CANTAUTOR

Al pueblo hay que ascender

y no descender.

Víctor Jara

Fue entonces cuando a Víctor lo empezaron a llamar cantautor, o sea, intérprete de sus propias canciones… Su talento de cantante y compositor es verdaderamente descollante, pero además aflora su don poético. Víctor creció en el mundo del folclore, respiraba el aire del habla popular y ahora al son de la guitarra nacen sus melodiosos poemas. Cuando Jara viajaba por el norte de Chile, para conocer el folclore nacional, le impresionó profundamente el pimiento en flor, sugiriéndole un significativo simbolismo poético.

En el centro de la pampa

vive un pimiento.

Sol y viento pa’su vida,

sol y viento.

Sol y viento pa’su vida,

sol y viento.

Coronado por la piedra

vive el pimiento.

Luna y viento lo vigilan,

luna y viento.

Luna y viento lo vigilan,

luna y viento.

Cuando sus ramas florecen

es un incendio,

tanto rojo que derrama

rojo entero.

Nadie lo ve trabajar

debajo ’el suelo.

Cuando busca noche y día

su alimento.

Cuando busca noche y día

su alimento.

Pimiento rojo del norte

Atacameño.

Siento el canto de tus ramas

en el desierto.

Debes seguir floreciendo

como un incendio,

porque el norte es todo tuyo,

todo entero,

todo entero.

La flor de girasol o el lazo, hecho de cuero sin curtir, del campesino despierta el estro poético de Víctor. Pero la letra de las canciones de Víctor Jara está cimentada por amor a todo lo que afirma triunfalmente la vida y la verdad en la tierra. La medida de todo lo existente es el hombre, el trabajador y el luchador. Los poemas de Víctor están iluminados por el fuego eterno de la bondad, dan noción de la imagen moral del cantante, de su claridad y pureza espiritual.

Cuando se dirige a la gente, su lenguaje es sincero y confiado y en las aspiraciones de libertad y justicia del poeta, el pueblo reconoce sus sueños. Al escuchar a Víctor Jara, el hombre empieza a meditar acerca de la vida y su lugar en ella. En muchas canciones de Víctor las autoridades veían un trasfondo «subversivo» y obstaculizaban su transmisión por radio y televisión.

Jara componía baladas, basadas en temas actuales y diversas por su estilo musical y poético. En cuanto a los principios de su creación, quisiera citar unas palabras de Angel Parra: «Víctor estaba primero que nadie por la calidad de los textos, por buscar que no sea simplemente letra de la canción, sino para que haya un poquito más allá, para que tuviera mayor sentido, que llegara a ser una pequeña pieza literaria, una canción».

La popularidad de las canciones de Jara se debe no sólo a su maestría como cantante y a la melodiosidad de sus canciones, sino también a su don de poeta. Componía letra también para otros compositores, pero se turbaba siempre que lo llamaban poeta. Conservo en mi poder un magnífico documento: la grabación de una entrevista con Jara sobre el tema, que por primera vez ofrezco a los lectores:

«—¿Ud. es autor de la letra de sus canciones? ¿Ud. es poeta?

»—Es difícil opinar de mí mismo. Poeta es una palabra muy alta… Y ojalá mis versos sean poesía.

»—¿Y por qué no quiere decir que Ud. es poeta?

»—Porque, según mi opinión, desde el momento en que un artista se considera artista, deja de serlo. Me parece que de lo que escribo y canto, el veredicto, el juicio final lo dará el pueblo de mi país, la juventud de mi país y el continente que me escucha.

»—Entonces digamos así: ¿Ud. es cantautor?

»—Bueno. Si por darme una, digamos, profesión, yo soy un trabajador de la guitarra y la canción.

»—¿De qué Ud. escribe sus versos? ¿Cuál es su tema principal?

»—De los trabajos del hombre, de sus combates, de sus luchas, de sus alegrías, de sus penas.

»—¿Y qué denuncia Ud. con sus obras?

»—Mi actitud de fondo siempre es crítica contra la explotación, la miseria, la injusticia. No siempre los versos delatan a un enemigo fijo. Yo puedo cantar el amor, pero en estos versos se está denunciando de fondo lo malo de la sociedad capitalista. Hay una canción que se llama Te recuerdo, Amanda… Es una canción de amor de una muchacha y un obrero. Las condiciones de lucha de la clase obrera son así… Esta muchacha pierde al hombre, porque este obrero muere… Entonces, el amor adquiere otras dimensiones, convirtiéndose en drama social…».

Te recuerdo, Amanda,

la calle mojada,

corriendo a la fábrica,

donde trabajaba Manuel.

La sonrisa ancha,

la lluvia en el pelo,

no importaba nada,

ibas a encontrarte con él,

con él, con él, con él.

Son cinco minutos,

la vida es eterna

en cinco minutos.

Suena la sirena

de vuelta al trabajo,

y tú caminando

lo iluminas todo,

los cinco minutos

te hacen florecer.

Te recuerdo, Amanda,

la calle mojada,

corriendo a la fábrica

donde trabajaba Manuel.

La sonrisa ancha,

la lluvia en el pelo,

no importaba nada,

ibas a encontrarte con él,

con él, con él, con él,

que partió a la sierra,

que nunca hizo daño,

que partió a la sierra

y en cinco minutos

quedó destrozado.

Suena la sirena

de vuelta al trabajo,

muchos no volvieron,

tampoco Manuel.

Te recuerdo, Amanda,

la calle mojada,

corriendo a la fábrica

donde trabajaba Manuel.

A los personajes de esta balada Víctor les dio los nombres de sus padres: Amanda y Manuel. Pero la letra no fue sugerida por sucesos de Chile, aunque eso podía ocurrir en cualquier país latinoamericano. Te recuerdo, Amanda continuaba el tema de la sierra en las canciones de Jara de aquel entonces.

Después del triunfo de la revolución cubana la sierra se convirtió en sinónimo de focos de la guerrilla en América Latina. El argentino Che Guevara, héroe de la revolución cubana, decidió repetir la hazaña de la Sierra Maestra en el corazón del continente latinoamericano: en la montañosa Bolivia. La noticia que se divulgó a comienzos de 1967 de que Guevara encabezaba un destacamento guerrillero boliviano, suscitó interminables discusiones entre los jóvenes acerca de las vías de la revolución. Víctor recordaba su encuentro con Che Guevara en La Habana, las palabras que el líder dirigió a los jóvenes artistas chilenos, exhortándolos a servir con su arte al pueblo y a la revolución. Hombre íntegro y audaz, veía el sentido supremo de su vida en la lucha por la libertad y, abandonando los altos cargos en el partido y el Gobierno de Cuba, se incorporó con las armas en las manos a las filas de los rebeldes. La aparición de Che en Bolivia inspira a Víctor la canción El Aparecido:

Abre sendas por los cerros,

deja su huella en el viento.

El águila le da el vuelo

y lo cobija el silencio.

La heroica muerte de Che Guevara, invicto héroe y mártir de la revolución latinoamericana, impresionó mucho a Víctor. Pero un grupo de revolucionarios, compañeros de Che, logró atravesar la jungla y los montes y entrar en Chile, donde los detuvieron los carabineros. Salvador Allende, presidente del Senado, logró la rápida excarcelación de los compañeros de Che Guevara y los despidió cuando salieron en avión del país. La reacción se abalanzó contra Allende, acusándolo de estar «en contra de la vía democrática». El presidente del Senado respondió en la prensa que «la violencia revolucionaria es a veces la única respuesta a la violencia de ustedes, la violencia reaccionaria».

Para Víctor Che Guevara, hombre de conciencia pura y cristalina, era ejemplo de revolucionario internacionalista que tenía por su patria a toda la América Latina oprimida. Murió con la frente alta y la conciencia impecable del comunista. Entre las últimas anotaciones que hizo Che en su diario hay las siguientes palabras: «En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese nuestro grito de guerra haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas, y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuestros gritos de guerra y de victoria».

Después de la muerte del «guerrillero heroico» Víctor compone la canción A Cochabamba me voy. El cantante pensaba en los compañeros de Guevara que seguían luchando por la libertad en Cochabamba, en Bolivia.

Víctor optó de una vez para siempre por el camino del luchador y comunista. Antes había escrito: «Yo tomaré el camino del comunismo… y mi ideal como comunista no tiene más altura que apoyar y reforzar a los que creen que con un régimen del pueblo, el pueblo será feliz». El héroe nacional más admirado por Jara fue Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Comunista de Chile, primer diputado obrero al parlamento en América Latina.

En 1924 el dirigente de los comunistas chilenos luchó contra los diputados reaccionarios, oponiéndose a la decisión del gobierno de cerrar la escuela en la mina El Toldo acusada de servir a los intereses de los «agitadores rojos». En la polémica desatada Recabarren desenmascaró la acción inhumana de las autoridades. Confirmó que, en efecto, la escuela había sido creada por los comunistas y con recursos de los obreros. Siendo única escuela en este lugar remoto del norte de Chile servía a la noble causa de la instrucción del pueblo. Pero si 450 de 500 mineros son comunistas, es lógico que sus hijos canten La Internacional. En cuanto Recabarren mencionó La Internacional, cierto diputado, tratando de poner en ridículo al orador, exclamó:

—¡Cántela, señor diputado!

Por un momento en la sala se produjo el silencio.

—Con mucho gusto, estimado colega —respondió inmutable Recabarren.

A los diputados se les cortó el aliento, cuando la poderosa voz entonó La Internacional. Recabarren aceptó el desafío. Con pasión y dominio, muy propios de él, Recabarren cantó desde la tribuna del parlamento toda La Internacional del comienzo hasta el fin, aprovechando la tradición según la cual no se podía interrumpir al diputado. Recabarren ganó la batalla en el parlamento. La Cámara de Diputados obligó al ministro de Instrucción Pública a reanudar las clases en la escuela.

Víctor expone su credo en la canción A Luis Emilio Recabarren:

Pongo en tus manos abiertas

mi guitarra de cantor,

martillo de los mineros,

arado del labrador.

Recabarren, Luis Emilio Recabarren.

Simplemente, doy las gracias

por tu luz.

Con el viento, con el viento

de la pampa

tu voz sopla por el centro

y por el sur.

Árbol de tanta esperanza

naciste en medio del sol

tu fruto madura y canta

hacia la liberación.

… En aquel entonces el dirigente de los comunistas chilenos era Luis Corvalán, quien apreciaba altamente el talento de Víctor Jara. En setiembre de 1966 Luis Corvalán cumplió 50 años y la Unión de Juventudes Comunistas de Chile envió su delegación para felicitar a Don Lucho. Entre los integrantes de la delegación figuraba Víctor Jara.

Don Lucho residía con su familia en la calle Bremen, en una casita blanca de una planta tras una tapia de barro. Delante de la casa había un jardincito verde, lugar preferido de descanso de Corvalán. Fue allí, donde el hospitalario anfitrión recibió a los jóvenes.

Víctor decidió interpretar para Don Lucho en su cumpleaños sólo canciones alegres. Luis Corvalán se reía a carcajadas escuchando La beata, de la cual se hablaba tanto.

A Luis Corvalán le gustaban los encuentros con cantantes y músicos, militantes de la Unión de Juventudes Comunistas de Chile. Entonces empezó a actuar el recién fundado conjunto Quilapayún, de la Universidad Técnica de Santiago. Traducido del araucano Quilapayún quiere decir «tres barbas». Al principio lo formaban tres hombres. Luego fueron seis, tres de los cuales se dejaron crecer la barba para justificar el nombre. Los jóvenes cantantes no tenían todavía un programa fijo, pero les atraía la música folclórica.

En 1976, cuando Luis Corvalán se encontraba en las mazmorras de la junta fascista, Guillermo Oddo, uno de los integrantes de Quilapayún, recordaba los primeros pasos del conjunto:

«Luis Corvalán nos presentó al público. Por su iniciativa actuamos por primera vez en un mitin de mineros, organizado por el Partido Comunista de Chile.

»Frecuentamos la casa de los Corvalán, lo vimos trabajar y en compañía de sus familiares y amigos, hablamos mucho de política y de música. Siempre admiraba su modestia, cordialidad y su fina diligencia y hoy, al igual que para miles de hombres en muchos países, nos sirve de ejemplo de firmeza inquebrantable.

»Aquella noche Corvalán nos animó, asegurando que a los obreros que suelen manifestar cierta desconfianza hacia los conjuntos estudiantiles por ser exponentes del arte burgués, les gustarían nuestras canciones. Y efectivamente, a cada canción aumentaba nuestro contacto con el público, con los hombres cansados que venían directamente de las minas. Después de una de las canciones se levantó un minero corpulento y exclamó: “¡Vivan los cantores del pueblo!”. “¡Vivan!” respondió unánime la sala. Entonces sentí con toda claridad en qué consiste nuestra vocación: cantar a las masas populares, a los obreros sencillos las canciones que instrumentábamos o componíamos bajo la influencia de la música folclórica. Además comprendí que la canción puede unir a los estudiantes y los obreros, a los intelectuales progresistas y los campesinos y servir a la unidad popular».

Más tarde Quilapayún actuaba con frecuencia ante los mineros de Lota. Los jóvenes cantantes y músicos se convencen de nuevo que no existe un público más agradecido que ellos.

La formación del conjunto Quilapayún está íntimamente ligada a Víctor Jara, quien fue director artístico del colectivo. He aquí lo que recuerdan los integrantes del conjunto acerca de aquel período de su vida:

«Estábamos atravesando por un período difícil, por el período de los comienzos. Teníamos un repertorio muy escaso de canciones. Entonces se nos ocurrió la idea de que a lo mejor podríamos trabajar juntos con Víctor, que él podría aportarnos mucho, y allí mismo se lo planteamos. Al final aceptó y comenzamos a trabajar juntos.

»Jara en seguida planteó el problema de la disciplina en el conjunto, de trabajar en los ensayos como si tratara de los conciertos. Parecía que se portaba como un profesor exigente en un colegio.

»Al principio estas cosas eran un poco extrañas para nosotros, pero al final fueron las bases de todo nuestro desarrollo: sin el orden y la disciplina no habríamos llegado a ninguna parte.

»En el aspecto musical el aporte de Jara fue muy importante: por un lado, porque empezamos a trabajar en serio y, por otro, porque fuimos forjando el estilo de nuestro canto. También fue importante el aporte escénico, como director teatral de gran experiencia. Prestaba gran atención a la presentación del conjunto, los movimientos arriba del escenario, la plástica de los solistas. Quilapayún le debe en sumo grado su expresividad y colorido escénico».

En tres años de trabajo con Víctor Quilapayún adquirió una nueva calidad. Los conciertos que ofrecía al público incluían folclore y canciones revolucionarias chilenas y de otros países latinoamericanos que le granjearon fama mundial.

Surgen nuevos magníficos conjuntos juveniles como, por ejemplo, Aparcoa[4] e Inti-Illimani[5]. Al principio los nombres indígenas, difíciles de pronunciar, parecían demasiado exóticos para aprenderlos. Pero el reconocimiento del público hizo populares los nombres de Aparcoa e Inti-Illimani.

Los jóvenes entusiastas divulgan las tradiciones del canto del pueblo chileno y el folclore de otros países latinoamericanos, contraponiéndolos al pop-art norteamericano que invadía los escenarios locales. Sirviéndose del folclore, crean nuevas canciones sociales y políticas.

Además de la tradicional guitarra española los integrantes de los conjuntos dominaban con virtuosismo los instrumentos andinos. Usan variedades de flauta —quena y zampoña—, hechas de bambú, el tambor «bombo» y el charango, de sonido peculiar. El cuerpo de este pequeño instrumento de cuerda, parecido a la mandolina, está hecho de coraza de armadillo, que habita en la pampa y en los Andes. Dicen que el charango puede imitar el son del viento en los montes.

El estudio del folclore y de los instrumentos musicales de los países andinos ayudó a los conjuntos a comprender la música del norte de Chile y su vinculación con la cultura indígena de Perú y Bolivia. Encontraron la clave no sólo del sonido primitivo de la quena, la zampoña y el charango: los antiguos instrumentos del folclore latinoamericano empezaron a hablar en el lenguaje de hoy día.

Los instrumentos de por sí y el estilo musical asestaban un golpe al tradicional desprecio de la burguesía por el folclore, por el arte popular. La obra de Violeta Parra y sus continuadores puso al desnudo el seudopopulismo de los neofolcloristas.

En 1968 la Unión de Juventudes Comunistas de Chile funda la Discoteca del Canto Popular (DICAP) para difundir el arte nuevo, que se dedicó a publicar y divulgar discos. La DICAP se convirtió en un poderoso portavoz de la cultura democrática. Aunque la Unión de Juventudes Comunistas fue el alma del movimiento de la Nueva Canción Chilena, eso no quería decir que entre sus miembros no hubiera aficionados a otra música. Luis Corvalán recordaba: «También ha tenido importancia en el desarrollo de nuestras Juventudes Comunistas la amplitud con que el Partido ha enfocado los problemas, las inquietudes, las modas y los gustos de los jóvenes. Para el Partido, lo más importante no era ni es el origen de la música en boga. Promovía y alentaba, como nadie, la propia, autóctona y las danzas nacionales. Pero no prohibía ni prohíbe la música o los bailes de otras procedencias, si éstos son de agrado de los jóvenes».

La DICAP fomentaba en Chile un arte de cantar nuevo por principio. Dicho arte, relacionado directamente con la lucha revolucionaria, estaba llamado a confirmar la identidad del pueblo, planteaba las reivindicaciones del movimiento trabajador y hacía propaganda de sus objetivos y tareas.

Guardo desde hace muchos años el disco de Jara Pongo en tus manos abiertas, que traje de Chile. Fue editado en 1969. Es el primer aporte de Víctor a la DICAP. En la portada del disco está la foto en perfil del cantante y el mensaje de la Unión de las Juventudes Comunistas de Chile a los jóvenes: «En el nuevo cantar de Víctor Jara se hermanan desde su condición de militante de la causa popular, el espíritu de la joven generación de nuestra patria, la larga tradición de lucha de sus trabajadores, la conciencia despierta del artista identificado más que comprometido con su pueblo. Ponemos en las manos también abiertas, de todos los jóvenes chilenos estas canciones que nos hablan de nuestras convicciones, de nuestras esperanzas, de nosotros mismos».

Aunque un año más tarde Víctor obtuvo el premio Disco de Plata, sello Odeón, dijo: «Todavía no estoy del todo contento con mi trabajo, pero creo que Pongo en tus manos abiertas es lo mejor que he hecho en materia musical grabada. Este disco significa para mí una satisfacción muy grande, porque sale en un momento muy significativo para la juventud, cual es este VI Congreso de los Jóvenes Comunistas».

… El gran disco negro gira, se suceden las melodías. Cada canción forma parte de la vida del cantante, es una página de lucha de los trabajadores de Chile y de otros países latinoamericanos.

Suenan las ya conocidas canciones A Luis Emilio Recabarren, Te recuerdo, Amanda, A Cochabamba me voy… Su autor es Víctor Jara.

Además, el disco contiene Zamba del Che, de Rubén Ortiz, y Juan sin tierra, de Jorge Saldaña, integrantes del conjunto mexicano Los Folcloristas. He aquí la historia de su aparición en el disco. En 1968 la bailarina mexicana Rosa Bracho visitó Chile y entregó las grabaciones de estas canciones a Víctor Jara. El cantante chileno decidió apoyar a sus colegas mexicanos y grabó sus canciones para el nuevo disco. Cuando Rubén Ortiz recibió el disco, envió a Víctor una carta agradeciéndole «el que se fijara en nuestro trabajo y en la importancia que para nosotros representaba el estímulo de que se diera a conocer algo de lo que hacíamos en México». Desde entonces Víctor Jara y Rubén Ortiz empezaron a cartearse y pronto se hicieron amigos.

Una de las mejores canciones del disco es Ya parte del galgo terrible. Víctor la interpretaba en el poema dramático Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, de Pablo Neruda, puesta en escena del teatro de la Universidad chilena por el veterano director Pedro Orthous. Esta canción está dedicada a los sangrientos sucesos provocados por los racistas norteamericanos en el siglo pasado, la masacre de chilenos desempleados atraídos a California por la fiebre del oro. Sin embargo, su patetismo denunciador sigue siendo actual también hoy día.

En el disco figura una canción que marcó una huella peculiar en la obra y el destino de Víctor Jara. Se trata de los cruentos sucesos que tuvieron lugar en 1969 en Puerto Montt. Escucho la canción y me parece que la voz inconfundible me devuelve el rostro audaz e inspirado del cantante. Con qué fuerza emocional repite Víctor las palabras que en aquellos años estaban en boca de todos: «Puerto Montt, oh, Puerto Montt…».