—¡Oh, demonios! —exclamó Jef, decepcionado—. ¿Creen que me divierte pasarme toda la vida en esta clínica de chiflados fingiendo que todo me parece muy bien? Por una vez que tengo visitas, al menos tengan la amabilidad de hacer como si les interesara… Oigan, todavía me queda una cosa para mostrarles… No quisiera hacerlo, porque es un espectáculo que considero, personalmente, algo agotador…, pero todavía queda una chica allí arriba, que debe estar haciendo… No, será una sorpresa.
Nos miramos los cuatro y Noonoo escupió en el suelo con una mueca de fastidio.
—Ya estoy harto —dijo—. ¿No hay perritas en algún rincón?
Era la primera vez que le oíamos protestar y Mike no lo regañó.
—Disponemos aún de cinco minutos —observó Andy Sigman—. Quítate la mano del bolsillo —añadió, dirigiéndose a Jef Devay—. Ya van quince veces que te lo digo.
—Pues yo, ya van más de quince veces que lo hago —acotó Jef—. Pruebe usted a luchar contra una vieja costumbre y verá lo que le cuesta. Vengan por aquí.
Abandonamos la sala con cierto alivio y el panel de acero se deslizó por sus ranuras con un suave sonido de metal engrasado sobre cojinetes bien pulidos. Ya iban seiscientas sesenta y nueve veces que pasábamos por el pasillo y Jef se puso a la cabeza de nuestro grupito.
—Si les dijera lo que van a ver —dijo, como quien no quiere la cosa—, les fallarían las piernas.
—Ya está bien, Devay —dijo Mike—. Veremos por nosotros mismos.
Inconscientemente, apresuramos la marcha. Los ascensores no estaban lejos.
Ahora nos hallábamos en lo alto del edificio. Ninguno de nosotros sabía si era de noche o de día, puesto que la implacable iluminación seguía siendo siempre la misma. Las puertas tenían numerosos fluorescentes y algunas indicaciones que eran totalmente incomprensibles para nosotros. Jef echó a andar como un conejo sobre un hule; fui tras él, seguido de cerca por Andy Sigman. Mike venía detrás, luego Gary, y cerraba la marcha Noonoo con aspecto reprobador.
Esta vez, estaba totalmente seguro de que estábamos pisando el pasillo por el que me habían arrastrado el primer día. Una parte de mi mente lo recordaba con la mayor precisión. Tropecé con los talones de Jef, que comenzó a galopar, y llegamos por fin a una puerta —¿cuántas puertas habría en ese lugar?—, casi al final del pasillo.
Jef entró sin tomar precauciones y, en cuatro segundos, los demás estuvimos agrupados en torno a él.
—Lo que hay que ver está debajo —dijo—. Vengan.
Cerró el panel y encendió una lamparita cuya débil luz nos dio ganas de llorar de alivio. Noonoo levantó incluso una pata y la apoyó en la pared, pero se pasaba exteriorizando sus sentimientos.
Jef llegó al centro de la habitación y se agachó. Tiró de un asa encastrada en el suelo y desplazó del suelo una baldosa de cincuenta centímetros de lado. Nos amontonamos encima de la abertura y, a decir verdad…, personalmente no estaba en mala posición. Tuve tiempo para echar una última ojeada a Jef y constatar, cosa curiosa, que se había calmado. Luego, me lancé a la contemplación de los muslos de Cynthia Spotlight quien, dos metros más abajo, se dejaba manipular por un sujeto de la serie W, a juzgar por el calibre de las armas que empleaba.
Jef me susurró al oído:
—Estas cosas, a mí, me dejan completamente frío. He visto tantos… Creo que es mucho más divertido solo.
—Perdona —murmuré—, te responderé luego.
Gary ahogó una exclamación. Probablemente acababa de reconocer a Cynthia por la foto, la que Mac nos había mostrado en la Oficina de Desaparecidos y que nos había llevado, en primer lugar, hasta Mary Jackson.
Jamás pensé que una muchacha pudiera aguantar lo que aguantaba ésta con la sonrisa en los labios… Claro que yo era virgen todavía… Le daba vueltas, la ponía al revés, la acariciaba, le hacía cosquillas, la aplastaba y… vuelta a empezar cada cinco minutos.
Imaginé por un instante que Sunday Love estaba a mi lado y que me apretujaba un hombro, pero escuché la voz de Mike que decía:
—Tranquilo, hermanito… Sólo soy yo. Lo lamento.
—¿Lo queréis sonorizado? —propuso Jef, siempre amistoso y solícito.
Fue hasta la pared y manipuló unos botones sobre una esfera. Mientras el amplificador se calentaba, la muchacha sufrió cinco cambios de posición. Nunca había visto a un tipo como el macho que actuaba allí abajo. Jef volvió y le di un codazo.
—¿Fabricación Schutz?
—Sí —respondió—. Serie T. Es una serie reproductora especial.
Me quedé fascinado por el juego de músculos del hombre. Tenía al menos un metro sesenta de perímetro pectoral, y parecía que un artista hubiese pintado todos aquellos relieves y huecos de su cuerpo, que tantos pobres tipos tardan diez años en no adquirir, a base de ocho horas diarias de cultura física. Y yo que me creía bien dotado… El año anterior había ganado el título de Míster Los Angeles… Ahora puedo confesarlo… Pues bien, ese tipo me dejaba en ridículo.
Pensaba en todo esto un poco distraídamente, porque hacía algunos segundos que oíamos lo que sucedía abajo… y es una pena para vosotros que sea imposible transcribir las palabras de la chica en aquel momento. Él la puso en pie…, la levantó en vilo alejada de él y le impedía acercarse… Ella aullaba… Aullaba tales cosas que hasta Noonoo se dio la vuelta, molesto. Muy lentamente, el hombre la atrajo hacia sí… Ella se debatía y trató de acelerar el movimiento, pero hasta Hércules se las hubiera visto negras para luchar contra la voluntad de esos músculos de acero que se contraían poco a poco. Ella echó la cabeza hacia atrás… Sus ojos se cerraron y los dos cuerpos empapados de sudor se soldaron uno con otro… Las uñas de Cynthia arañaron profundamente la piel de los hombros colosales que tenía enfrente… Y yo me pregunté lo que me sucedía.
Se oyó la voz de Jef.
—Aún tienen para dos horas —dijo—. Si les gusta esto pueden quedarse, pero yo preferiría que jugáramos a carreras de caracoles o al escondite.
Me levanté con dificultad. Mike, Andy y yo evitamos mirarnos. En cuanto a Gary…, ¡estaba durmiendo! Eso fue lo mejor…
—Gracias por el espectáculo, Jef —dije—. Esto cambiará posiblemente la orientación de mi carrera y te lo deberé a ti.
—¿Sí…? —dijo Mike—. Pues, la verdad, esto da que pensar…
—¿Pensar, es esa realmente la palabra? —murmuró Andy—. Creo que estas diversiones ya no son para mí.
Parecía deprimido. Le di una fuerte palmada en la espalda.
—Vamos, Andy —dije—. No te preocupes… Vamos a terminar este trabajito y luego nos tocará divertirnos un poco. Cuando todo esto termine te llevaré a una gira de picos pardos y verás lo que es bueno.
Jef se acercó al panel central y lo cerró. Por el altavoz ya no se oían más que los jadeos de Cynthia. Mike se dirigió hacia el cuadro de mandos. Accionó el interruptor y se secó la frente.
—Salgamos de aquí —dijo—. Ya hemos visto bastante. ¿Hay manera de pasar por el despacho de Schutz antes de marcharnos?
—Todo el despacho ha sido trasladado —dijo Jef—. El doctor partió, se lo repito. En la costa del Pacífico, a mil setecientos o mil ochocientos kilómetros, ya no sé donde, hay una isla que le pertenece y todo ha sido enviado allí.
—¿Por barco? —preguntó Andy.
—Ni lo piense —dijo Jef—. Por un B-29. Tiene un depósito lleno de ellos. Todas las instalaciones de la isla están intactas. Sirvió como base durante la guerra y ha sido vendida como excedente militar.
—¡Toma! —exclamó Andy—. También sabes eso. Decididamente, Jef, sabes muchas cosas.
—Oh —dijo Jef—. Cuando no se tiene nada que hacer durante todo el día, hay que tratar de instruirse tanto como sea posible. Mi actividad sexual egocéntrica me deja tiempo para cavilar y gastar fósforo. Vamos, salgamos de aquí… Les aseguro que ya no queda nada que les pueda interesar.
Seguimos a Jef, que nos guió sin tropiezo hasta la salida, el tragaluz por el cual habíamos entrado en el edificio. Ya nada me sorprendía: ni que nadie nos impidiera salir, ni que nadie nos disparara. Llegamos sin problemas a una brecha, que parecía reciente, en el muro del recinto.
—Por aquí entramos Kilian y yo —explicó Andy.
Gary asintió. No parecía estar aún muy despierto del todo. Jef no parecía dispuesto a dejarnos. ¿Qué podíamos hacer con ese tipo?
—Quédate tranquilo, todo está bien. Aunque afuera te tomarán por algo raro.
—Tengo que encontrar otra cosa, entonces —dijo Jef—. Dime, ¿el chicle calma?
—No está mal respondió Mike.
Le entregué un paquete y Jef comenzó a masticar. Ya habíamos llegado al coche de Sigman.
—¿Cora Leatherford sigue en el maletero? —preguntó Mike.
—La entregamos con los otros al jefe de policía de San Pinto —dijo Andy.
—Es una locura —dije—. Seguramente está a sueldo de Schutz.
—Quiero decir al nuevo jefe de policía —respondió Andy—. Mira, Rock, fíjate en esto. Te aclarará muchas cosas.
Sacó su cartera, la abrió y extrajo de ella un papel que me entregó. Lo leí y me enteré de que los lectores tenían orden de ponerse a disposición del agente Frank Say, destinado por el FBI a investigar sobre las actividades de Schutz, Markus, médico y matemático… Seguían una serie de consignas que no comprendí. Me quedé completamente alelado.
—¿Tú eres Frank Say? —pregunté a Andy.
—Eso es.
—¿Y Mike?
—Ése es su verdadero nombre. También es del FBI.
—Entonces, ¿no corre ningún peligro por lo de las granadas? —pregunté, un poco decepcionado.
—Tiene algunas manías —dijo Andy—. Estamos obligados a tolerarlas porque es un excelente agente, pero en las altas esferas no gusta demasiado.
Nos instalamos en el taxi de Andy (no podía acostumbrarme a su nuevo nombre) y arrancó.
—Vamos a hacer limpiar todo esto.
Era noche cerrada y nos dimos cuenta de ello por primera vez. Los faros del Chevrolet barrían la carretera. Mike hablaba por el micrófono y supuse lo que contaba. Sus palabras eran que tía Clara acababa de tener cuatrillizos, pero seguramente esos muchachos del FBI tenían múltiples códigos a su disposición. El ronroneo del coche adormeció nuevamente a Gary, y Jef masticaba su chicle con rabia. Buen muchacho, aunque creo que está un poco tocado.
—¿A dónde vamos? —pregunto a Andy.
—A dormir un poco… —contestó.
—Demonios. Es que yo no tengo sueño…
—Amigo, hay que recuperarse. Mañana será el último esfuerzo.
—¿Mañana?
—Mañana nos lanzarán en paracaídas sobre la isla de Schutz. Mientras tanto, un torpedero zarpará hacia la isla, y cuando llegue, todo tiene que haber terminado para que sólo quede embarcar a los sujetos.
—¿Y nos toca a nosotros hacerlo? —pregunté.
—A menos que te moleste… Estás en el asunto desde el principio, sabes de qué se trata. Y sobre todo…
—Sobre todo, ¿qué?
—Que tú puedes pasar perfectamente por uno de los sujetos de la serie T.
Me sentí aturdido y, al mismo tiempo, halagado. Entonces, a pesar de todo, a fin de cuentas yo podía hacer buen papel comparado con los productos del doctor Schutz. Andy no tenía ninguna razón para hacerme cumplidos gratuitos. Si lo decía, lo pensaba… y se trataba de un hombre que sabía juzgar a los demás.
—Iré con vosotros —dijo Jef.
—Cuenta con ello —dijo Andy—. Podrás introducirte entre los hombres de Schutz sin llamar la atención, y hacer tu trabajo. Nosotros dos nos quedaremos escondidos, intentando confundirnos con el terreno… Además, habrá cuatro más… Cuatro tipos seguros…
Gary despertó.
—Yo también voy… —dijo—. ¡Qué artículo sensacional para el California Call!
¡Vaya, hombre! Si de una cosa podía decir que se me daba una higa…