El ataque al furgón de los fiambres

El furgón mortuorio arrancó en primer lugar, escoltado por los dos agentes motorizados. El coche del teniente Defato lo seguía. Este último, muy despierto ahora, se acordó con emoción de la cama caliente que acababa de dejar y que pronto encontraría de nuevo y se arrellanó, satisfecho, en los asientos. Perry conducía y Lynn iba delante, a su lado. La comisaría se encontraba bastante lejos del Zooty Slammer, y Perry iba tan rápido como podía. A esa hora, la circulación no era aún intensa.

Cuando iban a torcer, pasando Flower Street, para dirigirse hacia el norte, hubo un choque violento y el estrépito impersonal de una ametralladora ligera. El coche saltó sobre sus ruedas y Defato, al instante, se dejó caer entre el asiento trasero y el delantero. Oyó un lamento de Perry y, simultáneamente, el estrépito seco de los cristales rotos. Lynn ya estaba fuera del coche y disparaba. Los dos agentes motorizados habían pagado el pato cruelmente y el conductor del furgón mortuorio estaba con la cara echada sobre el volante. Mostraba una sonrisa beatífica, ya que la ráfaga le había arrancado la mayor parte de la mandíbula inferior. Defato no se movió y escuchó el chasquido menguado del colt de Lynn. Esto debió molestar a los agresores del furgón, porque hubo una nueva ráfaga y Defato percibió el «bang» de las chapas desgarradas y la sorda penetración del plomo en la carne de Perry. Se dio cuenta de que Lynn estaba herido por el gemido apagado que oía cerca de su cabeza, amortiguado por el espesor de la puerta y el techo del coche. Luego oyó, fuera, el ronquido de un motor, portezuelas de coche que se cerraban con violencia y un rumor de voces inquietas. Defato se enderezó. Se enjugó la frente empapada en sudor. Se dio cuenta también de que la sirena del coche no había dejado de aullar durante todo el ataque. Sonaron otras sirenas: los refuerzos llegaban demasiado tarde. Se levantó, abrió la portezuela y se abalanzó hacia el furgón. La puerta estaba abierta, y el cadáver de Wolf Petrossian yacía desnudo y magullado sobre la calzada. Algunas piezas de su traje estaban esparcidas a su alrededor. Defato levantó las cejas, sorprendido, y se volvió hacia los hombres de la segunda patrulla que recogían los pedazos de sus compañeros lastimados. Lynn aún se movía un poco. Su mano hurgaba dentro de su dormán azul con botones dorados y cayó, roja hasta la muñeca. Defato apretó los dientes.

Sin perder un minuto, hizo una seña a uno de los coches policiales y se montó en él. Algunos instantes después se hallaba en su despacho dando órdenes con voz dura. El teléfono interior sonó. Le anunciaron a Gary Kilian y Rock Bailey.

—Hágalos subir —ordenó.