Todo comienza con calma

Recibir un golpe en la cabeza, no es nada. Ser drogado dos veces seguidas en una misma noche, se puede aguantar… Pero salir a tomar el aire y encontrarse en una habitación desconocida, con una mujer, ambos como Dios nos trajo al mundo, ya se pasa un poco. En cuanto a lo que me sucedió después…

Pero creo que será mejor que comience por el principio, por la primera noche. Una noche de verano, para ser exactos. La fecha importa poco.

Pues bien, no sé por qué tenía ganas de salir esa noche. En general prefiero acostarme y levantarme temprano, pero algunos días se siente la necesidad de un poco de alcohol, un poco de calor humano, de compañía. Es probable que yo sea un sentimental. Nadie lo diría al verme, pero los bultos que forman mis músculos son la apariencia engañosa bajo la cual disimulo mi corazoncito de Cenicienta. Quiero a mis amigos. Quiero a mis amigas. Nunca me han faltado ni unas ni otros y de vez en cuando doy gracias a mis padres por el físico que me han dado; los hay que dan gracias a Dios, lo sé…, pero, entre nosotros, creo que mezclan a Dios en historias con las cuales no tiene nada que ver. Sea como fuere, mi madre no hizo una chapuza; tampoco mi padre que, al fin y al cabo, también le echó una mano.

Tenía ganas de salir y salí. Hay una ventaja indiscutible en elegir a unos padres apropiados. Salí; toda la pandilla me esperaba en el Zooty Slammer. Gary Kilian, el reportero del Call, Clark Lacy, un compañero de universidad que vivía cerca de Los Angeles, como yo, y nuestras amigas habituales; no ese tipo de chicas con el que todos los tipos se creen obligados a cargar cuando tienen un poco de pasta, ni esas cantantes cursis, ni esas bailarinas demasiado expertas. No me gustan ésas…, siempre están pegadas a ti. Nada de esas chicas. No. Amigas de las de verdad…, ni principiantes en busca de contrato, ni ingenuas un poco estropeadas: simplemente buenas chicas simpáticas. Es terrible lo difícil que me resulta encontrarlas. Lacy, por ejemplo, pesca tantas como quiere y puede salir diez veces con ellas sin que intenten besarle. Conmigo no es así, y es agotador rechazar a una chica que se echa en tus brazos. De todas maneras, no quisiera tener la cara de Lacy. Pero ésa es otra historia. A fin de cuentas, yo sabía que en el Slammer encontraría a Beryl Reeves y a Mona Thaw, y con ellas no corría ningún peligro. Volviendo a las otras, tienen siempre el aspecto de imaginar que el amor es el objeto de la vida, sobre todo cuando uno pesa noventa kilos y mide un metro ochenta y ocho. Siempre les respondo que si mantengo la forma es precisamente porque me cuido. Y que si ellas tuviesen que pasear mi tonelaje de carne, se fatigarían lo suficiente para dejarme en paz… En todo caso, Beryl y Mona no son así, y saben que una vida higiénica es preferible a todas las bromas repetidas mil veces sobre un sofá.

Entré en el Zooty Slammer. Es un club agradable, llevado por Lem Hamilton, un pianista negro y gordo que había tocado con la orquesta de Leatherbird. Conoce a todos los músicos de la costa, y Dios sabe la cantidad de músicos que hay en California. En el Slammer se puede escuchar música de verdad. Me gusta, eso me relaja…, y como mi carácter es ya de por sí sosegado me descansa enormemente. Gary me esperaba, Lacy bailaba con Beryl y Mona me saltó al cuello…

—Buenas noches, Mona —dije—. ¿Qué hay de nuevo? Hola, Gary.

—Hola —me dijo Kilian.

Iba impecable, como siempre. Un muchacho guapo y moreno, de piel azulada. Su pajarita rosada parecía almidonada de tan tiesa. Lo que me gusta de Gary es que tiene buen gusto para vestirse. El mismo gusto que yo, para entendernos.

Mona me miraba.

—Rocky —me dijo—, es indecente. Cada día estás más guapo.

En ella, estas palabras no me molestaban. Su tono era… digamos soportable.

—Eres maravilloso, Rocky. Tus cabellos rubios…, tu piel anaranjada… mmm, estás como para comerte.

A pesar de todo, me ruboricé. Soy así. Gary se burló de mí.

—Ni siquiera protestas, Rocky —me dijo—. En otros tiempos te hubieras largado…

—Ella me ha dado pruebas de su inteligencia —respondí—, pero si continúa así, seguramente me marcharé.

De todas formas, hubiera preferido que Lacy no estuviera allí… No me gusta que las chicas elogien mi físico, sobre todo delante de Clark Lacy; es el mejor tipo de la tierra, pero se diría que es hijo de una rata y una rana: no me sorprendería tanto, ése es el aspecto que tiene. Y esto le perjudica un poco a la hora de seducir a las chicas.

Mona volvió a la carga.

—Rocky, ¿cuándo te decidirás a confesarme tu amor?

—Nunca, Mona… No quiero hacer millones de desdichadas.

Debía de haber bebido un poco, porque por lo general no insistía tanto. Por suerte, Clark y Beryl volvieron y se cambió de tema. Hamilton, el dueño del club, se sentó al piano. Como todos esos gordos, tiene un tacto de una ligereza extraordinaria y yo reía de placer escuchándole. Gary se puso a bailar con Beryl y yo iba a sacar a Mona cuando Lacy se me adelantó. Hubiera bailado con cualquier chica, porque cuando Hamilton comienza a tocar me hace el efecto de una descarga eléctrica. Miraba hacia todos los lados cuando entró mi salvador. El grandísimo cretino de Douglas Thruck. Dentro de poco os contaré quién es, pero, por el momento, salté sobre la chica que lo acompañaba y la llevé a la pista. No estaba mal y bailaba bien… En serio… Pero comenzó a arrimarse demasiado…

—¡Calma! —dije—. Tengo que cuidar mi reputación.

Resultaba un poco grosero el soltarle aquello, pero ya se sabe, a un guaperas todo se le perdona. Sonrió un poco y no cejó en su empeño. Viendo los contoneos de su chasis, no era difícil de imaginar lo que pasaba por su cabeza.

—Lástima que no sea una samba —respondió sin molestarse.

Se rió. Gary también rió, yo también. Así son los amigos.

—¿Por qué? —pregunté—. Creo que está muy bien así.

—Da más ambiente —respondió ella—. Esta música es un poco fría.

¡Ay, amigos! Si esto era lo que consideraba música fría, mejor no bailar samba con ella. ¡Diablos! Tenía que hacer algo. Era un poco más fuerte que ella y conseguí separarla de mí. Seguí bailando, manteniéndola a distancia. No es posible consagrar la vida al deporte y bailar con muñecas como ésta. Eso no pega. Y lo mío era el deporte, por encima de todo.

Ella se mordió el labio inferior, pero de todas maneras, sonrió. Imposible ofenderla. Un día de éstos, me pegaré un bigote postizo y podré bailar en paz.

Hamilton dejó de tocar. Devolví la chica a su legítimo dueño, Douglas Thruck. Douglas merece una presentación con todo detalle. Era un muchacho alto, con el pelo rubio y rizado, con una boca grande y siempre risueño. Era muy joven, bebía como una esponja y se dedicaba vagamente al periodismo. Firmaba una columna en una publicación cinematográfica y dedicaba sus ratos perdidos a la gran obra de su vida, una Estética del cine, para la cual preveía diez volúmenes y diez años de trabajo. Fumaba puros y, repito, bebía como un cosaco.

—Hola —me dijo—. ¿Te presento?

—Por supuesto.

—Es Rock Bailey —explicó a una lindísima morena que quería conquistarme—. Sunday Love —me dijo, señalándola—. Una esperanza de la Metro.

—Encantado de conocerte.

Me incliné amablemente y le estreché la mano. Ella rió. Simpática, al fin y al cabo. Una esperanza de la Metro. Dios mío, si yo fuera la Metro, no dudaría en poner algunas esperanzas en esta niña; seguro todo aquello marcharía perfectamente.

—Está encaprichada contigo —dijo Douglas Thruck, con su discreción habitual.

Como yo no tenía mucho que envidiarle en cuanto a grosería, le canté las cuarenta.

—Te dijo eso para desembarazarse de ti.

—Lo has adivinado —respondió Sunday Love.

Se acercó a mí. ¡Maldita sea, qué pesadas son esas hembras! ¿Y de dónde habría sacado ese nombre de pacotilla? ¡Sunday Love! ¡Vaya ocurrencia! Quedaba un poco hortera. Sobre todo, no le pegaba nada. Estaba convencido de que esta chica, a pesar de su nombre, no se contentaba con hacer el amor los domingos.

—Bailemos otra vez —me propuso, cuando Lem Hamilton comenzó a tocar nuevamente.

—No. Terminarás por pervertirme y mi entrenamiento no me permite ese tipo de fantasías. Pero estoy a tu disposición para invitarte a una copa.

—¿Tu entrenamiento te permite beber? —replicó en el acto.

—Claro que sí —aseguró Douglas, que no se perdía ni una palabra de nuestra conversación—. Escucha, Sunday, no trates de seducir al viejo Rocky. Es inquebrantable, y ninguna chica ha sacado de él más que un palmo de narices. Además, ya sabes, los deportistas no tienen nada del otro mundo. Para lo que te interesa, no hay nada como los intelectuales.

El intelectual era él, naturalmente. En fin, pagué una ronda… Douglas pagó otra… Volví a pagar yo. Mientras tanto, bailé con Beryl, con Mona… Otra vez con Sunday Love… Me divertía porque, a pesar de todos sus esfuerzos, me quedé completamente frío. Ella comprendió y no intentó hacer trampas. Esa noche yo estaba en plena forma…, y no pocas mujeres de las que se encontraban allí me habrían dejado pista libre. Es agradable ser un guaperas.

—Escucha… —me dijo de pronto Sunday Love.

—Te escucho.

Pegó su mejilla contra la mía. Olía muy bien. El perfume de sus cabellos y el de su lápiz de labios hacían juego. Se lo dije.

—Déjate de tonterías, Rocky, por favor. Lo dices por decir.

—No, cariño —respondí—. Nunca he hablado tan en serio.

—¿Y si me llevaras a otra parte?

—¿Por qué quieres ir a otra parte? ¿No te gusta la música del viejo Lem?

—Sí, pero a ti te gusta demasiado. ¿Cómo quieres que disfrute bailando con un tipo que escucha la música?

—Sé que hay algunos que bailan por las chicas y no por la música —dije—; pero a mí me gusta esta música, y te repito que las mujeres no me interesan.

—Bueno… —me dijo con una mirada de reproche, palpando mis bíceps—. ¿Tú no eres así…?

Me di cuenta que me tomaba por un afeminado y estallé en una carcajada.

—Por supuesto que no —le dije—, no tengas miedo, tampoco me gustan los hombres, si es eso lo que piensas…, pero lo que aprecio particularmente es el perfecto estado de mi anatomía…, y para ello, no hay nada como el deporte.

—¡Oh…! —respondió con un mohín—, no te haré daño.

Bien mirado, era endemoniadamente bonita; casi estuve a punto de hacer una excepción a mi reglamento personal. Pero ¡maldita sea!, había decidido… es igual, ¡puñeta!, lo diré…, había decidido permanecer virgen hasta los veinte años. Tal vez fuera completamente idiota, pero cuando uno es joven se autoimpone cosas. Es como caminar sin pisar las rayas de las aceras o escupir en los lavabos sin tocar los bordes…, pero no podía decírselo, eso no…, ¿cómo me las iba a arreglar?

—Te lo voy a confiar —dije apretándole el brazo—. Por motivos que no puedo contarte, estoy condenado a no permitirme ciertas ligerezas.

—¿Has hecho alguna tontería?

¡Vaya, hombre!

—No sé cómo explicártelo —dije—, pero si quieres que quedemos para el día de mi vigésimo cumpleaños, estrenarás a este hombre.

Si con esto esperaba enfriarla, fallé. Me miró con ojos de devoradora de hombres y respiró más de prisa.

—Oh… Rocky… Es una broma, mi pequeño Rocky…

¡Una muchacha de apenas diecisiete años, que yo hubiese podido levantar en vilo con una sola mano, me llamaba su pequeño! Os aseguro que las mujeres son una raza verdaderamente extraordinaria.

—Palabra de honor… —dije—. No me retractaré.

—Puedo ofrecerte lo mismo —dijo ella, mirándome a los ojos.

Si queréis mi opinión, era un momento algo incómodo. Afortunadamente, el viejo Gary vino en mi ayuda. Me palmeó la espalda.

—Me toca a mí —dijo.

Me incliné y le dejé enlazar a la pequeña. Ella hizo un ligero mohín, pero no se enojó, porque Kilian era, a pesar de todo, un muchacho muy guapo. Me sonrió entornando un poco los párpados. Parecía una flor de invernadero, tipo Linda Darnel…

Volví al bar. Allí estaba Clark Lacy charlando con Beryl, y Mona bailando con Douglas. En el Zooty Slammer sólo había gente agradable, y yo conocía a casi todo el mundo. Me desperecé. ¡Qué bueno es vivir, tener dinero en el bolsillo y buenos amigos! Estaba en la gloria. El puro de Douglas estaba en el cenicero y apestaba a más no poder. Era uno de esos horribles toscanos, nudosos como un hueso de viejo reumático y que huelen peor que las alcantarillas del infierno. De pronto, sentí la necesidad de respirar un poco de aire fresco y se lo dije a Lacy.

—Ahora vuelvo… Salgo un segundo.

—O.K. —contestó.

Fui hacia la puerta. Al pasar, hice un gesto a Lem y él rió con toda su negra cara.

Hacía un tiempo espléndido, la noche era azul y perfumada; todas las luces de la ciudad formaban un halo difuso por encima de mi cabeza. Di algunos pasos y me acodé en mi coche que me esperaba tranquilamente, cerca del Slammer. Un tipo salió detrás de mí. Se me acercó. Era grande, fornido, con aspecto un poco tosco pero correcto.

—¿Tiene fuego? —me preguntó.

Le tendí mi encendedor y recordé que ésa era la clásica treta del gángster decidido a hacer una jugarreta. Eso me dio risa. Me reí.

—Gracias —dijo.

Comenzó a reír a su vez y encendió el cigarrillo. Lástima. No era un gángster. Respiré el olor de su cigarrillo. Extraño olor. Se dio cuenta de mi extrañeza y me tendió su paquete.

—¿Quiere uno?

Apestaba tanto como el puro de Douglas, pero al aire libre esto tenía menos importancia. Encendí uno y le di las gracias, porque también yo había ido a una escuela de pago. El sabor era casi tan malo como el del puro de Douglas, pero apenas tuve tiempo de darme cuenta, porque caí en un sopor como si hubiera bebido un zombi cuádruple. El tipo era encantador y apenas alcancé a darme cuenta de que me sostuvo la cabeza para impedir que me golpeara contra la acera antes de salir disparado hacia el país de los piojos voladores.