pantano de cadáveres decapitados; pero cuando Félix hizo lo mismo, el túnel fue sacudido por un trueno grave que lo lanzó hacia un lado y casi derribó a Kat y los lanceros.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Kat al hacerse mas fuerte el ruido, y mas violentas las sacudidas.
—Las torres de asedio —informó Gotrek—. Ha comenzado el ataque.
De detrás les llegaron pasos y gritos.
—¡Matadores! ¡Lanceros! ¡Retiraos! —gritó un artillero—. ¡Nos necesitan en los cañones! ¡Zapadores, colocad las últimas cargas! ¡Vamos a encender ya las mechas!
Gotrek y Rodi les hicieron un gesto de asentimiento con la cabeza a Félix, Kat y los lanceros, mientras los artilleros que tenían las últimas dos cargas las metían en sus agujeros y volvían a la carrera por el túnel.
—Comenzad a correr —dijo Gotrek—. Os seguiremos.
—Pero todavía hay zombies —dijo Snorri.
—Hay muchos mas sobre las murallas, padre Cráneo Oxidado —dijo Rodi.
Félix y Kat retrocedieron con los lanceros, y dejaron a los tres matadores enfrentados en solitario con una turbulenta muralla de zombies, y luego dieron media vuelta y echaron a correr, aunque «correr» era tal vez un término demasiado delicado para lo que estaban haciendo. Estaban tan cansados a causa de la lucha, y el suelo estaba tan cubierto de zombies descuartizados, que daban traspiés y zigzagueaban como borrachos que cruzaran un matadero.
Un lancero cayó detrás de sus camaradas al tropezar con el cráneo aplastado de un hombre bestia y torcerse una pierna. Félix y Kat lo levantaron, y él continuó con paso cojo, lesionado y sorbiendo por entre los dientes a causa del dolor.
Desde la bodega llegó un grito distante.
—¡Fuego en el agujero! ¡Fuego en el agujero!
Félix se pasó el brazo izquierdo del muchacho por encima del hombro, y Kat hizo lo mismo con el derecho, antes de continuar los tres con paso tambaleante tras los demas, en dirección al estrecho agujero del túnel de los matadores. Dos llamas chisporroteantes salieron a toda velocidad por el agujero cuando los lanceros entraban apretadamente por él, y Kat lanzó un grito de alarma. Dos de las largas mechas que habían tendido a lo largo de las paredes habían sido encendidas y transportaban el fuego hacia las cargas.
—¡Ese bastardo de Volk! —gritó el lancero—. ¡Va a hacernos saltar por los aires también a nosotros!
El corazón de Félix dio un salto de miedo, pero las llamas de ambas mechas pasaron de largo de las primeras cargas y continuaron chisporroteando hacia el fondo del túnel.
—No —jadeó—. Ha encendido primero las que están mas lejos.
—Aun así nos deja el tiempo bastante justo —dijo el lancero.
Kat y Félix lo ayudaron a pasar por el agujero en el momento en que otras dos chispas pasaban junto a ellos, siseando. Un grito y un pesado golpe sordo resonaron por el corredor, procedentes de la dirección de la bodega. Félix no podía ver qué había sucedido. El estrecho espacio estaba inundado del humo sulfúrico de las mechas lentas, pero alguien estaba gritando.
Continuaron avanzando con paso tambaleante, y cuando la bruma se volvió menos densa, Félix vio que la pesada puerta de troncos a prueba de explosión había caído hasta cerrarse y había inmovilizado a un lancero contra el suelo. Los gritos y los golpes procedían del otro lado de la puerta, y otros tres lanceros intentaban levantarla desde el lado en que ellos se encontraban, pero ni siquiera podían moverla. Félix, Kat y el lancero cojo se apresuraron para ayudarlos, entre todos lograron levantarla lo suficiente como para quitársela de la espalda al hombre inmovilizado. Alguien lo arrastró fuera del sitio, pero no pudieron levantar mas la puerta. Otras dos llamas pasaron chisporroteando junto a sus pies, y corrieron túnel abajo, hacia las bombas.
—¡Oíd los del otro lado! —gritó Félix—. Estirad cuando cuente tres. ¡Uno, dos, tres!
Del otro lado de la puerta llegaron gemidos apagados, y Félix sintió que la presión ejercida desde allí se sumaba a los esfuerzos que hacían ellos. La habían levantado hasta la altura de las Rodillas.
—Vete, Kat —dijo Félix—. Pasa por abajo.
—No lo haré —replicó ella—. Yo sola no.
—¡Maldita seas, muchacha! No hay razón alguna…
—Apártate, humano.
Félix se volvió para mirar hacia atrás. Los tres matadores llegaban en fila india por el estrecho túnel, con Gotrek a la cabeza. Félix se desplazó a un lado, y Gotrek levantó la puerta por encima de su cabeza, como si no pesara mas que el marco de una ventana.
—Corred —dijo.
Agradecidos, Kat, Félix y los lanceros se agacharon para pasar todos por debajo de los troncos, y avanzaron dando traspiés por el túnel a la máxima velocidad que pudieron. Félix miró atrás y vio que Rodi y Snorri pasaban de lado junto a Gotrek y atravesaban la puerta con tanta calma como si se abrieran camino por un mercado abarrotado de gente. Entonces, el Matador avanzó y dejó caer la puerta a su espalda.
Los troncos golpearon al cerrarse y el mundo se puso patas arriba. Fue como si la puerta, al cerrarse, hubiera accionado un gatillo, porque en el preciso momento en que golpeó el suelo, el túnel se sacudió y un ariete de aire caliente azotó a Félix y lo tiró al suelo. Él, Kat y los lanceros salieron dando volteretas hacía la entrada del túnel como hojas en el viento, mientras una explosión enorme le machacaba los oídos y hacía que todo lo demas quedara en silencio.
Fue a detenerse encima de Kat, con los lanceros unos sobre los otros, aunque la rodilla de alguien se le clavaba en los riñones. En el túnel se arremolinaba un humo gris. Se volvió a mirar hacia atrás. No veía a los matadores.
—Eso… ha sido potente —dijo Kat.
Félix tosió y rodó para dejarla libre, y luego se puso de pie.
—¿Gotrek? ¿Rodi? ¿Snorri?
No le respondió nadie. Retrocedió cojeando por el túnel, temeroso de lo que pudiera encontrar. Un cuerpo ancho y bajo yacía en el suelo.
—¿Gotrek?
El cuerpo tosió y se sentó, sacudiendo la cabeza adornada por una cresta de clavos. Estaba cubierto de arriba abajo de polvo gris.
—¿Qué has dicho, joven Félix?
—Nada, Snorri —replicó Félix—. Pensaba que eras Gotrek.
—Dilo otra vez. Snorri no te oye.
Félix pasó con cuidado junto a él, intentando ver dentro del humo.
—¿Gotrek? ¿Rodi?
Dos siluetas bajas y robustas salieron de la nube con paso tambaleante, sacudiéndose el polvo. Una llevaba metido en la oreja un dedo que hacía girar.
—¿Por qué susurras, humano? —preguntó Gotrek.
—¿Oís campanas? —preguntó Rodi.
En la superficie resonaron una fanfarria apagada de cuernos que tocaban a reunión, y el trueno de los cañones. Los dos matadores ladearon la cabeza y miraron hacia arriba. Eso sí que podían oírlo bastante bien.
—Ven, humano —dijo Gotrek, mientras inspiraba y pasaba ante Rodi—. Es hora de luchar de verdad.
* * *
Félix, Kat y los lanceros siguieron a los matadores al exterior de la residencia de oficiales y entraron en el infierno. Por todas partes había ruido, llamas y confusión. Proyectiles disparados desde el exterior describían un arco y caían del cielo para estrellarse por todo el patio de armas: grandes piedras, cuerpos en llamas y reses muertas que estallaban en lluvias de entrañas podridas. El fuego rugía dondequiera que Félix mirara. El piso superior de la residencia de caballeros estaba en llamas, al igual que la barca fluvial, y también los matacanes estaban prendiendo. Sobre el parapeto, los caballeros, lanceros y arcabuceros rechazaban una interminable marea de zombies que entraban en muchedumbre por encima de las almenas, mientras que los murciélagos pasaban en vuelo rasante para herir con las garras a cualquiera que intentara empujar las escaleras o robarlas. Y por debajo de todos los gritos y alaridos, por debajo de los disparos de arcabuz y el atronar de los cañones, se oía el retumbar bajo de las torres de asedio que se aproximaban.
Gotrek no miraba ninguna de esas cosas. En cambio, su único ojo recorría el cielo, clavándole una mirada tan feroz como si le exigiera respuestas.
—¿Dónde está? —preguntó con voz ronca—. ¿Dónde está el muy cobarde?
—No te pongas exigente, Gurnisson —resopló Rodi, que pasó por su lado con Snorri y empezó a subir por la escalera—. Aquí hay abundantes muertes.
Félix recorrió las murallas con los ojos para ver dónde eran mas necesarios, mientras, junto con Kat y los lanceros, seguía a los matadores a través del patio de armas y escaleras arriba. Al otro lado del cuerpo de guardia de la puerta principal, la sección mas occidental de la muralla estaba atestada de las sobrevestas de color mostaza y burdeos de los soldados de Talabecland que integraban el destacamento de von Volgen y luchaban en apretada línea ante las almenas, con destacamentos de lanceros que formaban detrás de ellos y alanceaban por encima de sus hombros. En lo alto de las murallas orientales, von Geldrecht les gritaba frases de aliento a los caballeros de la guarnición del castillo Reikguard, que estaban alineados igual que los de Talabecland, con lanceros formados a la espalda, aunque mas cerca del cuerpo de guardia. Bosendorfer y sus espadones habían aislado una sección de muralla para su propio uso, y asestaban salvajes tajos a los zombies sin el apoyo de lancero ninguno. Y sobre las torres, los equipos de Volk, sin camisa y sudorosos, cargaban, cebaban y disparaban los grandes cañones del castillo, mientras los arcabuceros de Hultz se apiñaban en torno a ellos y disparaban contra los gigantescos murciélagos que los acosaban e intentaban impedirles dar en el blanco. Incluso los milicianos de Draeger estaban sobre las murallas, arrastrados fuera de las celdas como había prometido von Geldrecht, pero al parecer sin disfrutar de la confianza suficiente como para que se les entregaran armas. Corrían entre los otros, pertrechados con garfios atados a cuerdas y picas de abordaje, para robar y empujar las escalas de los zombies a lo largo de toda la muralla.
Félix asintió con sombría satisfacción. A pesar de todo el fuego, el ruido y las piedras que caían, las cosas parecían marchar bien. Los matacanes protegían a los defensores contra los ataques de los murciélagos y de las llameantes descargas que las catapultas y los onagros de Kemmler lanzaban sobre ellos, y los defensores mantenían las líneas y acababan fácilmente con los cadáveres que lograban subir a las murallas.
Por desgracia, daba la impresión de que todo eso estaba a punto de cambiar.
Cuando Félix, Kat, los matadores y los lanceros se metieron en el parapeto por detrás de las líneas de caballeros que no paraban de moverse, el retumbar grave que les había resonado en las entrañas desde que habían salido al patio de armas se hizo tan fuerte que sacudió las murallas del castillo y ahogó los gritos de los capitanes, que vociferaban órdenes a los soldados. Félix estiró el cuello para mirar por encima de las almenas y vio por fin la fuente del sonido.
—¡Sigmar! —jadeó.
Las torres ya habían sido bastante atemorizadoras vistas desde lejos, cuando había observado cómo las construían en la linde del bosque. Ahora que avanzaban espasmódicamente desde la noche, cargadas de soldados de pesadilla, bastaron para hacer que sintiera ganas de dar media vuelta y echar a correr. Al tenerlas mas cerca, vio que habían sido cubiertas con lanudas pieles de hombres bestia tensadas sobre una deforme estructura de árboles muertos; las pieles habían sido toscamente cosidas, y los sacos vacíos correspondientes a la piel de la cabeza se agitaban e inflaban en el viento de manera que parecía que los agujeros de ojos y boca parpadeaban e intentaban decir algo.
Más repugnante aún era el hecho de que la torre era remolcada por los hombres bestia que habían sido desollados para construirla. Cientos de cadáveres de hombres bestia sin piel iban uncidos a las torres, de las que tiraban mediante cuerdas que los atravesaban por el pecho y los ensartaban juntos como macabros fetiches de la trenza de un chamán.
Los bestiales zombies avanzaban como si fueran uno solo, empujando contra los grandes nudos que les presionaban el esternón, mientras las torres se deslizaban con lentitud por el suelo irregular, oscilando y sacudiéndose como si las azotara un ventarrón.
Los grupos de invasión eran igual de monstruosos, desnudos necrófagos de piel blanca, con manos provistas de garras y dientes afilados. Colgaban de la parte superior por decenas, farfullando y aullando al ver carne humana, y agitando lanzas hechas con tibias y fémures que hacían las veces de garrotes.
—Devoradores de cadáveres —gimió Kat, a la vez que se estremecía.
Félix reprimió las náuseas cuando el hedor a muerte y defecación lo envolvió.
—¡Dioses! —dijo, atragantado—. ¡Sólo el olor nos matará!
Los lanceros les dedicaron a Félix y Kat un saludo de despedida, y se marcharon deprisa para reunirse con las filas de sus camaradas. Félix y Kat les devolvieron el saludo, y luego siguieron a los matadores cuando se marcharon hacia la izquierda para acercarse al lugar de la muralla hacia el que se dirigía la torre mas cercana.
Pero al verla desde mas cerca, la esperanza creció en el pecho de Félix. Dio la impresión de que los que remolcaban la amenazadora torre iban a meterla directamente dentro del foso vacío, donde se iría hacia delante y caería antes de llegar a la muralla, y la torre que se encontraba mas lejos parecía a punto de hacer otro tanto.
—¡Eso es, marionetas descerebradas! —gritó el capitán Hultz desde donde los arcabuceros disparaban contra los necrófagos—. ¡Hacednos el trabajo!
—¡Van a aplastar a sus propios soldados! —rió un lancero.
Sin embargo, las pullas se apagaron cuando las largas colas de zombies que habían estado siguiendo las torres se adelantaron de repente y comenzaron a arrojarse al foso, delante de ellas.
—¿Qué están haciendo? —preguntó un caballero—. ¡Los van a aplastar!
—¡Ay, Sigmar! —gimió un arcabucero—. Están formando un puente.
Y al observarlos, al igual que Kat, Félix se dio cuenta de que el hombre tenía razón. Los zombies continuaron apilándose por centenares dentro del foso, hasta que, justo antes de que los tiros de cadáveres de hombres bestia uncidos llegaran hasta ellos, llenaron el foso hasta la altura de los bordes.
Al principio, los hombres bestia muertos perdieron pie sobre la superficie irregular de los cuerpos apilados de sus camaradas, pero luego se recobraron, clavaron las pezuñas a las caras, cajas torácicas y entrañas de los no muertos que formaban el puente, y los usaron para hacer tracción. Los rodetes de las torres tuvieron menos problemas. Se deslizaron sobre el montón de cadáveres aplastados como si estuviesen engrasados, y las torres adquirieron mas velocidad.
Los cañones eructaron humo sobre las murallas del castillo, y la parte superior de la torre mas lejana se deshizo en astillas, lanzando a los necrófagos que colgaban de ella girando por los aires, hacia la muerte, mientras la bala del cañón de la derecha se estrellaba contra la parte central de la mas cercana, destrozando tablas y puntales del interior, antes de salir por el otro lado.
Los hombres de lo alto de la muralla lanzaron una aclamación, pero aun golpeadas y a punto de caer, las torres continuaron adelante, mientras los necrófagos salían en muchedumbre de sus profundidades, chillando.
Rodi y Snorri se detuvieron detrás de Bosendorfer y sus espadones, que se preparaban en el lugar donde la torre mas cercana entraría en contacto con la muralla.
—Aquí —dijo Rodi, sopesando su hacha.
Gotrek lanzó una última mirada de decepción hacia el cielo, y luego se situó junto a él.
—Sí —dijo.
—A Snorri le gustaría que estos humanos se quitaran de en medio —dijo Snorri.
—Ya llega —anunció Kat.
—¡Ni un solo paso atrás, espadones! —chilló Bosendorfer.
—¡Ni un solo paso atrás, muchachos! —gritó su sargento, un veterano corpulento y con barba gris—. ¡Ni un solo paso!
Con un impacto que sacudió todo el castillo, la infernal torre chocó contra la muralla, y los necrófagos se lanzaron hacia delante, directamente a la punta de las armas de los espadones; pero no habían llegado solos. Cuando la primera oleada moría gritando y caía de las almenas para estrellarse entre los desollados hombres bestia zombies de abajo, un viento frío escapó de la puerta de la torre, y de ella salió un espectro, chillando, con sombras aleteando a su alrededor como un sudario. Un rostro femenino sin ojos pareció mirarlos desde el centro de la oscuridad, al mismo tiempo que garras como sables se extendían hacia los espadones.
A Félix se le erizó el pelo de la nuca cuando aquella cosa avanzó, y retrocedió un paso sin querer. Todos los miedos que había sentido alguna vez —a la oscuridad, a perder a su madre, a la enfermedad, a la muerte y a las torturas mas allá la sepultura—, todos lo inundaron al mismo tiempo al mirar los ojos vacíos del espectro, y cada fibra de valor que poseía se secó y desmenuzó en el cáustico viento de su chillido. Tenía ganas de dar media vuelta y huir, esconderse en un rincón y llorar.
Y tal vez lo habría hecho, pero Kat también retrocedió un paso tambaleante que la hizo chocar contra él, y de algún modo, ese contacto y la oportunidad que le dio de ponerle una mano sobre un hombro para tranquilizarla, lo calmó también a él, y el pánico pasó.
Los espadones, por desgracia, no tenían a nadie que los tranquilizara, y estaban retrocediendo poco a poco y muriendo al aprovecharse los necrófagos del terror paralizador que los dominaba para arrancarles los ojos y desgarrarles la garganta. Bosendorfer blandió su espadón a dos manos contra aquel horror, pero la hoja pasó a través del espectro de la mujer sin tocar nada sólido, y ella continuó adelante, barriendo el aire con las garras.
Estas le atravesaron el pecho al espadón, y aunque parecieron no causarles ningún daño físico a él ni a su armadura, el contacto lo hizo tambalearse y gritar.
—¡Retroceded! —vociferó, agitando el espadón—. ¡Retroceded, no podemos vencer!
Los espadones, que ya estaban a punto de huir, obedecieron la orden de buena gana, y huyeron a lo largo de la muralla, con Bosendorfer en cabeza y el sargento en retaguardia, mientras una veintena de necrófagos inundaban el parapeto tras ellos, sin hallar oposición.
—¡Cobardes! —gruñó Gotrek, y cargó hacia los devoradores de cadáveres, con Rodi y Snorri asestando golpes a ambos lados de él, y Félix y Kat detrás.
—Al menos se han quitado de en medio —dijo Snorri.
La doncella espectral les aulló a los matadores cuando se pusieron a matar necrófagos, pero con un solo barrido del hacha de Gotrek se disipó en bucles de niebla, y el miasma de miedo se desvaneció con ella. Los matadores continuaron eliminando enemigos, pero eran como un guijarro en una violenta corriente. Aunque mataban necrófagos con cada barrido de sus armas, al no contar con los espadones para que defendieran los flancos, eran muchos mas los que lograban rodearlos y avanzar a lo largo de la muralla para atacar por la espalda las líneas de caballeros y lanceros. Las líneas estaban deshaciéndose y retrocediendo a causa de la confusión, cosa que permitía a los zombies acabar de subir las escaleras e invadir la muralla. ¡Era necesario que los espadones volvieran!
—¡Bosendorfer! —gritó Félix mientras mataba un necrófago—. ¡Dad media vuelta! ¡Ella ha desaparecido!
Unos pocos espadones se volvieron a mirarlo, pero Bosendorfer no pareció haberlo oído. Félix maldijo, y luego se llenó de aire los pulmones. Era algo que había funcionado con los lanceros dentro del túnel, y tal vez funcionara también allí.
—¡Espadones! —gritó—. ¡A mí! ¡Defended la muralla! ¡Resistid por el castillo Reikguard!
Unos pocos de los espadones ralentizaron la marcha y se volvieron, y entonces llamaron a otros de sus camaradas para que regresaran. El canoso sargento vaciló, mirando a Bosendorfer, y luego otra vez a Félix.
—¡A mí! —volvió a gritar Félix—. ¡Podemos contenerlos aquí!
Estas palabras parecieron galvanizar al sargento, que comenzó a volver sobre sus pasos a lo largo de la muralla. Los demas lo siguieron, y cayeron sobre los necrófagos que se habían metido por detrás de los caballeros y lanceros.
—¡Eso es! —gritó Félix al verlos avanzar por la muralla para volver a ocupar su sitio—. ¡Por el graf Reiklander! ¡Por el Imperio!
Mientras los espadones hacían retroceder la incursión de los necrófagos, los matadores avanzaron para cortar la ola en su origen. Abrieron un sendero de sangre hasta las almenas, y luego saltaron desde ellas a la torre de asedio y batallaron contra los necrófagos al mismo tiempo que se abrían paso hacia la boca por la que salían.
Félix y Kat observan su avance con inquietud, mientras junto con los espadones, luchaban para acorralar a los necrófagos que aún lograban pasar en muchedumbre en torno a los matadores y llegar a la muralla. La torre estaba inclinándose decididamente hacia la izquierda, crujiendo con sonoridad mientras los hombres bestia desollados, al no ser ya necesarios para remolcarla, trepaban por los costados, aún ensartados unos con otros por las largas cuerdas.
—¿Es que esas cosas descerebradas no saben que está rota por dentro? —gritó Kat—. ¡Van a derribarla!
—Sí —dijo Félix—, y a los matadores con ella.
Un rugido que les llegó desde arriba hizo que Félix levantara la vista. Maldijo. Krell descendía en picado desde el cielo, sobre el lomo de su serpiente alada no muerta, y se dirigía en línea recta hacia los tres enanos.
—¡Matadores! —gritó Félix.
Gotrek, Rodi y Snorri se lanzaron hacia los lados cuando el monstruo hecho de retales se posó con un violento golpe sobre la precaria torre y casi la arrancó de los rodetes. Necrófagos y hombres bestia desollados cayeron girando por el aire y se estrellaron contra el suelo, mientras los matadores se sujetaban como lapas, y del interior llegaban crujidos y rechinos aún mas ominosos.
—¡Mío! —rugió Rodi cuando Krell desmontó y le lanzó un tajo con su hacha negra.
La mano enfundada en guantelete y el antebrazo que Gotrek le había cercenado antes parecían haber vuelto a crecer en su totalidad.
—¡Encuentra tu propio fin, Balkisson! —rugió Gotrek, al mismo tiempo que se lanzaba hacia delante—. ¡Este es el mío!
—¡Tómalo si puedes, Gurnisson! —rió Rodi, y también cargo.
Krell bloqueó ambos ataques con un rechinar de acero, pero Gotrek le embistió las piernas y lo lanzó de espaldas contra la serpiente alada. La fea bestia se elevó por el aire, aleteando, y dejó al rey espectral tendido al borde de la torre, mientras los matadores avanzaban.
—¡Snorri quiere que éste sea su fin! —gritó Snorri, cojeando tras ellos.
Un hombre bestia desollado trepó hasta la parte superior en la que se libraba la lucha, y se lanzó a interponerse en el camino de Snorri mientras Krell y los matadores chocaban. Snorri reventó la cabeza del hombre bestia con el martillo, pero se encontró con que mas de aquellos enormes horrores trepaban para rodearlo por todas partes, todos aún unidos entre sí como un macabro brazalete de amuletos que hubiese cobrado vida.
—¡Apartaos del camino de Snorri! —gritó Snorri.
Félix maldijo. Tenía que llevarse a Snorri de la torre antes de que acabara muerto. Por desgracia, había mas de una veintena de necrófagos en el camino.
—¡Hacedlos retroceder! —les gritó a los espadones—. ¡Expulsadlos de las murallas!
Los, espadones lo aclamaron, y el sargento canoso recogió a orden.
—¡Sí, muchachos! ¡Hacedlos retroceder de vuelta a la sepultura!
Los espadones cayeron sobre los necrófagos como un solo hombre, sus armas ascendiendo y descendiendo como sí fueran una, causando terribles heridas en cabezas, hombros y cuellos, con Félix y Kat luchando en el centro. A pesar de todo, Félix no estaba seguro de que fueran lo bastante rápidos.
Sobre la inclinada torre, Snorri luchaba en medio de un puñado de hombres bestia desollados, rugiendo jubilosamente, mientras Gotrek y Rodi acometían a Krell con tajos desde lados opuestos. El rey de los muertos giraba entre ellos para devolver los tajos, y su hacha de obsidiana creaba una sofocante nube de polvillo a su alrededor. Rodi absorbió una bocanada y se tambaleó, tosiendo, momento en que Krell le asestó un golpe tan potente que, aunque lo bloqueó lanzó al joven matador hasta el borde mismo de la torre.
—¡Ja! —gruñó Gotrek al mismo tiempo que cargaba—. ¡Ahora vamos a ver de quién será el fin!
Krell retrocedió ante el hacha de Gotrek, convertida en un borrón, y su negra armadura antigua no tardó en quedar marcada por una veintena de profundas líneas en las que se veía brillar el metal; pero la acometida también estaba pasándole factura a Gotrek. Volvía a tener la respiración agitada, y la cara tan roja como ascuas encendidas.
Rodi se puso trabajosamente de pie y comenzó a subir otra vez por la inclinada superficie, pero los cadáveres de hombres bestia desollados también empezaban a rodearlo.
—¡Espera, Gurnisson!
Gotrek tosió e hizo retroceder a Krell hasta el borde.
—¡Un matador no espera!
Un tacón de las botas del paladín no muerto resbaló en el borde irregular de la torre de asedio, y Gotrek lo aprovechó para rebanarle un buen trozo de la greba derecha. Krell se lanzó hacia un lado para evitar otro golpe, y Gotrek se volvió para ir tras él, golpeando como un tanque de vapor.
En el mismo momento, Félix, Kat y los espadones mataron, por fin, al último de los necrófagos, y saltaron sobre las almenas para acometer a la sarta de hombres bestia desollados que rodeaban a Snorri, y a quien encontraron en un terrible aprieto.
La pata de palo se le había metido entre dos tablones, al borde mismo de la inclinada plataforma, y no podía sacarla. Asestaba potentes golpes con el martillo de guerra a las bestias muertas que lo acometían desde todas partes, pero no podía desplazarse ni esquivar, y lo estaban haciendo pedazos con las garras.
Félix, Kat y los espadones cargaron, asestando tajos al círculo de hombres bestia, pero había muchos y eran demasiado grandes. No iban a lograrlo antes de que Snorri fuera arrojado al vacío.
—¡Gotrek! —gritó Félix—. ¡Snorri!
Gotrek miró al viejo matador en el momento en que golpeaba las piernas de Krell y lo hacía caer y rodar por la pendiente. Vaciló, y Félix leyó su expresión. Si iba tras el rey de los muertos, podría matarlo y tachar un millar de agravios del ancestral libro de los enanos. Podría ser conocido por siempre mas como el Matador de Krell el Vencedor de Fortalezas. Pero si lo hacía, Snorri caería y moriría.
Con un gruñido salvaje, Gotrek cargó hacia Snorri y se estrelló contra la muralla de hombres bestia que lo rodeaban, desjarretando con el hacha a uno, al que empujó fuera de la plataforma. Se detuvo con brusquedad y se meció como un ahorcado al tensarse la cuerda que lo unía a sus compañeros. El siguiente de la cuerda dio un traspié hacia un lado a causa del tirón, y Gotrek también lo empujó. Con eso bastó. Cuando el segundo hombre bestia cayó al vacío, su peso, combinado con el del primero y el pronunciado ángulo de inclinación de la plataforma, arrastró a los demas, uno tras otro, en rápida sucesión. Fue como observar una sarta de feas salchichas precipitarse por el borde de un barranco.
Pero al caer el último cadáver de hombre bestia, éste quedó empalado en una rama de un árbol seco que asomaba a través de las pieles tensadas del costado de la torre, y se detuvo en seco. De repente, todo el peso de las bestias de la sarta le dio un fuerte tirón hacia la izquierda a la torre ya herida, y algo vital se rompió en su interior.
Gotrek maldijo y avanzó hacia Snorri con paso tambaleante para liberar la pata de palo de las tablas en el preciso momento en que la torre comenzaba a caer, lenta pero inexorablemente de lado.
—Retrocede, Muerdenarices —jadeó, y lo empujó hacia Félix y Kat, que se lo llevaron de vuelta a las almenas.
—¿Adónde han ido los hombres bestia? —preguntó Snorri.
—Olvídate de los hombres bestia, Snorri —le espetó Kat.
Gotrek se volvió a mirar a Krell. Rodi ya estaba allí, haciéndolo retroceder por la plataforma cada vez mas inclinada con brutales tajos, mientras el rey de los muertos lanzaba rugidos hacia el cielo. Gotrek se precipitó tras él, jadeando y resollando, pero antes de que pudiera llegar, su montura descendió a toda velocidad, con las alas desplegadas, y Krell saltó sobre la silla de montar.
Gotrek y Rodi se lanzaron hacia él, pero llegaron demasiado tarde. La serpiente alada se arrojó al vacío y se alejó en vuelo descendente. En ese momento, la torre se inclinó de manera drástica.
—¡Cobarde! —rugió Gotrek.
—¡Vuelve y lucha! —vociferó Rodi.
—¡Matadores! —llamó Félix—. ¡Bajad de ahí!
—¡Deprisa! —gritó Kat.
Durante un agónico segundo los matadores se quedaron quietos, con los ojos fijos en Krell, pero luego dieron media vuelta y volvieron a las almenas en el preciso momento en que la torre, por fin, caía bajo ellos. Gotrek tenía la cara caliente y su pecho subía y bajaba con violencia, pero su único ojo era tan duro y frío como Félix no lo había visto jamas.
A lo largo de la muralla, los hombres que empujaban escaleras y luchaban contra los zombies lanzaron una aclamación cuando la torre se estrelló en el foso, aplastando decenas de no muertos y necrófagos, y a esa aclamación hizo eco otra cuando la segunda torre también cayó, ardiendo como una corneta dentro de un horno; pero los enanos no parecían estar de humor para celebraciones.
Snorri, que sangraba por una docena de heridas de garras, miraba a Gotrek con el ceño fruncido mientras se esforzaba por ponerse de pie.
—Snorri no cree que hayas hecho bien, Gotrek Gurnisson, al impedirle que…
—¡Y a Gotrek Gurnisson le importa un ardite lo que piense Snorri! —bramó Gotrek a la cara del viejo matador—. ¡Hasta que no recuerde su vergüenza, Gotrek no quiere oír una sola palabra mas que salga de la boca de Snorri!
Félix, Kat y Rodi retrocedieron, mientras Snorri parpadeaba, perplejo ante el estallido de Gotrek. Los espadones no parecían saber adónde mirar.
—¿Y qué si Snorri piensa que le gustaría aplastar la fea cara de Gotrek Gurnisson de un puñetazo? —preguntó Snorri al mismo tiempo que cerraba los puños.
Las cejas de Gotrek descendieron, pero antes de que pudiera inspirar suficiente aire para responder, von Volgen y un par de caballeros lo empujaron al pasar corriendo en dirección a von Geldrecht.
—¡Señor comisario! —llamó von Volgen—. ¡El puerto! ¡Mirad hacia el puerto!
Félix, Kat y los matadores se volvieron y bajaron la mirada hacia los muelles, para saber a qué se refería von Volgen. Félix frunció el ceño. El balandro continuaba ardiendo, y en torno a él seguían cayendo rocas y cadáveres en llamas que hacían saltar el agua del río, pero no vio ninguna nueva amenaza.
—¿Qué sucede? —preguntó—. No veo nada.
—¡Allí! —dijo Kat, y señaló hacia el agua, por el lado de los muelles.
Félix siguió su mirada. El agua estaba llena de las cabezas que se mecían y manos que chapoteaban, pertenecientes a hombres que intentaban subir a los muelles.
No. No eran hombres.
—Zombies —jadeó Gotrek con voz ronca—. Han pasado por debajo de la puerta del río.