NUEVE
El resto del día fue de duro trabajo para todos; incluso los caballeros trabajaron codo con codo con los arcabuceros, Los lanceros y los artilleros, para reforzar la plaza lo mejor posible contra los no muertos. Dirigidos por el maestro carpintero del castillo, Anders Bierlitz, la mitad de la guarnición cortó, unió con clavos e instaló matacanes en lo alto de las murallas, mientras una cantidad casi igual trabajaba al mismo ritmo frenético para desmantelar los establos, las letrinas y cualquier otra estructura de madera de la que se pudiera prescindir, con el fin de obtener material para construir.
Gotrek, Rodi y Snorri, entretanto, se pusieron a desmantelar la residencia de oficiales para obtener piedra. Antes se había discutido mucho sobre qué era lo mejor para evitar que los zombies pasaran por debajo de las puertas del río; algunos querían hundir la barca fluvial que quedaba delante de las rejas, mientras que otros eran partidarios de clavarlas en el fango del fondo del río. Pero al final se decidió que el plan que ofrecía mas seguridad era el de apilar piedras pesadas debajo de las puertas para tapar la brecha. Por desgracia, el castillo no era una cantera, y ni siquiera podía considerarse la opción de sacar las piedras de las murallas exteriores.
Así pues, durante todo el día los matadores usaron martillos, cinceles y las manos desnudas para desmantelar la torre angular de la residencia de oficiales, de arriba abajo, y dejaban caer las piedras hasta donde estaban los guardias fluviales, quienes las embarcaban mediante un cabrestante en botes y remaban el corto trecho que los separaba de la puerta para echarlas por la borda tan cerca de la reja de hierro como podían.
Félix y Kat, que no eran ni hábiles carpinteros ni diestros canteros, fueron a trabajar con los grupos de demolición, y arrancaron las erosionadas tablas de los heniles para luego extraer todos los clavos que pudieran reutilizarse. Incluso en aquel gélido día de finales del invierno, era una actividad acalorada y polvorienta, y al cabo de poco rato, trabajaban en mangas de camisa, y de sus hombros se alzaba vapor al aire helado.
Por lo general, ese tipo de esfuerzo no habría cansado a Félix. Los años de lucha y deambular lo habían dejado en buena forma física, y estaba habituado a las privaciones, pero ni siquiera el mas duro de los hombres podía aguantar mucho sin agua, y no había ni remotamente la suficiente para todos. En la cocina, todas las ollas, sartenes y cacerolas estaban ocupadas en hervir agua para beber, pero se trataba de un proceso lento y el racionamiento era severo. Cada hombre recibía un cazo lleno con la única galleta de la mañana, y otro por la tarde, y algunos obtenían menos que eso. En las dos ocasiones en que los grupos de trabajo eran llamados al comedor, el agua se acababa antes de que todos hubieran recibido su parte.
Gotrek, Rodi y Snorri nunca bebían, aunque Félix no estaba seguro de si era debido a que no necesitaban hacerlo, o a su absoluta testarudez, o sólo al hecho de que no era cerveza. Como fuere, cada uno hacía el trabajo de diez hombres, y nunca se quejaban ni mostraban señales de cansancio.
No podía decirse lo mismo de los hombres. Se producían peleas ante el barril del agua cuando algunos intentaban beber mas de lo que les correspondía. Otros se desmayaban o vomitaban por deshidratación. Félix estuvo a punto de ser uno de ellos. A final de la tarde, dio un traspié y estuvo a punto de caer a través de un agujero que había en el suelo del piso que estaba desmontando. Sólo la rapidez con que Kat le echó mano impidió que se rompiera el cuello. Sin embargo, el hambre y la sed no eran las únicas responsables. Una parte de su torpeza era debida a su incapacidad para mantener la mente concentrada en el trabajo. No podía dejar de preguntarse quién era el saboteador.
Durante todo el día observó a los otros defensores. ¿Cuál de ellos ocultaba el poder para romper una runa de enanos? ¿Cuál de ellos estaba confabulado con Kemmler? ¿Era Tauber, como creía Bosendorfer? Eso sería perfecto, dado que Tauber ya estaba encerrado, pero, de algún modo, Félix dudaba de que el castillo tuviera tanta suerte. Pero ¿quién, entonces? No podía tratarse de nadie que hubiera viajado con von Volgen, dado que habían roto las runas antes de que llegara su destacamento. ¿Sería von Geldrecht? ¿Habría ordenado que la guarnición permaneciera en el castillo sólo para que Kemmler pudiera matarlos a todos y engrosar sus filas con los cadáveres? ¿Sería Bosendorfer, que sembraba la discordia acusando a otros de los crímenes que estaba cometiendo él mismo? ¿Sería el padre Ulfram? ¿Acaso su ceguera y aparente senilidad estaban destinadas a encubrir un poder corrupto? ¿Sería la hermana Willentrude, que escondía una naturaleza maligna tras una sonrisa bondadosa? ¿Sería, tal vez, el propio graf Reiklander, o la grafina Avelein, que se ocultaban en la torre del homenaje y manipulaban al resto del castillo para provecho de Kemmler?
Pero ¿por qué tenía que ser uno de los jefes? Podría ser cualquiera; un caballero, un lancero, un mozo, una sirviente. Había demasiadas posibilidades y muy pocos elementos de juicio. Resultaba enloquecedor.
Al menos, von Geldrecht estaba ateniéndose a su promesa de dar los pasos necesarios. A medida que pasaba el día, Félix lo vio apartarse discretamente con los oficiales que quedaban para susurrarles algo al oído, después de los cual esos oficiales comenzaron a mirar con suspicacia a los camaradas que los rodeaban. Félix supuso que eso eliminaba a von Geldrecht de la lista de sospechosos, aunque tal vez no. ¿Y si les estaba diciendo a sus hombres que buscaran al traidor con el fin de apartarlos de su propio rastro, o para inducir sospechas que debilitaran la moral del castillo?
Félix maldijo cuando su mente le dio la vuelta otra vez al asunto, y se obligó a reiniciar la tarea que tenía entre manos.
La suspicacia incesante no serviría para encontrar al saboteador. Lo que necesitaban eran pruebas, pero Félix no tenía ni idea de qué buscar.
* * *
Menos de un tercio de los matacanes estaban instalados cuando el sol se ocultó del todo. Se habían cubierto las torres del cuerpo de guardia, y los lienzos de muralla situados a derecha e izquierda de éste, pero eso era todo. Félix, con poco conocimiento de esas cosas, pensó que era un resultado pobre, y los matadores refunfuñaron acerca de la «pereza humana», pero Bierlitz, el carpintero del castillo, parecía muy complacido, y dijo que dada la falta de comida y agua, los hombres habían logrado mas de lo que él esperaba.
Y la construcción no se detuvo con la llegada de la oscuridad. Después de despedir a Félix, Kat y el resto de los hombres que habían trabajado durante toda la noche, Bierlitz se puso al mando de hombres de los equipos de la guardia nocturna para continuar con las fortificaciones, y los enanos, por supuesto, siguieron trabajando sin descanso.
Félix los dejó allí y se marchó al subterráneo de la torre del homenaje, con paso tambaleante, en compañía de Kat, en el momento en que sonaba la campana del comedor.
Era hora de comer otra galleta.
* * *
—Por el capitán Zeismann y todos nuestros hermanos caídos —dijo un joven sargento de lanceros, que se puso de pie y alzó su jarra—. No le haría mucha gracia que se brindara por él con agua, pero hasta que volvamos a tener cerveza, rindámosle honores como podamos.
El resto de los lanceros se levantaron de las mesas que ocupaban en el comedor para alzar también sus jarras, y Kat, Félix y los otros hombres presentes se unieron al brindis.
—Por el capitán Zeismann y los lanceros —dijeron a coro, y todos bebieron de un sorbo la escasa ración de agua.
Cuando volvieron a sentarse, un fornido guardia fluvial se levantó de entre sus camaradas y alzó una mano vacía.
—Y dado que eso será todo lo que beberemos hasta la mañana —dijo—, os pido que saludéis al capitán Yaekel y a su tripulación con un juramento. —Cerró la mano para formar un puño—. ¡Venganza!
Todos los presentes en la habitación levantaron el puño, y las paredes resonaron con el juramento.
—¡Venganza!
El guardia inclinó la cabeza y volvió a sentarse, pero antes de que todos pudieran bajar el puño, Bosendorfer saltó sobre la mesa ante la que había estado sentado con sus espadones.
—También yo os pediré un juramento —gritó—. En el nombre de los espadones Janus Meier y Abel Roos, y la veintena de otros hombres que han muerto entre la pasada noche y el día de hoy por las heridas envenenadas que los han asesinado en sus lechos.
Levantó el puño en el aire, y los presentes en la estancia lo imitaron, con mas de un «eso, eso» y «bien dicho».
—Muerte al envenenador —dijo Bosendorfer—. Muerte al cirujano Tauber.
Félix y Kat guardaron silencio al oír eso, y no fueron los únicos. Aunque muchos hombres se unieron al juramento sin reservas, un número igual estaba murmurando y bajando el puño en lugar de pronunciar el reniego. Incluso algunos hombres del propio Bosendorfer parecían incómodos.
Bosendorfer miró con furia a su alrededor.
—¿Qué es esto? ¿No vais a honrar a mis hombres caídos como habéis honrado a Zeismann y Yaekel?
El capitán Hultz se levantó de entre sus arcabuces.
—De todo corazón, capitán, si escogéis un juramento distinto.
Bosendorfer sonrió con desprecio.
—¿No deseáis la muerte de nuestros enemigos, capitán?
—No todos pensamos que haya sido Tauber el culpable —replicó Hultz—. Escoged otro enemigo, y haremos el juramento.
—¡Por el martillo de Sigmar, no lo haré! —gritó Bosendorfer—. ¡Honraré a mis muertos como crea conveniente hacerlo, y si no queréis uniros a mí, al infierno con vosotros!
Entonces, se levantaron hombres por todo el comedor, para tomar partido y gritarse unos a otros, mientras Bosendorfer continuaba despotricando.
Félix sacudió la cabeza y se inclinó hacia Volk, cuya mesa compartían él y Kat.
—¿Por qué odia tanto a Tauber? Recuerdo que habló de que Tauber había asesinado a gente durante la lucha en el norte. ¿Fue acusado el cirujano de adorar al Caos?
Volk sacudió la cabeza con gesto triste.
—Sólo por parte de Bosendorfer —dijo, y suspiró—. Cuando marchamos hacia el norte, el muchacho era sólo sargento. Su hermano Karl era el capitán de los espadones de mi señor. Pero al final, durante la batalla de Sokh, uno de los chamanes norse hizo volar por los aires todo nuestro flanco izquierdo con fuego púrpura, y después de eso algunos de los hombres…, bueno, comenzaron a cambiar. El hermano de Bosendorfer fue uno de ellos. En las manos… le crecieron dientes, y otras cosas.
El capitán de artillería tragó saliva, para luego continuar.
—El procedimiento estándar cuando sucedía eso era matar al hombre de inmediato, por su propio bien, ya me entendéis, y el capitán Karl estaba en la tienda enfermería, con un brazo roto, cuando aquello comenzó, así que…
—¿Así que lo hizo Tauber? —preguntó Félix.
Volk asintió con la cabeza.
—Con toda la bondad posible. Láudano, y luego veneno. Simplemente…, se quedó dormido. Pero el joven Bosendorfer no quiso creerlo. Afirmó que había sido Tauber quien había provocado los cambios en su hermano, y que había matado a Karl cuando se había negado a jurar lealtad a los Poderes Malignos. —Dirigió la mirada hacia la mesa de los espadones—. El propio graf Reiklander habló con Bosendorfer y logró que reconociera que eso no era verdad. También lo ascendió al puesto de Karl, cosa que, tal vez, no fuera prudente, ya que Bosendorfer no es el hombre que fue su hermano, ni remotamente. Pero fue un bonito gesto, y los espadones lo agradecieron, así que…
—Parece que Bosendorfer, sin embargo, no creyó de verdad que Tauber fuera inocente —dijo Félix.
Volk negó con la cabeza.
—Se lo ha callado hasta ahora, pero no.
Félix observó a Bosendorfer, que continuaba despotricando. Entonces veía la congoja subyacente detrás de la salvaje cólera del joven, y sintió lástima por él, pero uno podía sentir lástima por un perro salvaje que había sido maltratado, y a pesar de eso, no desear quedarse encerrado con ese animal en la misma habitación durante días…, o semanas.
Acabó las últimas migajas de galleta y se volvió hacia Kat.
—¿Nos retiramos?
Ella asintió con la cabeza, al mismo tiempo que dirigía una mirada colérica hacia el capitán de espadones.
—Sí, Félix —dijo—. Empiezo a tener dolor de oídos.
Salieron del subterráneo de la torre del homenaje al patio de armas, donde, bajo la luz amarilla de oscilantes llamas de farol, Gotrek, Rodi y Snorri continuaban desmontando la residencia de oficiales, mientras los barqueros dejaban caer otra carga de piedras junto a la puerta del río, y los carpinteros y hombres de las guardias nocturnas seguían construyendo matacanes y subiéndolos hasta las murallas.
Kat miró toda aquella actividad y sacudió la cabeza.
—Nada de esto va a servir para gran cosa, ¿verdad? No vamos a detenerlos.
—No durante mucho tiempo —reconoció Félix—, pero tal vez sea suficiente.
Un viento frío que pasaba por encima del parapeto para luego descender llevaba consigo el hedor de los cadáveres y el aullido de los lobos. Félix se estremeció y rodeó a Kat con un brazo, antes de que ambos se encaminaran a paso rápido hacia la residencia de los caballeros y subieran hasta la habitación que ocupaban. Para cuando se hubieron quitado las botas y tendido en la estrecha cama, estaban demasiado cansados y hambrientos como para hacer nada mas que acurrucarse juntos y cerrar los ojos.
* * *
Segundos mas tarde, o eso pareció, a Félix lo despertaron con brusquedad gritos, maldiciones y pesados pasos de botas que hicieron estremecer el edificio.
Kat también despertó, y buscó a tientas sus armas.
—Es en el piso de abajo —murmuró—. ¿Qué está pasando?
Félix fue a gatas hasta la ventana y miró al exterior. Aún era de noche, y podía ver poco mas que las sombras de unos hombres que corrían hacia la puerta de la residencia de caballeros y entraban. Tres sombras mas lentas y pesadas los siguieron, caminando con las armas desnudas.
Félix gruñó.
—Será mejor que bajemos.
Se puso la casaca acolchada y la cota de malla encima, mientras Kat se vestía con sus prendas de cuero. El griterío continuaba. Cuando estuvieron listos, bajaron con rapidez a la planta baja, pero ahora los gritos llegaban desde la bodega, así que continuaron bajando y, tras seguir el ruido de alboroto por una serie de estrechos pasadizos de piedra, llegaron al fin a una pequeña sala redonda que estaba llena de maquinaria diversa y ocupada por demasiados hombres que gritaban.
La habitación parecía hallarse en la base de una de las torres circulares que se alzaban en las esquinas de las murallas del castillo, y en el centro había un artefacto de hierro que tenía engranajes, palancas y pistones, y que se parecía mucho a algo hecho por enanos. También daba la impresión de estar muy averiado; tenía uno de los engranajes principales partido por la mitad, y un pistón roto y doblado.
Encogidos al otro lado de la máquina estaban el capitán Draeger y sus hombres, a los que rodeaban von Geldrecht —con su corpachón envuelto en una camisa de dormir y un ropón de brocado—, von Volgen y una multitud de caballeros y soldados de infantería, todos los cuales llevaban faroles y antorchas, y gritaban preguntas mientras los matadores observaban desde un lado, con los musculosos brazos cruzados sobre la barba.
—Os lo juro, mi señor —estaba diciendo Draeger—. ¡No hemos sido nosotros! Oímos algo sospechoso y vinimos a mirar, y encontramos a alguien saboteando esto. Sigmar es testigo de que digo la verdad.
Von Geldrecht rió, y luego agitó una mano para imponer silencio.
—Así que oísteis algo sospechoso, ¿no es así?
—Así es, mi señor —dijo Draeger—. Nos despertó y…
—Estabais durmiendo en el subterráneo de la torre del homenaje y oísteis algo sospechoso en la bodega de la residencia de caballeros, que está al otro lado del patio de armas —continuó von Geldrecht, haciendo hincapié en las últimas palabras.
—Bueno, mi señor…
El comisario lo interrumpió, para continuar.
—¿Así que decidisteis que investigaríais ese ruido con todos vuestros hombres? —preguntó, cargando el acento otra vez en las palabras finales.
Tanto los caballeros como los soldados de infantería rieron al oírlo. Incluso von Volgen se permitió una sonrisa desabrida.
—¿Eh?, bueno —tartamudeó Draeger, que ahora sudaba—. Ya sé que parece raro a primera vista, mi señor, pero…
—¡Parece un acto de traición a primera vista! —bramó von Geldrecht—. Por Sigmar, capitán, si habéis hecho aquí lo que creo que habéis hecho, moriréis en el acto.
Draeger se encogió y retrocedió.
—No, mi señor. Con sinceridad. No lo tocamos siquiera. Fue el hombre a quien encontramos trasteándolo. ¡Él lo inutilizó!
Von Geldrecht puso los ojos en blanco.
—¿Un solo hombre ha inutilizado esto? No me mintáis, capitán. Vosotros habéis cometido este sabotaje, y pagaréis por ello con vuestra vida.
—¡Pero si no hemos sido nosotros! —gritó Draeger—. ¡Os lo juro!
—Entonces, ¿por qué habéis venido aquí? —preguntó von Geldrecht, e hizo una mueca despectiva—. Y no me digáis que oísteis un ruido.
Draeger bajó la cabeza y les lanzó una mirada de soslayo a sus hombres, para luego suspirar.
—Estábamos…, estábamos buscando una salida. Un pasadizo secreto, o algo parecido.
Von Geldrecht se quedó mirándolo fijamente. Alguien que estaba al fondo rió.
—Estabais intentando escapar —dijo von Geldrecht.
—Sí, mi señor —reconoció Draeger, que de repente levantó el mentón con actitud desafiante—. Desde el principio os dije que ya nos habían desmovilizado. Esta no es nuestra lucha. Somos hombres libres.
Eso provocó una cadena de risas, y un resoplido combinado de los matadores.
—Matadlos a todos —dijo Gotrek, asqueado—. No necesitamos cobardes.
Von Geldrecht inclinó la cabeza hacia él.
—¡Ojalá pudiéramos permitirnos el lujo de escoger quién lucha a nuestro lado, herr enano! Pero ¡ay!, no puede ser. —Se volvió a mirar a Draeger—. No, vuestro castigo, capitán, será luchar por vuestra vida junto con el resto de nosotros. —Chasqueó los dedos para llamar al joven sargento de lanceros que había brindado esa noche por Zeismann—. Sargento Abelung, encerrad a estos hombres. Sólo se les dejará salir para luchar, ¿entendido?
—Sí, mi señor —replicó el sargento.
Pero cuando comenzaba a conducirlos hacia la salida, von Volgen miró a Draeger a los ojos.
—Una pregunta, capitán —dijo—. En cuanto al hombre que estaba trasteando con la máquina, ¿era eso otra mentira? —Draeger negó con la cabeza, abatido.
—No, mi señor. Yo lo vi.
—¿Y qué aspecto tenía? —preguntó von Volgen. Draeger frunció el ceño.
—No lo distinguí con claridad, mi señor. Llevaba un ropón. Iba cubierto de la cabeza a los pies. No le pude ver la cara ni nada de su persona. Pero no era un hombre grande y se movía como una liebre.
Von Volgen asintió con la cabeza y retrocedió. El sargento Abelung se llevó a los prisioneros hacia la puerta, pero cuando salían se oyeron pasos que corrían por el pasillo, y un arcabucero se deslizó entre ellos al interior de la habitación.
—Mi señor —dijo, jadeando, mientras se acercaba a von Geldrecht—. Como vos temíais, han cerrado las compuertas de la esclusa del dique, y el foso está seco. Los zombies ya lo han cruzado y están ante las murallas.
Von Geldrecht maldijo mientras los numerosos caballeros y soldados de infantería murmuraban, consternados, y se apresuraban a salir.
—Y hasta que no sea reparado el mecanismo de cierre —dijo, suspirando y mirando el deteriorado mecanismo—, no podremos volver a inundarlo. Nuestro saboteador es muy meticuloso.
Von Volgen se dirigió a los matadores.
—¿Podéis reparar esto, enanos?
Gotrek se acercó, negando con la cabeza.
—La misma mano que rompió las runas ha roto esto. —El enano señaló un agujero que había en un costado del pistón estropeado. Era la forma esquemática de una mano, y el acero que la rodeaba estaba rajado y quebradizo, mas como vidrio que como metal. Gotrek lo tocó con un dedo. Se hizo pedazos y cayó.
—Un equipo de enanos con una forja adecuada necesitaría un mes para reemplazar todas estas piezas —dijo Rodi.
—Snorri diría que dos meses —dijo Snorri.
Von Geldrecht gimió.
—Las murallas, el foso. El villano está despojándonos poco a poco de las defensas, como si fueran las capas de una cebolla. Hay que encontrarlo y…
Gotrek alzó una mano para silenciarlo, y ladeó la cabeza. Von Geldrecht miró a su alrededor, nervioso.
—¿Qué sucede?
—Silencio —dijo el Matador, para luego acercarse al muro de la sala redonda y apoyar una oreja contra él. Rodi y Snorri hicieron lo mismo. Félix y Kat intercambiaron miradas perplejas con von Geldrecht y von Volgen. Pasado un momento, Gotrek apartó la oreja del muro y se volvió hacia von Geldrecht.
—Alguien está excavando —dijo—. En algún lugar situado al otro lado de este muro.
Los ojos de von Geldrecht se desorbitaron.
—¿Excavando? Pero ¿para qué?
Rodi soltó un bufido.
—Tal vez los cadáveres estén plantando un jardín.
Snorri frunció el ceño.
—Snorri no cree que eso sea probable, Rodi Balkisson —dijo—. Snorri piensa que van a minar las murallas.