Los secretos de Markus Schutz

Había tres mujeres a pocos metros de nosotros. Hablaban distraídamente y parecían vigilar el comportamiento de alguien. Reuní toda mi osadía y me incliné ante la primera.

Os juro que fue la primera vez en mi vida que bailé, sin la sombra de un velo, con una persona que llevaba por todo vestido un gran collar de flores rojas. Afortunadamente, Sunday Love y mis viejas amigas Beryl y Mona me habían proporcionado cierto adelanto… y aún; parecía tan lejano… Sentí contra mi pecho el embate de dos globos redondos y firmes, y mis piernas rozaron dos columnas de carne lisa y fresca… La acerqué un poco más, pero deseé que el disco —si era un disco— no se detuviera demasiado pronto o bien, que se detuviera inmediatamente.

Mike también bailaba. Espié a la tercera mujer del grupo. Se alejó sin siquiera mirarnos.

De repente pegué un salto porque vi dos rostros absolutamente idénticos, pero nuestra visita a la clínica de San Pinto ya me había aclarado ese asunto. Y a propósito, ¿qué habría sido de Jef Devay? Habían pasado tantas cosas desde mi llegada a Los Angeles que había olvidado completamente que debía acompañarnos.

Dudé. ¿Iba a hablar con esa mujer? Fue ella quien atacó.

—¿De qué serie eres? —preguntó—. Tienes el aspecto de un S.

—Exacto —dije, feliz por el cable que me tendió—. ¿Y tú?

—Serie O, solamente —dijo con humildad—. No pensaba que el doctor os dejaría venir… Era una fiesta para los O.

—Me las arreglé —respondí—. Yo creo que los que somos de una misma serie nos parecemos demasiado… Carece de encanto…

—Sí —dijo—, por más que el doctor intente componer elementos de rostros bastante diferentes, siempre aparecen puntos comunes. Estoy contenta de poder hablar con un S…

Testimonió su alegría y me vi obligado a hacer lo mismo.

—¿El doctor vendrá esta noche? —pregunté al azar.

—Sí, vendrá al final… No tardará… ¿Quieres que vayamos en seguida al prado?

—Pues… —dije un poco inquieto.

¿Qué se haría en el prado? Lo sospechaba un poco…

—Hoy tenemos derecho. No es un día muy peligroso —dijo.

Comencé a entrever de qué se trataba.

—¿No prefieres hablar? —pregunté.

—¡Oh, hablar…! Es divertido, pero no cambia nada. Me gustaría tanto hacer el amor con un S…

Era difícil negarse, sobre todo porque no podía decirle que me disgustaba… Involuntariamente, le estaba dando pruebas de lo contrario… ¡Jesús, qué día!

Me llevó hacia los árboles y nos separamos en cuanto llegamos a la sombra… Corrió, llevándome de la mano. ¿Dónde estaría Mike? ¡Bah, me importaba un comino…!

Rodamos sobre la hierba espesa y perfumada. Ella estaba completamente desencajada.

—Pronto… —gimió—. Pronto, por favor…

¡Caray, si se va tan de prisa no es divertido! Comenzaba a aficionarme a los pequeños deleites preliminares y se lo iba a demostrar. Además, eso relajaba un poco.

Al cabo de tres minutos de deporte, tuve que ponerle la mano sobre la boca para impedirle chillar. Se retorcía como una anguila cortada en tres. Era demasiado perfecta; yo buscaba relieves barrocos, anomalías… Nada, ningún defecto. Y, de todas maneras, tenía una consistencia muy especial.

Bueno…, cambiamos de lugar… La hierba es agradable pero tenderse sobre una piel suave también es bueno… Estaba demasiado lúcido, me hubiera gustado perder la cabeza.

—Pero, bueno…, ¿qué te han enseñado? —pregunté.

—A obedecer las órdenes —respondió con voz entrecortada.

¡Ah, eso sí que no, quería que le diera instrucciones! No me atrevía… Tenía demasiada imaginación…, y era una imaginación muy complicada.

—Déjate llevar —le dije al oído—. Será mejor.

Había aún algunas cositas que no me había atrevido a probar con Sunday, Beryl o Mona. Cosas que, por otra parte, no son de vuestra incumbencia.

Esta vez, me agoté tras una media hora… Falta de entrenamiento o exceso de entrenamiento. Ella, por su parte, quedó totalmente inerte… Su corazón seguía latiendo…, ya era algo. Me levanté tambaleándome.

La dejé allí, simplemente. ¡Qué maravilla de lugar! Claro que no se tiene un rebaño humano para enseñar a sus componentes a jugar a las canicas…

Volví al baile. Me encontré con Mike cara a cara.

—¿Qué has hecho con tus flores? —pregunté.

—¿Y tú? ¿Quién te ha mordido la clavícula?

—Es un secreto, chico. ¿Qué has descubierto?

—Esas hembras son tan ardientes… Es espantoso —murmuró Mike.

—A mí me gusta eso —dije—. Pero como informe para Andy es escuálido. ¡Mike! ¡Mira…, un abuelito…!

En medio de los grupos acababa de aparecer un hombre. Alto, delgado, con cabellos plateados y vestido con un pantalón y una camisa de seda blanca.

Se aproximó a nosotros.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó—. No es vuestro día de salida.

Me miró más atentamente y sonrió con un rictus.

—¡Pero si es el querido señor Rock Bailey…! Encantado de su visita… Les había tomado por…, bueno, digamos, uno de mis pensionistas.

—Serie S —dije.

Su sonrisa se acentuó.

—Serie S. Exactamente.

—Mike Bokanski —dije, señalando a Mike. Mike se inclinó. El otro hizo lo mismo.

—Soy Markus Schutz —dijo—. Pues bien, señor Bailey…, estoy muy contento del azar que le ha conducido hasta mi casa… Ya conoce mi finca de San Pinto, según creo. Ésta es más agradable… Aquí se está muy tranquilo…

—Y además es posible suprimir a las personas que presentan defectos de aspecto —dijo Mike.

Levantó una mano fina para protestar.

—Se suicidan. Es una tara, aquí… Los educo con ideas muy particulares… Están condicionados de tal forma —explicó—, que la sola idea de la fealdad les produce horror. El día que se dan cuenta de su imperfección, se suprimen… Como, a pesar de todo, son muy hermosos, guardamos sus cuerpos algunos días… Mis jardineros los disponen con cuidado a la entrada de la finca.

—¿Sus experimentos van por buen camino?

—Bueno… Estos últimos tiempos he tenido algunos problemas… Debo confesar que tuve muchos problemas con mis secretarios, los hermanos Petrossian… Me di cuenta de que habían organizado un pequeño tráfico a mis espaldas… Nada grave…, fotos de operaciones… Creo que les iba bastante bien, pero todo esto me causó algunos líos y les rogué que abandonaran…

—Pues vaya métodos que emplea usted… —dijo Mike.

—Tengo en mi equipo excelentes tiradores —dijo Markus Schutz—. Pero dígame, Bailey… Yo le había invitado una vez a mi casa… ¿Por qué rechazó a la joven que le propuse…? Usted es un chico al que le gustan las mujeres, ¿verdad? No es que me importe; personalmente, mis gustos son otros…, pero, a decir verdad, no comprendí su repulsión…

—Yo recuerdo a sus dos enfermeros —dije—. Ya pillé a uno en la esquina, pero si le echo el guante al segundo…

—Es un buen tipo —dijo Schutz—. Vamos, no se deje influir por ideas preconcebidas… Pronto olvidará aquello… Vengan los dos a tomar una copa.

Mike y yo nos miramos, completamente asombrados.

—No se preocupen… —dijo Markus Schutz—. Todo el mundo tiene la misma reacción cuando me ven por primera vez. No parezco en absoluto lo que soy. Mire —me dijo volviéndose hacia mí—, serán mis invitados durante algunos días… Estoy deseoso de presentarle a una excelente amiga. Será usted menos niño que la primera vez, espero… y si el señor Bokanski acepta… Me parece que es del tamaño adecuado… Creo que tendremos algo para él…

—Me toma usted por un verraco —dijo Mike con cierta brutalidad.

—Vamos, vamos —dijo Schutz—, no utilice conmigo esas palabras… Yo adoro a las criaturas bien hechas y trato de fabricar la mayor cantidad posible… Pero quiero variedad y no puedo obtenerla si no cambio a menudo mis reproductores de base… Se lo digo francamente… Espero que siempre seamos francos entre nosotros… Su amigo es muy directo —prosiguió, dirigiéndose a mí—, emplea palabras poco usuales, pero también eso es franqueza… No es desagradable.

Le seguimos por una escalinata de piedras blancas y llegamos al interior de un enorme y encantador chalet.

—Tengo que alimentar a mucha gente —dijo Schutz—, y he tenido que comprar la isla entera… Tengo una serie que trabaja el campo, tengo gente para todo… Cuando se ha fabricado el primero no es difícil seguir.

—¿De dónde sacó la idea de hacer seres vivos? —preguntó Mike.

—La gente suele ser muy fea —dijo Schutz—. ¿Se ha dado cuenta de que no se puede pasear por la calle sin ver muchísima gente fea? Pues mire, a mí me encanta andar por la calle, pero me horroriza la fealdad. Así que me edifiqué una calle, fabriqué gente bonita que paseara… Era lo más sencillo que podía hacer. Había ganado mucho dinero cuidando a millonarios repletos de úlcera de estómago… Pero me cansé…, ya tenía bastante… Mi divisa es: que se mueran los feos… Divertido, ¿verdad?

—¡Sublime! —dije.

—Naturalmente, es un poco exagerada —agregó—. No se les mata así como así…

Nos acercamos a una gran mesa cubierta con un mantel inmaculado donde brillaban vasos y botellas, hielo y muchas cosas que nos hicieron entrar unas irresistibles ganas de beber. Las parejas que nos rodeaban no prestaban la menor atención al trío que formábamos.

—Me gusta muchísimo bromear con la gente —prosiguió Schutz—. Por supuesto, no me limito a criar niños en frascos; eso es lo de menos. Yo cultivo su cuerpo y su espíritu, y los lanzo al mundo o los guardo conmigo para que me ayuden en mi trabajo. Tengo muy valiosas referencias… Por ejemplo, la estrella Lina Dardel… Proviene de mi casa… Por eso jamás se ha visto su biografía en ninguna parte… Hace diez años, todavía estaba en un frasco… Envejecimiento acelerado, es lo más fácil de conseguir… Una aceleración temporal del ritmo vital, una oxidación un poco reforzada…; eso es todo… El punto principal es la selección, el mejoramiento…, porque de todas formas tenemos enormes cantidades de desechos…, alrededor del sesenta por ciento.

—¿Se han hecho famosos muchos de sus huéspedes? —insistió Mike.

Schutz lo miró.

—Mi querido Bokanski, si no lo creyera ¿estaría usted aquí?

—Se equivoca… —respondió Mike—. Sólo sé de usted lo que usted nos ha contado…

—Vamos…, vamos… —ironizó Schutz—. Creo que estoy muy bien informado.

Se volvió hacia mí.

—Ya van cinco partidos que Harvard pierde contra Yale —dijo.

—¿Fútbol? —inquirí.

—Sí. Cinco partidos seguidos. Eso tiene algo que ver. ¿Y todo por qué?

—Porque el equipo de Harvard es inferior —respondí.

—No —dijo Schutz—. Porque el equipo de Yale es superior. El de Harvard es el mejor de América, pero el de Yale proviene de mis talleres.

Rió sarcásticamente.

—Sólo que esto hay que demostrarlo…, ésa es la razón de la visita de Mike Bokanski y de Andy Sigman a mi vivienda de San Pinto. ¿Cuánto han recibido de Harvard para hacer polvo mi casa? —continuó, dirigiéndose a Mike.

—Nada —respondió Mike—. Le doy mi palabra.

—Usted no tiene palabra —dijo Schutz—, su palabra no le compromete demasiado.

—Estoy aquí por otra cosa muy distinta —dijo Bokanski—. No es cuestión de físico todo esto. Usted lo sabe muy bien.

—Ah —dijo Schutz—, si se expresa por enigmas, no puedo seguirle. Vengan a ver a mis chicas, ya hemos perdido bastante tiempo… Les pido una hora de su tiempo y luego les dejaré en paz…

—Escuche —dije—. Verdaderamente, acabo de tomar mi ración, y no es una metáfora. Hace veinticuatro horas era completamente virgen y le aseguro que echo de menos aquel tiempo. Desde ayer a las ocho de la mañana que no paro de…

—¡Oh —respondió Schutz—, una vez más o menos…! Vengan, vengan.

Le seguimos por una serie de habitaciones inmensas pintadas de colores claros, con grandes miradores que daban al mar, que se adivinaba vagamente en la noche. Apenas comenzaba a amanecer. Por fin, llegamos a una escalera descendente.

—Siempre bajo tierra —comenté.

—Se está muy bien —respondió Schutz—. Temperatura uniforme, insonorización perfecta, seguridad, lo tiene todo…

Nos hundimos en las entrañas de la tierra, entrañas muy limpias y bien deshollinadas. El doctor nos precedía. Mike lo seguía y yo cerraba la marcha.

—Volviendo a lo que decíamos —dijo Mike—, quisiera saber, ¿quién es Pottar?

Schutz no respondió y continuó bajando imperturbable.

—¿Ha oído usted hablar de Pottar? —insistió Mike—. Rock, ¿conoces a Pottar?

—Pues, claro, como todo el mundo —dije—. He leído sus artículos…, pero jamás lo he visto.

—No se sabe quién es Pottar —continuó Mike, que hablaba ensimismadamente, como si estuviera solo—. Pero detrás de Pottar hay veinte millones de americanos dispuestos a caminar tras él a la menor insinuación. ¿Y Kaplan?

—Sé quién es Kaplan —dije—. Es el que realizó la reciente campaña contra el gobernador Kingerley.

—Kaplan apareció en el mundo político hace cuatro años —dijo Mike—, e hizo estallar todos los proyectos de Kingerley, un hombre que estaba en el ajo desde hacía veinte años… No se sabe quién es Kaplan… Pero cuando uno se toma la molestia de comparar las teorías de Kaplan y las de Pottar…, se encuentra con curiosas sorpresas.

—Me interesa muy poco la política —dijo Schutz.

Llegamos al final de la escalera y el doctor nos guió por nuevos corredores claros y vacíos. El suelo estaba cubierto con una espesa alfombra beige-rosada y unos apliques cromados iluminaban brillantemente las paredes.

—Kaplan y Pottar gustan a las multitudes —dijo Mike—. Son hermosos, inteligentes, tienen encanto… y juegan a un juego peligroso. Amenazan la seguridad de los Estados Unidos.

—Seguramente tiene usted razón —dijo Schutz—. Le repito que es un tema que no me atrae. Soy ante todo un esteta.

—Kaplan y Pottar salieron de aquí… —dijo Mike, fríamente.

Hubo un silencio. Schutz se detuvo y sus ojos grises y helados se detuvieron sobre Mike.

—Escuche, Bokanski —dijo—, ahórreme sus bromas… Hablemos de otra cosa… Se lo pido como un favor personal…

—De acuerdo —dijo Mike—. No insistiré… Pero en cuanto a creer que usted se contenta con cultivar el físico de la gente, no espere que me lo trague… Sé explícitamente que las tres quintas partes de los hombres políticos peligrosos para el gobierno actual han sido educados y condicionados por usted… Cuente con mi admiración… Su sistema es impecable.

Schutz comenzó a reír.

—Oiga, Bokanski… Iba a enfadarme, pero dice usted todo esto con tal seriedad que lo perdono… ¿Yo, Markus Schutz, boicoteando todos los ambientes para hacerme con las palancas de mando…? Vamos, querido amigo… Sabe usted gastar bromas… Estoy en mi isla como un rey sin corona y me dedico a experimentar con toda tranquilidad…

—No se hable más —dijo Mike—. ¿Dónde están sus muchachitas?

—¡Ah! —dijo Schutz—. Muy bien dicho… Ya llegamos…

Se apartó para dejarnos entrar en una enorme habitación cuyo centro estaba ocupado por un escritorio. Fue hasta la mesa, sacó un cajón lleno de fichas y las consultó.

—Bueno —dijo—. Salas 309 y 311. Las haré venir y dentro de una hora quedarán en libertad…, en libertad de marcharse, naturalmente, porque aprecio el humor, pero cuando no se exagera.

—Le prometo que no tenemos intención de quedarnos mucho rato aquí —dije—. Si no nos hubiera pedido con esa insistencia que nos quedáramos, ya hubiéramos regresado.

—Deben sentirse un poco ridículos —prosiguió Schutz—. Tomar un B-29, tirarse en paracaídas como profesionales, desnudarse e invadir la casa de un pobre viejo que cultiva plantas humanas como otros cultivan las orquídeas o el chistoperzacchio, verdaderamente no es como para vanagloriarse.

—Sí, reconozco que es idiota… —confesó Mike.

Pero tuve la impresión de que Mike subía la guardia cada vez más.

—De cualquier modo —prosiguió Schutz—, vengan conmigo. Les mostraré dónde es.

Descolgó el teléfono.

—Enviad a P.13 y P.17 a las habitaciones 309 y 311 —dijo, y se volvió hacia nosotros.

—Esas dos son rigurosamente idénticas. Si prefieren estar los cuatro juntos, naturalmente, queda a su elección…, las dos habitaciones se comunican.

—Gracias —dijo Mike—. Aprovecharemos la autorización.

Schutz colgó distraídamente el receptor.

—Bien; entonces, vámonos.

Lo seguimos como si fuéramos dos fieles perros cazadores de caracoles.[1]

Se detuvo ante la habitación 309 y Mike entró. Yo franqueé la puerta siguiente.

—Hasta luego —nos gritó Schutz al marcharse.

La policía de los pasillos era eficaz. No habíamos visto un alma viviente desde que habíamos bajado.

En mi habitación, una hermosa hembra me esperaba. Era de un resplandeciente pelirrojo. Pelirroja de los pies a la cabeza.

—Buenos días —dijo—. ¿Eres un S?

—Soy un francotirador —contesté—. Trabajo por mi cuenta.

Pareció un poco sorprendida.

—¿Cómo es posible que estés aquí?

—Son cosas que pasan —dije—. Si no hubiera misterios, la vida sería muy aburrida.

Me dirigí hacia la puerta de comunicación y entré sin llamar.

Mike estaba sentado en la cama. Ante él, de pie, el sosias exacto de mi compañera.

—Eh, Mike —dije—. ¿No te apetece?

—Empiezo a estar harto de esto —dijo—. Para empezar, me horroriza esto, y además, con una vez por semana me resulta suficiente. ¿Y si dejáramos que se las arreglaran solas?

—Excelente idea —respondí.

Fui hasta la otra habitación.

—Ven, Sally. Vamos a jugar a unos juegos.

—Eso me gusta.

Se frotó contra mí al pasar, haciendo un tejemaneje con los riñones. Me quedé impasible.

—¿No te gusto? —preguntó.

—Sí, cariño; pero soy homosexual.

—¿Qué quiere decir eso?

—Que me gustan los que se me parecen. Entonces, si no te molesta, vas a distraerte con Mary.

—¿Por qué nos llamas con estos nombres?

—No me gustan los números.

Se dejó llevar y me miró con inquietud. Mike soltó una exclamación al verla.

—Es imposible —dijo—. No puede ser cierto. No pueden parecerse hasta ese punto.

—Claro que sí —protestó Mary—. Somos gemelas de la misma serie… Ya lo sabes…

—Es asqueroso —dijo Mike—. Casarse con una mujer y decirse a cada momento que te engaña con otro…

—Pero es que somos dos —dijo Sally—. Dos, ¿lo comprendes?

—¿Sabes al menos lo que dos muchachas bonitas pueden hacer juntas? —preguntó Mike.

—Está terminantemente prohibido —respondió Mary.

—Te lo voy a decir —dijo Mike—. No puedo acostarme contigo porque mi doctor me prohíbe ese tipo de deporte. Soy débil y debo descansar constantemente.

—Tú no tienes en absoluto ganas de descansar —dijo Sally—. Y se nota.

—No te preocupes —dijo Mike—. Es un reflejo, es como la rigidez cadavérica, no significa nada. Ven aquí, tú…

Agarró a Sally.

—Me gustaría —dijo— distinguir a una de la otra.

La sentó en sus rodillas y ella hizo todos los esfuerzos posibles para que aquello culminara en algo…, pero él se contentó con mantenerla así y le mordió violentamente el hombro izquierdo. Ella gritó y se debatió. Él chupó un poco hasta obtener un bonito tono morado y luego la soltó.

—Así —dijo— no podremos confundirlas. Ahora, Mary, estírate en la cama.

La cogió y la acostó sobre la cama. Ella se dejó hacer, pasiva, jadeante. Luego agarró a Sally, la puso boca abajo y la depositó sobre su compañera.

—Ya estáis al pie del cañón, por decirlo de alguna manera —continuó Mike—. Ahora utilizad lo que el buen Dios os ha dado, hijitas.

Se separaron una de la otra, rojas de vergüenza.

—Es que nunca hemos hecho esto… —dijo Sally.

—Pues se hace en las mejores familias —aseguró Mike—. Besaos…, suavemente… Es muy agradable, ya veréis.

Se arrodilló al lado de las muchachas y las acercó. Mary comenzó a comprender y se prestó al beso de Sally, que se dejó llevar. Y, con la ayuda de las caricias de Mike, pronto estuvieron en plena actividad. De vez en cuando, Mike les daba una fuerte palmada en las nalgas.

—Vamos, queridas… Esto no hace daño a nadie y evita el tener hijos.

Pues era bastante agradable ver a dos hermosas muchachas haciendo el amor… Era un espectáculo nuevo para mí, pero me acostumbraría pronto. Los cabellos de Mary barrían la piel satinada de los muslos de Sally, que fue la primera en soltar el abrazo y se echó hacia atrás cloqueando de satisfacción… La otra no se mostró conforme…

—Sigue…, pendón…, ¿no ves que yo no me detengo?

—Vamos, pequeña —dijo Mike—, no te preocupes… Probablemente, mi doctor se debe haber equivocado.

Se echó al lado de Mary y la mantuvo apretada contra él, con una mano sobre su pecho. Ella se cimbreó y pegó su espalda contra el vientre de Mike, que operó con notable precisión.

Buena la he hecho, y para mí nada… Verdaderamente, había exagerado un poco… Me volví y me fui a la otra habitación… «Divertidos vosotros, amiguitos. Yo me voy a dormir un poco». Me tumbé y cerré los ojos… Diez segundos…, ya dormía.