Nuestra canción está junto a la lucha de la clase trabajadora y de la juventud obrera y campesina.
Víctor Jara
Jara nunca aspiró a la fama. Célebre cantautor de refinado carácter lírico, Víctor no cambió después de su brillante triunfo en el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena. Sin palabras altisonantes, pero con pasión y convicción era fiel a su lira. La música siempre vivía en él. El artista sabía que las canciones eran su lado fuerte.
El éxito en el festival le dio alas. Víctor experimentó no sólo una gran satisfacción como artista, comprendió que adquiría nueva seguridad en sus fuerzas cuando actuaba ante la muchedumbre en las fiestas populares, en los mítines callejeros y manifestaciones. ¡Con qué emoción lo escuchaban, con qué ovaciones lo recibían! Jara estaba hecho para servir con sus canciones al pueblo y se sentía verdaderamente feliz cuando su canción llegaba al corazón de un gran auditorio.
Pero involuntariamente Víctor pensaba en el trabajo en el teatro. Acrecentó su prestigio de director. Víctor no había cumplido 30 años, cuando pasó a ser profesor de la Escuela Teatral de la Universidad chilena. Otras compañías teatrales lo invitaban a dirigir sus espectáculos. En 1968 lo eligieron miembro del nuevo consejo directivo del Instituto de Teatro. Jara marchó por unos meses a Inglaterra a conocer el arte escénico moderno en la patria de Shakespeare. Víctor asistió a los mejores espectáculos, asistió a ensayos, estudió el sistema de preparación de actores. Aquel mismo año el público hispanoparlante de Nueva York y California acogió con entusiasmo La remolienda, viejo espectáculo de Jara. Y su nuevo trabajo —la escenificación de Entreteniendo a Mr. Sloane, de Joe Orton— obtuvo el premio de la crítica por la mejor dirección.
Aunque Víctor dedicaba cada vez más tiempo a la composición de canciones, pensaba también en la posibilidad de montar algún espectáculo sobre un tema internacional de actualidad, sobre la agresión del imperialismo norteamericano a Vietnam. Lo creía su deber, al igual que la participación en las manifestaciones de protesta contra la guerra de rapiña que libraban los EE. UU. en Indochina. Víctor no olvidó como con la guitarra en las manos fue de Valparaíso a Santiago en la marcha juvenil de solidaridad con el pueblo vietnamita. Los jóvenes comunistas chilenos recorrieron 90 kilómetros en varios días. Junto con ellos iban Luis Corvalán y Gladys Marín.
En 1969 en el centro de Santiago apareció un afiche teatral en el que las letras de gran trazo, como escritas con sangre, anunciaban el nuevo espectáculo Viet Rock. En el afiche se veía las caras alarmadas de una familia vietnamita, la madre tenía en brazos a un niño llorando. «Teatro Antonio Varas…[7] diariamente. Director Víctor Jara».
La obra escogida por Jara, era de la dramaturga norteamericana Megan Terry. Según Víctor, esta pieza no rebasaba el marco del pacifismo vulgar, pero vio en ella la posibilidad de una libre interpretación y un peculiar «desafío a la imaginación de un director», ya que la autora «no ve el imperialismo de su país como lo vemos nosotros, chilenos y latinoamericanos…». «En muchas escenas tuve que invertir prácticamente la interpretación ideológica de Megan Terry —explicó Víctor—. Nosotros no somos norteamericanos y no tenemos por qué incurrir en las distorsiones de la autora… Todo eso fue desterrado y puesto en su lugar».
Para el trabajo en el espectáculo Víctor reunió a jóvenes actores de talento, entre los que se encontraba Nelson Villagra, viejo amigo de Víctor que en aquel entonces ya era un célebre actor de cine.
En el afiche de Viet Rock junto al nombre del director figura: «Coreografía: Joan Turner». La esposa de Víctor montó las escenas de ballet que, combinadas con los episodios dramáticos, introducen una profunda vena emocional y le dan una forma insólita para el teatro chileno de la época.
Jara animó a la compañía a crear un espectáculo antibélico apasionante. Viet Rock era una acusación a la guerra del imperialismo norteamericano y una expresión de solidaridad con el pueblo de Vietnam en lucha. Constituyó un acontecimiento en la vida teatral.
En el proceso del trabajo en el espectáculo, Víctor compuso una de sus mejores canciones, que dedicó a la larga lucha del pueblo vietnamita por una vida libre: El derecho de vivir en paz. Más tarde la grabó en disco.
El derecho de vivir
poeta Ho Chi Minh,
que golpea de Vietnam
a toda la humanidad
ningún cañón borrará
el surco de tu arrozal
el derecho de vivir en paz.
Indochina es el lugar
más allá del ancho mar,
donde revientan la flor
con genocidio y napalm;
la luna es una explosión
que funde todo el clamor,
el derecho de vivir en paz.
Tío Ho, nuestra canción
es fuego de puro amor,
es palomo palomar
olivo de olivar
es el canto universal
cadena que hará triunfar,
el derecho de vivir en paz.
Aquel mismo año representantes de la juventud del mundo entero —de todos los jóvenes honestos que odian la guerra— se reunieron en Helsinki en el Encuentro de las Juventudes por Vietnam. Del lejano país latinoamericano llegó al foro antibélico en la capital de Finlandia Víctor Jara.
En 1970 el artista hizo nuevos viajes al extranjero. Participó en un encuentro internacional de teatro en la RDA. Representó a Chile en el primer encuentro de Teatro Latinoamericano en Buenos Aires.
«Me asombró mi visita a Buenos Aires como si hubiera sido la primera —contaba Víctor sus impresiones—. Me encontré una ciudad agitada interiormente, con desánimo y frustración, pese a ser prototipo de urbe correspondiente a una sociedad de consumo.
»Los amantes del folclore y de la canción popular llegaban a averiguar si el director de teatro chileno era el mismo que canta folclore, y se encontraban con que, efectivamente, era el mismo. Yo no sabía que era tan conocido…».
Hasta 1970 Víctor Jara simultaneaba su actuación como cantante con el trabajo de director teatral. Para aquel entonces había puesto en escena numerosas obras dramáticas. Pero cada vez le preocupaba más el problema del arte y las masas. ¿Cómo puede el artista llegar a las capas más vastas de la población? Le parecía que las posibilidades del teatro eran restringidas, puesto que el montaje del espectáculo requiere meses y meses de trabajo, mientras que el auditorio no es muy grande. Al propio tiempo al cantante lo invitaban a todos los confines del país y él solo con su guitarra era extraordinariamente móvil. Para oírlo acudían miles de personas a las plazas, calles y estadios.
El artista tampoco estaba contento del todo con el repertorio teatral, como puede deducirse de sus palabras: «En cuanto al teatro chileno creo que hasta ahora hemos sido excesivamente miedosos. Es hora de que nuestro teatro encarne escénicamente la violencia de la lucha de clases en Chile. ¡Ojalá se escribiera una buena obra sobre la masacre de Puerto Montt! Debemos encarar la lucha de clases en forma definitiva, firme y audaz».
Efectivamente, la canción iba delante del teatro, al cual le era difícil alcanzarla. Víctor decidió que como cantante sería más útil para el trabajo entre las masas. Las próximas elecciones presidenciales de 1970 impulsaron a Jara a tomar parte activa en la tensa lucha política. Se dedicó de lleno a la canción. Jara explicó su decisión del siguiente modo: «La cuestión es de tiempo, y del tiempo que me concede la oportunidad de elegir. Todavía puedo continuar haciendo las dos cosas y todas aquéllas que involucran el perfeccionamiento de ambas… Solicité permiso en el Departamento de Teatro por algún tiempo. Lo necesito para dedicarme más intensamente a la campaña y también a la labor musical. En este período lo fundamental es trabajar por el triunfo del Gobierno Popular y creo que la labor política y artística tiene una repercusión mucho más directa con la guitarra y la canción. Eso sin quitar valor al teatro como arte de masas, sino por las posibilidades de desplazamiento y agilidad de acción que permite este otro campo (el de la canción —Nota del autor)».
A fines de diciembre de 1969 se organizó el bloque político denominado Unidad Popular. Por primera vez en Chile se formó una alianza tan amplia de fuerzas progresistas. La integraron los dos principales partidos de la clase obrera —el Comunista y el Socialista— y además el Partido Socialdemócrata, el Partido Radical, Acción Popular Independiente y Movimiento de Acción Popular Unitaria. Este último representaba «el sector rebelde» del Partido Demócrata Cristiano.
En enero de 1970 Salvador Allende, prestigioso líder del Partido Socialista, fue proclamado único candidato a la presidencia por el bloque de Unidad Popular. Por cuarta vez Allende emprendía la lucha por la presidencia, aceptando, como soldado, la decisión unánime de todas las fuerzas de izquierda. ¿Ganaría las elecciones esta vez o quedaría como eterno candidato a la presidencia? Sus partidarios estaban más convencidos que nunca que la siembra de tantos años daría los frutos apetecidos.
Los chilenos conocían muy bien a Don Chicho, experto parlamentario y apasionado e incansable luchador por la causa de los trabajadores. Hombre de honradez intachable, humanista hasta la médula, permanecía fiel al juramento que hiciera en su juventud ante la tumba de su padre: consagrar su vida a la lucha por liberar al pueblo de la explotación, por el socialismo. Allende se formó y forjó en las filas del movimiento popular, en el curso de las batallas revolucionarias. Allende se pronunciaba consecuentemente por la consolidación de la alianza de socialistas y comunistas para que la colaboración de ambos partidos sirviera de base de la unidad del pueblo en la lucha por la victoria.
La Unidad Popular confeccionó el programa que pensaba realizar en caso de llegar al poder. El programa preveía importantes decisiones a favor de los trabajadores: desde quitar de las manos de los monopolios estadounidenses la industria del cobre, principal riqueza de Chile, hasta proveer de leche gratis a cada niño chileno. El bloque de las fuerzas de izquierda se pronunciaba por una política exterior antiimperialista y por el fomento de las relaciones con los países socialistas.
El movimiento de la Nueva Canción Chilena se convierte en portavoz musical de la Unidad Popular. El combativo batallón artístico de las fuerzas de izquierda —en aquel momento ya bastante numeroso y con componentes célebres— entra en la lid electoral. Richard Rojas, que compartió con Víctor Jara el primer premio del Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, compuso Las Cuarenta Medidas, obra dedicada a las reformas socioeconómicas que proponía la Unidad Popular.
Durante la campaña electoral rinde óptimos frutos la colaboración artística de los compositores profesionales del Conservatorio con los cantores y músicos populares. Luis Advis compone La Cantata Popular Santa María de Iquique, que figura entre las obras más brillantes de la nueva corriente en el arte chileno. En la cantata se revela brillantemente la interacción de la música docta y popular. La interpretaba el grupo Quilapayún. Aunque Santa María de Iquique trataba trágicos sucesos de comienzos del siglo, iba dirigida a los hombres de hoy día. Era demasiado significativo el recuerdo de la masacre que en 1907 perpetró la soldadesca chilena con los mineros del salitre, que habían ido con sus familiares a Iquique a pedir pan y fueron ametrallados cerca de la escuela de Santa María. Resultaron 2600 muertos, entre ellos mujeres y niños.
¿Acaso no fueron los herederos de los verdugos de Iquique quienes dieron recientemente la orden de disparar contra los mineros en huelga de la mina El Salvador, o contra los vecinos de la población callampa de Puerto Montt? La cantata los acusaba. Es sintomático: después del golpe pinochetista un enfurecido representante de la junta militar fascista, interpretando a su manera el patriotismo, dijo que la obra de Luis Advis era «un crimen histórico de lesa patria».
Durante la campaña electoral el conjunto Aparcoa trabajó en una composición, basada en el Canto General, de Pablo Neruda, que recoge la música de Gustavo Becerra y otros compositores y melodías folclóricas. En esa obra el eximio poeta expresó el amor a su gran patria —América Latina— cantó a sus luchadores anónimos y a sus héroes insignes, habló de sus penas y sufrimientos, llamó a la unidad y la fraternidad a los pueblos del continente. La fuerza dramática y el lirismo de la melodía acentuaban el carácter emocional de la vigorosa poesía de Neruda. Al mes del ascenso al poder del Gobierno de la Unidad Popular tuvo lugar el estreno de la composición en el Teatro Municipal, al cual asistió Pablo Neruda.
¿Y Sergio Ortega, ideólogo de la Nueva Canción Chilena? Compuso el Canto al Programa, dedicado al programa de la Unidad Popular. El grupo Inti-Illimani lo interpretó en muchas ciudades y pueblos del país. En el fragor de las batallas electorales Sergio Ortega compuso una canción que se convirtió en símbolo de la lucha y esperanza de millones de chilenos: el himno de la Unidad Popular Venceremos.
Ya en 1975 leí una entrevista de Sergio Ortega concedida a la revista soviética juvenil Rovésnik, donde explicaba que el proyecto del himno fue resultado de charlas y discusiones —muy productivas y amistosas— con Víctor Jara. La música es de Ortega y la letra se compuso en colectivo, aconsejándose con los compañeros del partido y eligiendo la mejor variante. Cuando la Unidad Popular llegó al poder el texto definitivo de Venceremos lo redactó el poeta Claudio Iturra, tomando en cuenta todas las observaciones.
¿De qué discutieron Víctor Jara y Sergio Ortega? La entrevista no lo aclaraba. Escribí a París, esta vez a Sergio Ortega, a quien había conocido en Chile.
Mi memoria grabó como una foto su imagen. Ortega se destacaba por su viril apostura: alto, barba oscura y pelo largo peinado hacia atrás, ojos de mirada penetrante y cálida, ojos del artista. Como músico no buscaba caminos fáciles y trillados. A Sergio Ortega lo expulsaron del Conservatorio por librepensamiento, pero regresó a ese centro docente en calidad de profesor, siendo ya compositor famoso. Sus obras sinfónicas y de cámara obtienen premios nacionales e internacionales, pero él une su destino a las canciones populares y revolucionarias. Después del golpe fascista de Pinochet, el compositor logró emigrar a Francia. Por los amigos que veían a Ortega, me enteré de que vive con su esposa y su hijito en Nanterre, un arrabal de París. Los comunistas de la municipalidad local le ayudaron a alquilar una casita con un patinillo diminuto, donde planta el famoso chile y verduras que le recuerdan su patria.
Más tarde supe que el compositor sigue componiendo música e integra jurados de festivales musicales internacionales, además lo invitaron a encabezar un centro docente musical de París.
Ortega respondió a mi carta. Tiene una letra suelta que se asemeja a las notas del pentagrama:
«Con Víctor mantuvimos un continuo diálogo durante el período en que compuse el Venceremos. Él actuó como coordinador del proyecto, con él discutimos el texto inicial, concebido como un texto en relación a la campaña presidencial, nuestro candidato Salvador Allende (ese texto fue reemplazado por el de Claudio Iturra guardándose la estructura general del estribillo).
»Lo que puede ser más interesante es la discusión no en torno al Venceremos en concreto, sino más bien a las líneas generales de lo que debía ser, para él, para mí, la música central de ese momento. Él pensaba que debía hacerse una “canción”, no una “marcha”. Víctor apuntaba justamente a que las masas hicieran suyo el himno. Yo estaba de acuerdo con él.
»Cuando vimos que gente en la calle formaba coros espontáneos cantando Venceremos, comprendimos que el objetivo fue alcanzado».
Desde el hondo crisol de la patria
se levanta el clamor popular,
ya se anuncia la nueva alborada,
todo Chile comienza a cantar.
Recordando al soldado valiente,
cuyo ejemplo lo hiciera inmortal,
enfrentemos primero a la muerte,
traicionar a la patria, ¡jamás!
Venceremos, venceremos,
mil cadenas habrá que romper.
Venceremos, venceremos,
la miseria sabremos vencer.
Campesinos, soldados, obreros,
la mujer de la patria también,
estudiantes, empleados, mineros
cumpliremos con nuestro deber.
Sembraremos las tierras de gloria,
socialista será el porvenir,
todos juntos haremos la historia:
¡a cumplir, a cumplir, a cumplir!
Venceremos, venceremos,
mil cadenas habrá que romper.
Venceremos, venceremos,
la miseria sabremos vencer.
Venceremos ha sido traducido a muchos idiomas, al igual que El pueblo unido, otra canción popular de Sergio Ortega, compuesta ya en los años del poder popular. Ambas constituyen un peculiar himno de los luchadores por la libertad en otros países y símbolo de la solidaridad con el pueblo chileno. Las canciones verdaderamente revolucionarias no conocen fronteras.
Pasados muchos años, ya en la emigración, Ortega dijo que no se debe olvidar que la música chilena refleja el pasado y el presente no sólo del pueblo de Chile, sino de toda la humanidad. En este sentido aspiramos al internacionalismo, añadió, conservando nuestros rasgos nacionales típicos. Como compositor debo confesar que las canciones Venceremos y El pueblo unido mundialmente conocidas e interpretadas hoy en distintos países, por su música no corresponden plenamente a la tradición nacional, pero reflejan el carácter nacional de nuestra lucha y en cualquier parte se perciben como obras populares, auténticamente chilenas.
Pero entonces, en 1970, en las manifestaciones y los mítines electorales miles de chilenos coreaban con los cantantes el estribillo de Venceremos: «Mil cadenas habrá que romper…». Diríase que su voluntad —la voluntad de los mineros de Lota y Chuquicamata, de los portuarios de Valparaíso y de los pescadores de Puerto Montt— había encarnado en la poderosa fuerza del himno de la Unidad Popular.
Angel e Isabel Parra, Rolando Alarcón, Patricio Manns, Richard Rojas y otros artistas y grupos folclóricos se hicieron incansables propagandistas.
Víctor Jara viajó por toda la geografía del país, llamando con sus canciones a apoyar a Salvador Allende, candidato del pueblo:
Sigue abriendo en los caminos
el surco de tu destino.
La alegría de sembrar
no te la pueden quitar,
la alegría de sembrar
es tuya, de nadie más.
El compositor italiano Luigi Nono contó su visita a la Lota minera junto con un grupo de propaganda de la Unidad Popular, del que formaba parte también Víctor Jara. Estuvieron todo el día hablando con los mineros y sus líderes sindicales de cómo mejorar las condiciones de trabajo y de vida. Analizaban datos estadísticos y económicos. Pero al ver en el grupo a Jara, los mineros no quisieron esperar el concierto de la noche, y a petición de los mineros, Víctor tomó la guitarra y cantó. La discusión de los problemas peliagudos parecía continuar en las canciones de Víctor.
La esposa del cantante no le iba a la zaga. Antes de conocer a Víctor Joan no se interesaba por la política. Había nacido en una familia modesta y tenía su propia noción de lo que es la pobreza según las normas inglesas. Sólo en Chile ella vio una miseria que la dejó pasmada: multitudes de niños harapientos, viejos vagabundos durmiendo en la calle, campesinos hambrientos… Víctor le ayudó a comprender las causas de la grave situación del pueblo trabajador.
Joan se enamoró de Chile, de su cultura y costumbres, aprendió a hablar español con soltura. Joan veía que su esposo soñaba con que su patria fuera libre y el pueblo feliz, y compartía los ideales de Víctor. Al igual que Víctor, Joan participaba en los conciertos de propaganda. La bailarina se sentía feliz por actuar en un tablado improvisado en la calle ante los habitantes de los barrios obreros. Participaba en la organización de la ayuda a los hijos de los pobres. En una palabra, ella era amiga y compañera del cantante comunista.
En el país, puesto al rojo vivo por la campaña electoral, intentaban amedrentar a los artistas. Eran blanco de la campaña de «terror sicológico», desatada por la reacción contra la Unidad Popular. Del «terror sicológico» se pasó a las represalias físicas. El joven comunista Miguel Angel Aguiler, de 18 años, cayó víctima de la reacción. Era integrante de las Brigadas Ramona Parra[8], que «hacían hablar los muros».
… En Santiago se hizo habitual la siguiente escena: de pronto aparecían jóvenes con brochas y cubos de pintura ante la pared de una fábrica, el granito del malecón o una larga tapia, cubriéndolos en pocos minutos de líneas negras, blancas, rojas, azules. Y aparecían en los murales improvisados los contornos en relieve de la paloma, la hoz y el martillo o una simpática muchacha invitando a votar por Allende y reivindicando tierra y trabajo.
Los reaccionarios perseguían a los miembros de las Brigadas Ramona Parra. A Miguel Angel Aguiler lo sorprendieron en una manifestación en la plaza Tropezón. El asesino huyó, mezclándose entre la multitud.
El entierro del joven comunista se convirtió en una manifestación de protesta y decisión en la lucha por el triunfo de la Unidad Popular. La canción El alma llena de banderas de Víctor Jara, dedicada a Aguiler, suena como juramento de fidelidad al compañero:
Ahí
Debajo de la tierra
No estás dormido, hermano, compañero.
Tu corazón oye brotar la primavera
Que como tú
Soplando irá en los vientos.
Ahí
Enterrado cara al sol
La nueva tierra cubre tu semilla.
La raíz profunda se hundirá
Y nacerá la flor del nuevo día.
A tus pies heridos llegarán
Las manos del humilde llegarán
sembrando.
Tu muerte muchas vidas traerá
Que hacia donde tú ibas marcharán
Cantando.
Allí,
Donde se oculta el criminal
Tu nombre brinda al rico muchos nombres.
El que quemó tus alas al volar
No apagará el fuego de los pobres
Aquí.
… La noche del 4 al 5 de setiembre de 1970 Víctor y Joan esperaban con impaciencia en su casa los resultados de las elecciones. Joan recuerda que el triunfo de la Unidad Popular fue la mayor dicha que Víctor experimentara en su vida. Felices, los esposos se dirigieron al centro de la ciudad.
Era ya medianoche, pero la multitud jubilosa llenaba las calles y plazas. Miles de personas que por primera vez respiraban en libertad, no podían contener su alegría. Cantaban, bailaban la cueca, se saludaban y se abrazaban. La noche en Santiago se transformó en una grandiosa fiesta popular sin precedente en la historia de Chile.
Salvador Allende salió al balcón del antiguo edificio de dos plantas de la Federación de Estudiantes de Chile. Esta vez el dominio y la calma le flaquearon a Don Chicho.
—Le debo este triunfo al pueblo de Chile que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre —exclamó Allende.
Aquellos días Víctor Jara escribió al cantante mexicano Rubén Ortiz:
«… ¿Qué habrías hecho tú la noche del triunfo de Allende? Estoy seguro que lo mismo que hicimos todos, llorar, saltar, correr, cantar, gritar, jugar a la ronda de la alegría más grande que nunca antes Santiago había visto. Hermanito, son tantos los años de postergación, miseria y engaño. La noche del triunfo estuve al lado de algunas capas de la Unidad Popular y no podía creer que fuera verdad haber vencido la fabulosa campaña de la reacción y los americanos.
»…Queridos amigos Folcloristas y tú, Rubén, reciban mis mejores saludos y esta alegría que te ofrezco: el triunfo de los trabajadores chilenos. Te prometo que de a poco nuestras canciones se irán uniendo en un solo canto».
Allende ganó las elecciones, pero no la presidencia, pues obtuvo una mayoría relativa y no absoluta de votos. A favor de Allende votaron un 36,3% de los electores; por Jorge Allesandri, candidato del reaccionario Partido Nacional, un 34,9%; por el demócrata cristiano Radomiro Tomic, un 27,8%. Puesto que ninguno de los pretendentes reunió más de la mitad de votos, la decisión definitiva debía tomarla el Congreso Nacional. En aquel momento de 200 diputados de ambas cámaras 80 eran de la Unidad Popular; 78 demócratas cristianos y 42 del Partido Nacional y otros grupos de extrema derecha.
Los líderes de los demócratas cristianos, temiendo la «efervescencia» en las organizaciones de base y la posible escisión del partido, se pronunciaron a favor de la candidatura de Salvador Allende, pero con muchas reservas. Condicionaron su apoyo a que el Congreso Nacional promulgase el llamado Estatuto de Garantías Constitucionales, que restringía los derechos del Jefe del Estado en la adopción de muchas decisiones importantes. Así los demócratas cristianos junto con otros miembros de la oposición podrían bloquear cualquier iniciativa de la Unidad Popular, que no contaba con la mayoría en el Congreso Nacional. Mas, a pesar de todo, la perspectiva de un gobierno democrático en el poder, incluso con posibilidades sumamente restringidas, provocó alarma en el campo de la reacción.
Los reaccionarios, apoyados por los fascistas, decidieron eliminar al comandante en jefe del ejército, general René Schneider, firme partidario de la legalidad, e implantar en el país una dictadura militar.
El 22 de octubre, dos días antes de la sesión conjunta del Senado y la Cámara de Diputados, en una calle de Santiago se tendió una emboscada. Schneider cayó mortalmente herido, falleciendo al cabo de tres días. Pero lo sustituyó en el mando el jefe del Estado Mayor Carlos Prats, amigo y partidario de Schneider. Prats confirmó su lealtad al orden constitucional. Respondiendo al llamado de la Central Única de Trabajadores, se declaró la huelga general en apoyo a la Unidad Popular. De ese modo los planes de la reacción fueron desbaratados. El 24 de octubre los diputados de la Unidad Popular y del Partido Demócrata Cristiano eligieron presidente de la República a Salvador Allende.
Su «maratón electoral» duró 18 años; Don Chicho era un hombre de acción que no se desanimaba frente a los reveses y fracasos. Pocos poseen una voluntad y una firmeza tan envidiables como Allende, quien presentó su candidatura en cuatro campañas electorales —1952, 1958 y 1964— ganando por fin en 1970.