Si nunca habéis ido a visitar a Douglas no habéis visto nunca lo que es una habitación desordenada. Vivía en un hotel de Poinsettia Place, más o menos equidistante de todos los estudios de Hollywood, lo cual le permitía levantarse muy tarde y no perder tiempo para hacer sus estúpidos artículos. Poinsettia está entre el Wilshire Country Club y el estadio Gilmore y es un rincón tan ruidoso como cualquier otro de esta condenada ciudad. Viniendo de donde yo venía, se toma la Calle Segunda y el Boulevard Beverly y se llega rápido. Volviendo a Douglas, lo encontré pues entre sus sábanas. Estaba doblado en cuatro y tenía un brazo metido entre el tobillo derecho y la rodilla izquierda, lo cual debía de proporcionarle unos sueños impresionantes. Hacía un calor espantoso, que noté en seguida al entrar y, a pesar de que la ventana estaba abierta, no parecía que estuviéramos tan cerca del océano. Ya había dormido lo suficiente. Entré en el cuarto de baño y llené un vaso de agua. Como no soy malvado, me limité a coger agua del grifo y no de la nevera. Volví a la habitación y le eché el agua en la cara, sin la menor vacilación. Hizo una mueca horrible y se despertó haciendo ruidos con la boca.
—¡Hay demasiada agua en ese whisky! —masculló y, luego, cuando me vio, gritó—: ¡Eres tú, bruto asqueroso!
—No te enfades, Douglas, piensa que te la podía haber tirado más abajo.
—No hay nada que hacer —murmuró—. Puedes creerme, lo he intentado todo, incluso el agua fría. ¿Qué hora es?
—Te invito a comer —le dije.
—De acuerdo —murmuró—. Para mí, un filete a la plancha con cebollas y tarta de manzana.
Tengo que confesaros por qué había ido a ver a Douglas. Tal vez ya lo habéis adivinado.
—Dime… —dejé caer—. ¿Por qué no le haces una llamadita a Sunday Love…?
Se quedó mirándome.
—¿Por quién me tomas? ¿Por un traficante de carne humana? ¿Te imaginas que voy a entregar a esa ingenua muchacha a tus perversos instintos?
De todos modos, cogió el teléfono, hizo una llamadita, y un cuarto de hora después nos encontramos los tres en una cafetería de Hollywood. Douglas pidió su filete a la plancha con cebollas y yo empecé por unos huevos al Chester porque tenía la impresión de no haber comido desde hacía año y medio.
Sunday Love estaba encantadora y la vida me parecía hermosa.
Ella comenzó a atacarme de inmediato.
—¿Por qué te largaste de esa manera anoche?
—No fue anoche. Fue esta mañana. Tenía una cita urgente.
Me miró la cabeza con incredulidad. Me había olvidado de que el chichón aún era visible.
—Yo, en tu lugar —dijo ella—, no me hubiera apresurado tanto. Es peligroso.
—Es un alborotador —aseguró Douglas—. Rock siempre ha sido un alborotador y seguirá siéndolo… Créeme, amor…
Se inclinó tiernamente hacia Sunday Love con su boca llena de cebollas fritas. Ella lo rechazó.
—No pienses que vas a seducirme con ese olor a cebollas —comentó—. Otra vez, prueba con Chanel.
Douglas no se ofendía con facilidad. Se zampó su filete con un placer contagioso, y me costó lo mío ganarle por la mano con mis huevos.
Miré a Sunday Love y ella me miró. Eso provocó una modificación en la atmósfera, ya que el choque de nuestras miradas produjo un claro aumento de la temperatura. Dejé caer mi servilleta de papel y, cuando me agaché a recogerla, constaté que hay muchas cosas que ver bajo las mesas, sobre todo cuando existe la voluntad de enseñarlas. Sunday Love no llevaba nada que le impidiese hacer un gran écart o jugar a la rayuela.
—No soy un alborotador —dije—, lamento haberte dejado abandonada, pero no fue por mi gusto. Te presento mis humildes disculpas. Como ves —mostré mi chichón—, no salí a divertirme.
Sonrió, advertí que no me guardaba rencor y esto me incitó a pedir un filete doble con espinacas. Eché un vistazo alrededor mientras el camarero tomaba nota y, mientras tenía la cabeza vuelta hacia la derecha, alguien me tocó el hombro izquierdo. Me di la vuelta como picado por una serpiente de cascabel. Era otro camarero.
—Una señora pregunta por usted —me dijo.
—¿Dónde está? —respondí sin inmutarme.
—Allí.
Señaló a una chica alta y delgada que esperaba de pie, cerca de la puerta.
—¿Qué quiere?
—Parece que es personal —respondió el camarero.
Se alejó.
—Ya está —comentó Douglas—. Otra desdichada, ¿verdad? Pobre pequeña —continuó, volviéndose hacia Sunday Love—, tendrás que conformarte con mi compañía. Una vez más.
Me levanté. Retiré mi mano del muslo de Sunday Love y ella hizo un gesto para retenerme; seguramente, el masaje que le estaba haciendo era de los que el médico le había recomendado.
—No te preocupes —le dije—. Vuelvo en seguida.
Tan pronto como me acerqué a la desconocida, se puso a hablar sin parar. No era muy bonita, pero tenía una boca grande y unos grandes ojos muy agradables.
—¿Tienes las fotos? —preguntó.
—¿Qué fotos?
—Tú ya lo sabes. Quería decirte lo siguiente: o nos das las fotos, o nos encargaremos de conseguirlas nosotros mismos. Ya viste cómo acabó Petrossian.
—En cualquier caso, tampoco vosotros vais muy bien encaminados, puesto que aún las estáis buscando.
Esto no le hizo ni pizca de gracia. Me miró fijamente. Parecía algo decepcionada.
—Lo lamento por ti. Eras un muchacho muy guapo.
Creedme, si hay un tiempo verbal que aborrezco para referirse a mí, ése es el imperfecto.
—Tengo intención de seguir siendo lo que soy durante una buena temporada —dije con firmeza.
Me dedicó una sonrisa glacial. Exactamente como si yo fuera un crío que acabase de decir una tontería. La agarré del brazo. Puede que mi aspecto sea tierno, pero cuando quiero, puedo apretar con fuerza.
—Ven a tomar algo con nosotros —dije—. Estoy con unos amigos encantadores y quiero que los conozcas.
Ella forcejeó y trató de protestar, pero realmente, y sin ánimo de ofenderla, su fuerza no podía oponerse a la mía. La arrastré hasta nuestra mesa y, a la fuerza, tuvo que sentarse entre Douglas y yo.
—Te presento —dije—: Douglas Thruck, Sunday Love…
La interrogué con la mirada.
—Cynthia Spotlight… —respondió.
Tragué saliva con esfuerzo y casi me atraganté. ¡Sólo faltaba eso…! Aquello ya era demasiado…
—¿Cómo estás? —preguntó Douglas, maquinalmente.
—¿Qué vas a tomar, Cynthia? —dije con dificultad.
—Escucha, Rock, de verdad que tengo mucha prisa…; me están esperando.
Si insistía, ella podía provocar un escándalo, pero yo no quería arriesgarme a dejarla escapar así.
—Está bien…, no quiero que te retrases por mi culpa —dije (lo más naturalmente posible)—. Te acompañaré… Ven.
Me jugué el todo por el todo. Me levanté, ella se levantó, la cogí del brazo por segunda vez y la remolqué hasta mi cacharro. Me acordé con rabia de mi filete con espinacas, pero aún me ponía más nervioso el pensar lo que esa imbécil que se hacía pasar por Cynthia Spotlight me había dicho.
Había un coche delante del mío y un tipo grandote y moreno sentado dentro que me miraba demasiado fijamente para mi gusto. Estaba vuelto a medias y fumaba sin moverse ni un ápice. Había otro coche detrás del mío y otro tipo, moreno y colorado, sentado al volante, que me miraba más fijamente aún que el primero. ¿Por qué diablos todos estos tipos me miraban así? Me estaba poniendo nervioso. Empujé a la falsa Cynthia dentro del coche, le cerré la puerta en las narices y corrí a sentarme en mi asiento. Si me seguían, mala suerte. Ya sabía qué hacer. Cada vez me sentía más furioso, porque, además de mi filete con espinacas y de lo que me había dicho la falsa Cynthia, pensaba en Sunday Love, ante quien no había podido acabar de justificarme por culpa de aquella imbécil.
—¿Tantas ganas tienes de que te llenen el chasis de plo…?
Le corté la palabra arrancando como un salvaje, y sin importarme un bledo si me seguían o no. Me sentía despiadado, y conduje a toda pastilla hasta la primera comisaría de policía. Me detuve justo delante.
—Si tus amiguitos tienen ganas de chincharme —dije—, ya pueden venir. Mientras los esperamos, vamos a tener tú y yo una pequeña conversación amistosa. ¿De dónde sales y cuál es tu verdadero nombre?
—Eso no te importa. Dame las fotos y no te pasará nada. Si no, irás a reunirte con Petrossian en el depósito de cadáveres de Los Angeles. No tengo nada más que decirte y de mí no esperes escuchar nada interesante. Soy estúpida, mal educada y llevo pechos postizos.
La miré de reojo y me di cuenta de que sería un hueso duro de roer. Pasé mi brazo por encima de sus hombros. Era bastante excitante con su gran boca fresca y sus ojos amarillo claro.
—¿Qué daño te he hecho, hermanita? ¿Realmente te gustaría que me pasara algo malo? ¿Tan malvada eres?
Ella se rió. Su risa era vulgar. ¡Qué pena! Pero sus pechos eran auténticos.
—No intentes camelarme —dijo ella.
—¿Y si fuéramos al cine?
—Ni hablar… —murmuró.
—Te tengo mucha rabia…, pero estoy a punto de perdonarte…, ¿te divierte este trabajo?
—Me pagan por hacerlo.
—Desde luego, pero seguro que no te pagan lo suficiente, y además, tienes derecho a vacaciones… ¿No quieres tomarlas conmigo? Un pequeño anticipo.
—¡Qué pesado es este tío…!
Para una vez que mi encanto debía funcionar, me dejaba totalmente en la estacada. Habría dado cualquier cosa por tener la jeta de Mickey Rooney. Seguro que con mi suerte habitual, debía de ser una de esas chicas a las que les gustan los contrahechos. Quité mis manos de sus hombros y volví a ponerme en marcha, porque para hacer lo que pensaba necesitaba alejarme de la policía.
Al cabo de un cuarto de hora, le pregunté sin mirarla:
—¿Adónde habéis llevado a Cynthia Spotlight?
No me respondió. Me preparé, ya habíamos llegado a un lugar apropiado. Jardines, poca gente… Giré por un callejón que subía y paré el coche. De repente la agarré, le tapé la boca con una mano mientras con la otra le apretaba un poco el cuello. Empezó a darme patadas en las piernas y sus tacones puntiagudos me hacían gritar de dolor, pero no la solté y, poco a poco, se fue calmando, porque se ahogaba. Entonces, aflojé el brazo y le di un pequeño golpe en la cabeza.
Dejó caer el bolso y se quedó inerte. Cogí el bolso y luego la cacheé. Ya sabía, no estaba bien, pero era necesario.
No llevaba nada encima. Nada en todos los sentidos de la palabra. Esto me calentó un poco y me alentó a continuar la experiencia. Qué caray, tenía derecho a saber cómo está hecha una mujer. Y la ocasión era estupenda, porque ésa no se movía más que un salmón de plomo. Mi mano izquierda subió por sus piernas y, más arriba de sus medias, sentí la piel tibia y suave e, instintivamente, busqué la parte aún más tibia y más suave. Allí no había ningún documento. Para calmar mi conciencia, investigué a fondo aquella zona y ella, en su sueño, suspiró suavemente, con satisfacción. A mí, que me golpeen la cabeza no me da ningún placer, pero las mujeres son unos bichos muy raros. Me detuve —también yo estaba a punto de suspirar—, y retiré mi mano para pasar un poco más arriba. No había nada escondido en su sujetador. Estaba demasiado lleno y no tenía nada que ver con la goma-espuma que se ponen todas para parecerse a Paulette Godard. ¡Maldita sea, como soy un manazas para esos mecanismos delicados rompí el sujetador! Me odiará por eso. Interrumpí mis manejos y bajé del coche rápidamente…, si seguía allí cinco minutos más no podría responder de mí.
Una vez fuera, abrí la portezuela y coloqué a la chica todavía inconsciente sentada, apoyada en la pared de una casa cercana. Volví a subir al coche y salí disparado.
Una vez fuera de la zona, aceleré. Punto de encuentro: el California Call.
Entonces me percaté: ¿cómo era posible que nadie me hubiese seguido?
Esperaba que Gary hubiera vuelto.
Eché una ojeada al bolso de la pretendida Cynthia, que había quedado a mi lado. Un bolso nuevo, bastante grande. Con aspecto de estar lleno. Tenía unas ganas tremendas de examinar dentro… Aparte de eso, no debía guardarlo en el coche. Podía ser peligroso.
Pero de pronto, al pensar en todo lo ocurrido, me entró tanto pánico que fui a toda pastilla al Call, donde me detuve casi muerto de terror. Era un desastre como detective. Casi había perdido la virginidad.