Y ahí estaba, solo en mi casa a las seis y media de la mañana. Andy y los demás acababan de marcharse. Tenía una cita con ellos a la una en el aeropuerto, desde donde volaríamos hacia el Pacífico.
No era cuestión de dormir a esa hora. En cambio, podía ser agradable e instructivo hacer una llamada telefónica.
Me desnudé, me friccioné con alcohol de bergougnotte y me puse un hermoso batín de seda color naranja. Luego, con las sandalias de piel puestas en los pies, me acosté en la cama y agarré el aparato. Tecleé los seis números de rigor.
Me respondió una voz de hombre adormecido y fruncí el ceño.
—Hola, ¿quién es?
—Soy Rock Bailey. ¿Eres tú, Douglas? ¿Qué haces en casa de Sunday Love?
—Es una zorra… —murmuró Douglas—. Una basura, una crápula. Una lesbiana.
—¿Qué haces en su casa? ¡Responde!
—La acompañé anoche —dijo Douglas, con una repentina vehemencia—. Le había pagado la cena, el cine, el baile, todo. Gasté cuarenta y siete dólares en la velada. Subí a su casa a tomar una copa. Creía que ya estaba en el bote y comencé a desnudarme. Ella se puso furiosa; traté de besarla y me tiró un cenicero a la jeta y se marchó dando un portazo y llevándose mis pantalones. Me dijo que ya podía acostarme en su cama si era eso lo que deseaba, pero que ella prefería dormir sola antes que con un sátiro, sobre todo un sátiro con una facha como la mía. Así pues, no tengo pantalones y no puedo volver a mi casa porque mis llaves estaban en ellos y he tenido que quedarme aquí.
Bostezó sonoramente.
—Eres un cafre —le dije—. Deberías dejar tranquilas a las mujeres. ¿Por qué no te haces campeón de béisbol? Los deportistas no suelen andar con chicas. De ese modo te ahorrarías esos chascos.
—¡Bah! —respondió—. Bien, pues voy a seguir durmiendo. En el fondo, en una cama, también se está bien solo. Adiós.
Colgué y marqué el número de Douglas. No falló. La preciosa estaba allí y no parecía estar alegre.
—¿Quién es? —ladró—. ¿Eres tú, pedazo de imbécil?
—Soy Rock —dije—. El viejo Bailey.
—Oh —exclamó—, creía que era ese cretino de Douglas Thruck para volverme a proponer diversiones romanas. ¿Qué tal, Rock? ¿Puedo ayudarte en algo?
—Sí —respondí—. Mi colchón está muy duro y necesita algunos ejercicios de flexibilidad.
¡Pues, amigos míos, si así dicho no lo comprendía, no sé qué otra andanada le hubiera podido soltar…! Bueno, qué más daba… Yo era virgen y teóricamente yo no sabía cómo tratar a las mujeres.
—¡Oh! —respondió ella—. Me parece una extraña proposición para una mujer honrada…, así que iré a explicártelo yo misma. ¿Dónde estás?
Le di mis señas y mi corazón latió mucho más fuerte. Y es que, caramba, digan lo que digan, la primera vez es siempre algo muy especial. ¿Sabría hacerlo bien? Ni siquiera tenía un manual básico.
Bueno, pensé que sabría… Sólo tenía que recordar lo que había visto en casa del doctor Schutz.
Ordené mi habitación a toda prisa, embutiendo todo lo que había por allí en el armario. La mujer de la limpieza lo pondría todo en orden al día siguiente. Corrí al baño, dispuesto a tomar una ducha para refrescarme las ideas, porque tuve la impresión de que si seguía así, iba a comenzar sin ella…, y justo en el momento que el agua fresca empezaba a correrme por la espalda, oí abrirse la puerta y que una voz suave me llamaba.
—Rocky…, ¿dónde estás?
Reparó en el ruido del agua y se acercó, sin sentir ningún reparo… Llevaba unos pantalones y un jersey negros como sus cabellos, con un collar de perlas alrededor de su precioso cuello satinado, y esos atuendos le sentaban como a la Venus de Milo no llevar nada.
—¡Qué buena idea, Rocky…! Esto nos sentará bien.
En dos segundos, cayó el pantalón y el jersey voló y…, Dios me perdone, no llevaba nada más ni lo necesitaba. Yo no sabía dónde meterme. La cortina estaba abierta y entró en la pila.
—Déjame sitio…, animalote… Mira que despertar a una muchacha decente a estas horas… Rocky, amor…, ¿sabes que estás… como para arrodillarse ante ti…?
Dicho y hecho. No ocurrió en absoluto como yo lo había previsto… Fue fácil… Fue incluso demasiado fácil. No tuve que hacer nada… Pero ella, en cambio, sabía cómo actuar… La mano de obra artesanal, todo hay que decirlo, es muy superior a la electricidad del tío Schutz…
La cogí en brazos y la levanté…
—Sunday… pequeña… ¿Te molestaría que estudiáramos la teoría desde el principio? Soy un novato, sabes…
Se apoyó contra mí y mi espalda tocó el botón de la ducha. El agua nos cayó en tromba sobre todo el cuerpo, y mi piel comenzó a humear… La besé entre los múltiples chorros que nos asaeteaban. Su mano me guió… La levanté algunos centímetros para compensar la diferencia de estatura… No pesaba nada en mis brazos. Yo me hallaba en un estado de nervios indescriptible…, ella no quiso separarse ni un milímetro.
—Sunday…, es peligroso.
Cerró los ojos y me trató de maldito idiota y de zoquete y de niñito de primera comunión, y me mordió un labio lo más fuerte que pudo… No pude aguantar más y salí de la ducha llevándola conmigo… Di un traspié en la habitación, me enredé los pies en la alfombra y conseguí aterrizar atravesado en la cama… Ella seguía atornillada a mi cuerpo y me obligó a ponerme boca arriba.
—Rocky… Si es la primera vez, déjame guiarte.
Me abandoné. Intenté controlar mis impresiones… No lamentaba nada… Pero no se parecía a nada de lo que yo conocía.
¡Jesús! Aquello era más agradable todavía que comer piña helada…
Y pasó el tiempo…, sin obstáculos ni brusquedades, como pasa una carta por la boca de un buzón.
* * *
A fin de cuentas, gracias al doctor Schutz perdí la virginidad seis meses antes de lo previsto. Al doctor Schutz y a Sunday Love. Este pensamiento me vino mientras besaba distraídamente la parte del cuerpo de Sunday que se encontraba al alcance de mis labios. No estaba mal elegida, por cierto; firme y suavemente curvada como una fruta de California, pero mucho más sabrosa.
Comenzó a formarse una ligera niebla ante mis ojos y me pregunté si era efecto de los golpes en la cabeza o de las maniobras de mi amiga, que tenía el aspecto de estar tan activa como cuatro horas antes, cuando entró en mi apartamento.
—Sunday… —dije.
Me cerró la boca empujando su cuerpo hacia adelante y comprendí lo que deseaba que hiciera porque, por más tonto que uno sea, al cabo de once veces acaba por enterarse. Tenía un calambre en la mandíbula a fuerza de afanarme con toda mi energía, pero era un tipo de calambre que gustosamente conservaría unos cuantos días.
Por suerte, me había hecho más experto y su cuerpo se distendió bruscamente, haciéndome comprender que necesitaba cinco minutos de reposo…, de reposo para ella, pero no para mí, pues me di cuenta que iniciaba de nuevo ciertos manejos…
—Sunday —dije rápidamente—, dame un poco de descanso… Me caigo… Tomemos un tentempié y luego seguiremos otra vez… No he dormido desde hace cuatro días, sabes…
—Yo tampoco —murmuró ella, juntando su cara con la mía—. Pero yo, era porque te deseaba.
Me hice un poco el hipócrita.
—Tenías a Douglas Thruck. Aunque fuera para pasar la velada…
—Dos veladas pasé, escuchando la exposición del plan general de la introducción de su Estética del cine —dijo, bloqueándose cómodamente entre mi brazo y mi pecho.
—¿Eso te bastó?
—Para estéticas, prefiero la tuya… —murmuró, mordiéndome el pecho.
Mi mano derecha acarició sus senos agudos. Me enderecé y la senté al mismo tiempo que yo. Miré la hora. Las once. Dentro de dos horas tendría que estar allí… Salté fuera de la cama y me caí de bruces… Tenía las piernas tan débiles… Por suerte, esto no duraría… Era sólo que la posición reclinada me parecía mejor que la vertical.
—¡Rock! —gritó Sunday Love—. ¿No irás a marcharte…?
—Debo hacerlo, querida…
—¡Vaya! —se lamentó ella—. Por una vez que encuentro un hombre al cual no me veo obligada a hacerle comer tomates con guindilla…
—Y eso que me has pillado hecho polvo. Espera a que recupere la buena forma.
—Rock…, cachorrito… No es posible… Tú nunca debes estar hecho polvo…
—¡Oh —dije desperezándome—, pocas veces! Ya veremos cuando vuelva. Yo, personalmente, te aconsejo que busques a una amiga para que ese día te secunde…, porque ahora que conozco la música… tendremos que acelerar el tempo.