Una vigorosa sacudida me despertó. Miré. Mike estaba de pie a mi lado, cubierto de sudor y jadeante.
—Rock —dijo—, ven a ayudarme… No puedo mantenerlas tranquilas… Vamos a darles una buena paliza y tendremos la paz.
—Mi viejo Mike —dije, adormecido aún—, tú te lo has buscado.
—Te estoy pidiendo un favor, Rock.
—Bien puedes darles una paliza tú solo —dije—. Lo tuyo son complicaciones de viejo impotente…, todo eso no es más que flagelación larvada…
—Rock —dijo Mike—. Te juro que era virgen al llegar a la isla. Había leído libros y conocía la teoría, pero jamás había tocado a una mujer.
—¡Vaya! ¿No te da vergüenza?
No pude aguantarme la risa al ver su cara descompuesta.
—Es verdad —dijo Mike—. A mí lo que me interesa es la cultura física…
—Pero amigo, eso no lo es todo en la vida.
Lo seguí a la habitación vecina. Hasta entonces había estado sujetando la puerta y, al abrirla, las dos furias le saltaron encima. Cogí a una por lo primero que tuve a mi alcance, la puse sobre mis rodillas y le di una azotaina de las que hacen historia. Después, la levanté y le encajé el puño en un ojo. Era Sally, reconocí el mordisco. Seguía pataleando. La llevé y la encerré en mi habitación. Volví y encontré a Mike sentado sobre la espalda de Mary que, tumbada boca abajo en la cama, no se movía.
—Me horroriza pegar a las mujeres —dije—. Pero ¿las podemos considerar mujeres?
—No —me respondió Mike—. ¿Y si nos fuéramos?
—¿Lo dejamos correr? ¿Y qué informes le llevamos a Andy?
—Nada —dijo Mike—. Ya sabía todo esto. Sigman conoce detalles sobre Schutz y sus negocios como para escribir un volumen gordo como el Webster.
Me senté a su lado, sobre los muslos de Mary. Era un sitio cálido.
—Es un oficio chipén el de detective —dije, estirándome—. A todo eso, deben ser ya las seis de la mañana y me estoy muriendo de hambre. ¿Schutz ha hecho de verdad todo lo que dijiste? ¿Las historias de Pottar y Kaplan? ¿Qué es lo que pretende?
—Llegar a ser presidente de los Estados Unidos.
—Pero todo ciudadano americano tiene la posibilidad de ser presidente de los Estados Unidos —respondí—. Está en los libros. ¿Por qué no él? Al menos, tendremos senadores guapos.
—Tú —dijo Mike— estás a punto de pasarte al enemigo. Recuerda los carteles con la inscripción «aspecto defectuoso» y las historias de las calles de Los Angeles. Y las chicas que hizo secuestrar.
—¡No me hables de ésas! —dije—. ¡Vaya pandilla de mentes retorcidas! Si todas son como la tal Mary Jackson, por mí que se las queden.
—¿Y las operaciones? —dijo Mike—. ¿Te acuerdas de las operaciones, Rock?
—Pero ¿no recuerdas que manifestó que fueron sus secretarios quienes abusaron de la situación? Mencionó a los hermanos Petrossian, ¿o no?
—No es admisible —dijo Mike—. No se puede permitir que un hombre dicte su ley de este modo…
—¿Prefieres una banda de políticos corrompidos? Evidentemente, está también esa historia de suprimir a los horrorosos… Pero, al fin y al cabo, tú y yo entramos en la otra categoría, así que…
Mientras hablábamos, Mary comenzó sin duda a aburrirse, pues empezó a moverse, esforzándose por hacernos caer.
—¡Tranquila! —ordenó Mike, dándole una palmada sonora en el trasero.
—¡Oh, por favor…! —gimió ella—. Tengo la impresión de haber pasado bajo una apisonadora.
—Yo también —dijo Mike—, así que cállate.
Continuó:
—¿No te das cuenta del número de personas que se van a tener que suprimir? ¡Rocky, es espantoso!
—Pero como son horrorosos… —dije—. ¡Qué estupendo será luego!
—Los horrorosos también son necesarios —dijo—. Por Dios ¿qué haremos sin ellos…? ¿No te das cuenta…? Te lo repito. ¿Quién irá al cine si todos son hermosos como Apolo?
—¡Oh, la gente irá a ver a los horrorosos! —respondí—. Bastará con dejar algunas docenas.
—¿Te das cuenta de que entonces habrá que ser horroroso para tener éxito con las mujeres? —prosiguió Mike con un tono desesperado—. El estar contrahecho será un prestigio y un triunfo, y nosotros tendremos que divertirnos solos. ¡Qué bien! ¿Eh?
—Ése —dije—, es un argumento asquerosamente convincente, y lo es tanto más porque es ad hominem. Cierto que, tal como están las cosas, tenemos bastantes oportunidades con las chicas…, pero ya ves, ¿para qué nos sirve? Hemos sido vírgenes hasta los veinte y más…
—No porque nosotros seamos gilipollas —dijo Mike—, hay que dejar morir a la sociedad, incluso siendo una sociedad de gilipollas aún peores que nosotros.
—No estoy de acuerdo con ese razonamiento —dije—. Para empezar, nosotros no somos realmente gilipollas sino simplemente castos, lo cual es loable. En segundo lugar, los demás, pues, me la traen floja.
—Y a mí —dijo Mike—. Sólo que si le digo esto a Andy Sigman me va a echar un broncazo durante horas para demostrarme que no soy más que un tarugo. Así que seguiré fiel el juramento de los agentes secretos. Larguémonos y hagamos el informe, y dejemos que Andy se las apañe.
—De acuerdo —dije—, nos piramos, pero ¿cómo?
—Abrimos la puerta —respondió Mike— y arreamos.
—Y nos encontraremos con papá Schutz que nos persigue con una metralleta. Ni hablar.
—No, hombre, no —dijo Mike—, es una broma. Está trabajando en su despacho.
—Entonces, vámonos.
Nos levantamos a la vez y Mary se quedó quieta. Lanzó un suspiro de alivio y se adormeció. No le hubiera ido mal pasarse el peine y ya puestos, hasta la fregona.
Mike fue derecho hasta la puerta y la abrió. Miró el pasillo a derecha e izquierda.
—Nada —dijo—. Vamos.
Salió, y yo detrás. Dimos unos pasos. Todo estaba silencioso y en calma. Tratamos de encontrar la escalera.
—Es por allí —dijo Mike, sin asomo de duda.
Si su perro hubiera estado allí…, habría sido fácil. Este lugar parecía darme la negra. Allí estaba la escalera. Muy simple. Pero arriba, todo estaba cerrado.
Eso también era muy simple.