DIEZ

DIEZ

—Tan cerca —dijo von Geldrecht, mientras se ajustaba mejor el ropón alrededor del cuerpo—, y a pesar de todo tan lejos.

Félix y Kat se encontraban de pie sobre las almenas azotadas por el viento, con el comisario, von Volgen y los matadores, mirando la esclusa del dique flanqueada de piedra y con compuertas de roble, que relumbraba con brillo mortecino bañada por la luz de las dos lunas, a unos cincuenta metros corriente arriba de la esquina mas oriental del castillo. Hasta hacía menos de una hora, la esclusa podría haberse abierto para que el río entrara en el foso, y haberse cerrado para realizas limpiezas y reparaciones. Ahora, al destruir el mecanismo de la esclusa, el saboteador la había cerrado de manera permanente y había dejado seco el foso, de modo que el mar de zombies que la corriente de agua había mantenido a distancia, podía llegar ya hasta el castillo, y manoteaban inútilmente los enormes bloques de granito de las robustas murallas.

Von Geldrecht suspiró y se estremeció, para luego volverse hacia los matadores.

—¿Y dónde están haciendo la excavación?

Lo hicieron retroceder a lo largo de las murallas y señalaron hacia el exterior y abajo. Félix, Kat, von Volgen y el comisario se asomaron tanto como pudieron por encima de las almenas, y miraron hacia la oscuridad. Félix no pudo ver nada mas que zombies.

Von Geldrecht sacudió la cabeza.

—Continúo sin verlo.

—Snorri piensa que los humanos tienen una vista terrible —dijo Snorri.

—Están dentro del foso —gruñó Gotrek—. Excavan la orilla interior, directamente hacia vuestras murallas. —Félix volvió a mirar y, por fin, detrás de la móvil muchedumbre de zombies que manoteaban las murallas, creyó ver movimiento dentro del canal.

Von Geldrecht gimió.

—Con que sólo pudiéramos abrir otra vez la esclusa, podríamos ahogarlos a todos.

—No podríamos, mi señor —intervino von Volgen—. Recordad que los zombies no respiran.

—Y no os interesa volver a abrir la esclusa hasta que no haya tapado el agujero que están haciendo —dijo Rodi—, acabaríais teniendo el foso dentro de la bodega.

—Snorri piensa que eso derribaría las murallas con mas rapidez de la que pueden derribarlas los zombies —dijo Snorri.

Von Geldrecht maldijo y golpeó la muralla con un puño.

—¿Y cómo vamos a detenerlos, entonces? No podemos hacer una salida para atacar a los que están excavando. Nos vencerían antes de que llegáramos al sitio.

—Excavando hacia ellos —dijo Gotrek—. Luego, minamos su túnel y lo derrumbamos antes de que lleguen a las murallas.

Von Geldrecht se quedó mirándolo.

—Pero…, pero ¿hay tiempo? —preguntó—. ¿Cuánto se tardaría en excavar un túnel así? No sé si puedo distraer hombres suficientes del reforzamiento de las defensas, ni si les quedarán fuerzas para hacerlo.

Gotrek levantó una mano.

—Decid a vuestros hombres que acaben de bloquear la puerta del río. Nosotros haremos esto. Los humanos sólo nos estorbarían.

El comisario dejó escapar un suspiro de alivio y se inclinó ante el Matador.

—¡Gracias, herr enano! Me tranquilizáis. Se hará como decís.

Félix vio que von Volgen hacía una mueca ante aquel despliegue de emociones tan impropias de un comandante, y el de Talabecland lo sorprendió observándolo. Intercambiaron una mirada cautelosa, y luego von Volgen dio medía vuelta y se alejó, mientras von Geldrecht comenzaba a dar órdenes a sus hombres.

* * *

Menos de una hora después, los zombies empezaron a escalar las murallas.

Tras dejar a von Geldrecht, Kat y Félix ayudaron a Gotrek, Rodi y Snorri a registrar los almacenes del castillo en busca de picos y palas, y luego se ocuparon de retirar la tierra mientras los enanos se ponían a excavar hacia abajo adentrándose en los cimientos de la residencia de caballeros, que era el punto del castillo mas cercano al sitio en que estaban excavando los zombies. Pero pronto volvió a apoderarse de ellos el cansancio, y regresaron a su habitación para intentar dormir hasta la mañana. Sin embargo, eso no sería posible, al menos no para Félix.

A pesar de lo cansado que estaba, no podía aquietar la mente. La descripción del saboteador hecha por Draeger no dejaba de repetirse dentro de su cabeza, y no podía evitar compararla con la gente del castillo que conocía. Un hombre pequeño y vestido con ropón, había dicho Draeger. Y rápido de movimientos. No era mucho, pero excluía a un buen número de sospechosos. Con su pierna herida, von Geldrecht no era ni pequeño ni rápido. Bosendorfer era un hombre gigantesco, y el viejo sacerdote quizá fuera flaco, pero aun así era demasiado alto. También podía excluir a la hermana Willentrude, que tenía la figura de una gallina de corral bien alimentada. ¿Quién quedaba? Tauber era un hombre pequeño, pero Tauber estaba encerrado…, ¿verdad? Hultz, de los arcabuceros, tampoco era grande, aunque tenía hombros anchos. Podría haber sido la grafina Avelein, ocultando su condición de mujer, o incluso el propio graf. Félix no lo había visto nunca y no tenía ni idea de cómo era. Pero, por otro lado, se preguntó, ¿y si el villano era un maestro de la ilusión, ademas de un destructor de runas? ¿Y si su tamaño menudo y sus movimientos rápidos eran sólo una apariencia? Después de una dosis excesiva de todo eso, fue casi un alivio cuando los cuernos tocaron a concentración, y los gritos resonaron por el patio de armas.

Esa vez, Félix y Kat no se habían molestado en quitarse la armadura antes de tumbarse, y por tanto, llegaron pronto a las murallas para ver el nuevo truco de los zombies. A cubierto de la oscuridad, los no muertos habían llevado hasta el castillo altas escaleras de tosca factura que habían apoyado a lo largo de todas las murallas del lado de tierra, y ahora subían por ellas en masa.

Eso no constituía una amenaza muy grande, al menos en principio. Los zombies eran unos trepadores terribles y caían a menudo, y a los arcabuceros les resultaba bastante fácil usar una pica para hacer palanca con el fin de apartar las escaleras de la muralla y hacerlas caer. El problema residía en que no se detenían nunca. Por muchas veces que los defensores empujaran las escaleras para apartarlas de las murallas e hicieran caer a todos los zombies al foso, ellos simplemente volvían a levantarse, recogían las escaleras para apoyarlas otra vez contra la muralla y reanudaban el ascenso, resueltos e incansables.

A los arcabuceros no tardaron en unírseles lanceros y guardias fluviales enviados por sus capitanes para ayudarlos, pero incluso con los refuerzos, los hombres de la muralla estaban agotándose porque corrían de una escalera a otra en una carrera interminable. Por desgracia, aún carecía mas de sentido intentar matar a los muertos que subían por las escaleras, porque Kemmler nunca tendría escasez de efectivos. Por muchos que pudieran decapitar los defensores o matar de un tiro en la cabeza, siempre habría mas zombies que ocuparían su lugar.

Félix y Kat se unieron a la vertiginosa danza de correr y empujar, correr y empujar, correr y empujar. Cuando el cielo comenzó a teñirse de gris por el este, estaban ambos tan cansados que ya no podían manejar las picas que les habían dado, y se desplomaron contra las almenas, jadeando, con las piernas tan débiles como ramitas.

El capitán Hultz, que no parecía menos agotado que ellos, recogió las picas y los echó.

—Marchaos a dormir —dijo—. Esta noche habéis hecho el trabajo de diez, los dos, y la guardia de la mañana llegará en cualquier momento. Fuera. Fuera.

Félix saludó y ayudó a Kat a levantarse; ambos bajaron la escalera con paso tambaleante cogidos del brazo y se encaminaron hacia la residencia de caballeros. Pero cuando recorrían el lado de los muelles dando traspiés, Kat se detuvo de repente y parpadeo mirando a dos barqueros que se valían de garfios para mover una piedra de la desmantela residencia de oficiales y colocarla debajo del cabrestante, con el fin de bajarla hasta el bote de remos.

—¿Qué sucede? —pregunto Félix con el ceño fruncido.

—Garfios —dijo Kat.

—¿Qué?

La muchacha farfullaba a causa de la fatiga.

—Espera un minuto —dijo, para luego zafarse de debajo del brazo de el y acercarse a los hombres.

—Necesito eso —dijo, señalando.

Los barqueros la miraron con recelo.

—¿La piedra? —preguntó uno—. ¿Para que queréis un piedra?

—El garfio —replico Kat—. Quiero el garfio. Y cuerda. Mucha cuerda.

Los barqueros volvieron a mirarla, y Félix también. No tenía ni idea de qué se traía entre manos, pero estaba claro que tenía alguna idea.

—Si podéis prescindir de él —dijo con cortesía, intentando compensar la brusquedad de Kat, casi mas propia de un enano.

El barquero que había hablado se encogió de hombros; luego volvió a subir al balandro y regresó, un momento después con un tercer garfio y un rollo de cuerda.

—Os advierto que necesitare que me lo devolváis —dijo, pero Kat ya retrocedía hacia la escalera a paso rápido, mientras ataba un extremo de la cuerda al asa en forma de «T» del garfio.

Félix subió tras ella con paso tambaleante. Aun estaba desconcertado cuando ella encontró a Hultz y levantó el garfio y la cuerda para enseñárselos.

—Mirad —dijo, oscilando ligeramente en el sitio—. Esto los detendrá.

Hultz parpadeó.

—¿Y que se supone que es eso? ¿Un arma? ¿Debo enganchar las entrañas de los cadáveres con el garfio para arrancárselas?

—Los cadáveres no —dijo Kat—. Las escaleras. No pueden subir sin las escaleras.

Félix la miró con ojos desorbitados, y lo mismo hizo Hultz.

—Por Sigmar —dijo al fin—. Por Sigmar que podría funcionar.

Cogió el garfio que ella le ofrecía, atado a la cuerda, y llamó a sus hombres.

—Lanzmann, Weitz, sargento Dore, coged el extremo de esto.

Félix y Kat lo siguieron y se asomaron a mirar, mientras él dejaba caer el garfio a lo largo de la muralla. Justo a la izquierda había un grupo de zombies que enderezaban laboriosamente una escalera caída y la inclinaban para apoyarla contra las almenas.

—Perfecto —dijo Hultz, y se desplazó de lado hasta quedar por encima de ellos.

La escalera rebotó al golpear contra la muralla, a pocos palmos por debajo de las almenas, y luego se estabilizó cuando los primeros zombies comenzaron a subir por ella.

—Deprisa, ahora; deprisa —murmuró para sí mismo mientras movía el garfio hacia los peldaños de la escalera—. Antes de que se amontonen todos.

Lo logró al segundo intento y tiró de la cuerda hasta dejarla tensa.

—¡Ahora, muchachos! ¡Ahora! —gritó—. ¡Tirad!

Los tres arcabuceros tiraron del extremo de la cuerda hasta tensarla del todo, y luego comenzaron a izar la escalera muralla arriba. Había dos zombies sobre los escalones inferiores, pero cuando la escala comenzó a ascender, uno de ellos perdió presa y cayó. El otro llegó a lo alto junto con la escalera, y continuó aferrado a ella mientras los arcabuceros acababan de subirla, escalón a escalón.

Hultz estaba esperándolo, y le hundió la cabeza con una maza cuando el pie de la escala llegó a lo alto de la muralla. El cadáver cayó y los arcabuceros arrojaron la escalera al patio de armas interior, con una aclamación.

Hultz se volvió hacia Kat con una sonrisa.

—Muchacha, sinceramente creo que nos habéis ahorrado una enorme cantidad de molestias.

—Y nos habéis proporcionado un buen suministro de leña —dijo uno de los arcabuceros—. Es muy amable por parte de ese nigromante proporcionarnos leña para cocinar.

—Ahora, lo único que necesitamos es comida —dijo Hultz, y se volvió otra vez hacia sus hombres—. ¡Lanzmann, Weitz, id a decidles a esos piratas de río que precisamos todos los garfios y toda la cuerda que tengan, y con rapidez!

Cuando se encaminaban de vuelta hacia la escalera, Félix miró por encima de la muralla hacia los campos del otro lado. El sol aún no había coronado el horizonte, pero había la luz suficiente para ver hasta la negra línea del bosque. Una agitación de movimiento frenético que tenía lugar allí atrajo su mirada.

—¿Qué es eso? —preguntó, ralentizando la marcha.

Kat siguió la dirección de su mirada, y ambos se acercaron a la muralla para ver mejor. Una alta figura encorvada estaba levantándose de la niebla, ante los árboles. Parecía un gigante momificado, o el enorme capullo de una oruga, blanco, lleno de bultos y asimétrico, con una enorme boca abierta y negra en la parte de arriba, y por toda su superficie, de un extremo a otro, pululaba una manada de zombies que se movían sin parar.

Con horror y fascinación crecientes, Félix se dio cuenta de que estaban construyendo aquello ante sus propios ojos, como avispas que construyeran una colmena, aunque en lugar de pasta de madera y fango, usaban árboles secos, huesos y piel tensada. Inclinadas ramas negras sobresalían al azar de los jaspeados costados de la estructura, y su base estaba fijada a gigantescos colmillos curvos que parecían haber salido del esqueleto de un leviatán muerto hacía mucho tiempo.

—Que Taal y Rhya nos protejan; es una torre de asedio —dijo Kat.

Félix se estremeció. Eso era, con total exactitud. Los colmillos curvos eran rodillos para que la estructura pudiera ser arrastrada por los campos, y la monstruosa boca abierta de lo alto vomitaría enjambres de soldados no muertos sobre las murallas. Y otra comenzaba a alzarse en ese momento, de la primera.

—¡Y mira allí!

Kat señaló hacia la izquierda de las torres, donde dos construcciones mas bajas y provistas de ruedas se agazapaban en la sombra del bosque como monstruosos insectos; Un onagro y una catapulta construidos con pesados maderos de factura tan extraña como la de las torres.

—Y también máquinas de guerra —dijo Félix, con el estómago contraído—. Han estado atareados.

Nadie mas parecía haber reparado en aquellas cosas. Estaban todos muy absortos en la tarea de pescar escalas o empujarlas lejos de las murallas, pero al oír las palabras de Kat y Félix, los hombres que tenían a ambos lados levantan la mirada para ver de qué estaban hablando.

—¡Por la sangre de Sigmar! —dijo uno—. ¡Mirad eso!

—¡Capitán Hultz! —gritó otro—. ¡El bosque! ¡Mirad hacia el bosque!

Hultz, que estaba intentando enganchar otra escalera, alzó la mirada y maldijo; pero luego levantó la voz para acallar el murmullo de miedo que estaba propagándose como el fuego a lo largo de la muralla, a medida que los hombres reparaban en las torres y las máquinas.

—¡Tranquilos, muchachos! ¡Tranquilos! —gritó—. Aún no se han puesto en marcha, y tenemos tiempo de sobra para prepararnos para cuando lo hagan. De momento, continuad con las escalas, que ya nos ocuparemos del resto cuando lleguen aquí. —Se volvió hacia el sargento—. ¡Dore! Transmite mis respetos al comisario von Geldrecht, y dile que, en cuanto tenga un momento, venga a echar un vistazo.

El sargento Dore saludó y bajó por la escalera a paso ligero. Félix condujo a Kat en la misma dirección.

—Y será mejor que nosotros informemos a los matadores —dijo.

* * *

Era asombroso el trecho que Gotrek, Rodi y Snorri habían excavado durante la noche. Habían descendido desde el suelo de la bodega de la residencia de oficiales hasta una profundidad de unos dos metros y medio, para luego excavar en dirección este un túnel que pasaba por debajo de las murallas del castillo, y ya estaba varios pasos al otro lado de éstas. Una corriente constante de escuderos y mozos de cocina entraban y salían por el agujero para sacar cubos llenos de tierra con la que formaban montones por toda la estancia. A un lado, Volk, el capitán de artillería, daba instrucciones a los artilleros que metían pólvora dentro de trozos de tubería de arcilla para desagües, y la apretaban para luego poner una mecha. Dedicó una sonrisa y un saludo a Kat y Félix cuando éstos bajaban por el agujero.

Félix tuvo que doblarse casi por la mitad para entrar en el túnel. Los matadores lo habían abierto de acuerdo con las proporciones de los enanos, y era muy bajo. En el otro extremo había una lámpara sujeta a la pared con una estaca, y vio brillar las anchas espaldas musculosas de Gotrek y Rodi, que acometían el frente de ataque con los picos. Snorri estaba un poco mas atrás, y echaba paladas de tierra en los cubos que luego se llevaban los escuderos.

Félix se alegró de ver que Gotrek y Rodi continuaban trabajando codo con codo sin gruñirse el uno al otro. La tregua existente desde que habían descubierto las runas protectoras rotas parecía mantenerse. Sólo esperaba que siguiera así.

—Matadores —llamó mientras avanzaba con cuidado por el túnel—. Los no muertos de Kemmler están construyendo torres y máquinas de asedio. Da la impresión de que esta noche asaltarán las murallas.

Gotrek asintió con la cabeza sin alterar el ritmo de trabajo.

—Llegaremos al túnel de los cadáveres poco después de la puesta del sol —dijo—. Regresaremos a las murallas cuando…, cuando lo hayamos derrumbado.

Félix frunció el ceño. Parecía que Gotrek estaba sin aliento. Era algo casi inaudito. Félix lo había visto luchar durante todo un día, y pasar horas excavando a través de la roca viva, y apenas presentar mas síntomas que la respiración un poco agitada, pero ahora resollaba.

—¿Gotrek?

El Matador se aclaró la garganta y escupió.

—Estoy bien. Es sólo el polvo.

Rodi le lanzó una mirada a Gotrek al oír eso, pero no dijo nada. Félix tragó saliva, enervado por la voz agitada de Gotrek y por la mirada de Rodi.

—¡Ah! —dijo—. El polvo. —Vaciló; tenía ganas de decir algo mas, pero luego se limitó a asentir con la cabeza—. Avisadnos cuando casi hayáis llegado. Volveremos.

—Sí —replicó Gotrek.

Félix y Kat intercambiaron una mirada mientras salían del túnel. Pero ninguno de los dos dijo lo que estaba pensando. ¿Era realmente el polvo, o se trataba de las esquirlas del hacha de Krell que estaban haciendo su maléfica obra? ¿Las malignas montas negras podían matar de verdad a Gotrek? Y en caso afirmativo, ¿cuánto tiempo le quedaba al Matador?

* * *

Cuando Félix y Kat volvieron a salir al patio de armas, vieron a un comisario von Geldrecht de ojos muy legañosos que bajaba cojeando de las murallas y se acariciaba la barba con nerviosismo.

—Hultz debe haberle mostrado las torres de Kemmler —dijo Kat.

Félix asintió con la cabeza. El hombre parecía abrumado. Tenía la cara gris y floja, y cojeaba sin ver por entre los caballetes de aserrar y las pilas de madera de los constructores de matacanes, mientras se encaminaba hacia la escalera de la torre del homenaje. Pero antes de que llegara a ella, lo vio la hermana Willentrude, y se apartó del lugar en que había estado rezando, ante la siempre encendida pira de los muertos. Llevaba el delantal y el hábito cubiertos de sangre, y daba la impresión de no haber dormido desde que Félix la había visto por última vez, cosa que probablemente era cierta.

—¡Mi señor comisario! —le gritó—. ¡Os exijo que dejéis en libertad a Tauber y sus ayudantes!

Von Geldrecht se volvió hacia ella, parpadeando como un sonámbulo, mientras en torno a él los constructores alzaban la cabeza.

—¡Hermana!

—La pasada noche murieron veintidós hombres, mi señor —dijo ella con los ojos encendidos—. Veintidós hombres que habrían sobrevivido con los cuidados de un cirujano. Mis iniciadas y yo podemos mantener alejadas la enfermedad y las infecciones con nuestras plegarias y oraciones purificadoras, pero no somos diestras con el cuchillo y la aguja. No podemos evitar que los hombres mueran por hemorragia o se ahoguen en su propia bilis. —Levantó un dedo acusador para señalar al comisario—. Vos habéis matado a esos hombres, mi señor. Al encerrar al cirujano Tauber, los habéis condenado a una…

Von Geldrecht asió a la hermana por un brazo y comenzó a arrastrarla hacia la torre del homenaje, con una desagradable sonrisa estampada en la cara.

—Hablemos de esto en privado, hermana —susurro—. ¡En privado!

Félix sonrió para sí mismo sin alegría. Esperaba que ella le echara mas que un rapapolvo en privado, porque tenía toda la razón. Cuando von Geldrecht había cedido a las amenazas de Bosendorfer contra Tauber, había puesto en peligro la vida de todos los hombres del castillo. Si había otros culpables del aprieto en que se encontraban, ademas de Kemmler éstos eran el comisario y el capitán de espadones.

Sin embargo, algunos de los hombres que se encontraban en el patio de armas no parecían verlo de esa manera. Se quedaron mirando a von Geldrecht y la hermana Willentrude, murmurando entre sí, mientras Félix y Kat pasaban entre ellos, tambaleantes.

—¿Piensa la vieja vaca que Tauber nos salvaría? —se mofó uno de ellos—. Después de envenenar a todo el resto.

—No sé —dijo otro—. Yo habría muerto después de Grimminhagen de no haber sido por él. Me salvó el brazo, y lo digo en serio.

—Los hombres pueden cambiar —intervino un tercero—. No sería el primero que regresa al sur siendo un hombre diferente del que marchó al norte.

—Bosendorfer dice que era malo antes de ir hacia el norte —dijo el primero—. Un envenenador desde el principio.

Kat sacudió la cabeza con enojo cuando ella y Félix entraron en la residencia de caballeros.

—A veces —comentó—, pienso que las palabras son mas venenosas que el veneno.

* * *

Cuando Félix y Kat volvieron a despertar aquella tarde, descubrieron que la segunda torre de asedio de Kemmler y otro onagro habían quedado acabados en la linde del bosque, construidos por la incesante actividad de la muchedumbre de no muertos. Más inquietante resultaba ver que los zombies que rodeaban el castillo habían aprendido la lección y ya no apoyaban las escalas contra la muralla para que los garfios de los defensores se las quitaran. Por el contrario, sostenían las nuevas escalas y contemplaban las almenas con ojos muertos y vacuos, esperando.

Y mientras los muertos aguardaban, los defensores se afanaban a concluir todas sus tareas antes de que estallara la tormenta. Había hombres que desprendían con palancas las últimas piedras de la torre de la residencia de oficiales y las subían a los botes con el cabrestante para hacer los últimos viajes hasta la puerta de reja. Los artilleros colocaban pólvora y munición junto a los cañones que miraban hacia el lado de tierra del castillo, y los carpinteros se apresuraban a montar chapuceros matacanes con los últimos y escasos restos de madera usada, y los enviaban a lo alto de las murallas para que instalaran.

Félix y Kat se reunieron con los hombres sobre las murallas para ayudar a colocar en su sitio los laterales y tejados de los matacanes, mientras los hombres mas hábiles realizaban los ajustes finales y lo unían todo con clavos. Era un trabajo pesado y que causaba tensión, hecho con un ojo dirigido siempre hacia el exterior para asegurarse de que la horda no había comenzado a avanzar, y por tanto, Félix dio salto cuando, un rato mas tarde, una educada voz joven habló detrás de él.

—¿Herr Jaeger?

Un escudero sucio de tierra daba vueltas por las proximidades del grupo de trabajo.

—Con los saludos del Matador —dijo, haciendo una reverencia—. Gurnisson y los otros ya casi han llegado al túnel de los zombies.

—Gracias —dijo Félix—. Decidle que voy de inmediato. —Él y Kat se volvieron hacia el carpintero jefe, mientras el muchacho salía a escape.

—¿Os parece bien? —preguntó Félix.

—Marchaos —dijo el hombre—. Y dadles una buena.

* * *

El capitán de artillería Volk y cuatro de sus hombres se encontraban de pie en torno al agujero del suelo de la bodega. Cada uno sostenía en brazos una carga hecha con una tubería, y llevaban picos, paletas y cucharas de metal metidos dentro del cinturón, ademas de cuerdas de mecha lenta que se extendían detrás de ellos como colas, mientras que a sus pies se apilaban mas trozos de tubería llenos de pólvora, con su mecha. En el centro, inclinado sobre un huso en el que estaban enrolladas todas las cuerdas de mecha, se encontraba el propio Volk. Sonrió al ver a Félix y Kat; su cara tenía un aspecto formidable a la luz de las brasas que relumbraban a su lado, dentro de un pote.

—Vuestros compañeros ya casi han llegado —dijo al mismo tiempo que se apartaba a un lado para que pudieran llegar al agujero—. Ya puede oírse a los zombies a través de la tierra; al menos pueden oírlos ellos. Yo no oigo nada. Demasiados años cerca de los cañones.

Félix asintió con la cabeza, y Kat empezó a bajar por la escalerilla al interior del agujero.

—¿Hay algún plan?

—¡Ah, sí! —replicó Volk—. Vosotros y los enanos hacéis retroceder a esos muertos bastardos hasta la entrada de su propio túnel. Nosotros trabajaremos detrás de vosotros para colocar las cargas. Cuando hayamos minado todo el túnel hasta el otro extremo, gritaré: «Fuego en el agujero». Entonces vosotros correréis como las llamas de vuelta aquí, y… —Abrió las manos con los dedos bien separados y los ojos danzando de regocijo—. ¡Buuum! El túnel se desploma, los zombies quedan aplastados y el castillo se salva.

Félix comenzó a bajar por la escalerilla.

—¿Y nosotros podremos alejarnos a tiempo? —preguntó.

—Sí —replicó Volk—. Los matadores han montado en su túnel una puerta que se cerrará tras ellos y protegerá de la explosión. Debería ir todo como una seda.

Kat lo miró con ojos feroces cuando se volvieron para meterse dentro del pasadizo bajo.

—Esa ha sido una frase de mal agüero, si alguna vez he oído una —murmuró.

—Sí —asintió Félix, y cruzó los dedos. Por lo general, no era un hombre supersticioso, pero no tenía sentido tentar la suerte.

Al agacharse para entrar en el túnel, se oyeron pasos que bajaban por la escalera, y seis lanceros entraron en la bodega.

—Se presenta el sargento Abelung —dijo—. El comisario nos ha enviado a ayudar. ¿Adónde vamos?

Volk señaló a Félix y Kat.

—Con ellos.

Félix miró de arriba abajo a los lanceros, mientras bajaban por la escalera. Parecían tan cansados como lo estaba él, y no era de extrañar. También habían estado todo el día trabajando en las defensas.

—Espero que no tardemos mucho con esto —dijo Abelung, que se lanzó dentro del túnel, detrás de Félix y Kat—. Dentro de poco los zombis llegarán por la superficie.

—Creo que obtendréis vuestra justa parte aquí —dijo Félix.

Mientras todos avanzaban agachados hacia el distante tintineo de los picos contra la tierra dura, Félix sintió una tensión en el pecho que nada tenía que ver con la perspectiva de luchar contra unos zombies en un espacio estrecho. Después de pasar todo un día y una noche excavando, ¿habría empeorado el problema de Gotrek? ¿Sería capaz de luchar? ¿Se retiraría si no estaba en condiciones de hacerlo? Félix conocía la respuesta a esta última pregunta, y le preocupaba.

Después de dejar atrás tres lámparas, vieron a los matadores que continuaban picando a lo lejos. Ahora eran Snorri y Rodi quienes estaban al frente, y Gotrek el que se encontraba detrás, metiendo la tierra dentro de una carretilla con la pala. Félix lo observó con inquietud, pero, para su alivio, la jadeante respiración que antes había notado en el matador parecía haberse desvanecido.

A unos cinco pasos del límite excavado, Félix y Kat se encontraron con un extraño montaje de troncos y cuerdas y Félix dedujo que tenía que ser la puerta que los enanos habían construido para protegerse de la onda expansiva. Un robusto madero que tenía aspecto de haber sido un pilote de muelle estaba atravesado en lo alto del túnel, con ambos extremos bien hundidos en las paredes. Colgada de él mediante gruesos cables de barco había una gruesa puerta de madera que mantenía abierta una lanza. El montaje le recordó a Félix el tipo de trampas que hacían los cazadores: levantaban una pesada roca con un palito y colocaban comida debajo, con la esperanza de que un animal tocara el palito y la roca le cayera encima.

—Es imposible que algo salga mal aquí —murmuro Félix, mientras pasaba con sumo cuidado junto a la precaria lanza.

—Por supuesto que lo es —asintió Kat—. La seguridad es perfecta.

Abelung rió como un gato al que estrangularan, mientras se deslizaba tras ellos, junto con sus hombres.

Se oyó un tintineo y un estruendo de piedras al caer, y de repente un gélido viento fétido azotó la cara de Félix. Él, Kat y los hombres se atragantaron a causa del olor.

—Ya está —anunció Rodi—. Hemos llegado al otro lado.

Destrozadas manos grises asomaron por un agujero irregular que había en el frente de ataque y arañaron la tierra desde el otro lado. No todas eran humanas. Había también enormes garras deformes de hombres bestia.

Rodi y Snorri dejaron los picos y recogieron hacha y martillo, mientras Gotrek arrojaba la pala a un lado para empuñar su hacha rúnica. Félix y Kat también desenvainaron, observando cómo el agujero se agrandaba con rapidez.

Gotrek miró por encima de un hombro.

—Quedaos atrás y aseguraos de que los que caigan no vuelvan a levantarse.

Los zombies tuvieron que oírlos hablar, o tal vez los olieron porque de repente se pusieron a arañar de manera frenética, y se oyó un lastimero gemido procedente del otro lado del frente de ataque. Uno de los lanceros retrocedió con brusquedad.

—Tranquilo —dijo Abelung, lamiéndose los labios.

Un impacto tremendo hizo estremecer el túnel, y la cabeza cornuda de un hombre bestia atravesó el frente de ataque en una explosión de tierra que abrió un gran agujero. Snorri le hundió al hombre bestia el cráneo con el martillo mientras Rodi le cortaba las piernas a la altura de las Rodillas. Cayó hacia delante, y una marea de zombies atravesó el agujero para pasarle por encima del lomo y entrar en el estrecho túnel, gimiendo y azotando el aire con garras y espadas rotas.

Los tres matadores arremetieron contra ellos con hacha, martillo y hombros, y no tardaron en hacerlos retroceder al interior de su túnel, adonde luego los siguieron. Rodi iba el primero, y derribó a un caballero muerto sin alterar el paso; y fueron tras él Snorri y Gotrek, que aplastaron de un golpe lateral a una bestia y un arquero para apartarlos, y desaparecieron en la oscuridad del otro lado.

—Bien —dijo Félix, que inspiró profundamente—. Adentro.

Descolgó un farol de un gancho y se acercó al agujero con Kat, mientras los lanceros los seguían con pasos lentos, vacilantes. El túnel de los zombies era al menos cuatro veces mas ancho que el de los enanos, y mas del doble de alto, y estaba lleno de pared a pared, hasta donde llegaba la vista de Félix, de hombres y bestias no muertos.

Bajo la oscilante luz del farol aparecieron con nitidez al avanzar hacia ellos, como una visión de pesadilla, los dientes y las garras amarillos destellando, mientras sus sombras arañaban las paredes y el techo por detrás cuando atacaban. De agujeros que tenían en la cara y el pecho salían reptando gusanos, y en torno a sus cabezas zumbaban moscas. Sus ojos eran como uvas marchitas, y el pelo y el pelaje se les caía a grandes mechones, mientras que la piel desgarrada mostraba carne putrefacta que supuraba pus. El olor de aquellos seres era como un martillazo en la cara; muy literalmente tiraba de espaldas.

Kat sufrió una arcada, y luego se cubrió la nariz y la boca con la bufanda atada para protegerse del olor. Detrás de ella, algunos de los lanceros vomitaban, aunque arrojaban solo agua. No tenían nada mas en el estómago.

Los matadores se desplegaron a todo lo ancho del túnel mientras se abrían paso a tajos y golpes hacia el interior de la muchedumbre que arrastraba los pies, pero al no tener una pared detrás, los zombies comenzaron a pasar por los flancos y los lanceros cumplieron con su deber.

—Vamos, muchachos —dijo Abelung con voz temblorosa—. Detrás de ellos.

—No demasiado cerca —advirtió Félix, al mismo tiempo que alzaba una mano—. A veces, los matadores, eh…, pierden el mundo de vista durante la batalla.

Los ojos de Abelung se salieron de las órbitas.

—Muy agradecido, mein herr. Bueno, muchachos, manteneos a distancia y no deis descanso a la punta de las lanzas.

Los lanceros se situaron detrás de los matadores y comenzaron a alancear por entre ellos, clavando las armas en ojos, cuellos y Rodillas. Félix y Kat remataron la línea por ambos extremos para cerrar el espacio que mediaba entre los matadores y los laterales del túnel, y se pusieron a matar a todos los zombies que pasaban junto a ellos.

Contra oponentes vivos, las veloces lanzas habrían sido devastadoras, pues los habrían incapacitado y cegado, dejándolos indefensos ante el ataque de los matadores; no obstante, incluso contra los insensibles muertos lograron bastante, bloqueando las agitadas garras de los zombies y haciéndolos tropezar, de manera que los matadores no tenían que preocuparse para nada de defenderse, sino sólo de atacar, y hacían que extremidades, cabezas y órganos putrefactos salieran dando vueltas por el aire como si fueran rojos torbellinos.

«Es una matanza gloriosa —pensó Félix—, pero ¿durante cuánto tiempo puede continuar?». Los matadores no se cansarían, por supuesto, pero los lanceros estaban tan exhaustos como él y Kat. ¿Contarían con la energía necesaria para seguir luchando hasta llegar al otro extremo del túnel? ¡Parecía tener otros quince metros de largo!

Los matadores avanzaron un paso mas, con las botas hundidas hasta el tobillo en entrañas putrefactas al pasar entre los descuartizados muertos para acometer otra línea de gimientes cadáveres, y Félix, Kat y los lanceros avanzaron con ellos. Un momento mas tarde, dos artilleros entraron, agachados, por la puerta que tenían detrás, tendiendo cuerda de mecha a lo largo de las paredes a medida que caminaban, y abriendo agujeros cerca del techo del túnel. Félix volvió la cabeza y vio que lanzaban miradas de inquietud hacia la muchedumbre de no muertos que gemía y se agitaba a apenas unos metros de ellos, pero continuaron con su trabajo, y cuando hubieron abierto los agujeros, les metieron dentro las cargas fabricadas con trozos de tubería, empalmaron la cuerda de mecha y corrieron de vuelta a la bodega en busca de otro cargamento.

Continuaron de ese modo durante lo que pareció una eternidad, Gotrek, Rodi y Snorri cortando en pedazos mas zombies, mientras Félix, Kat y los lanceros avanzaban detrás de ellos, y los artilleros iban y venían, colocando las cargas en retaguardia. Pasado un rato, Félix se sintió como si formara parte de un arado que un trío de viejos percherones con cicatrices arrastraban a lo largo de un campo de cultivo. Los matadores labraban el suelo, mientras los artilleros, como granjeros sedientos de sangre, sembraban bombas en los surcos, las cuales brotarían en hermosas explosiones rojas y amarillas el día de la cosecha.

Un grito ahogado de Abelung arrancó a Félix de su delirante fantasía. El joven sargento luchaba, lanza con lanza, contra un cadáver que de alguna manera había pasado entre Gotrek y Rodi sin sufrir daño ninguno, y de repente, retrocedió con paso tambaleante y ojos desorbitados.

—¿Capitán? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Capitán Zeismann?