—Amiguito —dijo Gary—, tenemos mucho que hacer. Descubrirlo todo de golpe sería mucho pedir. Ya tuvimos suerte esta mañana. Ahora hay que poner manos a la obra… Te aseguro que podemos hacer un buen trabajo.
Volví a pensar en Sunday Love y, por asociación de ideas, en mi filete doble con espinacas.
—Con tantas cosas —dije—, aún no he terminado de comer y he dejado abandonada a mi última conquista.
—¡Pero bueno! —exclamó Gary—. ¿Quieres seguir siendo virgen, sí o no?
—Ahora que soy detective y que sé que puedo morir de un momento a otro —respondí—, comienzo a pensar que sería un perfecto imbécil si no aprovechara el tiempo que me queda.
—Pues bien, so marrano, tendrás que esperar. Para que te distraigas —dijo Gary—, llamaremos a Defato.
Marcó el número y esperó. Tomé el otro receptor y escuché la conversación.
Cambio de impresiones con el tipo de la centralita y en seguida Defato se puso al teléfono.
—¿Alguna novedad? —preguntó Gary—. Te advierto que trabajamos seriamente en el asunto.
—No juguéis con esas cosas —respondió medio en broma, medio en serio—. Dejad que la policía lo solucione.
Tenía que ser un buen amigo de Gary, porque inmediatamente añadió:
—Tengo novedades para ti, Kilian. Acaban de traer a dos hombres, agujereados como coladores, pero aún vivos. Uno de ellos es un tal Derek Petrossian, hermano de Wolf. El otro no ha dicho su nombre y nada permite identificarle; sólo sabemos que conducía un Nash negro con matrícula falsa. Petrossian ha confesado que seguía a un enorme tipo rubio que estaba en El Gato con una chica y un amigo suyo con muy mala facha y que habían pagado por ello. Parece ser que se saltaron varios semáforos al mismo tiempo y que los dos seguían al mismo tipo. Naturalmente, el segundo acabó por embestir contra el primero, y como son nerviosillos, se dispararon el uno al otro. Creo que se recuperarán. En cualquier caso, sus heridas son lo suficientemente sensibles al tacto como para que, si lo sabemos hacer, nos cuenten muchas cosas. Pero no sé por qué te cuento todo esto.
Gary rió.
—Yo tampoco —dijo—. Gracias, Nick; te debo un favor.
—Adiós —respondió Nick, y cortó.
—¡Qué tío más majo! ¿Comprendes por qué no te siguieron esta vez? Los dos pájaros que iban detrás de ti se eliminaron mutuamente.
—No me gustan esas costumbres. Tienen el gatillo demasiado rápido. ¿Qué le has dado a Defato para que te confíe todos sus secretos?
—Eso es otro secreto. Ahora…
—Ahora, me voy a comer…
—Ya has comido bastante —dijo Gary—. Ahora vamos a llamar a Mary Jackson. Pásame la guía.
Abrí la guía de teléfonos. ¡Misericordia! Sólo en Los Angeles los Jackson ocupaban una página entera.
—Si probamos todos los números tardaremos, por lo menos, medio día —le dije.
—¡Qué va! —dijo—. Para empezar, vamos a eliminar a todos los que, aparentemente, son oficinas.
Tachó esos números y marcó con un trazo los otros. Luego cogió el teléfono, se arrellanó cómodamente en su sillón y comenzó a actuar. Variaba las fórmulas como un artista. A veces se trataba del representante de una compañía de seguros, a veces de un amigo de Mary que deseaba hablar con ella, etc.
Durante ese rato, me senté, esperé y soñé un rato por mi cuenta. Volví a ver a Cora en el coche, a mi lado, e imaginé que volvía a estar a su lado… Pensé que actuaría de otra manera si estuviese otra vez con ella. No dejaba de ser un fastidio. Cada vez que estaba cerca de una chica, al final me rajaba…, y mis ideas de virginidad me subían a la garganta, impidiéndome toda actuación útil. El callejón donde dejé a Cora era tranquilo, había casas pequeñas… con habitaciones pequeñas, y espesas alfombras…, se debía de estar bien sobre una alfombra… ¡Demonio…! Tuve la sensación de que me estaba fabricando una concepción del mundo muy diferente de la que tenía el día anterior. Solamente un detalle revelador: no había hecho mi gimnasia cotidiana y no me importaba en absoluto; habría preferido realizar algunos ejercicios de relax con aquella muchacha de ojos amarillos. Ésa, o Sunday Love…, o Bérénice Haven…, pero más valía no pensar en la tercera, porque la había conocido de un modo poco recomendable para mi tensión arterial…
Gary parecía haber conseguido algo… No le había escuchado, pero cuando le presté atención de nuevo, lo encontré discutiendo sobre una tal Cora Leatherford de la cual pretendía ser amigo. Se excitaba cada vez más, pero cortó la comunicación de repente, y comprendí que había dado con alguien que le había tomado el pelo.
—Esto es un latazo —dijo Gary—. Nos llevará un día entero. Tenías razón.
—¿Y si fuéramos a verles, qué? —pregunté—. ¿Acaso no crees que tardaríamos un mes?
Se encogió de hombros.
—La última me dijo que era la cuñada del presidente Truman, ¿te das cuenta?
—Tal vez fuera cierto.
—No lo creo…, al menos después de lo que añadió. La cuñada de Truman es probablemente más educada. ¿No quieres sustituirme un momento?
—De ninguna manera. Eres tú el que ha querido jugar al poli, pues juega solo. Cuando llegue la hora de seducir a alguna, ya intervendré, pero para el resto, olvídame.
—Para el éxito que tienes… —refunfuñó Gary para su coleto.
Descolgó de nuevo el teléfono y de nuevo se dispuso a marcar números. Entre dos intentos, llamó al bar del periódico para que subieran algo de comer y de beber, y mi moral subió dos metros y cincuenta centímetros, y me quedo corto. Y continuó el juego infernal.