C.16 desembucha

No oíamos nada. Ni una palabra. Una lámpara se encendió entonces sobre nuestras cabezas y vimos al fin dónde nos encontrábamos ya que, de momento, habíamos pasado de la más absoluta oscuridad al deslumbramiento más completo.

Enfrente teníamos a un tipo con uniforme de guardián, que enfocaba su linterna sobre nosotros. La apagó.

—¿Qué quieren? —preguntó—. ¿Por qué han pasado por ahí?

—Queríamos hacer una visita —dijo Mike con toda su cara dura.

El otro se rascó la cabeza. No tenía aspecto agresivo. Noonoo se levantó y lo olisqueó, luego volvió hacia nosotros, con aspecto desorientado, y se escondió entre las piernas de su amo.

Eso era curioso.

—Es que… —dijo el (supuesto) guardián—, no es la hora de visita de la clínica…, y además, no recibimos visitantes…

Le pregunté amablemente:

—¿Es una clínica?

—Por supuesto —respondió el hombre—. La mejor en muchos kilómetros a la redonda. Precios ventajosos, aire saludable, proximidad de las montañas, alimentación abundante…

Continuó hablando como si le hubieran dado cuerda.

—¡Para! —exclamó Mike—, ¡ya está bien! Y retira la mano de la bragueta.

Se paró en seco como grifo que se cierra de golpe. Me quedé un poco sorprendido. Mike y yo intercambiamos una mirada. Mike comenzaba a acostumbrarse a la luz, yo también, y ese tipo tenía una extraña facha. Hablaba con voz de falsete y miraba fijamente al frente. Se le veía algo chiflado, y no parecía llevar armas.

Mike bajó con decisión los brazos y caminó hacia el tipo. Éste no se movió.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Mike.

—Como quieras —respondió—; en general me llaman por mi número de serie.

—¿Cómo?

Era la primera vez que veía a Bokanski desconcertado. Y además, allí no tenía el recurso de salir del paso lanzando granadas a troche y moche.

—¿Qué número de serie? —dije.

El otro se quitó la gorra y se rascó la cabeza. No tenía un pelo en todo el cráneo. Era raro. Me acerqué a él yo también. Parecía un producto mal acabado.

—Mi número de serie —dijo—. Número dieciséis, serie C. Pueden llamarme C.16.

—Prefiero llamarte Jef Devay —dije.

—¿Por qué? —preguntó Mike.

—Tenía un amigo en la universidad que se llamaba así —dije—. Pero tomó mal camino. Ahora se dedica al periodismo. Y, además, no se parece en absoluto a ti.

—Es un bonito nombre —dijo C.16—. Lo acepto con mucho gusto. El doctor Schutz se olvidó de darme un nombre. Yo no le interesaba. Además, toda la serie salió mal. Sólo C.9 y yo logramos sobrevivir. Pero C.9 está loco. Se toca.

—Escucha —dijo Mike Bokanski—, quisiera que dejaras de atiborrarnos la cabeza con todos estos cuentos chinos. ¿Qué coño haces aquí? ¿Quieres hacer el favor de dejarnos salir de esta habitación y ver lo que pasa en esta casa?

—No hay inconveniente —dijo Jef Devay (prefiero llamarle así)—. Pero debo acompañarles. Incluso, teóricamente, debería dar la alarma. Pero estoy mal hecho y a veces no obedezco las consignas. Si no, ya estarían ustedes más o menos muertos.

Aquel chico estaba completamente majara. Miré a Mike y constaté que pensaba lo mismo que yo. A propósito, pensé que me gustaría estar en mi cama (con Sunday Love, pero eso casi no me atrevo a agregarlo, por castidad).

—El doctor salió no hace mucho —dijo Jef—. Quedaban algunos experimentos por terminar, así que algunos ayudantes se quedaron. ¿Quieren ver los experimentos? Son realmente bonitos. En la sala ocho están trabajando con una muchacha, a decir verdad, muy bella. Creo que se llama Bérénice.

Le agarré por la muñeca.

—¿Estás burlándote de nosotros, amigo?

Apreté probablemente con demasiada fuerza. Siempre olvidaba que podía romper un coco con las manos. Palideció y habló más aprisa:

—Déjeme, por favor. Se lo ruego. ¿No se da cuenta de que estoy lleno de defectos de fabricación?

—Ya está bien de idioteces, viejo —dijo Mike—. ¿Y si nos condujeras a la sala ocho? Luego nos contarás todo lo demás.

—Bueno, bueno —dijo—, les llevaré. Pero quiero explicarles: fue el doctor Schutz quien me fabricó, artificialmente, y falló un poco. Por eso cuento siempre lo que no debería contar. El doctor Schutz hace experimentos con hombres y mujeres, y fabrica personas nuevas en muy poco tiempo. Es un gran doctor. Conmigo tuvo un fallo, pero no le guardo rencor. Sus ayudantes estaban haciendo bromas… Nos olvidaron en el horno. Los otros quedaron demasiado cocidos, todos los de la serie, excepto C.9 y yo…

Se rió con un sonido de matraca.

—Les sorprende esto… Yo ya estoy acostumbrado. Todos los ayudantes del doctor Schutz son como yo, están hechos artificialmente. Es muy fácil de hacer, según parece… Al principio, elegía gente de fuera, pero era demasiado peligroso porque podían hablar. Nosotros, en cambio, no hablamos.

Una vez más rió desagradablemente.

—Excepto yo, por supuesto, porque conmigo fracasaron.

—Bueno, bueno —dijo Mike—. Ya te hemos comprendido. ¿Así que el doctor Schutz hace experimentos con hombres y mujeres, referentes a la reproducción?

—Sí —dijo Jef Devay—. Mejora la raza. Selecciona a chicos guapos y a hermosas chicas y les hace reproducirse. Además, es un espectáculo muy divertido; seguro que disfrutaríais viendo a ciento cincuenta o doscientas parejas fabricando niños. Ha inventado un montón de cosas: medios para acelerar el desarrollo del embrión, para conseguir de este modo tres o cuatro generaciones en un mes, extrayendo las glándulas genitales de los embriones y fecundando de nuevo con ellas los óvulos de los embriones hembras… Esto yo no sé explicarlo bien. Se lo he oído a los que saben, y lo repito porque soy de una serie demasiado conocida y he salido malvado, malintencionado y animado por un tremendo odio hacia el doctor Schutz, aunque él no tenga ninguna culpa.

Mike y yo nos quedamos un momento completamente sin aliento por lo que acabábamos de oír. El perro de Mike gruñó y se retiró a un rincón del cuarto, lo más lejos posible del hombre.

—Está incómodo por mi culpa —prosiguió éste, señalando a Noonoo—; porque, entre otras cosas, no tengo olor humano, y eso le desorienta.

La puerta en que estaba apoyado se abrió de pronto y la boca de un revólver me mostró una sonrisa redonda aunque, a decir verdad, a mí más bien me pareció un rictus… C.16 fue agarrado por una mano, que me pareció muy grande, y empujado hacia atrás. Ante nosotros aparecieron dos hombres vestidos con el mismo uniforme que él.

—Ya hace un buen rato que les estamos buscando —masculló el primero, un tipo alto y moreno, delgado, con dientes muy blancos y bigotito. No veía bien al otro. Un movimiento brusco que realizó le desenmascaró. Me costó no soltar un grito de sorpresa. Eran rigurosamente idénticos. Mike metió la pata.

—Seguramente sois los dos de la misma serie.

Le miraron sin que ni un solo músculo de sus caras se moviera.

—Sígannos.

El número 1 se apartó para dejarnos pasar y el 1 bis nos precedió por un pasillo blanco que me recordó extrañamente al de la discusión con los enfermeros, la noche en que empezó toda esta historia.

—¿A dónde nos lleváis? —preguntó Mike mientras caminaba.

—Cállate —dijo el que nos seguía.

El corredor era interminable. Debíamos hacer algo. Mike empezó a silbar entre dientes. Me pregunté dónde se había metido C. 16. ¿Se lo había llevado un tercero? ¿Qué habían hecho con él? Yo estaba mal colocado cuando abrieron la puerta y le echaron para atrás y no había visto dónde lo llevaban. Me reproché amargamente mi estupidez. Habíamos perdido un tiempo precioso discutiendo en ese sótano. Hubiéramos podido aprovecharlo para explorar el edificio. Muy a pesar mío, no podía dejar de pensar en lo que aquel ser humanoide nos había contado… ¿Quién era ese Markus Schutz? Que hacía algunos experimentos ya lo sospechaba, porque había visto las fotos y no dejaban duda alguna. Pero ¿aquellas historias de reproducción, de ganado humano? Parecía imposible que sucedieran cosas así en California. Pensé que la verdad debía de ser otra: ese doctor Schutz dirigía una clínica privada y trataba enfermos mentales, uno de los cuales se le había escapado… Aparte de esto, se dedicaba a todo tipo de trapicheos. Rechacé esta explicación. Era imposible… Era absurdo, sólo podía tratarse de una cosa terrible…, de algo espantoso…, y esos dos hombres idénticos que nos escoltaban… ¿quiénes eran?

¡Demonios!, me hubiera gustado hablar de todo esto con Gary Kilian. ¿Qué estaría haciendo? ¿Habría llamado a la policía?

¡Imbécil de mí…! Por supuesto que no la habría avisado… Nick Defato tendría mucha influencia en Los Angeles, pero aquí, en San Pinto, ¿qué podría hacer? En un pueblucho como ése debía de ser fácil comprar a toda la comisaría de policía. Al sheriff y a todos los agentes incluidos.

De acuerdo, aquel punto quedaba claro, y era que no debíamos esperar nada de la policía. Pero ¿y Gary y Andy Sigman? ¿Dónde estarían ahora?

¿Y las granadas de Mike? ¿Y los hombres de las torres de control?

Por Dios, cuanto más se adentraba uno en el asunto, más se parecía a una pesadilla. Y venga a caminar por aquel corredor blanco. Mike silbó… Oía el leve repiqueteo de las uñas de Noonoo golpeando el suelo de hormigón. Trotaba tras el guardián que iba detrás de mí.

Mike estaba pegado al que abría la marcha. De repente le vi saltar y vociferar entre dientes:

—¡Adelante, Noonoo! ¡Ataca!

Oí un estertor a mi espalda y me volví para ver cómo mi seguidor se llevaba las manos al cuello e intentaba apartar la mole del alano, que había obedecido al instante. Se desprendió a medias, levantó el revólver y se disponía a disparar cuando lo agarré y le retorcí el brazo en el mal sentido. Crujió y aflojó. Bien, se lo había roto, mala suerte, son gajes del oficio.

Mientras tanto, Mike golpeaba concienzudamente la cabeza del otro guardián contra el cemento. Contaba los golpes con una amplia sonrisa. Se detuvo a los quince. Era un buen número. El otro, al que yo había modificado el brazo, acababa de perder el sentido entre los míos, muy suavemente. Lo dejé en el suelo y lo registré un poco, para no perder las buenas costumbres. Por supuesto, no tenía nada en los bolsillos. Al menos, nada interesante.

—Ahora —dijo Mike a media voz—, hay que espabilarse un poco. ¿Dónde está el fantasmón?

—¿Quién? —pregunté—. ¿Jef?

—Sí…, Jef… ¿Qué le han hecho? Es el único que podía conducirnos…

—No es difícil —dije—. Hay que seguir todo recto.

—Pasamos por delante de muchas puertas… —dijo Mike—. Me gustaría saber lo que hay detrás…

—Entonces, volvamos rápidamente sobre nuestros pasos. Jef debe estar entregado a sus ejercicios personales.

Golpeamos por última vez la cabeza de nuestros ex guardianes. Evité mirarlos, se parecían demasiado; y volvimos hacia atrás, a paso ligero, hacia el punto de partida.

La puerta estaba cerrada. El pasillo se dividía en dos justo allí. No nos habíamos percatado anteriormente. ¿Dónde estaría el hombrecito calvo? ¿Qué le habían hecho?

—Quizás eran tres —dije a Mike.

—Es posible —gruñó—. Es inútil pedirle al perro que nos saque de apuros, con ese tipo que no huele a nada. ¡Vaya mastuerzo!

—Seguramente lo han encerrado —dije—. ¿Y si abriéramos todas las puertas?

—Es peligroso —dijo Mike—. ¿Qué pasillo tomamos?

Podíamos ir hacia la derecha, hacia la izquierda o volver al punto en donde habíamos dejado a nuestros dos sayones en estado lastimoso.

—¿Y si nos largáramos? —propuse—. ¿Volviendo a pasar por el tragaluz?

—La puerta está cerrada —dijo Mike.

Me miró de una manera que me puse colorado. Era idiota ruborizarse. Qué asco todo aquello. Con lo bien que se está en casita.

—No es canguelo —dije—. Simplemente ganas de dormir.

—Amigo —dijo Mike Bokanski— yo, en tu lugar, creo que más bien me apetecerían unas compresas y un par de muletas… No sé de qué estás hecho, pero aguantas el tipo… Pero, ya que estás aquí, de todas maneras, abre la puerta por si acaso… podemos necesitar salir a toda pastilla, al menos sabremos dónde hay una salida.

Me aproximé a la puerta y la examiné. Era sólida. Empujé un poco con el hombro. No se movió. Retrocedí un poco.

—¡Cuidado! —dije a Mike.

Tomé impulso y arremetí contra ella con mis noventa kilos. Crujió por todas partes y me derrumbé en medio de una docena de astillas. Mike me ayudó a levantarme. Había hecho un poco de ruido.

—No comprendo nada —dijo—. ¿Te das cuenta de la barahúnda que estamos armando desde hace media hora? Y los únicos que han acudido han sido estos tres tipos completamente locos.

—Es un lugar increíble —dije, masajeándome la clavícula derecha—. Empiezo a estar hasta las narices de él.

Mike entró en la habitación y constató que el tragaluz seguía estando allí. Le seguí y me sobresalté. Noonoo acababa de emitir un breve ladrido sordo. Nos dimos la vuelta y nos adosamos a los lados de la desvencijada puerta reventada.

—Ya empiezo a comprender —dije—. Ésta es la habitación que utilizan como ratonera.

Se oyeron unos pasos que se aproximaban. Mike llamó a su perro.

Esperamos. Los pasos se detuvieron ante la puerta. Noonoo se metió entre las piernas de Mike, asqueado. El hombre entró.

—Entonces —dijo (y reconocí la voz de C.16 o Jef Devay)—, ¿vienen ustedes a ver la operación de la sala ocho?