Me costó una barbaridad arrancar de mis brazos a mi encantadora amiga, pero las manecillas de mi reloj no sabían lo que era el amor y yo debía obedecerlas. La dejé completamente desnuda en medio de mi habitación y bajé como una exhalación a coger un taxi. Tendría que pensar en cómo recuperar mi coche.
El coche estaba allí, frente a mi puerta. Andy Sigman trabajaba con eficacia. Aquello me permitió adelantar un buen cuarto de hora… No tendría que correr como un loco…
Mientras me dirigía a la cita, rememoré los días de aquella aventura, y muy exhausto debía de estar, porque todo me parecía de un apagado…
Incluso la mañana pasada con Sunday Love… Demonios, sin duda tenía razón para retrasar mi…, digamos iniciación, al máximo. Esas cosas que acababa de hacer con ella me habían parecido perfectamente normales…, agradables, por supuesto, y muy aptas para hacer que las mañanas fueran refrescantes y cortas, pero francamente insuficientes. Tenía la impresión de conocerla por todos sus rincones… Pensé, pensé…, ¿habría algo que no le hubiese hecho?
Mi educación sobre ese punto era deplorable. Tenía que informarme sin falta. Seguramente debían de existir trucos técnicos que se me escapaban. De lo contrario… Era lo que le había dicho a ella…, debería tomar tres o cuatro al mismo tiempo…, o una muchacha de tamaño superior, en la que pudiera ocupar mis manos.
Evité por los pelos un camión que se disponía a hacerme ver su marca de cerca y pensé en el pastel de avena para bajar mi tensión arterial. Detesto el pastel de avena. Mi madre me lo hacía comer a kilos cuando tenía once años, y yo me veía obligado a cosquillearme la garganta con la cola del gato para restituir a Dios una parte. No eran recuerdos agradables y sentí mi pulso a punto de detenerse. Era precisamente lo que buscaba.
Llegué al aeropuerto diez minutos antes de la hora de la cita. Mike y Andy estaban ya allí y me presentaron a algunos tipos fornidos y a un hombrecito delgado, de ojos negros y aspecto inteligente que parecía frío, pero cuya mirada se encogió para sonreírme.
—Aubert George —me dijo Mike Bokanski—. Uno de los mejores agentes locales.
Estreché su mano. El equipo parecía estar al completo.
—Rock —dijo Andy—. El avión no estará listo antes de una hora y media por lo menos. Yo en tu lugar iría a tomar una copa al restaurante y a mordisquear un poco.
—No estoy cansado —contesté.
—No puedo ofrecerte nada más —dijo Andy—. Mike y yo debemos vigilar y terminar nuestro primer informe…, Aubert se quedará contigo.
—¿Y Gary?
—Lo hemos avisado por teléfono… —dijo Andy—. Estará aquí a la hora en punto. Tú te habías marchado ya…, tu secretaria…, hum…, nos lo dijo.
—Ah, sí…, mi secretaria.
Aubert me condujo hacia el restaurante que daba sobre el campo de aviación y que tenía grandes cristaleras.
—Hay habitaciones para descansar —dijo—. Tal vez prefieras echarte…
—Nunca solo —dije.
—¡Oh! —murmuró—. Seguramente encontrarás a alguien… Está lleno de criadas y de camareras… Es que, comprende… Mi mujer está fuera, en el coche, y me gustaría decirle adiós…
—Vete tranquilo —contesté—. Ya me apañaré yo solo.
Se largó y me volví para tropezar con mis viejas amigas Beryl Reeves y Mona Thaw, que seguramente os presenté al comienzo de esta historia, en el Zooty Slammer de Lem Hamilton.
—¡Oh, Rocky…, al fin! ¿Eres tú? —dijo Beryl—. Te estamos buscando desde esta mañana. Gary no ha querido decirnos dónde podríamos encontrarte y tu…, ejem, secretaria nos ha recibido tan mal… Rocky, cariño, ¿hace mucho que la tienes?
—Desde esta mañana.
—Me pareció reconocerla… —murmuró Mona Thaw.
—Debéis de haberla visto con Douglas —dije—. Él me la consiguió…
—Bueno, al fin y al cabo nos ha indicado dónde podríamos encontrarte —dijo Beryl.
¿Cómo había podido saberlo? Ah, claro. Por la llamada de Andy.
—¿Fuiste a mi casa?
—Claro, Rocky… Hace tres días que no te veíamos… Ven, tenemos el coche… Vamos a dar una vuelta. No te vas a marchar en seguida…
—Tengo un poco de tiempo —dije.
Las seguí y me acomodé entre las dos en el Cadillac de Mona. Ésta dejó coger el volante a Beryl. Nos deslizamos por la carretera y el coche se detuvo casi de inmediato frente a un maravilloso chalet.
—Mis primos viven aquí, Beryl. En estos momentos no están… Ven, vamos a tomar una copa.
Nos apeamos y entramos, dejando el coche en la puerta del jardín para poder marcharnos sin pérdida de tiempo. Hacía un tiempo espléndido como sólo puede hacerlo en California. El aire era suave y tibio y uno se sentía vivir con sólo respirar.
—Quedémonos fuera —dije—. Se está tan bien.
—Tenemos que hablar —respondió Mona.
¡Caray! No hubo pérdida de tiempo… En cuanto estuvimos instalados en el salón, Beryl atacó:
—¿Quién es esa chica que está en tu casa, Rock? ¿Te has acostado con ella?
—Bueno…, esto…, ¿y a ti qué te importa? —respondí, incómodo.
—Claro que nos importa —dijo Mona—. ¡Y tanto! Te hemos dejado en paz porque sabíamos que no querías hacer nada hasta los veinte años, pero ya que tú mantienes así tus promesas, nosotras tampoco mantendremos las nuestras. ¡Desnúdate!
—Pero, Mona —dije, implorante—. Me caigo de cansancio. Espera algunos días, cuando vuelva.
—No hay excusa que valga… —dijo Beryl—. Te tenemos y no te dejaremos. ¡Cuando pienso en que has elegido a ese pequeño monstruo para tus primeros vuelos…!
—No tienes buen gusto —encadenó Mona—. Esa chica no tiene ni pecho ni caderas, y es delgada como un fideo.
—Pero bueno —dije—, aquí no… Cualquiera podría venir… No tengo tiempo.
—Tienes una hora —respondió Beryl—. Es más que suficiente. Además, te vamos a facilitar la tarea. Vamos, quítate la ropa… si no, te la quitaremos nosotras… Puedes dejarte los calcetines.
—Cierra la puerta, Mona, por lo menos…
—De acuerdo —admitió Mona—, cerraré la puerta por complacerte. Ayúdale a desnudarse, Beryl. ¡Y no protestes…! ¡Mira que haber elegido a esa saltamontes!
Cerró de un portazo; se volvió, se desabrochó el vestido y sus pechos surgieron a la vista… Tenía razón; ni comparación con los de Sunday Love… Sentí cosquilleos en el hueco de los riñones… ¡Rayos, iban a ser doce veces en un día…! Era un poco abusivo.
—No tan aprisa, Mona… —protestó Beryl—. Dame tiempo a ponerme en disposición.
Mona se afanaba a mi alrededor… Se había quedado con las medias y una cosita de encaje que las sujetaba… Del mismo color que…, en fin, justo el mismo color… Tenía calor y olía a perfume de mujer…, y el viejo Rocky no estaba tan reventado como parecía… Me quitó la camisa, me sacó los pantalones… Me dejé hacer… Tuvo algunos problemas con mi ropa interior, que se me pegaba al cuerpo.
—Alto ahí, Mona…, bromas aparte… Vamos a echarlo a suertes —dijo Beryl con voz chillona.
Ella tampoco llevaba nada encima… se había enrollado las medias en torno a los tobillos. Hice mis comparaciones.
—Bueno —exclamé—, tampoco soy el premio de una tómbola…
—Tú a callar —ordenó Mona—. Beryl tiene razón. Vamos a echarte a suertes.
—No es justo —dije—. ¿Y si yo prefiero a una de las dos?
Empezaba a costarme hablar. Esas dos muchachas me habían puesto en tal estado que sólo quería una cosa. Cualquiera de las dos, pero de inmediato.
—De acuerdo —dijo Mona—. Vamos a vendarte los ojos y luego te haremos algo y dirás a cuál prefieres.
—Hay que atarle las manos también —gritó Beryl, cada vez más excitada.
Se precipitó hacia la ventana y arrancó uno de los cordones de las cortinas… Me dejé atar, seguro de poder romper la cuerda cuando quisiera…, y en cuanto terminó, Mona me empujó y me hizo caer sobre la alfombra…
—Tu pañuelo, Beryl…
Quedé tumbado boca arriba… Por suerte, si no, vaya sufrimiento…; no podía ver nada… Dos manos se posaron en mi pecho…, dos largas piernas se pegaron a las mías… Estaba dispuesto a gritar por el sufrimiento de aquella larguísima espera. Y, de pronto, la primera se estiró sobre mí… La penetré con todas mis fuerzas; casi inmediatamente, se apartó y fue la segunda quien tomó su lugar… Tiré desesperadamente de la cuerda que me ataba las manos, y la rompí… Ella no se dio cuenta de nada… En el momento en que iba a alejarse a su vez, mis brazos se cerraron sobre ella… La inmovilicé con una mano mientras con la otra conseguía agarrar las piernas de la segunda… La hice caer a mi lado y mis labios subieron por sus muslos…, hasta donde pude llegar… Me gustaba, me encantaba aquello… Gemían un poco, muy suavemente…
El tiempo pasaba…, y cómo pasaba aquel día.