Me presenté a las cinco…, justo a tiempo para la salida, en el Cadillac de Mona… Dejé a las chicas en la casa del primo… Confiaba en que se despertaran antes de que alguien llegara, porque en el estado en que se encontraban, sería mejor que todo quedara confidencial. Mis piernas tenían dificultad para llevarme y era comprensible, si uno se pone en su lugar. Andy me miró socarrón.
—Bueno, Rocky…, ¿has ido a decir adiós a tu vieja madre?
—Ejem…, sí —dije—. Me ha entretenido más de lo que pensaba… En fin, ya estoy aquí.
—Podrás echar un sueñecillo —propuso Mike—. Tenemos un buen rato de viaje antes de llegar.
—No podemos permitirnos el lujo de llegar en pleno día —precisó Andy.
Al fin, todos estuvimos listos. Aubert George también había vuelto y, si yo tenía los ojos tan ojerosos como él, comprendo por qué Sigman me tomaba el pelo.
El avión nos esperaba sobre sus tres ruedas, con el morro hacia arriba, cara al viento. Unos cuantos hombres estaban atareados alrededor. Pasó un coche y se detuvo a dos pasos de nosotros. Nick Defato se apeó. Gary estaba con él… Era cierto, había olvidado que nos faltaba el viejo Gary.
Le dimos un apretón de manos a Nick. Parecía que estaba asqueado de todo.
—Ya puede usted decir que me da faena —me dijo ambiguamente.
—No es culpa mía, jefe —dije, fingiendo confusión.
—Tened cuidado, muchachos —dijo Nick—. Hay cóndores migratorios esta noche…
Gary rió a carcajadas. Debía de ser una broma convencional. Gary estaba cubierto de esparadrapo y de mercromina; tenía el aspecto de una momia egipcia pasada por la lavadora. Si no se limpiaba todo aquello antes de aterrizar en la isla de Schutz, se haría localizar en menos que canta un gallo.
Luego, Nick Defato y Andy Sigman intercambiaron algunos informes confidenciales y los muchachos del avión nos hicieron señas para que subiéramos. Seguro que si todo seguía así, acabaríamos por zarpar de una vez.
Me instalé al lado de Aubert George, que me contó cómo había debutado en la vida haciendo pinitos en el teatro; la única obra en que había conseguido actuar sólo se mantuvo un mes en cartel, y eso que su papel se reducía a diez líneas: un cliente que entra, pide un libro y sale. Me dijo que era una obra completamente gilipollas (fue el término que utilizó) pero que se lo pasaron en grande.
A cambio, le conté cómo había sido desvirgado aquella misma mañana y no le di todos los detalles que quería porque sus ojos estaban a punto de salírsele del rostro y rodar por el suelo como canicas de ágata amarilla, pero le dije lo suficiente como para mantenerle despierto.
Entonces, me di cuenta de que nos movíamos y nos marchábamos. Era como un viaje de placer sin azafatas (pero claro, estábamos en un avión militar). No era la primera vez que subía a un avión, y ya estaba curado de espanto sobre esa sensación que se percibe. Andy estaba por allí cerca de la cabina de los pilotos. Mike, dos asientos delante de mí, con Gary. El aparato estaba dispuesto para transporte mixto. Se estaba bien. Miré un poco el paisaje y la costa que acabamos de dejar atrás. Subimos muy alto y me adormecí en la butaca que una mano atenta había echado hacia atrás.